12. Egos
Capítulo doce
Egos
—¿Estás de broma, verdad?
Liam sonríe con inocencia, sacudiendo su cabeza de un lado a otro.
—No entiendo a que te refieres.
¿No entiende a qué me refiero? Sí será...
Tuve que mentir a mi mamá diciendo que iba al cine con una "amiga", subo en esa horripilante motocicleta del mal y, ¿ahora esto?
Genial, este tipo quiere acabar conmigo.
Definitivamente, me sacará canas verdes. He acompañado a Hamilton a todas sus peleas, cinco en total, aunque las carreras son otro rollo —afortunadamente —, no hemos ido a una y él tampoco las menciona. Sí algo he aprendido en este tiempo, es que, el Domo no es sólo una estructura sólida y las peleas tampoco son en un único lugar.
Ahora, tenía los ojos abiertos, expectantes a que se tratará de una broma. Es imposible que crea lo haré.
Esto debe ser una pésima broma.
—Te lo suplico, dime que es una broma.
Hamilton esbozó aun más su sonrisa.
Maldito.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo? — distinguí la burla en su voz.
¡Claro que tenía miedo! Moría de miedo, por otro lado, me niego a darle satisfacción. Lo único que deseaba era borrar esa jodida sonrisa. Virgen Santísima, ayúdame con éste demente depravado.
—Por supuesto que no — mentí, intentando sonar muy creíble. —Dime, listillo, ¿cómo esperas qué entré a esa cosa? En cualquier momento se caerá.
—Vamos, Sheccid, has dicho eso de todos los lugares a los que hemos ido.
—Sí, porqué todos esos lugares son peligrosos. Y este, particularmente. — tragué cobardemente — ¿No podemos entrar por la parte de en frente o alguna otra entrada cerca del piso?
Inconscientemente, busqué una escalera o mínimo una cuerda. Eran apenas las seis de la tarde y ya podía observar el color azul oscuro del cielo resaltando las estrellas, unas más brillantes que las otras. Sin la capacidad de darme un reflejo de luz que me permitiera ver dentro de la negrura de ese edificio.
¿Y sí un monstruo sale y me come? ¿Qué tal si esto es una trampa de Hamilton y de su séquito para abusar de mí?
¡Joder, Alex! Quita esas tonterías de tu cabeza, Hamilton no sería capaz de eso, ¿cierto?
Sacudí la cabeza sin quitar la vista de la altura, ¿ya había mencionado que les tenía miedo?, partes de su techo se caen, está en ruinas como muchos otros lugares a los que hemos ido.
—No es tan malo, Sheccid. No se ve tan mal por dentro.
Le envié una mirada fulminante, está loco sí piensa que voy a entrar, sería un suicidio. Y soy muy joven para morir, tengo una vida por delante y además, no he conocido el mar. Ok, creo que estoy dramatizando demasiado. Nunca había venido a un lugar como éste y tengo demasiado miedo, imagino la altura y me quiero echar a llorar. Obvio, no lo haré, tengo dignidad como para mostrarle mi debilidad.
—Anda, Pikachu, ya me está marcando Jasso. — me apresuró, golpeando los rastros de vidrio de la ventana rota y meter las piernas para saltar y desaparecer.
¡No puede ser! ¡Se ha matado!
—¡Hamilton! — me agaché y grité hacia la oscuridad.
Estaba a punto del colapso, no recibía respuesta, ¿necesito llamar a emergencias?
¿Cuánto tardarán? ¿Qué explicación les daré? Estoy segura que una vez que lleguen, — claro, espero que no tarden como es su bendita costumbre — llamarán a la policía y por ende a mi madre.
¿Cómo voy a explicar que estamos en unas ruinas abandonadas?
—Sheccid — la calma regreso a mi cuerpo, —, tranquila, estoy bien.
—Nadie te pregunto. — por casi muero de pánico, pero no se lo diré.
Una risilla con eco sonó dentro esas cuatro paredes, siempre se divierte a costa mía. Yo ruedo los ojos y me niego de inmediato cuando lo escucho decir:
—Es tu turno, salta y yo te agarró.
—¿Acaso tienes una tornillo zafado? ¡Ni loca! ¡Es una locura!
—La inteligencia tiene ciertas limitaciones, la locura casi ninguna — escuché que recitaba, mas, no podía verlo.
¿Qué diablos significaba eso?
—No.
—Sí no lo haces, olvídate de la nota de ecología.
Maldije en un resoplido que sí bien no fue demasiado fuerte sí lo suficiente para que él me escuchará y se mofara.
—¿Prometes que no dejarás que caiga? — pregunté suavemente, no era una cobarde, sólo era cuidadosa.
—Lo prometo. — suspire con aflicción, — Todo va a estar bien, haz lo mismo que yo. Primero mete los pies — me senté en el borde, sintiendo mi corazón queriendo salirse de mi pecho, mis pies colgaban en el aire.
No creía estar lista, así como tampoco podía verme más cobarde. Tomé una bocanada de aire y después me deslice hacia adelante, mis dientes se aferraban a mi labio inferior para evitar soltar cualquier grito que me delatara. Un par de manos me atraparon, una firme en mi espalda y la otra cargaba mis piernas.
Seguía sin ver nada, creo que es necesario prender la luz o pedirle a una persona que restaure la energía. Eso sería una buena opción, si no estuviéramos aquí de forma ilegal.
—Te dije que te atraparía — murmuró cerca de mi oreja, una suave brisa olor a menta y tabaco hizo cosquillas sobre mi cuellos.
—Eres un idiota. — dije enojada, le di un empujón sin darme tiempo de ponerme de pie caí de bruces — Mierda.
—Tú si sabes como caer, chica torpe. — ríe.
—Ja Ja Ja. Que gracioso, Hamilton — el trasero me dolía.
Me levanté tanteando un poco en el aire hasta que mis manos se encontraron con algo duro, firme y sólido.
—¿Te gusta lo que sientes?
Mis mejillas ardieron, casi de inmediato tragué en seco mientras él afirma mi mano contra lo que supongo es su pecho y baja a su abdomen. Joder, se siente tonificado y cincelado, ¿hace calor aquí, no? Agradezco que estemos completamente a oscuras, estoy segura que mi cara está completamente roja. Su respiración se mezcla con la mía, y veo el cielo estrellado.
Esto no esta bien, ¡maldito depravado hormonal!
Tiemblo. Tengo muchos nervios y no entiendo por qué.
—Es hora de irnos, estamos retrasados. — dice de la nada.
Al menos, ha roto ese extraño momento.
Sujeta con fuerza mi mano, adentrándonos más a la oscuridad. Supongo que no es la primera vez que pelea en este sitio, parece conocer bien el camino, no necesita luz para moverse rápidamente. Por mi parte, si no fuera por él ya hubiese caído al menos unas cuatro veces al piso.
