Capítulo 1

Abro los ojos, todo está oscuro, no hay ni el más mínimo brillo.

Una vez más me despierto a la mitad de la madrugada, maravilloso.

Me recuesto en el piso de la habitación, el extremo contacto hace que se me erice la piel, como si fuera un punto de adrenalina.

Aunque la verdad, lo que menos tengo en este momento son ganas de moverme.

Todo pesa, los párpados pesan, sin embargo no consigo conciliar el sueño.

Tomo aire, y los ojos comienzan a arder poco a poco, llenándose de finos cristales. Sí, una vez más son lágrimas.

"¿Recuerdas cómo era todo antes de llegar aquí?" Me digo a mí mismo. Claro que lo recuerdo.

Lo que antes se veía como un sueño pesado, ahora lo añoro como si de un paraíso se tratara.

Quiero volver, a los días en los que aún podíamos disfrutar de nuestra libertad, antes de que nos encerraran, antes de que él tomara el control completo de nuestras vidas, y nos dejara atrapados, como animales de circo, repasando los días en los que podíamos ser felices y no éramos capaces de darnos cuenta.

Quiero volver a verlo.

Por favor, solo una vez más, aunque sea por poco tiempo, aunque sean unos segundos y el reloj decida girar más rápido de lo normal.

Necesito volver a verte, Mamoru.

Observo las vendas que reposan sobre mis muñecas, teñidas del ligero color carmesí. Lo siento, Endo, volví a caer en lo que tanto te esforzaste por cambiar.

Cierro los ojos.

Quizás es hora de comentarles cómo es que llegamos aquí, cómo comenzó toda nuestra historia, y cómo terminó volviéndose un infierno.

Sí, bienvenidos al infierno.

Hospital psiquiátrico Inazuma.

—Buenos días, Aki.—Saludó un chico peli-azul de ojos caoba, levantándose levemente de la cama donde estaba recostado, sin abrir demasiado los ojos.—¿Cuántos días llevo aquí?

—Más días que ayer, pero menos que mañana.—Rió la enfermera, dejando una bandeja con el desayuno del más alto.—No importa cuántas veces lo preguntes, Kazemaru, sabes que no puedo decírtelo.

El recién nombrado chasqueó la lengua, luego suspiró resignado. Sí, ya sabía que las reglas impedían saber cuánto tiempo llevaba allí dentro, una absurda regla que ni él entendía, pero bueno, de todas formas los días habían comenzado a pasar sin que se diera cuenta hace mucho tiempo.

La chica en la habitación hizo una pequeña reverencia, soltando un "provecho" luego, aunque casi inaudible. Kazemaru procedió a levantarse, sin muchos ánimos.

—Yogurth y frutas.—Soltó, observando el único utensilio que descansaba en la bandeja.—"Sólo cucharas, nada de cuchillos u objetos que se puedan enterrar"—Replicó, recordando la frase del director de la clínica, el señor Hibiki, luego de un altercado en el que el peli-azul casi intentó quitarse la vida con un objeto corto-punzante.

Miró hacia el techo, tomando aire pesado una vez más, para después dirigir la mirada hacia el desayuno en frente y comenzar a digerirla.

"Es un nuevo día" se dijo a sí mismo. "Uno de tantos..."

—Un día más es un día menos, ¿No?—Escuchó de repente desde el marco de su puerta. Dirigió la mirada, reconociendo la voz y la risa que vino después en seguida.—En eso pensabas, ¿No?

—¿Qué haces fuera de tu habitación, Fudo?—Levantó una ceja, sonriendo de lado.—¿Tan temprano y ya no pudiste quedarte quieto?

—Sabes que escapar es mi especialidad.—Se jactó, pasando la mano por su larga cabellera color castaño oscuro.—Las llaves de Fuyuka siempre son fáciles de quitar.—Dijo, levantando los hombros.

Sí, él era Fudo Akio, un chico de tez clara, ojos azul verdosos y cabellera brillante como ella sola. Alto, delgado, y con unas pequeñas ojeras por debajo.

