51. Promesas (Parte I)

51. Promesas (Parte I).

Cerró el libro tras las líneas finales y dejó que su imaginación vagara entre los personajes que la habían conmovido en una nueva historia.

Había aprovechado para tomar prestada una novela de la biblioteca del padre de Steve mientras padre e hijo se batían en un duelo ajedrecístico.

Uno que al parecer acababa de finalizar al ver que el joven se acercaba a ella en ese momento, caminando con paso soberbio sobre la arena. Iba descalzo, en un pantalón vaquero desgastado que se ajustaba a sus esbeltas piernas, y que le hacia el trasero muy apetecible, como había comprobado Aurora cada vez que lo tenía de espaldas. Arriba, una simple camiseta blanca que, sin ser apretada, permitía distinguir sus músculos definidos. Y peinado a la perfección hacia atrás.

Se puso de pie, sin quitar sus ojos de Steve mientras la distancia disminuía. Cuando sintió el fuerte pecho presionarse contra su espalda al girarla, y sus largos brazos sujetarla con cuidadosa posesión, confirmó, por milésima vez, que ese era su lugar en el mundo. Sus propios brazos acompañaron los masculinos y su cabeza se recostó sobre el cálido torso, debajo del mentón con aroma fresco a la espuma de afeitar, mezclado con el perfume que siempre usaba y que envolvía a Aurora en una nube afrodisíaca.

—¿Quién ganó la partida? —indagó, depositando un suave beso en la quijada de Steve.

—Yo. Pero el viejo dio batalla. Casi me doblega.

—Bien. Me alegro de que no te lo haya hecho fácil, sino, tu ego sólo seguiría aumentando.

La apretó con fuerza, gruñendo contra la piel de su cuello, en el punto de unión con el hombro, provocando que se le erizaran los vellos.

—Contigo, dándome palizas, tengo bastante para aplacar mi orgullo.

Aurora rio por lo bajo, apretándose más a él y llevando una mano a la nuca del rubio, donde enterró sus dedos entre las hebras.

Quedaron en silencio, contemplando el azul del mar fundiéndose con el del cielo de la mañana.

Suspiró.

—Anoche llegaste tarde y fuiste muy misterioso al no querer decirme nada de lo que estuviste haciendo.

—Lo siento, aunque creo que lo compensé con creces durante el resto de la noche, ¿verdad? —Su lengua jugó con su lóbulo, dando paso a sus dientes al morderla, haciéndola rodar sus ojos. Ese punto la volvía loca.

—Eso no hará desviar mi atención. Steve, ¿pasa algo? Por favor, no nos ocultemos nada. Nunca más.

—Aurora, amor mío, no pasa nada malo —liberó una de sus manos de su agarre, que usó para pasar un mechón del dorado cabello por detrás de su oreja, donde depositó un beso cargado de ternura—. ¿Confías en mí?

—Con mi vida —respondió sin atisbo de duda.

—Bien. —Aurora pudo percibir una sonrisa formarse en los labios del hombre contra su mejilla. Fue dejando un camino de besos, cubriendo cada espacio de su rostro. El aliento cálido se estrelló contra la comisura de sus labios, en un susurro—. No me has dado tu respuesta.

—¿A qué pregunta? —Mantenía sus ojos cerrados después de semejantes caricias de labios sobre su cara.

—A la de ser mi novia.

—¡Ah! Esa —sonrió, abriendo sus párpados y mordiéndose su labio.

—No te preocupes —la interrumpió antes de que continuara hablando—. Retiro mi solicitud.

—¡¿Qué?! —La felicidad se esfumó de su rostro. Quiso voltearse, pero el firme agarre de un único brazo no se lo permitió—. ¡No puedes retirar tu solicitud! Talvez desconozca de protocolos, pero no creo que eso se pueda hacer.

—Pues yo lo haré. No quiero que seas mi novia —puso delante de la joven una sortija. La sostenía con tres dedos a la altura de su pecho. Un anillo con una inmensa roca preciosa redonda de color amarilla engarzada, rodeada por un delicado trabajo de oro dibujando pequeños pétalos de rosas. Giró sobre sí misma, al sentir la presión liberada, enfrentando al hombre que la sobrepasaba por veinte centímetros observándolo con confusión—. Esto es una de las cosas que fui a hacer a la ciudad. Estoy seguro que sabes lo que significa un anillo de diamante por tus libros. O por tu película.

