45. Telaraña
45. Telaraña.
Estaban juntos, sentados en el borde sobre la gran cama de la habitación principal, contemplando la imagen que se presentaba delante de ellos, en el suelo.
Allí, Steve había colocado todas las notas hechas por su madre de manera que pudieran recrear la investigación realizada por la periodista. Aurora había seguido con atención —memorizando cada hoja escrita—, los movimientos que hacía el hombre, tratando de comprender los secretos que le habían costado la vida a Audrey Sharpe, o Audrey Callen. Y a Masao Tasukete.
Su cerebro procesaba a la velocidad de la luz, a diferencia de su corazón, inocente e inexperto, que se comprimía con cada revelación.
—Steve, tu madre conoció al Dr. T —ambos leían el nombre del genetista con asombro—. Esto parece una telaraña. Estamos conectados desde antes de que yo naciera. Hay tantos puntos de encuentro aquí, como si nuestras vidas estuvieran unidas por hilos anudados por todos lados. Tu madre, quien creemos era mi madre, el doctor. Si Arata no me hubiese atrapado, posiblemente nunca nos hubiéramos encontrado.
—O si Andrew no hubiera escuchado de ti, te habrías dejado morir antes de que te sacara de esa mierda.
—Y tu padre...
—Sí. Estaría a punto de fallecer. Sin cura alguna —meneaba la cabeza asimilando la información—. La dimensión de todo esto es colosal. Mamá estaba investigando el Proyecto Hércules, del que él era el científico a cargo. ¿Te mencionó algo sobre eso?
Negó con la cabeza. No necesitaba hacer memoria. Recordaba cada conversación y lectura con el doctor a la perfección y jamás había escuchado de Hércules, salvo en astronomía, reconociendo su constelación.
—Sólo mencionó al Centauro, lo que me doy cuenta de que es sólo la punta del Iceberg. El Proyecto Hércules era la última fase, que buscaba mejorar soldados usando un suero que concediera habilidades y ventajas a hombres y mujeres. —Cada página era una nueva revelación—. Querían desentrañar los secretos del ADN y combinarlos con los genes de otras especies. Realizar ingeniería genética.
Hicieron silencio. Cada uno estaba sumergido en sus propias reflexiones. Sus demonios a combatir.
Aquellos demonios que habían creado a un asesino y a una quimera.
—Soldados —repitió Steve. Gerard tenía razón. Existió un experimento sobre soldados americanos. Levantó la vista de los papeles y vio que Aurora lloraba en silencio, mordiéndose el labio—. ¿Qué ocurre?
—El Dr. T creó un arma. Soy un arma, no una sanadora. Tenía razón en que parezco una guerrera, pero no quería creer que fuera cierto. Yo soy la concreción de la fase tres —escondió su cara entre sus manos—. No puedo escapar de Shiroi Akuma. Soy una maldición.
—¿Qué dices?
—El padre de Arata me llamó así. Viendo, leyendo todo esto siento que sólo traigo desgracias. Steve, no sé si lo mejor es que siga aquí, contigo. Soy el motivo por el que tu madre y Masao fueron asesinados. Y si llegan a encontrarme, tú serías el siguiente.
—Mi hermosa Aurora —tomó sus manos y las alejó del bello rostro y la abrazó—. No importa cuál era el objetivo real del Dr. T, tú tienes el poder de elegir qué quieres ser. Tu poder no radica en tu fuerza y en tu inteligencia, sino en tus elecciones. Y puedo asegurarte de que eres la criatura más dulce y noble que existe... —miró cómo comenzaba a sonreír—. No puedes ser una maldición, cuando tu mera existencia es motivo de felicidad a todo el que te conoce. Eres mi felicidad —su mandíbula se tensionó y sus ojos azules centellearon con furia—. Los que mataron a mi madre son los responsables. Ese hijo de perra la mandó asesinar.
—El Dr. Meyer...
—Sí, estoy seguro.
—¿Cómo lo conociste?
