Prólogo

-Tienes tres días para pagarme la pasta- gritó Jason al otro lado de la línea.

-¡Eh, a mí no me grites!- Contestó Jessica al borde de las lágrimas aunque no se reflejase en su voz-. ¿Tú te crees que cago billetes? No puedo conseguir mil dólares al día.

-Pues vas a tener que empezar a cagarlos. Alice me dijo que tú pagarías y tú pagarás.- Ese nombre le hizo más daño que toda la discusión.

-Creo que ambos sabemos que Alice no es de fiar. Me dejó con una triste nota y me robó todos mis ahorros. 

-Me importa una mierda. Vende todas tus cosas, mendiga, hazte puta si hace falta, pero en tres días quiero mi dinero, o te romperé las piernas. Y no me molestes más o iré a buscar el dinero mañana mismo por la mañana- colgó. 

Jessica inhaló profundamente intentando mantener la calma y entró por fin en su casa. Lanzó las llaves al escritorio y se dejó caer en el viejo sofá, que chirrió estridente bajo su peso. Con los párpados que le pesaban -no por sueño, sino porque estaba tan triste que no tenía fuerzas ni para abrir los ojos- miró vagamente su apartamento. Era un tercer piso de unos treinta metros cuadrados y más viejo que Matusalén. El techo tenía manchas de humedad, las puertas crujían y la pintura de las paredes se desconchaba con cada portazo. Todos los muebles eran igual de viejos y descuidados a excepción de los que ella consiguió, aunque al ser de segunda mano tampoco eran los mejores. Lo más penoso de todo era la cocina, que a través de los cristales de las alacenas se podían ver un bote de café además de platos y vasos que hacía muchísimo que no utilizaba.

-Menuda puta mierda, eso del sueño americano- musitó mientras las lágrimas rodaban mejilla abajo. Estuvo durante una hora llorando mientras se quejaba en voz alta sobre lo idiota que había sido al creerse todas las películas adolescentes americanas, y habría estado más tiempo de no ser porque el móvil la interrumpió de nuevo. Eran las tres de la mañana, ¿quién la iba a llamar a una hora tan intempestiva? Miró la pantalla y no pudo evitar tener ganas de gritar.

-¿Y ahora qué quieres, Jason?

-Tal vez podríamos llegar a un acuerdo.

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