—¡Sí la viste! —Lo golpeó con su palma sobre el duro pecho—. Steve Sharpe, eres un sinvergüenza, cruel y mentiroso.

—Lo soy. Sí, pero no más. No contigo —capturó la mirada de Aurora, que centelleaba como dos luceros dorados—. ¿Entonces?

—Sigo sin comprender realmente qué significa este ritual.

—Significa que te estoy haciendo una promesa. Una de amor, en la que te doy todo lo que soy, hasta el día que muera. A ti, sólo a ti. Para estar siempre juntos. Sé mi mujer, Aurora.

—Creí que ya lo era. Desde el día en que llegué —sonrió de forma intensa, arrebatadora y enamorada—. Te entregué mi cuerpo y mi corazón en cuanto me atrapaste con las noches que llevas en tus ojos.

Se sentía el cabrón más afortunado del planeta.

—Ahora, sé mi esposa.

—Pídemelo bien. No me gustan las órdenes.

—Bien, pero no pienso hincar una rodilla.

—No te preocupes. No entiendo por qué se debe hacer eso. Sólo quiero que seas amable al pedírmelo—. Aleteó sus pestañas con coquetería.

Rio por lo bajo, aceptando que ante Aurora, él era un simple mortal a los pies de su diosa.

—Aurora, amor mío, ¿quieres casarte conmigo? —Adelantándose a la muchacha, agregó—. No me digas que lo pensarás.

—¡Nunca más! —Sus campanillas al reír encendieron el pecho del hombre—. Quiero darte todo lo que me pidas. Quiero hacerte feliz cada día de mi vida y corresponderte completamente. Te amo.

Las grandes manos atraparon la nuca de Aurora y sus pulgares acariciaron los pómulos con suaves círculos. Sus miradas ancladas se mantuvieron así, fijas e intensas hasta que el espacio entre ellos fue desapareciendo con lentitud, centímetro a centímetro. Hasta que el aliento de ambos se volvió uno. Los suaves labios de Steve atraparon con ternura la boca carnosa de Aurora. El calor se expandió por cada fibra, convirtiéndose en una corriente eléctrica intensa.

El suave beso se volvió uno voraz. Pasaron a devorarse las bocas, borrando los límites físicos y danzando con sus lenguas de manera frenética, pero sincronizada. Sus cuerpos se apretaron y las manos de Steve se posaron de manera posesiva sobre la espalda de la joven. 

Sería suya. 

Era suya. 

Sólo suya.

***

Entraron a la propiedad con las manos enlazadas, labios hinchados y sonrisas brillantes estiradas al máximo en ambos rostros.

—¿Y a ustedes dos tórtolos qué les pasa?

Richard y Marsha imitaban automáticamente la sonrisa de la pareja, sin comprender qué parecía diferente.

Fue Marsha la que vislumbró la roca centelleando por el reflejo del sol que entraba por la ventana. Ahogó un grito de alegría con su mano, señalando con la otra hacia la sortija.

—Pues, papá, lo que pasa es que tendrás a la nuera más hermosa del planeta —la abrazó y besó su coronilla.

Aurora escondió su rostro ruborizado contra el musculoso pecho de Steve.

Los gritos de alegría de la enfermera, que ya no podía contenerse, alarmaron a Andrew, que aparecía corriendo desde la cocina, con los ojos desorbitados. 

Lo que encontró en la gran sala fue a cuatro personas unidas en un abrazo grupal, desde donde sobresalía un Steve algo incómodo y enrojecido.

—¡Andrew! —La voz de Aurora le reclamaba. El grupo se separó y la muchacha avanzó hacia el hombretón para envolverlo en su propio abrazo.

—Señorita Aurora, no entiendo... —sus brazos devolvieron el gesto con vacilación, mirando a su jefe.

—Lo que quiere decir mi prometida, Andrew, es que tú también eres familia y queremos compartir la noticia.

—¿Pro-prometida? —Andrew bajó la mirada y se encontró con los ojos dorados encendidos de felicidad. Ella asintió, encogiéndose de hombros, como si fuera lo más natural del mundo—. ¡Prometida!

