Capítulo XXXIV: La tumba


Asaf


Contengo la respiración, un reflejo innecesario, pero tan humano...

Me sumerjo.

Se oscurece todo.

Nado.

Voy hacia la profundidad del lago. Sigo las voces de las almas. Ellas son mi guía, pero sé dentro de mí que me llevan al punto correcto, aunque no puedo ver nada a mi alrededor.

Todo me carcome como la presión en el pecho que se profundiza más a medida que avanzo y unas garras reteniendo mis hombros, rasgándome para no avanzar. Siento la cizaña con la que me ataca, siento su hundimiento en mi piel y luego la rasgadura, pero no puedo detenerme. No cuando una pequeña luz azul empieza a clarificar el ambiente.

Extiendo mi brazo para lograr topar la luz.

Estoy a punto de lograrlo, pero esta me sorprende demostrándome mi principal objetivo.

Un montículo de calaveras.

Así como en el sueño con Barat.

Me detengo.

Mis pies tocan suelo.

La luz que crecía que era solo un punto de iluminación en realidad es la barrera que recubre el montículo de calaveras que forman una tumba.

La luz la protege.

Me acerco y toco la barrera de luz.

No me hace nada.

Absolutamente nada.

Sin embargo, por una extraña razón mi demonio le aterra traspasarla. Un demonio no tiene miedo, me repito mentalmente. Mi Buer parece esconderse muy dentro de mí. Deja expuesta mi humanidad. Lo que hace que empiece a sentir los estragos de estar en la profundidad.

Traspaso con mis manos la barrera, intentando despojar las calaveras, pero otra barrera se cruza en forma de capa que recubre las calaveras. Un líquido blanco espeso amolda caras que parecieran gritar, aunque sé que solo muestran su dolor. Ellas están atadas a la tumba.

No aguanto más.

Toso.

No me detengo. Hundo mis manos. Retiro con fuerzas las calaveras de a poco. Doy todo de mí. Sé que ella está ahí, y lo confirmo cuando veo su rostro.

Inkla.

Ella se ve tan etérea. Parece fuera de este mundo. Su rostro se refleja delicado como si estuviera en un descanso. Mis pulmones se comprimen. No doy más.

La única oportunidad que tengo de sacarla la tengo en este instante y la tomo. En arrebato frenético retiro las calaveras que faltan para tomar el cuerpo de mi luz. Ahí está representada en la misma imagen en que la soñé.

La tomo entre mis brazos.

Entonces, grito.

Me falta el aire.

Y asciendo tanto como puedo para salir a la superficie.

Ya no hay almas murmurando, garras rasgándome u oscuridad obstruyendo mi camino.

Puedo ver el cielo.

Estoy cerca de salir.

Me agoto.

Estoy aquí.

Mi Buer aparece. No reclamo. Su miedo ha desaparecido al igual que mi reflejo humano de ahogamiento. Estoy acoplado a mi demonio.

—Estás libre —suelto, agitado, estando en la superficie, mirando su rostro.

Sigue en su ensoñación.

Nado hasta tocar tierra.

Mis pasos se vuelven pesados.

Apoyo su cuerpo en el suelo. Controlo mi respiración. Siento un ardor en mis hombros. Miro de lado y observo la profundidad de las heridas. Las heridas de las garras fueron reales. Mi piel empieza a sangrar. No me importa. Me puedo recuperar.

Llevo mi mirada hacia ella. Mi luz. Mi caos se altera. Mi corazón acelera su ritmo cardíaco. Tengo un deseo frenético por besarla. El cuento del príncipe que rescata a la princesa, le da un beso y la devuelve a la realidad, esa escena aparenta ser una copia de este momento. Los cuentos de Asteria. Sonrío.

El cielo tiene otros planes. Los estruendos lo anuncian. No es invierno, esto es una señal.

Empiezan a caer rayos.

—Te llevaré a casa —susurro, tomando su cuerpo entre mis brazos.

Corro.


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