𝗜 𝗮𝗺: 𝑭𝒖𝒅𝒐𝒖 𝑨𝒌𝒊𝒐

—¿Y entonces qué sucedió?—Preguntó un pequeño peli-gris, con los ojos brillantes girando levemente para observar al chico que se hallaba tras su espalda.—¿Qué pasó con el papá del león?

—No te muevas, Shirou.—Respondió, trenzando el cabello del recién nombrado con cuidado.

Luego de eso se quedó pensando, Fubuki le había pedido contarle la historia de alguna película, algo que acostumbraban bastante ya que el castaño acompañaba siempre al de tez más clara, quién pensaría que a Fudou Akio se le dieran tan bien esas cosas... La verdad es que ni siquiera él mismo lo entendía, pero para cuando se dio cuenta, las necesidades de cuidar y proteger a Shirou ya se habían implantado, desarrollando una relación de hermanos dentro de aquellas cuatro paredes.

—¡Akio-nii!—Se sobresaltó, escuchando el grito del menor, quién le llamaba después de haberse quedado mirando un punto fijo.—Ya no me haces caso...—Murmuró el peli-gris, con un puchero asomándose, bajando la mirada.

—Lo siento, peque.—Respondió con una sonrisa de lado, dando por terminado el peinado para luego levantarse de la cama.—Ven, recuéstate.—Ordenó sutilmente, con un tono amable, comenzando a ordenar las mantas sobre el colchón.

—¡P-Pero, me estás ignorando!

Akio tomó aire, un suspiro, para luego negar con la cabeza mirando a Shirou.

—No te ignoro, no te ignoro.—Se acercó para tomar la mano de Fubuki y ayudarle a pararse, dirigiéndolo hacia dentro de las sábanas, arropándolo.—Pero no haz estado durmiendo bien, ¿No es así?

El menor desvío la mirada, sintiendo un escalofrío leve pasar por su cuerpo. Sí, Akio tenía razón.

—No es para tanto...—Murmuró, escondiendo su rostro.—Solo un par de noches...

—Un par de noches es suficiente.—Replicó Fudou, para luego recostarse a su lado por encima de las mantas. Suspiró nuevamente, acariciando la mejilla del menor.—Entonces, hubo una manada de animales que corrieron tras el cachorro león, y el padre de éste, el rey de la selva, corrió para salvarlo...—Tomó una pequeña pausa, titubeando.—El cachorro pudo salir a salvo, y el padre, bueno, se quedó en el piso por un momento, este...

En ese momento quiso golpearse mil veces, ¿De verdad se le había hecho buena idea elegir la película de The Lion King para contarle a Shirou? Llevó la mirada al techo, rogando al cielo para que éste se rindiera al sueño antes de tener que relatar la parte en que el padre del cachorro moría. Siempre omitía las historias que involucraban a padres muertos, por obvias razones.

—¿Estaba muy cansado?—Escuchó, luego de un bostezo de parte de Shirou.—Yo también me cansaría de correr tanto...—Murmuró el pequeño, comenzando a balbucear producto del sueño que le atacaba. Porque claro, las noches sin dormir no habían sido solo un par.

Fudou aprovechó aquel momento de debilidad para comenzar a arrullar al peli-gris, pequeños "shh, shh, shhh..." en su oído, débiles y calmados, acariciando a la par su cabello.

—...—Apretó los labios.—Si Shirou, estaba cansado.—Dejó botar aire por unos segundos, observando como aquellos orbes azul-grisaceos comenzaban a cerrarse.—Descansa, peque...—Susurró, hasta ya no oír respuesta, asegurándose de que Fubuki ya dormía. Sin apartarse del menor, se quedó a su lado, solo dando media vuelta para quedar mirando hacia el techo, con una mano tras la nuca y la otra sobre su estómago.

Acostumbraba a pasar tardes con Shirou, siempre trataba de acompañarle el mayor tiempo que podía. Había descubierto que el peli-gris solía poder dormir mucho mejor estando a su lado que estando solo, al menos por unas horas... Odiaba escuchar al de tez clara gritar en medio de todo lo oscuro, despertar con el llanto desgarrador de su "hermano menor", y no poder hacer nada para ayudarle por no ser un "profesional"... Simplemente... Le desgarraba el corazón.

