Capítulo 4: entre ambos mundos

Ekaitza.

Aquello que comenzó en forma de tormenta, terminó por volverse ante las miradas de lo ajeno, un producto de su imaginación. Nacida como una de las hijas del océano se le fue obsequiada como un acto de generosidad y buena ventura a los humanos, esto de acuerdo al relato de uno de los sobrevivientes del desastre que habría acabado con un gran porcentaje de la población mercante. No obstante, el solo hecho de haber la especie mágica ofrecido en sacrificio a uno de los suyos, conllevaba inimaginables consecuencias. Como lo era el mantener una extrema discreción respecto al tema, así también en caso de no poder resistir ante la presión, no revelar a cualquiera la naturaleza de este espectacular ser. Lo que no habría sido complejo durante los primeros años, ya que, de algún modo se esparció la noticia de que el viejo Guren y su esposa habrían dado fin a su solitaria vida para adoptar a una de los muchos huérfanos que cada año llegaban al puerto desde tierras lejanas.

Con el paso del tiempo, la idea que en un principio resultó descabellada para el matrimonio de mercantes, terminó por convencerles de que encontrarían la alegría que le hacía falta a la grisácea normalidad en Dern.

Y no se equivocaban.

Por desgracia, las aguas de la zona eran reconocidas por todo el mapa por su naturaleza traicionera. Por su capacidad de trasladar mensajes a quienes precisamente deberían mantener al margen, a menos que el problema quisiera involucrar intencionalmente a más y más personas. Es por ello que una fracción de su origen habría decidido pronunciarse a la cercanía, durante la noche de su octavo cumpleaños. Una muy fugaz neblina cegó su dormitar al punto de hacerla creer que todo lo que viera por medio de los próximos sueños, lograrían teñir el manto de la realidad. Fue capaz de oír en la oscuridad los incesantes jadeos, que en un principio creyó eran de su pertenencia, y al cabo de unos segundos, la oscuridad de la noche de vio reemplazada por el abrir y cerrar de ojos de una perspectiva ajena. Quien quiera que fuese, se hallaba oculto entre el ramaje del bosque, mientras a la distancia audibles eran los gritos que clamaban por su captura, siendo anunciados previamente por el resonar de un cuerno. 

La lejanía se habría teñido de un intenso rojizo producto de la pirotecnia que segundos antes iluminó el cielo. Una captura se hacía próxima y nadie más apropiado que Ekaitza podía encarnar a la victima de aquel encuentro. Pero, lo que más desconcierto causó en la joven fue el encarnar a un desconocido, que por lo poco y nada que pudo observar en cuanto a la contextura de su cuerpo, se trataba de un adolescente. Jadeantes sus respiraciones advertían una persecución previa, no obstante, la limitada observación del perímetro llevo a creer a la joven Ness que las posibles salidas eran limitadas y el tiempo, reducido. A los adversarios se habría sumado el rastreo incesante de los sabuesos, quienes en solo una cifra de segundo llegaron a percibir a quien yacía oculto entre los arbustos. Ekaitza forzó a los pies del desconocido a moverse de su actual posición, arrastrándolo a través del bosque hasta donde pudiese perder a los que se prometieron darle muerte.

Los exterminadores.

No fue complejo identificarlos cuando era todo un pueblo quien le rinde homenaje a la institución; uniformes de oscuras tonalidades y que hacían clara distinción entre los rangos. Ninguna persona que formase parte de los altos mandos se ensuciaría las manos en la persecución de un adolescente, por otra parte, las brillantes insignias que identificó en algunos que se sumaron a la búsqueda, le hicieron creer que no encarnaba a alguien corriente, sino a alguien que le era semejante en cantidades. Solo que ella no lo sabía, ni tampoco se hiciera pronta tal revelación... ¿o sí?

Desbordaban cobardía sus entrañas, no porque desconfiara de la credibilidad del pelotón que decía velar por la seguridad de los habitantes, sino porque en inconsciencia le invadió una sensación desconocida. El miedo a la muerte. Tal cual como habrían reaccionado en su momento los caídos. Siendo muy ligera la línea que separaba a la soñadora de volverse uno de ellos. Cada año, la despiadada institución que servía a la corona, lograba arrebatar más de un centenar de vidas a inocentes, pero ese solo habría sido uno de los muchos fragmentos que los poderosos ocultaban al pueblo. Porque aun cuando exigua era su experiencia dentro del mundo de los vivos, nada evito que la inocencia, que por ley le pertenecía siendo una niña, se viese perturbada y posteriormente, arrebatada.

Poco a poco la intensidad con la que corría se hizo más débil, el ardor de piernas causó un agotamiento casi instantáneo y solo pudo recuperar las fuerzas una vez pudieron divisar sus ojos el amanecer, donde contra la voluntad de su cuerpo incrementó la extensión de sus zancadas. Pronta se hacia la aparición de los primeros rayos del sol, facilitando la detección de los obstáculos y también de aquello que momentáneamente consideró su salvación.

El reino de Dern por muchos era conocido como el final del mapa, y esto se explicaba en las abruptas limitaciones del territorio, siendo una de estas la que habría ido al auxilio del perseguido. El muchacho a quien encarnaba Ekaitza en su sueño, parecía de lo más confundido con la iniciativa que se habría adueñado de sus pasos, y era comprensible. Nadie que estuviese en todos sus sentidos se atrevería a ubicarse en el borde del mundo, porque no había mejor descripción para el risco donde habría ido a parar. Lugar en donde a los pocos segundos habría terminado rodeado por el equipo de rastreo.

Cual fugitivo, ahora se encontraba perdido. En un abrir y cerrar de ojos se habría vuelto el blanco de interés de todas las armas, si es que no también de los sabuesos que con tanto anhelo ladraban en su dirección. Numerosos cuestionamientos hacían a Ekaitza nuevamente dudar de la procedencia del desconocido, momento en el que llegó a restarle importancia a los acontecimientos vividos, pues no había forma de que un seleccionado grupo de cazadores fueran detrás de un chico que pecaba de ordinario, era demasiado ridículo, hasta para un sueño. 

Para alguien cuya imaginación gozaba de riqueza, habría sido de extrañar el que el protagonista no tuviera la más mínima intención de desplegar un par de alas y volar hacia el horizonte, o de que de la multitud no emergieran de pronto un gran número de aliados. En su lugar, lo único que la joven Ness habría obtenido de las invenciones de su cabeza habría sido el avanzar amenazante del bando enemigo, en dirección del joven de hebras castañas. Tragó saliva, comprendiendo entonces que la única escapatoria que tenía, terminó por desvanecerse, dejando al muchacho a la deriva y a manos de los verdaderos monstruos del territorio.

De haberse tratado de una pesadilla, estaba segura ahí habría finalizado, pero a diferencia de las anteriores que habría tenido, esta constaba de un mayor grado de profundidad y aquello fue evidente a la hora de que una nueva proyección nubló su vista, tal y como estaría ocurriendo en el muchacho que a solo segundos estaba de la muerte. Las imágenes eran difusas en todo sentido; desde las personas que conformaban la escena, hasta las palabras que le dedicaban al desconocido. Quizás habría sido objeto de los viles experimentos que la raza humana era capaz de realizar y he ahí el porqué de la repentina empatía de quien lo encarnaba.

Todo era tan incierto que le habría sido imposible no proyectarse en la situación. Un último deseo, una petición, podría serle otorgada en presencia de los perseguidores, pero, también era el ahora, la oportunidad que tenía para tomar las riendas del asunto, dejando a esa alma ajena como huésped de la consecuencia. Retrocedió el joven los pasos suficientes para comprobar lo que la ambientación le ofrecía, encontrando así un precipicio que colindaba a unos cuantos metros con la costa del reino. cuya serenidad era transmitida a través de oleaje. No así la desesperación que se hacía evidente con el levantar de su pecho, el cual advertía una eventual situación de peligro.

