9. Un regalo

9. Un regalo.

La muchacha miraba todo con suma curiosidad con la tenue luz que apenas iluminaba el ambiente. Desde que había llegado a ese averno flotante, sólo había estado en unas pocas habitaciones. La más elegante y atiborrada de muebles y objetos era la del Señor Mandarina, como había pasado a llamarlo en su mente. 

En la que se encontraba con el sujeto que la observaba el suelo era claro y elegante con una pequeña alfombra en el centro, sobre la cual había dos sillas y una mesa donde apenas cabía una bandeja con frutas variadas. Una gran cama en lugar de un colchón en el suelo —como el que disponía ella—, se distinguía al fondo, flanqueada a ambos lados por mesas de noche. Sobre una de ellas, un recipiente colmado de paquetes de condones y lubricante que estaba segura no serían aprovechados con ella. Muebles oscuros y robustos completaban la decoración a un lado, sobre el cual reposaba un espejo y jarras de cristal con agua, copas y un balde metálico con una botella adentro.  Y en otro extremo, se alzaba una puerta cerrada de madera. Esperaba que fuera para acceder a un cuarto de baño y no para conectar con otra habitación de la que podría aparecer alguien más.

No escapó a su registro que no había ventana alguna. Tampoco le sorprendió. Yoshida llevaba su tortura al extremo de aislarla del mundo exterior, a diferencia del beneficio que obtenían las otras muchachas, que accedían cada tanto a cubierta. Al menos, así había escuchado hasta que la alejaron de las demás.

El movimiento leve del extraño, que percibió por el rabillo de su ojo, la alertó. Mientras él se acercaba lentamente a su posición, ella respondió retrocediendo. No importaba cuántas veces la habían tomado para molerla a golpes, nunca cedía fácilmente al principio hasta que la obligaban a ello. Y cuando la arrinconaban para saciar sus tenebrosas ansias de poder, sangre y dolor, ella sentía que moría un poco más. 

Tal vez en su piel no quedaran marcas de su sufrimiento, pero su perfecta memoria se estaba abarrotando del aroma de cada cuerpo. No olvidaba el roce de cada piel húmeda y caliente sobre su cuerpo, los jadeos, alientos y palabras asquerosas. Los golpes eran lo de menos, porque el contacto duraba poco. 

Lo peor consistía en cuando sus miradas se oscurecían y un brillo aparecía en sus pupilas dilatadas. Había aprendido que eso era lascivia. Y cuando esta se presentaba, el verdadero tormento la atosigaba. Se frotaban en ella. Sentía sus durezas, las lamidas sobre su piel, mordidas extremas, besos babosos y desagradables que ella esquivaba para que no alcanzaran sus labios, sin comprender por qué allí era donde se sentía más vulnerable de ser besada. Allí y en su zona íntima.

Algunos habían querido meter su cabeza entre sus piernas, sus dedos o su miembro cuando se desnudaban para aumentar su gozo, y ella había reaccionado siempre con agresión. Cada vez que los alejaba con golpes, sabía que después le llegaría las consecuencias con más violencia por parte de aquellos individuos, o se masturbaban sobre ella, hasta liberarse contra su cuerpo.

Pero al menos, desistían de introducirse en ella, especialmente cuando los hombres de Arata habían intervenido en aquellas situaciones. Habían manifestado en varias ocasiones que eso estaba prohibido para los clientes.

Sabía lo que era el sexo. Había leído sobre reproducción y la primera semana en aquel barco una empleada de Arata, Dai, las había capacitado a todas las recién llegadas en las <<artes amatorias>>, como lo había llamado aquella hermosa mujer oriental, que no tenía ningún reparo en despreciar a cada una de las novatas, como si su desagrado fuera una especie de evidente decepción por haberse dejado atrapar por este mundo.

En ese instante, cuando el joven alto con el que se encontraba encerrada, y que había escuchado era amigo de su carcelero, insistía en robarle su espacio personal, ella sólo podía pensar en escapar de su agarre. Era más rápida, lo sabía. 

Pero no podría estar toda la noche huyendo. Y cuando su espalda desnuda sintió la dura superficie de la pared, supo que comenzaba una vez más su tortura. Limitada en su actual posición, no pudo evitar que desapareciera el espacio entre ellos cuando se presionó sobre su cuerpo y llevó su rostro a un lado de ella. Sin embargo, la suave voz que le habló al oído, aunque no comprendiera lo que le decía, no la alteró como en otras ocasiones.

