CAPÍTULO 18


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Nueve semanas antes

Chicago

Me sentía mal pero era menos el ahogo que sentía estando en mi casa palpando con facilidad la tensión y la presión que me respiraba en el cuello. Era una cobarde. Ser un maldito desastre andante no me dejaba ser buena hija.

Me metí en problemas con la policía, vaya mierda, la realidad me había chocado con uno de esos golpes que no son nocauts porque no me dejaban inconscientes, me dejaban adolorida y con una gran compresión de toda la mierda alrededor.

La que había causado.

Esa fue la decepción de mis padres, ser amiga de chicos sin mucha oportunidad para progresar. Pero eran mis amigos y no lo cambiaría. Estaba harta de sus castigos y reglas.

Todo me superaba e irme fue una buena opción porque ahora a mí me tocaba gritar de frustración, ver mis errores, era egoísta de mi parte no enmendarlos junto a ellos pero así debía de ser porque yo no podía desahogarme viendo injusticias de su parte, ¿qué le costaba apoyarme? Ayudarme con Killian.

Mi energía mental estaba agotada para soportar el odio de Catalina hacia mis amigos. Me sentía mal por dejarlos de nuevo, sentía tanto por mi familia, pero yo ya estaba harta de tanta mierda.

Bajé del tren para ir enseguida a tomar un taxi. No llamaría, caería de sorpresa porque era mejor así. El taxi me llevó al lugar que le dije tras leer en mi libreta con la letra del dueño al lugar a donde iba, estacionó en portería y limpié mis lágrimas para maquillarme un poco, le pagué y me bajé. Entré al ascensor y subí al piso siete, toqué el timbre del departamento y este se abrió por una niña de por lo menos diez años.

Debía de ser una sobrina o algo de Caddie.

—Hola ¡Feliz navidad y... año nuevo! —dijo con alegría.

—Hola, igual a ti ¿está Ramiro? —Asintió y se metió al departamento.

Ahí estaba yo en casa del enemigo. No lo pensé dos veces luego de mi llamada con él cuando recordé que Catalina me había dicho que estaba en Chicago. Él vivía con su familia en Canadá pero venían a Chicago para atender los negocios familiares en la temporada de invierno, por eso él antes de fin de año o luego para mi cumpleaños se instalaba en mi casa, el año pasado él fue para fin de año pero rentó un departamento por Caddie.

Yo entré y detuve abrupta mis pies cuando un tipo treintañero se hizo notar con un bebé en su cadera en plena sala.

—¿Quién eres tú? —me preguntó con suavidad, no parecía molesto por estar allí.

—¿Ramiro Banner está aquí? —pregunté tranquila y alerta.

—No. Banner no vive aquí desde hace meses. Él me vendió el departamento.

—Me equivoqué entonces, discúlpame.

—¿Vienes de viaje? Puedes quedarte.

En verdad que el tipo parecía un buen siervo o samaritano, eso. Sus ojos claros que no distinguí por la lejanía decían bondad.

—No gracias y disculpa si causé molestias.

—Estabas llorando. Puedes calmarte y después irte. No tengo problemas.

Maldito maquillaje que no servía.

—Estoy bien, no confío en desconocidos.

—Puedes confiar ¿qué hombre solo con dos niños en casa te dan desconfianza?

—Pudiste secuestrarlos.

—Este bebé aquí, está muy sonriente conmigo ¿verdad Aleph? —Le acarició la barbilla y este sonrió inocente de la situación vergonzosa.

—¡Papi! ¡Esponjoso para la bella muchacha! —gritó la niña saltando y corriendo hasta mí mostrándome un peluche grande de picachú, que me gustó. A quién no le gusta picachú?

—Es bonito —dije.

Sonrió mostrándome huecos que le faltaban dientes.

—Es para ti ¿quieres darle amor?

—Me tengo que ir.

Mire al tipo que se había quedado donde estaba. Por lo menos no iba atacar o esa mierda.

—Quédate. Para tus ojos que gritan dolor debes de llenarte de un amor puro que es la de una niña. Mi hija lo abraza todas las noches así que solo hay amor allí.

—Yo venía buscando a una persona que creía que vivía aquí.

Caminé de espaldas a la puerta que seguía abierta.