Pero... ¿de que servía preocuparse? Si tanto la situación como sus participantes resultaban una invención ficticia de su cerebro al dormir. Y en cuanto pudiese abrir los ojos nuevamente, se encontraría con la soledad silenciosa de la cabaña. Solo que había una gran diferencia entre lo que ella quería y lo que realmente ocurrió, ya que, como habría imaginado, continuaba el sueño sin la intención de concluir. Y esto se evidenció en el momento que habrían tenido la oportunidad de presenciar los exterminadores; el joven se arrojó desde el acantilado con tal valentía que bastante llevo a sus atacantes reaccionar. Nadie en su sano juicio habría realizado tal hazaña, no cuando era una de las muchas formas en que uno podría obtener una muerte segura, porque ni siquiera con algo de suerte lograría alguien sobrevivir al impacto de las olas. Numerosas flechas fueron arrojadas en dirección del cuerpo que con rapidez caía, con el fin de asegurar una eliminación inmediata. Ni siquiera se molestaron en continuar en el lugar, después de todo si no acababa con el la caída, lo haría una bestia marina.

La ausencia de un verdadero plan habría bastado para salvarle del grupo de exterminio, sin embargo, desde donde realizó el salto no le fue posible divisar aquello que encontraría una vez dentro del mar. Porque, en cuanto el joven hizo ingreso a las desconocidas profundidades, contra su posición poco favorable, atentó la cúspide de un arrecife, cuya incidencia en la zona era comparable al del filo de una daga. Y el daño tampoco estaba lejano a lo que esa arma podría causar, pues solo bastaron unos pocos segundos para que se dibujase una marca redonda y contundente en el sector de su nuca. De los pulmones del muchacho se desprendió un grito tan desgarrador, que habría traspasado con una increíble facilidad las barreras de la narcosis de Ekaitza.

No tardando mucho tiempo en propagarse el dolor también a ella. Porque, cuando menos lo esperó, la experiencia se hizo ausente. Se esfumó tal y como si no hubiera anteriormente existido algo que separase al sueño de la realidad. Un olor metálico impregno sus fosas nasales, obligándole a abandonar su lecho para acudir hasta el sanitario, donde luego de encender una vela, seria testigo de aquella aterradora escena, una que habría pasado desapercibida de no haber sido por quien pronto apareció en el reflejo del espejo, justo detrás de ella, encontró la expresión de horror de Samara, esposa de Guren.

—Santo cielo ¿Qué te ha ocurrido? —para alguien en aquel estado de somnolencia, no resultaba para nada agradable llevarse ese tipo de sorpresas. Más aun cuando acostumbraba a oír las pesadas habladurías de quienes le rodeaban. Porque nadie en todo el pueblo habría considerado la adopción de Ekaitza como una bendición. Hasta ese momento. Uno en que, como muchos otros, habría vencido la ignorancia. —

Un hilo de tonalidad carmesí atravesaba los pómulos de la castaña, desvaneciendo su camino justo en la punta de la nariz de la misma, de modo que, ambas debieron seguir el rastro en el espejo para ver que el origen del sangrado se daba justo debajo de esa cabellera alborotada. Varios cabellos habrían sido también captados por el líquido que brotó de esa desconocida herida, una que la mujer atribuyó a una caída abrupta durante la noche, habiendo descartado esa opción casi de inmediato pues en una revisión rápida en la habitación de la accidentada, lo único que habría encontrado fue el impecable orden de los muebles y la blancura que aún permanecía en las prendas de la cama. ¿Qué era lo que había ocurrido entonces? La explicación poco tiempo tardó en llegar ya que cuando volvió sobre sus pasos, su mirada no pudo evitar encontrar uno de los crucifijos que habría adquirido hacia muchísimos años. Una muestra de cuan apasionado era el matrimonio cuando de religión se trataba, al punto de dar fin al misterioso acontecimiento bajo la explicación de que se trataba de un estigma.

Antes de que la ilusionada mujer pudiese despertar a su marido a causa de lo que muchos creían un milagro del cielo, la niña se aferró a su mano con una expresión que logró transmitirle un panorama no muy alentador. Por lo cual ambas se habrían escabullido hacia el pasillo principal, un lugar donde podría Samara pensar con mayor detenimiento. Bien pudo acudir al médico del pueblo, no obstante, dudaba en que aquel percance gozara de exclusividad frente a la detección de su parte. Lo mismo ocurría en el caso de que deseara recurrir a quien creía su mayor confidente, un anciano vecino. Así que la lista de posible orientación se limitaba a un solo lugar.

Conforme la hora avanzaba, aquella vela que guiaba el camino, se hacía más cercana a su extinción y eso solo significaba que debían minimizar sus acciones al interior del hogar. Sobre todo, cuando era Samara quien asumió la autoridad y se apropió descaradamente de la fuente de energía. Un error que le costó su cordura tan pronto como fue en busca de lo que podría ser de utilidad para la salida. Porque, para una mujer que al borde estaba de la histeria, no habría sido en lo absoluto provechoso ni agradable, tener a sus espaldas a una sombra que lo único que hacía, era pisarle los talones.

De modo que, y antes de nuevamente chocaran en la oscuridad, Samara habría dejado la vela en un punto que a las dos beneficiase. Segundos después, colocaría sus manos sobre los hombros de quien la observaba con expresión interrogante y diría.

—Pensándolo bien, lo mejor será que me esperes afuera. No tenemos mucho tiempo... ¿recuerdas lo de la puerta principal? —La mirada que primero en sus ojos solicitaba respuesta, habría ido a para en los pies descalzos de Ekaitza. Una sonrisa en su rostro se expandió compensada —Claro que lo recuerdas.

Desde que la joven tenía uso de razón, mantenía presente el eficaz método de seguridad que Samara sugirió.

«El único pie que entrará en casa será aquel que este en su estado natural. Descubierto. Lo mismo para cuando desees salir.» A pesar de haberlo considerado en un inicio bastante absurdo por el simple hecho de que era la única que debería cumplir con esa condición-y para variar no había fundamento que valiera lo suficiente para contentar a un infante- lo habría reproducido hasta en la actualidad, donde se tornó una costumbre inalienable.

Escasa fue la luz que terminó por despedir al dúo, el cual tomó direcciones opuestas. Samara desapareció en dirección a la cocina, en cambio, la de menor edad se abrió paso entre los muebles de la sala, viéndose ajena de cualquier ruido que pudieron haber emitido los tablones bajo sus pies. Lo que resultó un gran alivio para su huida, ya que, esa estrategia hizo menor la posibilidad de ser notificada por la persona que aun quedaba en el hogar. Una vez fuera de la cabaña y habiendo cerrado la puerta, se envolvería así misma con sus brazos para contener el frio.

Desde ahí, no pasaron más de diez minutos antes de que por el jardín apareciera Samara, quien ya no actuaba en solitario. Su más fiel equino estuvo ahí para ella incluso cuando era para todos, momento de dormir. Y por fortuna, no habría sido uno de gran tamaño, porque eso si hubiera generado complicaciones para subir a Ekaitza finalmente a sus espaldas. La dueña del animal, por otro lado, se habría encargado de cubrirla con una manta que encontrado colgada fuera del hogar.

Si bien, había acontecido este suceso durante la madrugada, ya eran bastante las habladurías que surgían en torno a la menor como para continuar generando polémica. El avanzar del dúo transcurrió en completo silencio, algo que beneficio de cierta forma el apreciar del trayecto; una enormidad de astros iluminaba con gracia el cielo, la brisa acariciaba el rostro de aquellas que actuaban entre las sombras. Que pudieron observar cómo conforme se acercaban a su destino, las viviendas adquirían mayor ostento y elegancia. Un detalle minúsculo pero que en un futuro y en caso de recordarlo, haría entender a Ekaitza sobre el funcionamiento del reino.

Más que en la oscuridad que se expandió a lo largo del cielo, o el dormitar tranquilo de aquellos que podían observarse a través de los cristales, lo único que habría logrado otorgar sosiego a la niña fue el balancear de las olas, mismas que esperaba hubiesen podido frenar el fin abrupto del muchacho de su sueño. Aun y cuando amplia era la posibilidad de que fuese producto de su inconsciente. Porque tampoco habría recibido alguna muestra de cariño de parte de la mujer, lo cual solía atribuir a su desacuerdo con recibirla en el hogar que ella y Guren compartían.

Después de haber atravesado un pueblo entero, se ubicaban las forasteras justo delante de una puerta de madera, misma a la que la mayor de ellas habría llamado con determinación. A diferencia de la que se hallaba sobre el lomo del equino, pues en el expandir de su pecho sintió el pánico de toda una especie en presencia de quien supuestamente aliviaría sus males.