Después de bajar varios escalones y varias decenas de pasos, oí ese familiar griterío que para nada echaba de menos, en realidad, se reducían a nombres, cantidades y cambio de billetes.
El lugar es de piedra y graba, algunas estatuas rotas a lo largo de las paredes, una luz fosforescente en cada uno de los cuatro rincones de la habitación da luz suficiente para visualizar lo que parecía el ring — un hexágono dibujado con gis —. Aún no podía creerme que estuviera en un sitio de mala muerte como éste, mucho menos a lado de este delincuente con un rostro demasiado atractivo pero un carácter de la chinga... de la china.
—¿Jasso siempre debe dar un discurso? — me atreví a cuestionar, antes de cada pelea siempre veía a uno o el otro hermano hablar por el megáfono.
Una vez que le tocaba a Hamilton hacer su aparición, me mantenía a lado de los hermanos Jasso, sí ellos se movían yo debía moverme con ellos. Tengo la ligera sospecha que es él quien se los pide — mejor dicho, ordena —.
Vaya fama que tiene, todos le temen.
—Si, lo cual, es bueno para nosotros.
—¿Así? ¿Por qué? — me giré un poco y subí la cabeza para mirarlo.
Jamás dejaré de estar impresionada de su estatura, es un dinosaurio.
—Porqué siempre estamos tarde por tu culpa.
—¡¿Mi culpa?! — grité, aunque, dudo que con el sonido eufórico de los espectadores me escuchara.
—Si, eres muy compleja. — se encogió de hombros y continúo mirando adelante— Tengo curiosidad de que sobrenombre usará esta vez, Tavo.
Admitía que yo también tenía curiosidad. Normalmente, el tal Andrés —el hermano mayor— suele llamarlo "Hache loco Hamilton", pero su hermano varía demasiado en ello, las tres veces que lo he escuchado lo ha llamado: "Terrier Loco Hamilton" "Puños de Acero" y "Hache loco Hamilton". Vaya que tiene una gran imaginación. Así que, afirmé con un movimiento y miré a donde él.
—¿No te da miedo? — siento su mirada clavada en mí — Los golpes, la sangre, dar y recibir, ¿no te asustas que pueda pasarte algo?
—Demasiado.
Giré rápidamente, casi como niña del exorcista —Entonces, ¿por qué lo haces?
—Ayuda mucho a mi economía.
¡Alto! ¿No se supone que su padre le paga todo? Es por eso que siempre sale bien zafado de los problemas.
—¿A tu economía? — inquiero otra vez
—Sí, Sheccid.
No me lo puedo creer, estoy con la boca abierta.
—¿No crees que también hay trabajos de medio tiempo más adecuados para estudiantes?
Él enarca una ceja.
—¿Cómo cuales? ¿En McDonald, Burger king o KFC? Respeto a quienes trabajan allí, pero ganó más aquí en una sola noche que ellos en una semana. Darién no puede con todas las cuentas. — dice, paulatinamente, esto último.
No puedo dejar de confundirme, ¿Su mamá y su papá? Recuerdo que su hermano, no sólo no se parecía nada a él, sino, tampoco tenían los mismos apellidos. Soy consciente en la existencia de hijos sin el apellidos de su padre, incluso, yo estoy incluida en ellos. Será que... ¿Darién está en ese mismo caso?
—Aquí recibes muchos golpes...—
—¿Y? — me interrumpió de repente, tocó mi espalda y tomó mi mentón, obligándome a verlo a los ojos —Sheccid, en este mundo siempre habrá golpes, ya sean físicos o emocionales, no puedes quedarte ahí parada esperando a que él otro impacte puñetazos en tu rostro, no digo que no los hay, jamás estarás preparado, pero tú debes regresárselo con más ferocidad. — sonrió mirando el techo, intente copiar su acción, no pude hacerlo por más de dos segundos, el polvo de este viejo edificio cayó en mi ojo — El miedo nunca deja de estar presente y no es malo, lo malo es dejarse vencer por él. Siempre lucha por lo que quieres.
Se acerco a mí y sopló en mi ojo.
—Mejor.
Asentí.
—Gracias. Pero... ¿no te duele?
Soltó una estruendosa carcajada, fuerte que sentí era lo que faltaba para desmoronarse el techo.
Fiuu, una suerte que no pasará, nota mental: dejar de ver tantas películas.
—Nunca dejas pasar el tema, ¿verdad? — apenas pudo decir entre risas.
—Lo lamento, me dio curiosidad.
—No, ya no duelen. Al principio dolían, ahora no. ¿Te estás preocupando por mi?
¿De nuevo esa idea? Iba a negarlo, cuando él siguió hablando.
—Lo siento mucho, Sheccid, prometo que no dejaré que me de muchos golpes. Te prometería que ninguno pero los chicos necesitan "espectáculo" — rodó los ojos, haciendo énfasis con los dedos.
—¿De que hablas? ¿Tú te dejas golpear?
—Si.
—Eres un mentiroso, no te creo nada. Es imposible.
Eso era imposible, ¿quién en su sano juicio hacía algo como eso? Exacto, nadie.
—No lo soy. Se supone que debe ser justo. —
—¡Terrier loco Hamilton! — los gritos al igual que las veces anteriores desbocaron en una ola de ímpetu y euforia.
¿Qué conveniente, no?
Debería preguntarles como le hacen para no quedar afónicos luego de tanto griterío. Antes de salir de la columna, Hamilton besó mi frente y guiñó un ojo divertido de que yo lo viera con una mezcla de horror y sorpresa; hizo una señal de que lo siguiera y eso hice, parando a un lado de Tavo. Sabía que habría mucha gente más no en este número. Todos tan amontonados como siempre, si no es qué más.
Tal vez se deba a que es pequeño el lugar. Me dije a mí misma.
—Es sorprendente. — mencioné alucinada.
—Esto no es nada. — oí la voz divertida del rubio — sería genial en la jaula, es una lástima que descubrieran el lugar.
—¿La jaula?
Me incline para mirarlo mejor, Jasso paso su brazo por mis hombros, jalandome en dirección a él.
—No te pierdas, Chibi.
La frustración se apoderó de mi cabeza, esto era lo único que me faltaba. Que los amigos de Hamilton me llamarán con esos estúpidos apodos, por supuesto que no lo son cuando mis amigos me llaman así, bueno sí pero con ellos es tolerable. El chico sujeto con suavidad mis mejillas, regresando mi atención a la pelea, con un: "No puedo decirte", era más que suficiente.
