Capítulo II: Ella
Asaf
Siento un vacío.
Uno enorme.
Uno que no se me ha quitado desde que perdí a Cassandra. La amé, la llevé a la cabaña de Zared y amaneció muerta. Ya ha pasado tanto tiempo desde aquel evento. Años, para ser específico. No entiendo. Me siento culpable. Me siento herido. Más que todo, débil.
No está bien nada. Regresé de Egipto. Cené con mi familia. Acudí al pueblo. Esperé la luna negra con calma y acepté a mi demonio, pero —por alguna maldita razón— nada se siente correcto.
Nada desde que entré a mi habitación cuando volví a casa. Un sueño me atormenta. Una pesadilla diría mejor. Irónico. Nosotros los demonios no le tememos a nada, y menos a unas escenas sangrientas productos de la imaginación. Ridículo. Sí, ridículo para el resto. Pero para mí no. No, porque veo a Cassandra. No de la misma forma en que recuerdo tener mi historia con ella. La recuerdo viviendo otra vida conmigo. Un después de hoy. No un antes. Las pesadillas me recalcan que la conocí después, que debería estar viviendo con ella en este momento, y eso es lo malditamente incorrecto.
La sueño entregándose a mí, cuando eso nunca sucedió. La sueño amarrada en el invernadero de mi tío Diván, toda frágil, ensangrentada y llamándome; cuando eso nunca sucedió. La sueño vinculándola a mí, apuñalando su corazón con mis garras, cuando eso nunca sucedió.
Es que Cassandra es un antes. Un antes de tomar la decisión de irme a Egipto a estudiar. Un antes de elegir mi demonio. Un antes de estar aquí en la fiesta de la hembra mayor y estar avergonzado por aceptar venir a un sitio donde machos se disputan su atención.
La odio.
No la conozco, pero es suficiente con que sea hija de él para que los sentimientos que albergan en mí se dirijan solo a los que son capaces de sentir mi naturaleza demoníaca mas no mi humana. Generalmente, no soy así. No me porto así. No tengo sentimientos hacia una mujer que lleguen a eso, pero por ella... No lo sé. Siento que no debo estar en este lugar.
—Bueno, Asaf. —Adrien se ajusta su corbata satín frente a mí, bloqueando mi visión de las escaleras. Me molesta. Bueno, ¿qué me interesa a mí ver hacia ahí? Desde luego es porque ese es el lugar donde aparecerá ella—. Tienes competencia.
¿Competencia?
—Creo que te equivocas. —Le dejo en claro mi negativa de ser participe del propósito de este evento. Estudio su rostro.
Adrien toma a broma casi todo. Y claro, por qué no fastidiar mi presencia aquí. Soy y seré su blanco de burla fácil durante toda la noche.
—Tienes competencia, y no lo digo por los demás si no por mí. —Sonríe de lado. Casi a manera coqueta. ¿En serio?
Mi seriedad está ansiosa por esfumarse, pero la retengo. Esta noche no. No voy a sonreír. Fuera y muy lejos de aquí sí. No me gustan las sombras. Prefiero el mundo físico. El tangible.
—¡Atención! ¡Atención! —La voz del hombre que estuvo presentando a cada uno con sus respectivos y pomposos títulos al arribo, ahora capta la atención de todos los asistentes con sus inesperadas palabras—. Mi lady, princesa de la oscuridad, se presenta ante ustedes, acompañada de nuestro majestuoso padre.
Padre.
Tal título ostentoso para alguien que lo tiene todo. Miro hacia las escaleras. Por fortuna, Adrien se aparta de mí, colocándose a mi costado sin tener que pedírselo. Segundos antes, si hubiese adivinado que estaría a punto de ver el rostro de un ángel —si es que existen—, lo hubiese obligado a permanecer frente a mí y así no tener oportunidad de verla. Me está afectando. Ella me afecta.
Sonríe al ver su padre. Lo hace misteriosamente. Tan sutil. Tan suave. Tan hermosa. No puedo dejar de verla. Baja las escaleras junto con él. Tan elegante. Cada paso es estudiado. Es digno de una princesa. Un destello descomunal de lujuria se remueve en mis adentros cuando registro el resto de su cuerpo. Su vestido negro va acorde a su larga y ceniza cabellera. Sus ojos. Su piel. Su todo.
—Hermosa, ¿no? —escucho a Adrien. No digo ninguna palabra por confirmárselo, porque mi mirada, que persigue la imagen de ella por toda la pista, lo dice todo.
Asaf.