Su personalidad daba mucho de qué hablar, podía ser tan infantil como un niño de primaria o tan maduro como alguien de 30, según la situación.

Pero tenía un pequeño problema.

La razón de su encierro, el porqué se encontraba dentro de una clínica psiquiátrica, se había dado hace poco más de un año y cinco meses. Dentro de un estado de euforia máxima, le habían encontrado corriendo solo por la calle, hasta parar en una esquina donde intentó meterse a una morada, alegando que ese se trataba de su hogar y que se había dejado las llaves dentro, cosa que descubrieron, era mentira. Claro que eso no era razón suficiente para su encierro, pero al momento de capturarlo, su afán por escapar había sido tal que terminó golpeando a más de un policía, gritando que todos en ese lugar estaban locos, todos menos él, claro.

No pudieron parar su euforia hasta mucho después, cuando fue llevado a un hospital debido a una herida que llevaba en el abdomen y que nadie había notado, ni siquiera él, o eso era lo que quería hacer creer.

Luego de múltiples patadas y golpes, terminaron por sedarlo, la única opción para lograr curar el orificio de bala que por suerte no había tocado ningún órgano importante.

Esa misma noche, le dejaron en observaciones dentro del hospital por si intentaba escaparse o atacar a alguien más, debían verificar si era o no peligroso para la sociedad.

Entonces, a eso de las 3:30 de la madrugada, despertó de la anestesia, encontrándose totalmente solo.

No había nadie con él.

"No hay nadie..." Recuerda haber dicho. "Estoy solo... No hay absolutamente nadie."

Su cuerpo comenzó a hiperventilarse, sus pupilas se contrajeron y poco a poco sentía el corazón más al borde del colapso. Tiraba sus cabellos, y gritaba cosas fuera de sentido, cosas como "Vuelve", "No me dejes", "No me abandones tú también".

Le estaba gritando a la nada.

O eso se pensó... ¿Realmente no le gritaba a nadie?

Esa misma noche, de no ser porque una enfermera que pasaba por fuera de su habitación le vio a tiempo, Fudo hubiera muerto. Le encontraron tratando de quitarse el suero que llevaba en su muñeca, buscando algún elemento para cortarse el cuello y morir en el proceso. No lo entendían, mas lo único que él gritaba era "Me engañaste, me dejaste solo", "¡Dijiste que no me abandonarías, lo prometiste!"

La próxima vez que abrió los ojos, ya estaba dentro de la clínica, dentro de su nueva habitación.

Pero eso es historia de otro día.

—Oí de fuente confiable que hoy harán una reunión con todos, Hibiki-san quiere hablar con nosotros.—Kazemaru alzó la ceja, como diciendo "¿Qué hiciste ahora, Fudo?", el castaño era experto en meterse en problemas.—¡Juro que no hice nada!—Gritó. Luego chasqueó la ceja, desviando la mirada.—Como sea. Iré a ver a Shirou, solo pasaba por aquí.

—Claro, claro.—Dijo sarcástico.—Dale mis saludos.

Sin voltear hacia atrás, Fudo dio media vuelta marchándose, esta vez en dirección a la habitación que quedaba al final del pasillo, puerta 009.

Adelantándonos al chico de orbes azul verdosos, unos pasos más allá, se encuentra un pequeño de cabello peli-plata, delgado y de menor estatura que todos, quizás el chico más dulce dentro del hospital, aunque con una peculiaridad; sus ojos eran capaces de cambiar de azul grisáceos a naranja en cosa de segundos, y con ello, también su personalidad.

Pero luego sería tiempo de hablar más de eso.

En este momento, el pequeño se encontraba acostado en su cama, con la cobija desordenada, todo parecía un desastre encima de él. Además, lleva una bufanda color blanco en el cuello, a pesar de que el calor comenzaba a ser casi insoportable a esas tempranas horas de la mañana. Sostiene también un pequeño peluche, en forma de lobo, ambos se encuentran sucios y algo percudidos, mas él no deja que las personas se acerquen para lavarlos... No, eso no es posible.

