41. Juntos

41. Juntos.

Steve relató lo ocurrido desde que la había abandonado en el parque aquella noche. No omitió ningún detalle. Incluso su encuentro con Gabrielle. Lo que sintió al verla y al verse al espejo, evitando mencionar las tóxicas palabras de la mujer dirigidas a la preciosa joven. 

Notaba el gesto de Aurora, cómo se entristecía, pero lo miraba, no con su orgullo herido, sino como si sintiera pena por él. 

Eso le dolió a él más que todas las heridas físicas sufridas. 

Siguió contando cómo encontró al dueño del barco, que había tenido a Aurora esclavizada. Su pelea con el que supo por Aurora, se llamaba Ken Daigo y la captura final de Arata. Aquí evitó mencionar todas las torturas que le infligió haciéndole pagar por el daño hecho a tantas mujeres. Especialmente a la que amaba. 

Por último, le compartió que el FBI, gracias a su llamado anónimo, había localizado el buque y rescatado a las chicas. A todas. Y apresado a los tripulantes y asociados de Yoshida.

Una vez finalizado el relato. Se quedó en silencio. Aguardando su reacción. 

Ella miraba hacia afuera. A la nada. Entonces fijó sus ojos en él.

—¿Qué debo decir? ¿Sobre qué debo decidir?

—Di lo que sientas. Qué piensas de todo lo que te dije. Debes decidir si puedes estar con alguien así. Con alguien que, teniendo a la criatura más tierna del mundo a su lado, la hiere acostándose con otra. Alguien que tortura y asesina.

—Es mucha información. Por suerte, puedo procesar rápido —le dijo con una sonrisa. Aurora hacía bromas. Eso animó a Steve—. Vamos por partes. Esa Gabrielle, es la que estuvo en tu fiesta, y en la de la galería, ¿verdad? —Steve asintió con la cabeza. Le sorprendía que supiera que ella había estado en ambos eventos—. Debo reconocer que sentí algo extraño aquí —pasó su mano sobre su pecho—. Un dolor profundo cuando te imaginé con otra mujer —sus ojos cristalizados castigaron a Steve. Bajó su mirada y continuó con un susurro—. Ustedes tenían una historia antes que yo llegara. Tuvo que haber sido difícil para ella ser reemplazada. Lo siento por ella.

Steve no podía creer lo que escuchaba. Aurora sentía compasión por Gabrielle, la cual sólo escupía veneno cuando hablaba de ella. Qué maravillosa criatura.

—¿Volverás a acostarte con ella? ¿O con otras? —mordía su labio inferior con nervios esperando por su respuesta, sin despegar sus ojos de las sábanas con las que jugaba con sus manos, apretándolas.

—¡No! —la tomó por debajo de su barbilla, conectando sus miradas—. No hay nadie más para mí. Mis amantes quedaron en el pasado. Sólo te quiero a ti en mi presente y futuro.

Una larga exhalación y un brillo de emoción por parte de Aurora calmó ambos corazones.

—En cuanto a Yoshida... —su semblante cambió, ensombreciéndose—. No siento nada. No había nada bueno en él. Su crueldad afectó a tantas chicas. Y mi amigo fue víctima suya. —En ese momento pensó en Pierre y en Nomi. ¿Ella sería una de las chicas rescatadas? ¿O habría sido asesinada tiempo atrás?—. Yo he tenido la fortuna de haber sido salvada por alguien de buen corazón. —Steve alzó las cejas. Y se señaló—. Sí, tú, tonto. Aunque tú no lo veas, yo supe desde el primer momento que, a pesar de tu fría postura, eres un gran hombre, el mejor. Pero lo que me hizo, lo que nos hizo a todas, no se olvidará nunca. Ellas tendrán que vivir con ese dolor el resto de sus vidas. Él... él sufrió muy poco y pagó muy rápido.

—No tan poco, ni tan rápido. —Afirmó con dureza—. Te lo aseguro.

—Bien —respondió satisfecha sin ningún atisbo de remordimiento—. ¿Y ahora? ¿Qué debo decidir?

—Si, después de lo que hice, aún me quieres.

—¡Claro que sí! Más que nunca —se lanzó sobre Steve, llenándolo de besos. Besos que eran felizmente recibidos por él—. Salvaste a otras chicas por mí. ¿Cómo podría no quererte?

Entonces, se detuvo en seco y lo miró seriamente, con su habitual gesto de incertidumbre.

—Ahora, es mi turno de decirte lo que soy. Si es que quieres escucharlo.

—Quiero saber todo de ti.

Esta vez, fue la joven de dulce voz la que tuvo que compartir su breve vida. 

Su despertar en la humilde casa del doctor Masao Tasukete y los dos días vividos junto a él. Las advertencias sobre el Centauro, el grupo de asesinos, y su huida. Su corta preparación para su repentina vida de adulta. Sus experiencias en el bosque y la llegada al buque, junto a Nomi. La pequeña adolescente de la que no sabía nada desde hacía meses, cuando la aislaron totalmente de las demás muchachas. 