La iglesia.

Al interior de la edificación, el ruido se dispersó hasta llegar a los oídos de quien posteriormente acudió a recibir al dúo de visitantes.

—Sea usted bienvenida, señora Nyland ¿Qué es lo que le ha traído hasta la casa de nuestro señor? —no era extraño que la parroquia recibiera personas durante todas horas, pero, lo que diferenciaba a aquellos que acudían al sacerdocio durante el día de los que lo hacían durante la tenebrosidad, era el tipo de emergencia. Nadie que estuviese en condiciones favorables utilizaría el recurso de la urgencia y desesperación. —

Samara emitió un saludo bastante breve, ya que en ese momento no le habría sido posible encontrar palabras que pudiesen explicar situación de la que había sido testigo y es por eso que su mirada orientó al pastor hasta donde el motivo de su visita se encontraba; una niña cuya pesadez de ojos hacia honor al letargo sentido. Y, a decir verdad, no era mucho lo que a la distancia el hombre podría deducir sobre su estado, más que la gran similitud con cualquier infante al que hayan traído antes por enfermedad estacional o fiebre. Después de todo, la manta dificultaba el revelar de la condición y ante la duda por parte del miembro eclesiástico, prefirió ser precavida. Presentando a Ekaitza como su hija. En respuesta a lo anterior, el morador esbozo una sonrisa triste, clara expresión de cuan relevante le era el dolor ajeno. Así que, con extremo cuidado ayudo a Samara para que la niña pudiese descender del animal, para después acompañarlos al interior del establecimiento, un punto donde se creía era mayor la eficacia a la hora de detectar de un problema.

Y si bien, pudo haber sido inmediata la observación. Por orden del alto mando, quien quiera que fuese el anfitrión de la jornada, debía registrar el motivo de las visitas en un manuscrito, constancia de las patologías que durante su guardia llegaban. Con un candelabro, el pastor indicó el camino a las visitantes. Eterno fue el pasillo que debieron atravesar para ir al encuentro del libro, no pudiendo ser la escena más aterradora para Ekaitza; desde las columnas que se elevaban cual monstruos en altura y la soledad que sin piedad se extendía, hasta el trio de mosaicos que historias contaban en la cúpula del templo. No era capaz de imaginar que era lo que se avecinaba.

—Bien, necesito que seáis lo más detallistas posibles frente a lo que sucedió. Así que contadme ¿Qué ha sido exactamente? —

Los labios de la pequeña se curvaron tal y como lo hacían cuando estaba dispuesta a emitir una palabra, sin embargo, lo único que brotó como explicación habría sido un silencio que en ningún augurio se preveía efímero. Por fortuna y a diferencia de aquellos que habrían ido a parar en manos de los más despiadados e intolerantes clérigos, el pastor atribuyó el enmudecimiento al estado de shock por el que seguramente alguien de su edad debía estar pasando, más aún cuando no habría sido instruida en el catecismo. Así que prosiguió voluntariamente a desprender la manta que entorpecía la observación, reaccionando con obvia sorpresa ante el milagro.

—Fascinante. —las manos del hombre se dirigieron a la zona en la que la sangre aún se veía fresca, una muestra bien podía comprobar la veracidad de los hechos narrados, pero... ¿sería suficiente para convencer a una institución? —Aunque creo no tener el conocimiento adecuado para determinar si se trata o no de una marca autentica. ¿os importaría si acudo a uno de mis superiores? —

Quien diría que solo bastaba con una negación por parte de Samara para que tanto ella como su hija hubiesen declarado ya una horrible sentencia. Porque solo un ignorante en el tema dejaría pasar el detalle que el pastor ignoró y eso habría sido la ubicación del supuesto estigma junto con las características que este presentaba. Pocos minutos después de haber el hombre abandonado el inmenso salón, la salvación se habría presentado para el dúo de forasteras, viniendo en forma de la rebeldía de uno de los aprendices de la institución, quien también se habría atrevido a desafiar la norma que sus superiores le habrían impuesto horas atrás. Permanecer en las habitaciones respectivas.

La oscuridad absoluta sirvió para que el muchacho pasara desapercibido entre las bancas, lugar donde se desplazó hasta quedar en un punto donde su presencia fuese para los presentes inadvertida. Lo que generó aún más desconcierto en Ekaitza, al haber esta podido oír un sonido que eficazmente habría captado su atención entre las aterradoras sombras lejanas. Un sutil silbido le atrajo hasta el origen del mismo, apenas dándole tiempo de reaccionar cuando alguien tiro de su brazo, viéndose arrastrada hasta el suelo y siendo un grito oprimido con una mano que por pocos centímetros se diferenciaba de la suya.

—Te soltaré solo si prometes no hacer ningún ruido. —aclaró con una voz aguda la anónima silueta, recibiendo casi a la brevedad un gesto de aprobación. Pero, del dicho al hecho solo había una delgada línea de diferencia. Y nada costaba traspasarla. —

Creyéndose en peligro. La señorita Ness intentó reincorporarse, pero por mucha que fuese la motivación de su parte, no había manera de vencer a alguien cuyas convicciones eran incluso más firmes de lo que ella podría aspirar. Tan pronto como la niña estuvo próxima a levantarse, el aprendiz se aferró a su pantorrilla, utilizando toda la fuerza que a su alcance estuvo para derribarla durante su intento de escape.

—¡AY! ¿Cuál es tu problema? —el golpe que recibió Ekaitza en la parte anterior de su cuerpo solo habría servido para terminar de causarle enojo. De no ser porque se hallaban entre la penumbra, se habría notado el enrojecimiento que se apoderó de sus mejillas, al igual que el que recorría también sus rodillas, las cuales habría masajeado en señal de dolor. —¿Quién te crees que eres?

—Alguien que reconoce un fraude cuando lo ve. —

El corazón le dio un vuelco. Del mismo modo en que lo habría hecho la situación. Si anteriormente la visitante habría considerado a quien buscaba interactuar con ella como un completo inmaduro, la frase que salió de sus labios fue más que suficiente para reemplazar su ambigua visión por una de respeto—y pavor—. Cual sombra se trasladó el dúo hacia las afueras del templo. No teniendo Ekaitza nada más que perder, habría depositado ciegamente su confianza en el agresor, ya que, el haberla descubierto alguien tan insignificante como un aprendiz, solo daría pie a una segunda oportunidad. Pues en caso de que un experto detectar esa anomalía dentro del montaje, todo se iría a la ruina.

Veloz huida protagonizaron los jóvenes, dejando atrás todo posible regaño que pudo haber surgido en plena luz del día, los pedestales que honor rendian a los santos y también toda la maldad que no sabía podían encontrar al interior de esas cuatro paredes. Allí afuera, nada de lo mencionado era de vital importancia, porque, donde aún no habría el humano intervenido, los inocentes eran capaces de percibir lo que se creía perdido.

Donde el rocío del césped cubriría sus zapatos, los atraía pronto el danzar de los vientos y la voz de los árboles, procurando no hacer un escándalo que pudiese atentar en contra la discreción que hasta el momento sus visitantes sostenían. La vista de la pequeña por inercia fue dirigida hacia los cielos, donde su mirada iría al encuentro de los bellos astros, unos que ni siquiera desde su ventana se apreciaban con tanta claridad como desde ese punto de la ciudad. Esto durante un par de segundos le habría brindado serenidad absoluta, o bien, la que requeriría para más tarde para llevar a cabo la mentira del siglo.

—¿Por qué me has traído hasta aquí? —solicito saber Ekaitza, consumida por el nerviosismo de ser descubierta. —

—¿Nunca dejas de hacer preguntas? —

Tan escurridizo como lo habría conocido, el azabache avanzó hasta donde pudo identificar la planta que solución daría a todo el inconveniente. Un limonero que múltiples dolores de cabeza habría causado a los cuidadores. Porque cualquiera que hubiese podido identificar las espinas que albergaba el ramaje, sabría cuáles eran las intenciones del menor al haber traído ahí a la señorita Ness. Y, el espacio que le separaba del árbol comenzó a reducirse en menos de lo esperado, pudiendo ella armarse del valor suficiente como para dejar que esas minúsculas ramificaciones acariciaban su cien. Fue entonces cuando, sin siquiera haber penetrado gravemente la zona, terminaron surgiendo los hilillos del esperado líquido carmesí. Momento apropiado para que pudiese la niña abandonar la posición que adoptó segundos atrás.