Y ante la pasmada audiencia, el siempre serio gigante alzó a la joven rubia, compartiendo una carcajada.

—¡Señorita Aurora! Usted es un ángel que nos ha traído alegría y felicidad a todos. Josephine y Theresa morirán de la conmoción en cuanto lo sepan.

—Debemos celebrar. Traeré algo para brindar —indicó Marsha, desapareciendo inmediatamente en la cocina.

—Hijo —Richard, con la emoción en los ojos, apoyó una mano en el hombro del joven. Eran muy parecidos, salvo por el color de sus miradas—. Me has hecho, no, me están haciendo el hombre más feliz.

—Lo siento papá, pero ese título lo tengo yo. Aurora es la responsable de todo.

La nombrada se puso en puntas de pie para entregarle un beso en la mejilla a su prometido.

—Bienvenida a la familia, hija —abrió sus brazos para recibir a la muchacha, que con dos pasos ya estaba apresada contra el pecho de Richard, al que le dio otro beso cariñoso—. Eres un milagro, mi pequeña. Ojalá mi Audrey pudiera conocerte —susurró en su oído, con un nudo en la garganta. Tratando de recuperarse se desprendió de Aurora, sólo lo suficiente para sujetarla por los brazos y observarla a sus maravillosos ojos—. ¿Tienen fecha? ¿O soy demasiado ansioso al preguntar?

Marsha y Andrew —que había ido a asistirla—, regresaban con una bandeja con cuatro copas llenas de bebida burbujeante y una quinta con limonada. Cada uno tomó la correspondiente y a Aurora no le pasó inadvertido que la bebida sin alcohol era la que Andrew había capturado; pero no pudo cuestionarse mucho más porque las siguientes palabras se llevaron su atención.

—Pensaba en un par de días.

Todos abrieron grande sus ojos hacia el rubio que había hablado con total seguridad.

Por un instante, toda la alegría se desvaneció de sus facciones.

—Esta noche iré a Inglaterra a llevar los restos de Gerard. Y me gustaría que a mi vuelta lo hiciéramos. No tengo pensado perder tiempo para hacer lo que nos haga felices.

<<Para reclamar lo que es mío>>, soltó su vena posesiva. Y sin ningún tipo de culpa.

Hicieron silencio, pensando en el inglés. 

—Quiero ir contigo hijo.

Steve asintió. Después de todo, había sido el mejor amigo del hombre. 

Nadie comprendía todavía qué lo había motivado a tomar la decisión de acabar con su propia vida, aunque teorizaban mal de amores. Uno misterioso y estigmatizado, suponían.

Sólo para Steve y Aurora, el dolor de su pérdida se fundía con la decepción de la traición. Y ese secreto debería permanecer así por siempre.

—Yo también quiero ir, Steve. 

—Lo siento, mi niña. Pero no tienes todavía los documentos necesarios. Webb dijo que tendrá todo listo pronto. Andrew se quedará y te asistirá en lo que sea.

Su fuerte agarre contra el cuerpo del hombre era su manera de decirle que aun en la distancia, estaría acompañándolo en aquel difícil momento. Él lo comprendió aferrándose más a ella, cerrando sus ojos para aspirar el aroma a flores de cerezos que lo embriagaba.

—¡Por favor! No olvidemos que a la vida hay que celebrarla. En especial, la que estos dos jóvenes van a emprender juntos en unos días.

Brindaron tratando de retomar el espíritu de momentos antes.

—Marsha, Theresa y Josephine pueden ayudarte con todos los preparativos.

—¿Preparativos? —Eso no le gustaba en lo absoluto—. No quiero ningún preparativo. A no ser que tú lo desees. No entiendo nada de esto.

—¿Qué muchacha no sueña con una boda romántica y fabulosa? —reprochó la mujer.

—Mi niña —respondió con una media sonrisa—. No tienes que hacer nada que no quieras. Ya lo sabes mi amor —la había tomado de la barbilla, confortándola con ternura en la mirada—. Sólo te darán ideas.

—¿Y qué quiere tú?