Parpadeo varias veces al oír mi nombre en el aire, resonando la voz de una mujer. Un timbre que reconozco. Lo ignoro. Me concentro en mi principal objetivo. Al final de las escaleras, en el último escalón, los demonios de más alto rango se le acercan y se presentan. Ella se ve intimidada. La siento sentirse así. Extiende su mano hacia delante para que sea besada por tantas bocas que me obliga a empuñar mis manos para aguantar las ganas de ir hasta ahí y desfigurar cada una. ¿Por qué siento esto?
—Necesito irme —comunico a Adrien, sin dejar de mirarla. Me ahogo por dentro. Mi pecho estruja mi corazón como si no quisiera la existencia de este.
Las notas de violines llenan la habitación. Se la llevan a la pista. Los asistentes se abren. Dejan un círculo amplio y rodean lo que se vuelve el baile más atrayente que haya visto. ¿Por qué me siento así? Ni siquiera me ha regalado una mirada.
Si estoy tan lejos de su presencia. No puedo acercarme a ella. No es correcto. No vine a aquí para eso.
—Es temprano. —Se queja Adrien—. Además, yo quiero bailar con ella.
Retrocedo unos pasos. No puedo seguir más aquí. Me siento torturado por ella, y sin ser su centro de atención. No lo soy.
¿Qué me importa?
Retiro mi visión de su ser. Doy media vuelta. Me marcho. Ni Adrien es capaz de detenerme, porque he realizado un movimiento inesperado. Visualizo el portal que está a unos metros de mí. La pantalla de la puerta de acero se vuelve una cortina fina de humo rojo. Estoy cerca. Me iré. Invoco con mi pensamiento mi destino. El portal de mi casa. Mi hogar. Mi seguridad. Alejarme. Eso es lo más apropiado. Lo correcto.
—¡Asaf! —Mi nombre sale de la boca de quién menos espero, y llena la habitación, haciendo que el silencio se haga presente.
Me detengo ante mis pasos de mi no precipitada huida. ¿A quién engaño? Muy dentro de mí esperaba que alguien me detuviera. Deseoso de quedarme un poco más y averiguar qué son esas sensaciones que me ocurren con el "ángel".
—¿Piensas irte sin haber saludado a mi hija? —El diablo siempre tan suspicaz en sus juegos.
Me enderezo.
Mi demonio Buer late por dentro. Se reactiva. Siento el ardor en mi piel. Exhalo. Mentalmente aplasto sus defensas y lo devuelvo a la jaula. Esta noche no.
Ya tendrá noches sin interrupciones donde pueda ser libre. Pueda buscar algo de auras malditas y consumirlas. Volteo con aplomo y caigo al precipicio de mi propio juicio cuando la protagonista de este lugar me mira. Me desquebrajo por dentro. Sus tiernos y enigmáticos ojos grises. Qué no daría yo por hacerle poesía a tal color. Estoy hechizado.
¿Acaso es su época de celo? ¿Eso es lo que me atrae a ella? Debería de detestar sus encantos. Debería...
—Sentí no apropiado irrumpir a mis hermanos demonios en su cortejo a su hermosa hija. —Realizo una reverencia.
El diablo me mira con altivez. Sabe que miento. Pues es claro que somos ante su presencia esencias desnudas de pecados, fáciles de adivinar y simples de leer. Lo sabe todo.
—Amber, ven y te presento a uno de los hijos de los caídos naturales.
Amber.
Ese es su nombre.
Tiento a mi destino y la miro fijamente esta vez yo. Baja la guardia. Parpadeo como si estuviera en un reconocimiento, mientras es guiada por su padre hasta mí y con todo el público presente siendo testigos del hecho. No es agradable ser el centro de atención.
—No, no lo es. —Una voz habla en mi cabeza. No es mi demonio. Es la voz de una mujer. ¿Es la voz de ella?
Sin tiempo a prepararme en un diálogo formal y cortés, la tengo en frente. Extiende su mano. Cree que la besaré. No lo haré. Tantos labios dejaron su huella ahí. Me rehúso a hacerlo. Así que, hago lo impensable. Tomo su mano derecha, esa que nadie ha besado, y dejo mi marca. En su piel de terciopelo, mi beso se vuelve una promesa de otro en un futuro. Mi demonio deja su rastro con un suave y tibio aliento que despierta el de ella. Lo sé por su mancha negra en círculo que aparece justo en mi tacto. Deshace incómoda mi agarre. Y vuelvo mi mirada hacia sus ojos.
Recupero compostura, retrocediendo el paso que había ganado para estar escasos centímetros de su ser.
—Feliz día, mi lady —digo, con solemnidad.
Me ignora para ver su mano. Sigo su mirada. Ya no está la mancha. Vuelve a enfocarse en mí.
—Sé que esta noche está por el mismo motivo que todos —suelta, con aires de sarcasmo. Diría más bien veneno.
La miro incrédulo.
