Capítulo 8: Cual fuego ardiendo en la oscuridad

Dorothea

Cuentan las aguas que, desde la imposición de la corona, todo el mundo se habría vuelto macabro. Cualquiera pensaría que detrás de la seguridad de una valla invisible, eran pocas las probabilidades de ser interceptados por un humano, sin embargo, para un alma libre, como lo era Dorothea. Desde sus primeros pasos, habría sentido una extraña afinidad hacia el límite que dividía a todas y cada una de las partes del reino. Debiendo su madre y hermana, distanciarla del peligro que significaba cruzar. Pero eso hasta el ocurrir su adolescencia, le mantuvo inquieta.

Cautivada por el mundo de los humanos, fue lo suficientemente ingenua como para confiar en uno de ellos. De este modo, durante el avance del día, se encontraba con una persona cuyas intenciones precisamente no gozaban de bondad o simpatía. Largos fueron los meses que ambos dedicaron a una amistad, que poco a poco fue tornándose en algo lleno de romanticismo e ilusiones. Sin embargo, la vez en que el hada culminó en un acto su confianza. Esa misma noche le habrían sido arrebatadas sus preciadas adquisiciones.

Sus hermosas alas.

Apenas se hizo notar el sol cuando menuda fue la silueta que se escabulló a través de los extensos pasillos de la iglesia, abriendo la puerta de par en par ante su llegada. A duras penas dedicó su arrastre por las baldosas de un impecable suelo. Cada paso resultaba para la joven una verdadera agonía, pero su voluntad inquebrantable la impulsaba a continuar. Los quejidos silenciados fueron por un socorro inadvertido, auxiliada la joven tomaría ubicación en una de las bancas desocupadas, prosiguiendo por inercia a inclinarse. Sintió la mirada reprobadora del público, como si la sola presencia de una criatura fantástica perturbara su mundo ordinario. El sacerdote, en su podio elevado, la observó con un gesto adusto, dejando claro que no era bienvenida en aquel recinto sagrado.

Miles de voces se alzaron también como señal de negación. Los cantares angelicales habrían osado ser perturbados por la llegada de una desconocida, y por la variedad de su ropaje, la marca en su espalda, y así como también otras cualidades dentro de su aspecto, todo parecía indicar que se trataba de una criatura lejana a la cotidianidad a la que los pueblerinos acostumbran.

Herida y desamparada, la joven Dorothea irrumpió en la imponente iglesia, un lugar que parecía haber sido diseñado para excluir a seres como ella. Sin alas y vulnerable, sus ojos encontraron miradas de descontento tanto entre el público congregado como en el rostro del severo sacerdote.

-¡Marchad de este lugar sagrado! -

-Os ruego asilo, deben ayudarme. -la mirada pérdida de la joven advertía la horripilante vivencia a la que se habría enfrentado. Y lo peor era que más de alguno en la audiencia sabía a la perfección el motivo de la agonía en la recién llegada, porque fueron uno de los tantos que admiró con burla la llegada de un muchacho con la recompensa de su primera cacería.

-¡Es una de ellos! No sé le acerquen, podría tratarse de un vil truco para dominarnos. -exclamó alguien de la multitud del clero. No porque diera ingreso con una hostil actitud que la hiciera ser considerada como una amenaza, sino porque la cicatriz fresca en su espalda daba a entender que lo más lindo de aquella especie le habría sido arrebatado en un momento de confianza.

Dorothea tampoco fue capaz de hablar, después de todo, la rabia acumulada en su interior solo dejaría devastadores resultados. Así que se mantuvo bajo un estado de completa quietud. Bajo un manto inevitable de ardor y dolor. Tanto que el dolor físico de ser desprendido de una parte de ti, no era comparable en lo absoluto con la intimidad que habría sido pasada a llevar durante una promesa silenciosa.

Presenciaban los testigos a una muchacha de contextura mediana. Tenía los ojos en una curvatura almendrada, de tonalidad tan oscura como la belleza de una noche efímera. Aceitunada era la dermis que brotaba con delicadeza sobre cada uno de sus poros, pecas dominaban con creces las mejillas de un muy genuino rostro. Una azabache cabellera con desorden serpenteaba en el espacio, eran sus curvas lo que resaltaban al llegar al final de las hebras.