Me detuve en el contrincante de Hache, —¿ya le digo, Hache? Dios mío, esto me está afectando. — era alto. Le sacaba media cabeza a Hamilton, y eso que él era una bestia gigante. Sí eso es malo se volvía peor, porque, del mismo modo le duplicaba la masa muscular. En lo que a mi respecta, veía a un peleador de zumo. Obligue a Jasso que se moviera unos cuántos pasos para poder ver el rostro del chico, hombre o señor; sus facciones eran duras y en su expresión reflejaba que sentía la victoria en sus manos.
Unos segundos me bastaron para deducirlo, rápido, mi cuidador nos regresó al nuestra posición anterior. Hamilton se dedicaba guardarse sus emociones, resguardando tranquilo el comienzo.
—Te recomiendo que te tapes los oídos.
Me llevé las manos al lateral de la cabeza, sosteniendo con fuerza la palma en contra de mis orejas. La sirena se ilumino en tonalidades rojos y blanco brillantes, resonando en todo su fulgor y provocando que, los gritos de los espectadores fuera al tope.
—¿Así que esto es el Hache del que todos hablan?— pude distinguir apenas su voz,— no vas a durarme ni para el arranque— escupió a un lado.
Hamilton sonrió de lado, retándolo. Movió sus labios, no escuché lo que hubiese dicho. Sus músculos fibrosos se estiraron debajo de su piel tatuada en cuanto él y su adversario chocaban los nudillos.
¿Se podrá ser más descuidada? ¿Desde que momento se quito la playera? Tengo el presentimiento de que hace unos momentos en la habitación de arriba ya traía el torso desnudo, madre mía, ¡que vergüenza! Estaba distraída en mis propios pensamientos que en ningún momento me di cuenta que la pelea había iniciado. Para entonces, ambos ya tenían algunas heridas, la de la ceja de Liam había vuelto a sangrar, por su parte, su oponente sangraba de la nariz.
Lanzó un golpe y Hamilton lo esquivó perspicazmente dejándolo en el aire, lo que aprovecho, clavándole un gancho al estómago que si bien lo hizo inclinarse un segundo de dolor, volvió a lanzar un puñetazo más que— de nuevo— eludió, desviándose a la izquierda y llevando su puño contra la costilla del chico, a su vez, dándole la oportunidad de que le golpearan la mejilla, fuera de lo que imaginé, él solo le sonrió provocándolo todavía más de ser posible. La mirada del otro era furiosa, incluso, parecía que quería quisiera echar humo por las orejas y, aumento, cuándo Liam lo retó con un movimiento de brazo, con una mirada que de te decía <<¿Es lo mejor que tienes?>>
Abrumada, contemplé con la boca abierta cómo éste sujeto busca su propia muerte, porque literal eso se reflejan los orbes oscuros de su adversario cuyo nombre ignoro: sed de venganza y de sangre.
El sonido es ensordecedor. En el aire se oye de todo, "¡Acabalo, Terrier loco!" "¡Toro, dale duro!" "¡Dale en su madre al cabrón!" Y muchas cosas más.
De nuevo, el luchador de zumo se deja guiar por el enojo y la emoción, tiró el primer golpe sobre su costado derecho. Liam encajó un gancho en la mandíbula y yo me llevé una mano a la boca, las gotas de sangre podían verse en cámara lenta, sí Jasso menor no me hubiese colocado detrás de él estoy segura mi ropa se mancha. Esto era una pelea letal, me asustaba, Hamilton era un peligro sanguinario. El tipo se balanceo hacia atrás, aturdido y con la visión desequilibrada, al menos, eso creo por sus ojos medio cerrados.
Estaba perdido y él lo sabía, sin embargo, no se rindió. Hizo afán de dar puñetazos, una pérdida de tiempo porque no tardó en caer cuando su pie chocó en su abdomen, derrumbándose de golpe en el sucio piso; trayendo consigo un estallido en la totalidad del sonido a la par qué Tavo tiraba la toalla, intercambiando sonrisas cínicas con Hamilton.
Miré el piso y el cuerpo del chico. No tenía idea de las emociones que corrían por mis venas, sólo tenía presente que no eran para nada buenas. Lo vi en su rostro, él disfrutaba esa paliza. Era un monstruo. Liam se acercó a mí, tomando mi mano sin darme oportunidad de negarme.
—Vamos, Sheccid.
No quería. Algo me decía que después de esto, él no podía ser de fiar. Me negaría, Hamilton y yo no estamos ni jamás estaríamos en la misma sincronía.
—Jasso, iré con Sheccid arriba. — le gritó al rubio, quién, trataba de calmar a los fans de este neandertal.
—No tardes — dijo lanzando una lámpara a sus manos —, iremos a comer algo.
¿Ir? ¿A dónde?
No, Alex. No te dejes guiar por su maldita manipulación del examen, patéalo en sus partes privadas y corre.
A pesar de ser buena idea, no me resultaba muy factible porque él era quién conocía el camino de regreso, además, ya es noche y es peligroso. Hamilton también lo es, pero en mi defensa, no me ha tratado de hacer daño.
—¿Estas bien? — pregunta, iluminando el umbral de la puerta con la pequeña luz de su lámpara.
Esto es lo que detesto de mí, siempre estoy tan metida en mis pensamientos que nunca me doy cuenta de lo que pasa alrededor; sí que tienen razón al decir que soy una descuidada.
—Si.
Entramos a la habitación del principio, casi a oscuras. Me paso una pequeña caja con todo lo necesario, pude distinguir el sudor sobre su frente y la sangre brotar de su ceja y su labio en particular. Cuidadosamente, pasé el algodón sobre su piel, aunque, mis mano emitía una ligera vibración.
—¿Segura que estas bien? — inquirió de nuevo, —, estás temblando.
—Y tú estas muy golpeado.— no era que me importará, se lo merecía. Sólo no me apetecía abordar el tema o discutir con él.
—¿Preocupada? — sonrió con autosuficiencia.
No saben como me gustaría quitarle esta tonta sonrisa ególatra.
—¿Por qué tan callada, chica torpe?
Me mordí la lengua para no responderle, si odiaba sus estúpidos apodos no se comparaba en nada con lo que el ardor que existía dentro de mí cuando hacia exactamente esto, utilizar todos variadamente. No le bastaba con cambiarme el nombre sólo una vez. Ya que estaba decidida a no ceder a su insinuación, opté por oprimir con fuerza contra su piel haciendo que se quejará con diversión arrogante.
—Eres salvaje, Chibi.
—¿Te das cuenta de lo que dices? — estaba alucinada —, ¿acabas de recibir una paliza y te quejas por qué apreté un poco fuerte el algodón?
—Ajá. — respondió restándole importancia.
Rodé los ojos, — Eres imposible, Hamilton.
—Y tú muy repetitiva
Resoplé con frustración, él era la persona más insoportable del mundo. Discutir era una pérdida de tiempo y saliva. Al ver que no diría ya nada, rió victorioso. En ese instante, Jasso irrumpió en la habitación con sorpresa, me miro y, después, le lanzó una sonrisa satisfecha a Liam.