—Mucho gusto, soy Adrien. —Irrumpe mi primo, veo su mano siendo extendida a Amber. Ella recibe el saludo de lo más casual. Deja atrás toda formalidad.
Encuentro la mirada de su padre que en su rostro desaprueba tal atrevimiento por parte de los dos. Adrien que está a mi costado. Sonríe. Ella le corresponde. Me molesta. ¿Qué es esta posesión de mí por ella?
Niego con la cabeza.
—Muy bien —interviene el diablo—. Tendrás un baile con ella como todos. Así ella verá con quién quedarse.
—¿Qué? —¿Está diciendo eso de verdad? ¿A eso se resume todo? ¿Un macho con el cual vincularse?
Lanzo mi mirada juzgadora hacia ella. Intento ver en su cara algo de vergüenza, pero no. Su rostro es frío, inmutable, ante las palabras de su padre. No comprendo. ¿Acaso no cree en el amor? ¿Se entregaría a otro demonio solo por un trono?
Sé que necesita un macho para ser reina, por eso todos están aquí. Mi asistencia también hace saber que estoy por lo mismo, aunque no sea así. Ante los ojos de ella soy uno más a quién evaluar.
—Vamos a bailar. —Soy sorprendido con lo que dice que no me da tiempo para reaccionar cuando ya soy llevado de su mano hacia la pista de baile y damos los primeros pasos.
La rodeo por la cintura, guiando sus pasos. Apega su rostro a mi hombro, me deja ser quien lleve cada paso de la melodía. Exhala. Su aire quema. No es normal. Pero de algo estoy seguro, la tela de su vestido no le hace justicia a mi tacto. La puedo sentir. Es como si mis manos hayan registrado con anterioridad su cuerpo. La siento mía. ¡No!
—Llévame contigo —susurra, al tiempo que me detengo por la proposición inesperada—. Por favor, no te detengas.
Miro a mi alrededor al dar un giro. Adrien está hablando con el diablo cerca de la fuente de vino tinto. Se ve amena la conversación. Busco más miradas. Demasiadas enfocadas en mí para mi gusto.
—Sé que tú vives en el mundo terrenal, Asaf —comenta Amber, cerca de mi odio, agregando algo a su hablar que me deja corto—. Estoy dispuesta a vincularme contigo y volverte rey si me mantienes fuera de aquí.
Aparto un poco de espacio entre los dos sin detener los pasos. La quiero ver a la cara y notar si me miente, aunque siendo hija del diablo debe ser experta en ello. Consigo lo primero, porque lo segundo es remplazado con una mirada asustadiza y suplicante.
—¿De verdad lo quieres?
Asiente.
—¿Sabes que él vendrá por ti si no sigues sus reglas? —No es necesario decirle las palabras "tu padre", porque lo capta enseguida.
—Sigue bailando —recalca, y vuelve a pegar nuestros cuerpos. Ella danza, yo la sigo—. No quiero esta vida entre las sombras, y tú eres el único que puede alejarme de esto.
Suspiro.
Cierro mis ojos al saber que las notas de los violines se acercan a su final. La hija del diablo quiere vincularse conmigo por una libertad al mundo exterior. La mujer que antes de verla la odiaba, ahora ya no sé, me tienta a hacer algo que no quiero. La vinculación para mí es amor, no un acto frío como lo hacen ver la mayoría de los demonios.
Estoy en la línea de volver ese acto sublime para mí en algo vacío y negociable. No la quiero. Una atracción no determina nada. Es solo su cuerpo, su cara de ángel y su comportamiento de niña tímida es lo que me tiene atraído. Pero no es amor. Eso es algo más.
Sujeto más su cintura. Se termina. Las notas se acaban. Ella bailará con otro y tal vez negocie proposiciones más altas. Respiro hondo. No debí estar aquí.
Asaf, por favor ayúdame. El golpe de la voz clara de Cassandra nubla mi consciente. ¿Lo está haciendo Amber?
—¡Detente! —exclamo, a viva voz, para mi condena lanzo a Amber lejos de mí. Su cuerpo es sujetado en el aire por su padre.
No pasa mucho para que esté siendo sometido en el suelo por dos demonios de su guardia. No puedo estar cerca de ella. Lo sabía sin conocerla. Lo sabía desde que ingrese aquí. Y ahora me voy a arrepentir.
Asaf, no me dejes sola.
La voz de Cassandra una vez más.
—¡Basta! —No me inmuto en gritar. Recibo seguido un fuerte golpe en la espalda que me bloquea, llevándome de apoco la oscuridad.
Cassandra.
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✓Para Carol que me escribió preguntando por esto y me dedicó unas bellas palabras.
✓Y para Ber que me ayudó con una promo excelente. ¿Sabían que es la autora de Heron y el ángel? Excelente historia, la recomiendo.
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