46. Acorralados
46. Acorralados.
Estaba por atardecer en la ciudad de Nueva York.
Sólo quedaban unos pocos agentes, además de Lara y él.
Efectivamente, había sido un día muy largo, como había predicho en la mañana. No habían avanzado mucho con el caso. Sólo amontonaban papeles con declaraciones y procedimientos.
Al menos, no tuvieron que lidiar con el agente Harrison y su sombra, porque se había ido con su cara de haber chupado un limón a reclamar el liderazgo del caso, pero no había vuelto.
Sí lograron ubicar a las muchachas americanas que habían sido vendidas recientemente. Algunas de ellas habían sido raptadas mientras que otras no tenían hogar o habían escapado del que tenían. Mañana seguirían con el trabajo.
Chris Webb no se dio cuenta de lo tarde que era hasta que levantó la vista de su escritorio y vio pasar a varios jóvenes agentes llevando alimentos a las muchachas que seguían aguardando en las salas.
Eso lo hizo reaccionar, descubriendo que él no había ingerido nada desde el mediodía y su estómago se lo hacía notar ruidosamente en ese momento al percibir el castigador olor de la comida. Inmediatamente comenzó a salivar como un perro.
Levantándose de su asiento, atrapó una de las bandejas que llevaban sus colegas.
—¡Hey!
—Lo siento amigo, pero este se queda conmigo.
—Es para las chicas rescatadas.
—¿Y tú no comes?
—Eh, pues sí, claro.
—Bueno, ahora no. Me quedo con tu comida. A cambio... —rebuscó en su bolsillo y sacó un billete—. Te pago una pizza. —El muchacho, sabiendo que no tenía caso renegar con un agente superior y de estampa tan imponente, aceptó el papel—. Y también me llevo otra porción.
Otra protesta que ignoró, alejándose con sus largas zancadas hacia una de las habitaciones donde resguardaban a las japonesas. Abrió la puerta y buscó con la mirada a Nomi. Con un gesto de la cabeza, le indicó que saliera y lo acompañara.
No se necesitaba traductor para comprender esa consigna y la adolescente se movió velozmente entre sus compañeras hasta hallarse junto al alto agente, con una enorme sonrisa en su rostro aniñado, a pesar de todo lo sufrido.
La sobrepasaba por mucho, debiendo inclinar la cabeza hacia atrás para poder conectar con sus grandes orbes de color azul claro y sonrisa amable. Aspiraba el aroma varonil que le resultaba reconfortante mientras lo seguía hacia otra habitación. Una más pequeña con una mesa y dos sillas.
Acató la indicación que la gran mano le daba para sentarse en una de ellas y enseguida lo tuvo a su lado cuando desplazó la otra.
El agente le entregó una pequeña caja de plástico que olía delicioso y lo miró.
—Come —abrió el envase para enseñarle su comida. Buscó en su bolsillo su smartphone y accedió al traductor. Tenía un mensaje que entregar.
Nomi tomó con sus pequeñas y delgadas manos la hamburguesa con queso y se la llevó a la boca con un gran mordisco. Observó cómo Chris dejaba entre ellos el aparato que permitía cierta comunicación mientras él mismo atacaba su comida. Entre bocado y bocado, escribía.
—Encontré a tu amiga. Shiroi Akuma. —Esperaba que la traducción fuera adecuada. Viendo cómo se iluminaban los ojos de Nomi, lo creyó así, por lo que prosiguió—. Está bien. Te envía un mensaje. No se ha olvidado de ti y que tratará de ayudarte. —La japonesa comenzó a sollozar, emocionada—. Te pide disculpas por no haberlo podido hacer antes, pero cuando trató de salvarte hace tres meses, la atraparon y la castigaron.
Cuando Nomi escuchó sobre intentar salvarla y que había sido atrapada, no lo comprendió, pero esas palabras la hicieron recordar algo sospechoso ocurrido el día anterior en las oficinas del FBI, lo que la alteró, hablando rápido en su idioma, preocupando a Chris, que no entendía qué le ocurría.
—Espera Nomi —usaba sus manos para tratar de calmarla—. No te entiendo —tomó su teléfono y se lo entregó, esperando que ella pudiera hacerse comprender. Pero no tenía una aplicación de audio y el teclado no tenía los ideogramas japoneses. O al menos, él no sabía cómo configurarlo—. Mierda. ¿Por qué me llevo tan mal con estas basuras? —Recuperó su aparato y tipeó rápidamente en el traductor y se lo mostró—. No te entiendo.