Mismos labios que durante el sermón de la mañana se mantuvieron erguidos en una seriedad indescriptible, horas antes habría con orgullo portado una de las sonrisas más bellas y contagiosas de toda la existencia. Ni comparado con lo devastadora que resultaba la apariencia de una recién llegada. A veces, la sociedad humana olvida que la magia puede existir en las formas más inesperadas, y Dorothea era la prueba viviente de ello. Sin embargo, no todos en la iglesia eran indiferentes ante su sufrimiento.

A pesar del descontento palpable, un rayo de esperanza se filtró entre las sombras cuando una mujer de edad avanzada, con arrugas marcadas por la experiencia y un corazón lleno de compasión, emergió del anonimato del público y se adelantó diciendo:

-No. Siempre han sido como nosotros, al igual que el resto. Mírenla. Le han quitado sus alas, ahora es tan humana como lo somos todos nosotros. Ante los ojos de un grande debemos seguir el ejemplo. -la anciana se vio influenciado por la edad que aparentaba la inocente alma. Una de las razones por las cuales pudo ese anciano apiadarse de la jovencita, fue por la calidad de su vestimenta, o lo que quedo de ella, no habiendo otra cosa que algo que se redujo a harapos.

Aquella idea fue alzada entre la multitud, desafiando la mera normalidad con su convincente argumento. Cual fuego ardiendo en la oscuridad, atrajo a fervientes seguidores, pero al mismo tiempo, sembró discordia y encendió la ira de inquebrantables opositores.

-¡Perdonadle la vida! Es inofensiva

-¡De ninguna manera! ¡Tiene que ser llevada con los exterminadores!

-Si llegó hasta aquí, perfectamente podría estar buscando venganza...

-Correré el riesgo.

Desafiando a aquellos que la juzgaban, ofreció asilo en su hogar a la joven hada, como si su alma entendiera que en la compasión y la bondad radicaba la verdadera esencia de la fe. En ese instante, un halo de luz se posó sobre Dorothea, y ella supo que, aunque en un mundo que a menudo rechazaba la diversidad, siempre habría almas nobles dispuestas a acoger a aquellos que habían sido despojados de sus alas.

Movida por un alma generosa y sin prejuicios, la anciana, se adelantó hacia la joven hada herida y extendió su mano con afecto.

-Ven conmigo, querida-susurró suavemente-En mi hogar encontrarás refugio y sanación, lejos de aquellos que no entienden la maravilla de la diversidad.

La presencia de la anciana irradiaba calidez y sabiduría. Dorothea supo que, finalmente, había encontrado un alma afín en aquel mundo que a menudo la había rechazado. Asida de la mano de su inesperada defensora, la joven hada se retiró de la iglesia, dejando atrás la hostilidad y encontrando un nuevo comienzo entre aquellos que abrazaban la empatía en su corazón.

-Es entendible que no desees hablar con alguien después de lo que has visto, de lo que has oído. Pero quiero que sepas que en mi podrás confiar. Mi nombre es Cecily ¿Cuál es el tuyo, querida? -

Después de haber abandonado el sector de la iglesia, los ojos de Dorothea captaron una sombra que envolvía la silueta de la mujer, una que no recordaba haber visto al interior del templo y que, de acuerdo a las lecciones sobre los distintos elementos que adquirían las hadas, se asociaba a su don. Más no le era posible recordar a que se debía esa tonalidad y esto le llevó a contestar la pregunta;

-Dorothea.

-Bueno, Dorothea. Ha de hacer una helada allí afuera así que...-dicho esto, la anciana envolvería a la contraria con la prenda de lana que hace un momento ella utilizaba. Y la sombra por una leve cifra de segundo, se esfumó.

Mientras la luz del día se acentuaba en el horizonte, las dos mujeres caminaron juntas hacia un futuro incierto pero lleno de esperanza. El mundo exterior podía ser cruel y ciego a la belleza del reino, pero en los rincones más inesperados y en los corazones más compasivos, brillaba la verdadera esencia de la humanidad.

Dorothea, inmersa en la ingenuidad y esperanza, confiaba en la benevolencia de la anciana, sin sospechar la tragedia que la aguardaba. En el camino, aun estando tan expuesta como antes, no sentía incomodidad alguna. Creyó encontrar la seguridad que Hidden Gardens anteriormente le aseguraba.

El dúo caminó por empedradas calles adoquinadas, cruzando el mercado bullicioso y los estrechos callejones hasta llegar a destino. La anciana, con su atuendo austero y arrugas como surcos de sabiduría, guiaba a la joven con pasos seguros y una sonrisa cálida. Ambas atravesaron un pueblo que zumbaba con la actividad cotidiana, donde mercaderes ofrecían sus bienes y caballeros galantes saludaban con cortesía. El hada observaba con admiración el entorno que las rodeaba, maravillándose con la majestuosidad de los edificios que se alzaban en aquel sector adinerado del pueblo.