Se encuentra boca abajo, casi al borde del colchón, a solo unos milímetros de caer, pero duerme profundamente, casi llegando a roncar. Sus ojos están hinchados, y su nariz de color roja, probablemente se pasó sin poder dormir debido al insomnio de todas las noches, quizás se la pasó llorando.

Quizás está llorando ahora.

Todo está frío, siento el gélido clima congelándome hasta los huesos. Frente a mí, no hayo más que una intensa neblina que me impide poder divisar qué hay más allá. No logro entender qué es lo que sucede, lo último que recuerdo es estar en mi habitación, todo está borroso, aunque recuerdo algo...

Un nombre...

El blancor me ciega, es tan impactante que me cuesta mantener los ojos abiertos.

Comienzo a caminar sin ninguna dirección, no hay camino, ni siquiera puedo ver mis pies, solo hay neblina, doy pasos hacia adelante, no quiero quedarme quieto, no puedo quedarme quieto.

Algo me llama.

Voy caminando por lo que parece ser una carretera. Mis pies avanzan sin que se los ordene. Veo autos pasar por mi lado, pero no son capaces de golpearme ni hacerme daño.

Es como si yo no estuviera realmente allí.

Es como si no existiera para ellos.

Como si fuera un fantasma.

Me detengo al observar como de las montañas que rodean la carretera comienza a haber ruido, como si en cualquier momento fuese a haber un temblor o terremoto, sacudiendo la tierra, mientras que la nieve arrasa con todo a su paso.

Un recuerdo...

No, no otra vez... Por favor.

No quiero volver a vivirlo, por favor.

Entonces lo que me temía se abre paso ante mis ojos, una avalancha, siento como soy cubierto por la nieve.

Cierro los ojos en un acto reflejo, esperando el impacto, mas este nunca llega. Vuelvo a abrir los párpados con algo de miedo, de un de repente, y sin saber cómo, me encuentro en frente de un auto, el cual también está siendo alcanzado por  el derrumbe.

Oigo gritos.

No...

Escapen, por favor escapen.

Y vuelvo a ver la escena de nuevo. Me veo en tercera persona, de pequeño, junto a mis padres, junto a Atsuya.

Todo ocurre demasiado rápido, trato de ir con ellos, trato de ayudarlos, pero mis pies ya no me dejan avanzar, no me hacen caso. Me siento impotente, no puedo hacer nada...

No...

—¡Atsuya!

—¡Fubuki!

Todo termina.

Despierto.

Alguien me sacude por los hombros, sigo viendo las cosas algo borrosas, y un intenso sonido permanece en mis oídos, igual al que queda luego de una explosión.

Igual como después de la avalancha...

Mi respiración está agitada, estoy sudando frío y con mi garganta apretada. Suelto un grito de desesperación, mientras jalo mis cabellos intentando olvidar todo esto.

Miro mi reflejo en un gran espejo que se haya en la pared, pero en vez de ser yo quien se haya allí, está mi hermano menor, mirándome con desaprobación.

Me siento pequeño, paralizado.

Otra vez fuiste débil, Shirou.—Me dice, soltando una pequeña risa.—Dime, ¿Otra vez no pudiste salvarlos? JA, no puedo creer como alguien como tú sigue estando con vida.

"¿Qué quieres decir con eso, Atsuya?" Le pregunto.

Todo está dentro de mi cabeza.

En la realidad, no estoy emitiendo ni el más mínimo sonido.

Tal vez, si no te hubieras acobardado aquella vez, la historia sería diferente.—Dejo de mirar hacia el espejo, ahora solo miro mis manos, estoy temblando, y mis ojos empiezan a llenarse de lágrimas. Escucho a Atsuya cada vez más cerca. Ya no está en el espejo. Está en mí.

Vamos Shirou... Sólo déjame tomar el control.

Tomar... El control...

Tomar...

