Aliens...


Alienígenas por doquier, la humanidad al borde de la extinción. Un hombre excesivamente musculoso y hábil llamado John, protegiendo con su propia y valiosa vida (porque resulta que es poseedor de un chip lleno de lucecitas y poder nuclear que NADIE, NADIE ha querido usar antes, pero que puede salvar al mundo... Sí, y lo tiene John en el bolsillo) a la niña más débil, dependiente y enferma que pudo encontrar. Claro, porque una niña con una enfermedad terminal, es todo lo que necesitas para hacer de tu hazaña, una todavía más memorable. Genial, vamos, derrota a los aliens, halla la cura contra el cáncer. ¿Por qué no, Jhon? Te doy mi apoyo.

Afortunadamente, Jhon no está solo, lo acompaña un veterano militar afrodescendiente que tiene cara de Will Stmith y es experto en armas, y un gordito científico que es el más inteligente, y que comenta chistes en los momentos de tensión. Le dieron la opción de permanecer en el laboratorio para continuar con la investigación y realizar una estrategia, pero prefirió rodearse de peligro porque, total, la ciencia está sobrevalorada.

Los cuatro (Marie, la niña rubia y moribunda, siendo dramáticamente cargada por Jhon) van por pasillos oscuros, ya que el edificio con tecnología de punta en el que se encuentran, no tiene ningún tipo de generador.

Luego de bajar como cuatro escaleras metálicas que hacen más ruido que elefante fornicando, se topan con una puerta que aparenta ser compleja, pero bueno, que se abre igual que las del super.

Exacto, la luz para qué la quiero.

Llegan sanos y salvos al panel de control. O eso parece, pues el científico, que se supone que tiene un IQ decente y que es consciente de la situación, deja caer accidentalmente un matraz de la mesa.

Y los extraterrestres, como no, aparecen en hordas salvajes.

Ah, porque no son sensibles al sonido estridente de las escaleras, no, tú tiras un alfiler y se te vienen encima. No me jodan, aliens, no me jodan.

Retomando. Will...digo, el veterano militar, agarra un arma y comienza a dispararles a la cabeza (contar con una cabeza es algo universal), acabando con unos cuantos. (Me faltó agregar que los locos estos vinieron en una nave, ¿cómo mierda le hicieron, si sus cerebros sólo les dan para gruñir y destrozar gente? Cuestiones filosóficas).

Jhon patea a otros en la cara, dispara, se agita, se revuelca.

El científico se arrastra entre gritos mientras es devorado por cuatro.

¿La niña? Regia.

Al final logran salir tres y dos cuartos. El científico escupe sangre (le cortaron las piernas, pero ni modo, él la larga toda por la boca) y lo recuestan en el suelo.

—Vas a estar bien —por supuesto John, cualquiera puede vivir con bruta hemorragia, pfff, sangre, ¿para qué la necesitas? La sangre también está sobrevalorada.

—John —mustia, mirándolo de forma significativa a los ojos— tienes que conectar esto a la máquina —le tiembla el brazo, saca algo de su bata, un aparatito misterioso— es un...amplificador... La... La señal cubrirá el globo... hazlo —última miradita— salva al mundo.

Y el científico chistoso muere. El personaje favorito, el secundario, el que recordarás después de los créditos...con suerte.

Podría haberle explicado cómo conectarlo, habérselo entregado (no sé, sólo digo) antes de morir, aunque no me quejo, es cosa suya.

Jhon, la niña convaleciente y el negro militar bien serio, deben seguir. Ahora, su tarea es ir a otro panel de control, que se encuentra en la punta opuesta del edificio.

Y ahí van, corre que te corre, dispara que te dispara, alguna que otra pelea cuerpo a cuerpo, ¡y todo sin un minuto de descanso! Yo no sé qué les dan de comer a estas bestias, o qué droga se meten. Barritas energéticas seguro que no...ya lo intenté.

Ok, volviendo al asunto. Están ahí, la máquina encendida, el aparatito hermoso conectado, el chip entre los gruesos dedos bronceados de Jhon (carajo, era blanquito al principio, capaz que en una de esas se metió en cama solar), ya casi, ya casi.

No, ni de broma.

Las alimañas de otro planeta rompen la puerta y entran.

John, mete el chip.

¡Mete el chip, te digo!

Un alien lo empuja y el chip se le cae.

Y después preguntan por qué me enojo...

El militar los defiende heroicamente, atrayendo a todos los aliens, y activando un chaleco explosivo que llevaba puesto. Hasta le dio el tiempo para mirar a los dos, y decir alguna frase corta que no viene al caso.

Así se sacrifica el veterano, y los que no lloraron la primera vez, lo hacen la segunda.

Ay, qué pena.

Ahora hay fuego por todos lados.

Pero, ¡oh, milagro! La niña resulta ser un poco útil, encuentra el chip y se lo da a su nuevo papi.

Lo mete en la máquina y huyen entre llamaradas. Jodido el militar, era inflamable.

Los químicos del lugar generan más explosiones, tripas de alien volando, cámara lenta al tiempo que salen por la puerta principal y el edificio se derrumba.

¿Fin? Nop, no termina todavía.

Falta que entre toda esa desesperanza y destrucción, aparezca un helicóptero de último segundo, y surja una rubia flaca con vestido floreado, maquillaje y pelo impecables. Tacones va a tener también, por favor.

¡Ahí viene!

Están a punto de ser una familia rubia y feliz, en una casa bien gringa y bastante modesta para ser propiedad del salvador mundial.

Entonces vengo yo y hago explotar todo.

Me cansaste, Jhon.

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