Capítulo 12: El camino hacia la verdad
Náyade
A través de los pliegues del tiempo en los dominios del océano, se tejieron años de silenciosa condena desde que Náyade, la criatura marina, fue señalada como culpable por los tribunales marítimos. El eco de su confesión resonó en las profundidades, marcando uno de los más graves crímenes que podía cometer un habitante de las aguas: entablar vínculos con un ser humano. Y no era un humano común, sino un exterminador, cuyas manos llevaban consigo la sombra del exterminio.
Las corrientes del tribunal, con su severidad milenaria, consideraron su interacción con el hombre como una traición a los principios ancestrales del reino marino. El delito, fraguado en la simpatía, se expandió como una mancha oscura en la reputación de Náyade. Desde su confesión, las olas mismas parecían susurrar su condena.
En la melancolía de su confinamiento acuático, Náyade, enfrentó el vacío de la soledad como un martirio que se insinuaba en cada rincón de su vasta prisión líquida. Aunque sus carceleros, con cierta consideración, le otorgaron un espacio más generoso, era una libertad ilusoria, pues las ondulantes paredes de su reclusión aún marcaban los límites de su existencia.
Náyade se encontraba en un continuo estado de cuestionamiento, reflexionando una y otra vez sobre el motivo detrás de aquella confesión que había surgido de lo más profundo de su ser. Resultaba evidente que no había nada en su memoria que pudiera relacionarse con ese momento del pasado. A pesar de sus esfuerzos por forzar a su mente a revivir el recuerdo, esta se resistía tenazmente, sumiéndola en un estado de desconcierto aún mayor.
Decidió entonces revisar minuciosamente cada uno de los recuerdos que conformaban su historia personal. Desde su más temprana infancia, cuando una familia de linaje elevado le había brindado una educación excepcional, hasta el momento en que había dominado múltiples idiomas y había adquirido habilidades marciales bajo la tutela de su progenitor. Náyade provenía de una estirpe respetada, lo cual la había convertido en una joven muy valorada durante su juventud.
Sin embargo, los ideales de su familia distaban mucho de mantenerla anclada a su posición actual. El clan Flenord había concebido grandes aspiraciones para su única descendiente, deseando que alcanzara las más altas esferas de poder en Alexandria. La oportunidad perfecta para este ascenso se presentó cuando el rey de aquel entonces ofreció una oportunidad única a los jóvenes de la región.
Así fue entonces como Náyade conoció a Thais, siendo ambas apenas unos pequeños pececitos en medio del vasto océano. El entorno se habría tornado sumamente competitivo para aquellos que buscaban representar a su familia y con ello obtener el reconocimiento del gobernante, más nunca existió tensión entre ellas dos, a raíz de los cual, se consideraron aliadas durante las décadas posteriores. Lo siguiente que recordó Náyade era como el centenar de postulantes se redujo significativamente y al cabo de unos meses, solo eran diez, ya después de un año, cuando finalmente el rey llevó a cabo la elección de sus posibles sucesores, fueron seis y un séptimo que aparecería inesperadamente.
De este modo, el destino unió los caminos de Náyade y Thais desde sus primeros días, cuando aún eran apenas unos diminutos pececillos en el vasto océano. Aunque el ambiente se tornó rápidamente competitivo entre aquellos que aspiraban a representar a sus familias y ganarse el favor del gobernante, entre ellas nunca surgió la más mínima tensión. Desde el principio, se consideraron aliadas, unidas por lazos que trascendían las rivalidades y las ambiciones familiares.
Los recuerdos de Náyade la llevaron de vuelta a aquellos tiempos, cuando el número de aspirantes se redujo considerablemente con el paso de los meses. De un centenar inicial, apenas quedaban diez al cabo de unos meses, y finalmente, tras un año de intensa competición, solo seis quedaron en pie como posibles sucesores al trono. Sin embargo, la elección del monarca no estaba aún completa, pues un séptimo candidato hizo su inesperada aparición, alterando el equilibrio establecido y añadiendo un nuevo giro a la ya complicada situación.
