43. Nuevo Jugador

43. Nuevo Jugador.

Se sorprendió cuando escuchó que la llamaba por su nombre. Su cara adquirió un rictus de horror y su cuerpo respondió automáticamente, erizándose y poniéndose en guardia.

—¿Quién es usted? ¿Cómo sabe mi nombre? —Caminó hacia atrás, alejándose del desconocido.

—Lo siento. No pretendía asustarla —respondió, ofreciendo una amplia y encantadora sonrisa a modo de disculpa. Sacó su identificación del bolsillo interior de la chaqueta—. Soy el agente especial Chris Webb.

—Agente especial... ¿del FBI?

Estaba asustada, o tal vez, preocupada. 

Eso le daba la pauta de que estaba bien encaminado con sus sospechas. Si no tuviera nada que ocultar, no tendría por qué reaccionar de esa manera. Aun así, se sentía culpable de ser el responsable de aterrarla de esa forma. Lo que más deseaba en ese momento era evitarle cualquier sufrimiento.

Aunque desconocía el porqué de ese sentir.

Absortos como estaban, no se percataron que alguien más se había aproximado. Alguien que no perdió detalle de lo ocurrido desde que el agente hizo contacto con la joven mujer.

—Agente Chris Webb, si no me equivoco —la alta y elegante figura de Steve, vestido con un traje azul marino de corte impecable, se ubicó entre él y Aurora, escudándola. 

Ella lo contempló con asombro. ¿Cómo sabía quién era? Se mantuvo detrás de él, sujetando fuerte su brazo.

Chris se fijó en el gesto de ella y un nudo incomprensible se hizo en su pecho. Luego clavó la vista en los fríos ojos de Steve. 

Sería el agente el que plantearía la misma duda.

—Me sorprende señor Sharpe. ¿Cómo sabe mi nombre? —Estaba seguro de que conocía la respuesta. Pero ahora estaba jugando un juego diferente, con un jugador diferente. El tono había cambiado. Ya no era Chris Webb, el hombre. Era el agente especial Christian Webb, del FBI—. Puedo afirmar que si nos hubiéramos conocido antes lo recordaría.

Los hombres se observaban desafiándose. Analizándose.

Chris sobrepasaba al billonario, pero a pesar de que hubiera seis centímetros de diferencia a favor del agente, Steve imponía e intimidaba con su aura. 

Cuadró sus hombros ampliando su gran pecho mientras que Steve, erguido como un caballero, se sentía seguro con su porte. 

Ambas contexturas eran similares. Atléticos, musculosos sin exageración y bien definidos; de piernas largas, musculosas y glúteos redondos. Cintura estrecha, marcando todavía más la anchura de sus espaldas. Algo más amplia en el exmilitar, cuyos hombros y brazos se percibían duros como el acero. 

El agente tenía el cabello corto, de castaño claro, en tanto Sharpe era rubio oscuro y sus cabellos algo crecidos, estaban perfectamente peinados hacia atrás con fijador.

Los músculos debajo de las prendas, de calidades completamente alejadas, estaban tensos como si se hallasen frente a un inminente ataque.

Seguramente, sería así, aunque no usaran los puños.

El instinto por imponerse al otro los hizo dar un paso adelante, acortando las distancias y enfrentándose en un duelo de miradas. Una oscura y helada carente de emoción. La otra, clara, honesta y luminosa. Ambos con sus mandíbulas contraídas.

Faltaba que se los sacaran y midieran quién la tenía más larga.

—Por las noticias —interrumpió la silenciosa batalla—. Hizo un gran trabajo con la captura del buque que tenía esclavizadas a tantas chicas.

No se le escapó al agente la mirada de Aurora, que pasó del alto hombre —que la protegía como si fuera el guardián de ella—, al mismo Chris Webb. 

Ella sabía.

—Gracias. Pero no puedo llevarme todo el crédito —lo miraba con seriedad—. Alguien pasó el dato.