Recordó una noche en la que no había logrado dormir, luego de despertar con los gritos de Shirou a mitad de una crisis, donde le impidieron el paso y finalmente Haruya también tuvo que intervenir para calmarlo.

Al final, todos eran una familia.

"—¿Qué pasa si lo lastiman? ¿Si le hacen daño? ¿Si no pueden controlarlo y le terminan sedando? Odio cuando eso sucede, odio luego ver su cuerpo apenas moviéndose somnoliento, no pueden, maldición, no pue-"

Luego de eso el idiota de Haruya me abrazó, yo solté un "no me toques" mientras le golpeaba, pero a él no le importó, daba igual las veces que pateara o forcejeara, él solo me agarraba con más fuerza, mientras susurraba que estaría todo bien en mi oído... Finalmente me derrumbé en el suelo a llorar, con Nagumo sobando mi espalda mientras yo hundía el rostro en su pecho.

No recuerdo mucho más de lo que sucedió después de eso... No me gusta hacerlo.

Cierro los ojos, con un dolor punzante que comienza a asomarse en mis sienes y entrecejo. Tal vez a causa de lo mal que he dormido estas últimas noches, quién sabe.

Percibo movimiento, volteando a ver a Shirou al instante. Se encuentra arrugando el entrecejo y su mandíbula está tensa.

—Tranquilo peque, no pasa nada... Todo está bien.—Susurro, acariciando su frente hasta que por fin vuelve a una postura más calmada. En cualquier otra ocasión, eso podría haber hecho que se despertara.

"Todo está bien", repito en mi cabeza, en un aire nostálgico sin quererlo. Suelto una risa sarcástica; la verdad, es que yo soy uno de los que menos cree en esas tres palabras.

Cierro los ojos cansado una vez más, sin embargo cuando lo hago, observo la figura de un pequeño niño, de tez clara, ojos azul-verdosos, cabello castaño... Esperando paciente mientras mira hacia la ventana en una noche de invierno, con múltiples copos de nieve cayendo. Si, soy yo en un recuerdo.

Mierda, ¿Es que acaso una vez más la cabeza no va a dejarme descansar?

Vuelvo a observar la escena, esta vez el niño ya no se encuentra esperando, sino que en el piso jugando con unos coches de madera en color rojo, amarillo y azul... Aquellos que le fueron obsequiados la navidad pasada, y que tantas veces observó en la vitrina de la tienda a final de la calle.

En esa época donde tenía la vida perfecta y no lo sabía... Cuando la rutina diaria solo se basaba en jugar en el jardín, mirar televisión en el cuarto de papá y mamá hasta la hora de la cena, con un llamado de madre avisando que la comida estaba servida, justo unos segundos antes de que padre abriera la puerta de casa, llegando después de una intensa jornada laboral...

Cuando ese pequeño niño corría hacia los brazos de papá, quien le recibía cargándolo, depositando un beso en su frente y luego caminando hacia su esposa.

Cuando los padres de aquel pequeño niño se amaban, cuando podían gozar de una economía y trabajo estable...

A veces y solo a veces, me gustaría volver a esa época, a cuando papá llegaba del trabajo con regalos para mí y ramos de rosas para mamá, sin necesidad de que se tratara de un día especial, solo porque él era un jefe de hogar que cuidaba de su familia... Luego de la cena mamá se encargaba de recoger los platos, mientras yo corría a mi cama impaciente por escuchar la nueva historia que me contaría papá sobre alguna aventura camino o de vuelta del trabajo.

Volver a aquella inocencia, en aquella mente que aún no se perturbaba, dentro del núcleo de una familia feliz y perfecta.

Volver a mi yo de cinco años ignorante que se creía ese cuento y falsa fachada.

Porque la "verdadera familia" en la que yo estaba metido, estaba muy lejano de parecerse a ello.

Aún lo recuerdo, esa alma de niño preguntándose el porqué a veces su madre aparecía con nuevos moratones en el cuerpo, recibiendo inútiles palabras de consuelo como "me tropecé el otro día" o "debí haberme dado un golpe sin querer".

"—No te preocupes Akio, estaré bien en unos días."

"Unos días"... Dime madre, ¿Por qué dejaste que me creyera esa mentira? ¿Por qué dejaste que yo siguiera con la ilusión de un niño estúpido que no se enteraba ni de lo que pasaba en su propia casa, y seguía viendo a su padre como un maldito héroe?