—Fue en una cena de recaudación de fondos de una fundación para enfermedades degenerativas hace algunos años. Los dos prestamos nuestra ayuda. Yo haciendo galas y él asistiendo con las investigaciones, capacitando a científicos. El muy cabrón me ha estado sonriendo a la cara durante años sabiendo que mandó callarla.
—Y Gerry... —no pudo evitar decir su nombre y se calló al instante. Era demasiado doloroso.
—Él fue el encargado de ejecutarla.
—Steve, mi amor —lo abrazó, sentándose en su regazo refugiada en el cálido y duro pecho del hombre. Él la recibió como un bálsamo, rodeándola con sus fuertes brazos—. Lo siento tanto. No puedo imaginar lo que sientes. Pero me tienes a tu lado. Por favor, recarga en mí tus penas. Compártelas para no perderte otra vez —depositó un beso en su cuello—. Ya no estás solo.
Lo que comenzó como un consuelo hacia la joven, terminó dándose vuelta. Sonrió a pesar de la tristeza que lo embargaba. Tenía razón. Ella era su roca.
—Gracias mi niña —susurró contra su cuello, resguardado en su hueco y aspirando su aroma tranquilizante—. Sigamos con esto. Necesito analizar cada punto y mantener mi mente ocupada.
Cambiaron su posición, sentándose en la tupida alfombra. Volvían a centrar su atención a cada palabra y trazo que se dibujaban sobre los papeles.
—No puedo creer que el ejército hubiera avalado tantas muertes. General George Wilkinson. ¿Cómo pudo dejar que tantos soldados y veteranos murieran? Otro monstruo —siseó con rabia.
¿Cuántos de ellos se encontraría en su vida? Cada vez reconocía que ellos eran verdaderas bestias y no ella.
—132, si lo que dijo el doctor es cierto.
—No mentiría —tomó la hoja que tenía la cifra escrita, encerrada en un círculo. A su lado, el nombre del que suponían era la madre de Aurora—. Olivia Woods. Una veterana. ¿Será ella, realmente? Aquí nada dice de un embrión.
—No, pero es de suponer que escapó después de su muerte, contigo.
—En criogenia. Tiene que haber sido así. Y este Cale Cameron, ¿podría ser el hombre que daba órdenes para encontrar el suero en su cabaña?
—Puede ser. Mañana haré investigar lo que sea que haya del hombre. Dice que era capitán.
—Por favor, ten cuidado. Parece que pretende crear un nuevo mundo, dominarlo.
Las palabras escritas de Audrey llamaron la atención de Steve. Por un breve momento, sus recuerdos retrocedieron hacia una noticia varias semanas atrás, acerca de un atentado a políticos y autoridades americanas y de un país árabe, descubriendo una red corrupta y provocando conflictos internacionales, que desembocaba en más soldados invadiendo territorio hostil.
Asesinatos hechos por un grupo anónimo altamente entrenado.
O tal vez, con habilidades sobrehumanas.
Desechó la idea. Su mente le jugaba malas pasadas. Serían demasiadas coincidencias.
—Lo tendré. Me preocupa también Lucy Kane. Ella trabaja para el Dr. Meyer y no puedo localizarla. Lo siento Aurora. Tenías razón. Temo que haya ocurrido lo peor.
Contempló su perfil mientras ella seguía las líneas de la telaraña. Sintió cómo la sangre se le helaba en las venas y su corazón se comprimía al imaginarla sufriendo por su culpa. Nunca había siquiera vislumbrado que pedir la colaboración de la científica podría entregar el rastro al enemigo que los dos tenían en común.
—Aurora, iniciaremos los preparativos para irnos de aquí. —Abrió primero los ojos con sorpresa, pero enseguida comprendió que era la medida correcta y su semblante se entristeció. Asintió en silencio—. No tenemos papeles para ti, por lo que nos moveremos hacia el oeste. En cuanto consiga documentación, partiremos al exterior.
