La sangre está servida
Escuché el llamado de la Sangre y la sed me sacó de mi féretro. De inmediato, una palabra acudió a mi mente; una palabra con la que mi lengua no quería toparse. Así es como el fracaso se agazapa sobre mi corazón y me turba la razón. Simple y llanamente por darle muerte a quién no lo merecía y darle vida a quién merecía morir. Ahora el fariseo de Hellmouth anda suelto por la ciudad, tal y como me lo dijo la calavera del infierno. Se trata de otro lengualarga que no descansará hasta sacar a la luz las atrocidades de la calavera del infierno. Antes del amanecer, la estaca estará en el corazón de Hellmouth.
La brisa nocturna me acompañó en mi búsqueda por un sitio donde abundaba el regocijo. Nada más olfatear, hallé al delator transformado en su bestia predilecta: el lobo. Pero descubrí que era mitad humano y mitad lobo antropomorfo. Su figura endiablada sembraba la duda. Ese canalla podría ser cualquiera. Para saber si era Hellmouth debía despacharlo al otro mundo. De todas formas, beberé sangre humana hasta saciarme. Al oír el quejido del moribundo se escribirá con sangre el nombre de Lord Chankland.
Antes de que el arrepentimiento salte sobre mi cabeza, aquel hombre ya está muerto. Quizá no esperaba morir de esta manera: ya no queda más que hueso. Creo que me pasé un poco. Ahora las moscas buscarán refugio en su cuello cadavérico. Su cuerpo ya escuchó el hórrido sonido de la putrefacción.
¡¿Cómo terminan los vampiros que ven y hablan demasiado, Hellmouth?! ¡Puedes huir, pero todos los caminos conducen a la muerte!
Seguí avanzando y la oscuridad me llevó por un basural, el cual pateé accidentalmente. Y, donde había basura, también había un canal con agua turbia. El olor de la cloaca acaparó una manzana entera. No pasó desapercibido un rarísimo carruaje que parecía del futuro; pero no veía a los caballos por ninguna parte. «¿Mitsubishi?». ¡Qué nombre más largo para un vehículo de tracción animal! ¡Pero si esta no es mi ciudad natal! Nadie le hablaba a un artefacto que arrojaba luces nocivas para los vampiros. Seguramente, Hellmouth está detrás de todo.
Por mi mente desfilaron ideas extravagantes con intención de cruzar la frontera de lo creíble. Ni la sangre pudo vislumbrar un inicio de felicidad en mi semblante. Muchos fueron los llamados y pocos deberían ser los escogidos. Tenía que recordarle a mi corazón que debía sentir crueldad. Ya era una noche diferente porque había un cadáver en plena calle. ¿Cómo puede haber júbilo cuando la Muerte deambula por aquí? Hay alegría donde debería haber tristeza.
Solo el reposo podría dibujar la dicha en mi rostro. Soy indigno de pertenecer a la noble estirpe de los Chankland. Cómo puedo estar tan tranquilo viendo a un humano sin un ápice de terror. Por qué tuve que despertar justo un 31 de octubre. Ellos le temen más a una calabaza tallada que a un vampiro. Pero si no bebo sangre, la Muerte acechará.
A las órdenes de un corazón con miras a sentir compasión, mordí a otro humano ataviado de lobo. La alegría se enmudeció ante la voz de la Muerte. No era Hellmouth, pero se parecía. Por otra parte, me di cuenta de que los monstruos se habían convertido en objetos de diversión para los humanos. Pasaron de seres temidos a unos completos bufones.
Lord Chankland sabe ganar antes de conocer las reglas. Debía estar calmado, pues iba a matar a un hombre que quería ser un vampiro. Este me mostró sus colmillos postizos con sangre artificial. Una risotada luchaba por salir de mi garganta. Ahora conocería a un vampiro de verdad. Me disolví en niebla y aparecí detrás de él para morderlo con la misma eficiencia de antaño. Mi boca recibió la sangre. Me relamí y observé la agonía estertorosa de alguien buscando una pizca de aliento para vivir. Su cuerpo ya había hecho un trato con la Muerte.
De súbito llegó a mi cabeza un dilema que desgarró mi corazón. Debía volver al féretro o ser obediente a la calavera del infierno. De todas formas, la muerte sería mi recompensa, una recompensa más grande que toda la sangre del mundo. Soy un admirador de mi propio verdugo. De mil aciertos y un fracaso, él solo recordará lo último en mi lecho de muerte.
Hellmouth no estaba aquí; solo podía imaginarme carbonizando su corazón. Aquel silencio atronador era tan agradable que no podía dejar de escucharlo. Pero advertí la presencia de alguien. Había una mujer joven parada en medio de la oscuridad. Una belleza incuestionable se hallaba en aquel rostro. La lámpara del poste parpadeó y me dijo que ella llevaba una falda sin corsé y un cabello castaño perfectamente recogido.
Sola e inerme ante mí. Era la víctima perfecta para saciar a este vampiro. Estaba a un metro de ser más hueso que carne. Sin embargo, mi corazón tardó en sentir crueldad. ¿Por qué divagaba tanto y no la mordía de una vez?
—Tú no quieres lastimarme... —dijo ella con voz acompasada.
—¿Por qué usted no me teme? Soy un vampiro —respondí con rigidez en la voz—. En mi corazón solo anida la maldad.
—No lo creo —replicó escuetamente—. Mejor tutéame, ¿sí?
La distancia se redujo y sus manos abrigaron las mías.
—¿Nos tomamos una foto?
—No entiendo, señorita.
—Dime, Estefanía.
Se apegó a mí, levantó un brazo y, en su mano, se dio a conocer un artefacto brilloso que fue directo a mis ojos, arrancándome de los labios un fortísimo quejido. Estuve cegado momentáneamente. Tiempo suficiente para que una muchedumbre enardecida saliera de la oscuridad, portando cruces y estacas. Luego del dolor vino la herida mortal que me puso de rodillas ante la muerte. Un dolor inaguantable ablandó el acero de mi fuerza. Era un dolor espantoso que solo la muerte podía mitigar. Aquella estaca me fue arrebatando la vida. Lo único que pude ver fue a la joven viniendo a socorrerme.
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