Una experiencia que no había duda de que habría generado dolor en su portadora, y esta, al no poder emitir queja alguna, obligada se vio a expresar lo que sentía por medio de las lágrimas. Una penuria que en completa afonía lleno sus cuencas, viéndose su acompañante incapaz de consolarla ya que consideraba que, ante la mínima interposición, disminuiría la credibilidad de lo que como artistas habrían confeccionado. Y no se equivocaban. Porque, en cuanto volvieron a aparecer al interior de la catedral, cayeron en cuenta de que, la ausencia del experto solo habría vuelto peor la espera para Samara, quien apenas y pudo recordar el estado inicial de la herida. Una reacción que los niños rogaban fuera igual para el pastor y su acompañante, los cuales después de una evidente tardanza, se hicieron presentes.

La herida que originalmente producto fue de la quimera, se vio hasta ese momento, ajena al resentimiento. En cambio, el haberse infringido daño a sí misma, sí que habría generado dolor en la portadora y tuvo que hacer todo lo posible por contenerse en cuanto vio acercarse a quien actuaría como mediador en el asunto. Un hombre alto y fornido, cuya cabellera era semejante al platino.

—Por la tardanza os otorgo mis más sinceras disculpas. No es menor el acontecimiento que me han hecho saber de qué fueron testigos, pero, así como un tercero hizo manifiesto de un testimonio ajeno a su persona, pudo haber pervertido la verdad. Es por eso que solicito ahora la presencia de quien en carne propia vivió el hecho. —

Ekaitza abandonó los acogedores brazos de su madre, con la misma seguridad con la que un adulto lo haría, para luego tomar ubicación donde por fin el especialista realizaría su veredicto. En todo momento se mantuvo con la vista dirigida al suelo, en señal de sumisión y respeto; estrategia que bien recibida habría sido por el juez ya que era un gesto que no cualquier niño implementaba en un primer encuentro, más aún si se trataba de alguien que mucha influencia tenía en las altas alcurnias.

Ahora bien, pudo la niña haberse mostrado impecable en todo momento, pero, lo que realmente le importaba al dirigente, era el estado en el que estuviese la marca y también el argumento que pudiese sustentar la presencia de esta. De modo que y en solo cifras de segundo, habría interrogado a Ekaitza con el fin de generar en ella la respuesta.

—¿Me permitiría saber qué es lo que le ha ocurrido, señorita Ness? —esa inquisitiva mirada azulada atacó sin piedad a la portadora, generando en ella la sensación de que no importaba lo convincente que fuese su historia, terminaría siendo por el descubierta.

«—No importa como haya sido realmente, porque a partir de ahora, el recuerdo ya no existe. La única versión será la que vas a aprender aquí y ahora ¿De acuerdo? —»

—Estaba durmiendo, señor. Cuando me despertó un ardor que apenas pude soportar en torno a mi cabeza. —su mano se elevó, representando con un movimiento la zona donde se extendía la herida, siempre refiriéndose a la parte delantera. — Es más, aun lo sigo sintiendo y no creo poder seguir aguantándolo.

Pese a encontrarse Ekaitza transmitiendo un mensaje e interpretando cual experto una puesta en escena, el contenido representado era de la completa autoría del muchacho que esa misma noche habría conocido. Una presencia que ante los ojos de los presentes habría resultado una ilusión, porque no había quien asegurara haberle visto deambular por ahí. Tampoco habría huellas que permitieran hacer frente a una escena del crimen. Y los únicos que pudieron haber delatado a los jóvenes, eran ignorados por la mayoría, hasta el momento en que cruelmente eran cortados. He ahí la complicidad de los árboles para dar silencio a lo que habían presenciado.

—No hay razón para temer, hija mía. No después de haber recibido semejante obsequio. La grandeza de Dios es el cimiento de nuestra confianza, y la confianza triunfa sobre el miedo. —colocó una de sus manos a unos cuantos centímetros del montaje que logró burlar su detección. — Esta es la prueba de ello. Nuestro señor te ha considerado digna de su gracia.

"Ahora, si me permite, desearía hablar con vuestra madre en solitario." Una frase que no terminaba de sonar alentadora para quien victoriosa se decía hasta hace un instante. Samara no estaba al tanto de la manipulación del caso y eso hizo de la espera de Ekaitza lo siguiente a una eternidad. Y ya para cuando ambas audiencias finalizaron, pudieron retornar de una vez a su hogar.

...

Uno de los temas abordados por Balar durante el conversatorio que mantuvo de manera privada con la mujer de mediana edad, fue el mantener extrema discreción con respecto a lo sucedido. Un pacto donde, solemnemente Samara juró que a toda costa brindaría la protección al milagro que entre ellos se encontraba.

Sin imaginarse que solo era cuestión de unas pocas horas, para que un comunicado fuera emitido justo en el mismo lugar donde hace unos años atrás era publicada la profecía del viajero. Captando la atención de un gran numero de curiosos, quienes se encargarían de hacer llegar a cada rincón del reino la primicia.

"Emergiendo del abismo me declaro conocedor de su imperecedera ventura. Divina era la pluma que acudió a vuestros llamados, y que, bajo la influencia del actuar omnipotente..."

XXI. Doncella nacida de los sagrados templos, evocara a la llama que se creía hace una eternidad extinta. Al reino prospera fortuna anuncia su visita. "

Athan Kestrel

El viajero.

No había persona que no se dirigiera con duda a las damas, en busca de lo que fue anunciado por el profeta. Lo que resulto una verdadera contradicción para lo que en un pasado solía decirse sobre él. Nadie se explicaba como un escrito tan breve era causante de la enorme euforia que habría consumido al pueblo. Hasta los más pequeños del hogar, se habrían visto involucrados en el acertijo, porque no había nada más emocionante que formar parte de lo que cambiaría la trágica historia del reino.

Desde entonces, un sinfín de teorías viajaron por el territorio y falta tampoco hicieron los desesperados que aseguraban entre sus familiares se encontraba la criatura de la que hablaban. Y si bien, en un inicio Samara no se habría tomado de la mejor forma a la exposición, al cabo de unas semanas se percató de que tan elevada era la cifra de las féminas en el territorio, que quien quiera que fuese el que detrás estuviera de la supuesta elegida, tardaría siglos en encontrarle. Es por ello que decidió continuar su vida como si la marca de Ekaitza no hubiera sido más que un atípico sueño.

Ciertamente, la histeria del pueblo habría vuelto al dúo de cómplices mucho más unidas de lo que jamás pudieron estar. Realizando labores que, aunque fuese por un mínimo instante, les hacía creer que en verdad eran madre e hija. Un vínculo que fue transmitido también a Guren, a quien por fin se le veía sonreír después de la dolorosa perdida de su compañero. Incluso una vez durante la cena, habría realizado la invitación a Ekaitza para que esta le acompañase al puerto durante la mañana siguiente. Quizás para la menor del clan habría resultado una grata sorpresa, pero, quien reaccionó con un grado mayor de inquietud fue la esposa del mercante. Samara en silencio ataba los cabos sueltos, ya que ahora más que nunca, elevada era la posibilidad de que este hubiese notado tanto la desaparición de ella como la de la niña, durante la madrugada de hace unos días atrás.

Pero, el objetivo de Guren más lejano no podía estar de todas esas absurdas suposiciones que ideaba su esposa. Mas allá de la ausencia de las dos personas con las que convivía a diario, lo que causó en la inquietud en él, fue la aparición de una marca en la frente de Ekaitza al día siguiente. La cual no era comparable a ninguna que hubiese tenido cualquier niño durante su infancia- a excepción de aquellos que habrían sido interceptados por un limonero.

A pesar de haber sido notable en Guren el agobio cuando en presencia estaba de la pequeña, ningún cuestionamiento brotó de su parte mientras estuvieron ambos haciendo labores de limpieza en la cocina. La razón era simple; se trataba de una persona tan inocente, que aun cuando pudiese detectar instantáneamente una discordancia en su vida cotidiana, no se permitiría el indagar en el asunto a menos que la otra parte se lo permitiera. Cosa que no ocurrió. Por lo mismo, habría optado el adulto por dar solución al problema de manera indirecta, en lo que restaba de la noche.