Tu es vraiment beau.

Su tono era ronco y grave. Ella sintió su aliento, con aroma a mandarina que tanto despreciaba, contra la piel de su cuello y sin controlar las reacciones de su cuerpo, se descubrió a sí misma agitada, con el corazón latiendo fuerte en su pecho y su piel erizada, endureciendo vergonzosamente las cimas de sus senos.

Saltó de su lugar, asustada ante su inesperada y automática respuesta física y se alejó de su posición, con los ojos abiertos como platos cuando los labios que habían pronunciado las desconocidas palabras acariciaron su hombro en un ligero beso. 

Puso distancia entre ambos, sin despegar la vista del hombre. Él sonreía. No entendía por qué haría una cosa así, pero al menos reconocía que no era una de las sonrisas arrogantes y sucias de todos los otros antes de él. 

El sujeto levantó sus manos, en un gesto de rendición y le recordó al Dr. T haciendo lo mismo y sus ojos se empañaron sin darse cuenta.

El semblante del extraño cambió, pareciendo arrepentido o desanimado de alguna manera. Bajó las manos a los lados de su cuerpo, pero transformó las manos en puños tensos.

Je ne te ferai pas de mal. Le promets —buscó dar otro paso hacia adelante y por contestación recibió otro hacia atrás de parte de la joven, que chocó nuevamente con otra de las paredes y allí se quedó, quieta, sosteniendo el aire en sus pulmones, como si con ello buscara desaparecer.

Pierre se estaba impacientando y comenzaba a dudar de que estar con la joven fuera una buena idea. Aflojó sus puños y llevó una de sus manos a su cara, pasándola de arriba abajo, buscando con esa acción mantenerse calmo. 

Nunca sería físicamente agresivo con una mujer, pero eso no significaba que no perdiera la cordura y se volviera una fiera gruñona ante la frustración.

Viens ici avec moi. —Nada. Ninguna respuesta—. Merde! —Gritó, exasperado—. Je veux juste que tu sois en sécurité ­—la miró con fría calma y con el rostro serio.

Estaba seguro que había sido un error pretender estar a solas con ella. No sabía qué era lo que había pensado que pasaría, pero en ese instante, se arrepintió. Ella no era su problema. Ya tenía muchos otros en qué desvelarse como para agregar uno más y que además, no tenía solución. Al menos, uno que se observara en el momento inmediato.

Si vous voulez, reste là. Je vais dormir dan le lit.

Sin volver a abrir la boca, se encaminó hacia la gran cama y se quitó los zapatos y la chaqueta, dejándola colgada en el respaldo de una de las sillas, manteniendo su pantalón y camisa puestos para luego recostarse boca arriba, llevando un brazo debajo de su cabeza.

Del otro lado de la habitación, manteniéndose todavía con la espalda contra la pared, la criatura de Masao se dejó caer hasta el suelo, donde llevó sus rodillas a su pecho para abrazarlas, a la espera de que algo ocurriera.

Tu ne vas pas dormir?

Aquellos ojos turquesas la observaban desde la cama. No conocía el idioma en que le hablaba, a pesar de que no era el primero que lo empleaba en los días en que habían arribado a su nuevo destino, y esa falta de comprensión la inquietaba mucho. No le gustaba estar en las sombras del entendimiento. Así que, lo único que hacía era mantener el duelo visual. 

En algún momento él se dormiría, o al menos eso deseaba para dejar de temer que la atacara de forma sorpresiva, mientras que ella podría pasar una noche más sin cerrar sus ojos. 

Llevaba varios días así. No sabía cuánto tiempo más aguantaría, pero el miedo y la tristeza del encierro, lejos de su bosque, de sus montañas y de sus estrellas y luna le atenazaban el corazón aún después de varios meses.

El francés llevó sus ojos hacia el techo, dejando que su mente divagara, recordando fragmentos de su pasado.


Su joven madre había sido rechazada por sus propios padres cuando quedó embarazada, tildándola de estúpida y zorra, y la niña junto a su bebé quedaron al cuidado de una abuela materna. 

Sin embargo, la depresión pudo más con la adolescente y cuando el niño alcanzó los seis años, ella se suicidó con un frasco de pastillas que robó de su abuela. Y la anciana tampoco soportó el dolor de perder a su nieta y la acompaño en la fría muerte poco tiempo después, sin pensar que su abandono destruiría a ese Pierre que no comprendía cómo su mundo había cambiado en unos pocos meses. 