Resignada, la niña respiró profundo. Inmediatamente, inició una dramatización que de ser otra la situación, hubiera sido hilarante. Hacía gestos con las manos, dibujando por encima de su cabeza. Chris movía su cabeza confundido. Ella lo tomó de las manos y lo hizo ponerse de pie. Lo señalaba y hacía que escribía en un cuaderno. Lo señalaba una y otra vez.
—Sí, soy un agente —repetía.
Lo hizo en el traductor, pero ella negaba. Tomó la identificación de Chris y volvía a apoyar su dedo en el duro pecho y luego se señalaba a ella misma y apuntaba hacia la pared, lo que el hombre presumía, era en realidad hacia las muchachas rescatadas del otro lado. Luego pasaba su dedo por dentro de la boca, raspando el interior carnoso de sus mejillas y apretaba sus dedos contra la mesa, como si quisiera dejar sus huellas en la superficie.
Recordando lo que Lara le había contado, creyó comprender.
—¿¡Agentes de inmigración?! Dos hombres vinieron y hablaron con ustedes y les tomaron muestras y sus huellas —tradujo.
Se sentó, agotada, asintiendo con la cabeza y dando un resoplido.
—Shiroi Akuma —señaló otra vez hacia afuera, a sus jóvenes compañeras de desventuras. Simulaba hablar con alguien y preguntar por la rubia. Lo hizo varias veces, mirando a diferentes lugares, como si interrogara a mujeres invisibles—. Shiroi Akuma.
—¿Buscaban a Shiroi Akuma? —intentó Chris, sintiendo que el calor se le escapaba del cuerpo, helándole el corazón. Ella asintió otra vez—. ¿Por ese mismo nombre? —repitió el gesto.
No se percató que estaba en su escritorio de regreso de lo rápido que había salido de la sala, abandonando a Nomi allí. Descolgó su saco que estaba sobre el respaldo de su silla. Tomó su arma reglamentaria del cajón y se la colocó en el cinturón y caminó —casi corrió—, desesperado hasta el elevador.
Cuando las puertas de la gran caja metálica se abrieron, un hombre y una mujer con chalecos policiales de inmigración se cruzaron con el agente del FBI. Él ingresó al artefacto, distraídamente, perdido en sus preocupaciones.
Pero antes que se cerrara, detuvo el recorrido con la mano y salió apresurado.
Escuchó que los dos agentes preguntaban por él a uno de sus compañeros, sentado en su escritorio con cara agotada.
—Soy yo. ¿Quiénes son ustedes?
La alarma que se había activado con Nomi sonaba en su cabeza cada vez más fuerte. Ellos no cumplían con la descripción que le había proporcionado Lara.
Ella misma se estaba acercando ahora.
—Somos los oficiales de inmigración, oficial Barrios —señalando a su compañera—. Y oficial Jackson.
Ambos mostraron sus identificaciones.
—Lamentamos venir recién ahora. Los procesos en inmigración son lentos. Pero venimos a trasladar a las muchachas rescatadas del barco. Las llevaremos para comenzar con el trabajo de localización y de asilo.
—Sus compañeros vinieron el día de ayer a tomar sus huellas y muestras de ADN —indicó extrañada la agente Lara.
—Nadie ha tomado muestras de ADN. Nosotros somos los encargados del caso —se miraron confundidos.
Chris Webb ya no escuchó nada más. Estaba entrando nuevamente al ascensor. Algo realmente extraño y sospechoso estaba ocurriendo y su instinto le decía que esos hombres que habían ido con falsas identidades buscando a la joven de ojos dorados, quien había viajado en el barco de esclavas, eran peligrosos.
Buscaban a Aurora.
Ese era el miedo que vio en sus ojos el día que la conoció. El temor de que vinieran por ella.
Tenía que ir a confirmar sus sospechas. Subió a la camioneta oficial y condujo con velocidad, encendiendo las luces azules y rojas.
Si había gente buscando a Aurora, lo más probable es que siguieran su rastro empleando cualquier hilacha disponible. Si no pudieron conseguir algo de las chicas rescatadas, tal vez habrían ido al otro punto relacionado con la muchacha misteriosa.
Hacía allí se había dirigido.
Cuando el agente Chris Webb llegó al puerto, vislumbró la sombra de la nave en la oscuridad, y las luces que acompañaban el extremo de la planchada. Frenó el vehículo frente a los policías que custodiaban el Paradise. Estaba sudando.
Se bajó corriendo y se dirigió a los agentes.
