47. Aliados

47. Aliados.

Las llamas eran aplacadas gracias a los aspersores de líquido que combatían lentamente el infierno en que se había transformado la mansión. Quedaba poco en pie de los pisos superiores, pero el sótano era blindado, y secreto. Steve había logrado llegar hasta allí antes de la detonación, desde donde acababa de cancelar el sistema antiincendios.

Estaba vivo gracias a Aurora. Ese último abrazo fue mucho más que una despedida. 

Al parecer, los extraños asesinos no estaban al tanto de los poderes de curación de ella sobre otros a través del contacto físico. Había sanado casi por completo. 

Todavía tenía marcas en la cara y ahora le dolía la cabeza por el posterior golpe en la nuca.

Aurora confío en que podría salvar a Steve. Ahora, era su turno. Pero no podría hacerlo solo. Enderezó todo su metro noventa y dos y comenzó a prepararse.

Tomó dos mochilas grandes y las colocó sobre la mesa ubicada en el centro de la sala de armas. Las llenó con chaleco antibalas, aunque, como comprobó con los cristales blindados, las municiones de los mercenarios eran altamente destructivas. Esperaba que al menos pudieran salvarle de un contacto cercano. Capturó también rifles, armas cortas, cuchillos, auriculares intercomunicadores, granadas, cargadores. Todo lo que había en la habitación. 

Se cambió de ropa por algo táctico, de color negro, completando el atuendo con botas de combate.

Se detuvo ante uno de los estantes que resguardaba una provisión especial de balas. Aquellas marcadas con las iniciales A.C. Tomó un cargador vacío y posicionó las municiones hasta completar la carga y lo guardó en uno de los bolsillos laterales del pantalón. 

La inercia de la costumbre lo hizo marcar la clave para abrir el cajón donde guardaba su reloj Chopard, accediendo a él. Lo tomó, pero se detuvo en el acto. 

No. 

No era un encargo ni un trabajo. Era su vida y la de la mujer que amaba. Si algo le pasaba y no volvía con pulso, deseaba que ella se lo quedara.

Un tonto sentimentalismo que adjudicaba a los nuevos sentimientos que su corazón abarcaba. No le importaba. 

Pensar que algo significativo de él quedaría en ella le dio cierta calma.

Lo dejó sobre la mesa y abandonó su refugio.


Caminó rápido entre las ruinas de la casa, pisando los restos de charcos y esquivando los obstáculos que minutos antes habían sido parte de su decoración. Algunos muebles que habían sido lamidos por el fuego antes de su derrota contra el agua estaban negros y carbonizados. Nada de eso le importaba. No era nada. Su fría y vacía propiedad nunca había sido un hogar. 

Hasta que Aurora trajo con ella la vida que tanto necesitaba.

La necesitaba. Debía salvarla.

Miró hacia arriba entrecerrando sus ojos, al agujero que quedó de lo que había sido su dormitorio. Los restos de sus pertenencias estaban esparcidos entre los escombros en la planta baja, destruidos e inundados.

Debía decidir cómo accionar a continuación. 

Tendría que ir solo a pelear una guerra desigual. 

Entonces, su pie pateó una pequeña piedra amarilla que estaba en el suelo húmedo, llamando su atención hacia abajo. 

La levantó. Sus ojos fríos como témpanos brillaron. 

Sabía a quién recurrir.

Fue al garaje y tomó en esa ocasión el Audi TT gris oscuro. Cargó las dos mochilas en la cajuela y se dirigió a la casa de Andrew, quien se había quedado con el BMW blindado después de deshacerse de las muestras de sangre y que sería más adecuado para la misión que tenía por delante. 

Además, necesitaría alguien que condujera para escapar, en caso de que él no sobreviviera. No creía que Aurora supiera hacerlo.

***

Cuando Andrew lo vio en el marco de la puerta de entrada de su casa, Steve no le dio tiempo a reaccionar. Prácticamente lo arrastró con la ropa con la que estaba durmiendo al vehículo de tres siglas y lo puso en control de la máquina, mientras le explicaba lo ocurrido, obviando los detalles sobre el origen de la joven y el Proyecto Hércules.

Andrew no comprendía nada. Sólo sabía las habilidades de sanación de Aurora y eso no era motivo para ser blanco por un grupo comando. Pero conocía lo suficiente a su jefe para callarse los cuestionamientos innecesarios.

—Tenemos que ir a un lugar más, antes de salvar a Aurora.

—¿A dónde señor?

—A buscar un aliado.

***

Observaba a su presa inconsciente, maniatada por la espalda. Sus tobillos también estaban sujetos. En su mano sostenía la capucha negra que le colocarían cuando estuvieran por llegar.

Mark y él la custodiaban desde su puesto en el compartimento de la camioneta. Doyle estaba de copiloto, observando cada tanto hacia atrás, mientras que el conductor, el cuarto sobreviviente, los trasladaba sin demora al cuartel general.

Ninguno podía negar que tenía una belleza abrumadora, aunque él no se dejara impresionar. No cedía a las tentaciones carnales. Eso no significaba que no admitiera que el doctor Tasukete había hecho un trabajo extraordinario en la creación de la criatura. 

