#Ganadora: Velveth
El pecho me palpitaba frenéticamente mientras la luz del atardecer golpeaba mi cara. Podría jurar que mi respiración era entrecortada y que, por su parte, mi pulso era similar a un seísmo. Y, sin embargo, toda emoción que podía desenvolverse dentro de mí no era más que una magnífica y pura euforia.
No voy a mentir: no era que me estuviera dirigiendo a una nueva vida emocionante. Ni era que hubiera encontrado un trabajo en otro país o fuera a escapar con una persona que había conocido escaso tiempo atrás.
De hecho, no me dirigía a ningún sitio en concreto. Tan solo me estaba yendo del pueblo en el que había vivido toda mi vida. Y eso por fin me hacía libre. Se trataba de una sensación mucho mejor de lo que había imaginado. La libertad tras arrancar mis propias cadenas.
Podría haberme ido conduciendo desde que me saqué el carnet hace un par de años atrás, pero por entonces jamás me había cuestionado nada. Y ahora sí. Pues había escapado de la mujer tras cuya sombra había estado viviendo tanto tiempo: mi madre.
En fin, ¿qué puedo decir de mi madre? Era una mujer que había criado a su hija en solitario frente a los prejuicios y malas lenguas de nuestras queridas calles. Sin duda una persona que debía provocar en mí admiración y respeto, como hacía, después de todo, con nuestros vecinos y conocidos. Pero yo no podía verla así.
Veréis, mi madre era una maestra en el arte de manipular a la gente. Con tan solo una frase era capaz de hacerte pensar lo que quisiera. Podías experimentar que estabas siendo sometida a juicio ante un tribunal con una simple mirada y te hacía sentir indefensa cuando esbozaba una mueca que pretendía ser una sonrisa.
Se supone que las madres deben cuidar de sus hijas. Deben ampararlas y hacerlas sentir seguras. Pero no era el caso de la mía. Nunca lo fue. Podría asegurar que nunca había sentido amor por mí. Más bien la única emoción que albergaba en su pecho hacia mí era una enfermiza y clara obsesión.
Es probable que os estéis preguntando en qué se basan estas acusaciones. Es normal, ¿quién podría hablar así de su madre? O, como se suele decir: "Lo que dice Pedro de Luis, dice más de Pedro que de Luis". No sufráis, que todo tiene su explicación.
Cuando tenía once años y quedaba a plena luz del día con amigas, se dedicaba a seguirme en el mismo coche en el que me estaba yendo. No es que fuera cosa de un día, eran persecuciones repetidas. Pensaba que no me daba cuenta, pero lo hacía. Hubo una vez que estuvo dando vueltas a la manzana donde estaba la casa de mi amiga, donde nos encontrábamos.
La cosa no cambió mucho cuando tuve mi primer período, el cual apareció sin previo aviso en mitad de, irónicamente, una clase de biología. Dejé perdida mi silla, para mi vergüenza, y tuvo que venir a buscarme al colegio. El trayecto hasta casa fue invadido por un silencio letal y lo único que me dijo una vez llegamos fue: "Inútil".
Sí, los calificativos cargados de desprecio eran algo muy común en nuestra rutina. Ella insultaba y yo callaba porque, si decía algo, siempre acababa haciéndome sentir culpable. Pasaba de ser su hija a un monstruo que maltrataba a su pobre madre y hacía doler su cabeza.
Y es que otra cosa que hacía muy bien mi madre, desde que mi padre nos abandonó cuando yo apenas tenía cuatro años, era victimizarse. A los ojos de todos no era más que una pobre mujer cuya hija no paraba de dar disgustos.
Tampoco fue agradable cuando, años después, le presenté a mi primer novio. El cual, según ella, no era bueno para mí. Aunque hubiera tratado de ridiculizarme frente a él en alguna ocasión. Y no fue el primero, puesto que nadie le parecía apto. A solas, se encargaba de introducir en mi cabeza ideas extrañas respecto a ellos. Y siempre decía lo mismo: "Del único hombre del que te puedes fiar es de tu padre, y mira cómo nos dejó".
He vivido mucho tiempo con tales comentarios. He crecido con ellos. Pero el verdadero detonante sucedió una semana antes de mi huida con el coche.
Mi madre se volvió a casar a mis diecisiete años, mientras me decía a mí que ningún hombre era válido como pareja porque simplemente había que desconfiar de todos ellos. ¡Pero ella se casó! Con un hombre de alto poder adquisitivo y una buena casa donde mudarnos.
En aquel momento no le di mucha importancia, dado que me quedaba un año para ir a la universidad y escapar de aquella vida. Pero, ¿qué hizo mi madre? Trató de sabotear mis intentos de estudiar fuera de aquel pueblo de mil maneras: despreció mi pasión, infravaloró los centros educativos, manipuló la información a la que accedía... No obstante, nada lograba que yo cambiara de opinión en mi afán por irme.
Así que, lo que hizo fue muy simple: envenenarme. Sé que es difícil de creer. Mezclaba unos medicamentos en infusiones que me hacían enfermar. Comenzaba por una horrible sensación en la boca del estómago y se extendía a cada articulación de mi cuerpo.
—Yo te cuidaré —me decía mientras me tenía en cama todo el día.
Perdí las pruebas de acceso y logró generar en mí mayor inseguridad de la que tenía. Y tras mucho tiempo en el que mi salud pasaba de estar bien a estar mal sin ninguna explicación, un día, por fin, la descubrí.
No dije nada, dejé que me cuidara. Fingí tomarme aquella bebida y en cuanto pude, agarré sus llaves del coche.
Y allí me encontraba conduciendo, disfrutando de la brisa que entraba por mi ventana.
Todos tenemos relaciones tóxicas con alguien alguna vez.
Y yo la tenía con mi madre.
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