Capítulo 6: Durante la tormenta
Años antes de la noche del milagro...
Náyade
Despertar. El volver a su naturaleza terrenal fue para los más esperanzados un anhelo, que, conforme pasaba los meses, se convertiría en una realidad lejana. Porque aquello que la habría llevado a un desolador letargo, solo los dioses lo habrían podido presenciar y si de algo estaban seguros es de que no fue en lo absoluto comparable a lo que recordaba y te hizo creer que ocurrió.
Difuso evento protagonizó la mujer, que hacía décadas había enamorado a una tripulación entera con su encanto. Y pese a existir una infinidad de métodos con los cuales podría su pueblo haberla recuperado, ninguno era digno de la eficiencia necesaria para traerla de vuelta. Los miles de habitantes que a los dioses oraban por su regreso, con el tiempo habrían disminuido en cifra, y ya después de que las semanas se volvieran meses, y los meses se volvieron años, la fe los abandonó por completo. Y para una nación de tal calibre, era de esperar que brindarán un luto disminuido al de cualquier otra especie, pues a pesar de que el dolor de perder a un dirigente fuera insoportable, lo era más el llevar a la ruina a un reino.
El sonido del oleaje golpeando las rocas desde los inicios habría sido un deleite para cualquiera que habitase Alexandria, y esta canción se convirtió en el primer estímulo que sedujo a la ninfa en su trance. Prontamente, el aroma característico de la playa inundó sus fosas nasales. Rechazado la sombra para volver sus ojos a sentir las caricias que los alrededores le ofrecían. La oscuridad se vio desplazada y su cuerpo entre los muertos se levantó.
Desconocía la ninfa el paraje que le habría dado refugio, más aún cuando rodeándola yacía una estructura cuyas paredes revelaban un material similar a las rocas.
De par en par se abrieron sus ojos, pudiendo encontrar la mirada incrédula de no una, si no varias personas, que tan pronto como le vieron recomponerse, comenzaron a gritar en señal de alerta.
—¡Está de vuelta! ¡Despertó! —
—¿A qué te refieres? ¿De vuelta? ¿Dónde estoy? —
En ese instante, la indescifrable escena que el subconsciente de Náyade tuvo que soportar durante meses, se desvaneció sin dejar nada que pudiese contribuir a su frágil memoria. Porque si de algo tenía certeza cuando despertó, es que todos sus recuerdos le habían también abandonado.
¿Qué era lo que había pasado?
Habría sido la interrogante que más se repitió en aquellos testigos de las terribles condiciones en las que fue encontrada. La mirada de Náyade se desplazó entre los presentes, ya que, a simple vista, todos parecían unos completos desconocidos.
Y más allá de generarle desconfianza, bajó la guardia pues la formación que adquirieron al momento de ella reaccionar. Porque ese misero e insignificante gesto, le dio a entender a Náyade que se trataba de una familia. Adelante se hallaba aquel a quien asignó el rol de autoridad; un hombre de piel oscura y de gran tamaño, alguien con la fuerza suficiente como para defender a quien se encontraba a sus espaldas, un joven de hebras rubias y aspecto famélico. Como nunca, la complicidad y compasión presente en quienes le acompañaban le hicieron sentir indefensa, por lo que levantó ambos brazos para luego ubicarlos a unos pocos centímetros de su cabeza en señal de rendición. Algo que el menor percibiría como su oportunidad para intervenir.
Avanzó imitando a la sirena y conforme se reducía la distancia entre ellos, hizo descender sus brazos con el objetivo de que esta también lo hiciera y con ello, poder ganarse su confianza. Posteriormente extendió su mano, obteniendo rechazo casi inmediato por parte de su compañero, quien estaba lejos de comprender las intenciones del niño.
—¿Qué es lo que estás haciendo? —el joven se encogió de hombros antes de volver a dirigir sus azules orbes a la ninfa, acción más que suficiente para determinar lo que ese chiquillo se habría propuesto — ¿Te sientes preparado?
El niño no respondió.
Pero de todas formas quiso correr el riesgo.
...
