Capítulo VIII: Bacis


Amber



La noche cae. El cielo se adorna de estrellas y mis lágrimas son absurdas ante tanta belleza. Debería de estar anonadada, maravillada y extasiada de tal vista desde el balcón. No probé ningún bocado de los platos que la empleada de la casa me ha venido a dejar desde que Asaf se fue.

Salí de una jaula en mi hogar para estar en otra. Los demonios no derraman lágrimas, eso es una superstición. Somos el dolor de las almas buenas. Desechos de oscuridad que no permitieron dejar que los envuelvan y expulsaron de su alma esa esencia para ser luego absorbidas por nosotros como oxígeno en mi mundo. Respiramos eso. Somos la materialización de todo lo malo que un humano puro de corazón lucha por cambiar a diario.

—¿Amber? —Esa voz.

Volteo, pero soy incapaz de evitar que ingrese a la habitación. Ella es más rápida. Evito su mirada. Aunque es tarde. Se que nota que limpio con mis manos mis lágrimas.

—¿Estás triste? —pregunta, con un tono de rareza en su voz por tal acto.

La miro.

Quiero decirle: No te interesa.

Pero me quedo muda.

Ella trae en sus manos colgando un vestido que brilla con las aplicaciones de diamantes que tiene en lugares correctos. Lo ubica sobre la cama, extendiéndolo en toda su amplitud. Es impresionante, atrayente y único.

Camino, hipnotizada, directo hacia donde está la prenda más hermosa que he visto en mi vida. Ni los vestidos recargados de sensualidad superan tal belleza.

—Parece vestido de novia, ¿no? —comenta la chica— Por cierto, soy Asteria.

Levanto mi mirada hacia ella, quien tiene la mano extendida en saludo hacia mí desde el otro extremo de la cama. Me apego más en el borde y le correspondo el saludo. Sus manos son finas y delicadas.

—Amber —digo, deshaciendo nuestro agarre—. Pero eso ya lo sabes, ¿no?

Entorna los ojos y luego así de la nada sonríe.

—Sí, y menos mal ya no soy la única chica de la casa —dice, entusiasmada.

Dejo de verla para seguir deleitándome con el vestido.

—Hermoso, ¿no? —Hay algo de secreto en cómo dice esas palabras.

Sí —musito.

Sin tirantes.

Tiene un corpiño que parece más una armadura de plata, pero es solo tela que se entrelaza con otra por debajo de la cintura; largo y de tul en tono beige con minúsculos diamantes dispersados por toda la caída.

Rozo mis dedos a lo largo del vestido. La textura es única. Parece hecho justamente solo para mí. Fuerza y vulnerabilidad puestas en un balance óptimo.

—¿Y Asaf? —suelto, una pregunta que toma el control de mí.

Quiero retroceder el tiempo y no haber preguntado, pero los deseos son poderosos y el anhelo más. Sobre todo, para un demonio que puede predecir el futuro y jugar con el tiempo. Mi demonio.

—Él te espera al final de las escaleras —dice, cuidadosamente, y la miro de inmediato. Eso hace que agregue algo más—. Como el resto de la familia.

—Lo entiendo —digo, cortante.

Se encoje de hombres.

—Bueno, eso es todo. —Señala el vestido—. Tengo que también darme mi propio arreglo. —Se señala, haciendo pulgares.

Le doy la espalda.

—Gracias —murmuro, escuchando que se aleja y cierra la puerta a su paso.

Voy hacia el balcón.

Afuera el bosque es tan atrayente. Me imagino corriendo descalza entre los árboles, dejando que el viento me envuelva y la noche me seduzca. A un paso de entrar al balcón cierro las ventanas que dan su paso hacia ahí. Necesito privacidad.

Voy a arreglarme.

Voy a hacerlo con lo único que me han dado. Un vestido. Nada más.

El tiempo pasa y pasa, mientras me aseo. Los minutos me consumen cuando siento que lo que voy a hacer es por un fin. Hoy, es mi cumpleaños. Hoy, a medianoche acepto a mi Bacis. Hoy, seduciré al hombre que elegí para serme más fuerte... Aunque él lo único que hace, sin darse cuenta, es destruirme con una colisión de sentimientos que ni siquiera explico cómo se alojan en mí cada vez que está cerca.

Seco mi cuerpo.

Tiro la toalla al suelo.

Sin nada en mi piel.

Sin nada que me arrope más que el vestido que empiezo a ubicarme. Me entalla perfecto. Giro para verme en el espejo. Ahora entiendo por qué Asteria decía que parece vestido de novia. Me veo como una.

Acomodo mi melena hacia un lado. No hay maquillaje que me oculte. La niña de papá está ahí. La mujer que en la quiere convertirse pronto matará a la primera.

—No me importa si me humillo por tu tacto esta noche... —Miro mis ojos que encandecen fugazmente. Estás conmigo, demonio—. Asaf...

¡Hazlo!

Mi oscuridad se filtra. Mi demonio lo quiere. Yo quiero hacerlo también. Quiero que él sea el único y último que me rechaza. No habrá otro macho a quien le dé esa oportunidad, porque después de mi elección ya no necesitaré a otro... ni siquiera a él.