No sabía si serían los mismos que hubieran estado montando guardia el día anterior, pero debía intentarlo.
—Necesito saber si alguien vino ayer u hoy.
Los dos hombres uniformados se miraron extrañados por el brusco llegar del agente del FBI. Uno de ellos respondió, despreocupadamente.
—Nosotros comenzamos la guardia hace un par de horas.
<<¡Mierda!>> pensó Webb.
—Pero podemos llamar a los que cumplieron el turno anterior —respondió el otro agente.
Chris Webb se animó.
—Háganlo, por favor. Es urgente.
Uno de ellos, notando el nerviosismo del agente, se alejó unos pasos para hacer la llamada. Demoró dos minutos antes de regresar.
—Entre ayer y hoy no vino nadie, salvo el FBI.
—¿El FBI? ¿Cuándo?
—Hoy en la mañana. Al parecer, estuvieron inspeccionando el interior. Dijeron que creían que habían pasado algo por alto y que su jefe los había reprendido.
Los compañeros se intercambiaron un gesto de burla.
—¡Mierda! ¡Maldita sea! —Dándose media vuelta, volvió a su vehículo. Cuando estaba ingresando a él, se volvió a los policías y les ordenó a los gritos—. Nadie más puede entrar sin una orden autorizada por el agente especial Christian Webb, ¿entendido? Si alguien se acerca, sea quien sea, incluso el presidente o hasta el mismo papa, me informan de inmediato.
—Sí señor —respondieron al unísono. El tono empleado por el agente les hizo notar que algo malo ocurría.
***
Habían pasado el día preparando su partida, armando pequeños y prácticos equipajes. Repasado su plan hasta el mínimo detalle, incluyendo exhaustivos entrenamientos.
También significó que hubo lágrimas y despedidas con las mujeres que habían cuidado a Aurora desde su llegada.
Con la llegada de la noche, la mansión se sumió en el silencio. Uno más profundo de lo habitual, como si las paredes percibieran que nadie más las habitaría en mucho tiempo. Cuando por fin risas habían pintado colores en su superficie, la soledad volvería a ser el único huésped.
Steve y Aurora estaban recostados en la cama, desnudos, uno al lado del otro, contemplándose bajo el plateado resplandor del faro nocturno que se colaba por la ventana.
Esa noche habían hecho el amor con una calma inusitada. Lenta, armónica y sostenida, manteniendo sus miradas enlazadas, hundiéndose en las profundidades del alma.
Su danza había seguido la melancólica melodía de lo vivido durante las últimas horas. Su mutua necesidad, su adicción a la piel del otro, el aroma que los embriagaba hicieron que cumplieran con su ritual amoroso a pesar de los temores amenazantes, fundiéndose en una burbuja momentánea de placer y olvido.
No habría motivos para celebrar, pero no desaprovecharían ni un minuto cuando podían hundirse entre los brazos del ser amado.
El tenerse, el estar juntos para enfrentar cualquier obstáculo era razón suficiente para rendirse en una bruma de suave pasión.
No hubo gemidos escandalosos. Sólo besos callados y caricias casi imperceptibles. Un cambio que fue en su conjunto, una nueva experiencia que los llevó a la luna en un viaje lento pero igualmente intenso, saciable, alcanzando su estallido en un mudo espasmo paralizante.
Sus cuerpos, al regreso de su viaje sideral, se mantuvieron enmarañados entre caricias.
Sólo hablaban, reconfortándose. Ella apoyaba su cabeza en su pecho, haciendo dibujos sobre su abdomen con el índice de una de sus delicadas manos. Y él la abrazaba, acariciando con pereza su hombro con la mano.
A Steve le afligía la mentira que había vivido durante diez años. La traición de Gerard le dolía en el alma. Le había quitado a su madre y el amor de la vida a su padre. No podía decírselo a él. Lo destrozaría. Ya había hecho el duelo por su muerte. No podía volver a pasar por eso.
El suicidio del socio de Steve Sharpe se sabría en cualquier momento y habría que lidiar con ello también.
Aurora, por su parte, todavía trataba de asimilar todo lo que Steve había descubierto sobre Quirón, el Centauro maldito y el Proyecto Hércules. Su origen, su creación. Su lugar en el mundo y quién era.
Steve pensaba que Masao había sido el informante de su madre. Que habría sentido remordimientos por lo que hacían con los veteranos y por eso quiso ayudar a una periodista a desvelar la verdad. Y el motivo por el que escapó a Japón.