No necesitó explicar las torturas sufridas porque Steve ya las conocía, ni añadir sobre Pierre.

Para finalizar, compartió las últimas palabras dichas entre Arata y ella en el Paradise, incluyendo el temor que le generó el creer que Steve la violaría y compartiría con sus amigos y su intención de escapar en cuanto pudiera. 

Al terminar, fue el turno del hombre de asimilar la increíble historia.

—Es todo tan... inverosímil —pasó sus dedos entre su cabello, hacia atrás—. Debiste haber estado aterrorizada creyendo que serías herida o forzada en cuanto llegaras a esta casa. Pero no escapaste. Estoy seguro de que hubieras podido romper el cristal de la ventana del coche.

—Sí, podría haberlo hecho, pero no tenía a dónde ir. Tal como te dije esa noche. Además, el Dr. T, como le decía, me enseñó que la información es la mejor arma. Una poderosa. Necesitaría saber todo lo necesario antes de escapar. No tenía ni idea en qué parte del mundo me encontraba, por lo que, confiando en que estando en tierra sería más sencillo huir, esperaría el momento adecuado. —Su rostro se iluminó rememorando la visión de ese hombre, bajo la luz de la luna, cuando la rescató—. Sin embargo, cuando te vi, supe que debía quedarme aquí. Contigo.

—¿Por qué? —Sonreía extrañado. Él también se había perdido en ella apenas la había visto y había sentido que pertenecía a él. A su vida.

Aurora, mordiéndose el labio, habló bajo, esperando no herir al hombre sentado frente a ella.

—Tus ojos —acarició su fuerte rostro—. Me recordaron al cielo nocturno que me acompañó en mi breve libertad. Pero también, me decían que sufrías. El dolor que me enseñaban me conmovió y supe que debía ayudarte. Que ese era mi propósito. Además... —sus ojos se encendieron—. Me atrajiste inmediatamente —se sentó a horcajadas sobre la pelvis del hombre—. Sabía que si ibas a usarme para tener sexo, no sería desagradable. Tú me liberaste, y yo, debía salvarte. Por eso el motivo de los estallidos en cada orgasmo.

Steve la sujetó de la cintura. Volvía a excitarse. 

Mientras la acariciaba, seguía preguntando.

—Me has hecho adicto a esa supernova. Aunque no lo alcanzamos en dos oportunidades. ¿Por qué?

—Bueno, imagino que la primera vez, al hacerlo... —sus mejillas se sonrojaron con vergüenza.

—¿Por atrás? —completó levantando las dos cejas varias veces—. Estoy seguro que te corriste.

—Sí lo hice. Lo disfruté mucho. Todavía estoy descubriendo el alcance de mis dones y lo que puedo hacer. Pienso que para que los dos veamos la luz, nuestras esencias deben combinarse —elevó sus hombros indicando que era una teoría. 

—Eso quiere decir que si tú no llegas al orgasmo, no hay brillo. Como en el hotel —asintió y sus iris dorados se opacaron—. ¿Me dirás la verdad de lo que te ocurrió? Porque niña, puedo leerte como a un libro abierto.

—Eso es bueno, porque no quiero ocultarte nada nunca más —suspiró antes de dar su explicación—. Me dolió creer que para ti sólo era una amante. Todavía rondaban en mi cabeza esas palabras gritadas y que creías resguardadas de mí. Cuando me dijiste que en la cama, yo era tu dueña, sentí mi corazón romperse. Entre sábanas, tú eras mío, pero ante el mundo, no era nada. Eso me dolió.

—Oh, mi niña... —cuántos errores había cometido con su ángel. No dejaría de castigarse por su torpeza constante sin percibir cómo la afectaba—. Fue difícil para mí permitirte entrar. Tenía una enorme muralla a mi alrededor y aunque tú la desarmaste, no quería dejar caer del todo mi protección. Por favor, no dudes de que eres lo más importante para mí. Eres mi mundo Aurora. Dices que te salvé. Tú, me devolviste la vida. Respiro, vibro y mi corazón late por ti. Eres mi razón de existir.

—Steve... —susurró, con un nudo en su garganta—. ¡No me hagas llorar más, por favor!

Ambos rieron. 

La curiosidad de Steve todavía buscaba respuestas.

—¿Cómo es que luces como una mujer teniendo menos de un año de vida?

—No tengo idea. Estuve pensando. Sólo sé que el Dr. T me tuvo en una cámara de crecimiento durante diez años. La única opción que se me ocurre, es que logró llevar a cabo un proceso de aceleración durante ese tiempo, aunque no comprendo por qué lo hizo. Podría haber hecho las mismas modificaciones dejándome crecer con normalidad en la cámara, pero imagino que no debe ser fácil pedirle a una niña de diez años que acepte que le drenen sangre para curar. A lo mejor, esperaba poder usarme lo antes posible. Estaba enfermo antes de que yo despertara y creería que no tendría tiempo suficiente para lograr algo más. No tengo idea. Nunca la tendré —quedó muda, perdiéndose en sus pensamientos, viendo más allá del hombre sentado debajo de ella. Enseguida sacudió su cabeza y volvió a sonreír—. Mejor de este modo, sino, en lugar de tener una amante, tendrías realmente una niña para adoptar. 