Con el objeto de lograr Guren su cometido, habría comentado a su esposa la idea que solo con su ayuda podría llevar a cabo, en cuanto a la pequeña Ekaitza, habría sido enviada a dormir más temprano que de costumbre. Y, solo después de haberse el dúo asegurado de su profundo dormitar, habrían comenzado con el procedimiento que daría fin a los problemas de la misma.

La mesa del comedor habría colapsado de tantos objetos que sobre ella fueron juntados, porque ni siquiera durante el crudo invierno, se habían reunido tanta lana como la que hoy había en la cabaña. El sonido de las puertas advirtió a los presentes que algo sucedía, porque hasta el vecino se habría visto involucrado en la actividad. Las luces de la sala de confección no habrían sido apagadas hasta un par de minutos antes del amanecer. Momento para el cual ya habrían dado por finalizado el proceso, y el resultado yacía colocado sobre el ropaje que sería portado ese día por la niña.

Misma a la que Samara con gentileza se habría encargado de despertar, no porque le entusiasmara la idea de quedarse sola en casa, sino porque moría por ver la reacción de la joven Ness ante el obsequio que en tiempo récord fue elaborado. Un indicio de cuanto le agradó esa irregularidad en su habitación, fue que, a diferencia de todas las mañanas, en lugar de haber corrido a la cocina por el desayuno, permaneció en su habitación y lo primero que sus manos tomaron fue el maravilloso gorro de lana. Algo que, a partir de ese momento, se volvió su más preciada posesión. O al menos eso fue lo que quiso expresar por medio de los tantos abrazos que le dedicó al matrimonio que se hacia cargo de ella.

Apenas salía el sol por la mañana, cuando los adoquines comenzaron a temblar ante la seguridad que expresaba el andar del gentío. Cargados de implementos salieron de sus casas y algunos hasta contaban con el privilegio de la compañía de sus hijos. Con entusiasmo se dirigieron hacia la zona costera del reino, donde los estarían esperando sus respectivos navíos. En el puerto varios presenciaron como a la comitiva que frecuentemente navegaba se habría sumado un nuevo integrante. Ekaitza. Que, de acuerdo a sus propias declaraciones, jamás tuvo la oportunidad de presenciar la extracción.

Motivo suficiente para que Guren recibiera un gran número de reclamos hacia su persona, mientras que la invitada del mismo, se volvía el blanco principal de los curiosos, cuyo objetivo se concentraba mayormente en saber más de ella y también asegurarse de que estuviera recibiendo una grata estadía en lo que ellos llamaban "Ultramar". Los niños, por otro lado, le habrían tratado como uno más, dejando de lado las diferencias que en tierra solían verse bastante a menudo.

Helado viento zarpó en la mañana, guiando en todo momento a los marinos que en esa mañana habrían decidido abastecerse del océano. El pronóstico de varios conocedores de la costa llegó a considerar la lluvia como un evento probable para antes del atardecer. Una condición que en la tierra se preveía como una bendición y en mar como perdición.

Sobre todo, desde la última vez.

Una que pese a haber sido olvidada por la castaña debido a su corta edad, poco a poco comenzaba a manifestarse por medio de ligeros malestares alrededor de su cuerpo en presencia de un gran cuerpo de agua. Y esto no pudo haber sido más evidente que cuando uno de los remos salpicó agua en el rostro de Ekaitza, ya que, a los pocos segundos, la herida que sin razón se originó en la nuca, volvió a causarle malestares.

Un signo creyó había pasado desapercibido entre los presentes, no obstante, el espacio que solía ir vacío a su lado, no tardó en ocuparse por una niña que debió haber tenido su misma edad, que no habría dejado de mirarle desde el momento en que creyó escaparse la mueca de dolor. Mientras se acercaban al perímetro donde días antes se determinó como abundante, la observadora de mejillas coloradas, hizo mención de lo que le habría atraído de la señorita Ness, y que, por fortuna, muy lejano estaba de su inicial suposición.

—Ese...ese gorro... ¿lo has comprado? —la voz de la contraria se desprendió de manera tan rápida y avergonzada, que hasta parecía que se habría estado conteniendo la pregunta desde que vio el artículo en el muelle. Ekaitza levantó la vista, habiendo olvidado por completo la presencia de aquel gorro tejido, uno que ya creía parte de ella, y que más allá de mitigar el frio que a todos consumía por igual, lo que motivó a sus tutores confeccionarlo habría sido la marca que hasta el día de hoy formaba parte de la región parietal de su cabeza.

—Me lo ha hecho mi padre—ante la repentina cercanía, la joven Ness no supo muy bien cómo reaccionar y esto se explicaba en su poca convivencia con gente de su edad. A los pocos segundos de haber respondido, la desconocida gritó hacia uno de los de la tripulación "¡Abuelo, dice que se lo ha hecho su padre!"

Y el abuelo, poco convencido de la información recopilada por su nieta, se incorporó también a la conversación.

—¿Tu padre has dicho? ¡Vaya! Eso no se ve todos los días y yo sí que tengo años para decirlo. Ahora cuéntame. ¿Quién es tu padre? ¡Porque dudo mucho que alguien de esta tripulación tenga tantas habilidades —

Suelen decirnos que por mucho que pasen los años, jamás olvidaremos nuestro origen, por muy corrompida que se vea nuestra conciencia. Siempre habrá algo que recordar. Y en este caso, alguien. Un nombre se desprendió de los labios de la joven Ness, quien en todo momento mantuvo la mirada en el suelo como buscase ahí la respuesta.

—Se llamaba Dabi. —

De la situación se apoderó el vil silencio, palideciendo el rostro del anciano tal y como si en presencia hubiese estado de un fantasma. Quebrantada fue entonces la palabra de los Nyland. Nada más que el movimiento de las olas fue audible por ese instante, porque, por muchas que fuesen las interrogantes que surgieran de la reciente confesión de la niña, aun mayor era el respeto que le debían a la muerte de uno de los suyos. Para hacer respetar lo anterior, se dio la aparición del sobreviviente de aquel día y no se le veía para contento con lo que acababa de ocurrir. Además, tampoco es que hubiese mucha ciencia en descubrir de quien se trataba, ya que, entre los presentes, su extensa y grasienta cabellera, era inconfundible.

El semblante de Guren endureció casi de improviso, y con total autoridad se aferró al brazo de aquella que durante años estuvo a su cuidado. Acto seguido, la arrastró a un par de metros de donde solían encontrarse, dejando atrás las voces de aquellos que sin descaro hacían mención de la ignorancia de la paternidad de Dabi y el cómo este jamás manifestó su intención de dejar descendencia. Un golpe verdaderamente duro para Ekaitza, quien obligada se vio a parpadear para espantar las lágrimas. Un origen que ni siquiera ella era capaz de entender.

Minutos después, por orden de quien comandaba la extracción, para que no existiera una acumulación de personas en un solo punto del barco, deberían separarse y así hacer más efectiva la pesca. Una decisión que brindó a Ekaitza la oportunidad de sincerarse con Nyland. Algo que seguramente no hubiese ocurrido de no haber sido por las habladurías que a sus espaldas se hicieron audibles;

—Lo que cualquiera de aquí pueda decirte, no son más que patrañas. ¿entendido? Son muy pocos los que estuvieron ahí, muy pocos los que saben lo que en verdad ocurrió ese día y me consta no es ninguno de ellos.

El varón de grasiento cabello haría descender la mochila desde su hombro, abriéndola tan pronto como la colocó sobre uno de los contenedores de madera. Lugar que en silencio utilizaría como mesa de trabajo. No obstante, antes de dejar caer el contenido del bolso sobre la planicie, dedicó una mirada cargada de atención a su discípulo. —Podría apostar que hasta tu pudiste conocerlo más en solo un día, lo que en veinte años algunos de ellos pudo.

—Y aun si así fuera, no recuerdo más que su nombre. —Era extraño recibir contención de parte de su cuidador, pero no por esa razón rechazaría el positivo impacto que generaron en ella sus palabras. Aun cuando existía esa posibilidad de que lo que dijera ese anciano, formase parte de los hechos.

