Capítulo 9: El llamado de Alexandría
Náyade
La veracidad de un acontecimiento podía ser maravilloso, pero un rumor era invaluable. Tan pronto como se hizo saber la partida de un grupo de forajidos en dirección a Alexandria, con nada más y nada menos que una de sus antiguos lideres, las aguas adquirieron mayor tránsito de criaturas y era de esperarse, considerando la magnitud del hecho.
Por lo cual, Proteo decidió utilizar una vía alternativa, una que, por supuesto, no solo favorecería a la discreción, sino que facilitaba la participación de Gemina. Pues tratándose de alguien que no poseía las cualidades de los habitantes del océano, para ella, la ruta marina fue descartada casi de inmediato. De esta manera y con extrema cautela, saldrían de su escondite en la cueva para ir en busca del bote que por mucho tiempo le permitió al trio desplazamiento.
—Sigo sin entender cuál es la necesidad de que vayamos todos. —gruñó Gemina al momento de empujar el bote en dirección al mar.
—Considerando lo poco favorable de tu posición en el reino, lo mejor será que contribuyas en todo lo que te sea posible. Además, fue gracias a ti que sigue con vida.
—¡Exactamente! Sería más que suficiente para optar a una audiencia, y con ello una apelación, donde con algo de suerte, hasta podrían revocar tu condena. —añadió Ireneo en un tono inocente, que por supuesto, fue correspondido con una expresión de reproche. — ¿Qué? Tal vez ella pueda orientarte.
—¿Y quién dijo que quiero que lo sepa? Mientras menos gente, mejor.
Náyade prefirió guardar silencio, porque bien sabía que su emocionalidad podría jugarle en contra y en el peor de los casos, hasta delatarla. Porque aun cuando no tenía la menor idea de algunos acontecimientos previos al accidente que provocó en ella amnesia, una parte de su interior aseguraba estar involucrada en la desgracia que Gemina con tanto desagrado remembraba.
Una de las varias complicaciones que traería consigo la travesía de devolverle al mar a una de sus hijas, era el desconocimiento de las aguas de aquel grupo de exiliados, que habría pasado más tiempo en la costa y tierra firme para poderse abastecer que en el lugar al que de verdad pertenecían. Y he ahí la primera dificultad a la que se iban a enfrentar.
En cuanto recorrieron las millas necesarias para adentrarse en el territorio de las criaturas de las profundidades, todo empezó a acontecer de manera sospechosa. Siendo el bote de insignificantes características solo el inicio para considerar a sus navegantes como un acto de entretenimiento.
—¿Estás segura de que nos diste la dirección correcta? —
—Eso es lo que creía, pero...
Se trataba de una porción tan alejada de lo que acostumbraban, que ni siquiera eran capaces de divisar el fondo, a diferencia de lo que la ninfa recordaba de su hogar. ¿Sería acaso posible que Alexandria estuviera ahí? Comenzaba a dudarlo, lo que como resultado provocó la desconfianza del resto de los adultos que ahí se encontraba. Gemina se evidenciaba en un estado de rabia, pues el exponerse de esa manera solo la hacía sentirse vulnerable. Era frecuente en el reino un oleaje un tanto rebelde, que conforme más y más se adentraba al mar, adquiría cualidades monstruosas. Mismas que solo los intrépidos guerreros y expertos en exploración se atrevían a surcar. Pero eso es una historia para otra ocasión...
No obstante, y a diferencia de lo que sostenía la literatura sobre el comportamiento de las aguas, conforme fue añadiendo el grupo profundidad al recorrido, los movimientos descontrolados irían disminuyendo hasta el punto de tornarse inexistentes. Quedando el bote ajeno de movilidad.
En cambio, el más joven actuó por inercia y se desprendió tanto de sus zapatos como de las prendas restantes, para después arrojarse al agua. Esto con el objetivo de obtener un panorama más esperanzador que el que pronosticaban con negatividad sus compañeros.
—Vuelve a subir al bote, jamás hemos estado aquí. No puedes tomarte la libertad de andar sin preocupaciones. —
—¿Por qué, Gem? No hay nada de malo. El mar está a nuestro favor. —el joven inclinó su figura hacia atrás, dejando ver la silueta de un Tritón descansando en el límite del agua y la superficie—Cualquier perturbación que pueda conllevar un peligro, créeme que seré el primero en...
