El Alfredo:



"Por el poder que me confiere los likes de unos cuantos desconocidos, yo los declaro Marido y... No se puede acceder a esta página web... No se puede acceder a esta página web... No se puede acceder a esta página web".

Alfredo le daba y le daba al mouse como cuando jugaba al Fornite, pero no había caso. La computadora le mostraba el mismo circulito gris, arrastrándose con lentitud al borde del suicidio, y luego la condenada noticia: Él no podía acceder.

Entonces, pensó un poco las cosas, se rascó la papada, y con gesto solemne se enderezó en el asiento.

—¡MAMÁ! ¿APAGASTE EL INTERNET? —Se giró con la cara en dirección al living.

No, él no era el canchero moderno que llamaba "Mamá" a su novia (por más incestuoso que suene), él era el canchero moderno ortodoxo, el que vive con su madre.

—¡NO, ALFREDITO! —La pobre señora tosió para sacarse la muerte de encima, y prosiguió— EN LA TELE ANDAN DICIENDO QUE HUBO UN BAJÓN DE LA RED.

—¿QUÉ? —Se volteó un poco más, usando sus piernas para mover las rueditas.

—¡QUE EN LA TELE ANDAN DICIENDO...!

—¡NO TE OIGO! —Frunció el ceño.

—¡EN LA TELE...! —La doña a punto de sufrir una aneurisma.

—¡MAMÁ, NO TE OIGO, VENÍ! —Resopló. Y sí, la vieja gritaba como si le fuera a entender, pero qué mujer más bruta.

Al rato apareció, flaquita, con los lentes culo de botella y una sonrisa de orgullo enfermizo al ver a su retoñón.

—En la tele dicen que no hay Internet, Alfredito...

—¡Que no jodan! ¿Y cuándo lo arreglan? —Tenía ganas de romper la pantalla con puño cerrado.

—No se sabe, hay que esperar... Podemos pasar tiempo en familia, me podés llevar a lo de Anita, que no la he visto en...

—Qué espantoso —se sostuvo la cabeza— parece mentira, ¡estaba haciendo algo importante!

La mujer le echó una miradita a todos esos papeles arrugados alrededor del escritorio, y a ese frasquito que la miopía no le dejaba ver bien qué era, gracias a Dios.

—Bueno, en mis tiempos las cosas se hacían a mano, no sé si me entendés —. Sonrió y dispuso a irse, pero su hijo la detuvo.

—Ma, ¿me traés un refuerzo?

—Si, mi amor, ¿con qué lo querés?

—Mortadela, huevo duro y mayonesa —recordó que el médico le había dicho que con el colesterol que tenía, se iba a morir pronto— y una hoja de lechuga —ahora sí.

Se puso manos a la obra, metiéndose en el papel de amante desesperado, el romántico de joven espíritu inquebrantable, que realiza hazañas por el amor de su vida.

En otras palabras, le mandó un mensaje de texto.

"¡Amor! ¿Estás bien? Se ha caído el Internet, no creas que escapé de nuestro compromiso".

Recibió una respuesta casi instantánea.

"Sí, estoy bien. Oh, cariño, tenía tanto miedo de que me rechazaras. Aquí tampoco hay Internet, ¿qué podemos hacer?"

Ella era colombiana, él era uruguayo. Ella tenía 20, le encantaban los delfines, y tenía un físico lleno de lunares, con curvas, absolutamente divino. La pobre vivía con su padre, un hombre abusivo y sin trabajo, que la tenía poco más que como esclava sexual.

¿Él? Tenía 24 (42 al revés, muy inteligente), amaba hacer deportes, era el próximo heredero de un viñedo altamente conocido (que hasta tenía su canción pegadiza y todo) y poseedor de un auto deportivo.

"Vamos a casarnos en persona, nuestro amor es más poderoso que todos los soles del Universo. Pronto, amor mío, tendré tu pequeña cintura entre mis dedos".

"Voy a seguirte a donde sea. Te haré el amor, besando cada parte de tu marcado cuerpo" él se acarició los rollos de la prominente panza en un jadeo "tiraré de tu frondosa cabellera para hacerte mío," se pasó una mano por la pelada y soltó un chillido de lustre "te amo, SeXXX".

"Y yo a vos, DulceAss. Nos reuniremos en Las Vegas para el matrimonio, quedate tranquila, mi vida, que todo estará listo para tu llegada. Luego hablamos".

Alfredo se levantó súbitamente y salió directo al garaje. Su madre tenía el refrigerio listo, lo tomó de una y se lo llevó a la boca.

—Ma, me tengo que ir, no me esperes temprano —. Cerró la puerta.

Buscó las llaves de su coche, y luego abrió la portezuela para meterse, no sin esfuerzo, en el lado del conductor. Su Volkswaguen escarabajo del 64 roncó como si tuviera cáncer de pulmón, largó una humareda profunda, y marchó "deportivamente" hacia el aeropuerto de Carrasco, en el departamento Canelones.

Tardó más o menos cuatro horas en llegar, sin mencionar que el auto casi no cuenta la historia. Como que la culpa la tenía el motor, pero también, ir inclinado hacia un lado todo el camino, pobre fusca... Bueno, el punto es que estacionó a lo loco y fue a comprar el boleto de ida a Estados Unidos, para ir directito a Las Vegas.

O eso pensó el tarado, porque nunca había viajado al exterior y, ni modo, creyó que sería como el bus del centro.

Todo frustrado, se fue a sentar. Ya le dolían las rodillas y comenzaba a sudar a chorros, eso de correr doscientos metros era demasiado, y más, cargando la bolsa de medialunas que había comprado hacía un rato.

Cuando estaba por hacer un berrinche injustificado, recibió un mensaje de su amorcito.

"¡Hola, cielo! Te tengo una sorpresita, no quería decirte hasta luego de la boda, pero me estoy hospedando en tu Capital, espérame un ratico en esta dirección, no te arrepentirás ;D".

Abrió los ojos a lo grande, allí abajo estaba la dirección y el nombre de lugar: "Motel el Jardín, habitación 202".

Uy, la cosa se iba a poner caliente.

Alfredo fue, todo esperanzado.

Entró al cuarto.

Alfredito estaba feliz.

Alguien ingresó.

Se miraron.

Y Alfredito se encogió en sí mismo.

Claro, si estaba viendo a su madre en babydoll.

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