—¡Shirou!—Abro la boca de asombro, ahogando un grito. Salgo del trance, ya no veo a mi hermano... Ya no tengo a Atsuya.—¿Estás bien, peque?

—Akio...—Murmuro débilmente, apenas reconociendo a la figura frente a mí.

—Estás sudando.—Me dice. Luego acerca una mano hasta mi frente, me sobresalto ante el contacto.—Hey, tranquilo, soy yo.—Sonríe, pero luego su sonrisa cambia a una diferente, está preocupado.—Tienes fiebre...—Dice en volumen bajo. Luego aclara su garganta.—Quédate aquí, ¿Bien? Iré a decirle a alguna enfermera que necesitas medicación. No tardo.

Le observo alejarse, ni siquiera tengo la oportunidad de despedirme, se desvanece en cuestión de segundos...

Se desvanece...

¿Realmente estuvo aquí?

Miro mis manos... ¿Realmente estoy aquí?

Entonces...

Déjame...

Tomar...

El control.

Dentro de una nueva habitación, en la primera planta de la clínica, se encontraba un señor mayor, de cabellos y barba blanca debido a la vejez, tenía el ceño fruncido, y con su pie llevaba un compás acelerado mientras quedaba a la espera de cierto trabajador de cabellos morados.

Para su suerte, su espera no duró mucho más, ya que segundos después la puerta de aquel despacho fue abierta dejando ver al tan esperado adulto.

—Kudo.—Le llamó, sin cabida a un saludo anteriormente.—¿Qué tal van las  evoluciones?—Preguntó.

Claro que sabía de sobra las respuestas, él era el más preocupado por sus pacientes, casi como si fueran sus propios hijos. Además, las cámaras en cada habitación le dejaban un panorama claro de todo el recinto.

—Lo lamento, Hibiki-san.—Titubeó.—No presentan mejoría.

Él mayor suspiró. Claro que lo sabía.

Recordaba con detalle cuando cada uno de sus pacientes llegó a la clínica, les tenía un cariño muy especial, a pesar que algunos de ellos no lo vieran de la misma forma.

El primero en llegar fue el de cabellera azul, hace poco más de tres, mostraba un claro caso de depresión mayor, su mirada estaba completamente apagada, vacía, con grandes ojeras y marcas de haberse hecho daño. Había sido trasladado hacia ese lugar luego de un intento de suicidio con pastillas. El menor ya tenía todo preparado, había dejado una carta donde pedía perdón por ser tan cobarde, pero ya no podía con la pena de cargar con un corazón roto. Era un niño bastante sensible, sus padres no le tomaban la atención suficiente lo cual ayudó a que su estado empeorara.

El segundo en llegar al lugar fue un chico de ojos jade, Hiroto Kiyama, había sido traído por su hermana mayor, Hitomiko Kira. El pobre mostraba una desnutrición extrema, a penas se podía el cuerpo, la clínica había sido la última esperanza para la mayor. Tal parece que este chico se había enterado que su padre no era quién decía ser, siendo arrestado por las autoridades, cosa que no pudo soportar, cayendo en un profundo trastorno alimenticio.

Luego, Fudo Akio y Nagumo Haruya, ambos en contra de su voluntad. Eran compañeros de clase, pero al parecer causaban demasiados destrozos, se metían en peleas y sus padres ya no sabían que hacer con ellos. El primero fue ingresado luego de un altercado con policías y disturbios en la ciudad, al tiempo se descubrió que sufría de trastorno límite de la personalidad, mientras el segundo tenía ataques de ira, siendo capaz de romper todo a su paso, y había sido capturado luego de una intensa persecución donde se le encontró con un arma usada.