La confianza es en ocasiones el elemento que el destino, en menos de lo esperado, utilizará para traicionarte. Una precaución interrumpida y el posterior hundimiento de Ireneo alertó a sus acompañantes, quienes al presenciar con horror la desaparición del muchacho, no dudaron en saltar del bote para ir en su auxilio. A diferencia de Gemina, quien no dejaba de dirigir sus insultos a Náyade, quien tampoco pensó dos veces antes de arriesgar su vida para recuperar al joven que tanto se habría esmerado en ayudarla. De inmediato, Proteo haría ingreso a las profundidades en compañía de Náyade.
Pero, tan pronto como se volvieron uno con el mar, lo primero que encontraron sus ojos, fueron un montón de siluetas. Que, así como se habrían llevado al adolescente, también lo hicieron con ellos. Mientras que allí afuera el aire se volvió denso, cargado con una presencia ominosa que solo puede encontrarse en las oscuridades insondables del mar.
Las aguas adquirirían una tonalidad de lo más turbia, dirigiéndose una oleada que sería lo suficientemente brusca como para derribar de un solo golpe al último miembro que formaba parte de la tripulación. Atrapada ahora en el reino de las criaturas marinas, su destino quedó sellado por una fuerza desconocida y maligna que había permanecido oculta durante eones.
El grupo de guardias avanzaba con paso firme y sombrío, arrastrando a los intrusos, esposados y desorientados, hacia el oscuro corazón del reino del mar. La aparición de un tritón adulto, acompañado por un joven tritón, una humana y una sirena, sembraba la inquietud y el desconcierto en los habitantes del reino. La sirena que los custodiaba, sin embargo, era un eco del pasado, la líder que creían haber perdido en las profundidades insondables del océano, envuelta en un manto de oscuridad y secretos. El reino del mar se estremecía ante su regreso, pues la sirena líder había sido presa de rumores siniestros y de oscuros presagios que la daban por muerta. Las aguas se agitaron con un aura de temor ancestral, mientras las criaturas marinas susurraban en susurros ululantes, debatiendo la verdad detrás de este enigmático retorno. ¿Sería acaso la cordura que poco a poco se desvanecía la que ahora les estaría jugando en contra al crear una alucinación de tal magnitud? No podía ser posible, no cuando los intrusos eran llevados hacia su inminente juicio. Espesándose el aire en una atmosfera cargada de expectación y un velo de incertidumbre que avanzaba junto a ellos.
La antigua líder sirena, ahora esposada y silenciada, sostenía en su mirada los secretos y los horrores que se ocultaban en las profundidades de su ser. Afortunadamente contaba con el prestigio que solía tener a favor de su defensa.
Porque ciertamente, nadie era capaz de explicarse la situación en la que se vio envuelta Náyade. Desde que esta habría sido tan pequeña como un renacuajo es que estuvo dotada de la fortaleza suficiente como para resistir a los peores enfrentamientos, dándose a respetar entre sus pares al punto de ser considerada una líder para ellos. Y por eso mismo a ninguno le hacía sentido el que alguien haya osado desafiarla.
Además, tanto tiempo habrían acontecido que cualquiera que se declarará presente en los hechos sería descartado por el consejo. Por lo tanto, no había forma de reconstruir el incidente y ahí el motivo por el cual una aglomeración se hizo presenté a las afueras de aquella torre. Tan pronto como se corrió la voz sobre la actual situación de Náyade, muchos fueron los que quisieron comprobar la veracidad de los hechos con sus propios ojos.
"¿Dónde estuviste todo este tiempo?" "¿Te atreviste por fin a subir a la superficie?"
Lo último, habría resonado en su cabeza de tal manera que pudo verse, aunque fuera durante una cifra de segundo, acudiendo al llamado del mundo exterior, pudiendo notar que aferrado a su mano se encontraba otra de menor tamaño. Y en tanto su mirada se desvió a quien era dueño de la extremidad, la imagen perdió nitidez.
Si tan solo pudiese hilar los acontecimientos pasados... habría ahorrado la curiosidad a todos los presentes y más importante aún, a sí misma. Pero por mucho que batallase por conseguir, aunque fuera la mínima información, lo único que obtenía en su lugar era una escena que protagonizaban varias siluetas carentes de identidad. Voces distantes, completamente ajenas a las que creía haber alguna vez escuchado.
