✔️25.- Extasis




El único sonido que podía escucharse era el del silbido del viento que entraba por la ventanilla abierta. Piero observaba de reojo como este ondeaba la melena castaña de Alena, cuestión que lo hizo sonreír.

A pesar de eso mantenía la vista fija en la carretera, se sorprendió un poco cuando sintió una mano posarse sobre la suya encima de la palanca de cambios, de nuevo sonrió.

—Lamento que hayas peleado con tu madre por mi culpa —la escucho hablar mientras su ceño se fruncía. Y lo siento por arrancarle las extensiones a tu ex.

Piero redujo la velocidad para tomar una curva que llevaría a la casa de Ale. En ese lapso de tiempo le dirigió una mirada interrogante.

—¿En verdad lo sientes?

—Lo de tu madre sí, lo de tu ex novia no, confieso que hasta lo disfrute.

La carcajada que ambos dejaron escapar retumbó por el estrecho espacio.

— Y ahí está mi chica de vuelta.

El auto detuvo su marcha. Piero apagó el motor y se dejó caer en el asiento. Se froto la cara en un signo de frustración.

Ale tomó su mano y le dio un ligero apretón.

—¿Quieres entrar?

Piero asintió casi imperceptiblemente parecía estar completamente abstraído, sus movimientos eran casi mecánicos.

Entraron a la casa y el silencio continuaba. Ale se descalzo, Barone imitó sus movimientos.

Alena camino a la cocina, relleno un vaso con agua y se lo entrego a Piero. Quien empezó a beberlo a pequeños sorbos. La joven Ivanova se sentó a su lado y volvió a entrelazar sus manos.

Piero la observaba fijamente. Alena se aclaró la garganta.

—De verdad siento mucho lo qué pasó, lo que menos quería es que te disgustaras con tu madre.

Piero suspiro lentamente.

—Por favor, por favor, no quiero hablar de mi madre, no hoy.

Tomando a la rusa completamente por sorpresa la sujetó de las caderas para que quedara sentada sobre su regazo.

Ale, después de pasada la sorpresa, se sujetó de sus hombros y con su mano libre comenzó a acariciarle el rostro. Empezó por su frente y comenzó a bajar hasta sus mejillas para después delinear su perfilado rostro. Piero mantenía los ojos cerrados y de vez en cuando lanzaba pequeños suspiros debido a las placenteras atenciones.

Alena bajo hasta quedar frente a sus labios, y lo besó descargando toda la pasión que contenía, derramando en cada roce todo lo que no podía expresar con palabras. Además de que buscaba una manera de borrar de su rostro todo rastro de tristeza, y parecía que lo estaba logrando.

Piero sujetó su cintura, atrayéndola a su cuerpo con afán, rendido ante la tentación del exquisito aroma a sándalo y naranja que desprendía su cuerpo. Percibió la caricia ardiente de su lengua y se deleitó con los placenteros escalofríos que lo recorrían.

Alena sintió cómo la entrepierna de Piero comenzaba a abultarse y con una sonrisa malvada en el rostro se restregó sobre el con avidez.

Pero debió romper el beso para soltar un largo gemido.

— Non farmi aspettare (no me hagas esperar) —Piero jadeo en busca de aire.

—Abbiamo già aspettato troppo amore (ya hemos esperado demasiado amor)

El rostro del italiano se contrajo en una mueca sorprendida al saber que ella comprendía su idioma natal. Pero no tuvo tiempo de procesarlo ya que los labios de Alena volvieron a callarlo.

Sentía estar en el paraíso mientras las manos de su novia vagaban por su cuerpo. El tenerla a horcajadas sobre él le había provocado una erección, su cuerpo su aroma, toda ella lo atraía de una manera imposible de explicar.

Podía sentirla desabotonando su camisa y su cuerpo se estremeció cuando sus manos empezaron a vagar por su vientre. Profirió un largo gemido al sentirla acariciar por dentro de sus bóxers.

Piero tomó sus piernas y las enrosco en sus caderas, ella por inercia se sostuvo de su cuello.

