✔️21.- Paz




Si te tuviera justo frente a mí, haría que te sentaras en mi sofá, yo me sentaría a horcajadas sobre ti, como aquella noche ¿recuerdas? Y después te besaría hasta dejarte sin aliento. Además, me muero por descubrir como suenas cuando estas excitado.

Piero sintió como su respiración se atascaba al leer ese mensaje, que había sido enviado por la castaña ojiazul.

Todo había comenzado como una plática bastante inocente, no habría podido imaginar que terminaría así, aunque siendo franco no le molestaba en absoluto.

En el tiempo que tenía de conocer a Alena había podido constatar con hechos —además de que ella misma se lo había dicho— que era una mujer que siempre conseguía lo que se proponía además de que no tenía reparos en decir lo que pensaba de forma cruda y contundente, eso en cierta forma lo atraía más de lo que podía admitir.

Se tomó unos minutos hasta que por fin les dio una respuesta a esas líneas.

Créeme preciosa, estoy deseando que lo hagas, cuento los días para que eso pase.

Tuvo que tomarse un minuto para que su ritmo cardíaco volviera a la normalidad y pudiera coordinar mejor sus movimientos.

—¿Piero, me estás escuchando? La voz de su hermano lo trajo de vuelta al momento presente.

Barone sacudió la cabeza a la vez que se mesaba el negro cabello con la mano, observó durante un instante a Francesco.

—¿Podemos hablar de esto después? La verdad no tengo la claridad mental para hablar de cifras ahora mismo, además tengo que ultimar detalles para terminar un cuadro.

Barone le dirigió una última mirada antes de abandonar el despacho y avanzar escaleras arriba hasta su habitación.

Una vez dentro aseguró la puerta tras de sí. Camino hasta llegar a el gran escritorio, el cual ocupaba una buena parte de toda su habitación. Tomó su cuaderno con empaste negro, en el que solía escribir cuando la inspiración le llegaba. Ese era uno de esos momentos.

Con el mando a distancia y a través del BT la dulce voz de Céline Dion interpretando "A new day has come" lleno el espacio sumergiendo al joven Barone en un estado de relajación casi absoluta.

La tinta de color azul comenzó a deslizarse suave y sin pausa por la hoja de papel, en ella dejaba expuestos todos sus sentimientos y emociones sin tapujos.

Pasaban las horas, la lista de reproducción empezaba por segunda vez y Barone seguía inmerso en aquellas líneas. Eso era así hasta que el ruido de la puerta abriéndose lo alertó y lo hizo sobresaltarse.

Alzo la mirada hacia el umbral por donde su hermana Mariagrazia ingresaba a la habitación y tomaba asiento en el lecho.

—¿Estas bien Piero? Mi abuelo dice que llevas horas aquí encerrado, ni siquiera bajaste a cenar.

—No, no estoy bien estaba discutiendo con Franz sobre las cifras trimestrales, pero realmente no tengo cabeza para eso hoy, además hace una hora tuve otro altercado con mi papá, el insiste en que tomé el control absoluto de la empresa, yo me negué rotundamente —Piero hizo una mueca.  Sabes perfectamente que estar encerrado en una oficina ocho horas al día no es lo mío. Pero Gaetano Barone nunca va a aceptar que su hijo mayor no siga la tradición familiar. Y simplemente ya no sé qué hacer.

Mariagrazia después de escuchar todo aquello no atinó a hacer otra cosa más que abrazar a su hermano para demostrarle su apoyo.

—Tienes que hacer lo que te haga feliz, lo que te haga sentir pleno, vale más eso a que dentro de treinta años termines solo y amargado. Papá tarde o temprano terminará por aceptarlo.

—Gracias, muchas gracias, no sabes cuánto necesitaba hablar de esto con alguien —Piero deposito un beso en la mejilla de su pequeña hermana.

El abuelo estaba enterado de la tensión que atravesaban su hijo y su nieto y como había tomado partido por Piero Gaetano tampoco le dirigía el saludo.

Piero ya no resistía más la situación, los que esperaba que fueran unos días de relajación terminaron por convertirse en un sinfín de peleas y disgustos. Y para empeorar su estado de ánimo, hacía también dos semanas que no tenía noticias de la castaña ojiazul.

Preso de la exasperación Piero se quitó los anteojos y se froto la cara, subió las escaleras hacia su antigua habitación, se cambió de ropa y decidió salir a dar un paseo.

El día a diferencia de su estado de ánimo estaba soleado y resplandeciente. Las calles estaban atestadas de turistas quienes se veían atraídos por todos los lugares paradisíacos con los que contaba la ciudad. Las risas de los niños mientras correteaban por el prado se dejaban escuchar con fuerza y vitalidad.

Una hora después decidió tomar un descanso, su ritmo cardiaco se había acelerado demasiado como para continuar.