—Yo me llamo Antonella, mi hermanito se llama Alephsander y mi papi... papi.

—Me llamo Timothy Dixon y me puedes decir D.T —dijo él.

—Tengo que irme e ir a la casa de los padres de mi amigo, deben estar esperándome.

Mentí por si acaso, no parecía un matón, pero igual no lo conocía.

—Viniste a buscar a tu amigo y aquí no vive y sus padres están esperándote. Elabora mejor tus mentiras.

Lo mire seria, no podía gritarle que se fuera a la mierda por los niños, así que antes de girarme a la puerta, la niña apoyó el peluche en mi estomago.

—No te puedes ir sin abrazarlo. Es mi amor puro de niña inocente.

Mierda y recontra mierda, la niña hablaba con amor del puro, estaba tan sensible que hasta ganas de llorar me dieron, yo ni siquiera hablaba así a esa edad, solo decía vulgaridades y por ese instante sentí pena de mi vocabulario.

Malditas hormonas sensibles o la mierda que fuera que estaba en mí.

La niña me miraba con tanto sentimiento y determinación a igual que su papá y hasta el bebé me miraba con seriedad que terminé abrazando a picachú ¿Por qué, quién no quisiera abrazar a un peluche de picachú? La niña me sonrió con una alegría que terminó por abrazarme.

Era raro pero se sentía puro y verdadero, entonces recordé que me fui sin abrazar a mi Luis y toda la careta de chica fuerte se fue a la mierda cuando mis lágrimas salieron sin control.

El tipo se acercó lento sin ningún tipo de burla, fue compadeciente y parecía entenderme.

—¿Puedo ayudarte con eso?

Se refería a mi bolso que lo tendí, quitó el peluche de nosotras y los puso en un mueble.

La niña me abrazó fuerte, su cabeza llegaba a la altura de mi cintura, Timothy Dixon nos observaba en silencio sin muchas expresiones que no fueran empatía. Entonces, el bebé comenzó a llorar, él se los pasó a sus brazos, arrullándolo murmurándole que lo quería.

Y FUE ADORABLE.

De forma inesperada confié en él, ¿quién no se fiaba en un hombre que consolaba a su hijo con amor? Era mi lado muy sensible, he de admitir.

Pero... ¿También quién no se confiaba en un tipo guapo y caballero y le entregabas tu cuerpo?

Yo le confíe mi cuerpo cuando cayó la noche y los niños se durmieron. Estaba loca por meterme con un desconocido de veintiséis años y con hijos, en su departamento. Culpo a las hormonas.

Y como dice el refrán: «Después de lo gozao' nadie te quita lo bailao».

***

Tomé un taxi que me llevó a la mansión Banner. Justo me abrió el ama de llaves. Ella me informó que los señores estaban en una cabaña de sus amigos por lo que no regresarían hasta el día siguiente, así como también me aseguró que Ramiro estaba en un departamento nuevo. El chofer se ofreció en llevarme en la otra punta del centro, él me guio al piso, raro era igual al número de departamento de D.T, él se quedó en una distancia prudente cuando me puse frente a la puerta.

Ramiro abrió en calzones con su pene motivado. Me miro con asombro, le sonreí con maldad y mire su cabello esponjado. Quiso abrazarme pero no me dejé por dos cosas:

—No te abrazaré en tu post orgasmo. Sería retorcido. Y estoy enojada contigo —advertí nada amigable.

—Tienes razón, yo también. —Miro a su chofer tras contestar con un ápice de molestia—. Gracias por traerla, te puedes ir.

Nos dio buenas noches y cuando se fue, Ramiro me dio espacio y yo avancé para meterle una trompada en el pómulo.

—¡Maldita idiota! —dijo entrando.

Lo seguí, observando el lugar con decoración de última moda y tecnológica, sobre todo a la chica morena y huesuda que al verme se vistió. Desvié la mirada para no calcular cuántos kilos le faltaban.

—¿Por qué no me avisaste que venía ella? —le preguntó en español puertorriqueño bastante encabronada.

—No tenía que decírtelo —le contestó Ramiro también en español buscando algo en la nevera que quedaba a un rincón más allá en la cocina de espacio abierto.