—Al oeste... igual que con el Dr. T. Corrí hacia el oeste. Ahora también. ¿Dejaré de hacerlo alguna vez?
—No lo sé, mi amor —acarició su mejilla, cubriendo con su gran mano prácticamente todo el lado derecho de su rostro—. También será conveniente seguir entrenándote para enfocarte y gobernar tus habilidades.
—Tienes razón. En todo.
—Lo lamento mucho, mi niña.
—No lo hagas. Si lo haces, yo también deberé lamentarme. Debemos detenernos en nuestra autocompasión y mirar hacia el futuro. Tenemos que ser optimistas. Dijiste que Andrew irá a recoger mi sangre al mediodía. Una vez que la tenga, podemos suponer que mi secreto seguirá resguardado. Y no sería necesario que abandones tu vida.
—No la abandono. La reconstruyo contigo.
***
Condujo hasta las oficinas del FBI.
Tenían que continuar con el arduo trabajo en el asunto del barco Paradise, que gracias a su jefe, —según lo que le había comunicado en la mañana—, habían vuelto a tener en sus manos. Aunque el agente Harrison y los suyos compartirían el caso con la misma autoridad. Anticipaba un problema explosivo. Por suerte, sabía pelear.
Sería un día largo. Y muy laborioso. Seguían tomando declaración de las chicas rescatadas, de las cuales muchas eran japonesas o de otras nacionalidades. Los acusados japoneses ya no habían hablado desde que llegó un abogado a representarlos. Odiaba a los abogados de los mafiosos.
Al menos, ya no le dolía la cabeza.
Sentado en su escritorio, seguía pensando en el vívido sueño, cuando la voz de la agente Lara Yang lo despertó. Él dio un gruñido a modo de respuesta.
—Vaya, parece que alguien se despertó con el pie izquierdo. No sé si te mereces el latte con extra crema batida y caramelo que te traigo.
Eso le puso de peor humor. Siempre que traía esos lattes era indicio que ella había tenido una gran noche con Vicky. Él suspiraba por un amor imposible y ella era de las afortunadas que tenían a alguien con quien pasar la noche. Y la vida.
—Lo siento. No estoy de humor. Dormí mal. —En realidad, el problema no había sido el dormir, sino el despertar. Tomó el café que le ofrecía—. Por lo que veo, tú y Vicky tampoco durmieron mucho —tomó un sorbo del caliente estimulante.
—Poco, pero bien —guiñó el ojo. Hizo una mueca al verlo beber su café—. Si los dolores de cabeza no te matan, lo hará el azúcar.
—Por ahora, los dolores de cabeza no están siendo un problema.
—¡Wow! Esa sí que es una grandiosa noticia —le golpeó el hombro—. Así que te matará el azúcar.
—O las balas.
—Esas son duras de comer —cambió el tono de voz a uno más profesional—. Ayer te perdiste a dos tipos raros que vinieron preguntando por el caso. De hecho, preguntaron por ti.
—¿Ah sí? —Tenía curiosidad—. ¿Quiénes eran?
—Dijeron ser de inmigración. Investigaban a las mujeres que habían estado prisioneras. Como muchas de ellas fueron capturadas en el exterior, están haciendo seguimiento de sus orígenes.
—Creí que los de inmigración iban a venir hoy.
—Por eso digo que eran dos tipos raros. Parecían más bien militares que agentes de inmigración.
—¿Qué pasó con ellos?
—No mucho. Tomaron las huellas y muestras de ADN de las chicas extranjeras. —Chris frunció su ceño—. Dijeron que en cuanto tuvieran resultados, volverían.
—Bien, esperemos que puedan devolver a esas chicas a sus hogares —y recordando lo que había dicho Aurora sobre algunas de ellas, que habían sido vendidas por sus padres, agregó—. O darles uno aquí.
Pensó en Aurora en ese momento. Le gustaría poder contarle cómo pudo ayudar a las muchachas de ese barco. Quería verla sonreír gracias a él.