—Aun así, fue muy importante lo que hizo. Ayudó a todas esas muchachas —fue la voz suave de Aurora la que habló.

Al agente le sonó como un agradecimiento. Como si fuera algo personal para ella. 

Él sabía por qué. Lo supo en cuanto vio sus ojos lobunos.

—¿Podrá darles un hogar aquí? —Continuó, en tono de súplica.

—Eso esperamos. Hay mucho trabajo todavía —alzó una ceja, interrogativa—. Parece muy preocupada. Puedo mantenerla informada, si lo desea señorita.

—No hace falta, gracias. Nos iremos enterando por los medios. Seguramente, habrá un importante seguimiento —fue la respuesta tajante de Steve—. Lo que no termino de comprender, es qué lo trae por aquí. No creo que sea casualidad que anduviera por esta playa lanzando piedras. O que sepa el nombre de Aurora.

—Ninguna casualidad. A decir verdad, es un hecho interesante. Creo que lo mejor será que lo charlemos en un lugar más reservado.

—Coincido —dando media vuelta, tomó a Aurora de las manos y le susurró algo al oído, a lo que ella correspondió con un asentimiento de la cabeza. Le dio un beso sostenido en la mejilla para acto seguido mirar a Chris. Era una provocación. Se había dado cuenta de la atracción que sintió por esa mujer y le demostraba que era suya. De ser un par de perros, la estaría orinando para marcarla—. Sígame.

Siguió a Steve hacia la casa. De dio vuelta y notó que Aurora se quedaba de pie en la playa.

—¿No nos acompaña?

—No. No es necesario.

—Yo creo que sí. Le concierne también a ella.

—Entonces, se lo contaré más tarde.

¿Acaso esa muchacha sólo era una propiedad para él? No la merecía.

<<¿Y acaso tú sí?>>, le provocó su propia mente traicionera.

Sacudió su cabeza, centrándose en sus próximas jugadas.

Pasaron por una puerta enrejada que daba acceso a un jardín enorme, con una piscina y en un extremo, unas barras de entrenamiento y una gran arboleda. La casa de Sharpe era preciosa. Grande y elegante. De tres planas, de aire clásico, pero con toques modernos. 

En la puerta de entrada desde la piscina, se toparon con Andrew, que se encontraba de pie, con cara de pocos amigos, siguiendo cada movimiento del agente. 


Continuaron la conversación encerrados en el despacho de Sharpe. Él sentado detrás de su gran escritorio. Webb, de pie, recorría la estancia. Se detuvo en la mesa baja de centro, llena de periódicos y revistas desde donde se veían los títulos de los chismes sociales sobre el enigma de la mujer misteriosa que al parecer había conquistado al reservado y atractivo soltero Steve Sharpe. 

La imagen de ambos le molestó. 

Siguió caminando, deteniéndose brevemente delante de un tablero de ajedrez. Uno muy elegante, con piezas de metal con diagramas en oro y plata. Una exquisitez invaluable.

—¿Juega? —preguntó desde su escritorio Steve, que lo seguía con la mirada.

—Para nada. Prefiero el póker —tomó una pieza que luego ubicó otra vez en su lugar. Admiraba el material y la calidad del tablero y sus figuras. Sin mirar a su interlocutor, prosiguió con su inspección del lugar, mientras dialogaban.

—Un juego de engaños.

—Un juego para aprender a analizar al otro y descubrir qué lo delata. ¿No me ofrecerá algo de beber? ¿Dónde quedaron la cortesía y lo buenos modales?

—No pretendo que se quede mucho por aquí; y suficiente cortesía tengo con usted en permitirle acercarse a mi hogar. A los míos.

<<A mi mujer>>.

Chris rio entre dientes sin todavía dejar su tarea.

El lugar carecía de fotos, salvo una de una casa en la playa, de un niño con sus padres. La tomó para mirarla de cerca. Reconoció en ella a la familia Sharpe. Una familia feliz, los tres sonriendo. Tuvo por un breve momento, un sentimiento de nostalgia. El dueño de la casa había sido un niño feliz, querido por sus padres y se lo arrebataron. ¿Cómo hubiera lidiado él mismo con esa situación? 