Tal vez, Aurora habría sido concebida para enmendar lo que había hecho y la mejor forma era ayudar a curar a otros.
Algunos de los comentarios del Dr. T cobraban sentido para la joven. Otros, sin embargo, se volvían más oscuros.
Lo importante ahora, era evitar que el Dr. Meyer, el que creían que era responsable no sólo de asesinar a la madre de Steve, sino también el que había descubierto el paradero de Masao Tasukete, empleando mercenarios, no la hallaran también a ella.
Confiaban en que no supieran de su existencia.
Pero no podían estar seguros. Por eso, estaban planeando irse lejos, en la madrugada, tan sólo unas horas después.
Acostados como estaban, exploraban sus opciones.
—¿Debemos irnos? Andrew se deshizo de mi rastro.
—Sí mi niña. Al menos, por ahora. Hasta que vuelva a saber sobre la doctora Kane, que se encuentre bien, y descubra todo lo que pueda al respecto de Cale Cameron.
—Fue triste tener que decir adiós a Theresa y Josephine. Espero que pronto Andrew pueda unírsenos cuando lleve a tu padre a donde sea que estemos. Aunque realmente deseo que todo esto no sea permanente y podamos regresar. Aquí he tenido los días más felices de mi vida.
—No te preocupes por ello, mi amor. En cualquier lugar que estemos, seremos felices, juntos. Nuestro hogar no está formado de ladrillos. Esos, los podemos construir en cualquier lado. En cambio, tú, tú eres mi hogar, donde sea que estemos.
Una suave sonrisa brilló con el reflejo plateado, y con adoración, Aurora cerró la poca distancia entre sus bocas, para sellar esa promesa con un beso.
***
Afuera de la mansión, un grupo de hombres liderado por el capitán Cameron se alineaba. La ubicación aislada de la casa de Sharpe era ventajosa para realizar la operación de captura de la mutante.
A Cameron no le interesaba esa criatura. Sólo pensaba en aprovechar su sangre para convertirse de una vez por todas en un súper soldado y crear a partir de ella una nueva generación de humanos. Dejar de usar los sueros que sólo actuaban por cortos períodos, menos aun si el estrés al que se sometían era excesivo.
Miró a sus subordinados.
—Hermanos, esta noche dejaremos de ser simples mortales, para transformarnos en seres superiores. No necesitaremos más de pócimas o de seguir órdenes de seres inferiores. Nosotros llevaremos orden y control donde no lo hay —su mirada encendida con fuego furioso infundía respeto y admiración—. Les demostraremos a todos aquellos que nos desestimaron, como simples peones, cuál es nuestra verdadera misión. Los haremos arrodillarse ante nosotros y clamar por piedad.
Todos lo escuchaban con ansiedad. Habían seguido al Capitán Cale Cameron desde que estaban en la armada, bajo su mando. Las decepciones constantes por parte de superiores que los menospreciaban y mandaban matar, mientras ellos se comportaban como cobardes dando órdenes desde sus despachos los había hastiado. Ahora, ellos serían los que dominarían a los débiles.
Habían estado esperando mucho tiempo. Esa noche, cambiaría todo para ellos.
Cada uno vestía la ropa de comando negra. Estaban equipados con chalecos blindados y armas de fuego y cuchillos.
Cameron y su equipo estaban de pie, rodeando el frente de la gran camioneta en la que habían llegado. Sobre el capó se encontraba desplegado el plano de vista aérea de la casa.
El líder les daba las últimas indicaciones.
—Rodearemos la casa. Es de esperar que algún sistema de alarma dé aviso de nuestra presencia, pero no importa. El plan es tomarla a ella viva. Cualquier otra persona, es un obstáculo y pueden proceder a eliminarla.
—Sí señor.
Cale calculó que ya no habría nadie del personal de servicio. Sólo el dueño de casa y la muchacha. Miró a su segundo al mando, Brendan, y este comprendió que era hora. Tomó un pequeño estuche del interior de la camioneta y lo abrió en el centro del círculo de mercenarios.
Lo que contenía era las ampollas de oro líquido, el suero inyectable. Esperaban que esta fuera la última vez que las necesitarían para sentirse como dioses.
Cada uno tomó la suya y todos, al mismo tiempo, presionaron el extremo con la aguja sobre sus carótidas. Inmediatamente, la fórmula hizo efecto. Podían percibir un aumento del tono muscular y la adrenalina acelerar su sistema.
En sus ojos, se veían pequeños brillos dorados que confirmaban la asimilación del valioso líquido.