Y con respecto al sedante, debía reconocer que fue una ayuda necesaria. Ya no sentían el efecto del suero y la fuerza y agilidad de la joven lo habían impresionado. Pocas cosas lo hacían. 

Unos minutos más y no hubieran salido victoriosos de la misión. De hecho, habían perdido a dos de sus hombres, aunque ella no había sido la responsable, sino el hombre que la acompañaba. 

Ese hombre, sin ningún refuerzo, había demostrado ser muy peligroso y el error del capitán había sido desestimar al joven multimillonario, considerándolo un simple pusilánime. La mutante fácilmente podría haber sometido al resto del equipo si no hubieran usado al hombre para amenazarla y controlarla. 

Una debilidad. 

Sonrió con sorna. 

<<Estúpida>>.

Es por eso que nunca podría ser una verdadera máquina de guerra. Los sentimientos convierten a los soldados en muchachitas lloronas.

Mark se arrodilló al lado de Aurora. Siguiendo un impulso, pasó una de sus manos por la pierna torneada hasta llegar a su firme y plano vientre. Siguió la línea definida acariciando la piel desnuda al tener la camiseta algo levantada. Estuvo tentado de adentrar su mano y alcanzar la gloria de sus generosos senos.

Cale no decía nada.

—Señor, ¿qué tiene pensado hacer con ella después de que nos de su sangre?

El negro hombretón entornó sus párpados, sopesando revelarle los siguientes pasos a su subalterno.

—El doctor Green y el doctor Hennessy tomarán óvulos para engendrar a la próxima generación de súper soldados.

—¿Y después?

—Dependerá.

—¿De qué?

—De ella. Si comprende cuál es su propósito, se nos unirá.

—¿Y si no lo acepta?

—Será destruida.

—Sería un desperdicio.

—Puedes jugar con ella. —El tono era de evidente desagrado. No era un violador. Pero conocía lo conveniente de dejar a sus soldados contentos cediéndoles cada tanto algún hueso que roer. Y el platinado era conocido por sus conquistas—. Haz lo que quieras, si es que se deja abrir de piernas.

—Puedo usar el sedante. Aunque no sería igual de satisfactorio. Mejor, el suero en mí. No podrá enfrentarme.

Cameron no lo creía así. Se encogió de hombros. Mientras no perdiera a otro soldado, que hiciera lo que deseara con la muchacha.

***

Webb pensaba en lo que debería hacer a continuación. Sabía que debía avisar lo que estaba sucediendo a Sharpe, por lo que maldecía no tener consigo el expediente con sus datos. El tiempo apremiaba y él se condenaba a desperdiciar minutos yendo a su casa a buscar un puto número de teléfono, porque siendo tan tarde, no habría nadie en las oficinas que pudiera proveerle esa información de manera inmediata.

Quería creer que no era nada. Pero eso era una insensatez.

El miedo en los ojos de Aurora, la sospecha de que alguien podría ir a buscarla que motivara a tener un plan de escape y luego dos extraños revisando el barco en el que ella estuvo encerrada. Los mismos dos extraños, suponía, que habían ido el día anterior a las oficinas del FBI para averiguar sobre una mujer misteriosa a la que llamaban Shiroi Akuma y temían como al Diablo. ¿Quiénes serían esos hombre? Y, ¿qué querrían con Aurora?

Le prevendría enseguida en un mensaje si no respondía a su llamado. Y si no, mañana iría a la residencia de Sharpe para informarle de todo. 

Llegó a su casa durante estas reflexiones. Estacionó en la acera, frente a la entrada y descendió a la carrera. 

Subió de dos zancadas los peldaños de la escalinata de su entrada, cuando de repente, un ruido detrás de unos matorrales lo sobresaltó. Bajó de un salto y se volteó para enfrentarse al punto de origen sacando el arma de su estuche, apuntándola hacia el suelo. Pero una voz lo frenó. No la pudo identificar hasta que la sombra salió a la luz de los faroles.

—¡Sharpe! —volvió a enfundar el arma—. ¿Qué hace aquí?

Al ver el estado en que se encontraba Steve Sharpe, se congeló. Estaba herido en la cara y parecía agotado. Caminaba hacia él. Se tuvo que apoyar en una de las columnas de la casa de Chris.

—Pero que mierd...

—¿Puedo pasar?

El agente tardó en comprender. Reaccionó subiendo de un salto la escalinata. Respondió abriendo la puerta y se hizo a un lado para dejar pasar al visitante nocturno.

—Sí, claro. ¿Qué carajos pasó? —comenzó a preocuparse—. ¿Y Aurora?

—Se la llevaron.

—¿Qué? ¿Quiénes?

Creía saber la respuesta. Debió haberse dado cuenta antes o conducir directamente a la mansión cuando las sospechas se intensificaron. Se sentía morir de la culpa.

—Necesito que me ayudes.

—Por supuesto. Puedo armar un grupo de respuesta del FBI en cuestión de minutos.

—No, nada de policías o federales. Sólo tú y yo.

—¿De qué hablas?

—¡Mierda Webb! No necesito un burócrata. Sé que fuiste soldado. Necesito al hombre de acción. No sé qué le harán.

Chris no reconocía al Steve Sharpe que tenía delante suyo. 