—No sabes cuánta pasta ganamos, Hache.
—Espero que lo suficiente para mi entierro.
La risa de Tavo hizo eco entre las cuatro paredes.
—Si que eres un cabrón, wey. Es más fácil que tú envíes a uno de estos pendejos a que ellos te manden a ti.
—Eso, amigo mío, es exceso de confianza. No olvides que demasiado hace daño. — cambió a un tono más jovial.
Le tendió un gran fajo de billetes, y Hamilton lo metió a su bolsillo. Si que gana bien, ¿a cambio de qué?
—Bien, hay que festejar, ¿no te parece? — propuso, Tav.
—Por supuesto.
—Yo paso.
Ambos me miraron extrañados.
—Oh, no. Tú irás, Sheccid.
—No, no lo haré. — afirme.
—Lo harás. — su seguridad me hacía rabiar más.
—No.
—Ya te dije.
Estaba a nada de explotar.
—Dije que no, y punto final. — me crucé de brazos y alcé mi cara demostrando mi postura.
La mirada de este chico se oscureció, sus facciones se volvieron duras y sus pisadas peligrosas. Un par de pasos eran lo que separaba su cuerpo del mío, quise retroceder —e inconveniente —, su mano me sostuvo de forma desprevenida por la cintura mientras con su pulgar acariciaba mi mejilla.
—Hermano, déjala. — intervino convenientemente nuestro espectador.
Liam lo observó fijamente con expectación, Tavo se encogió de hombros y retrocedió. Esto ya no era sorpresa, cualquiera le temería a Hamilton. No por nada es el chico malo, en verdad, malo. No tiene nada de bueno como los libros que a veces leo, no considero que pueda llegar a ser protagonista, más bien, el antagonista.
—Deja de hacer eso, ya te dije que no iré.
—Vendrás, eso tenlo por seguro.
Fruncí el entrecejo —¿O qué? No me digas, ¿no presentaras el examen de ecología? Tendría un NP, puede que me vaya directamente a extraordinario pero sé que voy a pasarlo con una buena nota.
No quería llegar a eso, aunque si no hay alternativa ni modo. Lo que quiero es bajarle un poco los humos a este Neandertal.
No se inmuta, su expresión estoica realmente asusta —No esta mal, nada mal. Aunque esa no era mi idea, ¿cómo afectaría a tu promedio un seis?
Mierda, no pensé en eso. No jamás he sacado un seis en mi vida, ni en exámenes o calificación. Me siento hiperventilada y sé que no debería reaccionar así, sólo de imaginarlo quiero desmayarme. ¿Qué pasaría? Mi madre me mataría y yo seria una fracasada.
No, no, no.
Al ver que su cometido a dado resultado, esboza una sonrisa falsa de inocencia.
—¿Vendrás, cierto?
—Una hora y ya. — le apuntó con el dedo, su torso desnudo no me ayuda ni un poco. Le arrojo su playera y me doy la vuelta.
Soy patética, jamás había visto a un chico de esa manera, claro, a lo mucho a los de las novelas.
—Claro, Sheccid.
—Bipolar.
—Yo también te quiero.
...joder
Subió por la ventana y después me ayudó subir a mí. Sentir el fresco aire nocturno ha sido lo más bonito que me ha pasado en el día, ahí dentro si no mueres aplastado, bien, podrías hacerlo asfixiado. El calor es espantoso. Distinguí el canto de los grillos entre los distintos sonidos típicos de la ciudad, me gustaba escucharlos, de niña mamá decía que eran tus seres queridos que venían a cantarte en las noches, y a mí, me gusta imaginar que se trata de mi abuelito, en paz descanse.
—Tienes frío. — no se escucho exactamente a una pregunta.
Si.
—No.
Hamilton me miró con indiferencia, cediéndome el paso. En camino a la celebración, verifique las estaciones del metro de la línea rosa, ¿hasta aquí me había traído? Sí que debo estar loca por seguirle este juego.
Gracias a su demente manera de conducir y sus atajos, en menos de una hora estábamos en periférico. Aminoro la marcha lo justo como para no chocar su amada motocicleta contra la acera.
Junté ambas cejas, no era lo que yo esperaba. En efecto, la calle estaba situada por muchos jóvenes que a lo mucho tendrían veinticinco años. A lo largo, habían muchas cafeterías y bares con luces de diferentes colores sobresaliendo a través de los vidrios, música contrastando con la de lado, mesas afuera y adentro. Los carros y motocicletas estacionadas cerca de los locales y de una pequeña plaza.
Delante de la puerta de uno de los establecimientos, un par de hombres —uno robusto y el otro delgado — el primero con un pendiente en la oreja y el segundo bajo la boca, hacen esperar a un grupo de chicos para revisarles la identificación. Di un brinco al sentir el brazo de Hamilton detrás de mi espalda, atrayéndome a su cuerpo. Detestaba que fuera mucho más fuerte que yo porque me era imposible zafarse de su agarre.
—Hamilton, no creo que me dejen pasar — le susurre, los guardias pedían la INE. —, aun me veo muy pequeña.
Era cierto. Los que recién me conocían, siempre que intentaban adivinar mi edad se iban por catorce o los quince años.
—Tranquila, vienes conmigo.
—¿Y eso qué?
Vale, admito que la cara de éste chico es de pocos amigos y hay manchas rojas en la tela de su camisa, pero no creo que les asuste por más buen peleador que sea, ellos son dos, Viruta y Capulina en versión moderna.
Uno de ellos lo ve, cambiando unos segundos su semblante.
—Hache. — mueve la cabeza conforme un saludo.
—Simón, Serch... — los saluda con un movimiento de mano.
¿Los conoce?
Si seré idiota, claro que los conoce. Este sujeto se la pasa en fiesta en fiesta, típico chico malo. Ahora me cuestiono si categorizarlo como un bad Boy es lo correcto, también podría ser un fuckboy, ya saben ese vale madre que ve a todas las chicas como un trofeo sin importarle lo que sienta.
—¿Hoy a quién le ganaste?— y el otro quita se mueve de la entrada con una sonrisa.
—A Tristán del colegio Montes.
—¿Al toro? Debió ser buena la pelea.
El delgado me ve y le hace una señal a Liam, frunce su ceño. ¡Lo sabía! Le dije que no me iban a permitir la entrada.
—Viene conmigo.
El gorila me inspecciona de arriba a abajo, luego sonreír con perversión, maldito cerdo.
—¿Es tu nueva conquista?
—¿Quieren que les meta el puño en el culo, idiotas? — su amenaza asusta, aunque, a mí me da alivio.
—Pasen.