—Para haber tenido horas de nacida, es un buen comienzo. Aterrador. Pero bueno, al fin y al cabo. El nombre es lo esencial para forjar la historia de una persona, Ekaitza. No dudo en que un día podrás completar los espacios faltantes en lo que fue su legado. —"Podrás lograr lo que yo en todo este tiempo no he sido capaz." Una frase que formaba parte de sus pensamientos, más prefirió omitir para no quebrantar la inocencia de la niña.

Los ojos de la niña descendieron hasta donde la marea crujía, pudiendo encontrar la evidencia, que, de inmediato, convertiría a su acompañante en testigo de todo lo anteriormente contado. Porque, en vez de hallar en Guren la extremidad inferior, lo que encontró en su lugar fue una pieza de palo. Una que no había notado hasta ese momento.

—Y tú lo sabes es porque estuviste ahí ¿no es así? —no hubo respuesta a ese cuestionamiento, porque francamente, Ekaitza habría acertado. Por fin habría descubierto su mayor secreto, y el hombre no tuvo otro remedio que revolver los cabellos de la parte superior de su cabeza a modo de recompensa. Los labios del castaño, dejaron salir una carcajada que perduró hasta tomar el extremo de la caña de pescar, misma que segundos después arrojaría al mar. —

El oleaje pasivo entrego a los observadores, las herramientas necesarias para aclarar aquello que en ellos fuera difuso, y la niña, no se habría quedado atrás. Porque y a partir de ese instante, todo lo acontecido en el pasado cobraba sentido; la extrema preocupación de Samara hacia las actividades de la familia, las limitadas salidas de su esposo al pueblo, el miedo a hacerlo participe nuevamente de experiencias riesgosas, la discreción que en todo momento se mantuvo durante la visita de ambas a la iglesia. ¡Incluso la regla de la puerta principal! No había motivo para seguir involucrándolo en situaciones turbulentas y por lo mismo, Ekaitza decidió guardar silencio, conteniendo aquel impulso de honestidad que un tercero habría provocado en ella. 

De modo que, habría preferido centrar su atención en los alrededores, donde varios eran los niños que hacían hasta lo imposible por capturar un pez con sus manos. Algunos, por obvias razones, solo se limitaban a colocar la punta de los dedos por sobre la superficie, ya que, era el mínimo movimiento que se necesitaba para espantar a lo que sea que estuviese allí abajo. Donde tanta era la profundidad, que solo un valiente- o un demente- haría ingreso de alguna parte de su cuerpo. En cuanto a los adultos, era posible apreciar una gran diversidad de reacciones. Mayormente de pavor y entusiasmo. Porque según decían las generaciones de antaño, el que se sumergieran los humanos en el agua era el principal objetivo de las ninfas del océano. Pero, casi nadie de los que desafiaba a la naturaleza parecía prestar atención a las advertencias y eso solo se debía a una razón. Eran niños.

Cuando fiera la tormenta azota el reino, son los únicos capaces de alegrarse, es más, hasta celebran bajo la lluvia. Cuando les es informado sobre un peligro en algo que gozan, responderán con mil razones por las que vale la pena correr el riesgo. Apacible estadía logran encontrar hasta en las peores situaciones, y fue aquello lo que habría conseguido captar en alma a la joven Ness, quien no había dejado de mirar hacia donde estos jugueteaban.

—No me mires como si necesitaras de mi autorización para eso, Ekaitza. Una de las cosas que más anhelo de ser niño es vivir sin culpa. Así que anda, puedes intentarlo también. De haber estado Dabi en mi lugar, seguramente te lo habría prohibido, pero aquí entre nosotros, en su juventud, habría hecho todo lo posible porque lo experimentaras, él decía que eso le daba suerte. ¿Por qué no habría de poder hacerlo su propia hija? —

Igual e incluso menos esperanzada que el resto de los infantes, la castaña habría decidido probar suerte imitando los movimientos de sus compañeros, solo que, con un grado mayor de delicadeza, sin afán de aferrarse de lo que, por ley, le pertenecía al mar. Y he ahí la diferencia.

A pesar de que moría por entrar, habría preferido expresar sus anhelos en la superficie. Donde caricias iban y venían en torno al agua que chocaba contra el navío. Poco a poco, el escándalo de la embarcación se ralentizó; silenciadas fueron las voces de los navegantes al igual que el operar de su maquinaria. Hasta los juegos de los más pequeños parecían también haber llegado a su fin. No había quien se salvará de la serenidad absoluta, o al menos de eso Ekaitza habría sentido. En el mar un reflejo se hizo presente, pero la pequeña ni el mínimo esfuerzo habría hecho en notarlo. Lo único que le importaba era rendir un homenaje que estuviera altura del hombre que fue su padre.

Pero la forma del agua, no le dejaría ir tan fácil. No cuando era reconocida por su naturaleza orgullosa e incansable determinación. Tras haberla ignorado la castaña, decidió incursionar en un método que si bien, revelaría a los humanos su avistamiento, bastaría para devolver a la pequeña aquel fragmento que habría hace años extraviado. El límite entre ambos mundos.

Bruma sutil entonces se produjo, nublando el juicio de cualquier individuo que más allá del oleaje quisiera ver. Un hecho que hizo de la recolección una labor realmente compleja. Y es que, en presencia de todos esos marineros, ni un solo pez se atrevió a aparecer. Fuera por miedo o por respeto a quien decían las suposiciones se encontraba en la embarcación, jamás se sabría. Por tal motivo, la presencia que desde las profundidades acechaba a Ekaitza, se habría vuelto emisora de un sonido que poco tardó en propagarse hacia la superficie. El problema llegó cuando parecía haber sido ese fenómeno únicamente audible para la joven Ness. Ya que, inevitable fue la confusión que le produjo aquella voz tan penetrante y el como nadie fue capaz de reaccionar ante su aparición.

—Guren ¿has oído eso? —

—¿Oír qué? —

No contestó.

Porque sabía que lo que menos tenía que hacer en un momento como ese era preocuparlo. Además, había dejado de oír el canto en cuanto su concentración se vio interrumpida. Tenía miedo de que algo como lo que en el pasado le arruinó la vida al pescador, le volviese a ocurrir. Así que del mismo modo en que anteriormente centró su atención en el océano, lo habría hecho ahora. Y la única diferencia estaba en que esta vez lo hacía porque estaba en busca de respuestas.

Dirigió la mirada a la oscuridad bajo la embarcación, a sabiendas del riesgo que podía significar introducir una parte de su cuerpo. Pero el solo hecho de haber pensado en tal acción, habría provocado el reiterar de la melodía. La cual cada vez se apreciaba más dulce, más atrayente. De tal manera que los oídos de la joven, se vieron cautivados a la brevedad, a diferencia del resto de los presentes, quienes demostraban ausencia durante el espectáculo.

Al cabo de unos minutos, Ekaitza hundiría sus manos en el océano, cegada por la valentía y la eminente atracción que sintió hacia el mar. Un sinfín de ilusiones bañaron a la niña, prometiéndole absoluta prosperidad en las profundidades. Enorme fue la carga emocional que esa misteriosa voz transmitía en sus alabanzas, las cuales habrían podido aclararse conforme disminuía la distancia entre ella y el agua. Poco después de haber entendido aquella desconocida lógica, gran parte de sus brazos estarían ya sumergidos, pudiendo ser menor el trecho que le separaba con lo que los humanos llamaban "el otro mundo."

Soberbio el mar solicitaba pronta la presencia de una de sus hijas, y por lo mismo, habría sentido Ekaitza el impulso, la necesidad de arriesgar más de lo que ningún otro navegante de la embarcación se habría atrevido. Nula se volvió la separación entre aire y agua, pues sin previo aviso, el rostro de la niña hizo ingreso al agua. Fue entonces cuando lo abstracto del perímetro desapareció, y la forma del agua adquirió una humanoide. Hallándola justo frente a sus narices. El mensaje se tornó claro.