Volvió en sí. No creía en esa justificación para volverse un asesino. Señaló la foto y volvió a hablar.

—Linda foto. Pero no veo ninguna de su novia. Salvo en las revistas.

—No necesito ninguna foto de ella. Si quiero verla, simplemente lo hago. La tengo cuando quiero y como quiero —apuñaló como el cabrón posesivo que le gustaba ser.

Golpe bajo. Punto para él. Ya deseaba poder tener el mismo placer. Aunque el tono empleado le revolvió el estómago al pensarla como un mero objeto para el imponente hombre.

—Estoy esperando que me explique qué hace aquí.

—Iré al grano —caminó hasta una de las sillas frente al escritorio y se sentó en ella.

—Se lo agradecería.

—Sé quién es y lo que hace.

Ambos hombres volvían a su guerra visual, chocando sus azules. Uno, de ojos oscuro como el cielo profundo de la noche. Los del otro, pertenecían al cielo azul claro del día.

—He estado siguiendo sus trabajos de los últimos años. Aquí y en el extranjero —continuó, sin quitar sus orbes del hombre que tenía enfrente—. Tiene talento.

—No hago mucho. Dejo todo en las capaces manos de los directores ejecutivos de los distintos canales y otros medios. Aunque no veo cuál sería el interés en eso de un agente federal. A no ser que trabaje para Hacienda. Sepa que tengo mis impuestos al día.

—Por favor, señor Sharpe. No insulte mi inteligencia. Sabe a qué me refiero.

—Deberá ser más específico. Sólo soy un empresario, dueño de un conglomerado mediático multinacional.

—Permítame que le muestre una foto —ignorando el último comentario de Sharpe, sacó de un bolsillo la foto en la que se veía a un hombre con gorra y chaqueta—. Creemos que este hombre es el responsable del asesinato de Michael Clark, en Texas.

—Ah, sí. Vi las noticias al respecto. Si no me equivoco, usted también está en ese caso.

—Así es.

Steve tomó la foto que el agente había dejado sobre el escritorio. Un hombre con gorro se veía de espaldas.

—No se ve el rostro. Podría ser cualquiera.

—Eso sería cierto, si no fuera porque los análisis biométricos han coincidido con los suyos. Verá, la mano que se observa y la parte del rostro que queda a la vista, fueron suficientes para determinar, junto con el peso y la altura aproximados, la correspondencia con sus medidas. Metro noventa y dos y cien kilos aproximadamente. Y hubo más coincidencias en donde ocurrieron otros asesinatos similares en diferentes puntos del país. Llevo siguiéndolo hace bastante.

—Esas medidas son iguales a los de varios millones de otras personas, calculo. Incluyéndolo a usted.

—No tanto.

—Cierto. ¿Qué, metro noventa y seis?

—Ocho.

—¿Ciento cinco, ciento diez kilos?

—Mas o menos.

Sin perturbarse, Steve prosiguió.

—Suponiendo que fuera yo, no es prueba suficiente. Ningún jurado creería que un hombre como yo se dedicaría a asesinar gente. ¿Por qué lo haría? Dinero no me falta. Y no le veo la diversión a eso.

—Verdad —otorgó—. Salvo que lo poco que se ve de su reloj permite apreciar su exclusividad. Yo no podría comprar uno ni con el sueldo de cinco años, incluso con horas extras. Y muchos otros tampoco. Al parecer, se han hecho diez nada más y sus propietarios están registrados. —Steve no movía un músculo. Sería un increíble adversario en la mesa de póker—. ¿Le suena el nombre de Alfred Klaus?

—No puedo decir que lo haga.