Algunos de ese montón protestas, lo hacen en voz baja escondiéndose entre ellos. Conforme pasamos por su lado, los guardias vuelven a mirar con hosquedad al rebaño. No quiero ver a Hamilton, algo me dice que el egocentrismo puede verse claramente en sus facciones.
Volteo a todos lados, inspeccionando el lugar. La música se oye en lo alto, ¿reggaetón? ¿electrónica? No... es una combinación de ambas, tal vez, moombahton. En la barra, grupos de chicas y de chicos gritando e intentando hablar entre ellos, las luces de colores fosforescentes se refleja claramente en los rostros de quienes bailan en la pequeña pista, jamás he ido a un antro pero siempre me lo imaginé así, por supuesto, mucho más grande. Hay quienes saludan a Hamilton, así que, supongo suele concurrir este sitio con frecuencia.
¿Ya será mayor de edad? No me sorprendería que no lo fuera y lo dejaran pasar, digo, es conocido en el bajo mundo. Y se ve mayor, tal vez de unos veinte o diecinueve.
—Vamos a arriba.
No tengo otra alternativa que seguirle, caminamos entre la multitud. Como desearía beber una cerveza, ni modo, tendré que aguantar, porque con éste tipo ni loca. Me siento segura en sus brazos, me cuida de que nadie me empuje y me cubre de los hormonales bailarines. Subimos unas escaleras metálicas, el ambiente es más relajado son nulos los que están bailando en medio de la terraza.
—¡Liam! — salta una chica.
La conocía. Recuerdo haberla visto el día de la carrera, aunque no recuerdo su nombre y tampoco me interesa.
—Lyra. — acaricia su espalda, la chica enreda su piernas alrededor de su cintura.
Quiero vomitar.
—Fuiste muy malo hace rato, Terrier — se acerca una morena de ojos bonitos.
¿No tiene frío?
Yo no podría usar lo que ella, un top elástico amarillo combinado con una falda de cuero negro, unas alpargatas negras y un bien delineado labial rojo.
Mierda, me siento muy incómoda. Digo, para mi gusto se ve extravagante o estoy celosa porque ella si puede llenarlo y yo soy más plana que la tabla del uno.
—¿De qué hablas? — le sonríe.
Si iba a zorrear, me hubiera llevado primero a casa.
—Quise felicitarte, — muerde su labio — y te fuiste. Yo podría haberte curado, mira tu playera.
—¡Aléjate! — exige la tal Lyra.
—Tú bájate, Ly, esta bien que Hache sea musculoso pero una ballena no pesa como una pluma.
Ruedo los ojos. ¿En verdad? ¿Se van a poner a pelear por éste?
Lyra se baja, encara a su compañera y presiento la tercera guerra mundial, nah... a lo mucho una pelea de gatas.
—Hache, trajiste a tu amiga. — interviene una chica en el fondo de la mesa.
Creo que también la he visto antes, ¡claro! Es la chica que me llevo detrás del árbol a cambiarme la blusa.
—Otra vez. — reconozco esa horrorosa voz, es el naquete ese artificial. Me desagrada, y por lo visto, yo a él.
—¿Quién es ella? — cuestiona la rubia de cabello bonito.
—Es mi Sheccid. Sheccid, ella es Rebeca. Ya conoces a Graciela, a Lyra y a los chicos.
No como tal, aunque tampoco me interesa. Me limite a hacer un gesto con la cabeza. Tomamos asientos en unas cuántas sillas que nos acercaron, no miento al decir que quería que la tierra me tragara, las dos chicas me miraban de arriba a abajo con asco al igual que Israel y Aurelio, ¿sabrán que escuche su conversación?
—¿Y María? — pregunta.
—Liam, ya sabes que a ella no le gusta mucho esto y me dijo que tenía exámenes.
—Todos sabemos que es una excusa — llegó Tavo con su hermano, Andrés.
—Si, con el único que le gusta salir es con Liam. — hizo burla Graciela, Hamilton sólo negó con su típica sonrisa.
—Y dinos, Hache loco, ¿por qué, Sheccid? — interrogó uno con el pelo corto y bíceps abultados.
—Búsquenlo
Todos me miraron haciendo que me encogiera en mi asiento, respondiendo con un movimiento de hombros: "Eso mismo me dijo"
—¡No ha de significar nada! — se apresuró la pelirroja, rozó su cuerpo al de Hamilton acariciando su abrazo —. Mira, — le mostró el mismo anillo de la vez pasada — es mi favorito.
—A mí me regaló unos pendientes divinos. — se ríe Graciela, advertía que lo hace para hacer más ameno esto para mí, cosa que le agradezco sinceramente.
—Ese chico de ahí — susurro en mi oído, señalando al de los bíceps, —, se llama Renzo.
—¿Y tú no tomas, Sheccid? — gritó el susodicho.
—¡Ey!, solo yo la puedo llamar así. — advirtió Liam.
Renzo sonrió y alzó las manos a modo de paz, —Vaya, una chica buena.— me dice primero y luego a Hamilton— ¿Entonces, como se llama?
Estoy a punto de decir mi nombre —Al...—
—Chica torpe, Pikachu, Chibi y... — empezó a recitar Israel.
Me sentía como un pez fuera del agua, yo no pertenecía a ellos, eso era obvio. Por Dios, mientras ellas tenía cuerpos hermosos y vestían la ropa que me gustaría usar, yo iba con unos jeans viejos, una playera que le he quitado a mi hermano —grande y con el logotipo de una banda inglesa—, tenis blancos, suéter verde claro y una coleta con unos mechones sueltos. Éramos totalmente diferentes, nuestro mundo, nuestras amistas... ¿por qué se aferraba?... Hamilton me molesta con esos absurdos nombres, pero si ellos también lo hicieran no creo poder soportarlo.
—Israel. — gruñe con voz ronca y enfadada.
El chico se sorprendió al escucharlo musitar de esa manera su nombre. Sus orbes claros se veían oscurecidos por las luces, y en cambio, podía verse ese destello explosivo y peligroso.
—Lo siento.— se remueve con incomodidad en su asiento.
No lo decía por mí, nunca me miró, si no se dirigía él.
—Alex, su nombre es Alex.— respondió Hamilton, dando un trago de su cerveza.
—Bonito nombre.— comentó Renzo, abriendo una indio— ¿Segura que no quieres una?
Moví la cabeza en un negación, por supuesto que quería una, aún no estaba segura que ellos fueran de fiar, además, luego del examen no tendría más contacto con ninguno de ellos, regresaría a mi vida normal.
—¿Alex? ¿Ése no es nombre de niño?— habla con mala cara, la pelirroja.
—También me lo ha parecido a mí.— le secunda la otra barbie.
—No.— corre, Graciela en mi defensa.
Miro consecutivamente a las tres ninguna me deja decir nada, hablan entre ellas y se mandan malas miradas discutiendo sobre mi nombre.