—Sí, mejor —devolvió otra sonrisa—. Pero tú no eres mi amante. Ahora, eres mi novia.

—¿Novia? —Torció su boca, llevando un dedo a su barbilla—. Tengo entendido que uno debería preguntar a la otra persona si acepta ser su novia y no declararlo unilateralmente, como si lo dispusiera a su criterio, o lo ordenara —comentó con sorna—. Yo no sé si quiero aceptar ser tu novia así de fácil. 

Steve no lo podía creer.

—¿Me estás diciendo que no serás mi novia a no ser que te lo pida? ¿Sabes cuántas mujeres han deseado tenerme?

Aurora rio.

—¿En serio? —su carcajada fue más sonora—. No lo creía tan vanidoso, señor Steve. Además, recuerde que no soy como las demás.

Un golpe certero a su ego. Pero de tan maravillosa contrincante que sólo pudo enamorarse más.

—Entonces, Aurora, mi niña, mi ángel hermoso, ¿quieres ser mi novia? —pidió como un adolescente ante su primer enamoramiento.

—Debo pensarlo.

—Pero qué carajos...

—Me hiciste sufrir haciéndome sentir poco importante al mostrarme como tu empleada o como una amante secreta. Ahora, tú deberás ganar puntos y ser paciente —una risita por lo bajo provocó otra en Steve, que meneaba su cabeza derrotado.

—Cuando vuelva a preguntártelo, no podrás negarte —desafió con orgullo, magreando con fuerza las nalgas de la joven que tenía sobre su pelvis, empujándose contra ella.

—Me gusta eso —besó repetidas veces los labios de su no-novio. Sigamos.

Steve, asintió, resignado. Todavía tenía muchas dudas en su cabeza.

—¿Y no sabes nada más de tu origen?

—No logré que el doctor me dijera nada de mis padres biológicos —respondió con decepción en su voz—. De algún lado tuvo que obtener la información genética para combinar y crearme, aunque después manipulara mis genes para mejorar cualquier defecto. Además, el doctor fue combinando mi ADN con genes de otras especies. —Steve la miró con sorpresa, arqueando sus cejas—. Sí, por eso soy una mutante. Llevo en mí el ADN de otros animales, lo que me confiere habilidades sobrehumanas. Creo que esa fue la primera mentira que me han dicho —dudó un momento—. Y ahora que lo pienso, no creo que haya sido la única que me dijo.

—¿Por qué lo dices?

—Porque hay algo extraño en mí. Parezco más una guerrera que una sanadora. Y eso me da miedo. Ese es el miedo del que hablaba cuando Yuri me atacó, porque cada vez que el poder despierta en mi interior, me pierdo en una bruma dorada, como si una parte de mí tomara el control. Con Durand fue la primera vez que seguí con todos mis sentidos. Pero creo que fue porque no era un desafío. Sólo le di dos golpes.

Los dos sonrieron.

Seguía nerviosa, lo que lo evidenciaba su labio inferior siendo apretado. 

—Aun así, no entiendo por qué me hizo tan poderosa si él insistía que el objetivo de mi creación era que yo pudiera sanar a otros.

Entonces recordó el regalo que tenía para su amado y sonrió. Quería sorprenderlo, pero la sorprendida fue ella, cuando Steve habló.

—Como a mi padre.

Abrió muy grande sus ojos color ámbar. Sus caras estaban muy cerca.

—¿Cómo...?

—Pasé por allí antes de volver a casa —le tomó la mano y sonrió—. Antes de volver a ti. Y me contó de un ángel adorable que se llevó todo su dolor. Sólo tú podrías ser una criatura divina. La sanadora de los Sharpe.

—¿Y no te asusta?

—Ya no —recordaba su pésimo comportamiento y se avergonzó—. Lo siento otra vez.

—Está bien. El Dr. T me advirtió que las personas podrían rechazarme e insistió que no debía descubrir mi secreto. Por eso soy, o era Shiroi Akuma —su semblante se oscureció—. Las personas que lo mataron, podrían venir por mí. Pero contigo, me siento a salvo. Además, no creo que ellos sepan de mi existencia.

—Aurora, tienes que saber que conozco al Dr. Meyer, el dueño de los Laboratorios Quirón.

La joven lo miró con extrañeza y algo de espanto. Steve tenía que explicarle el motivo.

—He trabajado con Meyer los últimos años, buscando mejorar las investigaciones sobre enfermedades degenerativas. Por mi padre, aunque nunca le mencioné sobre él. Yo aportaba dinero, dinero como el que obtuve en la gala de caridad que hice aquí, mientras él aportaba investigaciones y capacitaciones sobre el tema. Te juro que no tenía idea que fuera un asesino o que trabajara con asesinos. ¿Estás segura de ello? Siempre me pareció un hombre realmente interesado en ayudar a otros.