Nunca nadie supo que hubiera sido de Ekaitza de no haber intervenido la tripulación en el acto. Porque solo hizo falta un grito de desesperación para alertar al resto de lo que estaba sucediendo. Cuando la niña a punto estaba de abandonar la superficie, alguien clamó en su auxilio, haciéndose efectivo el trabajo en equipo. Guren en compañía de otra persona, habrían sujetado a quien a nada estaba de abandonarlos y tiraron de sus pies, atrayéndola nuevamente a la zona segura. Lugar donde caería bajo un estado de desorientación considerable. Sobre todo, porque en vez de sostener sus brazos a lo que creyó haber visto, habría un salmón.

El nivel de turbación se tornó colectivo después de unos minutos, ya que tan pronto como Ekaitza habría sido devuelta al barco, varios fueron los peces que se acumularon de la zona donde fue expulsada. Incluso, numerosos fueron los que salieron tras ella y aterrizaron en la cubierta. Aprovechando la generosidad de las aguas, muchos se habrían hecho con una gran cantidad de criaturas para su posterior comercialización. Otros, mucho más nobles, habrían acudido junto a la pequeña para asegurar su bienestar. De cualquier forma, la alegría habría sido devuelta para los pescadores, pues hacia meses en los que no se concretaba una extracción tan significativa como había resultado la actual. Tanto niños como adultos agradecían al mar por tal bendición otorgada, y no fue hasta que un supersticioso intervino, para que la autoría del milagro se le fuese atribuida a la señorita Ness.

—¡Doncella nacida de los sagrados templos! ¡Prospera fortuna blandió el todo poderoso en su visita! —en cuanto el anciano dio a conocer su percepción de lo ocurrido, rápidamente se dispersó el silencio entre los presentes, y estos no hicieron más que dedicarle su profunda atención. — El profeta... ¡hablaba de ella!

A partir de esa confesión, ya nada volvió a ser igual. Porque habría que ser un verdadero ignorante de la sociedad para no saber que al retornar todos a sus hogares, la cifra de veinte personas que conocían tal información, se duplicaría de manera exponencial. Y al cabo de unas horas, al menos un cuarto de la población total del territorio, tendría conocimiento de su existencia y el fraude que habría posicionado su nombre dentro de la historia. La situación generó en ella sentimientos encontrados, porque ni siquiera era capaz de expresar lo que estaba pasando al interior de su cabeza. Después de haber llegado a la cabaña y haberse encerrado en su habitación, lo único que hizo fue llorar.

Sin querer, aquella minúscula partícula de mentiras se convirtió con los días, en algo colosal. Algo demasiado grande como para que pudiesen sus jóvenes hombros hacerse cargo. Y por fortuna, habría estado Guren ahí para brindar contención a esa inexplicable penuria. Cuya capacidad de propagación habría sido comparable a la de una plaga; donde solían haber risas y un estilo de vida tranquilo, ahora solo incertidumbre. Una infinidad de dudas atestaba contra a la que hoy glorificaban, ni que decir de los Nyland. No había noche en la que Samara no se arrepintiera el haber llevado a la iglesia a Ekaitza, porque la frialdad con la que ahora analizaba lo ocurrido, le sirvió para darse por enterada de cuanto cambiarían las condiciones para ella. Para su familia. ¿Había hecho lo correcto? O, mejor dicho. ¿Lo habría querido Dabi así?

Conforme pasaron los días, más y más eran las responsabilidades que se sumaban a la rutina de la joven Ness, quien después de darle el juez la razón, ante los ojos de todos se habría vuelto una eminencia. Porque, pese a haber pasado bastante desde la visita que a la iglesia advirtió de su condición, el máximo representante religioso, habría salido a corroborar la información que deambulaba por medio de rumores.

Lo que en el pueblo solían ser críticas, rápidamente se convirtieron en halagos. Afectos fingidos se dirigían a la joven Ness tan pronto como hacia acto de presencia en el pueblo, teniendo que intervenir Guren a la brevedad, pues era uno de los pocos que desde las sombras apreciaba el panorama. Mundano era el bullicio que se producía en torno a la cabaña donde Ekaitza se hospedaba. En más de una oportunidad llegó a cuestionarse si habría tomado una decisión correcta al hacerle caso al muchacho o de haber guardado silencio frente a lo que ocurrió en su sueño y lo que en la extracción vieron sus ojos. No obstante, tampoco consideraba una alternativa viable el hablar del tema. Algo que perduro hasta incluso después de bastante tiempo.

Lúcida fe, voluntad y creencia en Dern, desde siempre fueron inculcados, no obstante, Lord Balar, archidiácono de la iglesia, habría dado a conocer públicamente los cambios que desde muy pronto regirían en el pueblo. entre ellos, el que más causo desconcierto en los feligreses fue el reclutar temprano de los jóvenes. Habiendo disminuido el numero desde los trece años a los ocho. Una categoría que consideraba a Ekaitza y para la cual tuvo que alistarse al igual que muchos otros niños, debido a la obligatoriedad de la convocatoria. Además, la permanencia de los asistentes contemplaba las instalaciones como un internado. Es decir, se verían obligados a abandonar el nido mucho antes de los previsto. Todo para evitar que se repitiese la situación que vilmente atestó contra el cuerpo de exterminadores. La corrupción. Una problemática que, si bien se planeo discreta en cuanto a divulgación, logró aquello que se creía imposible. Pasar el nombre de la joven Ness a segundo plano.

Fue solo cuestión de tiempo para que las semanas se volvieran años y el reino que se habría creído seguro en brazos del estigma, cayera nuevamente en un abismo de desesperación. ¿y como no? Si las personas en quienes ciegamente depositaron su integridad, les habían fallado. Los exterminadores perdieron su credibilidad ante la corona y también ante el pueblo. Porque al parecer, no hubo fuente más fidedigna que de la que salió el rumor. Cuyo mensaje a una nación entera hizo temer. Y esta vez, ni siquiera con una predicción del supuesto profeta pudieron contar.

De cualquier forma, nada podía reemplazar la emoción que causaba el retomar de una antigua tradición. Pues, para dar termino al anteriormente mencionado ciclo de preparación, una ceremonia debía de realizarse. Por lo cual, y alrededor de todo el territorio que Dern componía, elevada fue la cifra de familias que desde muy temprano comenzaron a preparar a sus miembros. Entre ellos, los Nyland. Quienes se mostraban sumamente orgullosos de la jovencita de la que se habrían encargado de formar, a pesar de no haberla visto en quien sabe cuánto tiempo. Y esta, más allá de ser un superficial símbolo, para ellos era siempre fue su vida, así que dichosos estaban frente a la oportunidad del reencuentro. ¿Estaría más alta? ¿Si quiera le habrían allí alimentado bien? Eran una de las muchas dudas que atormentaron al pobre Guren en lo que restó de la mañana.

En un abrir y cerrar de ojos. Un enorme carruaje haría aparición en la vía. Causando conmoción en quienes fueron testigos de su llegada, y, en cuanto a quien en el interior se hallaba, pudo descender una vez su escolta terminó de darle las respectivas instrucciones. El bramido de los caballos incrementó su volumen al momento de abrirse la puerta. Ahí, hasta quienes nada tenían que ver con los Nyland, contemplaron con asombro de quien se trataba.

Porque no es que hubiese sido exagerado el cambio tampoco. Seguía siendo Ekaitza la misma niña que abandonó el puerto, solo que con unos centímetros más de altura y cabello, sin mencionar también el cómo sostenía entre sus manos el gorro de lana. Guren a la brevedad hizo el intento por abrazarla, a lo que la niña correspondió sin haberlo pensado demasiado. «Nada como estar de nuevo en casa.» pensó. Los modestos ropajes con los que cargaba la niña, daban a entender que ni siquiera en su estadía afuera, habría podido gozar de los lujos de la clase alta. Y era de esperarse, pues la palabra de la institución daba su favor a quienes más necesitaban de ella.

—¡Es injusto! Nos separan de ti durante cinco años y cuando llega el momento de tu regreso, se dan el descaro de restringir el tiempo que pasaremos juntos. ¡verdaderamente ridículo! —después de haber entrado todos a casa y haberse la Ekaitza quitado los zapatos, recitó cada uno de los requerimientos que su escolta le ordenó seguir al pie de la letra, he ahí la molestia de Samara. —

—¿Sabes que es más ridículo? Que en lugar de aprovechar con ella el tiempo, prefieres consumirlo quejándote de él. —su esposo, tan sutil como siempre, hizo uso de una frase que incidió considerablemente en los preparativos de la velada. La joven fue alimentada de buena manera mientras conseguían los demás ponerse al día con lo que ocurrió en tan extenso periodo de tiempo en su ausencia. Ekaitza en ofusca felicidad, estaba convencida de que nada habría cambiado. Y hasta para eso se mantenían viejos hábitos. Porque hasta para eso se equivocaba.