—Me hubieses avisado que estaba aquí para vestirme antes.

—Lo que querías que te viera ya te lo vi. Y no eres su tipo.

—¿La invitaste a un trío?

Dejé de mirar como él se ponía una bolsa de verduras para mirarla a ella que se detuvo cuando se ponía su short. Yo me reí cínica y caminé hasta él.

—¡Ella no vino a un trío! ¡Ponte la ropa! ¡Si cuando la viste te la pusiste! ¡Mierda, estás loca!

Me gire de nuevo, ella estaba sin sostén y me miraba de forma lasciva.

—Cúbrete esas semillas y esas costillas cadavéricas —le hablé en español—. Pinche loca de mierda ¿con esta chica hueso ahora coges?

Él me miro con una sonrisa pequeña en su cara y la chica desconcertada sin quitar su mirada morbosa. Cuando Ramiro notó que ella aprobaba lo que veía en mí, él se acercó para darle la ropa.

—No la mires así que te puede golpear. Vístete, te pediré un taxi.

—Eres un cara pelada. Coges conmigo y luego viene otra para tirártela.

Iba a contestar cuando sentí en la suela de mi bota un pequeño bulto, al notar que era un condón usado lo patee lejos de mí.

—Escucha modelo de huesos: Si vine a coger o no, no es tu problema, vete a la chingada.

—Mexicana y grosera.

—Cállate puertorriqueña. Ramiro saca tu puto condón de mi vista o busco un guante y te lo hago tragar.

—No te atreverías a eso —contestó amenazante.

Le lancé una mirada intimidante a él de que no me retara y otra asesina a ella que ahora se me acercaba mirándome como una acosadora, hice la simulación de meter un dedo a mi boca y vomitar.

Él la atajó a medio camino sacándola siendo un grosero para atenderme rápido, al menos le dio dinero para el taxi. Ni Matthew se había comportado conmigo así, ni Steve, ni mucho menos el padre soltero que acababa de conocer, mejor dicho fue el mejor en tratarme luego del acto.

Ramiro regresó e intentó acariciarme el cabello, lo cachetee y lo golpee en el estomago.

—¡Por mentirme! —le grité—. ¡Y para que no me toques!

—¡También estoy enojado contigo! ¿Quieres cagar tu vida?

Me derribó de espaldas al suelo y se subió encima de mis piernas agarrando mis manos encima de mi vientre.

—¡Eres un maldito manipulador!

Me miro con una sonrisa leve. No pude zafarme de sus brazos.

—¿Querías que me contentara contigo fácil por qué estuviste en la cárcel? ¡Eso fue una llamada de atención Cloy, lo hago porque te quiero! Te llevó una jodida patrulla policial idiota, no te iba a felicitar.

—Eres un traidor, dejaste a Samuel sin trabajo, plantaste esos kilos en su piso, pagaste a sus vecinos para que llamaran a la policía y yo estaba allí ¿no pensaste en mí? —soné con reproche pero midiendo lo que decía.

Lo mire enrabietada como él a mí. No podíamos dejar de mirarnos con rencor. Él hablaba en su español guatemalteco y yo en mi inglés nativo.

—La cagaste consumiendo droga ¿No lo entiendes? Maldita seas. Por eso les dije a tus padres para que entraras en razón. Y no pensé que te pondrías a defenderlos, por algunos momentos eres inteligente pero a veces no.

Mi muslo golpeó su entrepierna, lo que hizo dejarse caer a un lado mientras me maldecía. Yo me levanté viéndolo gruñir de dolor.

—Eres un hipócrita Ramiro. Me expusiste, ahora tengo cargos y Catalina me odia.

Me miro arrepentido, olvidó su dolor levantándose y caminó para abrazarme, no me dejé. No le creía nada.

—Margaret...

—¡No me llames así maldito seas!

Sollocé ruidosa, ya me había preparado mentalmente para ignorar mi orgullo y se sentía bien y mal a la vez. Escuchándolo hablar sin una pizca de arrepentimiento por mis amigos me di cuenta que nuestros lazos estaban rotos.

—No me grites más. Quería que te alejaras de ellos, no son buenos para ti, mira lo que pasó, te llevó la policía.