—Bueno... —Comenzó a dudar—. Sólo me dijo que no me atrapara el Centauro. Que me harían ser algo despreciable. E inmediatamente después murió y los hombres llegaron en sus vehículos. A él nunca lo vi. El líder era un hombre alto y de piel oscura.

—Nunca dejaré que te vuelvan a herir. Deberemos tener cuidado. Dices que los de Quirón desconocen tu existencia, pero por si acaso, nos prepararemos.

—¿Cómo?

—Planes de contingencia. De huida.

—¿A dónde iríamos?

—Al lugar del mundo que tú desees.

—¿Y tu padre? No, Steve. No puedes dejar todo por mí. Sólo yo deberé escapar —acarició el rostro del hombre siguiendo sus viriles líneas. Lucía afligido ante la idea de perderla cuando acababa de recuperarla. Ella sintió el mismo dolor. <<Las lágrimas de Freya>> recordó decir a Pierre, aunque sería ella la que se marcharía, no Odur. Lo sé. Romperé tu corazón. Y el mío, pero no puedo arrastrarte a ese futuro.

—Aurora, escucha. —Steve no iba a dar su brazo a torcer. No aceptaría que ella se enfrentase sola cualquiera sea el peligro. Él estaba entrenado para combatir, para atacar. Ella no. Al menos, por el momento—. Me he mantenido oculto a pesar de ser perseguido por el FBI durante años y ellos saben sobre el asesino. Tú tienes la ventaja de no existir para ellos. Pero si te descubrieran, nunca te dejaré sola. Además, no es de público conocimiento que mi padre sigue vivo. La mayoría cree que murió al poco tiempo que lo hizo mi madre. Mi padre estará a salvo y cuando pueda, vendré por él —la sujetó con fuerza, recostándola contra su cuerpo, confirmando en su piel lo que sus palabras decían—. Tú y yo, Aurora. Juntos.

Qué dulce el sonido de su voz diciendo aquello y Aurora se sintió a salvo, con su cabeza recostada sobre el fuerte pecho de Steve. Los largos y musculosos brazos la ocultaban del mundo.

—Juntos, me gusta cómo suena eso. —Se quedaron en ese abrazo durante algunos minutos, hasta que Aurora retomó su posición sentada sobre la pelvis del hombre. Los ojos ambarinos brillaron con intensidad, indicando al hombre que algo pasaba por su cabeza—. ¿Crees que sería muy peligroso ayudar a otras chicas como lo que hiciste con Arata? Pero sin asesinar. Ser sombras, como lo estuviste siendo todo este tiempo. Nadie nos atraparía. Ni el FBI ni el Centauro.

El temor había cedido paso a la ilusión de ser la herramienta que salvara a otras que tanto había deseado desde la noche que Steve la había protegido de Yuri.

—No lo sé. Primero deberemos trabajar sobre técnica defensivas, como te prometí.

—No hace falta —se enderezó con orgullo ante un sorprendido Steve—. Gerry me enseñó a pelear, por eso noqueé a Durand. —Y encogiéndose de hombros, añadió con una pequeña risa—. Y destrocé tu Wing Chu. Lo siento.

—¿Qué rompiste qué? —rio deseando ver los restos del muñeco de madera—. Oh, mi hermosa Aurora —resopló—. Definitivamente, estas veinticuatro horas han sido intensas.

Con ella encima de él, quería dejar de lado las preocupaciones sobre Quirón, que de seguro seguiría en la oscuridad con respecto a la identidad de su adorada mujer, para concentrarse en su delicioso cuerpo. Con eso en mente, jugaba con sus manos por la suave piel, aspirando su perfume natural, siguiendo los movimientos que ella hacía en respuesta a su tacto.

—Entonces, ¿estoy preparada para que la próxima vez que ayudes a alguien, lo hagamos juntos?

—Yo no ayudo. Yo asesino. Cumplo encomiendas.

—Bueno, ahora cumpliremos otras. Sin empleadores. Nosotros elegiremos. Y sin muertes.

—Ya veremos. Por lo pronto, Gerry está contento con mi retiro de este siniestro trabajo. Al fin le haré caso. Aunque el crédito es todo tuyo. Lo hago por ti.

La muchacha volvió a besarlo por todo el rostro. Él la dejó hacer. Sólo podía ceder ante su voluntad. 

Sintió que debía hacer algo más por ella. Otra demostración de amor. La detuvo, con algo de esfuerzo. La miró unos segundos, antes de hacerle una pregunta muy importante para él.

—¿Vendrías conmigo a conocer formalmente a mi padre?

—¡Me encantaría! Tu padre me pareció un hombre increíble, que te adora.

