Descanso eterno

Las gotas de lluvia caían con intensidad, una tras otra y con un simple vistazo se sabía que la lluvia no cesaría con rapidez, el aire azotaba ferozmente todo lo que se encontraba a su alcance y al parecer el sol temía a aquello ya que ese día estaba cubierto por grandes nubes, haciendo que la vista al cielo estuviera de un color grisáceo, para muchas personas ese no era un clima agradable, pero para una chica, sí lo era.
Ella sonreía con alegría cuando se asomaba por la ventana y veía el día de esa manera, todo representaba el ser de Alice; fría, sin vida.

El puño golpeaba la puerta de la habitación de la chica que se encontraba en diversos mundos, intentando no morir, pero siempre había un chico demasiado apuesto que la ayudaba a salir del problema y de esa manera despertaba con rapidez, no sabía si lo que sucedía mientras dormía era verdad, pero sentía que lo era y prefería mil veces estar en sus "fantasías"–como le llamaban sus padres–a estar en la cruel realidad.

—¡Alice despierta!—gritó una vez más la señora que golpeaba la puerta.
Molesta se retiró de ahí para volver a lo que estaba haciendo hace solo unos minutos atrás.

Los ojos de la chica se abrieron en un rápido instante y vio a su alrededor, se encontraba en su recámara.

De nuevo había visto al chico rubio de ojos azules brillante y su sonrisa perfecta que siempre le daba al terminar de ayudarla mientras ella peleaba, no entendía la razón de por qué siempre se presentaba en sus sueños, ya que eso eran, simple sueños que creaba su mente y jugaba con ella.

Se sentó en la orilla de su cama haciendo que los pies rozaran el frío suelo, buscó con la mirada sus zapatos y al encontrarlos fue por ellos, tratando de no tocar el piso.

Al estar lista y abrigada, se dirigió hacia la sala, viendo lo que odiaba.
Su padre se encontraba fumando mientras su pequeño hermano lo miraba con curiosidad e intentaba agarrar el cigarro y hacer lo mismo que su padre, caminó hacia ellos decidida y sin medir las consecuencias que aquello le traería, cogió a su hermano entre sus brazos para llevárselo a un lugar lejano al olor del tabaco, pero en el momento en que lo tenía abrazado con fuerza el niño comenzó a llorar, diciendo así que quería estar con su papá y el cigarrillo.

—Pon de nuevo a Derek aquí.—ordenó el hombre mirándola con odio, pero Alice negó con la cabeza. Él se levantó del asiento y se lo arrebató con fuerza, cuando lo dejo en el mismo lugar volvió a acercarse a su hija para propinarle una fuerte cachetada, dejando una gran marca de la mano en la mejilla de la chica.
Soportando las lágrimas salió corriendo de su casa para ir al colegio, olvidando su mochila.

Al encontrarse frente la puerta principal del instituto fue cuando se percató de que no traía nada, comenzó a llorar cubriéndose el rostro con las manos y de esa manera se dirigió la bodega del conserje que no se encontraba tan alejada de la entrada principal.

Giró la perilla y se adentró al lugar sin importarle encender la luz, lo único que  quería era encontrarse sola con su sufrimiento, pasó el tiempo haciendo que sus párpados comenzarán a pesarle hasta que quedó dormida.

Estaba en una habitación en total oscuridad, pero frente a ella estaba la puerta marrón que siempre veía en sus sueños y que la transportaba a mundos fantásticos y aventuras maravillosas, caminó hacia ella, en cuanto la abrió salió haciendo que lograra ver a alguien esconderse tras un inmenso árbol.

Observó el nuevo lugar en que se encontraba. Era un gigantesco bosque.

Sus pies descalzos estaban arriba del césped recién podado por el guardabosques y una delicada brisa tocaba la piel de Alice, haciendo que esta cerrará los ojos y quisiera quedarse en ese lugar para siempre.
En el momento en que volvió a abrirlos se encontró a una señora regordeta vestida con una falda, saco y sombrero rosa que la miraba con una hipócrita sonrisa.

—¿Querida qué haces en el bosque prohibido?—preguntó mientras su voz y su mirada iban cambiando.

La chica guardó silencio, ni si quiera ella sabía dónde se encontraba.