—Escucharte decir SÍ QUIERO. Ese sería el mejor de mi vida. Uno realmente poderoso —guiñó un ojo, recordando con complicidad una conversación entablada, una mañana en la terraza de la alcoba de Aurora.

Ella sonrió.

—Te daré todos los que desees, por siempre.

—No puedo creer que esté viendo en acción lo que esta joven hace en mi hijo. 

Las risas llenaron la sala. 

***

Estaban recostados mirando el azul del cielo, uno al lado del otro sobre una manta en la arena, jugando con sus manos, entrelazando sus dedos o repartiendo besos en la superficie de ellas.

Steve jamás hubiera imaginado que alguna vez se sentiría cómodo compartiendo un momento tan expuesto con alguien. Y menos, el saberse completamente enamorado. Hundido hasta la coronilla por ese sentimiento que le había rehuido por años, o del que él había tratado de escapar para ser finalmente arrojado a los brazos de la criatura más fantástica que existía.

En una hora más, Richard y él partirían al viejo continente y necesitaban despedirse.

—Te extrañaré, aunque sean dos días.

—Yo también, mi niña. Pero necesito cerrar esta parte de mi vida.

—Lo entiendo. Quisiera poder acompañarte. Pero al menos, tendrás a tu padre. Se tendrán mutuamente. Y lo necesitarán.

—Lo sé —cambió su posición, colocándose de lado, con su codo sobre la manta y apoyando su mejilla sobre su mano. Su mano libre, atrevida y curiosa, jugaba en el escote de Aurora, excitándose al comprobar que sus caricias eran gratamente recibidas por ella con cada reacción de su cuerpo—. Podríamos pensar en el otro, en un horario pautado para... —levantó repetidas veces sus cejas y sus ojos brillaron de lascivia.

Aurora imitó su posición y atrajo el cuerpo de Steve contra el suyo para posar su pierna por sobre su cadera, eliminando cualquier espacio entre ellos y respondiendo al mismo brillo del hombre.

—Para darnos placer —completó la joven, mordiéndose su labio inferior.

—Me calienta tanto cuando te muerdes ese labio.

No la dejó volver a hablar, porque llevó sus grandes manos a su cara y atacó su boca de manera intempestiva. El contacto de sus labios los desarmaba completamente, convirtiéndolos en un mismo ser, liviano y etéreo que se elevaba hasta el cielo. Al paraíso.

—Mierda, Aurora —maldijo con la boca de la muchacha contra la suya—. No puedo irme sin hacerte el amor—. Ella rio ante la desesperación salvaje con la que la cargó, haciéndola enredar sus piernas a su cintura para llegar en un suspiro hasta la casa—. Me importa un carajo que mi padre nos escuche. No me voy a ir sin darle a mi prometida una buena follada.

—Y recibir un orgasmo galáctico.

Steve gruñó escondiendo su cara contra el hueco del perfumado cuello.

***

Las horas que los habían separado habían transcurrido con tortuosa parsimonia. Pero ya se habían hecho polvo en el reloj de arena de la pareja.

El regreso de los Sharpe había sido en silencio, con el espíritu apagado.

Afortunadamente, Aurora los recibió con abrazos que sanaban hasta el alma y habían pasado el resto del día recuperando la alegría al comprobar junto con las tres mujeres mayores, que tenían todo preparado para la ceremonia al día siguiente.

—Lo único que falta, a cargo de los novios, son los votos - anunció Josephine.

—¿Votos? 

<<¿Votos?>> repitió mentalmente y llevó sus orbes confusos hacia Steve.

—No habrá votos. Diremos lo que nos indique la jueza de paz.

—Hijo, los votos que ustedes digan son sus promesas.

—Nuestras promesas, las hacemos para nosotros. Y ya nos las dijimos —rezongó.

—No entienden.

—Yo definitivamente no comprendo —afirmó Aurora, llevando su atención al mayor de los Sharpe.

—Están declarándole al mundo lo que el otro significa. Le dan un lugar ante los ojos de los demás, diciéndoles <<esta que está aquí, es mi mujer. O este es mi marido. Esto es lo que somos ahora, juntos>>.

—Los anillos son un mensaje igual de claro, papá —defendió Steve—. O más. Y no desaparecen con el viento.