El hombre al que había visto en una sola oportunidad había sido frío y arrogante. Este era un hombre deshecho. 

Comenzó a reaccionar pasando su mano por su nuca. Necesitaba ordenar sus ideas y saber más sobre lo que estaba pasando.

—Steve, necesito que me digas qué ocurrió —se dirigió al dormitorio en la planta alta—. Cuéntame mientras me cambio de ropa —gritó desde la distancia.

Steve detallaba paso a paso todo lo ocurrido, tirando de sus cabellos rubios oscuros al peinárselos hacia atrás en un gesto de angustia. Caminaba dando vueltas como un animal salvaje en encierro por la sala de estar del primer piso, sabiendo que el agente lo escuchaba desde arriba.

No sólo le compartió sobre esa noche. Le habló de casi todo lo relacionado con Aurora, obviando su corta vida o su mutante y acelerado desarrollo, que no venían al caso —sería exigir el límite de lo increíble—. Sí mencionó lo que podía hacer y lo que Quirón y específicamente el Proyecto Hércules podría buscar con ella. También aclaró que estaba seguro de que eran los responsables del asesinato de su madre.

Chris, por su parte, hacía algunas preguntas. No podía creer lo que escuchaba. Cuando Steve le explicó de su poder para sanarse y sanar a otros, encontró la pieza faltante de su rompecabezas y comprendió que había tenido a un real Highlander a un suspiro de distancia. 

Tocó su rostro y supo por qué ya no le dolía la cabeza. Ella le había dado un regalo. No sólo el de la calidez de su tacto. También el de liberarlo de su tortura constante, como si hubiera leído en él el padecimiento permanente al que vivía sometido. 

Los pasos de Steve, a la espera del agente, eran frenéticos a pesar de que todavía tenía el cuerpo dolorido, y al mismo tiempo que detallaba lo que creía relevante, descubrió el archivo que Webb mantenía de él y de Aurora sobre la mesa redonda del comedor. 

Dos fotografías resaltaban. 

La primera, parecía haber sido sostenida infinidad de veces. Era la que Aurora lucía como una divinidad. No le costó imaginar cuántas veces las manos del dueño de la casa habrían acariciado la imagen. 

O el motivo.

La segunda que observó, le removió las entrañas.

Ella estaba llorando, deshecha en Central Park, mientras un puto Steve la abandonaba sin compasión.

Ver su rostro de esa forma, cuando se había negado a hacerlo en aquella ocasión, sumó una carga más a su espalda. No quería imaginar cómo estaría en esos momentos, sola, atrapada, creyéndolo muerto y desesperada.


Cuando terminó de vestirse, con ropa negra de combate como Steve, descendió las escaleras con prisa, deteniéndose al ver a Sharpe concentrado en algo. Siguió la vista del hombre y supo lo que lo tenía atrapado.

Carraspeó, llamando su atención y cuando los profundos ojos azules se posaron en él, sosteniendo una fotografía en la mano, sintió el rubor ascender hasta sus orejas.

—Suelo traer trabajo a casa. Pienso mejor aquí y así descubrí quién eras —se acercó para recuperar los documentos y los regresó al interior de la carpeta de papel madera—. Tu reloj Chopard era visible en una de ellas.

Era una excusa con verdad a medias.

Steve no hizo ningún comentario, lo que el castaño agradeció mentalmente.

Recuperado su temple, tomó su arma y su identificación. La voz de Steve lo detuvo.

—No la necesitarás. No vamos en nombre de la ley. Y a ellos no les interesa. Tirarán a matar. ¿Estás preparado?

Chris lo contempló. Recordaba cuando pensó, al conocer a Aurora, que por ella iría al infierno. Realmente lo estaba haciendo. Aunque ella no tuviera idea de sus sentimientos. Nadie más que él. Y se pateó por ser un ingenuo romántico que se había enamorado a primera vista de alguien inalcanzable.

—Necesitaremos armamento.

Fue hasta un mueble cerrado con llave. Tomó el pequeño elemento que abría la cerradura de entre uno de los libros del estante inferior. Al abrir el compartimento, se descubrieron varias armas: cortas, largas, municiones, miras... capturó todo lo que tenía y lo metió en un bolso militar.

—Sí, las necesitaremos. Pero estas no son suficientes. Además, las tuyas están registradas. Yo no dejo rastros.

Chris podía asegurar eso. Salvo una firma adrede.

Se dirigieron al coche estacionado del otro lado de la acera, donde aguardaba Andrew a oscuras. Abrieron el maletero y lo que Chris encontró en su interior, lo dejó estupefacto. Allí dentro había un pequeño arsenal. Fusiles, armas cortas, cuchillos, granadas.

—Ahora nos estamos entendiendo. —Steve cerró la portezuela—. ¿A dónde vamos?

—A los Laboratorios Quirón. Debemos ser rápidos y aprovechar el factor sorpresa. Ellos creen que estoy muerto. Esa es nuestra ventaja. Estarán ocupados con Aurora.

—Haciendo lo que sea que le hagan.

—Haciendo lo que sea que le hagan —repitió mecánicamente Steve. Un escalofrío recorrió su columna. No quería ni pensar qué estarían haciéndole.