—¡Te hice una pregunta!—gritó enojada sacando una hermosa varita color marrón, apuntaba hacia Alice que se encontraba asustada, no tenía con que protegerse.
Sin saber como sucedió sintió algo en su bolsillo derecho de la pantalonera, metió la mano y sacó otra hermosa varita, pero esta era negra brillante.
Sin saber que más hacer también apuntó a la señora que la miraba con maldad, sonriendo con sus dientes amarillentos.

—¡Crucio!—lanzó el primer hechizo la "mujer rosada", apodo que le había puesto la chica.

—¡Expelliarmus!—no tuvo la menor idea de como fue que esa palabra salió de su boca.
Ambas se lanzaban grandes hechizos, mientras intentaban protegerse.

La intensa luz del sol que había cuando Alice llegó ahí se esfumó, poniéndose el cielo oscuro.

La señora se detuvo y la chica también, Dolores subió su mirada hacia arriba junto con su varita y pronunció un hechizo que no fue audible para su contrincante. Rápidamente una calavera con la boca abierta que era de donde salía una inmensa serpiente se presenció en el cielo, haciendo que Alice cayera asustada al césped.

—¡Avada Kedavra!—La mujer lanzó con rapidez el hechizo y la chica pensó que era su fin.

—¡Avada Kedavra!

Umbridge cayó al suelo muerta. Alice observó hacia todos lados, para ver quien había sido su salvador y no se sorprendió al ver quien fue. El chico de ojos azules le daba una gran sonrisa y corrió, perdiéndose entre los grandes árboles.

Todo se desapareció y volvió a encontrarse frente a la puerta café, giró la manija y sus ojos se abrieron rápido, la campana de la escuela había sonado. Miró a su alrededor y se dio cuenta que las clases ya estaban por terminar así que salió corriendo de la bodega hacia la última clase, soportando todo el sueño que tenía.

Al llegar a su salón, todos la miraron, se cubrió el rostro con su chaqueta y caminó a sentarse en su lugar

—Ya llego la rarita.—grito el burlón de
sus compañeros, mientras todos reían—No llores, es la verdad—agregó al ver a Alice con lágrimas en los ojos.

Las dos últimas clases transcurrieron con bromas y risas hacia la chica, pero antes de que les permitieran salir hacia sus casas se percataron de que Alice estaba dormida.

Una vez mas estaba en la oscura habitación y lo único que podía ver era la puerta, caminó hacia ella y la abrió, estaba en una playa, un lugar en donde nunca había estado.

Traía colgando de su espalda una gran mochila que le pesaba demasiado, pero no tenía tiempo para abrirla ya que se encontraba un gran hombre frente a ella sosteniendo una espada color plateada, la chica asustada dirigió su mirada a la arena logrando encontrarse  una espada más brillante, con rapidez se agachó para tomarla sorprendiéndose que no pesará nada.

Al principio no lograba comprender que sucedía y luego los recuerdos llegaron a ella.
Hades el Dios del inframundo era la persona que se encontraba frente a ella tratando de asesinarla a causa de que en la mochila que cargaba Alice traía el rayo de Zeus, pero no lograba comprender como había llegado hasta allí, tenía que pelar contra él para lograr vivir. Se quitó la mochila poniéndola a un lado de ella y el combate empezó.

Alice le rozo con el pico de la espada un brazo provocando que le saliera un poco de sangre dorada y al final le dio un gran golpe directo al corazón, logrando que el Dios se desangrara y la chica fuera la victoriosa, Hades cayó al suelo por el dolor y en un parpadear de ojos desapareció.

Con las manos se quitó el sudor de la frente y se sentó para escuchar con tranquilidad las olas de la mar, volteo hacia el lado derecho logrando ver al chico de sus sueños caminar hacia ella.

—Ahora no te necesite.—dijo la chica mirando al mar con una sonrisa en su rostro.

—Lo sé—respondió este e hizo una pausa— , me llamó Pildret.

Estaba por decir algo cuando todo se volvió borroso y la puerta café apareció frente a ella, sabía que era momento de volver al mundo real.

—¡Alice despierta!—escuchó los gritos de su profesora en su oído.
Abrió los ojos y levantó la cabeza de la mesa dándose cuenta que era observada por sus compañeros.

Todos los profesores estaban cansados de que siempre sucediera eso con la alumna y ese día fue la gota que derramó el vaso.
Mandaron llamar a sus padres al día siguiente.