Salgo de la habitación.

Recorro el pasillo de esta jaula. Encuentro. Veo el inicio de la escalera. Mis pies descalzos descienden por el camino hacia mi humillación. Al final, y con un traje elegante, está Asaf.

Su rostro sereno, de alma pura, aunque es una bestia oculta. Sé cuál es su demonio. Y sé que su demonio está tan atraído a mí que en sus ojos avellanas puedo ver en un parpadeo el color dorado resplandecer en su iris y desvanecerse cuando se acerca su madre. Ella capta su atención.

No, esta es mi noche.

—¿Y mi feliz cumpleaños? —vacilo, mientras recorro con mi mano por el pasamanos de madera.

Todos giran a mirarme.

Sonrío.

Logro mi cometido.

Miro el rostro de Asaf, tratando de evitar que mis ojos conecten con los suyos. Duele.

—¡Oh, Querida! —expresa la madre de Asaf, aferrándose al brazo de su hijo— Nos arruinaste la sorpresa.

Sonríe.

Lleva un vestido rojo de seda que resalta sus curvas. Asteria y los otros hombres de la casa murmuran entre sí. Todos vestidos con elegancia. No soy bienvenida. Lo sé, porque solo los veo moverse del salón hacia otra habitación. Llegando al último escalón espero que Asaf extienda su mano, pero no lo hace. Su madre se lo lleva, dándome la espalda.

Suspiro.

—Espera —digo, posicionándome inmediatamente a su lado. Le rodeo el brazo.

Me mira sorprendido.

Le sonrío.

No me vas a ver triste.

¡No!

—Debes llevar del brazo a tu futura esposa —ataco. Mis palabras desequilibran su seguridad. Su mirada decae para luego mirar al frente e ignorarme.

Su madre no dice nada. Espero con ansias su réplica, pero se mantiene callada incluso después de ingresar a ese gran comedor que me sorprende con un gran banquete, rosas negras y una fuente de sangre.

—Siéntate a mi lado —escucho a Asaf.

Alzo mi mirada para ver cuál es su expresión. No hay ninguna. Su cara es un autorretrato sin sonrisa. Frío. Deshace mi agarre de su brazo y toma la silla delante de mí para que me siente en ella. Lo hago. Él hace lo mismo con su madre. Ahora no sé si esas palabras de "siéntate a mi lado" eran para mí.

Él se ubica en el asiento que está en medio de las dos. Su tío. Se sienta en el lugar donde el poder que tienes en una familia te lo permite. Los demás se reparten en los otros asientos.

Me quedo observando el plato de filos de oro que está en mi puesto. Está vacío. Así tal cual mi corazón. Empiezo a escuchar que todos interactúan entre sí. Sonrisas de aquí por acá, pero en todo eso soy excluida.

Nadie me habla. Llegan los meseros y atienden a todos. Me preguntan cuál es mi opción de primer plato y pido algo ligero. Así continúa la noche. Veo un reloj desgastado colgado en una esquina de la pared extrema. Falta una hora para la medianoche. Una hora para seducir a Asaf y cumplir mi cometido.

Cruzo mis pies. Un cosquilleo sube por ellos. Miro a todos. Empiezan a brindar, pero yo estoy ida de este mundo. Entonces, me doy cuenta. Desde que tomé el brazo de Asaf no soy yo. Vuelvo a mirar el reloj. Las manecillas no se mueven. ¿No funciona?

Entro en pánico.

Me falta el aire.

Lo siento ajeno.

Me levanto.

Apoyo mis manos sobre el comedor tan fuerte que llamo la atención de todos.

—¿Amber? —dice Asaf, inseguro.

No puedo más.

Quiero regresar a casa.

—Lo siento —suelto, avergonzada.

Me retiro del lugar. Escucho detrás de mí a los demás levantarse de sus asientos. No quiero que vengan por mí. Quiero estar sola. Salgo directo hacia el salón. Busco la puerta principal. Corro hacia ella. Doy todo de mí para abrirlas en amplitud y escapar.

—¡Amber! —grita Asaf, con el mismo tono de voz de cuando gritó en el baño llamándome Cassandra.

Un viento trayendo hojas secas a su paso me golpea el cuerpo. Cruzo mis brazos. Veo rápido hacia qué lado dirigirme. ¿Carretera o bosque?

Bosque.

Corro.

—¡Amber! —Su voz.

Esto es todo lo que soy.

Pensé en someterme a una humillación, pero no puedo. Soy más fuerte que eso. No importa si mi demonio no se acopla a mí de la manera correcta. Me quedo casi sin aliento cuando me veo rodeada de árboles. Doy vueltas y no hay nadie detrás de mí. Miro hacia el suelo. Me alzo el vestido para ver mis pies y verificar qué es ese cosquilleo que no me deja en paz.

No puede ser.

—¿Hoy es tu elección? —Su voz.

Alzo mi mirada.