—No puedes seguir jugando sucio para alejarme de ellos. Yo decido de quien ser amiga.

—Lo hice para que recapacitaras y supieras que mientras te comportes como ellos, como una drogadicta no lo voy a aceptar. Está mal de tu parte.

Lo mire sin reconocerlo, sabiendo muy en el fondo que ya me había hecho esa estrategia.

—¿Te arrepientes de eso?

—No. Me arrepiento de haberte llamado y gritado. —Me abrazó al estar en guardia baja—. ¿Por qué viniste? ¿Me harás caso y dejaras de hablarles?

—Me fui de casa, de nuevo —solté en un murmullo desganado sintiéndome miserable. Sus brazos no me daban consuelo como ninguno de mis amigos, pero era el lugar correcto.

—Has pasado por tanto Cloy. Y yo sin saberlo, ignorante por el orgullo. Estás rota cariño. Y yo sin poder recomponerte, no sé hacerlo y me tienes odio.

—No es odio. Es rencor, no has hecho cosas buenas conmigo.

—Te abandoné por diez meses porque me sentí avergonzado de tenerte como amiga. No hiciste nada bien esa noche.

—No lo repitas de nuevo. Me dolió que lo dijeras —dije calculadora.

—Fui un cabronazo. —Me apretó más a él—. Perdóname Cloy. Eso ni es amor, soy un hipócrita, te digo que te amo pero no sé amarte. Diez meses es mucho para dejarte de hablar.

—Estoy encabronada contigo.

—Ya sé.

—Eres un idiota mal nacido.

—Tú no quisiste enmendar nada tampoco. No me llamaste por nueve meses. Eso me decía que no estabas arrepentida.

—Arrepentida estoy por no insistir antes y llamarte.

—Pareces tener hoyos de aserrín en tu cabeza de coletas grises.

—Cállate. No me atormentes. Tengo demasiado en mi cabeza. Eres el único que puedo decirte que no estoy bien que me siento presionada, que no soy fuerte...

No quedamos en silencio por unos minutos hasta que él habló.

—Yo necesito un baño, acabo de coger. Tú parece que también ¿a qué hora te bañaste? ¿a las diez de la mañana?

Me alejé de él golpeando su pecho con mis dos manos.

—Hueles a sudor, maldito seas y a sexo. —Él se echó a reír.

—Ni yo me soporto. Acabo de llegar de una discoteca.

Me guio tratando de abrazarme a su habitación, se metió al baño y se sacó la camisa que se había puesto.

—Creo que te gané la ducha.

—Ni me recibes bien.

—Diez meses sin hablarme, súfrelo.

—Pendejo.

Abrió la puerta de la ducha y se bajó el bóxer dándome la espalda, solté una risita, Ramiro siempre había sido flacucho, no escuchó por el agua cayendo. Me eché en la cama y me llamó cuando ya había salido.

Caminé a la bañera y la llené hasta mis piernas, me senté, relajé, pensando de nuevo en todo. Me enjaboné rápido porque tampoco iba a quedarme mucho tiempo allí. Me vestí con su ropa mientras él miraba hacia otro lado. Me acosté en la cama a su lado, para reafirmar una tregua lo abracé.

—Si hubiese sabido de todo lo que pasabas. Te hubiera sacado de allí, te juro.

—Ya estoy aquí.

—¿Por qué no fuiste a Brooklyn?

—Mis padres me buscarían allí y quería urgentemente arreglar esto contigo.

Me quedé dormida y fue acerca de las tres de la mañana cuando Ramiro me despertó porque me llamaban. Pestañee varias veces para que mis ojos todavía hinchados dejaran de sufrir por la luz pequeña de la lámpara. Él me observó preocupado tendiéndome un fijo.

—Es Catalina. Contesta, se escucha cagada.

Tomé el teléfono para llevarlo en mi oreja.

—Hola.

—Gracias a Dios. ¿Te encuentras bien cariño? —Su voz sonaba ronca lo que me hizo arder el pecho, pero al mismo tiempo se escuchaba tranquila porque según ella estaba en buenas manos.

—Tenía que venir para arreglar las cosas con Ramiro.

—Lo entiendo. Pero tienes que regresar. Te amo, nunca he querido algo contra ti.


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