III. Recuerdos escritos en piedra
Si en una noche de verano, te haz de desviar.
Abajo, por los Muros de Dern, aquel sitio donde conocí a un extraño ser,
conversando con una muchacha de mirada perdida,
parecía estar sufriendo,
diciendo "Cuando te vayas, me temo que nunca volverás"...
Y aquí esta, en medio de la pesada niebla, entorpeciendo el andar cansado del par de viajeros cuyo recorrido les ha conducido al Bosque de las Almas, sitio abandonado tras la llegada de Ellos. Los ancianos aún hoy entonan las melodías que relatan las historias de audaces hombres y mujeres que perecieron en busca de un destino mejor.
Adam recuerda con nostalgia, la calidez en la voz de su abuela al relatar la leyenda de un tesoro oculto del hombre en la boca del monstruo, incrustado en piedra por una pareja cuyo destino fatal no terminaría su amor.
Frente a ellos, una gárgola de piedra oscura se alza. El joven viajero se acerca, mirando con asombro como mientras más cerca se encuentra, menos alta parece y más grande se torna la montaña de huesos bajo ella. La cruel expresión en el rostro de aquel guardián de piedra, solo contrastada por el brillo en su hocico entreabierto.
Acercándose, con cuidado, casi seguro de escuchar las advertencias susurrando en sus oídos, Adam observa con asombro tres piedras preciosas reposadas sobre la lengua del monstruoso ser: un brillante rubí escarlata, un zafiro azul en forma de corazón y un citrino en forma de rombo.
Con el corazón atravesado por Cupido,
desprecio el oro brillante,
sin encontrar consuelo en un amor perdido,
me alegró de verte, una vez más.
Jamás se imagino a si mismo siguiendo las indicaciones en una canción de cuna, pero algo en aquel encuentro en su viaje parece ser más que una coincidencia, ¿en verdad debía llegar aquí? Parece una tontería, tal vez un último deseo antes de caer en la locura. Mira a su lado, esperando que su acompañante sea más valiente y escoja una gema, para encontrar un lugar vacío y una helada sensación al ver a la niña alejarse con piernas temblorosas.
Sacudiendo la cabeza, reflexiona un momento, repitiendo las advertencias antes de subir a la pila y extender la mano hacia el interior del ente. Por algún motivo, que el muchacho decide ignorar, la boca del ser es húmeda a pesar de estar hecha de piedra, rápidamente toma entre sus dedos el Corazón del Averno, la piedra azul, despreciando aquella que brilla como el oro y buscando apartarse de aquella que no dará consuelo en su búsqueda.
Con cuidado de no destruir ningún hueso, se acerca a su pequeña acompañante, aun con la piedra en la mano. Dándole una mirada tranquilizadora, la abraza y continúan su recorrido; tal vez, de haber estado más atento, hubiera notado el peculiar reflejo que en la piedra se proyecto aquella noche, como una advertencia de lo que horas después reclamaría por desconocer, pues una sola silueta sería visible aun si hay dos personas en el lugar.
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