Tenía cinco años, es cierto, quizás era demasiado pequeño para entender todas las cosas que ocurrían, pero pudiste habérmelo dicho, pudiste haberme dicho que el mundo no era de color rosa, que papá no era aquel aventurero de buen corazón por el cual siempre se hacía pasar, que todas esas coincidencias de la cena servida segundos antes de que él llegara del trabajo no eran putas coincidencias, sino una doctrina en la cual si tú no cumplías con tu parte, él te golpearía hasta dejarte en el piso por ser una "esposa inútil", que por dentro sufrías, y que tanto tú como yo estábamos en riesgo. Bajó el puto riesgo de que si él tenía un mal día, podría llegar incluso a matarnos.

Se supone que no puedo culparte por las acciones de padre y por tú siempre tratar de encubrirlo, ¿Verdad?

Pues bien, enhorabuena, para tu paz mental, no te culpo de ello. Tú sabes que el verdadero "error" pudo no haber sido ese, sino otro.

Todo pasó demasiado rápido, más rápido de lo que una mente de un niño tan pequeño podía asimilar. Papá dejó de llegar algunas noches, o si lo hacía, ya era muy tarde y yo me encontraba durmiendo en mi habitación, agarrado a un viejo peluche que poseía su olor. Pasaban los días y yo seguía sin verlo, mientras tu mirada se iba opacando más y más, algo que se lo atribuías al no estar durmiendo bien por esperar a mi padre hasta altas horas de la madrugada.

Vamos, dime si lo recuerdas, dime si la conversación que aún sigue grabada en mi cabeza también te pesa la consciencia.

Esa es la escena que vi en un principio al cerrar los ojos, el estúpido e ingenuo niño esperando a su padre, viendo tras la ventana los copos de nieve caer, en una espera que parecía ser interminable.

"—Mamá, ¿A qué hora llega papá? El prometió jugar conmigo cuando volviera...

—Akio, tu padre no... Tu padre no volverá a casa por un tiempo, tuvo que irse en un viaje de negocios, me pidió que te pidiera ser un buen niño, que volvería con nosotros lo antes posible..."

Dime, ¿No te recuerde la consciencia haber jugado así con mi cabeza?

Luego de oír esas palabras lo único que podía hacer era balbucear preguntando por cuánto tendría que esperar hasta que ese "tiempo" terminase.

"—Solo sé paciente."

Fue tu respuesta.

Paciencia.

Eso fue lo que me pediste, mientras yo me tragaba todas tus mentiras, mientras mi ilusión de niño se iba a medida que pasaban los días, mientras que el calendario iba pasando y yo seguía esperando a que papá llegara segundos después de que me llamaras para la cena.

Oh madre, me gustaría preguntarte tantas cosas, todas esas interrogantes que plantaste en mi cabeza, aunque es claro que no puedo hacerlo, ¿Verdad? Después de todo, no sé si fue de ti o de padre que saqué la habilidad de escabullirme y escapar de los problemas.

Yo era un problema para ti, ¿No es así? Por eso decidiste irte, por eso decidiste abandonarme, ¿O acaso no lo recuerdas?

El timbre de casa había sonado, yo estaba viendo televisión mientras tú cocinabas el almuerzo, así que decidí atender la puerta por ti, "quizás sea papá", era en lo único que pensaba.

Pero en su lugar, un hombre alto y en traje negro me saludó, quitándose las gafas de sol que traía puestas.

"Hola pequeño, tú debes ser Akio, ¿Verdad?" Fue lo que me dijo tan solo al verme. ¿Por qué ese hombre conocía mi nombre?

Eché un vistazo a la cocina, dándome cuenta de que tú ya no estabas allí, sino que caminabas en dirección a la puerta con mi mochila de la escuela entre manos.

Le saludaste, dando una pequeña reverencia y entregándole lo que era de mi pertenencia.

Antes de poder preguntarte quién era ese hombre y porqué le acababas de obsequiar mis cosas, te agachaste para quedar a mi altura, dándome un abrazo apretado, fuerte, mientras tu cuerpo comenzaba a temblar levemente.

"Akio, bebé..." Comenzaste a decirme, y yo sin poder entender porqué de repente te costaba tanto emitir las palabras, o porqué tu abrazo se hacía más fuerte a ratos.