—Andrew nos conducirá hasta las cercanías y luego esperará a que salgamos.

—Señor Sharpe... —agregó el recién mencionado—. Yo puedo ayudar. Déjeme ayudar a la señorita Aurora.

—Lo estás haciendo Andrew. Nosotros trataremos de hacer lo posible por sacarla. Cuando lo logremos, debes llevártela inmediatamente a algún lugar seguro. Lejos de aquí. Ella tiene memorizado todos los códigos de acceso de cuentas bancarias. No te preocupes por nosotros. Y Andrew —enfocó sus orbes en los negros de su oyente—. Quiero que le des mi reloj a Aurora.

—Sí señor —aceptó a desgana, haciéndosele un nudo en la garganta. No quería ni pensar en todo lo mal que pudiera salir lo que estaban por hacer. 

Era un grupo de mercenarios profesionales, hasta donde él sabía, contra dos hombres. Sí, entrenados para matar, pero sólo dos hombres.

***

Recuperó poco a poco la consciencia durante el viaje en la camioneta. Se sentía confundida y con los sentidos embotados. Una nueva sensación para ella, que ni siquiera los dardos tranquilizantes en Japón habían hecho efecto de manera tan fulminante. 

No tenía idea cuánto tiempo había estado dormida. Le habían sujetado las muñecas y los tobillos con precintos y le habían cubierto la cabeza con un saco negro que no le permitía distinguir a su alrededor. 

Probó disimuladamente su resistencia. Estaba segura de que podría romperlas, pero estaba rodeada por los hombres que los habían atacado en su casa. Esos hombres no eran normales. Su fuerza y resistencia se asemejaban a las de ella, por lo que no podría dominarlos a todos para escapar. 

Imaginaba que estarían yendo a los Laboratorios Quirón. Eso la ponía nerviosa, pero sabía que debía concentrarse en los siguientes pasos. Eso no evitaba que pensara qué es lo que querían con ella. 

O en Steve. 

Se sentía derrotada. 

Él hizo lo imposible por salvarla y ella, en lugar de corresponderle y que su sacrificio hubiera valido la pena, se entregó para evitar que lo mataran y no sirvió de nada. Lo asesinaron igual. 

Recordó al Dr. T y lo que ella había tenido que hacer para salvarlo aunque al final, tampoco lo había logrado. La historia se repetía.

Estaba destrozada y tuvo que hacer un esfuerzo colosal para no comenzar a llorar. No era el momento de lamentaciones.

No tardaron mucho más en detenerse. 

Unas manos fuertes sujetaron sus piernas antes de liberarla de las ataduras sobre sus tobillos. Enseguida, esas manos junto a otras, la agarraron de los brazos, guiando sus pasos.

Cuando bajaron de la camioneta no percibió ruido de tránsito. Sólo silencio, por lo que dedujo que estaban aislados. 

Volvían a su mente las últimas palabras del doctor Tasukete. No había podido escapar del Centauro, terminando justamente entre sus patas.

La llevaron caminando por los pasillos. La tenue luz artificial se colaba apenas entre las hebras de la tela, pero no era suficiente para poder percibir dónde estaba. 

Por eso, se concentraba en sus otros sentidos. Seguía con atención cada vuelta aunque no pudiera ver y memorizaba los códigos de acceso de cada puerta con el sonido de las tecla. En cuanto pudiera, volvería sobre sus pasos para escapar. 

Escuchaba nuevas voces, respondiendo como soldados ante indicaciones del hombre a su derecha cuya voz tronaba con autoridad. 

Iba contando cuántos obstáculos humanos debería superar en su huida. 

Ya alcanzaba la decena.

No había aprendido nada de ello y sin embargo, ese instinto natural afloraba en ella. Realmente, había sido creada para ser un arma, un soldado. Y aunque no creía poder superar a todos esos asesinos, no dejaría de intentarlo. Preferiría morir que volver a ser prisionera de alguien.

No claudicaría.


Se detuvieron y la sentaron en una silla, quitándole la máscara. Parpadeó varias veces para acomodar su vista.

Se halló frente a un gran escritorio delante de un ventanal que mostraba la oscuridad exterior. Era un despacho muy elegante y amplio, con un enorme mueble a un lado, con estantes cargados de libros de ciencias y en el centro, dos compuertas cerradas.

Un hombre de traje y entrado en años se hallaba delante de ella. 

Percibió movimiento detrás suyo. La gran figura del hombre de piel negra y porte militar se posicionó junto al primero, contemplándola con ojos de oscuridad profunda. 

Fríos y muertos. 

Se percató que se veían diferentes. 

Sus iris ya no tenían las esquirlas de oro que encontró cuando los atacaron en la casa. Algo había cambiado.

El otro hombre que la había escoltado y con quien ella se había enfrentado, permanecía detrás suyo. No necesitaba voltear para saber que afuera había más sujetos aguardando.

—Hola señorita. Soy...

—El Dr. Johann Meyer.

Lo reconoció enseguida de los artículos científicos que había leído cuando investigaba sobre el Dr. Tasukete. Se trataba del dueño de las Industrias Quirón. El que había mandado matar a Audrey Callen. 

Al Dr. T. 

Y ahora, a Steve.