—No se preocupe. Es un nombre falso y nadie puede dar su descripción después de tantos años —afiló su mirada—. Pero sí tenemos los números de series. Sólo necesitaría una orden para revisar su colección de relojes y cotejar el suyo con la máquina obtenida por el ficticio alemán. Aunque no creo poder obtener dicha orden sin evidencia suficiente. Pero lo que me llevó a usted fue el único error que cometió, hace dos noches atrás. Cuando mató a Arata Yoshida —guardó silencio un momento, esperando ver alguna reacción en el rostro de Sharpe. Pero el hombre era una puta esfinge. Prosiguió—. Arata desapareció la misma noche en que al parecer asistió a una fiesta en una galería. Fiesta a la que usted y la encantadora Aurora también asistieron.

—Y varios cientos de personas más.

—Aún no terminé. Estoy seguro de que allí hubo otro asesinato. Un agujero en la claraboya lo delata. Y nuevamente, el misterioso hombre de gorra estuvo rondando las cercanías del edificio un día antes. También, en las inmediaciones del puerto donde rescatamos a las chicas, registramos al mismo hombre de la gorra. —Silencio. El frío hombre no decía nada. No movía un músculo de su cara. Jugar con él al póker sería todo un desafío. No importaba. Chris Webb continuó—. Cuando rescatamos a las muchachas del buque Paradise y arrestamos a los implicados, llamó mi atención una de las celdas. No se imagina lo horroroso de la escena y eso que ambos debemos haber tenido nuestras cuotas.

—Lo imagino, siendo francotirador Ranger del ejército y ahora agente del FBI, su experiencia en situaciones traumáticas debe ser extensa.

—Usted también hace su tarea —sonrió de medio lado, con cierta admiración.

Steve se mantuvo inmutable mientras escuchaba con curiosidad cómo había unido los cabos. 

El agente mantuvo un momento de suspenso y siguió.

—Esa celda estaba manchada de sangre seca, limpiada sin éxito, que cubría todas las paredes, el suelo y hasta el techo; y restos de semen. Uno no puede ni imaginar qué fue lo que ocurrió allí. Lo primero que supusimos, fue que era la habitación donde torturaban a cualquiera que cometiera alguna imprudencia con ellos o alguna muchacha que no seguía sus órdenes. Un lugar de aleccionamiento. Hasta tiene unas cadenas para colgar a las víctimas por las muñecas. ¿Le suena familiar?

Ante esas palabras, algo se movilizó en Steve. Imaginar esa celda, con la mujer que amaba, siendo torturada por el placer macabro de hombres enfermos lo llenaba de ira.

El haber colgado al maldito japonés había sido simple coincidencia. Ironía poética.

Chris notó por primera vez un cambio en sus ojos. Parecía crispado y sus manos —antes con los dedos entrelazados debajo de su mentón—, habían descendido hasta los apoyabrazos de su butaca, donde en ese instante apretaban con fuerza los extremos de madera tallada. 

Era el primer gesto humano que notaba. 

Y era por ella. 

Tal vez sí sentía afecto por Aurora. 

Eso le fastidió. Había imaginado ser el único que podría sentir algo por la joven, aunque no tuviera idea de quién fuera en realidad. 

Continuó con su monólogo.

—Cuando logramos hacer hablar a los hombres arrestados, todos mencionaron a una tal Shiroi Akuma. Hasta que supe que Shiroi Akuma significa Demonio Blanco. Era una mujer lo que tenían encerrado ahí. Una extraña mujer de ojos de lobo, tal como los que tiene su novia. Y que al aparecer, había muerto en alta mar. Pero usted y yo sabemos que fue comprada por un multimillonario misterioso. —No tenía pruebas de que eso fuera cierto, pero se arriesgó en su teoría. Frunció el ceño—. ¿Cuánto puede salir una mujer tan hermosa y misteriosa? —Sacudió la cabeza—. ¿Sabe qué? No conteste. Me desagrada pensar que una mujer sea tratada como si fuera una mercancía.

En esa ocasión, el hombre sentado del otro lado del escritorio, tomó una actitud de alerta. 