A la lejanía pudo observar un pequeño puesto donde vendían todo tipo de dulces y chucherías. Después de recibir el cálido saludo que le ofreció la vendedora se decantó por comprar un algodón de azúcar. Lo saco del envoltorio plástico, tomó un trozo y luego lo introdujo en su boca dejando que este se deshiciera dejando a su paso una dulce sensación.

Avanzo hasta llegar a una banca de madera la cual estaba pintada de blanco, donde siguió disfrutando su pequeño capricho, hasta que lo terminó.

Disfrutaba en demasía la paz y tranquilidad que ese lugar le transmitía, el viento suave hacia volar su cabellera a la vez que le causaba una placentera sensación de cosquilleo.

Su teléfono móvil comenzó a vibrar insistentemente en el bolsillo de su suéter, decidió ignorar la llamada, lo más probable es que quien llamara fuera su padre y justo en ese momento no le apetecía tener otra discusión que le hiciera perder los estribos.

Pero, diez minutos después el aparato volvió a repicar, logrando sobresaltarlo un poco, soltando un suspiro lo tomó entre sus manos y su rostro se transformó al percatarse de que era Alena quien llamaba. Una gran sonrisa surcaba ahora su rostro. Con rapidez deslizó su dedo por la pantalla para contestar.

—Hola Ale

—Piero, ¿cómo va todo?

—No tan bien, una muy larga historia

—¿Y qué te parece si me cuentas esa larga historia hoy a las 9 de la noche? Te invito a cenar.

—Me vendría muy bien, espera ¿ESTAS EN ITALIA? —Piero se irguió en su asiento debido a la impresión de la noticia.

Si —Ale río al percatarse de la reacción de Piero— En Sicilia para ser más exactos, te enviaré la dirección en un mensaje de texto, no llegues tardes. Hasta pronto Sr Barone.

La ojiazul cortó la comunicación evitando que Piero dijera alguna palabra más, quien aún se encontraba observando el celular con una expresión de asombro en el rostro, cosa que se trasformó en una sonrisa genuina. Posiblemente la primera desde que había llegado. ¡Esta noche por fin la vería! Y aunque intentara negarlo deseaba con todas sus fuerzas que ella cumpliera con la promesa que le había escrito semanas atrás. Solo de pensarlo, su mente recreaba el momento más íntimo que habían compartido.

Ella sentada sobre su regazo, sus piernas lechosas enredadas a cada lado de sus caderas, el suave calor que destilaban sus cuerpos unidos, su aliento mezclándose con el suyo.

Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza y sus pantalones comenzaron a abultarse de solo pensar que hoy podían terminar lo que dejaron inconcluso aquella noche.

Con un mejor semblante debido a la expectativa de lo que ocurriría esta noche Piero Barone emprendió el camino de regreso a su hogar.

Luego de una hora atravesó el umbral de la puerta, saludó a su hermano quien se encontraba retozando en el sofá y subió directamente a su habitación.

Abrió su armario y se dispuso a preparar el atuendo que usaría. Ese día tenía ganas de verse elegante y no tan informal por lo que saco un traje totalmente negro, una camisa blanca y zapatos también negros.

Después de una ducha de veinte minutos, se calzó el traje, el cual le quedaba como un guante, se sentó sobre la cama para abrocharse las agujetas y luego avanzó hasta el baño donde se recortó un poco la barba, justo el momento en el que se estaba rociando unas gotas de perfume una alerta entro a su teléfono celular.

Era la dirección del lugar de su cita, a pesar de haber vivido casi toda su infancia y adolescencia en esa ciudad, no reconocía la dirección.

Como fuera llegaría hasta allí. Se dio un último vistazo en el espejo, despeinó un poco su cabello y después de cerciorarse que llevaba consigo sus llaves y teléfono celular salió de su habitación, bajo las escaleras y llegó hasta su Ferrari.

Después de introducir la dirección en el GPS encendió la radio, donde empezó a sonar Bohemian Rapsody de Queen. Piero tamborileaba con sus dedos en el volante al ritmo de la melodía.

Luego de cuarenta minutos detuvo el auto enfrente de una casa, bajo del auto y cerró la puerta detrás de él. Observó todo con una expresión de confusión en el rostro. Creía que Alena lo citaría en un restaurante, tal vez un bar, pero ¿una casa?

Sus cuestionamientos no hacían más que aumentar mientras atravesaba la calle, seguido de un pequeño sendero cubierto de lozas blancas hasta detenerse frente a un gran portón de tonalidad negra.

Tomó una bocanada de aire, tratando de ralentizar sus pulsaciones, antes de golpear sus nudillos contra la madera un par de veces y esperar.

Dentro se escuchó el repiqueteo de unos tacones hasta que la puerta fue abierta, dejando a Piero con las palabras atascadas en la garganta.