Durante la tormenta. Arrojada fue su existencia contra las rocas; habiendo pasado horas desde el brutal enfrentamiento que a ese estado de inconciencia la habría llevado. Un número considerable de heridas surcaba con violencia la dermis de la fémina, y lo que quedaba de aquella envidiable tinción aceituna, fue reemplazada por restos de arena, suciedad y algas. El más grande secreto de las profundidades habría quedado expuesto descaradamente en forma de una cola. No había duda de que el causante, además de haber ejecutado limpiamente tal acción, sentiría satisfacción al ver como una sirena salía a la superficie en completa vulnerabilidad. Aun siendo una de los suyos.
Cuando el error del mundo la llevo a la muerte en las aguas, solo pudo la tierra auxiliarla.
y ya cuando únicamente la esperanza yacía en la luz al final del camino, apareció su salvación. Una criatura de forma humanoide y de extensa cabellera oscura, cargó a duras penas a la sirena, mientras que, a la distancia, era posible vislumbrar la figura escuálida del mismo niño que comandó la experiencia.
—¡Ireneo! ¡Ayúdame! —gritó la mujer.
Ireneo, el muchacho que provocó el recuerdo, pero bastantes años más rejuvenecido, acudió a la brevedad al llamado de la desesperación, a pesar de no haber manera de que pudiese contribuir considerablemente en la carga de Náyade, se encontraba dispuesto a rescatarla.
Aun teniendo el viento en contra, ambos se mantuvieron firmes en todo momento, y es que seguía quedando un tramo que recorrer para llegar hasta donde actualmente se encontraban. Tanto Ireneo como la mujer que le guiaba, se adentraron en el océano y con rapidez iniciaron un nado sincronizado.
Al cabo de una media hora, arribaron a destino; una inmensa estructura de roca que se cerraba en torno a una cueva. En ella, si bien existía un acceso por medio del agua, también lo había por tierra. La diferencia es que este último llegaba a su fin, obligando al visitante a acceder de igual manera por vía acuática. Una medida preventiva ante los recientes ataques de parte de los exterminadores y de la iglesia a cualquier cosa que consideraran diferente.
Desde hace siglos, lo desconocido ha resultado una amenaza. Un claro ejemplo de ello era la profecía; no había persona que no quisiera revelar quien se hallaba detrás de los escritos, porque al parecer, bastaba con ello para determinar o no la veracidad del texto.
¿Sería acaso un verdadero profeta? ¿Podrían estar la realeza y la iglesia manipulando todo en beneficio de su propia corriente? ¿Se trataba acaso de un brujo que hizo efectiva su maldición en el pueblo? No había manera de saberlo.
Y fue una situación similar la que dictó el futuro de Náyade. Al ser una desconocida para el grupo que acababa de recibirla, su credibilidad pendía de un hilo. Era tan fácil como encontrar algo que la hiciera digna de volverla una refugiada, como era aún más sencilla la presencia de un hallazgo que la convirtiera en una visita no deseada. En tanto hicieron ingreso a la verdadera guarida, recibieron la expresión estupefacta por parte del hombre de instintos protectores, ya que el no haber vuelto durante el periodo que prometieron a causa de un tercero, volvía al acontecimiento realmente cuestionable.
—¡Se puede saber dónde demonios estaban? —solicitó saber el varón al distinguir sus siluetas por debajo del agua, sin embargo y antes de que pudiese decir una palabra sobre la desconocida que ambos cargaban con esfuerzo, su prioridad se volvió el estado en que esta fue encontrada. —¿Qué fue lo que ocurrió?
—No lo sabemos, estábamos al este de Demersus cuando...—
No hizo falta mayor explicación de Gemina, o al menos nada que fuese del interés de quien hasta unos segundos parecía demasiado molesto como para dialogar. Y, obligándose a abandonar tal estado emocional, tuvo la voluntad de cargar a la moribunda hasta la mesa que con diversos materiales habrían confeccionado, donde procedería a tenderla boca arriba, una vez ahí se encargaría de inspeccionarla con detenimiento. Comprobando la presencia de pulso u otro signo que pudiese revelar si acaso se encontraba o no con vida. Por fortuna, pudo encontrar una secuencia débil en la muñeca de la recién llegada así que el siguiente paso era traerla de vuelta.
Tratándose de una criatura marina, la forma de realizar reanimación no era la que en humanos se solía utilizar, no obstante, siendo el también parte de la misma especie, le era bastante extraño que aun en tierra conservara su forma de sirena. De modo que, los dos adultos cargarían nuevamente a la mujer para colocar su figura sobre el cuerpo de agua que había en la cueva. Seguido de esto, el varón comenzaría a recitar una frase que a los presentes haría silenciar.