—Arriba, a la izquierda —Ale habló entre jadeos al sentir como el la mantenía sujeta de las nalgas.

Después de subir por la escalinata Piero dejó a Alena en medio de la cama.

Ella, movida por esa picardía que la caracterizaba se deshizo lentamente de sus prendas hasta quedar en todo su esplendor. Disfrutando de ver cómo los ojos de Piero seguían cada uno de sus movimientos.

—Ven aquí —Ale le dedicó una sonrisa lasciva. Y el cómo hipnotizado por el canto de una sirena la siguió hasta el centro del lecho mientras se deshacía de su ropa.

Sus ojos se abrieron al ver cómo ella se daba placer frente a él, suaves jadeos escapaban de sus labios mientras sus dedos se dirigían a su centro empezando a moverse cada vez más rápidamente. No pudo apartar la mirada al observar como su cuerpo se sacudía presa del orgasmo, al mismo tiempo que su nombre era pronunciado como una plegaria silenciosa.

Enardecido por lo visto, llegó hasta ella y tomó sus labios en un beso hambriento, voraz, necesitado. Aprisionando su cuerpo contra el colchón y levantando su trasero entró en ella de una sola estocada. El gemido de gozo que Alena profirió caló hondo en Piero, cuestión que solo lo incentivo a acelerar sus movimientos.

Gemidos, jadeos de placer, cuerpos sudorosos, extasiados, la unión de dos almas, eso era lo único que reinaba en esa habitación.

Un escalofrío recorrió sus cuerpos cuando ambos se dejaron envolver por el éxtasis, cayendo sin fuerza sobre el colchón.

Piero rodó sobre el colchón y Alena busco refugio en su pecho, mientras el dibujaba patrones imaginarios sobre la espalda de la castaña.

En aquel mutismo en el que se sumergieron, Piero sostenía sus propias cavilaciones. Nunca había experimentado el nivel de conexión y complicidad con nadie, como lo había hecho hace algunos minutos, jamás se había sentido tan pleno y feliz. Cuando estaba con ella todo se desdibujaba y solo existían aquellos zafiros que enmarcaban su mirada. Y justo ahí, en ese momento se dio cuenta de una verdad irrefutable: Estaba completamente enamorado de esa mujer.

Volvió a besarla, ella se entregó por completo a el y pronto se sintió impaciente por volver a sentirlo.

La noche se hizo eterna.

La claridad proveniente del ventanal despertó a Ale, se incorporó intentando no despertar a Piero. Llegó hasta el cuarto de baño y cepillo sus dientes, Le devolvió la sonrisa a la chica desnuda y despeinada que la observaba del otro lado del espejo.

Regreso a la habitación, Piero seguía profundamente dormido. Dirigió su vista al suelo y observó la camisa del italiano. Con una sonrisa decidió ponérsela y al terminar de abotonarla no pudo evitar enterrar la nariz en la tela y aspirar su aroma.

Llegó hasta la cocina y puso a funcionar la tetera y la cafetera. Minutos después el aroma la alertó de que estaban listas.

Sostuvo la humeante taza de té entre sus manos y dio un sorbo deleitándose con el aroma herbal que desprendía.

—Buenos días

Alena volteo hacia dónde provino esa voz y observó a Piero parado en el umbral de la puerta de la cocina, quien sigilosamente se acercaba hasta donde ella se encontraba.

—Buenos días, hay café listo en la cafetera Piero

—Gracias por comprar café, aunque sé que no te gusta —Dejo un beso en su cuello.

— Tome una camisa tuya ¿está bien?

— Te luce mejor que a mí, consérvala

Alena llegó hasta la sala de estar, donde tomó asiento en el sofá, mientras su mirada se dirigía al enorme ventanal en el que observaba como la ciudad empezaba a despertar.

Poco después sintió los brazos de Piero envolver sus hombros, ella se dejó caer en su pecho y el la apretó más cerca.

Justo en ese momento Alena se sintió más plena y feliz de lo que había sido en mucho tiempo. Lo que ella no sabía era que el destino le tenía preparada una última jugada.

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