Sin embargo, lo que más turbaba a Náyade era la persistente presencia de una silueta en sus recuerdos, una figura que permanecía misteriosamente anónima en cada uno de sus recuerdos, como una sombra que se negaba a revelarse. Cada vez que la ninfa intentaba enfocar su atención en ese séptimo candidato, sufría un dolor agudo en la cabeza y una fatiga abrumadora que la dejaba exhausta. Era como si una barrera invisible se interpusiera entre ella y la verdad, impidiéndole recordar.
Con el paso del tiempo, la figura del séptimo candidato se volvió más frecuente en sus recuerdos, apareciendo en distintos momentos y lugares de su vida de manera enigmática. Cada vez que intentaba desentrañar su identidad, solo conseguía frustración y confusión, pues la memoria se resistía a revelar el misterio que ocultaba. Finalmente, tras innumerables intentos infructuosos, Náyade se rindió, resignándose a dejar en el olvido aquellos recuerdos esquivos que se le escapaban entre los dedos.
Durante las primeras semanas, las atenciones de los custodios atenuaron el peso del confinamiento. Sin embargo, conforme el tiempo se deslizaba en la monotonía de las corrientes marinas, la soledad comenzó a desgastar las orillas de su cordura.
Sus noches se tornaban en un interminable desfile de sombras. Sin embargo, en una ocasión, la oscuridad que solía invadir sus sueños fue reemplazada por la presencia definida de un cuervo. Y este, no era un cuervo común; sus negras plumas eran un abanico de matices que se extendían hasta el infinito, y sus graznidos resonaban con una tonalidad que sugería conocimientos ancestrales.
Noche tras noche, la imagen del cuervo se profundizaba. En la siguiente semana, el ave, antes en solitario vuelo, se posaba majestuosamente sobre un báculo. La vara, esculpida en madera antigua, emanaba un aura de poder. Pero lo más intrigante era su dueño, a quien pudo conocer solo después de siete días; un hombre envuelto en sombras, su rostro oculto por una capucha. Cada detalle de su figura sugería una sabiduría antigua y un propósito oscuro.
Los días avanzaban, y los sueños de Náyade se volvían un mosaico cambiante de misterio.
Náyade dejó de preocuparse cuando la temática del cuervo se vio reemplazada por la de un lugar, este consistía en una edificación en las profundidades del mar, completamente ajena a cualquiera que recordase en su lugar de origen.
Una estructura colosal, cuyos pilares gigantes y relieves de mármol contaban la historia de la monarquía con gran esplendor, se alzaba majestuosa en medio de las profundidades del océano. Al principio, parecía un monumento abandonado a su suerte en las aguas tumultuosas, pero con el paso de las noches, Náyade logró vislumbrar el interior de aquel misterioso lugar.
Entre las hileras de columnas que se extendían hacia el techo abovedado, los habitantes del océano se congregaban en silencio, ajeno a la presencia de la ninfa. Murmuraban palabras ininteligibles entre ellos, sus rostros reflejando una profunda incertidumbre. Sin embargo, con el paso de los días, cuando Náyade finalmente pudo adentrarse en el contenido de sus sueños y vislumbrar una figura en el centro de la vasta sala submarina, la visión se desvaneció una vez más, dejándola con más interrogantes que respuestas.
Frente a la incapacidad de huir o ahondar más en el significado de sus sueños, habría la ninfa tomado refugio en la pequeña fuente de agua que se convirtió en su oasis efímero dentro de su celda.
Sumergirse en las aguas de la fuente se volvió su mayor distracción, un respiro de la realidad opresiva que la rodeaba. Cada vez que la angustia la acosaba, optaba por sumergirse en las aguas que la envolvían. La lejanía de las frecuencias sonoras y la cadencia del líquido provocaban en su cuerpo una tranquilidad única, una reconexión temporal con la sensación de libertad que una vez experimentó en Alexandria, antes de que todo se desmoronara.