Guren, quien siempre había visto a la joven como alguien a quien cuidar, ahora estaba pasando por un extraño sentimiento. Uno que no parecía convencerle del todo. ¿Estaba acaso recordando la memoria que creía parte del olvido? ¿Será que ahora la veía como la impostora que era? Porque habría oído muchas veces de personas que se veían sometidas a un lavado de ideas en presencia de otras de mayor influencia. Quizás podía ser la poca rutina de tener a uno más en casa después del desapego forzado o tal vez algo peor...

Ekaitza entró a su habitación. La cual lucia exactamente como la última vez en que estuvo en ella, a excepción de un detalle que ahora reposaba sobre la cama; una prenda de vestir. Supuso que era la que para esos eventos solía utilizarse, así que y después de haberse dado un baño, la colocó sobre su cuerpo. Una vez terminado su atuendo, acudió al mismo lugar en el que todo comenzó. Frente al espejo. El reflejo reveló a una bella muchacha de hebras onduladas y mirada verdosa, sin embargo, ninguno de estos detalles captaba la atención cuando sobre ellos yacían aun la corteza de la herida de su cien. Misma se que habría infringido cada noche en un arbusto del convento. A nunca nadie se atrevió a involucrar en su mentira, ya era suficiente con el cargo de conciencia que tenia gracias al autor intelectual detrás de esa aberración. Del que, por cierto, no habría sabido nada hasta ese momento.

Después de unas horas, entrarían los Nyland para orientar a la pequeña durante sus últimos minutos de libertad. Un momento tan efímero que se limitó a un abrazo cargado de energía y buenos deseos, antes de poder dejarla nuevamente a su suerte.

Su hora habría llegado.

Despedía un pueblo entero a sus hijos desde la puerta de sus hogares, lugar donde verían como las siluetas de los mismos se perderían en dirección a los confines del territorio. El cielo se anunciaba oscuro en su espesura, más ninguna lágrima de este habría sido derramada. La agrupación de jóvenes que juraría eterna devoción a los cielos, debía realizar previamente un recorrido por la región, esto en representación al ascenso espiritual que sobrellevaron para llegar hasta ese punto. Desolado el monte, aguardaría a la llegada de aquellos que continuarían con la tradición, la cual desde tiempos remotos decía que desde ahí era posible visualizar a quien iba dirigida su fe. De más está decir que ninguna de esas mentes pudo coincidir en cuanto a la persona. Comenzando por la joven Ness, quien además de haber visto a alguien ajeno a la figura de cera, recordaba casi a la perfección lo que en ese risco habría ocurrido. Su ensoñación.

Esto le habría tenido nerviosa durante los minutos siguientes, donde pese a obligarse estar tranquila, jamás lo logró. Nunca nadie le dijo que incluso después de haber pasado el risco, continuaría viendo la personificación de su fe. La cual consistía en un hombre encapuchado, de enigmática apariencia y cuyo avance era respaldado báculo. ¿Podrían sus ojos estar engañándole? No obtendría jamás respuesta, pero lo que, si obtuvo de la experiencia, fue una anécdota más que añadir a la lista de tesoros que nunca revelaría a nadie.

Conforme los afortunados se abrían paso en el camino, una multitud los contemplaba con total fascinación. Algunos, hasta decidieron sumarse a la caminata. Pero, lo que se habría previsto la señorita Ness como un momento especial, en menos de lo esperado se volvió un martirio. Y todo gracias al misterioso hombre que velaba sus pasos. Ingenuamente, creyó que, si miraba en todo momento al frente, no le volvería a ver. Una solución tan egoísta, que terminó por causar en Ekaitza alivio temporal. Porque antes que preferir la veracidad de un acontecimiento, habría preferido jugar con el destino, ignorando la divergencia natural de su persona.

Parecía la joven estar viviendo un deja vu de todos los momentos en que se había cuestionado su origen, porque las pisadas seguían exactamente el mismo curso que el que habrían hecho años atrás con Samara. Poco a poco, el trayecto disminuyo en distancia. Divisándose uno de los más grandes templos confeccionados en el último siglo. La catedral de Dern. Sagrado incienso impregnó el ambiente. Donde, a través de los cristales, el fulgor del crepúsculo se hacía presente. Por la puerta principal, se vio entrar al menos a diez muchachos, cuyo cándido semblante los hacia dignos de una similitud con los guardianes del cielo. Se oía también como los familiares y exterminadores invitados, se alzaban de sus asientos para dedicar admiración a los suyos. Balada solemne entonaban las voces para recibir a los recién llegados; benévola eternidad y ordenanza era finalmente alcanzada. Ekaitza, en silencio, huía de las miradas, refugiándose en las ilustraciones que los mosaicos colocaban. Mil y una veces habría sido corregida en el convento debido a su batallar intenso.

Nada pasaba por casualidad y no iba a dejar que alguien le arrebatara sus pertenencias. Había algo dentro de ella que buscaba ser revelado, dentro de Guren. Alguno de los dos tenía el motivo que detrás de tantas coincidencias había. Y ni con todo un ejército bastaría para que de ellos le fuera desprendido. Las palabras del pastor hicieron posible la transmisión de la palabra del señor, siendo casi indetectable el que entre las masas se hallaran espíritus cansados. Marionetas cuyo uso habría expirado.

Las ventanas del alma hicieron temprano su cierre, contemplando en completa oscuridad lo que el religioso profesaba. Una plegaria de todos surgió, viéndose como un anhelo en el que puesta traían toda su voluntad. El vino fue servido poco antes de que humilde ofrenda a la boca de todos llegara envuelta.

—Señor, te sirvo a ti y a la Iglesia unido a tu madre; que como ella yo sepa guardar tu Palabra y ponerla al servicio del mundo. —

Amén.

Ekaitza abrió los ojos, dispuesta a ver un panorama distinto al que había cuando bloqueo su campo visual. La misa llegó a su fin. Y la mayoría de sus compañeros habría ido al encuentro de sus seres queridos, no así ella, quien por un momento sintió que no tenía a nadie. Algo que le provocó a la brevedad un fuerte dolor en la nuca. Uno todavía más insoportable que el que solía tener cuando las espinas desgarraban su dermis. De modo que, tuvo que acudir a uno de los remedios naturales que tanto presumieron las monjas a quienes trataban- además de rezar, por supuesto. – el aire.

Tan pálida como un fantasma, se habría dirigido a las afueras del edificio, ignorando por completo al gentío que se acumulaba en la entrada para felicitar a los recién ascendidos. Ahí, dejaría caer su espalda contra la pared, mientras inhalaban sus fosas nasales la pureza de los alrededores. Placido mareo distorsionó gentil su visión, haciendo que lo siguiente se volviera un verdadero dilema para la joven Ness. Placido ocaso y oleada serena protagonizaban la tarde que muchos creían propia. El entorno natural facilitaba una extensión de césped hasta poco antes de llegar a la costa, la cual a la vez tan lejana estaba que no era capaz de emitir ruido alguno de su flujo. Mitigando la presencia de dolor, un tercero se sumó a la escena. Solo que ahora, Ekaitza no tuvo miedo.

Estando lejos de casa, a tan corta edad; preñada de delirios y tormentos. Pudo evidenciar que nadie le seria franco. Porque habría tenido que estar alejada de un hogar para percatarse de lo que todo un pueblo no pudo. La profecía. Aquella que hacía mención de su llegada como un acto de salvación, habría sido una completa farsa. Y después de haber perdido todo rastro de su origen, incluyendo así a sus padres. Nada más tenía que perder siguiendo a un desconocido. Simultáneamente, el encapuchado avanzó entre la hierba, y, haciendo uso del báculo, señalaría una roca. Sobre la cual se situaba un perfecto tallado en cursiva.

Koru.

Y, un par de centímetros debajo de las caligrafía, era posible apreciar la misma figura que en la nuca de Ekaitza durante la pesadilla se habría formado.

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