Todos se giraron y perfilaron frente al gran paredón de piedra de la propiedad de Steve Sharpe.
Se prepararon para recibir la orden visual del capitán Cameron.
Él dio la señal con la mano para que entraran. Cada uno de ellos colgó su arma por la espalda, para quedar con las manos despejadas y saltaron a la parte superior de la empalizada de cinco metros de alto sin dificultad alguna. Una vez arriba, tomaron nuevamente las armas y saltaron al interior del jardín.
Allí, se separaron para rodear la vivienda. Caminaban con sigilo. La oscuridad en la propiedad era total. Mas no necesitaban ningún equipo de visión nocturna ya que el suero les proporcionaba la habilidad de un lobo en busca de su caza; y la arboleda del jardín les daba cobertura suficiente para llegar hasta el edificio.
***
El teléfono móvil de Steve comenzó a sonar.
Reconoció el sonido de alarma que indicaba que alguien había ingresado al perímetro de la casa. Desbloqueó el aparato y lo que vio lo inquietó.
Aurora, lo miraba, expectante y atemorizada.
—Debemos irnos, ¡ya!
—¿Qué ocurre? —preguntó.
Ambos estaban ya afuera de la cama, poniéndose lo primero que encontraron. Ella, una camiseta gris y un pantalón azul largo elastizado. Él, una camiseta blanca de mangas cortas, su bóxer, el pantalón de vestir que había usado durante el día y sus zapatos.
—Hay alguien en el jardín. Cálzate Aurora —sin mirarla, la sabía con los pies desnudos.
Obedeció, vistiendo las primeras zapatillas que encontró.
A pesar de todo lo que había vivido como sicario, nunca había tenido tanto miedo en su vida. Sabía lo que esos hombres eran capaces de hacer y un escalofrío recorrió su espina. No era la muerte a lo que temía, al menos, no a la suya.
Ella se acercó al ventanal con el corazón latiendo con desesperación en su pecho y espió desde un lado, evitando quedar al descubierto.
Steve miraba la pantalla del celular, accediendo a las diferentes cámaras del sistema de seguridad. Calculó que serían seis en total.
—Son varios hombres —dijo en un tono de voz grave, en completo control. Aunque no sintiera que lo tuviera. No con lo más importante de su vida en peligro.
—Sí, los veo. De este lado son tres.
—¿Cómo que los ves?
—Los veo perfectamente en la oscuridad, moviéndose entre los árboles.
—Nos están acorralando —susurró, preocupado.
Sharpe corrió al vestidor.
Apoyó su mano en la pantalla del mueble asegurado. Cuando leyó su palma, abrió el compartimento y tomó un arma con silenciador, un cuchillo de combate y algunas granadas de mano, que guardó en un pequeño bolso negro militar. El cuchillo enfundado se lo colocó en la espalda, en la parte trasera del pantalón y se colgó de forma cruzada el pequeño bolso con las granadas antipersonales. El arma la llevaba en la mano.
Volvió a la habitación, junto a Aurora que se volteó hacia él.
A pesar del miedo, sus ojos brillaban como el fuego, como si estuviera preparada para el combate.
Con la mano libre le tomó el rostro, acariciando su mejilla con la yema de su pulgar.
—Debes escucharme con atención. Van a entrar en cualquier momento. Yo los atraeré y trataré de mantenerlos en la planta principal. Esa distracción te dará tiempo para escapar por el balcón de tu habitación. Corre. Lejos. No vayas a lo de mi padre. Podrían conocer también su localización. Sabes de memoria todos los datos bancarios de mis cuentas. Úsalas una vez para vaciarlas y desaparece.
—No. Van a matarte. Tú no eres su objetivo. Yo lo soy —el dorado resplandecía en la oscuridad y la humedad en sus ojos hacía titilar sus iris. Aun así, el miedo parecía que había desaparecido—. Déjame que me entregue. Tú escóndete. Protégete Steve. Si algo te ocurriera...
—No es tiempo para debatir —le cortó casi en una súplica—. Haz lo que hemos hablado. Huye Aurora, amor mío. Si te atrapan y te hacen daño, no podría resistirlo y sería peor que morir.
Él esperaba que estuviera asustada, pero ya no era así.
Se había secado las incipientes lágrimas y parecía que estaba lista para atacar, con sus ojos iluminados más intensos de los que los había visto nunca.
—Yo me quedo y pelearé contigo.
El tono de su voz no daba margen a seguir discutiendo.
—¿Y tus instintos? ¿Podrás dominarlos?