El último en llegar fue un pequeño de tez blanca, hace apenas 7 meses; él entró por cuenta propia, y sin nadie que lo acompañara. Había sido una gran sorpresa el verlo llegar solo a la puerta del señor Hibiki, más aún cuando pidió ser internado antes que algo malo pasara. Era el más pequeño del grupo, sin embargo, tenía una gran valentía y ganas de superar su enfermedad. Según lo que él mismo había contado, sufría de trastorno de identidad disociativo, a causa de un trágico accidente donde murió toda su familia, desarrollando así la personalidad de su hermano menor, a quien había visto con sus propios ojos como el pequeño dejaba de respirar, sin él poder hacer nada por evitarlo. Lo próximo que vio al abrir los ojos fueron un par de enfermeras en una habitación blanca, dentro de un hospital tratando de que se conservara con vida.

Todos ellos en un principio habían comenzado a mejorar, a penas llegaron al lugar, sin embargo, luego de al rededor de un año, se habían estancado, no había rastro alguno de evolución, muchos incluso tenían recaídas seguidas, retrocediendo enormes pasos en su proceso. Daba igual los métodos que se utilizaran, sus pacientes no mejoraban, y eso le entristecía y preocupaba bastante.

Pero, se negaba a rendirse.

—Kudo.—Llamó la atención del peli-morado, a la par quitándose la bata blanca de doctor que lo caracterizaba.—Estás a cargo, vuelvo en unas horas.

Y luego de eso, se marchó.

—Hiroto-kun, traje tu comida.—Dijo una enfermera de cabello largo color morado y ojos azules.

—Gracias, Fuyuka-san.—Respondió el recién nombrado con una sonrisa, observando como la chica se retiraba del lugar.

Frente a él, se encontraba el más grande de sus retos diarios.

—Así que hoy son verduras...—Dijo mirando el plato, la verdad es que no tenía hambre, o tal vez sí, ya no lo sabía, estaba muy cansado para empezar a cuestionarse esas cosas.

Miró su reflejo en el vaso con agua que le habían dejado, era la única vez que lograba verse a sí mismo, por obvias razones no tenía espejo en su habitación. La imagen no era clara, se distorsionaba con el movimiento del agua, aún así, pudo ver como sus pómulos resaltaban, y sus labios estaban pálidos y agrietados.

Soltó un suspiro pesado, sabía que debía alimentarse, no quería morir, sin embargo, sentía que no lo merecía, se sentía culpable por lo que había sucedido con su padre, "si tan solo me hubiese dado cuenta, si tan solo lo hubiera ayudado a salir de ello" se repetía constantemente en su cabeza.

Volteó a ver las verduras que descansaban en el plato.

"¿En serio crees que lo mereces? Ahora tu padre sufre en prisión". Gritos y más gritos, su cabeza era un completo caos.

Bebió el agua del vaso, las verduras quedaron allí, sin ser siquiera tocadas por el de ojos jade.

Luego tendría que esconderlas, una vez más.

—¿Qué tal, Nagumo? ¿Cómo te encuentras hoy?—Preguntó esta vez un adulto de cabellera rubia y ojos carmesí.

—Igual que siempre, ya sabes.—Bufó.—He estado más estable de lo normal, ¿No es así?—Sonrió de forma pícara, recaegàndose en sus rodillas.—Anda, Terumi-sensei, libérame, ya viene siendo hora, ¿No crees?—Entonces, en un abrir y cerrar de ojos Nagumo ya se encontraba sobre el chico de cabellera larga, ejerciendo presión entre él y la pared.

Las respiraciones comenzaban a mezclarse, se encontraban peligrosamente cerca.

Entonces Afuro alzó una ceja, una expresión de "¿Es en serio?"

—...—Tomó aire.—No me intimidas, Nagumo, ya te lo he dicho.

—Dios, qué aburrido eres, joder.—Bufó.—Por eso estás solo y nadie te quiere.

—¿Y tú de dónde sacas esas suposiciones?—Rió con una carcajada sonora, quitándoselo de encima.—Te sorprenderías.

—Claro, ajá, nadie sería capaz de aguantar tu ego de supuesto dios de cuarta, por favor.—Haruya rodó los ojos, cruzándose de brazos mientras Terumi se apartaba un poco de él, acercándose al escritorio que yacía en una esquina; había recibido órdenes del señor Hibiki antes de que se fuera ese día en la mañana, así que tenía unas pequeñas tareas pendientes.