De vivir en los cálidos brazos de su joven madre y su bisabuela, pasó a sobrevivir en el infierno de un orfanato, donde con el pasar de los años, comprendió que debía dejar de ser una oveja para convertirse en el lobo que todos temieran. Y así lo hizo. Sufrió abusos los primeros años hasta que dijo basta y se volvió la bestia llena de rencor que ante la menor provocación saltaba con sus puños duros en busca de algún tipo de satisfacción.

Así había sido hasta que a los quince años, una tarde, un desconocido hombre, vestido con traje exclusivo que a la legua se notaba muy caro, descendió de un Rolls-Royce acompañado de un enorme guardaespaldas y se lo llevaron de aquel infierno hasta una enorme mansión, sin mediar palabra durante el trayecto.

Una vez llegado a su destino, otro hombre, de porte refinado y rostro que podría parecer simpático y alegre y que descubriría rápidamente que tan sólo era una máscara —, lo recibió en un enorme despacho atestado de obras de arte y le explicó que era su padre. 

Al principio, aquella revelación lo conmocionó y despertó el recelo en él, pero luego de una inspección de largos minutos, acercándose descaradamente a aquel individuo al que jamás había visto en su vida, tuvo que reconocer que en sus rasgos veía los suyos propios, con años de diferencia. El mismo color de cabello, la nariz recta, labios carnosos y una mandíbula firme. 

Y los ojos. La amalgama de colores era similar a la de Pierre, combinando turquesa y gris, variando las proporciones en sus orbes, estando invertidos. Los del desconocido brillaban con menos turquesa, siendo cubierto en mayor parte con el gris de las tormentas. 

Ambos se reconocieron en ese escaneo y después de que el mayor asintiera con la cabeza, le indicó que desde ese día, Pierre viviría en aquella propiedad, bajo el cuidado del que lo había recogido del orfanato.

Nunca supo por qué, después de tanto tiempo, ese extraño que parecía ser su padre biológico lo recogió de la miseria. Tampoco tuvieron muchas oportunidades para conversar, ya que no compartían por mucho tiempo la misma vivienda. No era un padre en funciones. Sólo le había dado el título, pero no el trato, limitándolo a ser otro empleado más para cumplir con sus propósitos, aunque con autoridad por sobre todos los demás.


Un parpadeó húmedo lo trasladó devuelta al presente. Uno que lo había transformado en el mafioso que tenía a una prostituta especial encerrada con él, de la que sólo había obtenido caricias sobre su piel y un constante combate visual.

Observó hacia la joven una vez más, estrellando con ella su mirada penetrante. No quitaba la vista de él, como si esperara de su parte un ataque sorpresa.

Ante el silencio de los dos, Pierre se rindió, cerrando sus ojos y se dejó envolver por el sueño. Uno que resultó inquieto y colmado de sombras que trataban de arrastrarlo a un pozo. Una pesadilla recurrente de sus noches.


Se despertó con la frente y la camisa mojadas por el sudor. Creyó haber gritado cuando una fría mano negra, que parecía pertenecer al de un cadáver vengativo, lo tomaba del tobillo y lo hacía caer en un suelo cubierto de hojas podridas.

A pesar de estar todavía en el brumoso mundo de los sueños, percibió un movimiento a su lado, afuera de la cama y en un acto reflejo, estiró su mano para capturar lo que creía era una amenaza y llevó a la cama a su presa, ubicándose encima para evitar cualquier intento de fuga. Entonces, sus ojos enfocaron lo que su cuerpo mantenía apresado y recordó dónde se hallaba y con quién.

Los dos se mantuvieron inmutables, sin romper el contacto visual entre ellos. Despacio, Pierre aflojó su agarre, que sostenía el fino y largo cuello de la joven, pero en cambio, uso esa mano para despejar los cabellos que cubrían parte del angelical rostro. 

Estaban tan cerca uno del otro, que sentían el aliento golpearlos en sus rostros. Sin poder contenerse, el francés movió su otra mano, siguiendo el contorno de la estrecha cintura hasta apretarla con fuerza por la cadera presionándose contra ella descaradamente. Las yemas de sus dedos percibían la suavidad de la piel y eso le producía una electricidad a lo largo de su columna vertebral, que sabía, anticipaba una inminente respuesta en su entrepierna.


Seguía siendo una ingenua e inocente joven. 