Steve sonrió, con algo de culpa. Todavía se afligía pensando en las últimas semanas. Lo pensó bien y se dio cuenta que no valía la pena seguir recriminándose. Su padre estaba curado, gracias a su amorosa Aurora y deseaba compartir su completa felicidad con las dos personas más importantes en su vida. 

La voz de ella lo interrumpió.

—¿Cuándo quieres que vayamos?

—¿Qué te parece mañana en la mañana?

—¿Por qué no ahora? —preguntó extrañada.

Él la miró con lujuriosa intención. La tomó con fuerza de la espalda y la volteó, dejándola acostada debajo de su atlético cuerpo para posicionarse entre sus piernas que lo recibieron enredándose en su cintura. 

Le habló con su voz grave y seductora, que volvía loca a la joven.

—Porque en estos momentos, tengo otras interrogantes que quiero que respondas. Algo que me ha estado carcomiendo desde que te conozco —junto a lo relatado por la muchacha se agolparon las palabras de los japoneses mafiosos—. ¿Amabas a Pierre?

—¿Eso es lo que quieres saber? Después de que te confesé que soy una quimera, ¿eso te preocupa?

—Tú responde.

—No. Lo quería. Fue la primera persona que me dijo esas palabras y el primero que me hizo sentir cariño. Pero era mi amigo. Íbamos a escapar y seguramente vivir juntos. Pero no era amor como lo que siento desde que te conozco —besó con delicadeza su boca carnosa. 

Luego lamió sus labios, disfrutando su sabor.

Gruñó y presionó su reciente erección contra la pelvis femenina, robándole un gemido.

—¿Su polla era más grande?

—¡Steve! ¿En serio? —Se tapó la cara con ambas manos.

—Qué puedo decir. Nunca he perdido una competencia y ya me has ganado la batalla al no aceptar ser mi novia. No aceptaré otra derrota —separó sus manos comprobando con que estaba sonrojada y lo miraba con intensidad. Posó su boca en la base de su cuello. Sacó su lengua y la pasó por toda la extensión del largo, delgado y elegante cuello, lamiéndola como si fuera un animal probando a su presa hasta alcanzar su boca. Sonrió al escuchar un gimoteó salir de sus labios—. ¿Y bien?

Se presionó más contra ella, empujando en su entrada su miembro erecto, ansioso y dispuesto para nuevos derroteros entre las sábanas. Ella jadeó en respuesta.

—Él era grande. Y he visto muchos desgraciadamente —sintió otro empuje seco y rudo que la hizo arquearse—. Pero tú... todo en ti es enorme.

La sonrisa ladeada y la mirada cargada de lascivia dio por concluido el juego, avanzando hacia el estrecho interior en un ataque sobre la víctima debajo de su cuerpo.

—Oh, señor Steve —sonrió, disfrutando por anticipado del juego sexual al que se someterían nuevamente—. Es usted insaciable.

***

Había pasado una tarde de mierda.

Phil Harrison se había salido con la suya y no había logrado que su jefe, Paul Estrada, le concediera el caso de las chicas secuestradas por Yoshida y Durand. 

Pero no todo había sido una completa pérdida porque había solicitado a su superior que les permitiera al menos trabajar de forma conjunta y había obtenido una respuesta tibia que no significaba una negativa. Después de todo, el trabajo principal lo habían hecho Chris y su equipo. Debía esperar su resolución.

Como ya no tenía que hacer mucho en la oficina, se dirigía a su casa, pasando primero a hacer las compras para la cena. Le gustaba hacerse cargo de los víveres. Era como un ritual, seleccionando los mejores productos para sus elaboraciones culinarias. Era un hombre de ciertas costumbres, y ahora sólo pensaba en cumplir con cocinar su cena, con el televisor encendido de fondo para luego concentrarse en el trabajo que se estaba llevando a su casa de forma clandestina.

Una vez hecha las compras, continuó el viaje en la camioneta hasta su casa. 

El dolor de cabeza lo estaba matando, así que buscó sus aspirinas del bolsillo y tomó un par. Dejó el envase de plástico en la guantera y arrancó. 

Sólo quería prepararse algo de cenar y mirar relajado las fotografías de la fiesta. Aunque ya no tuviera mucha relevancia, había algo que todavía necesitaba comprobar. 

No dejaba de pensar en por qué lo habían elegido a él para rescatar a las muchachas del buque. Y si, como sospechaba, el hombre que acompañaba a la espectacular mujer era su asesino, tendría que confirmar con las cámaras de los alrededores del puerto y de la galería. 

Tal vez, el rescate de las chicas y la masacre en el puerto ya no sería su caso, por el momento, pero descubrir si el sujeto que lo había contactado era el mismo de sus casos anteriores se había vuelto su meta personal.

Cuando llegó a su casa, a las afueras de la ciudad, bajó del vehículo las bolsas y el dossier con la información que revisaría mientras comenzaba con las preparaciones. 

Pensaba en los siguientes pasos a seguir al tiempo que subía las escaleras del pórtico de su casa. 