Finalmente, llegaron a una majestuosa casa de piedra de dos pisos, erguida con la nobleza que solo los años podían otorgar. Ubicada en un sector apartado del puerto y del océano, esta residencia se alzaba como un símbolo de prosperidad y distinción. Las tres puertas de entrada llamaron la atención de Dorothea, quien quedó intrigada por la posibilidad de explorar cada una de ellas y desentrañar los secretos que se escondían tras sus vetustas maderas.

La escalera de piedra, esculpida con detalles intrincados, ondulaba por el costado de la casa. A medida que las dos mujeres ascendían por la escalera exterior, la joven se sintió transportada a una época pasada, donde las historias y los recuerdos se entrelazaban con la arquitectura. Cada paso parecía una invitación a descubrir los misterios y tesoros ocultos tras aquellas robustas puertas. La anciana, notando la fascinación de Dorothea, compartió con calidez algunos detalles sobre la historia de la casa y cómo había sido construida por generaciones anteriores de su familia.

Al ingresar, un aroma a madera y especias llenó el aire, mientras Dorothea admiraba un amplio salón decorado con tapices y reliquias que contaban antiguas hazañas. La luz del sol se filtraba por las cristaleras talladas, tejiendo enigmáticas figuras en el suelo de piedra.

En la cálida estancia, Dorothea sintió cómo aquel hogar la abrazaba con una bienvenida que resonaba desde tiempos inmemoriales. Cada rincón era una ventana al pasado, y la joven se encontró inmersa en las historias de generaciones que habían dejado su huella en aquel hogar.

Como un bastión de tradición ante el devenir del tiempo, la casa se alzaba como un faro de identidad y pertenencia en aquel mundo lleno de incertidumbres. Dorothea se sintió honrada de haber sido acogida en aquel remanso de historia y afecto. En el corazón de la joven resonaba una profunda gratitud por haber sido testigo de la grandeza de aquel hogar, donde la memoria y el cariño tejían un legado perdurable que trascendía las fronteras del tiempo.

La verdadera riqueza de aquel hogar no residía en la opulencia de la misma, sino en los lazos familiares, en el cariño y en la transmisión de las tradiciones y sabiduría de generación en generación, lo cual pudo entender gracias al relato que Cecily le habría contado con anterioridad. Por esa misma razón, aquel lugar se erigía como un símbolo de la continuidad y la memoria, y en el corazón de Dorothea floreció un sentimiento de gratitud por haber sido acogida en aquel remanso de historia y afecto.

Tan pronto como la chica se instaló en uno de los sillones, le fue indicada la ubicación de la ducha para que pudiese tomar un baño. Posteriormente y haciendo uso de un ungüento, las heridas que tomaron lugar en la espalda de la muchacha, fueron curadas. Y como si estuviera siendo preparada para un destino noble y luminoso, su figura su delicadamente acicalada.

-Hace unos meses mi pequeña dejó el nido y olvido varias de sus pertenencias. No creo que le importe si le damos un buen uso ¿verdad? -

Un hermoso vestido de tonalidad lila reposaba ahora sobre el cuerpo del hada, y en cuanto a esa salvaje cabellera que portaba, fue ordenada gracias a la habilidad de la anciana como tejedora, quien no desaprovechó la oportunidad para seguir indagando más sobre la especie contraria:

-Ella adoraba todo lo que tuviera que ver con criaturas mágicas, leía mucho sobre ellas y no me cae la menor duda de lo bien que se habrían llevado ustedes dos. Había algo que siempre me preguntaba acerca de los tuyos, pero como se nos tiene prohibido acercarnos al bosque...-

-Quizás yo pueda aclarar ahora a sus inquietudes, así cuando ella venga a visitarte, le dirás tu misma lo que has aprendido sobre mi especie. -las palabras de la anciana habrían hecho a Dorothea sentir en su hija una igual y todo gracias a ese instinto natural de curiosidad que compartían.

-Además de volar, ustedes tienen poderes ¿no es así? Porque si mal no recuerdo, en los libros, las ilustraciones de ese modo lo indicaban. ¿Qué es lo que pueden hacer? ¿Todas las hadas poseen las mismas destrezas? Y de ser así...-

¿Cuál es la tuya?