—Claro que si. Es de hombre o un simple mote.— gruñe Lyra.
—No necesariamente, es un nombre unisex.— mencione lentamente, recibiendo la mirada de todos los de la mesa. Mis ojos se clavan en el porta-servilletas.
—No, sigue siendo de niño. Dinos, "Alex"— nombra con una voz masculina empalagosa y chillona—, ¿nunca se han burlado de tu nombre?
Si. Los estúpidos niños de primaria y secundaria, todos unos inmaduros.
—No.
—¿Por qué no, Alejandra?, es más bonito y común. Alex no es...
—Bueno, podría tener esa charla contigo, si te soy sincera no sería muy factible intentar explicarte, dudo que lo entiendas cuando lo que buscas es molestarme. Tranquila, te puedo pasar el número de mi mamá, ella podría explicarte. Te advierto, es mucho menos tolerante, detesta a los ignorantes.
Yo no quería insultarla, sin embargo, ella se aferro y yo no pude seguir callando.
Los chicos empezaron a reír a carcajadas, si las miradas matasen ella ya me hubiera enviado cien metros bajo tierra.
—Claro, yo podría darle clases de distinción de género. — movió atrás su cabellos, y bebió de su cerveza con victoria
—A mí me gusta.
—¿Qué dices, Liam?
—Que a mí me gusta. Alex es un bonito nombre, ya no debe pelearse por los motes. Que envidia, Sheccid.
Debe estar jugando, dice eso y me llama como se le pegue la gana.
—Cállate, Hamilton. A ti lo que te sobran son motes.— su burla Jasso menor, a punto de atragantarse con la cerveza.
—Si, y todos te quedan.— le guiña un ojo la rubia, no es muy difícil saber lo que sus ojos buscan: sexo.
—Que hipócrita, Liam— da un gritito empalagoso la pelirroja—, no puedes decir que te gusta su nombre, sí se lo cambias por uno más raro.
Liam se limita a dar un trago a su cerveza, pasa su brazo detrás de su hombro
—Sheccid o Alex, sigue siendo ella.
Esta situación no era la mejor en la que me haya encontrado, las dos chicas hormonales me querían lejos.
—¿Y tú no puedes defenderte.
—Rebeca, déjala ya. La chica quiere estar tranquila.— se encarga Jasso mayor de poner el orden.
Esto demasiado para mí, estoy muy disgustada. Les desagrado y el sentimiento es mutuo, no estoy por decisión propia y menos debo aguantarlas, levantándome un poco al oído de Hamilton, susurro rozando mis labios en la piel de la oreja —¿Dónde esta el baño?
Se giro de imprevisto, quedando a un par de centímetros,— ¿Quieres que te lleve?
Me alejo, —No, solo dime.
—Graciela, llévala.
¿Qué? ¡No! Yo soy capaz de ir pof mi cuenta, ¿por qué debe importunarla? La chica quien reía y bebía, le regala una sonrisa amigable y se levanta.
—Vamos, Sheccid.
—¡Ey!
Graciela le saca con diversión la lengua, y Hamilton entorna los ojos en blanco.
—No es neces...
—¡Tonterías!, vamos, yo necesitaba una excusa para ir a orinar, tanto alcohol explotará mi vejiga.
Me sorprende que lo diga como si nada, a mí me daría mucha vergüenza.
—Vamos.
Bajamos, el lugar esta atascado, no me quiero imaginar como sería un antro, pese a que quisiera ir alguna vez a uno.
—Les he dicho a Andres y a Darién que este lugar ya es muy pequeño,— resopla al ver a todos los asistentes.
Abro los ojos como platos— ¿Estás diciendo que este lugar es del hermano de Hamilton?
—Y de Jasso, ellos se conocen desde hace años, digamos que fue Darién quien le ayudo a montar los negocios.
¿Negocios? ¿El lugar? ¿Las carreras? ¿Cosas ilegales? A lo mejor, ella podría decirme porqué los hermanos tiene diferente apellido y dónde están sus padres.
Tengo curiosidad de preguntar, al final, prefiero no hacerlo.
El baño esta a un lado de la barra, al contrario de lo que pensé por las entradas pequeñas, el sanitario es espacioso y bastante limpio.
—Que bien, están vacíos.— vocifera felizmente, corriendo a uno de los cubículos. En realidad, yo no tenía ganas de venir, quería alejarme. Me miro en el espejo, mis labios con un ligero pintalabios rosa.
—Que mierda.— estar en un sitio donde tu no quieres estar y a la mayoría le desagradas es horrible.
—¿Estás bien?
—Si,— me eché un poco de agua en el rostro y la miré, —regresemos.
—Me gusta tu cabello.
—¿De verdad?, es horrible. A mí me gusta el tuyo, es muy bonito y seguro más domable que el mío.
Graciela se ríe— No es cierto, es muy bonito, yo de niña quería mi pelo ondulado. Me gustan tus puntas.
—En un principio, las puntas eran violeta, pero el color se cayó en una semana y quedó color paja.
—Muy rápido— murmura impresionada,—¿Es negro natural o te lo tiñes?
—No, es negro natural, solo pinte las puntas.
—Es muy oscuro, es genial.— dice, alzando su pulgar.
—Vamos.
Bien, ella es agradable.
Salimos del baños, y se detiene delante de la barra para susurrar algo en el oído del barman. Esto es para largo, me iría yo misma pero ella me ha pedido que la espere y no hacerlo sería grosero.
Aquí se están amontonando demasiado, así que, voy al otro extremo y me recargo en una de las columnas para no estorbar, entonces, unos chicos me empujan y siguen sin pedir disculpas.
Majaderos, esperen, los conozco. Son los amigos de Hamilton.
—Ya no lo soporto,— rezonga uno de los dos,— es un pesado y más cuando esta con esa niñita.
—Debes hacerlo si quieres que nos siga dando dinero. — ése es el tal Aurelio.
—Ésta vez, me dio menos.
—¿Qué esperabas? Al muy idiota le ha entrado ese fetiche de las niñas, esa se parece mucho a una de secundaria. — se ríe,— Vamos, Isra, no es que no tengamos dinero.
—No pienso gastar mis billetes, ese pendejo recibe muchos en cada pelea. Los ingleses son ricos, ¿no? Que nos pague por salir con él, con su historial nadie lo quiere.
Idiotas. Eso no es cierto, sus fans lo quieren, digo, es un cariño superficial porque lo hacen por recibir sus ganancias o porque las chicas que las lleve a su cama. Para, Alex, el chiste aquí es que si es querido por otros.
—¿Cuánto te dio?
—Mil.— saca dos billetes de quinientos. Blasfemia en contra de Hamilton.
No es la primera vez, ellos son los chicos con los que se junta en la escuela y son los que peor hablan de él. Pobre.