Su solitaria casa. 

Cuando la había comprado unos tres años atrás con mucho esfuerzo y usando algo del dinero heredado de su padre, estaba feliz. Su pequeño lugar —con un jardín delantero y otro atrás para no sentirse atrapado en el cemento de la ciudad—, había sido testigo de la vida que creía iba a comenzar con su novia de ese entonces. Clare. 

Ahora, sin embargo, no quedaba nada de esa ilusión. 

Estaba por meter la llave en la cerradura, cuando escuchó la voz rasposa y lastimera de su vecina, la señora Reznik, una mujer de origen polaco de unos sesenta y cinco años, llegada a América con sus padres cuando era una niña.

Suspiró sabiendo que su jornada seguía alargándose. Dejó todas sus pertenencias apoyadas sobre la mesa exterior en su pórtico y descendió nuevamente a tierra para abordar el florido jardín de la mujer madura, que al parecer, llamaba a su escurridizo minino, Hamlet.

—Buenas noches señora Reznik.

Del sobresalto, la dama llevó su mano al pecho.

—¡Oh! Chris, me asustaste. No deberías aparecerte así en la oscuridad. Podrías matar a una pobre vieja como yo.

—Lo siento señora Reznik, aunque usted todavía es toda una joven de corazón de hierro.

—Siempre un galán —rio coqueta, tapando su boca—. Me alegro de verte.

—Gracias —se inclinó haciendo una reverencia—. Ahora, ¿dónde se ha metido Hamlet esta vez? —Indagó, mientras se aflojaba la corbata y se quitaba el saco de vestir.

—Se le ha dado por subir al árbol. Se le está haciendo costumbre.

—Es un buen lugar para descansar al parecer. Tiene una buena vista para apreciar.

—No tendría problema con que disfrutara de la vista, si después supiera bajar.

—Estoy seguro que sabe hacerlo, pero es un gato caprichoso. No se preocupe, ya lo bajo.

—Eres un ángel, querido.

Su gran altura y su espalda ancha engañaban, porque era ágil y de un salto, se colgó de la primera rama marcando debajo de su camisa todos sus músculos. Trepó hasta alcanzar al felino, lo tomó con delicadeza y con la misma facilidad con la que subió, se dejó caer al suelo. Acariciando el suave pelaje gris, le entregó la presa a la señora delgada que lo contemplaba como si fuera su héroe personal.

—Aquí lo tiene señora Reznik.


Una vez adentro, guardó su arma reglamentaria y esposas en el cajón de la mesa junto a la puerta y se dirigió a la cocina, dejando las bolsas arriba de la pequeña isla. Volvió a la entrada y colgó su chaqueta y llevó la carpeta del expediente a la mesa del comedor, donde la abrió y sacó algunas de las fotografías mientras encendía el televisor, dejándolo en el canal que próximamente emitiría las noticias nocturnas.

La película que estaba en los últimos minutos captó su atención, haciéndolo sonreír. Era una de sus preferidas. Una antigüedad fílmica.

—Seguro que a ti nunca te duele la cabeza, o tienes que preocuparte por el fuego enemigo —le decía a un joven Christopher Lambert que manipulaba una espada frente a su enemigo, al tiempo que inconscientemente se tocaba una de sus cicatrices por encima de sus prendas—. Qué conveniente sería ser un Highlander inmortal. Nada te daña permanentemente y sólo ser decapitado te lleva a la muerte. Aunque... entiendo por qué renunciarías a ese maravilloso poder... yo también lo haría su tuviera ese mismo incentivo —comentó para sí mismo con algo de melancolía, dejándose llevar por la escena final.

Sacudiendo la cabeza, se concentró en lo que tenía delante de él.

De pie, fue acomodando las primeras imágenes una al lado de la otra, dejando muchas adentro del folio. Dejó arriba y en el centro aquella en la que se mostraba a la preciosa mujer, que lo había hipnotizado con sus ojos amarillos.

No tenía nada de ella. Sólo sabía que le decían Shiroi Akuma y que al parecer, había estado junto a las otras chicas en el barco. 

También le había dicho la joven japonesa que Arata la golpeaba. ¿Cómo es que no tenía marcas? Observó más de cerca la piel de la misteriosa dama. Nada. Si estaba usando maquillaje, lo ocultaba a la perfección. 

Otra duda surgía en él... ¿cómo había logrado escapar? ¿Acaso el hombre que la acariciaba gentilmente en su desnuda espalda habría pagado por ella? ¿Una novia comprada? Había escuchado sobre ello.

No podía dejar de mirarla. Recorría su rostro con la yema de sus dedos, imaginando que la tocaba realmente. Se preguntaba cómo se sentiría esa piel al tacto. Y esa boca seductora, redonda y generosa. 

Esa mujer sería un increíble incentivo por la que valdría la pena morir como un simple mortal.

Se sentó en una de las sillas que rodeaban la mesa circular y se perdió en esa fotografía.