Él está a unos pasos frente a mí. Mi corazón late a un ritmo que desestabiliza mi seguridad. Es tan peligrosa y adictiva esa sensación de vernos aquí en lo rústico, pretendiendo ser cordiales.

—Sí —respondo, bajando mi mirada hacia mis pies.

—¿Por qué no me lo mencionaste antes? —Así como de rápido llega su pregunta también sus manos acunando mi rostro y levantando mi mirada hacia él.

Su tacto eleva mi frenesí a un nivel peligroso.

—Aléjate —le advierto, ubicando mis manos en su pecho que a pesar de la tela de su camisa la firmeza de esa parte me abruma.

—Mírame y dime qué clase de demonio eres. —¿Qué clase?

Bacis.

Bacis.

¡Díselo!

—¡No! —Lo empujo, y no siento la magnitud de mi poder hasta que lo veo cómo, a una distancia amplia, de impacto golpea su espalda contra un árbol que se parte en dos.

Corro hacia él.

Su cuerpo se va hacia delante, cayendo al suelo mal herido. Es un demonio. Es de noche. Él puede sanarse.

—¿Asaf? —Mi angustia se asoma en mi voz y cuerpo. Lo tomo entre mis brazos. Sus ojos están cerrados.

No soy una sanadora.

Él lo es.

No puedo hacer nada.

Bésalo.

Bésalo.

—¡Cállate, Bacis! —exclamo, molesta.

No con él.

No con este mundo.

Sino conmigo.

Yo quise estar aquí. Yo lo elegí a él por mi propia conveniencia. Y ahora...

Bésalo.

—No puedo —suelto, sollozando.

Con una mano acaricio su mejilla.

Su piel es suave, se ve frágil, se ve inocente...

—Feliz cumpleaños. —Sus labios se mueven al ritmo en que sus ojos empiezan a mirarme.

Mi corazón palpita desesperado.

—¿Estás bien? —Agonizo.

—Sí. —Se remueve en mis brazos y se logra sentar.

Me separo.

—¿Cómo es tu ritual? —suelta, levantándose.

Me extiende su mano en apoyo para que este de pie. La tomo, pero ni la oscuridad cubre el color en que mis manos se ven envueltas.

Negro.

Es el momento.

—Dímelo —exige.

Miro hacia la luna que cae en reflejos hace el pequeño campo abierto en el que nos encontramos. Él no querrá.

—Soy hembra... —Lo miro— ¿No sabes cómo es nuestro ritual?

Estrecha más profundo mi mano.

Estamos aquí. Estamos parados frente a frente y con nuestras manos entrelazadas. Se queda en silencio. Me resulta incómodo.

—Te necesito a ti para completar mi elección. —Trato de que mis palabras no suenen a ruego.

—Lo sé.

Tan suave como sale su voz así tan suave me deleita con un beso inesperado. Llevo mi mano libre a su cuello. Me aferro a él. Pero toda suavidad se esfuma con el paso del deseo. Es rudo. Pasa su mano por mi cintura. Suelto el agarre de nuestras manos y agarro completamente su cuello.

Me dejo llevar. Mi cuerpo arde. La piel me consume en dolor al escuchar el sonido de mi vestido siendo desgarrado. Aquí estoy. Lo dejo que me acomode en el suelo herboso.

No quiero abrir mis ojos cuando deja desnudo mis labios para seguir por mi cuello y un poco más abajo. Algo en mí quiere escucharlo preguntar: ¿Estás segura? ¿Estás bien? ¿Estoy siendo rudo?

Pero solo escucho el ruido de la naturaleza siendo testigo de mi enlace. Lo siento regresar de nuevo a mi cuello. Apoyo mi cabeza de lado para ocultar una lágrima. Me separa las piernas. No espera. Su impacto dentro de mí es agudo. Me lastima.

Se mueve. Siento deseo, pero esto no es lo que quiero. No, esto no. Es demasiado tarde. Soy suya. Solo tiene que clavar sus garras en mi marca de nacimiento y beber mi sangre como yo haré con la de él.

—Voltéate —ordena, seco.

Lo hago.

Le doy la espalda. Entonces, miro hacia mi frente. Derramo las lágrimas que se ríen de mí por lo patética que estoy siendo. Siento que dicen: ¿Esto no es lo que querías? Ahora disfrútalo.

Apoyo mis manos en la maleza y dejo que la parte inferior de mi cuerpo sea acomodada a conveniencia de Asaf. Mis dedos arden y mis garras empiezan a asomarse. Es así.

—Bacis —susurro, tan bajo.

Asaf corta mi piel al final de la espalda. Mi marca. Está siendo todo lo que se debe hacer. Muerde y succiona mi sangre.

—Eres mía —escucho su voz tan baja que no sé en qué tono lo dice; si en deseo, anhelo o frío.

Deja de invadir mi herida para tomar mi cuerpo. Se mueve a un ritmo fuerte y veloz que, aunque me lastima, no puedo quejarme. Él me está haciendo un favor.

Así es como lo veo.

Y eso pierde la magia de todo.

Magia que nunca existió entre los dos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top