Sus ojos, sin embargo, rodaron hasta Aurora, que tenía la cabeza gacha, fija en la contemplación de sus manos sobre su regazo, jugueteando con la sortija, mientras mordía con ansiedad su labio. 

Por su memoria circularon palabras, frases e imágenes de ellos, anteriores a su confesión de amor. Cuestionamientos de una joven herida porque un distante y frío Steve no la mostraba al mundo como la mujer que tanto le importaba. Sino como una empleada, o una posible amante.

Pero era demasiado para él. Decir palabras de amor delante de otros. No. Imposible. Estaba dispuesto a decirle cada día, a cada minuto si era necesario, lo que significaba para él. Susurrándoselo al oído, marcando su piel con besos y caricias. Entregándole su corazón.  

Exponerse, mostrar tal vulnerabilidad estaba completamente descartado.

***

Una ventaja de que Aurora desconociera de tradiciones, era que no había exigido que los novios durmieran por separado o que no se vieran previo a la ceremonia.

Y Steve aprovecharía esa ventaja entre sus piernas, amaneciendo piel con piel por última vez como prometidos para convertirse después de la mañana en el matrimonio Sharpe.

—Buenos días, señorita Woods —murmuró contra la piel de su hombro, donde dejaba pequeñas mordidas que eran enseguida lamidas.

—Buenos días, señor Sharpe —respondió entre risas.

—¿Está preparada para recibir su primer regalo de bodas? —Cuestionó ubicándose sobre la joven perdiéndose en la profundidad de la dorada mirada.

—¿Regalo de bodas? No necesito nada, Steve. Ya lo sabes.

—Oh, mi niña. Sí necesitas lo que te daré —refutó, iniciando un reguero de besos desde su boca, para seguir por la línea de su mandíbula, descendiendo por su cuello, clavícula; y depositar un mundo de caricias con sus labios entre sus pechos, desde donde siguió aleccionando, entre rastrillajes con sus dientes que endurecían sus pezones, aprovechando para tirar de estos—. Y te gustará tanto, que lo necesitarás siempre. Me lo pedirás siempre.

Gimió, removiéndose debajo del fuerte cuerpo que la aprisionaba, llevando su cabeza hacia atrás, tratando de contener la orquesta que bramaba por hacer su sinfonía.

El recorrido castigador prosiguió hacia el sur, lamiendo, mordiendo y besando cuanta piel se hallaba a su paso. Descendió hasta que su boca se detuvo rozando la casi lampiña intimidad femenina. Sus manos dominantes separaron sus piernas, sujetándola de sus torneados muslos. Su aliento al hablar la estremeció. Y su voz ronca y profunda por la lujuria hizo estragos en sus sentidos.

—Una vez me detuviste —su lengua raspó el interior de uno de sus muslos, anticipando la dirección de su próximo ataque—. Cariño, no lo harás nunca más. Mis labios son tuyos completamente. Ahora, tú tienes que ser mía de igual manera. No puedo pasar un día más sin saborearte hasta beberme todo tu elixir.

—Oh, Steve, mi amor, deja de hablar de una vez y ¡hazlo!

Su risita provocadora vibró contra su clítoris. Ese cosquilleó la elevó a la luna. Y todavía no la había tocado.

El ataque devorador comenzó con avidez, arrancando un grito sorpresivo a Aurora, que ahogó enseguida al morderse el labio. Sus manos se apuraron en enredarse en el cabello desordenado de Steve, buscando con ese gesto atrapar algo de cordura. Lo que era una tarea imposible de cumplir ante la faena experta que el hombre ejecutaba en su sexo.

Escuchaba sus gruñidos, sus lamidas y succiones en su punto más sensible. Encajando lengüetazos pesados y largos en toda la extensión de su carne más íntima como si disfrutara de un dulce pecaminoso.

Tiraba con los labios de su hinchada campanilla para luego jugar con su lengua entre los pliegues, abriéndose paso hasta invadirla de forma posesiva. 

Estaba siendo follada por una lengua atrevida y poseída por un demonio lujurioso. Que entraba y salía de ella. Que la humedecía y a la vez bebía su interior.

Sus dedos largos lo asistían, jugando, apretando y frotando con crueldad erótica su nudo de nervios, desestabilizándola con cada descarga eléctrica que la recorría.