El agente del FBI sabía hacer su trabajo con diligencia y tenía que reconocer que no era ningún tonto. De hecho, lo acorralaba, como en un tablero de ajedrez. Sentía que estaban en una batida y su adversario era un buen jugador. Uno que parecía conocer sus jugadas.

El error que había cometido, lo había hecho por Aurora. 

Y ahora él había desentrañado la identidad de la joven. Qué podría llegar a ocurrir, si el secreto de ella estaba en peligro, lo descubriría en los siguientes minutos.

—No se preocupe. No vengo a arrestarlo. —Le había leído la mente—. Como usted bien dice, no hay forma de condenarlo —cerró el puño y apuntó su pulgar hacia atrás, por arriba de su hombro, señalando hacia la playa a través del ventanal, donde se encontraba el ángel—. Y por ella, no se alarme. No necesito reportarla.

Había cierto alivio para el empresario, si el investigador cumplía con su palabra.

—Entonces, ¿a qué ha venido realmente? No me diga que espera un agradecimiento económico, porque no lo imaginaba siendo ese tipo de hombre.

—Por favor, creí que habíamos establecido cierto respeto entre nosotros. Sólo vine a devolver una cortesía. Lo que hacía ese Yoshida me repugna. La condición en la que se encontró a esas chicas fue deplorable. Aunque no apruebo sus métodos. Lo que hizo con Yoshida fue exagerado. Debió dejárselo a la justicia.

—Usted sabe muy bien que hubiera salido impune. Muchos de los que aprovechaban los servicios —remarcó esa palabra—, de ese hombre son personajes poderosos. Incluso, no descarto que oficiales de la ley supieran la existencia de ese barco. De hecho... dígame... ¿cuánto tiempo cree que Durand estará encerrado?

—Seguramente tiene razón. Igual, no puedo probar nada de lo que usted hizo. Pudo ser cualquiera, incluso algún rival. Además, su novia no parece tener ninguna marca o cicatriz que pruebe tortura alguna. Sería improbable que ella fuera la que estuviera encerrada en ese lugar. A no ser que se curara por arte de magia.

<<Como el Highlander>>

Creyó notar un brillo en los ojos helados de Sharpe.

—Pero eso es imposible —aseguró.

—¿Cuál es esa cortesía de la que hablaba? —Se estaba impacientando y necesitaba cambiar el tema.

—Sé que usted fue el que informó del barco. También creo saber qué lo motivó a seguir esa otra... línea laboral desde hace casi una decena de años.

—No es necesario ser detective. De ser verdad algo de lo que dice, lo que usted presume es que la muerte de mi madre fue el detonante. Sería mi conclusión también. Pero el culpable fue hallado.

—Sí, muerto. En un callejón.

—A eso se le llama karma.

—O venganza.

—Cualquiera que sea el término, no justificaría que yo continuara asesinando.

—Lo mismo pensé. Después supe, a pesar de que lo tiene muy bien resguardado, que su padre nunca se recuperó del todo de la explosión. De hecho, fue empeorando. Eso también desencadenaría una gran rabia.

—Que haría que me volviera un asesino.

—Eso, o su subconsciente que le decía que el verdadero culpable todavía anda suelto.

—¿De qué habla? —Steve entornó los ojos, mirando con atención al agente.

Chris Webb disfrutó ese momento de confusión del orgulloso Steve Sharpe. Aunque le duró unos segundos porque de inmediato sintió vergüenza de su propia arrogancia. Ya una vez, su mundo se había venido abajo. Ahora, él le estaba diciendo que no todo era lo que parecía.

—Tengo entendido que lo identificaron por el reloj que pertenecía a su madre y que el ladrón vendió en una casa de empeños.

—Así es.

—Le dejo mi regalo. Preste atención —sacó la otra fotografía del interior de la chaqueta. En esta, se veía la escena de la sala de estar, después de la explosión de la cocina—. Fue sacada antes de que usted llegara. —A continuación, se levantó de la silla. Se acomodó el traje y se dio media vuelta, dirigiéndose a la puerta—. No se preocupe. Saldré por mi cuenta —dejó al dueño de la casa, solo, encerrado en su oficina.