Sin ganas de seguir escuchándolos, me regreso con Graciela y subimos, a mitad del camino, en las escaleras nos encontramos con el rey de Roma bajando las escaleras.
—¿A dónde vas?
—Afuera,— me mira y jala de mi brazo— ven, Sheccid.
¿Ya nos vamos?
Con un rápido "adiós" para ella, salimos. No en dirección a la moto, si no, a una tiendita donde compra una caguama de Corona y dos vasos. Mis cejas se unen sin entender cual es su objetivo.
—Lo siento, creo que mis amigos te han incomodado un poco.
Demasiado, diría yo.
—Descuida, lo único que quiero es irme a mi casa.
Sus pasos nos dirigían a esa pequeña plaza, era un parque hermoso, tomado por los jóvenes.
—Prometo que en un momento te llevó, solo media hora.
Miré el celular que me dio, va a dar las ocho.
—Esta bien.
Nos sentamos cerca de las escalera, abre con un encendedor el corcho de la botella y sirve la cerveza en cada vaso.
—Hasta las chicas buenas, deberían tomar alguna vez, ¿no?
—No necesariamente.— reí.
—Bueno, pero las chicas buenas no desprecian la amabilidad de otros.— agrega, tendiéndome el vaso lleno.
Lo pienso unos segundos, Vamos, Alex, lo deseas, bebe un poco. Haz visto cuando abrió la botella.
—Bien.— lentamente lo acerco a mis labios, hasta dar un sorbo del mismo.
—¿Ves?, no es tan malo.
Es delicioso.
—No, supongo que no. —reí un poco dando otro sorbo.
Joder, esto sería perfecto si tan estuviera con mis amigos de fiesta.
¿Que me diría mamá o mi abuela si me vieran tomando en vía pública con un chico tatuado?
Lo pienso y no puedo evitar sonreír al imaginar a mi mamá con la chancla en la mano, recitando las reglas de comportamiento de una señorita. Y a mi abuela con el ceño fruncido, negando para después ponerme a rezar.
—¿En que tanto piensas?, — cuestiona con el entrecejo fruncido.
—¿Acaso tengo prohibido reírme?— enarco las cejas.
Esboza una sonrisa, mostrándo sus blancos, brillantes y alineados dientes, dejándome una fracción de segundos aturdida. Le miro con atención. Tiene el cabello largo, despeinado, tirado hacia atrás por el viento de la noche o tal vez, por la pelea. Su piel no es extremadamente blanca, pero es más clara que la de cualquier mexicano. Sus ojos, hipnóticos. Es guapo, demasiado guapo. Si tan sólo no tuviera esa pinta ni fuera como es, sería perfecto.
—No. — dice muy sonriente — Me gusta cuando lo haces.
¿Esta intentando seducirme? Porque no lo permitiré.
—Casi nunca lo haces.
—¿Sonreír? Claro que si, sólo que no me rió por las idioteces inmaduras como otros. Hay mucho más que reírse de vídeos estúpidos que suben de la mala suerte de alguno o porque otros quieren.
—Concuerdo, a lo que me refiero es que nunca te ríes conmigo, es raro que lo hagas.
Esto es extraño. Él es muy extraño.
—¿Eres muy bipolar, verdad?
—¿Qué? — suelta una estruendosa carcajada, y deja su vaso a lado. —No, ¿qué te hace pensar eso, Sheccid?
Pues, le diré...
—Hamilton. — lo saludan un par de chicos —¿vas a correr?
¿Correr? Ah, ya entiendo. El muy desgraciado me ha traído a otra carrera, ¿no le bastó con lo que paso la otra vez?
Le dedico una mirada de reproche, entiende rápido, y se apresura —No voy a correr, sé que necesitas tiempo para volver a asistir a una.
¡¿Quién le dijo que yo quería ir?!
—Además, si lo recuerdo, iré en busca de esos hijos de puta que te lastimaron. — arrastra entre dientes, dando un puñetazo al escalón. Auch, hasta a mí me dolió.
—¿Por qué haces esto?
—Eres mi amiga.
¿Si? ¿De dónde demonios sacó eso?
—No tengo muchos amigos, ¿Sabes?
Porque eres un lunático que lo único que busca es golpear. Das miedo.
—Por alguna razón, la mayoría me teme.
¿Qué esperaba? El primer día de clases golpeó a un profesor, ¡un profesor! Sabemos lo que les ha hecho a sus anteriores compañeros. A nadie le gustaría relacionarse con un violento, claro, a excepción de dos oportunistas.
—A pesar que la mayoría me habla, hay quiénes me evitan, Aurelio e Israel dicen que es respeto y envidia. Gracias a ellos la escuela es más tolerable, sus amigos son los míos.
Debes decírselo, Alex.
—¿A qué te refieres? — juego con los dedos de mis manos.
—A que ellos fueron los primeros en dirigirme la palabra después del incidente con el profesor. — se rasca la nuca, aunque, sin pizca de remordimiento. Sabe que no fue un accidente. — Haz sido la primera persona que ha ido a verme a mi casa, eso es lo que hacen los amigos, ¿cierto.
—Si de algo te sirve, habían muchas chicas que querían dejarte la tarea. — encojo de hombros.
—Probablemente, siempre he mantenido una mejor amistad con las chicas.
¿Amistad? Dudo que acostarse con ellas lo sea.
—No me importa que los demás se vayan a la mierda, ellos son mis amigos.
Ya no puedo callarme.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Termina el contenido de su vaso y se sirve más cerveza — Hazla.
Tú puedes, Alex. No eres una cobarde.
Tomo aire, —¿Por qué les das dinero a los chicos?
Me mira extrañado —¿A los chicos? Oh, te refieres a Aurelio y a Isra.
—Si.
—Porque son mis amigos y tienen problemas.
—¿Cuáles?
—Ya te lo había dicho, Sheccid — lo sé, pero si quería abrirle los ojos necesitaba que él mismo se diera cuenta. Si es muy inteligente, ¿porqué no lo ha hecho aún? —Isra tiene muchos problemas, su madre perdió el trabajo y ésta enferma, su padre los abandonó y no puede con todos los gastos siempre.
—¿Entonces, qué hace ahí dentro de ese bar?
—¿Qué insinúas?
Relamo los labios, mis nervios están a flote —Que, probablemente, tú seas el único que ve esa amistad recíproca. — espero a que diga algo, cuando no lo hace, continuó— Desde que salimos, he visto que siempre le das parte de las ganancias de tus peleas, sé que quieres ayudarlo, pero... ¿y si no es cierto lo que te dice? —
No quiero hacerlo, es difícil. Tal vez, no sea santo de mi devoción, sin embargo, lo que ellos le hacen es una porquería, ni siquiera él se lo merece.