Movía sus caderas, exigiendo el ritmo, buscando más profundidad. Nunca había experimentado una cosa así, pero su cuerpo reconocía lo que necesitaba. 

Realmente, Steve había tenido razón. 

Necesitaba lo que le estaba dando. Lo necesitaría siempre.

Sentir cómo afirmaba su agarre en su carne, al enredarse entre sus muslos, atrayéndola más a su cara, la encendía cada vez más. Bajó la mirada y sus ojos quedaron atrapados por la oscura gravedad de la lascivia que despedían los orbes de Steve. Conectarse visualmente sólo aumentó el revoltijo de sensaciones que se arremolinaban en su bajo vientre. 

Verlo entre sus piernas, con sus cabellos desordenados y su boca desaparecida en su intimidad fue la visión más ardiente que alguna vez hubiera tenido.

Jugaba con ella sin misericordia, cambiando el ritmo, la acción de su boca, lengua y dientes. Estaba por estallar. Volverse gelatina. 

La tensión aumentó, haciéndola arquear como posesa, retorciendo los dedos de sus pies y apretando la cabeza de Steve contra ella. Hasta que el hombre logró su cometido y se deshizo en millones de estrellas fugaces, volando a la velocidad de la luz para tocar los límites del universo antes de volver a la Tierra.

Sintió expulsar todo de sí. Desparramarse contra Steve, vaciándose por completo.

Un grito agónico e imprudente se escapó. Y no les importó.

Percibió cómo la larga lengua de Steve recogía lo que había derramado.

Su respiración y sus pulsaciones fueron recuperándose mientras el hombre regresaba al lugar que le correspondía. Junto a su futura mujer.

Afirmó su atlético cuerpo sobre la firme figura de su divinidad que se percibía lánguida. Aurora, con una sonrisa boba decorando su rostro, se perdió en los carnosos labios brillantes por su humedad y un cosquilleo volvió a plantarse en su vientre.

Todo en ese hombre la excitaba.

—Soy adicto a tu dulzura —llevó su rostro contra el cuello de Aurora, robando de su cuerpo su aroma. —La dulzura de tus ojos, de tu voz, de tu carácter —besó la línea de su quijada—. La dulzura de tus labios, de tu piel, de tu esencia. Creo que me he hecho adicto a tu néctar.

—Steve... —los hizo girar, quedando ambos de lado, conteniendo las lágrimas en sus ojos—. Te amo. Tanto, tanto, que no me cabe en mi pecho. Quiero gritarlo, bailarlo... Quiero tallarlo en todo mi ser.

—También te amo, mi adorada niña —sus manos se posaron sobre sus nalgas, atrayéndola hacia él. Percibiendo así la dureza entre ambos—. Mi ángel. Mi locura. Eres dueña de mis pensamientos, de mis latidos, del aire que respiro.

—Eso es suficiente para mí —sonrió con ternura, acunando una mejilla de Steve—. No necesito que lo declares a los demás. Sólo demuéstramelo cada día. A mí.

<<Demuéstramelo>>. 

Lo haría de todas las formas posibles. Sí. Lo haría.

—Lo prometo, mi niña.

—Entonces, sé que lo harás —colocó las palmas de sus manos en el pecho desnudo del hombre y de un movimiento, lo hizo rodar para que quedara sobre su espalda—. No sabía que se hacían regalos entre los novios. Pero creo que puedo corresponder al que me acabas de dar —ronroneó provocativa—. Aunque debo decirte que nunca he hecho algo así.

Su sonrojo sólo encendió más al hombre, imaginando las intenciones de la joven.

—Aurora, no tienes que hacerlo si no quieres —aunque deseaba desesperadamente ver esa boca rodear su verga. 

—Pero sí quiero... —lamió sus labios. 

Encontró el camino entre los relieves musculosos de Steve, dejando su rastro en cada tramo.

Besó, lamió y mordió los pectorales duros, apretando entre sus dientes los pequeños pezones. Continuó pasando la punta de su lengua por los cuadrados abdominales que se tensionaron ante su tacto, llegando a su destino, que la esperaba alzado y amenazante.