Steve Sharpe tomó el rectángulo de papel fotográfico que el agente había dejado sobre el escritorio. Reconocía la escena. La había vivido. No tenía nada sorpresivo. 

Hasta que lo encontró. 

NO.PODÍA.SER. 

Sintió que un abismo se abría bajo sus pies y que caía a sus oscuras profundidades.

***

Una vez afuera de la habitación donde Steve Sharpe se quedaba sumido en la confusión, Chris Webb respiró profundo mientras se agarraba la cabeza, masajeando sus sienes. 

Le estaba doliendo otra vez. Mejor dicho, nunca le dejaba de doler, pero en esa ocasión lo sentía más intenso de lo habitual. Palpó sus bolsillos, pero no encontró el frasco con las aspirinas.

<<Mierda>>. Se las había olvidado en el coche. 

Deshizo los pasos que lo condujeron unos momentos antes hasta allí, pasando por al lado del guardaespaldas. Eso le dio gracia. Que Steve Sharpe simulara tener un guardaespaldas.

Volvió a la playa, con la esperanza de encontrarla en el mismo lugar donde la habían dejado. Y así era. 

Caminaba en dirección hacia donde se había sentado la muchacha, observando que tenía los brazos desnudos apoyados sobre sus rodillas flexionadas y la mirada al horizonte. 

Cuando lo sintió llegar, se puso de pie y se limpió la arena de las nalgas. El pantalón corto mostraba la longitud de sus torneadas y sensuales piernas, que puso en movimiento para dirigirse hacia él.

Había mudado de semblante. Ya no estaba alegre. Por el contrario, podía percibir su preocupación. 

Se detuvo, de frente a él. Sin decir palabra. Sólo fijó la mirada con su brillo dorado. 

Tenía que decirle algo, cualquier cosa, con tal de demorar su despedida. No creía que fuera a verla otra vez. A no ser que algo malo le pasara a Sharpe. En su línea de trabajo, eso era muy posible y él volvería a ella, a consolarla entre sus brazos. 

Movió su cabeza, rechazando tan despreciable pensamiento. Él no era así. Él era un buen hombre. O eso intentaba.

Fue ella la que rompió el silencio.

—¿Realmente cree que podrá ayudar a esas chicas?

—Eso espero. Trataremos de devolverlas a sus familias.

No podía confesarle que ya no estaba en el caso. Aunque esperaba cambiar la situación.

—No. No lo haga. Algunas de ellas fueron vendidas por sus padres —se mordió el labio inferior. Quería preguntar algo que la ubicaría definitivamente en ese buque. Pero tenía que saberlo. Lo miró a los ojos. A esos claros ojos azules y sintió que podía confiar en el agente. Se acercó un poco más a él, como si quisiera compartirle un secreto, sin saber que lo castigaba con su proximidad—. ¿Halló en el barco a una jovencita japonesa de nombre Nomi?

La hermosa muchacha estaba reconociendo que las conocía. Sus sospechas estaban en lo cierto definitivamente.

—Sí. Ella fue la que me contó de usted.

Su rostro se iluminó de tal forma que el hombre se maravilló del espectáculo que presenciaba. Aurora cerró sus ojos y sonrió. La pequeña Nomi estaba viva. Sabía que no podría acercarse a ella sin poner en peligro su identidad, pero estaba feliz de que estuviera libre.

Quería decirle que no la había olvidado y sopesaba si rogarle al alto hombre, un desconocido, que le diera un mensaje de su parte.

Chris la observó otra vez apretar su labio inferior con nervios, comprendiendo en ese gesto que algo la atribulaba. Como no parecía decidirse, él avanzó.

—Señorita Aurora, ¿qué ocurre? ¿Qué necesita? Confíe en mí —fue su turno de eliminar cualquier espacio entre ellos. 

Podía sentir su calor y todo su cuerpo se afiebró.