Ella se había sobresaltado al escuchar los gemidos de angustia de su compañero de habitación de aquella noche y sin pensarlo dos veces, se acercó para comprobar que estuviera bien, cuando él despertó de golpe y la tomó bruscamente antes que pudiera reaccionar. Pero en ese momento, que se encontraba debajo de su largo y atlético cuerpo, no se sentía asustada a pesar que la mirada turquesa había estado por un momento llena de ira. 

Sin embargo, cuando pareció reconocerla, algo en su semblante se suavizó y se encontró a sí misma detallando el rostro del hombre. 

Era el primero desde que había abierto sus párpado en el laboratorio del doctor Tasukete que consideraba atractivo desde lo estético. Casi todos los hombres que había conocido en su brevísima vida habían sido poco agraciados y de edad avanzada. Analizando rápidamente cada uno de ellos podía decir que Arata, Ken y el otro oriental que meses atrás había querido comprarla no eran desagradables a la vista, si se ignoraba que la maldad que transpiran por los poros —y que era realmente lo que ella percibía—, era lo que los volvía monstruosos.

Con esas ideas en la cabeza, se olvidó de la cercanía del joven que estaba encima suyo hasta que la sorprendió cuando capturó sus labios con un beso posesivo que intentó profundizar en ella. Ese contacto la espantó, o el sabor a mandarina que todavía destilaba su boca, haciéndola reaccionar bruscamente para apartarlo de ella a empujones. 

No le costó mucho porque de un simple movimiento, lo lanzó fuera de la cama.

Se sentó en su lugar mirando más allá del límite del colchón, descubriendo a un Pierre confundido que la observaba desde su punto de impacto en el suelo. Se encontraba sentado, con ambas manos apoyadas a los lados y sin comprender cómo había llegado allí, y antes que se diera cuenta lo que haría, la muchacha estalló en risas, tratando de ocultarlas detrás de sus manos.

Est-ce drôle pour vous?  —La primera reacción de Clement fue la de sorpresa y cuando escuchó aquella carcajada amortiguada su intento de cólera mudó a una risa estruendosa—. Je pensé que c'est.

Se puso de pie, pasándose ambas manos por su trasero para masajearlo tras el golpe, pero mantenía su sonrisa en los labios sin quitar sus ojos de la responsable de su dolor de culo.

Plus de bisous sans permission. Entendu —con voz profunda no pudo evitar añadir, aun sabiendo que no sería comprendido—. As un beau rire.

Caminó devuelta a la cama y se arrodilló junto a ella en el suave lecho, haciendo que se enmudeciera inmediatamente cuando se encontró otra vez junto a él. 

Se mordía nerviosa su labio inferior, esperando por cualquier sanción por parte del hombre. Pero no llegó ninguna reprimenda.

La observaba otra vez serio y ella pudo captar lo que tantas veces antes había notado desde que su mundo se había tornado un infierno. Deseo. Sus ojos turquesas con motas grises estaban oscurecidos y parecían querer atravesarla de alguna forma. 

Esa visión la hizo temblar y por respuesta se escabulló nuevamente al otro lado de la habitación.

Escuchó detrás suyo un resoplido de molestia. Cuando se volteó a verlo, él se había puesto nuevamente de pie y siguió su recorrido para tomar unas uvas ubicadas en una fuente para llevárselas a la boca y saciar su hambre matutina. Luego buscó una de las copas de vidrio que posaban sobre una mesa y la golpeó contra el borde de madera, quedándose con el tallo en la mano izquierda. Con ese objeto roto dirigió sus pasos hacia la otra ocupante de la habitación que no había quitado sus ojos de aquella extraña secuencia.

Pierre la notó tensarse cuando se detuvo a un paso de ella. Tampoco le pasó desapercibido que abría grande los ojos que lo habían hipnotizado, trasmitiendo con ellos todo el miedo que la embargaba.

Ne vous inquiétez pas, trésor. C'est pour moi. —Sin esperar respuesta, pasó la punta quebrada del elemento sobre su propia palma de la mano derecha, abriéndose una herida de la que comenzó a manar sangre. Su rostro se contrajo ante el dolor, pero enseguida lo ignoró. Presionó brevemente cerrando la mano y luego la llevó al vientre de la joven, que había quedado arrinconada contra la pared—. Nous devons faire semblant.

Abrió la mano y la acarició con ella, pintando con su propia sangre en la dorada piel. 

Sin quitarse mutuamente los ojos de encima, subió su palma hasta el pecho, pasando por uno de sus senos, irguiendo sus pezones ante el contacto. Esa primitiva reacción provocó dos respuestas en Pierre. Ambas visibles. 