—Hamilton, no creo que los verdaderos amigos deban aprovecharse de sus "amigos" por su dinero. Supongo que antes de eso, es preferente estar sólo.
La sonrisa que poco a poco se había esfumado —según — inicie hablar fue sustituida por otra irónica y amarga. Sentí el líquido caer en sobre mi cabeza, bajando por mi cabello y mi rostro a mis hombros, estaba frío. El sabor a cerveza se mezcla sobre mis labios entre abiertos, ni siquiera lo vi venir.
—Eres una persona vacía, amarga, sin ningún sentido de pertenencia. — declaró duramente — Por eso todos te abandonan.
Estaba parado frente a mí, recreando una escena de superioridad e inferioridad, no señor.
Sin detenerme a pensar, actúe conforme a mis instintos e impulsos. Y así como él, le arroje el contenido del vacío recién lleno al rostro. Cierra los ojos durante el milisegundo en que el líquido cae contra su cara y al abrirlos, pude ver furia.
—¿Quién esta más vacío, Hamilton? ¿Yo o aquel que no se quiere dar cuenta de lo obvio? ¡Abre los malditos ojos! Éstas tan solo que debes comprar amigos para llenar un poquito tu ego.
—¿Ego? Tú eres la única estúpida aquí. También eres envidiosa, te arde que yo si tenga amigos y que la mayoría de la escuela me conozca mientras tú eres una Don nadie.
Era consciente de que era cierto, yo no hablaba con casi nadie en el colegio, en cambio, no entendía porque dolía que él lo dijera de esa forma estoica y abrupta.
—Y te queda perfecto ese papel, porque no eres nadie. A pesar de que otros quieran acercarse a ti, tú siempre los alejas y por eso te vas a quedar sola.
Estaba llena de rabia, las palmas de mis manos dolían por tener mis uñas clavadas en la piel. Yo sólo quería ayudarlo.
—Te lo dije porque me das lástima. Tal vez tengas razón, pero prefiero quedarme sola antes de acabar como tú. Sólo eres un imbécil que golpea todo lo que ve, arruinas la armonía de los demás con tu simple presencia.
—No sabes lo que dices.
—¿No?, claro que sé. ¡En ningún lado te quieren!, por nada te la vives de un colegio a otro.
—Cierra la boca.
Quiero hacerlo, mi mente dice que es lo correcto. Pero, mi boca ni mi voluntad planean obedecerle. Una sencilla frase suya me había herido, ahora, quería regresarle el favor, ¿por qué? Yo no soy así.
—El ególatra siente que pierde la arrogancia, sabes que tengo razón, Hamilton. Eres un maldito desastre del que todos quieren huir. Estoy segura que ni tus papás saben que hacer contigo. Eres un estúpido niño con aires de grandeza, podrás tener la cara de un chico malo pero, en realidad, sólo eres patético.
Ni siquiera vi cuando levantó su mano ni cuando tomó la distancia, sólo sentí el fuerte impacto en mi mejilla derecha. No puedo decir que es la primera vez que recibo un golpe de un hombre, porque también estaba el día de la carrera. Me desequilibro, mi oído palpita y el ardor repentino hace que luego, luego coloque mi mano encima de mi mejilla. Puedo degustar el sabor metálico de la sangre dentro de mi boca.
—Cierra la maldita boca. — estaba enojado y paralizado, como si no se sintiera orgullos pero tampoco ofreció disculpa.
Los ojos se me anegan de lágrimas a causa de la rabia, la misma que habitaba dentro de mí. No supe como logré no soltarme a llorar del maldito enojo. Él sólo se dio la vuelta y comenzó a caminar lentamente, olvidándose de las miradas y el murmuró. Por este momento ya no me importa nada. El bonito celular rosa no tenía la culpa, lo arroje con fuerza a su espalda, logrando que se girara e intercambiara miradas entre el aparato y yo.
Ese no había sido mi comportamiento habitual, algo ardía en mi interior.
—¡Idiota! — grité.
Me conocía. Sabía que después de todo el enojo pronto llegaría el bajón y, al final, no tardaría mucho en echarme a llorar. Por eso, antes de que llegará llegará esa fase, me doy media vuelta y camino, rápidamente, con la cara en alta. Aunque no tardó mucho en acelerar el paso como en bajarla hasta correr. Todos lo conocía aquí, lo admiraban y le tenían respeto. No quería salir golpeada, herí su ego, sinceramente no me arrepiento porqué espero que, al menos, lo haga pensar y se de cuenta de que esos chicos no son sus amigos en verdad y les ponga un alto.
No tenía una idea exacta de en donde estábamos, aunque, si pasamos por periférico no estaría demasiado lejos de casa. Estaba hecha un lío. Mis ideas, mis nervios y mi autocotrol, mi persona, bueno, toda.
Sólo me detuve cuando mi cara chocó con algo o mejor dicho alguien.
—¿Alex?
Subí la cabeza, la opresión en mi pecho duele de tanto hacerme la fuerte, como si un cinturón te comprimiera, deslizándose hasta el estómago creando un cosquilleo totalmente desagradable.
—Fernando.— no pude más, me lancé a sus brazos y me deje caer en llanto. Ya estaba desquebrajada.
No creía en los príncipes de los cuentos de hadas, después de los diez años había abandonado esa idea. Por más que amara leer infinitamente las novelas de los romances perfectos, era consciente que lo que se escribía entre páginas sólo era el producto de la imaginación de una gran escritora, no existían. Las relaciones no nacían así de fácil, si no, se cosechaban poco a poco. No obstante, yo no veía a Fernando como un príncipe. Él era un caballero, uno que siempre estaba cuando yo más lo necesitaba.
—Tranquila, yo estoy aquí. — susurro acariciando mi cabello.
Me aferré a él de la misma medida en que lo hacía con mi almohada en mi soledad.
Él era perfecto para mí.
Hamilton era mi contrario, y hoy lo demostró. Acepto que no estoy orgullosa de lo que le dije, sólo quería ayudarlo y todo se fue por el caño, él reaccionó mal y yo también. Las historias mentían, los chicos malos y las chicas buenas no se llevaban, Liam Hamilton y yo no pertenecíamos a la misma.
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¡Hola, hermosuras y preciosuras!
Uff... lamento si el capítulo les resultó largo o tedioso, si fue el caso lo siento mucho.
Espero que les haya gustado, en verdad, sé que ella no actuó de la mejor manera, ¿verdad?, ninguno lo hizo, en realidad.
¿Ustedes que opinan?
Espero subir el otro pronto, no se olviden seguirme en instagram, jajaja sólo si quieren. He subido un pequeño fragmento del quizás booktrailer de esta historia, la verdad soy pésima.
¿Alguien más ama a Pikachu o soy la única? Al verlo me quitó el enojo que sentí por todo lo que se dijeron y la cachetada.
Me encuentran como Isis_Alx
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