***
El Capitán Cale Cameron y su compañero Brendan Doyle se encontraban en el barco después de haber accedido a él esa mañana.
Se habían enterado por las noticias sobre el arresto y enseguida se movilizaron en búsqueda de la creación del científico. Aquella a quien llamaban Shiroi Akuma.
Fingiendo ser de inmigración, habían accedido a las oficinas del FBI el día anterior para tomar muestras de las prostitutas rescatadas esperando hallar a la mutante del Dr. Tasukete.
Tuvo que contener las maldiciones al comprobar, una vez más, que la escurridiza muchacha se escapaba como arena entre sus dedos.
A pesar del nuevo revés, obtuvieron información valiosa de algunas de ellas. Aun con el japonés básico que sabía Cameron, pudo confirmar sobre la presencia de la joven Shiroi Akuma, que se curaba de las heridas de forma automática.
Así supieron que el lugar al que deberían dirigirse para seguir sus investigaciones sería el barco. Si los rumores que escucharon eran ciertos, una de aquellas habitaciones debería tener residuos de ADN que confirmen sus sospechas.
Había sido sencillo engañar a los policías que estaban custodiando la gran nave en el puerto, haciéndose pasar, en esa ocasión, por agentes del FBI a los que les había quedado pendiente una inspección. Fue motivo de burla por parte de los oficiales, que ellos correspondieron con bromas y risas fingidas.
Ahora, recorrían los pasillos y cada celda, usando guantes de protección, extrañados de que no hubiera analistas trabajando. Supusieron que, acorde a la información de los medios, habrían estado enfocados en la escena del crimen donde hallaron al jefe criminal, descartando la tediosa labor de cada habitación de la nave.
Mejor para ellos.
Necesitaban una muestra para que el Dr. Green analizara y comprobara que realmente el Dr. Tasukete lo había logrado y que la sangre que habían obtenido de la doctora Kane pertenecía a la sujeto que habían estado buscando por meses.
De ser así, el científico habría creado al soldado perfecto y ella estaría cerca de sus garras.
Lo desesperaba, sin embargo, el fracaso de no haberla capturado junto con las otras prostitutas. Algo que lo tenía confundido.
Aunque ellas habían insistido en que según los captores, el Demonio Blanco había muerto, él y su equipo conocían la verdad gracias a la muestra robada.
Llegaron a la última celda del pasillo y cuando entraron, supieron que estaban en el lugar correcto. Todo el lugar mostraba restos de sangre. Los intentos por limpiarlo no fueron exitosos. O no les interesaba que lo fuera. Pero, aun así, las muestras estarían comprometidas. Necesitaban un poco de sangre no contaminada. Recorrieron cada palmo hasta que Cameron se detuvo frente al lavamanos y miró el desagote. Allí seguramente no habrían usado lejía, y esperaba que en alguna oportunidad la misteriosa muchacha hubiera escupido o limpiado su sangre allí, quedando algo a resguardo en algún recoveco de la cañería.
Su compañero se unió a la reflexión y ambos hombres se miraron. Doyle se inclinó y sacó dos paquete que abrió, dejando al descubierto un hisopo para muestra en cada uno. Levantó la rejilla, pasó los extremos por un punto donde se veían restos de materia. Luego los guardó en sus respectivos tubos.
Lo tenían. Ahora debían llevarlo inmediatamente a los Laboratorios Quirón.
Pero antes, se aseguraron de arruinar definitivamente cualquier otro rastro probatorio en caso de que los analistas de escenas hicieran el mismo proceso. Sólo necesitaron revisar un poco en las instalaciones para encontrar lejía y echarla en el desagote.
La gran duda era, en caso de tener el lugar correcto, ¿qué había pasado con esa criatura? ¿Dónde estaría? Tendrían que volver al FBI y tratar de hacer hablar a los capturados. Eso sería más complicado de lograr. Para ese entonces, seguramente, los verdaderos agentes de inmigración habrían aparecido. No importaba. Tenían otros métodos.