—Lo haré —afirmó, seria y segura, apretando sus puños a cada lado de su cuerpo.
Él asintió.
—Muy bien. Lo haremos juntos. Pero si en algún momento te digo que corras, lo harás. Sin discusión y sin demoras.
—Pero...
—Ningún pero.
Había sido tajante y su rostro se había transmutado al de un asesino.
Ya estaban frente a los ventanales de la planta baja. Cale levantó el puño, dando a entender que se detuvieran. Miró a ambos sentidos para asegurarse que lo observaban. Quería confirmar que estuvieran preparados. Extendió el brazo con la mano levantada hacia el soldado a su derecha con los dedos extendidos y juntos, y la palma hacia él. Cuando recibió la señal de OK, hizo lo mismo con el de la izquierda.
Estaban listos.
Cameron se acercó a la puerta corrediza de vidrio. Sin esfuerzo, rompió la cerradura con la mano y la deslizó hasta abrirla del todo. Ingresó. Lo siguieron los dos hombres que estaban de ese lado de la casa.
Del otro lado de la mansión, los otros tres hombres entraban por la cocina.
Los seis se reencontraron en el centro de la sala. Tras las señales de Cameron, el segundo al mando —Brendan—, y otro de los hombres revisarían esa planta.
Él, junto a los tres integrantes restantes irían a los pisos de superiores. Esperaba encontrar a la muchacha junto con su pareja durmiendo.
Tenían la ventaja de la sorpresa. Los atacantes no sabían que ellos podían responder con fuego. Steve y Aurora comenzaron a bajar las escaleras, pero al llegar al descanso vieron que el grupo ya estaba en el piso de abajo, organizándose.
Steve le indicó mediante gestos que deberían esconderse en la que había sido su habitación. Ella se desplazó sigilosamente mientras él seguía el movimiento de los hombres.
Abrió la puerta y esperó a que Steve se le sumara. Una vez adentro los dos, dejaron la puerta entornada, para poder seguir cada movimiento. Él le señaló a Aurora que fuera al balcón y ella obedeció.
Gracias a la visión mejorada por el suero, se movían con gran comodidad por la casa. Los que quedaron abajo se dirigieron en dirección a la biblioteca y al despacho. Los otros cuatro subieron las escaleras y al llegar al primer descanso —un pasillo largo que daba a varias puertas—, dos se quedaron para revisar esa planta y Cameron y el último hombre siguieron hacia el piso superior.
Steve los observaba caminar a dos de ellos por el pasillo. Los otros dos se dirigían al dormitorio principal. Era la oportunidad para deshacerse de los primeros dos.
Cada uno de los mercenarios que quedaron en la planta intermedia se dirigió a una de las habitaciones que ocupaban ese piso.
La puerta del dormitorio de Aurora se abrió. Entraba despacio el primer atacante. No llegó a ver al hombre que, escondido detrás de la puerta le disparó con el arma silenciada en la cabeza. Pero el sonido del cuerpo cayendo al suelo, alertó al compañero que estaba en la habitación de al lado.
Sabiendo que el segundo se acercaba, Steve corrió al otro lado de la habitación, casi a la altura del balcón y tomó dos de las granadas antipersonales y, quitando el pasador de la primera la lanzó, la hizo rebotar contra la pared justo cuando entraba el siguiente soldado. Para asegurarse que no escapara, lanzó la segunda. Corrió al balcón y tomando a Aurora, saltaron hacia el árbol que estaba en frente de ellos, al tiempo que estallaban las granadas, destrozando todo en un radio de quince metros.
Cameron y su compañero sintieron la explosión y el movimiento del suelo debajo de sus pies. La estructura comenzó a derrumbarse.
Reaccionando con sorprendente velocidad, salieron a la terraza y desde ahí, saltaron al jardín, cayendo sin inconvenientes a pesar de la altura.
Steve y Aurora, vieron el salto de los dos hombres y bajaron rápido del árbol. Algo raro tenían. ¿Cómo era posible que saltaran de un tercer piso sin hacerse daño alguno?
Debían escapar. Corrieron por el césped hacia la playa. Los dos que acaban de saltar se dirigían hacia ellos y del interior de la casa, salían los otros dos.
Los dos que venían de la planta inferior los alcanzaron inmediatamente con una velocidad pasmosa, interceptándoles el paso. Les habían cortado su escape por la costa. Sólo podían volver al interior de la casa y tratar de huir por el garaje, tomando uno de los vehículos.