¡Santa mierda! Contuvo la respiración al observar a Alena envuelta en ese vestido rojo, sus hebras castañas se encontraban libres y caían como cascada hasta su espalda, no llevaba nada de maquillaje a excepción de sus labios pintados en un tono rosado, sus orbes azules resaltaban aún más.

—Adelante Piero, te estaba esperando—Ale se hizo a un lado permitiéndole entrar.

Una vez dentro Barone siguió a la castaña, como hipnotizado por el bamboleo de sus caderas hasta la mesa del comedor.

—Toma asiento, la cena está lista

Acato la orden al instante, mientras esperaba que Ale regresara de la cocina.

No tuvo que esperar demasiado hasta que la vio salir con las manos algo llenas con varios platos de comida por lo que se apresuró a levantarse para ayudarla. Una vez que todo estuvo dispuesto ambos se sentaron quedando frente a frente.

—¿Que ocurrió con tu padre Piero? —preguntó la castaña mientras pinchaba un pedazo de pescado con el tenedor.

Y así fue como Piero comenzó a contarle toda la problemática, mientras la ojiazul lo observaba atentamente dándole toda su atención hasta que culminó.

—Déjame decirte que estoy completamente de acuerdo con tu hermana, tu padre no puede obligarte a hacer algo que no te gusta solo por cumplirle el capricho de seguir una tradición familiar con toda la sinceridad del mundo me parece estúpida, tarde o temprano entenderá, tu hermano debería hacer lo mismo porque por lo que me cuentas tampoco se le ve muy entusiasta con la idea de tomar las riendas del negocio.

Piero asintió concediéndole la razón e incluso tuvo el atrevimiento de entrelazar sus manos por encima de la mesa, gesto que Ale no rechazó si no que hizo más fuerte el agarre.

—¿Porque no dejamos de hablar de esto? Olvídate de todo por hoy, ve a la sala de estar, ponte cómodo, enseguida regreso.

Piero se levantó de la silla y avanzó hasta llegar a la sala de estar donde se descalzó para después tomar asiento.

Minutos después Alena regreso con dos botellas de vino y un par de copas que dejó sobre la mesa de centro.

—¿Tinto o blanco? —Ale se dirigió hacia el chico de ojos oscuros.

—Tinto —Piero respondió con una sonrisa.

La joven Ivanova procedió a descorchar la botella y servir el contenido para después ofrecerle a su acompañante una de las copas. Seguidamente tomó un lugar en el sofá.

Después de degustar el primer sorbo Piero tomó ambas piernas de la chica rusa y las puso sobre las suyas, por su parte Alena recorrió la distancia, quedando más cerca.

Impulsándose con su cuerpo Alena se sentó a horcajadas sobre el cuerpo del italiano, el por su parte la ayudó a que tuviera una mejor posición.

—Mucho mejor de lo que recordaba —Piero suspiro.

Ale soltó una risita y recargó su cabeza en el pecho del chico, quedándose así por algunos minutos, disfrutando del silencio que reinaba en el lugar.

Piero quedó sin aliento al sentir una mirada azulada clavada en la suya. observaba con fascinación aquellos ojos, cuando ella lo miraba de esa manera, como si pudiera adivinar sus pensamientos con solo mirarlo, el mundo bien podía irse a la mierda y no le importaría en lo absoluto.

Y tenerla ahí, en ese momento, ella sentada a horcajadas sobre su regazo, sintiendo el aumento de temperatura por el contacto de sus cuerpos hacia toda la experiencia aún más intensa.

El miedo, la expectativa, todo se esfumó en el momento en que ella unió sus labios logrando como siempre que no pudiera pensar en nada mas que no fuera la mujer que lo besaba como si fuera la única cosa importante en su vida.

Sus labios se sentían como lava ardiente, algo inexplicable pero altamente adictivo y eso solo aumentó en el momento en que sus lenguas se encontraron por primera vez.

Parecían encajar como dos piezas de un puzle, además el sabor dulce de su saliva mezclado con el amargor del vino tinto se complementaba creando un afrodisíaco difícil de resistir.

Piero enredo sus dedos en las hebras castañas apegando aún más a Ale a su cuerpo, no quería ni podía parar ahora que había conocido el mismo cielo en un par de labios, el roce se intensificó hasta que ella decidió romper el contacto.

Unió sus frentes mientras intentaba normalizar su respiración.

—Todo estará bien Piero, y si no, aquí me tienes para ayudarte a recoger los pedazos, pero de ahora en adelante nunca más estarás solo.

En el ambiente se respiraba paz, Piero y Alena se dejaron envolver por la calma y la quietud hasta que sin pensarlo se quedaron dormidos con sus almas más unidas que nunca.

Por fin el momento que más han esperado! 💜
¿Que les pareció el capítulo?
Los leo ❤️

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