Al salir del barco, el sol ya estaba en lo alto. Habían estado horas revisando las diferentes celdas. Con nuevos chistes y pullas sobre la pereza de agentes y oficiales, se despidieron de los custodios policiales.
Cameron rezongaba ante la reciente frustración. Les quedaba una carta más para jugar y esperaba con ella, tener el éxito anhelado.
En cuanto se acomodaron en la camioneta, el teléfono móvil de Cale sonó. Era Mark, quien cumplía con el encargo, junto a Han, de echarle la mano encima al hombre al que le habían tendido la red como la trampa de una araña, esperando que los condujera definitivamente a la mutante, quedando atrapada en la telaraña del Centauro.
***
Han y Mark, que habían vuelto a América por orden de Cale, llevaban días alternando la vigilancia frente al United Post Office. Una microcámara colocada secretamente registraba cada movimiento de cualquier persona, esperando por el dueño de la casilla 959. Lo que todavía no ocurría y tenía al capitán rumiando como un toro a punto de embestir a la capa roja del torero que lo desafiaba.
Algunas de las casillas alrededor de la 959 fueron abiertas y vueltas a cerrar en las últimas jornadas, pero la que acechaban seguía sellada.
Ese día le tocaba a Mark vigilar. Se encontraba sentado en la mesa exterior de un café cercano desde donde tenía una excelente visión de cada uno que atravesaba el acceso al edificio. Después de horas consumiendo cafeína, su cuerpo le exigió descargar su vejiga. Entró al establecimiento para ir al baño de caballeros.
Estando en el orinal, la alarma de su smartphone lo sobresaltó, haciéndole salpicar su calzado.
—¡Mierda! —maldijo, levantando el pie goteado.
Era la notificación de que el localizador colocado en la pequeña caja refrigerante estaba en movimiento.
A toda prisa, sacudió su miembro y se acomodó antes de apenas lavarse las manos.
Tomó el teléfono con las manos todavía húmedas comprobando que estaba en lo cierto.
—¡Cabrón hijo de puta!
Salió corriendo y tras dejar unos billetes en la mesa que había estado ocupando, avanzó hasta el edificio para evaluar el estado del casillero.
Cinco minutos. Unos putos cinco minutos en que no vio su móvil. Mientras recorría la distancia, retrocedió la grabación el tiempo estipulado para reconocer al sujeto e identificarlo visualmente cuando saliera en su busca.
Se detuvo en medio de la acera con el rostro contraído en un gesto de confusión. Nadie había abierto la caja metálica. Aun así, el pequeño punto titilante le mostraba que se alejaba de él. Dudaba del paso a seguir.
Nadie había sacado la muestra y sin embargo, esta se movía. Podría ser una trampa. Alguien hackeando el localizador y revelar la trampa.
Tomó una decisión.
Con apremio, avanzó entre la gente al ingresar a la imponente estructura y localizó rápidamente el casillero. Insertó la pequeña llave de acceso y al abrirla, se paralizó. Abrió grande sus ojos, sin creer lo que observaba.
Efectivamente estaba vacío. Metió una mano deseando que su tacto contradijera lo que sus ojos veían. Pero no fue así. Sólo sentía el frío metal.
De la desesperación, golpeó un lado. Ese golpe de frustración le reveló el secreto. Ese lado se abría, conectando con el casillero aledaño.
Volvió a revisar el video, centrando su atención en el número 958.
Un hombre grande de piel oscura con gorra ocultando su rostro acababa de retirar lo que su casilla contenía. ¡Que era en realidad la que vigilaban!
Se había llevado el cepo.
Sudaba copiosamente. Tomó su teléfono para realizar una llamada que anticipaba tormentosa al tiempo que volvía al exterior, tratando de recuperar el tiempo perdido en la persecución a su presa. Tenía la señal delatora, pero necesitaba localizar al objetivo.
Llevó el dispositivo a su oreja y después de dos segundos, escuchó la grave voz de Cameron.