—Y el Capitán Cale Cameron, presumo —arriesgó.

Este último apenas parpadeó como único gesto de sorpresa.

—Así es. Imagino que Masao le debe haber contado sobre nosotros. —Aurora no lo desmintió. Era preferible que no descubriera de dónde había obtenido la información—. Sabrá entonces lo que buscamos con usted.

—El Proyecto Hércules.

—¡Exacto! Veo que ha sido bien aleccionada.

—Lo suficiente para comprender lo que desean de mí —blofeó, pues no estaba segura del propósito real—. Y puedo asegurarle que nunca lo obtendrán.

—Ya veremos... ehmm... lo siento, pero no sé su nombre.

—Y seguirá sin saberlo.

—Veo que piensa que somos su enemigo —con una sonrisa maliciosa agregó—. Si no le importa, la llamaré Shiroi Akuma.

Los ojos de Aurora brillaron de rabia y desconcierto ante el conocimiento de dicha referencia sobre ella. Le respondió con desprecio.

—No veo cómo podría pensar otra cosa, habiendo atacado mi casa y matado al hombre que amo. Y al Doctor Masao. Y no olvidemos a la madre de Steve —entrecerró sus ojos con suspicacia—. Y supongo que también se encontrará la doctora Lucy Kane entre sus créditos.

Meyer se sorprendió, aunque enseguida se repuso, manteniendo una postura compungida.

Cale, por el contrario, había cruzado sus brazos sobre su pecho, analizando a su adversaria.

—Sí, lamento eso. Lo del doctor Tasukete fue un triste accidente. No era lo que pretendíamos. Pero con los Sharpe y la Dr. Kane fue necesario. Verá, lo que hacemos aquí es demasiado importante como para que alguien interfiera —hizo una pausa para inspeccionar a la hermosa muchacha—. Usted es demasiado importante. Bueno, obviamente, está al tanto de ello.

Se interrumpió. Algo llamó la atención del Dr. Meyer, que dirigió su atención atrás de la joven, mientras que Cameron no le quitaba la vista de encima. Ambos se batían en un duelo visual que destilaba rabia, encendiendo sus orbes dorados.

Su campo de visión fue obstruida por una alta y delgada figura vestida con una bata blanca de laboratorio. Alzó su vista para encontrarse con un hombre de unos sesenta años, canoso y bien parecido, que la contemplaba con asombro desde detrás de unos lentes. En la tela, leyó el nombre de Dr. H. Green

Johann retomó la palabra.

—Señorita, quiero presentarle al Dr. Hank Green.

Ella reconoció el nombre enseguida como el autor de uno de los libros sobre genética que había leído en la casa del Dr. T.

El Dr. Meyer continuó con la presentación.

—Él era el estimable amigo del Dr. Tasukete. Su colaborador en el Proyecto Hércules. El proyecto que le dio vida a usted. Se podría decir que el Dr. Green es como su tío.

La cara de confusión que tenía Aurora encantó al dueño de Quirón.

—Parece confundida. ¿Masao no le contó sobre su mejor amigo? ¿O acaso es que no esperaba verlo aquí, con nosotros?

Había dado en el blanco. No era desconocido para ella la relación de amistad entre los científicos, pero verlo acompañando a la pareja maquiavélica fue duro para ella. Masao no había reaccionado con rencor o dolor al mencionarlo. Sólo tristeza por una amistad lejana.

—Doctor Green... por favor, no me diga que usted... —sus ojos se empañaron.

—¿Traicionó a su mejor amigo? —El ruido de la carcajada de Meyer fue un golpe contundente para la muchacha—. No dudó dos minutos en delatar a Masao la noche que escapó... con usted. O cuando hace unos meses recibió un mensaje anunciando que lo había logrado. Que la había creado. Tras diez años en una cámara acelerando su proceso. Un maldito genio.

Tal como ella lo había supuesto.

—¿Por qué? —Sus labios temblaban.

—Por dinero, ambición, renombre... envidia, ¿por qué otra cosa? —respondió en aquella ocasión, Cale, con desagrado, cambiando por primera vez el foco de su atención hacia el científico, que le respondió con una mueca en los labios.

El aludido trató de justificarse, hablando con suavidad y remordimiento.

—Sólo quería que recapacitara y continuara con nuestra labor. A la que le hemos dedicado nuestra vida profesional por completo. Nunca pensé que... —no pudo continuar.

—¿Que su traición acarrearía su muerte? Usted es tan culpable como el que haló el gatillo. —El estruendo previo a la explosión se repitió en su memoria y todo el miedo y dolor vivido se anudó en su pecho—. Apagó la vida de un buen hombre que sólo quería ayudar a otros.

—Masao quería más que eso —retomó el discurso el mayor de todos—. Quería la superación humana. Crear seres invencibles, superdotados, poderosos. Mejorados. Para combatir. Soldados superiores. Y nos dio a usted. No era ningún santo. Sus manos también estaban manchadas de sangre.

Sacudió su cabeza, negando lo que escuchaba. 

Si era cierto todo eso, al menos, Masao se había arrepentido, como supuso Steve y por eso informó de todo a Audrey Callen. Para expiar algo de culpa.