—¿Usted podría... —abrió sus ojos, en súplica—, entregarle un mensaje a Nomi?

Sonrió ante la solicitud. La misma sonrisa hermosa que ya le había regalado antes a la joven y que tanto le había gustado.

—Haré cualquier cosa que me pida.

—Sólo quiero que sepa que no me olvidé de ella. Que me disculpe por no haberla podido ayudar antes, pero que trataré de hacerlo de alguna manera —sus ojos se humedecieron antes de continuar. Su voz temblaba—. Quise salvarla hace tres meses, pero me atraparon y me castigaron.

—Se lo diré. Ahora también me tiene a mí para ayudarla. Ayudarlas.

—Gracias, agente Webb —la sonrisa volvió a plantarse en sus tentadores labios.

El agente se quedó en silencio forzándose para no dejar caer sus ojos en esa boca de cereza, porque le robaría un beso de hacerlo.

Meditó sobre sus palabras y lo terrible que debió ser para ella. Había estado en ese buque del horror, ¿también en esa habitación? ¿Ahí la habían castigado? En realidad, no tenía grandes dudas al respecto. 

La rabia se encendió en él al imaginar a esa criatura siendo torturada.

Controlándose, la observaba revisando su piel con discreción. Aún no comprendía lo que le había contado la pequeña Nomi sobre los golpes sin tener marca alguna.

Ya no importaba. Ella estaba libre. Steve Sharpe la había liberado. Tal vez por eso la trataba como a una posesión. Él sentía que le pertenecía. Y un hombre así podía ser muy peligroso. 

Supo que esa era su ventaja para rescatarla del frío sicario.

Chris le tomó de la mano y se la sujetó con fuerza.

—Señorita Aurora. Usted es libre ahora. No tiene que quedarse con Sharpe. Él no es el hombre que todos creen. Es peligroso. Por favor. Venga conmigo. Yo puedo protegerla.

Ella abrió grande sus ojos y sostuvo la mirada, con tal ternura que lo confundió. No parecía preocupada por sus palabras.

—Está equivocado. Sé perfectamente quién es él.

—¿Qué es lo que sabe? —No creía que realmente comprendiera a qué se había referido él. Después de todo, ¿quién pensaría que su novio es un asesino profesional?

—Lo que usted sospecha.

Entonces sí lo sabía.

—¿Y no le importa lo que es?

<<Lo que yo soy es mucho peor>>, pensó para sí.

—Veo mucho más en él de lo que todos los demás hacen. Además, se retirará. Me lo prometió.

No podía creer lo que escuchaba. Aun así, no creía que la mereciera. O que ella mereciera el trato que le había dispensado cuando la dejó en la playa. 

No se daría por vencido.

—Sin embargo, él no debería menospreciarla o darle órdenes. Tampoco debió dejarla aquí sola. Nuestra conversación era importante también para usted y debía estar al corriente.

—Él no me menospreció —mostró un celular que tenía en la otra mano—. Escuché toda la conversación. Steve me dejó su teléfono y luego llamó desde el despacho. Temía que tal vez usted viniera por él, pero más le preocupó que lo hiciera por mí. Debía escapar en caso de que creyera que estaba en riesgo.

<<¿Llevársela?>>.

Ya quisiera. Al fin del mundo se la llevaría. 

Miró el celular con sorpresa. 

Había sido un idiota. Lo tenía todo al revés. Él la amaba y ella le retribuía. Lo que estuvo haciendo hasta la llegada del hombre de ley sobre la arena era bailar porque era feliz. 

Hubiera deseado ser él la persona que la hiciera bailar de esa forma. 

Su corazón se le fue al piso.

Ella lo guardó en el bolsillo trasero del pantaloncillo.

—Debe creerme agente Webb. Steve es un buen hombre, aunque no lo demuestre fácilmente. Jamás me haría daño. Él me ama. Y yo a él, con todo mi ser —posó su mano libre sobre su rostro y lo acarició suavemente con su pulgar sobre la rasposa mejilla. 

