Capítulo XVI: Apetito
Amber
Voraz.
Insano.
Perturbador.
Así se resume mi apetito. La sangre de mi víctima aún destila de mis labios. Esa insaciable apetencia que no termino de saciar ni con el último bocado del corazón de Melanie.
Melanie. No es un nombre que adopté de buenas a primeras para mi presa. No. Antes de que ella saliera del baño y yo tomará la decisión de seguirla con la finalidad de abordarla y arrastrarla hacia el bosque, le pregunté su nombre.
Nombre que pico en un pedazo de piedra que cabe en mi mano y ubico como lápida sobre su tumba al pie de las raíces protuberantes de un árbol de olmo.
—Es muy humano de tu parte darle su correspondiente sepultura. —Una voz familiar masculina irrumpe mi estado de serenidad cuando la piedra toca suelo—. Pero juegas a ser lo que no eres, Amber. Tienes ese lado humano que tenía tu madre cuando era bendecida por el paraíso, pero en el fondo sabes que compartes más que eso.
En vez de procesar sus palabras, mi mente me dirige directo a lo obvio.
—¿Me seguiste desde el cementerio? —abordo, mirando mi obra.
Mi primer entierro.
—No —dice, con un tono sereno y creíble.
No puedo detectar en su ser algo de malicia o señales que indiquen que sus palabras escoden dobles intenciones.
—No te creo —puntualizo.
Aquí en cuclillas sobre la tierra, a primera vista, se sabe que ésta no hace mucho fue removida y vuelta a colocar por las mismas.
—¿Por qué mentiría? —Da un paso cerca detrás de mí, haciendo crujir con sus pisadas las delgadas y secas ramas que engalanan el suelo.
Siento su presencia a una distancia tan peligrosa como lo es la medianoche en una zona boscosa y sin testigos para que yo pueda hacer mi parte en encargarme de él. Niego con mi cabeza. La reciente piedra puesta sobre la tierra, en la que me poso, me recuerda que debo ser más cautelosa.
—Lo harías como lo hace cualquier otro humano —suelto, levantándome en el proceso para ser capaz de plantarme frente a él.
Lo hago.
En el instante que volteo sus siguientes palabras me dejan aturdida.
—¿Y quién te dijo que soy humano? —Intensifica los surcos de su mirada.
Porta una gabardina negra la cual oculta por debajo —de lo que estimo sea su rodilla— su pantalón de tela y sus zapatos negros de suela.
—¿Qué haces mirándome así? —interrumpe.
Llevo mi atención hacia su rostro. Ni siquiera soy consciente en qué momento me perdí en su atuendo.
¡¿Qué no es humano?!
¿Demonio?
¡No!
No lo es. No respiro en él esa esencia indescriptible que nos caracteriza.
—¿Ya te disté cuenta? —Analiza con su mirada la mía, o quizás toda la expresión de mi rostro en sí.
No le doy la oportunidad de confundirme.
Simplemente, ataco.
Me lanzo contra él, expongo mis garras, pero... caigo.
Soy una ligera pluma cayendo al suelo, estando en negación al ver cómo su cuerpo se desvanece en una tira de humo y lo traspaso. Me quedo pasmada. Mi respiración se acelera, pero intento recuperar la defensiva. Observo a mi alrededor, girando lentamente en círculo.
No está.
—¿Por qué dejas que tu instinto te domine? —Su voz se filtra en el viento que sopla a través de los árboles.
Miro entre las ramas de estos para verificar si él no está alojado en una.
No está.
—No tengo ganas de jugar —me enfurezco.
Devuelvo mis garras a mi interior. Mi blusa, la cual debería de ser blanca, está roja en su mayor parte. Huelo a sangre, pero esta no me da ganas de saborearla porque ninguna es más deliciosa que aquella que fluye a través del organismo de una presa. Tibia y fresca.
—En el fondo sabes que nunca podría lastimarte. —Su voz atrapa mis sentidos cuando siento su respiración detrás de mí y acercándose a mi oído.
No hay tacto.
Pero lo siento.
Está tan cerca su respirar que mi oído ya no es su distracción, lo es mi cuello.
—¿Eres un ente? —murmuro, nerviosa, clavando las uñas en mis palmas y aguantando un creciente deseo.
—Soy más que eso —susurra, robando con sus labios un fugaz tacto en mi cuello.
—¿Qué haces? —cuestiono, creyendo forzar mi mejor actuación de enojo, pero esta se ve declinada por un gemido que se me escapa.
—No temas. —Sus manos recorren mis brazos, barriendo con ellos en una descendente caricia que se detiene antes de llegar a mis manos.
El ambiente no ayuda.
La oscuridad y la serenidad de la naturaleza que me rodea me recuerda aquel sueño donde Asaf tomaba mi cuerpo en un lugar así. Si no conociera bien el sitio que me rodea, afirmaría que podría ser este.
—¡Déjame! —me exalto, girando para quedar frente a él sin antes desear que no esté.
Pero está.
No existe la más mínima lejanía entre los dos.
En cambio, hay una barrera de oxígeno tan delgada y frágil. Su mirada captura a la mía a pesar de su altura. Sus labios podrían besar la punta de mi nariz si así lo quisiera y desatar la lujuria que me condena.
Pero un parpadeo me recuerda el único ser que he dejado saciarla.
Asaf.
—¿No me recuerdas? —El lamento en sus ojos y voz quiebran mi conciencia.
A pesar de eso, mi voz es fría y seca.
—No.
No me da tiempo a reaccionar cuando sus manos yacen en mi rostro acunándolo.
—Tú me tienes condenado a este lugar —declara.
Y solo entonces puede ver un brillo puro en su iris.
Uno plata.
Sin embargo, es tarde.
Mi guardia está completamente baja para que sea aprovechada por él. Me besa. No con un beso pasional. Ni siquiera toca mis labios. Él besa mi frente y al mismo tiempo siento que besa toda mi esencia demoniaca.
Y eso está mal.
Demasiado mal para sentirme en la cúspide de algo sublime y puro cuando mi destino gira entorno a la tragedia, la locura y la maldad.
—Déjame llevarte conmigo. —Más que un pedido, sus palabras se vuelven un anuncio del cual no me da oportunidad de negarme.
Una llamarada artificial blanca brota de él. Lo envuelve. Me envuelve. Un fuego abrazador. Ya no hay elección alguna de retroceder. Ni siquiera existe tal opción.
Lo siguiente es ser testigo de nuestros cuerpos materializándose en el centro de una iglesia.
Las bancas.
La imagen divina.
Y el altar.
—Descansa —susurra, aprovechando mi distracción para volver a plantarme un beso en la frente.
Sin resistencia.
Sin ganas de luchar.
Sin...
Mis parpados caen pesados.
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Estoy editando capítulos para hacer una GRAN MARATÓN. Una que despeje sus dudas y la realidad que maneja esta historia.
¡FELIZ NAVIDAD!
Estaré antes de que concluya este maravilloso año.
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