El recuerdo de lo que solía ser una líder encantadora y temida se vio reemplazado por una imagen de vulnerabilidad. Rodeaban sus propios brazos su cuerpo en señal de vergüenza. De inmediato, una figura de evidente autoridad se vio obligada a intervenir, sirviendo su cuerpo como barrera entre ella y la gente para que no le hicieran sentir más incomoda de lo que ya estaba.
—No tienes que responder si no lo deseas. Recuerda que no le debes absolutamente nada a nadie ¿sí? —antes de si quiera haber hecho un comentario en torno a su ausencia, uno de los hombres que los escoltaban, optó por tranquilizarla a su manera, y en parte funcionó. Pues poco a poco, Náyade fue bajando la guardia. —Sé de alguien a quien le encantará saber de ti.
La de cabellera castaña asintió repetidas veces con la cabeza, compensando el silencio que, una vez ingresó nuevamente al mar, se prometió guardar. Mientras tanto, habría hecho todo lo posible por obtener de sus recuerdos un panorama de lo que fue Alexandria en ese entonces, pero las imágenes resultaron de lo más vagas y hasta un poco confusas. Por ello, no volvió a intentarlo.
El destino de sus camaradas, no obstante, se deslizó por sendas menos amigables, oscurecidos por la desventura que acompañó la acumulación de los hijos del mar. A medida que los confines del camino se estrechaban, un veneno de aversión se filtraba insidiosamente entre ellos. Pero en este árido campo de resentimiento, Gémina era quien soportaba el peso más severo. Del rincón más arcano del océano eran provenientes aquellos que con insistencia exigían una palabra de Gémina, y no por verdadero interés. Pues quedaron más que expuestas sus intenciones tan pronto como en el acto, la rudeza sustituyo a su falsa amabilidad.
Las pruebas de su culpabilidad no requerían escrutinio, pues los clamores ruidosos y airados resonaban como acusaciones inquebrantables. Un traspié de juventud, imposible de obliterar, arrojaba su sombra sobre ella, una sombra que el grito exultante de las masas se empeñaba en reavivar.
—¡Watland! —fue el título que decidieron otorgar tritones y sirenas a aquellas personas que tuvieron alguna interacción significativa con algún humano. Y no uno cualquiera, sino un exterminador.
Apenas le habría dado a Náyade el tiempo de reaccionar, cuando los insultos se desplazaron rápidamente hacia ella a través las aguas. Los primeros, cuestionaban su comportamiento al punto de considerarlo una excusa frente a los actuales hechos en el fondo marino, mientras que los que decidieron continuar con aquel espectáculo, se dirigieron directamente a una de sus últimas decisiones.
Asesina.
El mencionar de la palabra causó en la mente de Náyade un destello de memoria, un resquicio del pasado que había permanecido oculto en las profundidades de su ser. Las brumas del tiempo se disiparon ante sus ojos, revelando escenas envueltas en sombras y misterio, como antiguas inscripciones en un pergamino olvidado. Las calles adoquinadas en las profundidades de Alexandria se habrían desplegado ante ella. Denso era el aire y conforme avanzaba, resonaba un eco cargado de determinación.
La urgencia en su corazón latía en armonía con el coraje que guiaba sus acciones. Palpable era la tensión en el aire y eso solo era un signo de la anticipación que precede a un conflicto imposible de evitar. Las sombras eran sus aliadas, envolviéndola en su abrazo protector, ocultándola de las miradas indiscretas. Un momento de titubeo, un instante de cuestionamiento, y luego el destello plateado de un tridente. El oro encontró su marca con precisión letal, y la lucha fue breve pero feroz. La persona que había sido su objetivo cayó en silencio, su destino sellado en esa noche de secretos. Y lo único que pudo remembrar de aquel hombre, fue esa rizada cabellera salvaje.
El recuerdo se desvaneció como el humo llevado por el viento, dejando a la sirena sumida en una corriente de emociones contradictorias.