—Señor, la muestra está en movimiento.
—Excelente. ¿Sigues al objetivo?
—No llegué señor. No pude ver quién era hasta que me llevó demasiada ventaja para alcanzarlo.
—¡Mierda Mark! ¡Ve tras él! Captúralo y tráelo.
—¡Sí señor!
Guardó el aparato y corrió esquivando a los transeúntes hasta llegar a la camioneta con vidrios oscurecidos. La arrancó y aceleró.
***
Doyle estaba apoyado en el borde del escritorio con sus fuertes brazos cruzados sobre su pecho, observando la furia de Cameron hacia Mark, que acababa de regresar tras su infructífera persecución.
Su última jugada había dado otra derrota.
—Lo siento señor. La señal desapareció entes de visualizar el vehículo que transportaba la caja.
—No es posible que dejara de emitir la señal.
—¿Sería defectuosa? —teorizó Brendan.
—O un bloqueador —indagó Mark con voz firme pero arrepentida.
—Eso ya no importa. Al menos sabemos su última localización.
—Así es, señor. Desapareció en Sunrise Hwy, a la altura del puente que cruza el Great River.
—Sólo nos resta revisar las cámaras de la zona. Encárgate de ello junto a Han.
—Sí señor —con un saludo militar, se retiró del despacho del capitán Cameron.
***
El Dr. Green estaba analizando la muestra tomada en el buque ese día.
Cameron le había explicado dónde lo había adquirido. Pensar en la clase de gente como el dueño de ese maldito infierno flotante le repugnó. Era por eso que quería crear a los soldados perfectos, o ahora mercenarios —lamentablemente—, porque creía que así podrían eliminar a esos mugrosos mafiosos, que degradaban a la especie humana.
Sabía que era una débil excusa para convencerse que el fin último justificaba la traición que había cometido con su amigo y los cuerpos torturados en el proceso.
A su lado tenía al doctor Hennessy, quien se había acoplado a él como una ladilla. Se había vuelto el perro faldero de Cameron, lo que convertía a los dos científicos en mutua compañía indeseable.
Trataba de ignorar al joven de cabellos anaranjados, que se movía de un lado a otro, probando fórmulas y combinando elementos a base de la poca muestra de sangre mutante que les quedaba.
—Doctor, no desaproveche lo que nos queda.
Como respuesta recibió una intensa mirada violácea de párpados entrecerrados.
—No la estoy desaprovechando. Estoy dándole una nueva utilidad.
—¿Qué utilidad es esa, si puede saberse?
El joven de ciencia dudó en darle la respuesta, pero su vanidad y necesidad de reconocimiento era tal, que quiso compartir con alguien lo que acababa de crear.
—Un atenuante para la mutante.
—¿Para qué querríamos un atenuante, cuando lo que pretendemos es potenciar habilidades?
—Es la kryptonita de Superman. Siempre se debe tener un respaldo cuando el adversario tiene poderes que nos superan —sonrió elevando su barbilla, orgulloso—. Está diseñado especialmente para ella.
Green calló, reconociendo que no era una mala idea tener un sedante así. Observó al doctor irlandés guardar su resultado en un estante que cerró tras el vidrio protector y ambos retomaron sus respectivas tareas.
Hank sólo debía esperar los resultados de ADN de una de las muestras, que sería en pocos minutos y comparar cada tipo de sangre.
Se concentró en el microscopio para observar las células sanguíneas y confirmar si era o no la misma muchacha. Ajustó la lente y lo que vio, lo dejó pasmado. Se frotó los ojos. Quería asegurarse que lo que estaba viendo no era su fatigada vista. Pero era real. Los hematíes, leucocitos, trombocitos y otros elementos corpusculares del tejido sanguíneo parecían brillar de un color dorado. El mismo color del suero empleado para aumentar el rendimiento de los mercenarios de Cameron.
El mismo brillo que surgía en sus ojos cuando llegaba a su torrente sanguíneo.