A los pocos segundos, las manos del tritón y de la humana con suavidad se desprenderían de los costados de Náyade, cuyo cuerpo comenzaría a flotar de espaldas con naturalidad. Lo siguiente dentro del ritual fue descifrar el porqué de su aparición tan repentina y si se trataba de alguien inofensivo, pues, tratándose de un grupo tan minúsculo, no valía la pena arriesgar a sus miembros, sobre todo cuando había un niño involucrado.
Con mucho cuidado, Ireneo se introdujo en las aguas, quienes correspondieron a su llamado otorgándole una cola de azulada tonalidad. Y por consecuente, rodeo con ambas manos la mano de Náyade.
Siendo un selkie, las posibilidades de engañar al pasado eran escasas, si es que no inexistentes, porque estas criaturas eran capaces de convocar acontecimientos ocurridos con antelación, ya sea de otras personas, como de sí mismos. Entre otras habilidades que solo a una minoría le era posible desarrollar.
De cualquier modo, el objetivo era claro. Necesitaban encontrar una prueba, por mínima que fuera, para comprobar si habían hecho lo correcto o solo se habían puesto en peligro. Y en tanto el niño cerró los ojos para llevar a cabo una mayor concentración, lo que encontró lo dejó sorprendido.
—¿Qué es lo que viste, Ireneo? —
Nada.
El no poseer un entrenamiento adecuado, volvía probable el errar en el proceso, incluso existía la posibilidad de que los recuerdos fueran defectuosos. Pero la ausencia de proyección era todavía más extraña que cualquiera de las otras alternativas. ¿Sería eso posible? El niño negó repetidas veces con la cabeza e intentó nuevamente. Sin embargo, el resultado seguía siendo el mismo. Inconcluso.
...
Casi al mismo tiempo, Náyade e Ireneo abrieron sus ojos. Dando así fin al recuerdo. El muchacho por su parte, adquirió una apariencia mucho más enferma que la que solía presentar cuando le vio por primera vez, evidenciándose en el ligero hilo de sangre que brotó de su nariz luego de haber realizado la proyección del recuerdo. A la brevedad, Náyade atendió aquella mancha utilizando su dedo índice, recordando así parte del pasado. Gran parte de los jóvenes que apenas incursionan en su habilidad, tienden a sufrir efectos secundarios. La gravedad de los mismos dependía de que tan profunda haya sido la extracción de las vivencias o de la duración que estas hayan tenido, por lo cual, dedujo que Ireneo había hecho un gran esfuerzo y le hizo saber su satisfacción por medio de una cálida sonrisa.
—Eísai san emás—
El solo hecho de haber alguien pronunciado a sus espaldas, una frase en una lengua que creía por mucho tiempo estuvo extinta, garantizó a Náyade una recesión que creyó olvidada entre sus recuerdos; ahí estaría ella, solo que con una cantidad menor de años y en una ubicación que gozaba de ostento. Seguramente se trataba de Alexandria. Y a diferencia del momento que le hizo sentir había vivido antes esa situación, lo que marcó la vivencia fue que esa misma frase habría sido utilizada por ella para brindarle seguridad a otra persona, de la que extrañamente no había vuelto a saber hasta su adultez.
—¿Qué es lo que quieres decir con eso, Proteo? —las miradas del muchacho y de la sirena captaron a la brevedad a uno de los integrantes que aparecieron dentro del recuerdo. Cuya apariencia no pasaba desapercibida, pues su dermis era tan brillante que se asemejaba al manto nocturno.
—Eres como nosotros. —contestó Náyade con seguridad.
Pero, más allá de lo cautivador que haya sido encontrar a alguien que se comunicara en una lengua muerta. Aquello que llamó su atención fue la cantidad de los mismos. Le fue bastante fácil identificar al adulto de apariencia amenazadora y al adolescente, pero no a aquella que habría ido en su auxilio en la playa. De todas formas, su decisión fue guardar silencio frente a las dudas que pudiesen inquietarla, ya que una sola palabra podría volverse su condena.
—¿Ya ves? No hay nada de que temer. —añadió el hombre, esta vez asumiendo una postura un poco más relajada y amigable.