El súbito detenimiento de la castaña haría al guía tambalearse. Tan abrupta fue la acusación que no pudo evitar dar un paso hacía la multitud, exigiendo saber quién habría sido el emisor de la verdad. Los ojos de Náyade con rapidez vagaban entre los rostros que apenas le era posible identificar; un sentimiento que combinaba la rabia y confusión, de pronto agudizó su vista. Pudiendo ver claramente los rostros cargados de euforia de quienes la recibían cual salvadora. Pero para aquel entonces, la voz que transporto el mensaje se esfumó a través del hablar de la multitud, quien parecía no haber dado atención al calificativo.
El cuarteto fue conducido a las profundidades de la ciudad sumergida, un lugar de misterio y esplendor oculto bajo las olas. Ante ellos, se alzaron majestuosas torres de piedra caliza, columnas de mármol que parecían desafiar las leyes de la gravedad, emergiendo audazmente sobre la superficie del agua. En ese sagrado recinto, su destino los llevó a ascender hacia la superficie, donde un enorme palacio, cual santuario de secretos, aguardaba.
El faro de Alexandria. Majestuoso y legendario, emergió como una fortaleza inexpugnable de tiempos olvidados. Siendo la capital del mundo marino, sigue manteniéndose desde hace siglos oculta. Pues el acceso de un externo solo se haría efectivo teniendo la autorización de alguien en el interior. Las mareas, como el aliento de un antiguo dragón marino, rodeaban la roca sagrada, creando un foso de naturaleza cambiante que separa el monte de la tierra. El castillo se alza sobre el acantilado, una joya arquitectónica que desafía el paso implacable del tiempo.
A través de un muro imponente, se manifestó la entrada, que los recibió con la solemnidad de los siglos pasados. Y poco después de haber entrado en contacto con el exterior, tanto forasteros como guardianes, se despojaron de su identidad marina para adoptar la apariencia de los humanos.
Sus pasos resonaban al momento de avanzar por las calles, cada una de las cuales parecía albergar sus propias historias. Un laberinto de corredores, un enjambre de caminos que convergían y se bifurcaban del mismo modo en que lo hacían las historias que iría tejiendo para ellos el destino. Al poco tiempo, los guardianes de la ciudad se dividieron, asegurándose de que al menos dos se hicieran cargo de quienes a la brevedad serían sometidos a una interrogación. Misma que sería clave para determinar la justicia en el posterior tribunal. La hostilidad de la situación era palpable, el peso de las decisiones a punto de ser tomadas resonaba en cada gota de agua, en cada ecosistema marino que contemplaba aquel momento crucial.
Con el pasar de varios minutos, no volvió a ver a ninguno de los que se habría arriesgado para traerla a su ciudad de origen. Hecho que le generó un nudo en la garganta, pues su desconocimiento sobre el liderazgo actual que se ejercía en Alexandria no hizo otra cosa que angustiarla. Por otro lado, los guardias abandonaron la contención a Náyade y tan pronto como ella solicitó saber a qué se debía ese cambio de actitud. Ante sus ojos hizo aparición una de las sombras de su pasado. Thaís Elden.
—Creí que no te volvería a ver. —
Bien pudo haber sido su mente jugándole una mala pasada, pero no iba a desaprovechar la oportunidad de volver a estrecharse entre sus brazos. Tan pronto como entraron en contacto, el poder de Náyade se haría presente en forma de recuerdos. Toda vivencia significativa que habrían compartido en el pasado y que se mantenía únicamente en la memoria de la contraria, fue traída de vuelta. Pudiendo recuperar Náyade gran parte de los recuerdos que le habrían sido arrebatados posterior a su accidente.
Al momento de separarse, supo la ninfa que habría segundas intenciones por parte de su confidente.
—Yo me haré cargo ahora. Pueden retirarse. —indicó la de hebras doradas mientras los guardias, poco convencidos, tomaban distancia. — Confíen en mí, no es nada que un Elden no pueda controlar.
Ante cualquier otra circunstancia, la palabra Elden habría pasado como una brisa fugaz por el pensamiento de Náyade, apenas rozando la superficie de su atención. Sin embargo, el cambio abrupto en las expresiones de los guardias, a miradas de miedo y respeto, atrapó su mente y la instó a hurgar más allá. Un escalofrío de inquietud recorrió su espina dorsal mientras la interrogante cobraba vida. ¿Habría sido Elden siempre el apellido de Thaís? ¿O acaso, como las aguas oscuras del recuerdo después del accidente, la mente formuló un abismo de olvidos para ocultar sus profundidades más oscuras?