Dorothea, con curiosidad e inquietud, dirigió su mirada hacia el espejo que reflejaba con precisión los acontecimientos en la habitación. La figura de la amigable anciana a sus espaldas le observaba atentamente mientras disponía con extremo esmero los accesorios plateados en sus cabellos. No había rastro de malicia en su expresión; al contrario, Dorothea estaba casi convencida de que era la misma actitud con la que Lavinia Australe, reina de las hadas, trataba a sus propias hijas. Sin embargo, la joven notó nuevamente aquella sombra inusual en la silueta de Cecily, aunque esta vez su presencia parecía desvanecerse poco a poco, haciéndose cada vez menos perceptible.

Una sensación de debilidad le invadió por completo, más no dejó que esa confusión nublase su juicio al momento de devolver a la anciana el argumento.

-No existe manera de saberlo, según la educación que recibí, el poder surge en una determinada situación y solo en ese instante, comprendemos de lo que se trata. Lo siento.

La adolescente era plenamente consciente del don que se le había concedido como el hada que era, pero su entendimiento de cómo emplearlo se hallaba velado en un halo de misterio. Sabía que el ser desposeída de sus alas habría acarreado la imposibilidad de recibir la guía adecuada para desarrollar el talento con el que fue agraciada. Su mente, ávida de comprensión, anhelaba desentrañar los enigmas que rodeaban a su don y descubrir el propósito que aguardaba más allá del umbral de su existencia feérica.

-No te preocupes. Hemos terminado.

En la generosa cabaña de piedra, la anciana y su protegida tejieron un lazo inquebrantable durante semanas de convivencia. Cada mañana, Cecily preparaba un desayuno reconfortante, mientras Dorothea, con una sonrisa radiante, escuchaba las historias que la anciana compartía sobre los tiempos pasados y las leyendas del mundo encantado que eran divulgadas bajo distintas fuentes en el pueblo. Muchas de ellas, invenciones de los más creativos del mundo humano. Por lo que. en reiteradas ocasiones, el hada tuvo que desmentir las suposiciones, dando a lugar a la correcta versión de las historias.

-¡Oye! Me ofende muchísimo que sigas creyendo que las hadas en realidad son en miniatura cuando te he demostrado de mil y un formas de que eso no es cierto. -

-Solo imagina las posibilidades, querida. Sería mucho más sencillo atender a tus cuidados. - En su candidez, el hada agradecía cada gesto amable de la anciana, sin percatarse de las sombras que oscurecían el horizonte.

Cecily, con maestría disimulada, situaba delicados accesorios de hierro en el cabello azabache de Dorothea, ajena a la naturaleza malévola de tal acto. La había convencido de que dichos adornos eran bendiciones que le brindarían protección y buena fortuna, por lo que la muchacha no era capaz de quitárselos hasta la noche, momento en el cual caía rendida en su lecho.

Inadvertidamente, la de ojos afelinados se volvía más dependiente de Cecily, agradecida por sus cuidados y obsequios, sin percatarse de los planes que la anciana trazaba. En su ignorancia, atribuyó la cercanía al abandono reciente de su hija y al como reflejaba en si misma un reemplazo, pero en el fondo sabía no era la verdad. Durante las tardes, Cecily abandonaba brevemente de la cabaña, asegurando a Dorothea que traería sorpresas a su regreso.

En ausencia de Cecily, la muchacha habría adquirido el gusto de explorar la cabaña que se había convertido en su hogar temporal. Mientras sus pasos livianos recorrían las estancias, su mirada se posaba en los detalles que le intrigaban. Lo que más le llamó la atención fue la ausencia de retratos o recuerdos familiares que decoraran las paredes. La cabaña parecía un espacio desprovisto de pasado y de historia personal. Aquel enigma le inquietaba, pues ella misma provenía de un reino donde las memorias y las tradiciones eran tan valiosas como el aire que respiraba.

Además, la joven notó con extrañeza cómo la cabaña se erigía en solitario, alejada del resto del pueblo, como si buscara ocultarse de miradas indiscretas. La ubicación remota y apartada generaba una sensación de misterio y resguardo, como si el lugar quisiera preservar sus secretos ocultos del mundo exterior. Sin embargo, no podía evitar preguntarse por qué Cecily había escogido aquel lugar aislado para determinar su destino.