Corrieron hacia allí. Entraron a las corridas y estaban atravesando el comedor, buscando el camino hacia la cocina, cuando una ráfaga de tiros rompió los cristales blindados, desviándoles. Tuvieron que tirarse al suelo. Continuaron arrastrándose por el suelo, evitando la siguiente secuencia de disparos.
Ese tiempo perdido le permitió a dos de los hombres volver a entrar a la casa, alcanzándolos.
Imágenes de su pasado atravesaban su mente quimérica en ese momento. Cada vez que la fuerza desconocida la había asaltado, ella perdía la razón, encegueciéndose. Sin embargo, se sentía por fin lista para ser la dueña por completo de su ser.
Debía serlo.
Por el bien de Steve.
De los dos.
No volvería a perderse o a temerse.
Por el contrario, era hora de liberar la bestia de su interior, pero lo haría con el control de cada fibra de sus músculos y pensamientos.
Sin pensarlo, Aurora se lanzó sobre uno de ellos, Brendan Doyle, con el poder de su origen encandilando sus ojos como faroles de oro.
Steve la acompañó atacando al otro, Mark, logrando solamente quitarle el arma.
Sentía que cada golpe que daba no hacía daño. Mientras que los golpes que recibía eran demoledores. Se defendía, con fuerza, pero no era suficiente. Cada toma que hacía era contrarrestada por el otro. Si Steve golpeaba a la cara, el hombre no se inmutaba. ¿Qué ocurría?
La pelea los llevó hasta el despacho, donde Steve fue lanzado detrás de su escritorio. Le costó ponerse de pie y cuando lo hizo, el soldado levantó la enorme mesa de madera y la revoleó hacia él. Esquivó el mueble lanzado rodando hacia un lado y, aprovechando la distracción, sacó su cuchillo de la funda ubicada a su espalda y antes de que el escritorio dejara de dar vueltas en el aire para estrellarse contra la pared, atacó la pierna del mercenario, haciéndole un tajo y luego se irguió, clavándole y retorciendo la punzante arma en el pecho, atravesando el chaleco.
El mercenario respondió con un grito y, sin tiempo a que Steve reaccionara, el hombre con el cuchillo en el pecho lo levantó con las dos manos y lo lanzó hacia la puerta. Luego, se quitó el cuchillo y Steve, tratando de incorporarse, vio con terror que las heridas sanaban casi al instante dejando un leve haz dorado.
¿Había más seres como Aurora?
Entonces su mente conectó los punto y supo que lo que su madre y el doctor habían temido era una realidad.
El suero existía y funcionaba.
Estaban perdidos.
Aurora se movía con una agilidad felina. Una vez que saltó a desarmar a Doyle, daba patadas con giro a gran velocidad, cambiando los puntos de origen. En un momento estaba adelante y al siguiente estaba atrás, o se trepaba sobre él, enredando su pierna en el cuello y lanzándolo al suelo, donde proseguían el combate cuerpo a cuerpo sobre el suelo.
Volvieron a incorporarse sin demora, continuando con su coreografía pugilística.
A pesar de cada golpe, parecía resistir de una forma sorprendente. El soldado estaba herido, sí, pero debería haber caído al primer ataque.
Él le lanzó un puñetazo que ella esquivó, pasó por abajo y saltó contra la pared, para impulsarse de regreso a su oponente, impactando su mandíbula con una rodilla, desestabilizándolo por unos segundos. Se agachó y de una patada baja contundente, le rompió la rodilla.
Cuando el hombre cayó, ella se perfiló para darle el golpe de gracia, pero entonces vio sus ojos. Tenían un brillo similar a los suyos, pero en menor cantidad. Apenas unos puntos en los iris oscuros que ahora la observaban con odio.
No llegó a dar ese golpe.
Alguien la atacó por atrás, con la culata de su arma. Sin embargo, no cayó como pretendía el atacante. Se dio vuelta y le dio una patada frontal en el pecho.
Antes de proseguir con el ataque al hombre negro que apenas se había inmutado, escuchó el grito de Steve, que era lanzado por los aires, a la sala de estar.
Ella salió corriendo en su dirección. Un segundo hombre se acercaba a él y los dos soldados levantaron a Steve, cada uno sujetando uno de sus brazos. Aurora se detuvo de golpe cuando escuchó una voz profunda a su espalda.
—Yo no lo intentaría señorita. Tienen orden de matarlo y no llegaría usted a tiempo para salvarlo.