—No te enfades, vamos, no te comportes como un niño.

Fue lo último que dijo, antes de darse media vuelta y comenzar a anotar observaciones dentro del expediente de Haruya.

Sólo fue eso.

Pero ese tan inofensivo comentario, hizo que todo comenzara a explotar.

—Déjame salir de aquí, Afuro.—Ordenó, su voz era firme y más grave de lo normal, se podría decir que hasta un poco rasposa.

—Aún no terminamos la sesión, Nagumo. Lo sabes.—Replicó, con voz autoritaria pero sin voltear al peli-rojo, no lo hallaba necesario.

—¡¿Y de qué van a servir las pistas sesiones si no podré salir nunca de este hospital?! ¡¿Qué caso tiene?! ¡Dime, ¿Alguna vez dejaré de estar enfermo?!—Abrió los brazos hacia el suelo, sus ojos llenos de ira podían verse incluso más intensos que de costumbre.—Dime, ¡¿Alguna vez podré estar bien de la cabeza?!

—Haruya, entiendo cómo te sientes, pero-

—¡PERO NADA!—En un abrir y cerrar de ojos, el puño del menor impactó contra la pared. Originalmente habría apuntado hacia la cara de Terumi, sin embargo, logró desviarlo a tiempo, él no quería dañar a la gente, nunca quería herir a nadie.—No lo sabes...—Replicó. El extremo contacto con el cemento de la pared logró hacerlo descargar un poco. Sintió sus ojos lagrimear, llenos de impotencia.—No lo sabes, Terumi... Nunca serás capaz de entenderlo.—Entonces agachó la cabeza, ahogando sollozos que quedaban atorados en su garganta.—Nunca podrás saber cómo se siente que de repente tu mundo explote, que todo pueda ser un detonante, y tú la bomba...

—Nagumo...—El rubio se aproximó al oji-ámbar, abrazándolo con cuidado, mientras éste se dejaba guiar por los brazos del más alto, reposando la cabeza en su pecho, oyendo poco a poco los latidos de Afuro, eso siempre le calmaba.

Sí, tal vez no sabía a ciencia cierta cómo era vivir con lo del peli-rojo, pero sabía lo angustiante que era para Nagumo el no poder controlar su ira. Por suerte, este se había tratado de un episodio pequeño, el cual pudieron ambos calmar a tiempo, era un avance, aún recordaba la primera vez que lo trató.

Había sido en su primera cita, para confirmar diagnóstico, hace poco menos de dos años. Afuro estaba recién graduado de la universidad, y era su primer trabajo estable. Nada más ver al peli-rojo entrar por la puerta de la sala supo que no terminaría bien, el chico tenía un aura desafiante, no había entrado allí bajo su voluntad, estaba enojado, se veía a leguas. Y luego de un par de preguntas, se descontroló; si no hubiese sido por los reflejos del mayor seguramente lo hubiese golpeado en la cara.

Ese día tuvo que acabar sedándolo, con ayuda de otras personas para poder calmarlo. Sin embargo, Terumi sabía que él no quería hacer daño, solo sentía demasiada presión al punto de explotar en ira y no saber cómo controlarlo.

Nagumo podía ser desafiante, pero no era para nada una mala persona, eso era seguro.

Solo poseía unos pequeños demonios dentro, los cuales explotaban al más mínimo roce. Pero estaba bien, al fin y al cabo, todos los poseemos.

¿O acaso tú no?

[...]

Unas horas más tarde desde el último incidente, todos los pacientes se encontraban en sus respectivas habitaciones descansando a causa de los medicamentos, mientras las enfermeras se encargaban de organizar unas cuantas cosas para la reunión que harían esa misma tarde con el director del hospital.

Fuyuka había ido a hacer una ronda, para verificar que todo estuviera en orden.