La primera en su rostro a modo de sonrisa ladeada. Mientras que la segunda se manifestó en su pelvis con fiereza, intensificando la ya existente dureza que tironeaba dentro de su pantalón.

Antes que cualquiera de los dos pudiera hacer algo, unos golpes en la puerta los devolvió a la realidad.

—¿Qué tal todo Pierre? 

La voz de Arata sonaba traviesa desde el otro lado.

—Excelente Arata. Liberador.

—Me alegro. Ya es de día y tu helicóptero parte en diez minutos, así que, prepárate.

—Te veo arriba en diez.

—Ken te escoltará y después de una ducha de limpieza devolverá a nuestra pequeña demonio a su cueva.

A Pierre no se le escapó por el rabillo del ojo la inconsciente reacción de su acompañante, que había dado un triste y casi imperceptible gemido y no pudo evitar que su estómago se revolviera al imaginarla otra vez encerrada en su horrible celda. 

Tampoco le pasó inadvertido que esa reacción implicara que no era del todo ajena el inglés. Ya lo comprobaría más adelante, porque una idea comenzaba a maquinarse en su mente.

—De acuerdo. Déjame que me termine de preparar.

El silencio detrás de la puerta le dio a entender que su amigo se había alejado. Debía estar listo con prontitud. 

Pasó al cuarto de baño, donde limpió su mano, descargó su vejiga y lavó su rostro, enjuagando su boca. Al salir, buscó en su chaqueta, que había dejado sobre una de las sillas antes de acostarse la noche anterior, un pañuelo de tela que utilizó para envolver su mano. Acto seguido, se calzó sus zapatos y se colocó la chaqueta. Cuando caminaba en dirección a la joven que actuaba como si fuera una estatua decorativa, la puerta del camarote se abrió, enmarcando la gran figura de Ken.

El oriental miraba con cara de pocos amigos a los dos ocupantes. Fijó sus ojos en la sangre ya seca en el cuerpo de la joven y Pierre no pudo contener un carraspeo.

—Nunca había visto algo igual. Después de lacerarla y golpearla, pude comprobar cómo las heridas desaparecían. Parece de ciencia ficción. 

El francés hablaba con asombrosa convicción, como si no hubiera sido todo una mentira, manteniendo su mano vendada en el bolsillo delantero del pantalón. 

La joven no dejó de verlo durante su declaración, sin poder evitar preguntarse qué motivaría a ese desconocido a inventar algo así.

Ken sólo asintió y se movió a un lado, en una clara invitación, u orden, para abandonar la habitación.

Una vez en el pasillo, el camarada de Arata y mano derecha avanzó hasta la muchacha para tomarla con fuerza del brazo. De esa forma, los tres caminaron hasta que una bifurcación los separó. Pierre ascendió al exterior mientras que Ken y el Demonio Blanco seguían hasta su destino final. 

El francés suspiró, moviendo su cabeza de lado a lado viendo cómo desaparecían tras una esquina del estrecho pasadizo.

Cuando se encontró con la deslumbrante luz solar, se llevó la mano libre a modo de visera para proseguir hacia donde el joven japonés lo esperaba junto al helicóptero que lo devolvería a tierra firme vestido en su habitual traje blanco hecho a medida, comiendo como siempre una mandarina que terminó de descartar por la borda antes que lo alcanzara. 

Una vez juntos, lo saludó con la cabeza, evitando estrechar su mano lacerada.

—Después de todo, no estuvo tan mal tu visita, ¿no?

—No. No estuvo tan mal. —Se mantuvieron unos momentos callados, inspeccionándose mutuamente, hasta que Pierre rompió el silencio—. Fue realmente una experiencia única.

—Lo es. Nada se asemeja a esto.

—¿Cuánto tiempo estarás por estas aguas?

No podía dejar de pensar en la idea que se anclaba en su mente.

—Ya llevamos algo más de una semana aquí. Estaré una semana más. —El japonés notó la duda en su amigo—. ¿Por qué?

—Tal vez, esté tan mal de la cabeza como tú, pero quiero repetir la experiencia. Cada noche hasta que partan.

Los rasgados ojos negros del dueño del barco se abrieron muy grandes y una sonrisa apareció lentamente sobre sus labios.

—¿Qué pasó con eso de no golpear mujeres?

—Mientras lo hacía, no la veía a ella. Veía al miserable de mi padre —hizo una mueca de desagrado que el japonés interpretó, iba dirigida al mencionado—. Además, te dije, creo que tu puñetera perversión se me contagió.