Fue durante una de estas inmersiones desesperadas que la sirena percibió algo inusual. Entre las ondas y reflejos, la figura de un hombre de edad avanzada se dibujó en la superficie, como un recuerdo olvidado que emergía de las profundidades de su memoria. Sus ojos, marcados por el peso del tiempo, se encontraron con los de Náyade antes de que la figura se desvaneciera como una ilusión, dejando a la criatura marina con la sensación de haber tocado la sombra de la compañía, solo para verla desvanecerse ante sus ojos.
Sumida en un estado de paranoia, la mujer decidió desplegar su habilidad innata de comunicarse a través de las aguas. Con la incertidumbre de haber perdido esa conexión en su encierro, aguardó con ansias que su llamado resonara en el vasto reino submarino. El temor se aferraba a ella como una sombra, sus pensamientos danzaban entre la posibilidad de haber sido olvidada por los suyos o, aún peor, que su destino hubiera trascendido y la condena fuera el silencio.
Minutos más tarde, las sólidas paredes de su cueva marina se abrieron de par en par, revelando la entrada de tres figuras. Dos guardias, con sus armaduras resplandecientes como los reflejos del sol sobre las olas, escoltaban a un tercero cuyo rostro quedó oculto en la penumbra acuática. Las palabras resonaron como el eco de las profundidades, anunciando la visita de un rostro conocido para Náyade.
Se trataba de Thais Elden.
Un suspiro de alivio emergió de la criatura marina al reconocer la presencia anunciada. Las aguas que la envolvían parecían vibrar con una sensación de liberación. La esperanza, aunque frágil, rompía las cadenas de la soledad y la incertidumbre que habían tejido su existencia submarina.
—Gracias a los dioses. Tienes que ver esto. —
Antes de que la de cabellos castaños pudiera extender sus manos hacia la recién llegada en busca de un intercambio de memorias, los tridentes que los guardias manejaban con destreza se alzaron, formando una barrera de acero entre el cuerpo de la rubia y la prisionera. Fue entonces cuando Náyade comprendió la naturaleza inflexible de su encierro: cualquier palabra, gesto o memoria que emanara de sus labios habría perdido credibilidad ante los ojos de aquellos que la juzgaron.
Los tridentes, emblemas de su condena, actuaron como guardianes amenazadores que limitaban su capacidad de comunicarse con el mundo exterior. Cualquier intento de interacción se encontraba sellado por la frialdad de las puntas de metal que constituían su cárcel líquida. Náyade retrocedió ante la brusquedad de la acción, su mirada bajó, y antes de que su cabeza se inclinara hacia el suelo, capturó el murmullo apenas audible de quien, por muchos años, había sido su compañera: un apesadumbrado «Lo siento».
En ese momento, la tragedia de sus vidas convergió en un instante de resignación compartida, un reconocimiento silencioso de que la conexión entre ellas estaba suprimida por barreras más fuertes que la amistad misma.
—Dada vuestra calidad de prisionera y el estricto régimen que rige nuestros encuentros, me veo en la ineludible obligación de comunicaros que no es factible efectuar contacto físico ni mucho menos hacer uso de tus habilidades. Aunque la nostalgia y la amistad que nos une sean indelebles, las normas impuestas por nuestras situaciones actuales nos imponen tal restricción.
—¿Has venido hasta aquí solo para decirme eso? —
—Hay algo que debes saber, Náyade.
—Y tú también Thais.
Había alguien más en la cueva.
Ante la marcada desesperación que se reflejaba en el semblante de la doncella de cabellos castaños, los guardias decidieron investigar por sí mismos la veracidad de lo que afirmaba la prisionera, a pesar de las escasas probabilidades de que alguien más estuviera presente en la cueva. Aquel recinto estaba tan alejado y protegido que resultaba impensable que alguien pudiera entrar o salir sin ser detectado. Sin embargo, las noticias que Thais portaba eran de gran interés para quien, apenas unos momentos antes, se encontraba encarcelada.