—¿Sobre qué creen que quiera hablar el director con nosotros?—Preguntó Aki, mientras limpiaba uno de los mesones del comedor.

—No tenemos cómo saberlo, pero se le veía bastante preocupado hoy en la mañana. No sé si los demás lo han notado, pero tiene un tic nervioso en el ojo.—Agregó otra chica, de cabello azul oscuro, estatura media y gafas rosas, llamada Haruna Otonashi.

—La verdad es que nunca lo había visto... ¿Uhm?—La peli-negra sintió el bolsillo de su bata vibrar, se trataba de un aparato comunicador que todos los funcionarios de allí poseían.—Código ámbar...

—Paciente perdido.

—¡Es Fudo!—Gritó la peli-morada llegando al comedor, estaba agitada, había estado corriendo desde la habitación del castaño hasta allí, lo cual no era poco.—No está en su habitación, y tampoco tomó sus medicinas, las encontré bajo su almohada. Ya avisé a Kudo, buscará en la azotea.

—Hay que encontrarlo, ¡Rápido!

Todos los adultos presentes comenzaron a correr en distintas direcciones, alguno revisaría los baños, las habitaciones, cualquier lugar donde Akio pudiera esconderse.

Era quizás igual a una rata, escabullendose en cada diminuto rincón.

Ya les había pasado en una ocasión, cuando Fudo recién llegó a la clínica y descubrió que habían rincones denominados "prohibidos" para los pacientes, y claro, lo prohibido le llamaba. Acostumbraba a salir sin permiso de su cuarto, al jardín, o a cualquier lugar que encontraba sin supervisión.

Todo con la excusa de que se aburría demasiado dentro de cuatro paredes.

Aunque sus paseos podían ser lo más inocentes posibles, ir a buscar algún bocadillo a la cocina o simplemente mirar las estrellas por la noche, pero a pesar de eso, debían tener precaución, nadie sabía cuándo algún paciente entraría en algún estado de crisis sin nadie para poder socorrerlo.

Cualquier paciente, podía entrar en colapso.

Entonces, escucharon un grito proveniente del ala izquierda del lugar.

—Los baños.—Reconoció Aki en seguida.—¡Viene de los baños!

Entonces lo encontraron, allí se encontraba, Fudo Akio, en frente de un gran espejo roto, su mano sangraba, tenía pequeños cristales incrustados... Sí, él había roto el espejo.

Empuñando un cristal más grande en su mano derecha, estaba cortando cada mechón de su castaña cabellera, ésta, que antes le llegaba hasta la cintura, ahora tenía distintos largos, incluso llegando a tener lugares con rapado.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas, en su cara solo había odio, odio hacia sí mismo, odio a su alrededor.

Todo en su cabeza no era más que caos.

Un maldito caos.

—¡No se acerquen!—Amenazó una vez se percató de la presencia de los enfermeros.—¡No se atrevan a acercarse!

—Fudo.—Interfirió de inmediato Kudo, era el más fuerte, y el único que podía hacer frente a los ataques de pacientes que implicaban fuerza.—Calma, escucha-

—¡Que no se acerquen dije!—Antes de que cualquiera pudiera acercarse, Fudo colocó el vidrio roto contra su propio cuello. Sí, era una amenaza, todos sabían que él era capaz de hacerlo.

—Está bien, está bien.—Kudo alzó los brazos, un intento de llamar a la paz ante la situación que los tenía a todos atados.

Tenía que haber una solución.

Fue entonces cuando el enfermero de cabellos morados pudo divisar que en la entrada de los baños, Terumi se estaba acercando. Era el único de los funcionarios que faltaba, además del señor Hibiki.

Hizo una seña lo suficientemente rápida con las manos, formando un dos con sus dedos.

Por favor, debía funcionar.

Afuro comprendió la seña de inmediato, y antes de que Akio se diera cuenta, comenzó una carrera hacia las habitaciones de la clínica.

Habitación 009.

[...]