Nunca se había sentido así antes. No comprendía qué fuerza lo atrapaba. 

El sonido de su celular interrumpió sus pensamientos. Había olvidado el aparato en uno de los bolsillos de su chaqueta. Se levantó y fue hasta la prenda colgada. Lo tomó. Era su hermana, Emily, por lo que atendió inmediatamente.

—Hola hermanita.

Hola Chris. ¿Cómo va la vida de monje?

—Muy graciosa. ¿Cómo va la vida despreocupada de parásito?

Ya no tan despreocupada. Obtuve el certificado de paramédico.

—Muy bien pequeña... estoy orgulloso de ti. —Lo estaba. Podían bromear entre ellos, pero su hermana era su persona favorita, además de su madre—. ¿Cómo está mamá?

Bien —dudó un poco en ampliar la información.

Chris, que se había dado cuenta, insistió.

—¿Qué ocurre?

Nada de qué preocuparse. Según ella.

—¿Según ella?

Casi no la he visto porque he estado estudiando y trabajando, pero la he notado algo distraída.

—Tal vez es por ti. No puede creer que estés trabajando de verdad.

Idiota —rio alegremente—. Tal vez sea eso —retomó cierta seriedad—. En serio espero que no sea nada, pero podrías hablar tú con ella, a ver si la notas rara o es tan sólo mi imaginación.

—Muy bien Em. Mañana a la mañana la llamaré.

Perfecto. Entonces, te dejo. Seguro en cualquier momento llegará alguna chica bonita a tocar tu puerta para sacarte de tu abstinencia obligada.

—Muy graciosa. Si no funciona lo de paramédica, puedes trabajar como comediante.

Sólo si te uso para mis bromas. Adiós tonto.

—Adiós mocosa.

La charla con su hermana lo distrajo de su tarea. 

Se quedó pensando en su madre y esperaba que su hermana sólo estuviera imaginando cosas. Sacudió su cabeza. Ahora ya era tarde para llamarla así que, sería tarea para el día siguiente. 

En ese momento, debía abocarse a su cena y con eso en mente, se encaminó a la cocina. Tomó las compras, que había dejado sin guardar sobre la isla y comenzó a hacer las preparaciones. Hoy, comida italiana, su favorita. Una forma de animarse después de que le quitaran parcialmente el caso. 

Había dejado todo listo para la salsa y mientras esperaba a que el agua para las pastas hirviera volvió a la mesa, junto con las fotografías y el televisor encendido donde ahora las noticas eran las protagonistas. 

Revisaba las imágenes cuando las voces de los periodistas llamaron su atención. Hablaban de lo ocurrido en la galería del francés. Al parecer, era conocido en los círculos sociales y su arresto era todo un acontecimiento. Con la noticia del tráfico de muchachas y el rescate efectuado por el FBI, con videos del propio Chris Webb recorriendo las diferentes escenas —algo que siempre le incomodaba—, se entrelazaron los sucesos de la gala de la noche anterior. 

Pero el centro de atención ya no era Belmont Durand, sino un billonario famoso. Al parecer, un soltero codiciado. No solía interesarle mucho lo que ocurría en ese ambiente, pero algo llamó su atención. 

Cuando estaba por cambiar de canal, en la pantalla apareció una foto, similar a la que él mismo tenía en su poder. Pero no era la única. Había otras, tomadas durante el día. 

Era la misma dupla que él había admirado y envidiado. No lo podía creer. La ninfa con el hombre, que en el noticiero compartían las fotografías hechas por personas anónimas, donde se lo veía de frente, y se notaba que hacían una pareja perfecta. Ella reía, sentada muy cerca de él, en algún restaurante. Si era una novia comprada, no parecía sufrir una mala experiencia. De hecho, ambos se veían cómodos y felices. 

No sabría por qué, pero eso lo desanimó. 

Siguió prestando atención a los comentarios de la encargada del bloque de chimentos.

<<¿Quién es la misteriosa mujer que conquistó al reservado Steve Sharpe?>>.

Otro título decía... 

<<¿El soltero más codiciado ha sido atrapado?>>.

Tenía el nombre del misterioso hombre que había estado evadiendo las cámaras.

—Con que Steve Sharpe ¿eh?

Identificó el nombre de Sharpe Media de forma inmediata. Realmente, era una persona poderosa y de gran fortuna. Eso sería un problema si sus suposiciones eran acertadas.

Buscó en la mesa del comedor el expediente y sacó de ella la lista de invitados de la fiesta en la galería. Al hacerlo, prestó atención a la cantidad de fotografías que todavía no había revisado. No creía que tuviera mucho más que descubrir, pero entre aquellas tenía que evaluar las obtenidas de las cámaras de los alrededores. Con la hoja con los nombres en una mano y el resto de las imágenes en la otra, trataba de decidirse cuál de las dos tomar. 