Tras haberse retirado el dúo de vigilantes, la más joven guio a la recién llegada hasta una de las salas que conectaban al pasillo. Lugar en el que encontrarían privacidad suficiente para entablar una conversación previo al gran evento.
—Entonces por ser una Elden, me puedes mantener bajo control... ¿A qué te refieres exactamente con eso, Thaís?—
Las cosas han cambiado bastante desde tu desaparición. Nos vimos obligados a tomar medidas acordes a la circunstancia. El desvanecimiento de un líder no es algo que se pueda tomar a la ligera, más aún cuando eso acarrea la disolución de los vínculos que solían ser inseparables. Por eso, como respuesta a esa inquietud es que hemos propuesto una reforma. Cada clan, uno por especie, ha seleccionado a sus líderes, y estos, han designado a alguien digno para ser nutrido como su heredero. No obstante, en caso de los selkies, las aguas aún no han alcanzado la calma...—
Las dos viejas amigas se encontraban en una estancia íntima y sombría, susurros compartidos en confianza mientras discutían el misterio de la desaparición. Una de ellas, con arrugas talladas por los años en su rostro y una mirada llena de preocupación, había sido testigo de la ausencia de su compañera durante semanas.
—Náyade—comenzó la de hebras doradas, que había permanecido en el reino—nunca he conocido a nadie más leal que tú. ¿Qué pudo llevarte a desaparecer así? Tus cartas han sido escasas y vagas, y temo que hayas caído en manos de problemas indeseables.
Náyade, cuyos ojos todavía brillaban con una chispa de juventud a pesar de los años, suspiró con pesar.
—Ni si quiera yo tengo certeza de lo que ocurrió ese día. Entiendo tus preocupaciones, más no me encuentro en condiciones para aliviarlas. Pero si de algo estoy segura es que el tiempo dirá su verdad. —
Justo cuando la conversación parecía llegar a su fin, un retumbar distante llenó el aire. Era un sonido inconfundible, el eco de tambores que resonaban desde las profundidades del mar. La mirada de Náyade se volvió grave mientras se levantaba para mirar por la ventana.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó Náyade con curiosidad, mientras a unos pocos metros las aguas se movían salvajemente.
—Es el llamado de Alexandria—respondió la señorita Elden con solemnidad—Se acerca el momento que temía enfrentar. El consejo en respuesta a tu llegada solicitó un juicio, y creyeron que yo podría obtener acceso a tu memoria previo a este. Ya sabes, debe haber una gran historia detrás de esos ocho años. Por eso fui enviada hasta aquí, pero soy fiel creyente de que la confianza es mucho mejor para evocar... ¿Me dejarías intentarlo?
Náyade extendió sus manos hacia la contraria con una mezcla de determinación y esperanza. Sus dedos, largos y delicados como los pétalos de una flor marina, parecían susurrar un antiguo secreto. Thaís, con una mirada de asombro y un atisbo de aprehensión, observó las manos de su amiga. Sabía que lo que estaba a punto de ocurrir era extraordinario, un poder que solo las selkies, criaturas mágicas del mar, podían dominar.
Con un gesto suave pero firme, la rubia tocó las manos de Náyade. La conexión entre ambas fue instantánea, como un torrente de emociones y recuerdos que fluía entre ellas. Era la magia de las selkies, la capacidad de compartir vivencias y memorias con aquellos que tocaran su piel. Pero en ese momento, algo extraño sucedió.
Las expresiones en sus rostros se volvieron un espejo de desconcierto mutuo. Náyade, que había estado dispuesta a abrir su mente y corazón a su amiga, se dio cuenta de que algo estaba bloqueando el flujo de sus recuerdos. Aquel muro invisible, como una barrera erigida por fuerzas desconocidas, impedía el acceso a los recuerdos que habrían revelado la verdad detrás de su desaparición. La de cabellera dorada retiró sus manos con cuidado de la contraria, sintiendo la frustración crecer en su interior.
—Thaís...
—Ya no hay tiempo, debemos irnos.
El sonido de los tambores submarinos resonó una vez más, anunciando la llegada de un enigma que cambiaría el curso de sus vidas. Las dos amigas compartieron una mirada antes de emprender juntas el viaje hacia el tribunal, lugar al que debían descender nuevamente para retomar su apariencia de sirena.