—Fudo, déjame curar tu mano por favor, estás sangrando.—Fuyuka intentaba calmar al castaño, distraerlo mientras la ayuda llegaba.—Déjame sólo-

—¡Apártate!—Interrumpió de inmediato.—Aléjense, aléjense de mí.—Su voz comenzó a temblar y a quebrarse poco a poco.—S-soy peligroso, aléjense por favor...

Sus palabras decían "aléjense", pero su corazón, en verdad decía "quédense, ayúdenme, no puedo hacerlo solo".

Y claro que las personas allí lo sabían.

Entonces, llegó.

—Akio-nii...—Los ojos azul verdosos se abrieron de par en par, reconociendo la voz, y observando al pequeño de cabellera platinada que ahora se habría paso entre los enfermeros.—Suelta eso, por favor.

—Shirou...

—Por favor...—Fubuki se acercaba poco a poco, en pasos lentos para no alterar al mayor.—N-no te hagas daño...—Soltó, estando a tan solo centímetros de Akio.

—N-no, Shirou, por favor... Soy peligroso.

—Mi hermano no es peligroso... Él es dulce y lindo, y me cuenta historias antes de dormir... Akio-nii no es peligroso... Akio-nii nos quiere mucho... Por favor, vuelve conmigo, ven aquí.

Esta vez los centímetros se habían reducido casi a cero, y Shirou pudo tomar la mano de Fudo. Este se resistió al principio, su cuerpo se estremeció ante el contacto, mas no quiso quitarlo. Comenzaba a sentir paz, comenzaba a sentir amor.

Fubuki sabía que él sería al único que Fudo dejaría acercarse, y con mucho cuidado, fue retirando el gran trozo del espejo que Akio empuñaba en su mano, alejándolo de la escena.

Ahora estaba bien, poco a poco volvía a estabilizarse.

—Hibiki-san, ¿Quería verme?—Dijo Kudo entrando al despacho del director, quien había regresado hace unos pocos minutos.

—¿Qué tal se encuentra Fudo?—Cuestionó de inmediato.

—Logramos estabilizarlo, ahora descansa en su habitación. Fubuki quiso quedarse con él, no aceptó que lo llevaríamos devuelta, estaba demasiado preocupado.

—Entiendo...—Hibiki suspiró pesado, acomodando sus gafas luego.—Kudo, debemos hablar, esta situación no puede seguir así.

—¿A qué se refiere, Hibiki-san?

—No quiero que la vida de estos chicos empeore más de lo que ya está.—Aclaró su garganta.—Había destinado una reunión para el día de hoy, pero dado los hechos, creo que lo mejor es posponerla hasta mañana en la mañana.

—¿Logró hacer lo que quería?

—En efecto. He contactado a cinco especialistas, cada uno encaja con las necesidades de los chicos, creo que pueden ser de gran ayuda. Afortunadamente aceptaron trabajar con nosotros, mañana a medio día comienzan sus tareas. Asegúrate que todo esté en orden para entonces, por favor.

—A la orden. Con su permiso.

Kudo realizó una reverencia, y posterior a ello, se retiró.

El director volvió a tomar aire, había sido un día especialmente agotador, ya necesitaba un descanso.

Por suerte, las cosas habían acabado.

Por suerte, el día siguiente sería un nuevo comienzo.

¿Verdad?

Hola hola!

Aquí Mili.

¡Al fin el primer capítulo publicado! Cambiaron bastantes cosas la verdad.

Traigo noticias, una actualización respecto a los capítulos; no pienso hacerlos tan largos como antes, me da pereza JDKANDKSD, losiento, pero hacer capítulos de +4.000 palabras no es lo mío. A este le quité la mitad de lo que originalmente tenía, flashea.

Me da algo de curiosidad la diferencia de cómo escribía hace unos años a cómo lo hago ahora, estaba chiquita.

Espero les esté gustando este nuevo Trapped, le estoy dedicando bastante tiempo para que quede decente djskd.

Sin más, me despido.

¡Nos vemos en unos días!

Bye bye!

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