"—Este señor que ves aquí te cuidará por un tiempo... Tengo que resolver unos asuntos importantes, pero él te llevará a un lugar donde podrás jugar con niños de tu edad, conocerás a muchas nuevas personas, ¿Está bien?

¿E-Eh? ¡P-Pero yo puedo acompañarte! ¡Sé cuidarme solo, sé calentar mi vaso de leche en el microondas y hacer mis deberes sin ayuda!

Akio, mi amor... Por favor perdóname, no puedes acompañarme ahora... Son asuntos de mayores..."

"Asuntos de mayores"... Esa mentira también me la creí, en verdad era un iluso en ese tiempo, aunque no me culpo, digo, ¿No se supone que tendría que haber aprendido a confiar en ti? ¿Eso no es lo que normalmente un hijo hace con su madre? Confié, puso toda mi maldita confianza en ti ya que eras la única persona que estaba conmigo, pero dime, ¿Eso de qué mierda me sirvió?

¿Tanto te costaba decirme la verdad, madre? ¿En verdad creías que tu mentira iba a durar para siempre?

"—Volveré por ti, solo ten paciencia, prometo que cuando menos te lo esperes tu padre y yo vendremos a recogerte."

Recuerdo aún la forma en que mis ojos comenzaron a arder después de eso, aunque no quería que me vieras llorar porque tú ya estabas lo suficientemente deprimida, y yo no quería ponerte más triste.

Así que tragué mis lágrimas, mordiéndome el labio inferior por dentro, tratando de mantener una mirada firme observándote.

"—¡Me portaré bien, seré el mejor niño del lugar para que se sientan orgullosos de mi! ¡Estaré esperándolos, lo prometo!"

Esa fue mi promesa. Esperar. Esperar, esperar, y seguir esperando. Fui paciente, fui malditamente paciente, pero los días pasaban, y se convirtieron en meses, en años, en toda una vida.

Fue entonces cuando entendí que había tenido una última charla contigo, que esa había sido nuestra despedida y que yo no me había dado cuenta, porque así lo habías querido, ese fue tu plan desde el principio. Tú no planeabas volver a buscarme, nunca lo hiciste.

Pero aún me quedaba "papá", ¿No es así?

En la desesperación de encontrar a cualquiera de mis progenitores empecé su búsqueda, mi niño interior aún tenía pendiente ese juego que le habían prometido, ese abrazo que nunca llegó, y esas historias que marcaron su punto final abruptamente.

Otra parte de mí aún así, necesitaba respuestas, respuestas de porqué había decidido abandonarnos, cuál fue su motivo, necesitaba encararlo por mí y por mamá.

Lástima que antes de mí, otras personas también le habían estado buscando, años atrás, el día de su desaparición.

Entonces me enteré por ahí que mi padre había muerto, ¿Pero cómo? ¿Por qué? Bueno... Como dije antes, le iba bien en el trabajo, eso parecía, siempre llegaba con regalos, sin embargo... Yo no sabía que todo ese dinero tenía un trasfondo muy oscuro.

Drogas.

Mi padre fue asesinado luego de no cumplir con un mando de su superior, llevándose a cabo un típico "ajuste de cuentas". Ese mismo día fue cuando la verdad sobre su verdadero carácter salió a la luz, enterándome de las múltiples veces que golpeaba a mamá, quien hacía lo posible para que su amado se alejara de ese mundo.

Todos esos ramos de flores que llevaba a casa no eran más que una vil forma para hacer que le perdonara. Por cada golpe, había una rosa.

Luego de eso volví a estar solo, cayendo en cuenta de que siempre lo estuve. Me cansé de ser paciente, me cansé de esperar a que mi madre regresara de aquellos "asuntos de mayores" y que mi padre volviera de su "viaje de trabajo".

Sepulté a aquel niño al cual todos le engañaban, ese niño que se esforzaba al máximo por cumplir absurdas promesas a la nada. Sepulté mi inocencia, porque sabía que no había a nadie a quien esperar.

Después de todo, mi padre estaba muerto, y mi madre me había abandonado. Bueno, ambos lo hicieron, la diferencia es que el primero no tuvo opción, mientras la otra lo hizo por voluntad propia.

Mierda, me estoy alterando.

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