Optó por la lista. Quería confirmar que estuviera el nombre de Steve Sharpe y esperaba hallar también el de su bella acompañante. Releía cada nombre. Encontró el de Arata Yoshida y varios nombres más arriba leyó el de Steve Sharpe. Sonrió cuando encontró a su lado el nombre de la misteriosa muchacha.

—Aurora. —Le gustó ese nombre. Realmente, sus ojos dorados se parecían al brillo del amanecer—. Así que, la preciosa Aurora. 

Que no hubiera un apellido que acompañara el nombre le daba la pauta que algo raro había.

Meditaba sobre las posibilidades de que el francés Durand —proveedor de las jovencitas como mercadería—, el japonés Arata —el que había tenido en su barco a Aurora—, y la misma Aurora junto a su comprador se encontraran en la misma gala.

¿Sería adrede dicho encuentro? 

Recordó el agujero en la claraboya. ¿A quién habían matado? No había ningún cuerpo. Pero otra vez algo le decía que si lo hubieran visto, tal vez encontrarían en él una bala con las iniciales <<A.C.>>. Buscaría después las imágenes de días anteriores al evento para comprobar si el sujeto desconocido que perseguía desde hacía años había estado cumpliendo con la revisión del lugar para lo que creía, había sido otro trabajo.

Volvió en sí cuando la tapa de la cacerola comenzó a moverse por el agua hirviendo. Destapó el recipiente, bajó un poco el fuego para colocar las pastas y esperó. 

Acababa de alcanzar algo en su deducción. Su misterioso asesino ¿qué hacía entre esos despreciables hombres? Si era un justiciero, ¿por qué compraría a una prostituta? Existía la posibilidad de no haberla comprado. Tal vez, la rescató. Esa idea hizo que abriera sus ojos. ¿Esa era la clave? Si era un verdadero justiciero, saber que un hombre como Yoshida golpeaba a una joven tan hermosa como Aurora habría hecho que hiciera algo por ella. 

Como vengarse. 

Volvió a la mesa. Buscaba entre el resto de las fotografías con cierta insistencia hasta que vio lo que creía era una confirmación de su sospecha. Tenía varias impresiones en sus manos. Las de los alrededores de donde encontraron a los japoneses muertos, mostraban al mismo hombre escurridizo, con gorra. Pero ya no tenía duda alguna que era Steve Sharpe. 

En otra, la que más le interesó, estaba la diosa llorando en el parque, afuera de la galería, con su mano sobre un hombro, como si estuviera sosteniendo el vestido. Al parecer, estaba roto. Y Steve se alejaba de ella. ¿Habría ocurrido algo en la fiesta que pusiera en peligro a Aurora? Eso podría haber desencadenado que el asesino tomara el control. 

Pensó también en el rostro herido de Durand. Podía ser otra prueba de que el multimillonario —y posible justiciero—, hubiera querido castigar a los que dañaron a su novia. Eso lo podría haber motivado a matar al japonés. 

No sabría nunca qué ocurrió en la gala, menos ahora que ya no tenía el liderazgo del caso en sus manos. 

Si confirmaba que el asesino que llevaba buscando por años era el mismo que había asesinado a Arata, el caso podría volver a ser suyo completamente. Estaba casi seguro de que Steve Sharpe era mucho más que lo que el mundo veía. 

Lo que le consumía ahora era conocer el motivo por el que se habría vuelto un vengador. 

Y saber más sobre la enigmática joven.

Además, ¿a quién había matado en la galería? ¿Quién había sido su nuevo objetivo? Porque el agujero en la claraboya le había convencido de que había habido algo más allí. Que nadie hubiera reclamado por un asesinato o desaparición le daba la pauta de que sería otro mafioso. A lo mejor, un comprador de niñas. Pero nadie hablaba. Ni siquiera aquellas que habían encontrado encerradas en esa sala. 

Todo lo veía tan enredado y confuso. Una maraña.

Escuchó cómo el agua caía de la cacerola y se alejó de la mesa del comedor para apagar el fuego. Las pastas no le quedarían tan bien como solía hacerlas por sus constantes distracciones, pero ya no le importaba tanto. Coló el agua de los espaguetis y preparó el plato con la salsa. Llevó su comida a la isla y antes de sentarse en la silla alta, tomó la última foto que había estudiado. Aquella donde la hermosa joven lucía herida. Aun con las evidencias del llanto, su belleza era abrumadora. ¿Qué le habría ocurrido? 

Con cada bocado que llevaba a la boca imaginaba una situación diferente. 

De repente, se encontró a él mismo en sus elucubraciones, fantaseando con ser él el que la rescataba. Porque estaba seguro, Steve Sharpe la había protegido del mafioso vestido de blanco y del francés, proveedor de la mercancía.


N/A:

No sé ustedes, pero Chris Webb me parece un caballero de reluciente armadura y cada vez me gusta más...

Les comparto un trailer de la película de la que habla Chris. Un clásico que tiene a Queen como banda sonora.

https://youtu.be/PEGnLMfoLdg

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Gracias por leer, Demonios!

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