Su calidez lo inundó. 

No quería dejar de sentir ese contacto nunca. Pero ella la retiró un minuto después.

—Y usted también es un buen hombre. Le agradezco lo que hizo hoy por nosotros. Por Nomi. Siempre se lo agradeceré —lo miró directo a los ojos, aunque sintió que le llegaba al alma y se adueñaba de ella.

Él buscó en su bolsillo y sacó algo pequeño, que dejó en la palma de su delicada mano, aquella que aún sostenía en la suya.

—No tengo nada más que decir. Le dejo este pequeño regalo —una piedra plana de color amarillo y fuego—. Para que no se olvide de mí.

—Nunca lo haré —sonrió y se le iluminó la cara.

Y a él, el corazón. 

Sería todo lo que obtendría de ella, después de todo. El fuego de esos ojos, el suave contacto con su piel y el aroma que desprendía su cuerpo. A flores. 

No dejó de verla mientras ella caminaba devuelta hacia la mansión. 

Si sabía lo que conversaron entre las cuatro paredes del despacho, sabría también que Sharpe necesitaría de su apoyo.

—Idiota —se dijo a sí mismo—. Está fuera de tu liga. Olvídala o te consumirá.

Pero supo enseguida que jamás lograría eso y se sintió morir.

Giró sobre sus talones y caminó desanimado por la arena hasta su vehículo, aparcado a varios cientos de metros, frente al mar. 

El caso del sicario de Texas, y tantos otros, estaba cerrado. No darían con el responsable. Dudó un momento en llamar a su antiguo compañero, el que le había confiado el caso a él, pero lo descartó porque no sabría cómo explicarle que lo había descubierto, que lo había visto a los ojos, pero que no lo arrestaría. No. Sería su secreto. Ahora se concentraría en el barco del infierno y en las pobres esclavas sexuales rescatadas y en hacer todo lo posible por ser parte del caso. 

Una vez en el interior de la camioneta oficial, buscó el frasco con las aspirinas que había dejado en la guantera y cuando lo estaba por abrir, notó que ya no le dolía la cabeza. Era extraño. Nunca había logrado que desapareciera. Desde hacía años. Desde que había vuelto de Afganistán. Sólo obtenía del pequeño medicamento cierto alivio. Mejor así. A ver cuánto duraba. 

Volvió a guardar el frasco en su lugar. 

Llevó sus ojos de la guantera al archivo que había dejado sobre el asiento del acompañante y tomó del interior la foto que sobresalía. Aquella que mostraba a una hermosa Aurora entrando a la galería. La había visto y hablado con ella. Pasó una vez más sus dedos por el perfil de su cuerpo. 

Había quedado prendado de ella, pero era inútil. No volvería a verla, a no ser que lo hiciera en papel. Dobló la fotografía y se la guardó en el bolsillo interior de su saco. 

Sería lo único que conservaría de ella. 

Luego, arrancó el coche y condujo rumbo a su casa.

***

Aurora abrió con cuidado la doble puerta corrediza del despacho de Steve. La preocupó verle la habitualmente cara bronceada con tremenda palidez. Tenía la mirada perdida en la foto que el agente le había dejado antes de irse. 

Se acercó despacio, en silencio, y se paró a su lado. Posó su mano en su hombro. Podía sentir su musculatura debajo del traje completamente tensionada. 

Se quedó mirando también la foto, tratando de identificar qué lo tenía tan preocupado. Reconoció la escena por lo que Steve le había contado sobre el asesinato de su madre. 

No se animaba a romper el silencio.


N/A:

¿Qué será lo que Chris y Steve descubrieron en esa foto?

¿Les gustó el encuentro entre Aurora y Chris? ¿Qué opinan?

Si bien los kilajes y metros no son las medidas usadas en US, me resulta más cómodo expresarme con ellas.

Espero sus comentarios y votos, por favor!! Me hacen muy feliz!

Gracias por leer, Demonios!

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