Se volteó a ver al hombre que le había dirigido esas palabras. Era el que la había atacado último. El alto y oscuro hombre, que, en las penumbras de la noche, parecía una figura diabólica con esos pequeños brillos dorados en sus ojos.
Lo reconoció como el que había dado las órdenes en lo de Masao y creía que era Cale Cameron.
—¿Quiénes son? ¿Qué quieren?
—Creo que lo sabe muy bien.
—Si me quieren, entonces, déjenlo ir.
—Hagamos esto. Usted viene con nosotros y no le haremos más daño al señor Sharpe. Su vida depende de lo que decida ahora mismo.
—No, Aurora, vete. Van a matarme de todas formas.
La voz quebrada del hombre que estaba arrodillado, sujetado por ambos brazos, la angustió. No estaba segura de creerle al combatiente, pero si había una mínima posibilidad de que Steve se salvara, debía tomarla.
—Lo haré. Iré con ustedes. Pero antes, deberán liberarlo.
Una sonrisa ladeada se dibujó de manera maquiavélica en el rostro de ébano.
—Inteligente decisión. Es hora de que se despidan. Le concederé eso.
Con un gesto de cabeza, les indicó a los dos soldados que soltaran al hombre. En cuanto lo hicieron, cayó al suelo, casi inconsciente y sin fuerzas.
Aurora corrió hacia él y lo abrazó.
Entretanto, Doyle, recuperado de su rodilla fracturada, se había puesto de pie, junto al capitán Cameron.
—No, Aurora, no confíes —le mostró una de las granadas. En un susurro, agregó—. Debes correr para que yo detone los explosivos.
—No Steve, no puedes morir. Debes esperar por mí. Escaparé y volveré —lo miró fijamente a los ojos. No podía contener el llanto y su labio inferior tembló—. No puedes abandonarme. Espérame en el lugar al que íbamos a escapar —le suplicó bajito, contra su oído.
Steve sentía la calidez de su abrazo, expandiéndose por todo su cuerpo cubierto de sangre. Y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Lágrimas que desde hacía diez años no emergían de él. En tan poco tiempo la había amado con todo su ser. Sabía que lo matarían en cuanto se fueran y no podría salvarla de aquellos hombres. Volvería a sufrir y no habría cumplido su promesa de que nadie más la dañaría.
—Señorita. Es tiempo.
Doyle se acercó a ella y la tomó por el brazo. Ella se dejó guiar hacia la salida. En tono de súplica, preguntó:
—No le harán daño, ¿verdad? Ahora lo dejarán ir.
—Lo siento. Debería haber escuchado a su novio.
Aurora abrió los ojos con espanto y vio cómo uno de los soldados golpeaba con la culata del arma larga en la nuca a Steve, dejándolo inconsciente. A continuación, con el mismo gesto, rompió el paso de gas de la chimenea de la sala de estar.
—La familia Sharpe se caracterizará por los accidentes de gas. Deja uno de los explosivos activado con detonación en tres minutos. La combinación nos asegurará que no quede nada reconocible.
—¡No! Steve, ¡No!
Pelearía con cada uno de ellos. Los mataría sin dudar si con eso protegía a Steve.
No llegó a cumplir con lo cometido.
Sintió un pinchazo en el cuello y notó que perdía la consciencia segundos después. La habían drogado.
Lo último que vería sería a uno de los hombres de Cameron colocar la bomba cerca de la entrada.
La liviandad de la muchacha, aun sin el efecto del suero, el cual ya estaban perdiendo, hacía que cargarla hasta el vehículo fuera sencillo y rápido.
Cale Cameron estaba molesto por haber perdido a dos de sus hombres. Había subestimado al joven ricachón. Y a la niñata, que había visto volar sobre el cuerpo de Brendan como una ninja desquiciada, que si no hubieran podido usar al amante como amenaza, no descartaba que los hubiera vencido. O al menos, provocado más bajas. ¿Cómo mierda se había podido enfrentar con ellos, tratándolos como simples novatos? Sería la última vez que cometería esa imprudencia.
No quedaría nada de Sharpe ni de su casa.
Tres minutos después de abandonar la mansión, escucharon la explosión.
Sería una gran y lastimosa noticia en la mañana.
N/A:
Cale Cameron por fin capturó a su presa... ¿pero podrá alcanzar sus objetivos?
¿Y qué hay de Steve? Lo siento por él... :((
No es el primer hombre enamorado de Aurora que muere por intentar salvarla... ¿Qué será de ella ahora?
Espero sus comentarios y votos... alegran mi día.
Gracias por leer, Demonios!
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