—Prefiero morir que volverme como ustedes. Una asesina.

—No somos asesinos, señorita —articuló despacio y con resentimiento Cameron—. Estamos creando un nuevo orden y todo aquel que se interponga, es el enemigo. Y al enemigo se lo destruye —acortó la distancia hacia Aurora—. Usted nos ayudará, quiera o no. Después, si quiere, la dejaré morir.

Lo escupió. Nunca en su vida había hecho algo semejante, pero su reacción fue involuntaria al bullir en ella la furia e impotencia. 

No se amedrentaría como había hecho con Arata. Ya no era la misma niña ingenua y temerosa.

Una fuerte bofetada le hizo girar la cara a un lado, partiéndole el labio. Despacio, se irguió, devolviéndole el golpe con una mirada cargada de rencor y lamiendo la sangre, sintiendo el sabor metálico en su boca, al tiempo que la suave luz dorada curaba su herida en un segundo.

Aunque no era una sorpresa, no pudieron evitar contener la respiración al atestiguar en primera persona lo que aquella muchacha podía hacer sin la aplicación de una fórmula mágica. 

—¡Cameron! —protestó Hank una vez repuesto—. No más. No. Ella es inocente, única y especial —giró hacia ella, para enfrentarla—. Por favor, señorita, no más muertes. Sólo ayúdenos. Sólo queremos un mundo mejor. Sin corrupción, sin enfermedades, dominado por hombres y mujeres superiores.

—Dr. Green —susurró. Una lágrima rodó por su mejilla—. No es la manera. No es lo que hubiera deseado el Dr. T. Por favor. Acabe con esto. Se lo suplico. Hágalo por él. Ayúdeme a escapar.

Negó moviendo su cabellera entrecana. Se arrodilló y tomó la barbilla de Aurora, recorriendo su rostro con la mirada.

—Te pareces un poco a ella. —Aurora abrió sus ojos y sintió su corazón voltearse. No tuvo que darle voz a sus preguntas sobre su madre, porque el doctor prosiguió, hipnotizado cuando la vio morderse el labio inferior—. Tienes el mismo gesto que tu madre. Tu boca es más carnosa, pero tiene una forma similar. Aunque eres mucho más hermosa que ella.

No pudo contener el llanto y la humedad corrió por sus mejillas.

—¿Usted la conoció?

Asintió.

—¿Quisiera verla? —preguntó de forma socarrona el Dr. Meyer.

Sin esperar respuesta, se acercó al mueble que dominaba la pared a un lado y deslizó las dos puertas en sentido opuesto, dejando a la vista varias pantallas que mostraban las imágenes de cámaras de seguridad y en el centro, un televisor, que encendió.

La imagen había estado esperando ser revelada. Y el doctor presionó una tecla que inició la grabación.

—Esto es del día que ella falleció. Espero que no sea impresionable.

Lo primero que apareció, fue el rostro serio y firme de una mujer atractiva y atlética, de bellos ojos color miel y cabello rubio cenizo.

—Ella, es Olivia Woods. Tu madre.

En silencio, todos fueron espectadores del último destino de la soldado. El abrazo final de Masao y la extraña mirada entre ambos.

Volvía a apretar su labio entre sus dientes, tratando de contener los sollozos. Sus ojos buscaron los de Hank, que parecía no poder conectar con los suyos, bajando la vista.

Meyer fue el que rompió el trance al hablar.

—Y ahora, Shiroi Akuma, o señorita Woods, usted nos dará el último paso.

—No lo haré.

—No tiene opción —refutó Cameron. 

Elevó sus ojos a su camarada Brendan y antes que Aurora supiera lo que iba a ocurrir, un nuevo pinchazo en su cuello la noqueó. Para evitar que cayera de bruces al suelo, el mismo Brendan la mantuvo sentada con una de sus manos al hombro.

—Cubre su cabeza otra vez y llévala junto con el Dr. Green y el Dr. Hennessy a su primer procedimiento. Enseguida iré yo también. Debo cumplir con mi parte.

Acató la orden con un movimiento de cabeza. Todos sabían lo que seguía a continuación y las tareas que cada uno debía realizar.

Sacó su cuchillo de combate y cortó la ligadura plástica que rodeaba sus muñecas. Con un ágil movimiento, Doyle cargó en sus brazos el ligero cuerpo de Aurora, después de haberle colocado la negra capucha.

Hank lo siguió en silencio y evidente ansiedad. 

Lo que tenía que hacer, nunca lo imaginó siendo un científico de investigación y no un ginecólogo.

***

Rowan movía su pie con nerviosismo, golpeando con la punta el suelo pulido del laboratorio. Tenía todo preparado para la intervención de la misteriosa mujer. Quería por fin verla y comprobar fehacientemente la concreción de lo imposible. El milagro hecho carne. 

No, ciencia fantástica hecha realidad.

Se puso de pie cuando escuchó los pasos acercándose. No pudo evitar sonreír al ver llegar a Doyle con el cuerpo laxo de Aurora. Su gesto mudó a uno de frustración al comprobar que su cabeza estaba oculta en una bolsa de tela negra.

—¿Por qué tiene la cabeza tapada?