En cuanto llegó a su casa recibió las miradas de odio de sus papás, su madre no dijo nada, sólo empezó a golpearla molesta por el recado que les había llegado.
Alice guardó silencio soportando los golpes, sabía muy bien que si gritaba o decía algo todo estaría peor, mucho peor.

Se fue a encerrar a su habitación ahogando el llanto, sufriendo y pidiendo regresar a sus fantasías, con el chico de ojos azules. Pildret era el nombre de él y solo quería estar con esa persona, la cual parecía que era a la única que le importaba. Cansada de estar de esa manera decidió dormir y desaparecer por unos momentos, era la mejor manera de escapar.

Abrió la puerta y se encontró  en un bosque en el cuál empezó a correr al percatarse que tres personas iban tras ella con cuchillos y arcos.
Cerró sus puños y deseo con todas sus fuerzas que Pildret apareciera a ayudarla.

—Creo que necesitas ayuda Alice.—el chico apareció corriendo a su lado, provocando que se asustara un poco la chica al verlo ahí.

—¿Cómo sabes mi nomb...?—no terminó de hablar cuando sintió una flecha pasar por su cabello y cortar un poco de el, asustada se detuvo y con ayuda de Pildret comenzó a pelar.
Ella lo hacia con una chica rubia la cual le había lastimado la mejilla y le salía sangre, Alice le encajó una flecha en el estomago (que encontró en el suelo cuando se cayó) provocando que su contrincante empezara a escupirle sangre al rostro y tumbó por completo a Alice en el piso. Quedó congelada por ver observado eso, en cuanto reaccionó se quitó el cuerpo lanzándolo a un lado y se arrastró un poco de ahí, hasta que topó con unas piernas.

—Tienes un poco de sangre.—Se burló el chico en el momento en que la ayudó a levantarse—Tengo que irme.

—Llévame contigo, a donde sea que vayas, quien quiera que seas, déjame acompañarte.—pidió suplicante Alice, Pildret tocó la mejilla de la chica ensuciándose de sangre.

—Muy pronto estaremos juntos, te lo aseguro.—habló y salió corriendo para perderse entre los árboles.

Miró hacia los lados y estaba de nuevo en su habitación, sintió un extraño dolor en su mejilla provocando preocupación en ella. Caminó hasta el pequeño espejo que tenía y pudo ver que tenía una cicatriz en el lugar donde sentía dolor.
Ahí mismo la chica rubia la había cortado, no comprendía como se había hecho realidad y estaba decidida a averiguarlo porque estaba segura que no eran simples sueños.

Colocó su cabeza de nuevo en la almohada y cerró los ojos transportándose en la oscura habitación, no sabía porque sentía que esa iba a hacer la última vez que miraría la puerta café, giró la manija y supo de inmediato que se encontraba en un inmenso laberinto, observó a todos lados y supo que no existía salida, logró escuchar a lo lejos varios ruidos de metal haciendo que girara su cabeza hacia atrás, unos Penitentes (grandes monstruos que se parecían a los toros) corrían hacia ella, lo único que pudo se le ocurrió fue hacer lo mismo que ellos, tratando de huir, suplicaba en silencio y en su mente que el chico de ojos azules apareciera y la salvara de ese problema, pero aunque lo pedía miles de veces, él no aparecía. A lo lejos visualizó la puerta que la sacaba de sus sueños, corrió lo más rápido posible y al encontrarse aproximadamente a un metro de su destino vio a Pildret  parado al lado de la puerta, corrió mucho más fuerte para estar al lado del chico y cuando lo logró se detuvo de golpe.

Lo observó directo a los ojos estática, dejó de escuchar el sonido de los animales, el chico se acercó a ella tomándola del rostro con demasiada delicadeza y la besó.
El mejor beso de Alice, el primer beso que había dado encontrándose sobria y con amor.

—Ya podemos estar juntos.—Pildret dijo eso y se alejó unos centímetros de ella.

Alice iba a volver a acercase a él cuando sintió un fuerte dolor en su espalda, los Penitentes habían logrado alcanzarla provocando que le clavaran los cuernos, ella se desangraba, perdía las fuerzas y lo único que hacía era mirar a su amor sin comprender nada, su vista se fue a la puerta la cual estaba rompiéndose poco a poco.

Comprendió todo, sus dudas se aclararon y sonrío, estaba feliz muriendo en los cuernos del animal y mirando a Pildret, mirando a la muerte.

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