Una risa fuerte y alegre agredió los oídos del francés. Por primera vez, ese sonido le pareció molesto e incordiante.

—Tiene clientes cada noche, pero estará libre después de medianoche. Sabes que deberás pagar por ella, ¿no?

—Nunca lo dudé. Creo que tu plan de captación de clientes ofreciéndome una noche gratis funcionó a la perfección. —Otra vez, su gran risa atosigó sus oídos—. Por cierto ¿de dónde sacas estos clientes? ¿Cómo se enteran de lo que tienes aquí, con ella, estando tan lejos de la costa? —Realmente tenía curiosidad sobre ese aspecto.

—Ese, mi amigo, es mi gran truco. Mis muchachos hacen lo suyo entre susurros dirigidos estratégicamente a los blancos adecuados.

—Ricos y morbosos hombres.

—Correcto.

—Enfermo.

—Bastardo.

—Hasta la medianoche.

—Te espero, cabrón.

***

El trabajo de los últimos meses había sido infructuoso para el doctor Green. 

Todos los documentos que habían recuperado no decían nada que no supiera ya. Estaban incompletos y no podía descifrar las piezas faltantes. Los había analizado exhaustivamente por casi cuatro meses y nada.

El suero que él se había llevado de Industrias Quirón no resolvía las deficiencias del propio suero que había completado Hank a partir del trabajo realizado por ambos científicos. Tendría que ir a decirle al Dr. Meyer y después al robot de Cameron que no había nada de utilidad.

Si Masao había descubierto algo, se lo había llevado a la tumba.

Llegó a la puerta de la oficina de Johann y le solicitó a Amelia, la rígida Amelia, que por favor lo anunciara al jefe. 

Así lo hizo y un minuto después estaba adentro.

—No puedo hacer nada más —se sentó en uno de los sillones con gesto de derrota—. No tengo la menor idea qué fue lo que logró Masao. Pero en sus documentos recuperados, no había nada, salvo las fórmulas que ya conozco y algunas modificaciones pero que me resultan imposibles de comprender.

—¿Por qué imposibles de comprender?

—Porque no tienen sentido. Quería usar el suero para curar enfermedades. Pero no se encontró restos de suero.

—Espere un momento. Llamaré a Cameron para que venga. Él tiene que estar al tanto. Tal vez haya visto algo más que nos aclare algo.

—No lo creo. ¿Cómo recordaría lo que vio después de cuatro meses?

—Lo llamaré igual. Después de todo, ellos son los dueños del suero —tomó el teléfono y marcó un número interno. 

Desde que se había asociado con el grupo de mercenarios del Capitán Cameron, habían establecido su centro de operaciones en las mismas oficinas de los laboratorios. En cuanto un subordinado lo atendió, le notificó que se le solicitaba la presencia en el despacho del Dr. Meyer. Sólo demoró cinco minutos en aparecer en la puerta.

—Dr. Meyer, Dr. Green.

Miraba al alto doctor con desagrado. Le parecía un científico mediocre sin las contribuciones del Dr. Tasukete, aunque hubiera logrado un suero de corta duración. El descubrimiento lo atribuía del genetista desaparecido.

—Capitán Cameron —respondieron los otros dos al unísono.

—¿Hay novedades?

—Dejaré que Hank le cuente.

—En realidad, no hay mucho que contar. No puedo seguir con los análisis. No hay nada en ellos que me demuestre que Masao había logrado algo diferente a lo que ya tenemos. Si tan sólo supiera bien lo que había en su casa...

Sus oyentes se miraron con gesto sugerente.

—Tal vez, usted debería ir hasta su casa.

—¿Ir a Japón? ¿Para qué? Ya no debe quedar nada allí.

—Lo haremos igualmente. —El tono del hombre militar no daba posibilidad de réplica—. Mañana partirá.


N/A:

Fue un capítulo corto, poco habitual en mí...

Perdón los que hablen francés... mi dominio de lenguas extranjeras se basa en el inglés e italiano. Las frases francesas las traduje gracias a San Google, por lo que me disculpo por cualquier error.

No comparto la traducción por un motivo. Shiroi Akuma no lo entiende y me pareció justo no publicar su equivalente en español. Tal vez, en algún futuro, ella pueda comprenderlo y compartirlo con los demás.

No se olviden de darme una estrellita si les gustó el capítulo!

Gracias por leer!

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