—Cale es muy precavido —pasó a explicar Brendan, mientras la recostaba en la camilla apropiada—. No quiere que reconozca alguna posible salida en caso de que el sedante no actúe con fuerza en ella. 

El joven científico se sintió ofendido, pero no dijo nada. Para todos, el Dr. Green era el creador de ese tranquilizante, quien no había mostrado el menor interés en corregir a otros de su descarado hurto. 

<<Mejor. Si algo salía mal, que le echen la culpa al viejo>>.

Como si supiera lo que pensaba el irlandés, Hank cruzó la mirada con él, retándolo a protestar.

Doyle prosiguió tomando dos nuevos precintos y sujetó cada muñeca a un lado de las estructuras metálicas que hacían de barrera.

—¿Es necesario atarla? —indagó nuevamente Rowan. Por respuesta escuchó un bufido seguido de una risa entre dientes por parte de su colega.

—No tiene idea de lo que alguien como ella puede hacer. No ha visto nunca en qué los convierte el suero. —Hank no había visto en acción a Aurora, pero tenía experiencia con otros sujetos, incluyendo al grupo de Cale.

Era cierto. Rowan no lo había visto nunca y anhelaba ser testigo de ello.

—Cameron vendrá enseguida con su propia muestra —interrumpió el mercenario, sonriendo de lado, pensando en lo que tenía que ejecutar el moreno.

—Váyase Doyle, es mejor darle al menos, un poco de dignidad a la pobre muchacha, y evitemos demasiados ojos en ella en un momento tan vulnerable.

Doyle dudó, pero calculando que tendría un buen tiempo de efecto como había ocurrido en el viaje, se encogió de hombros y se marchó.

Una vez solos, iniciaron con su trabajo.

—Dr. Hennessy, por favor, quítele a la joven el pantalón y cúbrala con la tela azul de allí —señaló junto a la mesa donde descansaban los implementos a utilizar.

Rowan procedió a cumplir con la tarea. Una que no le desagradaba para nada. No podría verla a la cara, pero al menos, se deleitaría con lo que ocultaba la tela del pantalón. Con lentitud intencional, la desnudó de la cintura para abajo, rozando con sus dedos la suave piel dorada de la víctima, comprobando que esta no llevaba ropa interior. 

Sintió la excitación de forma inmediata y violenta ante el cuerpo escultural que tenía frente a él, por lo que agradecía que la bata de laboratorio ocultara en parte su evidencia pelviana.

—Listo doctor. 

Green se desplazó rodando sobre una silla, hasta posicionarse entre las piernas de Aurora con frialdad profesional, como si fuera una práctica habitual para él.

***

Se sentía en un mundo lejano, incapaz de tomar el control de la realidad. Quiso abrir sus ojos, pero estos le pesaban, obteniendo como resultado una rendija entre sus párpados. Percibía movimientos, voces guturales y un poco de luz en su oscuro encierro. La respiración era dificultosa debido a la tela que la cubría. 

Algo le molestó pero no identificaba con claridad dónde se hallaba la incomodidad. No reconocía su propio cuerpo. Hasta que poco a poco, sus sentidos localizaron la invasión en su intimidad. Pero no podía reaccionar. Era como si no estuviera en su organismo ni fuera dueña de sí misma. 

Abrió más sus ojos tratando de captar algunas imágenes sin comprender lo que tenía frente a ella. Una silueta se movía entre sus piernas. Quería gritar, pero de su garganta no salió sonido alguno, no tenía fuerzas y la oscuridad volvió a envolverla.

***

Se había preparado a conciencia y paso a paso, cumplió con su cometido.

Acaban de finalizar y Rowan había vuelto a vestir a Aurora, con mucha parsimonia, dejando que sus manos furtivas exploraran a profundidad lo máximo posible aquella figura.

Hank, ensimismado en sus pensamientos observaba lo que tenía en sus manos. Era lo necesario para iniciar una nueva generación de criaturas maravillosas y superdotadas. Pensó en Masao en ese momento, pero antes de sentirse atosigado por la culpa, desechó el recuerdo de su amigo.

El resonar de pasos firmes le anticipó la llegada de Cameron y ambos científicos se voltearon al escuchar su voz.

—Aquí tiene mi parte, Dr. Hennessy.

—¿Dr. Hennessy? ¿Por qué él? —cuestionó ofendido Hank.

—Porque él tuvo la idea. No usted.

Rowan sonrió con satisfacción hacia el mayor, sintiéndose vencedor en la contienda.

—Ahora, vaya a cumplir con su parte.

—Sí señor.

Capturó el recipiente que tenía el soldado e hizo lo mismo con la que Hank había dejado sobre la mesa, a un lado de la inconsciente dama. Le echó un último vistazo, lamentando no poder aprovechar más a la muchacha. Pero estaba seguro de que tendría otras oportunidades.

Sin más demora, partió a su propio laboratorio.

—Debo hacer una llamada, Dr. Green. Prepare a la criatura para la siguiente fase. Es hora de iniciar Titán. Doyle y Mark vendrán por ella para llevarla a la sala de los tanques, donde lo veré en media hora.

Antes que se marchara, el doctor lo detuvo.

—¿Quién va a ser el sujeto de prueba?