Un nuevo descubrimiento había alterado por completo la situación en Alexandria, y era por eso que requerían la presencia de la anterior líder sirena. No obstante, lo que más inquietaba a Náyade en ese instante no era tanto la posibilidad de un cambio repentino en su destino, sino la incertidumbre de no estar sola y segura, como debería sentirse en un lugar tan remoto y custodiado.
La rubia posó su mano sobre una de las rocas de la cueva, y luego introdujo la punta de la piedra que colgaba de su collar en una de las grietas. Al instante, las fisuras adquirieron un tono blanquecino y el interior de la cueva comenzó a temblar. Acto seguido, una abertura se formó entre dos de las paredes. Mientras esto ocurría, los guardias colocaron en las muñecas de Náyade dos pulseras doradas, destinadas a vigilar sus acciones durante el trayecto. En caso de que intentara escapar o llevar a cabo algún acto violento, estas reaccionarían de inmediato. Con estas precauciones tomadas, se le indicó a Náyade que avanzara hacia la puerta que habían dispuesto para ella.
Y así, por primera vez en muchos años, la ninfa sintió sobre su piel la cálida luz del sol. Una abrasadora sensación la invadió tan pronto como se expuso al aire libre, una oleada de sensaciones inundó su cuerpo; alegría, emoción y desesperación. Quería llorar y también gritar de felicidad. Como muchos prisioneros del océano, había llegado a creer que nunca volvería a experimentar el sonido de la libertad. Los que la escoltaban permanecieron en silencio, permitiéndole a Náyade saborear cada momento sin interrupciones. Después de unos minutos, percibió la cercanía de una nueva voz a sus espaldas.
—Bienvenida de vuelta al Faro de Alexandria.—
Cuando finalmente sus ojos se adaptaron a una luz que parecía ajena a su existencia durante una eternidad, Náyade pudo distinguir las figuras de cinco personas justo en la entrada del primer edificio.
Eran los actuales líderes del océano.
Aunque había pasado mucho tiempo, no pudo evitar sentir una punzada de melancolía, ya que, según lo dictado por un antiguo monarca, uno de esos lugares, marcados por el liderazgo y la autoridad, le pertenecía. Sin embargo, dadas las circunstancias actuales, no podía permitirse el lujo de protestar. Por lo tanto, saludó cortésmente a cada uno de ellos antes de ser conducida al interior del edificio, donde una nueva audiencia la esperaba. Solo que esta, a diferencia de la primera, sería cerrada.
En la vastedad del enorme Faro de Alexandria, cuyas dimensiones y riqueza arquitectónica inspiraban asombro, se desplegaba una estructura singular que abarcaba tanto las profundidades marinas como las alturas celestiales. En lo alto, un umbral dorado aguardaba, pero ninguno de los presentes se aventuró a ocuparlo, optando por ubicarse a lo largo de la plataforma para ofrecer a la reclusa una visión panorámica desde la base de la escalera.
A punto de dar inicio al evento, otro individuo se unió a la escena, tomando posición bajo el umbral según indicaciones precisas. Su semblante era juvenil y su cabello tan claro como la miel. Por un instante, Náyade se sintió desconcertada al contemplarlo, pues su rostro no evocaba a ninguna de las figuras de los altos mandos que hubiera conocido anteriormente.
—Que se haga saber que Náyade Flenord, vencedora del honorable clan Flenord durante el primer periodo de gobierno que siguió a la extinta monarquía, y anterior líder de la distinguida Alexandria, ha sido acusada de manifestar simpatía hacia la especie humana, así como de suplantar cargos asignados a un individuo externo e inocente. Su sentencia, originalmente perpetua, es ahora revocada tras una exhaustiva investigación dirigida por el venerable Ireneo Admunsen.—
La ninfa alzó su mirada, ansiosa por localizar al joven que había irrumpido en la reunión reciente. La sorpresa la embargó al encontrarse con él. Era aquel niño desconocido que, sin ningún lazo preexistente, había mostrado una determinación inquebrantable para rescatarla cuando se hallaba en un estado inconsciente. A pesar de la falta de vínculos formales, había luchado valientemente contra las adversidades con el único propósito de descubrir la verdad detrás de sus acciones.