Los jueces marinos se preparaban para enfrentar una verdad que desafiaba las leyes naturales del mar y los pilares de su existencia. En las sombras marinas, el reino del mar aguardaba con una mezcla de temor y fascinación, pues el regreso de su líder perdida desvelaba un mundo de misterios sin resolver. Pronto, los velos de la verdad serían desgarrados y los oscuros secretos del pasado emergerían, envolviendo a todos en su abrazo inquietante y perturbador. Náyade pudo reconocer a sus acompañantes entre aquellos que harían ingreso al tribunal, sin embargo, entre sus expresiones desorientadas y aquellas cadenas en sus manos, comprendió no habrían sido tratados con el mismo cuidado que ella. La culpa invadió su ser.
El juez, un tritón de edad venerable con una barba plateada que flotaba en el agua como un halo de sabiduría, se erguía frente a una asamblea expectante en el corazón del reino submarino de Alexandría. La majestuosa cámara estaba iluminada por la bioluminiscencia de las criaturas marinas que danzaban en las aguas circundantes, creando un escenario solemne y misterioso.
Con voz profunda y resonante, el juez comenzó a hablar, dirigiéndose a la audiencia que se había reunido para presenciar el inicio del juicio de la desaparición de la sirena Náyade.
—Compatriotas de Alexandría, hoy nos encontramos aquí en busca de la verdad. Hemos sido convocados para abordar el misterio que envuelve la desaparición de Náyade, una de nuestras hermanas y antigua dirigente del mar. Su ausencia ha dejado un vacío en nuestra comunidad, y es nuestro deber encontrar respuestas. —
El juez continuó, su mirada severa recorriendo la sala.
—Pero también es importante reconocer que Náyade no está sola en su regreso. En compañía de dos tritones, Proteo e Ireneo, además de nuestra hermana desterrada, Gemina, regresa a Alexandría. Esto, por sí mismo, es un hecho que debe ser considerado con cautela. Sabemos que Gemina fue desterrada de nuestras aguas por su simpatía hacia los humanos, una afiliación que nos plantea preguntas profundas. —
La audiencia murmura en respuesta, demostrando la preocupación y la intriga que rodean a Gemina y su regreso. El juez continúa, su voz firme y autoritaria.
—Por lo tanto, este juicio no solo buscará arrojar luz sobre la desaparición de Náyade, sino también explorar las circunstancias que rodean la reaparición de Gemina en nuestras aguas. Para alcanzar la verdad, escucharemos a testigos, exploraremos evidencias y evaluaremos los hechos cuidadosamente. La justicia debe prevalecer. —
El juez concluye su comunicado con solemnidad. —Que este juicio sea un ejemplo de nuestra dedicación a la verdad y la justicia en Alexandría. Que nuestras aguas sigan siendo un refugio seguro para todos nuestros semejantes marinos. Que comience el juicio. —
Los ojos de Náyade se encontraban fijos en el horizonte, tratando de mantener la compostura mientras las palabras del juez resonaban en sus oídos. Sin embargo, algo en la declaración del juez hizo que un recuerdo importante se agitara en su mente, como una perla escondida en las profundidades del océano.
Mientras Gemina era mencionada, Náyade sintió como si una marea de recuerdos reprimidos se elevara desde lo más profundo de su ser. Un destello de claridad, como un rayo de sol que penetra las aguas oscuras, iluminó su mente. Recordó el momento en que había utilizado sus habilidades mágicas, el don de controlar las memorias y emociones, para proteger a alguien y con ello, a sí misma. Con determinación y un impulso repentino, Náyade se adelantó en la sala, deteniendo el tema principal del juicio.
—¡Esperen! —exclamó con voz firme y decidida—Debo confesar la verdad.
La audiencia se quedó en silencio, sus miradas dirigidas hacia Náyade. El juez asintió, invitándola a continuar. Náyade continuó con su revelación, con una mezcla de remordimiento y sinceridad en sus ojos.
—Gemina, cuyo único pecado fue el de la simpatía por los humanos, no debió jamás sufrir tal pena. Pues fui yo quien manipuló sus recuerdos y orquesté su desdicha, condenándola injustamente al destierro por algo que yo hice.
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