—Ningún sujeto de prueba. Yo seré el primero en recibir la sangre de ella.

—¡¿Está loco?! ¿No entendió nada de lo que le expliqué con respecto a la destrucción de ADN en cada prueba de la sangre de esta joven?

Cale aguardó un minuto antes de dar su contestación. Una contundente y sin posibilidad de reclamos.

—Yo seré el que se convertirá en un dios. Usted sólo debe hacerlo posible —girando sobre sus talones, abandonó el laboratorio.

—Está loco —farfulló.

Se levantó de su asiento. Necesitaría mucha cafeína para continuar.

***

El viaje, a pesar de haber excedido los límites de velocidad, les resultó eterno ante la desesperación de lo que podría estar ocurriendo. La mente les jugaba malas pasadas y los nervios los estaban volviendo locos.

Sólo cuando llegaron a un recóndito lugar en un bosque y Andrew aparcó el vehículo entre unos matorrales exhalaron de golpe, recordando lo que era respirar con cierta normalidad.

Sin hacer ruido al abrir y cerrar las puertas del vehículo, Steve y Chris descendieron al mismo tiempo para abrir la cajuela. 

—Ten Webb —susurró mientras le alcanzaba el equipamiento necesario—. Estaremos comunicados.

Se colocaron chalecos antibalas por encima de los chalecos militares y se colocaron intercomunicadores en los oídos.

Le alargó otro pequeño dispositivo que el agente no identificó.

—Colócatelo en el cuello del chaleco. Es un bloqueador de imagen. Lo necesitaremos para mantenerlos ciegos el tiempo necesario. No sabrán quiénes los atacan ni cuántos somos.

—Una ventaja considerable.

—Necesaria.

—¿Por qué no usaste uno de estos en tus reconocimientos? No hubiera podido tener ningún registro tuyo.

—Porque no podría saber el tiempo de respuesta en cuanto registraran una cámara fuera de funcionamiento. Eso hubiera llamado la atención —entrecerró sus ojos hacia el exmilitar—. No esperaba un agente tan persistente.

—¿Eso fue un cumplido?

—Tómalo como quieras.

Lo siguiente que capturó fueron explosivos con cronómetro. 

Chris lo miró incrédulo. Steve, que se dio cuenta, explicó.

—Debemos acabar con todo. No se puede saber lo que hacían allí. Lo que le hicieron a Aurora. Su origen.

—¿Cuánto tiempo tendremos?

—En cuanto las active, unos cinco minutos.

—¿Tú las activarás?

—Sí. Tú debes sacarla.

El exmilitar lo comprendió y movió la cabeza para dar a entender que estaba de acuerdo.

—¿Cuál es el plan para entrar?

—Tenía pensado improvisar.

—Fantástico.

Tomaron todo lo que pudieron cargar y caminaron cruzando el espeso follaje. Querían aprovechar las sombras y el refugio que les proporcionaba el ambiente.

Aún no amanecía. 

La luna menguante era su única iluminación.

Habían trotado lo más sigiloso posible hasta llegar al lindero del bosque. Desde donde estaban se veían las instalaciones. Hincaron una rodilla en el suelo para estudiar la situación y prepararse mentalmente. No conocían el terreno donde se desarrollaría aquel combate, lo que significaba que irían a ciegas. Y su instinto les decía que, a esos súper soldados, no sería sencillo sacarles palabra alguna que los guiara.


Los dos hombres sentían el pesado silencio, aunque sus mentes bulleran ruidosas e intempestivas, imaginando diferentes escenarios y respuestas a situaciones posibles. E imposibles.

Cada uno, desde su rincón prestos a iniciar una batalla de la que no se sentían victoriosos, sino desquiciados y suicidas, hacían acopio de cada gramo de control adquirido tras años de experiencia.

Sentían pasar los minutos con cada latido. Debían avanzar.

Cuando Chris estaba por levantarse y dar el primer paso, una fuerte mano lo sujetó del musculoso bíceps y la profunda y grave voz de Steve se manifestó. Volteó y lo sorprendió ver a un hombre que suplicaba una promesa con sus ojos.

—Chris, realmente te agradezco lo que haces.

Sus palabras sonaban sinceras.

—No lo hago por ti. Lo hago por ella.

—Lo sé. Sé muy bien por qué lo haces. Y te lo agradezco aún más.

Sacó algo de uno de los bolsillos y se lo entregó a Chris. 

Éste lo observó entre sorprendido y avergonzado. La piedra que le había regalado a Aurora. Levantó la mirada. Steve no parecía molesto, aun sabiendo lo que sentía por ella. Comprendió que por eso le había pedido su ayuda.

—Si algo sale mal, cuídala, por favor. Es lo más valioso que habrá jamás en este mundo.

—Lo haré.

—Prométemelo Webb.

—Lo prometo. La cuidaré con mi vida.

Aceptó su palabra y su mano en un apretón que cerraba mucho más que una alianza. 

Era la intensa seguridad de que su niña tendría otro mañana.


N/A: 

¡¡Steve vive!! Por ahora, jejejeje....

No se dan una idea cuántas vueltas le di a este capítulo esquivo. No quería salir. Espero que haya quedado bien.

Cada vez queda menos para el final... 

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Gracias por leer!

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