Se ubicó entre las fuertes piernas y con mirada ansiosa y hambrienta, sujetó con su mano la virilidad caliente, agrandada y endurecida de Steve. No sabía si tamaña grandeza le entraría en la boca, pero las ganas de comerlo la tenían eufórica. 

Sería la primera vez que tendría un miembro en su boca y se sentía atraída por esa idea. 

Elevó sus ojos hacia los de su prometido, que la contemplaba expectante, con la respiración entrecortada. 

Su nuez se movió de manera brusca al tragar nervioso y el poder que sintió irradiar en ella la colmó de satisfacción.

Primero jugó con su lengua por toda la longitud y grosor de la polla, recorriéndola, descubriéndola, saboreándola. La punta húmeda por el líquido preseminal fue lamida con lentitud, descubriendo su sabor, justo antes de ser engullida por la boca de cereza.

Los roles estaban invertidos. Eran las manos de Steve las que se prendían del cabello dorado, imprimiendo el pulso de la danza, acompañado por su cadera, que elevaba para estrellar más hondo su sexo en la garganta de la joven. 

Los ruidos de succión eran violentos, vibrantes y eróticos. Tuvo que romper el enlace con los orbes ambarinos para echar su cabeza hacia atrás.

Pero duró unos segundos, porque no podía, no quería, perderse la imagen de Aurora comiéndolo.

—Así... —jadeó—. Bien adentro mi niña.

Obedeció, tragando más la potente polla.

Subía y bajaba. No dejaba de explorar todo lo que podía provocar con su lengua. 

Raspaba sutilmente con sus dientes la sensible carne de su glande, ganándose gruñidos desaforados y un férreo agarre en sus cabellos, para regresar a tragar todo lo máximo que le cupiera.

Estaba como loca. Su propio cuerpo respondía a los estímulos, sintiendo su entrepierna en peor estado que cuando su orgasmo la había empapado. Y la visión de Steve, cuyos ojos estaban oscurecidos y sus músculos tensionados apretando su mandíbula, hacía hervir su sangre como lava. Vibraba y sus pechos le pesaban.

—Aurora... —su garganta seca apenas logró soltar un hilo de voz—. Voy a correrme, apártate.

Por respuesta, la predadora se aferró más a su carne sin compasión.

El jadeo largo y gutural acompañó su espasmo demoledor, sintiéndose derramar en ella, que tomó todo de él.

Dio dos perezosas embestidas más antes de aflojar toda su entidad, liberando las gotas finales de su esencia.

—Mierda Aurora, eso estuvo caliente.

Las gotas de sudor rodaban por su frente. 

—¿Lo hice bien? —cuestionaba limpiando sus comisuras con una sonrisa tímida y sus mejillas arreboladas. Recostó su cuerpo por encima del de Steve, que la recibió rodeándola con sus brazos, asimilándola a su organismo—. Espero haber sido tan buena como otras.

—Mi niña —besó su frente y apretó más el abrazo—. Yo no dejaba que mis amantes hicieran eso. —Aurora apoyó su barbilla en el pectoral, abriendo sus ojos ante esa confesión—. Me hace sentir un estado de vulnerabilidad indeseado. Sí lo hacía en mi juventud. He hecho prácticamente de todo con las mujeres —rio entre dientes cuando ella entornó sus párpados—. Pero después, ya sabes, me resultaba difícil ceder el control de esa manera.

—Steve... —besó su mentón y escondió su rostro contra su cuello—. Gracias por confiar en mí.

—Amor mío, al igual que tú, yo también confío en ti totalmente. Te he entregado mi corazón. Ese que encontraste oxidado y abandonado en mi pecho —rodó, haciéndola caer al colchón para quedar atrapada por su cuerpo, con una nueva erección que empujó hacia la muchacha—. Por cierto, tampoco he dado placer oral a mujeres desde la universidad. Demasiado íntimo—. Otra colisión con su pelvis—. Futura señora Sharpe, ¿dispuesta para otra ronda?

—Siempre.


N/A: 

Para evitar un capítulo algo extenso, lo dividí en dos partes, pero no podía dejar que se fueran sin compartir días felices.

Espero sus comentarios y estrellitas.

Gracias por leer, Demonios!


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