A medida que Dorothea seguía explorando, una sensación inquietante se aferraba a su ser. Se sentía agradecida por los cuidados de la anciana, pero también percibía algo sutil y enigmático en su actitud. Nadie, por muy puro que fueran su corazón e intenciones, se abría tan rápido a una completa desconocida. Los recuerdos comenzaban a desplegarse en su mente, pequeños fragmentos que no encajaban del todo con la imagen amable que había formado de la anciana. ¿A dónde se había ido a su hija? ¿Por qué razón Cecily abandonaba constantemente la cabaña? ¿Qué había en la cabaña de diferente a Hidden Gardens, que le causara tanto malestar?

Pese a las vacilaciones, la joven hada no quería creer que Cecily pudiera tener intenciones maliciosas. Sin embargo, la cabaña de piedra se había vuelto un espacio cargado de misterios y secretos, y Dorothea anhelaba desentrañar la verdad que se ocultaba detrás de las paredes silenciosas. Puesto a que la lejanía de esa construcción, frente a lo bullicioso que resultaba el pueblo, aseguraba en todo sentido incertidumbre. El futuro y el pasado se entrelazaban en un enigma que solo el tiempo y la perseverancia podrían desvelar.

La confianza de Dorothea en la anciana era inquebrantable, pues la consideraba su protectora y guía en un mundo que resultaba desconocido para ella. Mientras las semanas transcurrían, el destino tejía su complicada trama, y las sombras que se cernían sobre la joven hada eran aún imperceptibles para sus ingenuos ojos. Pero fue un impulso momentáneo lo que la llevaría un día a saciar la curiosidad que por tanto le había estado consumiendo.

Pocos segundos después de que la anciana habría abandonado su casa, el hada se dirigió dando pasos discretos hasta el camino que iría dejando la contraria a través de la hierba. Procurando en todo momento no ser detectada.

Una joven cuyos sentimientos se encontraban divididos entre la gratitud y la cautela, ansiaba desentrañar el manto de misterio que envolvía los motivos de la humana al haberle dado refugio. Sin embargo, el espectro de la traición persistía en su mente, pues no podía pasar por alto la discordia existente entre los seres sobrenaturales y los humanos. Por primera vez, agradecía que la vivienda se encontrase distanciada de las demás edificaciones, puesto a que cualquier aldeano que presenciara la situación, no habría dudado en delatarla.

Con pasos sigilosos y ojos afilados, Dorothea se embarcó en su búsqueda, navegando por los senderos enredados que conducían a un destino desconocido. Cada hoja crujiente bajo sus pies albergaba el eco de la incertidumbre y la anticipación. Conforme se iría acercando a la localización que frecuentaba la anciana, volvió a hacerse visible aquella sombra en torno a ella, al igual que la sensación de agotamiento.

Cuando finalmente Cecily se detuvo, el descubrimiento de Dorothea hizo que su corazón latiera con la fuerza de mil alas en vuelo. Detrás de la espesura del bosque se hallaba un campamento, al que no le habría sido posible acceder desde la lejanía, ya que era esa cantidad exorbitante de acero y hierro la que dificultaba en todo sentido la percepción de Dorothea en torno a la realidad. Aquel lugar, oculto a los ojos mortales, revelaba una verdad que desgarraba el velo de la ilusión que había tejido a su alrededor. Sus sospechas, alimentadas por el recuerdo de viejas leyendas, cobraban vida ante la visión inesperada.

La verdad detrás de aquel supuesto refugio finalmente emergió de la penumbra. Cecily reveló su verdadera naturaleza y Dorothea sintió un frío espeluznante que recorría su ser en tanto pudo evidenciar como criaturas de su misma naturaleza se encontraban en cautiverio. Tras las rejas e incluso sometidos gracias al poder de distintos materiales y elementos, como lo era el fuego.

El lugar al que había sido llevada no era el santuario que le había prometido, sino un tenebroso recinto donde criaturas mágicas como ella se encontraban prisioneras y reducidas al rango de mercancía. Una subasta macabra estaba a punto de desplegarse, en la que seres mágicos serían entregados al mejor postor, privados de su libertad y dignidad.

El corazón de Dorothea se estremeció ante la crueldad y desesperación que se desplegaban frente a sus ojos. La anciana, sin piedad alguna, estaba dispuesta a sacrificar la libertad de sus semejantes en aras de un interés mezquino.

Aquel momento fue el despertar de una feroz determinación en Dorothea. En el umbral del abismo, se encontraba con una elección trascendental: someterse al destino impuesto o luchar por la liberación de los cautivos y devolver la esperanza. Pero antes de que pudiera hacer algo...

Unos brazos la rodearon.

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