—¿Por qué se lo dices como si no fuera consciente de ello, Proteo? —
Apoyada en una de las rocas, la persona faltante irrumpiría en la conversación con un tono evidentemente molesto. Por mucho que Náyade intentará ver más allá de las sombras donde yacía oculta, no le fue posible, por otro lado, esta le haría un gran favor al acercarse. Solo así podría obtener una perspectiva completa de la situación.
—Quiero decir, le salvamos la vida, debería estar demente si continuara creyendo que le queríamos hacer daño.
—Lo mejor es no hablar de manera precipitada, no sabemos por lo que ella pasó y por lo mismo, hay que centrarnos en lo importante. ¿Pudiste localizar a alguien a la cercanía? ¿Algo que nos permita saber de dónde vino? —
—El Faro de Alexandria.
Esta vez quien promulgó el silencio a través de su intromisión fue Náyade.
El rencor obligó al dúo a distanciarse tan pronto se hizo visible en la expresión de la fémina. Sus ojos se tornaron de un azul mucho más profundo del que ya tenía cuando pronunció la sirena el corazón de Alexandria, evidenciándose la rabia acumulada en su interior. Y ahora para que no hubiera adiciones inesperadas a la conversación, se encargaron de ubicarse en un punto donde pudiesen optar a la tan anhelada privacidad.
Náyade entonces comenzaría a sacar conclusiones demasiado apresuradas como para adecuarse a la realidad; desde la posibilidad de que todo aquello fuera una trampa ideada por la gente de la superficie, hasta que se tratase de una nueva invención por parte de su subconsciente en compensación al nido vacío que habrían dejado en su hogar. Había algo en la fémina que obligo a Náyade a mantener y no bajar la guardia. Tal vez si tenía razón con respecto a que gracias a ellos continuaba con vida, pero no por ello aseguraba su bienestar en ese lugar. Tanto ella como Ireneo decidieron cortar la distancia a través del sigilo. Ubicándose justo detrás de unas rocas que asegurarían la no detección de los mismos.
—¿Acaso no ves lo que ha estado haciendo? Pudo habernos dicho desde un primer momento de dónde venía, de quien se trataba, más prefirió guardar silencio y que nosotros nos termináramos enterando sobre su origen. Nos ha estado mintiendo todo este tiempo—
—Estaba en coma. Una de las pocas cosas que humanos y sobrenaturales compartimos estando en esa situación es que no existe una inmediata recuperación del cerebro. Si se tratase de un engaño ¿no crees que lo habríamos sabido? Nadie podría haber aguantado tanto tiempo sin ser antes descubierto. —
—¿Y si también nos mintió respecto a eso? ¿Qué tal si la han enviado para vigilarme?
—Gemina, te estás dejando llevar por todo ese resentimiento hacía lo que te hicieron unas personas en Alexandria, y lo estás proyectando hacía ella. Han de haber miles de habitantes en El Faro. ¿Quién te asegura que este involucrada en lo que te ocurrió? ¿Si quiera ella tiene la culpa? —
—Si dejamos todo "mi asunto" de lado, sigue habiendo vacíos en su versión. ¿Te parece normal alguien que no recuerda absolutamente nada de lo que le llevó una deplorable condición, diga con certeza del lugar de donde vino y además que nadie de ahí se haya tomado la molestia de buscarla? Ya la hemos auxiliado y parece estar bien, ¿por qué no dejarla donde fue encontrada? —
—Por la misma razón por la que decidiste brindarle asistencia hace ocho años. —
Su vista fue nublada bajo el efecto de las lágrimas que con rapidez en su lagrimal se acumulaban. En lugar de avanzar hacia la pareja en busca de respuestas, el cuerpo de Náyade involuntariamente decidió retroceder. La sensación de nuevamente quedarse sin aire no hizo otra cosa que empeorar al punto de debilitar sus piernas, cuya función fue recibir el impacto de la descompensación de la ninfa. Aquello que sintió era el presente, estaba a años luz de serlo pues durante aquel congelamiento temporal la única persona afectada habría sido ella; sepa el mundo cual fue el rumbo que Alexandria en su ausencia habría tomado, cuál era la vida que su familia habría llevado, cual fue la razón existente detrás su abandono de las profundidades y el evento que gatilló a lo que ahora estaba viviendo.
Pero lo más importante era ¿Por qué no podía recordarlo?
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