¡Cómo había crecido desde entonces! A pesar del veredicto del encierro, no la había abandonado. En su rostro, Náyade vio una vez más destellos de esperanza, y sus ojos azules, ahora llenos de lágrimas de emoción, la recibieron con afecto. Este joven había ascendido al estatus de héroe en su corazón.
—Dicha pesquisa concluyó que las acciones de Náyade fueron producto de una manipulación cuyo origen y culpabilidad se mantienen en la penumbra del desconocimiento. Más será responsabilidad de los ahora aquí presentes averiguarlo, por lo que no deberás temer, querida Náyade. Puedes volver a Alexandria.
Había algo notablemente diferente en esa ocasión. Náyade percibía una perturbadora falta de la usual tranquilidad que solía inundar su ser en presencia del vasto océano. Observaba a los dirigentes reunidos, quienes en el pasado habían sido fieles confidentes y parte de su círculo cercano. Sin embargo, ahora encontraba en ellos una frialdad que antes no estaba presente, una distancia que separaba sus antiguas relaciones de complicidad.
Buscó en la mirada de los presentes la calidez que solía encontrar en Thais, su antigua compañera y aliada. Sin embargo, incluso en los ojos de ella, percibió un cambio.
Aquella confianza y conexión que compartían desde hace décadas, ahora parecían haberse desvanecido, dejando un vacío en el corazón de Náyade. La camaradería que una vez compartieron se había vuelto distante, y la nostalgia de tiempos pasados se apoderó de ella mientras reflexionaba sobre cómo las circunstancias habían cambiado tanto.
Tras la conclusión de la audiencia, la mayoría de los presentes se acercaron para establecer contacto con Náyade, esperando expresar su apoyo y solidaridad. Sin embargo, la ninfa dedicó sus escasas fuerzas, tras años de encierro, para dirigirse hacia la persona que era el verdadero protagonista de ese día. Para sorpresa de muchos, el vínculo que compartían poseía una intensidad que superaba cualquier otra relación presente en la sala.
Nadie podría haber imaginado que ese lazo tuviera una conexión tan profunda como la que tenía con cualquiera de los otros presentes. La castaña se acercó a Ireneo con sinceros agradecimientos, reconociendo su fidelidad durante todos esos años. Los brazos del joven la envolvieron en un abrazo que, de alguna manera, le otorgó un fragmento considerable de energía renovada, como si la fuerza del abrazo le transmitiera la vitalidad necesaria para enfrentar lo que vendría.
—De verdad lo intente, Náyade. Pido disculpas por haber tardado tanto. —El comentario que recibió hizo que su corazón se contrajera. ¿Era posible que alguien que había conocido en un estado de inconsciencia se preocupara más por su situación que aquellos que la conocían desde hacía tiempo?
—No tenías porque hacerlo y aun así lo hiciste. Estaré eternamente agradecida por ello.
Las circunstancias habían cambiado drásticamente, eso era innegable. Frente a la incertidumbre generada por las misteriosas presencias en sus sueños, Náyade se vio obligada a actuar con rapidez y decisión. Con la intención de compartir información crucial, la ninfa recurrió a su habilidad de selkie durante aquel abrazo con Ireneo, transmitiéndole las memorias de sus sueños y rogando que este pudiera mantener esa información en absoluta confidencialidad.
Una vez sellada esa unión, y con la retirada de la mayoría de aquellos presentes, cada cual retornó a sus labores designadas. Ireneo, tras despedirse con un gesto respetuoso y unas palabras finales a Náyade, se apartó para ascender por la escalinata de mármol.
—Que la memoria sea el faro que guie el camino hacia la verdad.
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