Se levantó de un salto y se dirigió al despacho del Dr. Meyer.
Delante de la puerta de la elegante oficina, estaba el escritorio de la asistente del director y dueño de Quirón, Amelia. Como siempre, estaba perfectamente sentada con actitud severa, tipeando con rapidez en el teclado y respondiendo a las llamadas telefónicas. Cuando vio venir al Dr. Green a las corridas, no le alcanzó el tiempo para detenerlo y dar aviso de su llegada.
El alto científico entró sin esperar a ser anunciado, abriendo la doble puerta de un golpe.
—¡Es cierto! ¡La chica de Masao estaba en ese barco! —Se detuvo agitado. Llevó las manos a ambas rodillas, tratando de recuperar el aliento. Había sido un ejercicio exhaustivo para su pasivo cuerpo.
Cuando se recuperó, volvió a erguirse y vio que junto a Johann estaba el Capitán Cameron. Ambos lo observaban sorprendidos por su intempestiva entrada y sus palabras inentendibles, producto de su excitación.
Los dos estaban sentados en el sofá. Frente a ellos, el televisor que guardaba dentro del gran mueble estaba a la vista, encendido, mostrando las noticias sobre el seguimiento del barco del <<Infierno>>, como habían llamado los medios informativos al Paradise.
—¿Qué es lo que dijiste Hank? —tomó la palabra Meyer.
—Tenemos confirmación de la criatura. Ella estuvo en ese lugar —señaló la pantalla—. Y es la misma que la que entregó la muestra a la doctora Kane.
—Bien. Ahora necesitamos localizarla.
—Tarea nada sencilla. Ninguna de las prostitutas sabía qué pasó realmente con la extraña. Shiroi Akuma —respondió en tono agrio Cale.
—Podemos interrogar a los capturados. ¿Dónde están ellos?
—En las oficinas del FBI, en la ciudad.
—¿No dijeron nada cuando tú y Doyle estuvieron allí?
—No pudimos acercarnos. Simulando ser agentes de inmigración, nos quedamos con las chicas, esperando encontrar que una de ellas fuera nuestra objetivo. Además, ya no están declarando. Su abogado no los deja decir nada.
—Eso nos puede servir —reflexionaba en voz alta Meyer, rascándose el mentón—. Hay que convencer al abogado que nos dé acceso a ellos. Alguno debe saber a dónde fue ella. Usa los medios que creas necesarios.
Las noticas habían cambiado y ahora estaban mostrando el bloque de chimentos, donde varias mujeres vestidas de forma llamativa y muy maquilladas hablaban gesticulando mucho. Al parecer, un rico soltero muy codiciado fue visto con una hermosísima mujer paseando por la ciudad de Nueva York.
El capitán se puso de pie, listo para salir y seguir con el plan. Entonces, se detuvo cuando el doctor Green gritó, otra vez, apuntando al televisor.
—¡Es ella!
—¿Quién?
Los otros dos hombres siguieron el dedo del doctor, pero no llegaron a tiempo a ver lo que indicaba. La velocidad en que pasaban de un chisme a otro era muy rápida. Pero él insistía.
—Estoy seguro. Recién la mostraron en el televisor. Algo sobre un rico soltero y su nueva novia.
Johann Meyer reconoció la referencia de Hank y se inclinó sobre la mesa baja frente a él, en la que había varios periódicos y revistas. Revisó entre los diferentes títulos hasta dar con el que buscaba y que había ignorado hasta el momento. Lo tomó y lo dejó arriba de todo, volteado hacia el científico.
—¿Ella?
El aludido se aproximó y levantó la revista, una de esas que acompañan los periódicos y comentan sobre la vida privada de ricos y famosos de la alta sociedad. No entendía nada de ese mundo, pero estaba seguro de que era ella.
—Sí, estoy seguro.
—¿Por qué? —El alto moreno caminó hacia él, para observar la publicación que sostenía el otro en sus manos.
No tuvo que esperar la respuesta porque en cuanto los tres vieron la fotografía, comprendieron la seguridad en la afirmación del Dr. Green.
En la imagen que sostenían, veían a una hermosa mujer de piel de suave dorado que posaba al lado de un imponente rubio, vestido en un elegante esmoquin, a la entrada del evento.
Los perfectos y delineados rasgos de la joven quedaban registrados ante las cámaras, compartiéndole al mundo las maravillas que decoraban su rostro.
—Sus ojos. —Cale y Johann cruzaron miradas asintiendo. A pesar de que los oyentes del alto científico sabían a qué se refería, este no pudo evitar explicarse—. Se puede apreciar el color del intenso ámbar de sus ojos. El mismo color del suero y que adquieren como pequeñas esquirlas en sus ojos cuando se inyectan las dosis.
—Entonces, sólo falta saber dónde está.
—Ya lo sabemos. He estado en su casa. —Hank y Cale fijaron sus miradas absortas en Johan—. El joven multimillonario es Steve Sharpe. Y vive en Los Hamptons.
—Cuyo recorrido emplea la ruta que siguió nuestro hombre misterioso con la muestra —reflexionó Cameron, que se sentía como el depredador olfateando a su presa al acorralarla. A punto de engullirla.
—Steve Sharpe no sólo es un importante empresario. Es el hijo de Audrey Callen.
La sorpresa los golpeó inmediatamente ante la conocida referencia. No era posible que la creación de Masao y el hijo de la periodista que habían hecho silenciar se hubieran encontrado.
—¿Cree que saben de nosotros?
Un asustado Hank Green palideció, sentándose en el mullido sofá del despacho, con la revista todavía en la mano.
—No importa. Es un ricachón. Lo eliminaremos como hicimos con sus padres y traeremos a nuestra escurridiza criatura. Prepararé al equipo. Esta noche por fin terminaremos nuestra cacería.
—Capitán, debe estar preparado. La criatura a la que se enfrentarán no tiene límites.
—¿Qué quiere decir, doctor? —cuestionó con burla.
—Deberán ser rápidos. El efecto del suero que les damos es de una hora o dos como máximo. Menos si se someten a mucho estrés, porque el cuerpo metaboliza más rápido la pócima.
—No sea ridículo Hank —escupió. Que lo llamara por su nombre era una muestra visible de su desprecio—. Es sólo una niña contra seis soldados profesionales con años de experiencia. Aun sin el suero, sería presa fácil.
—No debería ser tan confiado. No sabemos nada de su preparación con Masao.
—Eso es indistinto. Sigue siendo una sola contra mi equipo. Además, Masao no tenía ningún conocimiento militar. Cualquier entrenamiento sería insuficiente.
—Es un necio —el rojo de su frustración ascendía por su rostro.
Cerró los ojos para tranquilizarse y al abrirlos, giró y salió a paso acelerado hasta el laboratorio donde había estado trabajando con el joven científico.
Al llegar, y sin decir una palabra, tomó del estante la nueva preparación realizada por su colega, que protestó al verse ultrajado.
—¿Estás seguro de que esto funcionará? —Su pregunta sonaba a amenaza, lo que hizo silenciar a Rowan, quien se limitó a asentir—. Eso espero. Lo mismo Cameron.
Sin esperar otra respuesta, giró sobre sus talones y regresó junto al mercenario y al propietario de los laboratorios.
—Aquí tiene Cale, al menos, tome este sedante. Está hecho especialmente para ella, o mejor dicho, considerando su resistencia metabólica a cualquier narcótico. Créame, lo necesitará.
N/A:
AAAAAHHHHH, noooooo... el rastro de nuestra Shiroi Akuma la tiene en la mira de Cameron.
¿Qué pasará?
Espero que les haya gustado. Estamos muuuuuuy cerca del final.
Este capítulo es para holyMalave nueva integrante de nuestra familia de demonios... pasen a ver sus historias!
Recuerden comentar y votar.
Gracias por leer, Demonios!
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