31. Miedo
31. Miedo
Aurora intentó correr hacia la puerta, pero el hombre había anticipado su movimiento y con sorprendente agilidad para alguien de su tamaño, la atrapó de uno de los brazos y la lanzó al otro lado de la alcoba.
Voló por encima de una de las cómodas chocando contra la pared y cayó al suelo. Se puso de pie rápido sin dificultad, con temor a ser sorprendida al levantarse, pero él se encontraba obstaculizando el paso a la salida.
Ella giró dándole la espalda en busca de la siguiente salida, pero Yuri corrió hacia su presa cuando esta dio escasos tres pasos en dirección a la terraza, alcanzándola con un tackle propio de un jugador de fútbol americano. Aurora sólo alcanzó a desgarrar una de las cortinas al caer abruptamente, quedando la tela colgada por la mitad antes de ser sujetada otra vez por ambas piernas y arrastrada hasta el centro de la habitación.
De un brusco movimiento, la volteó, dejándola sobre su espalda.
—¡Andrew! ¡Señor...!
La silenció de una bofetada al tiempo que se sentaba encima de ella, apretando todas sus extremidades, limitando cada movimiento.
—Nadie nos escuchará, putita. La fiesta es muy ruidosa para que tus gritos sean oídos.
Era cierto. Los fuegos artificiales, la música y las conversaciones los aislaban del mundo, dejándola a merced del animal sediento de sangre y sexo.
—Eres fuerte, puta. Pero no lo suficiente —lamió su rostro y rio enajenado al ver su mueca de asco—. No sabes cuánto tiempo estuve fantaseando con esto.
Realmente era fuerte. Pero no lograba dejar sus brazos libres para empujarlo y sacárselo de arriba. Vio con miedo cómo se colocaba en la mano un implemento de metal. Lo reconocía de aquellas que Arata entregaba para sus torturas.
Se sacudía, pero no conseguía liberarse de la compresión.
El primer golpe la aturdió y enseguida comenzó a sentir otros golpes en la cara. El objeto era contundente. Quería gritar, pero se le estaba llenando la boca de sangre. Sentía cómo el metal le desagarraba la piel del rostro.
El violento hombre se estaba excitando.
Esperó unos segundos a ver cómo la criatura se recuperaba de sus heridas. El ver que sanaba lo estimuló a hacer una segunda ronda, con más fuerza. Y una tercera.
Todos sus músculos se tensionaban debajo de su ropa, que en ese instante maldecía llevar puesta, pues el traje que el señor Anatoli le hacía usar limitaba la amplitud de sus movimientos. Pero no se permitió distraerse.
La perversa fiesta privada que llevaba a cabo lo sumergía en un estado de embriaguez que ninguna bebida etílica alcanzaría. Cada impacto asestado cargaba más fiereza. Las salpicaduras de la sangre sobre sus prendas eran lluvia erótica para él. Las gotas se mezclaban con las de su sudor, embarrando su rostro desencajado.
—P-po-r... fa-vor... —escupía junto al carmesí que manaba de ella, entre golpes.
Sus lágrimas saladas rodaban entre las magulladuras y heridas, sintiéndolas escocer brevemente antes de desaparecer, para volver a ser marcada. Su mente se perdió entre viejos recuerdos de similar tortura; y el mayor dolor se concentró en su alma. Todo parecía volver a ella y temía que nunca pudiera librarse de la maldición que parecía perseguirla.
La trémula voz suplicando le molestó.
Llevó sus dos manos a su cuello y comenzó a apretarlo. Era delgado y largo; y sentía su fragilidad, a punto de quebrarlo.
No podía quitarle las manos de encima porque sus brazos seguían apretados contra sus piernas y se desesperaba al notar la falta de aire. Su gran capacidad no estaba siendo suficiente para soportar semejante castigo y la escasez de oxígeno amenazaba con desmayarla. Comenzaba a nublarse su vista. Ni siquiera en sus macabras danzas con Ken había sufrido tanto tiempo de asfixia.
El enorme animal, en su estado de enajenación, logró liberar el cogote antes de acabar con el juego antes de tiempo y buscó terminar de sacarse el cinto.
Poco duró el alivio, pues Yuri, con el objeto en mano, retomó el juego erótico de ahorcamiento usando el cinturón para rodear su cuello, ajustando la hebilla al máximo y pasando el largo cuero en un nudo incompleto.
Apretó fuerte para controlarla al aflojar la presión de sus piernas y con la otra mano la volteó una vez más, dejándola boca abajo. Tiraba con la mano que tenía la correa de cuero, arqueando el cuerpo de la chica, que ahora, llevaba las manos a la cinta, tratando de respirar. Él le rasgó la parte de atrás de la camisa dejando su torso desnudo.
Apoyó todo su peso en la espalda de ella y comenzó a lamer su transpiración. Era el miedo el que humedecía su piel.
Su excitación lo llevó a morderla con fuerza, hiriéndola y haciéndola sangrar. Sentía su erección dolerle dentro del pantalón, así que, le pegó fuerte con la mano que tenía la manopla en nuevo estímulo erótico y macabro. Escuchó cómo se rompía alguna costilla. Y cuando ella se retorció en respuesta al golpe, volvió a ponerla sobre su espalda contra el suelo y trató de desabrocharle su pantalón, para luego hacer lo propio y sacar su miembro.
Pero no llegó a hacerlo.
Con una mano en el cinto y la otra en su entrepierna, la presión sobre Aurora se debilitó y ella vio la oportunidad de empujarlo con ambas manos.
Yuri se sorprendió de ser desestabilizado por una chica que calculaba pesaba menos de la mitad que él, logrando lanzarlo a unos metros del punto del duelo, pero enseguida retomó el ataque a la figura que se arrastraba por el piso.
Antes que se acercara lo suficiente lo pateó en el abdomen dejándolo sin aire. Necesitaba conseguir mantenerlo alejado sólo un segundo para recuperarse. Pero la cinta de cuero no le permitía respirar. El terror oprimía sus pulmones.
Sus dedos se movían con temblorosa torpeza, tratando de quitar la hebilla y el nudo, pero no lo lograba.
Unos orbes azules como el cielo nocturno se hicieron presente entre su histeria y la calma la poseyó. No podía dejarse vencer.
Sabía qué debía hacer. Aunque se hubiera negado a volver a convertirse en aquel monstruo capaz de matar.
Un demonio que se enceguecía, perdiendo todo dominio de sí.
Se concentró en cada fibra de su ser, cerrando los ojos, buscando en lo más profundo de su entidad el poder volcánico que necesitaba hacer erupcionar. En cuanto sintió toda su fuerza alcanzar sus músculos, abrió sus ojos que se encendieron como una hoguera y en un movimiento sencillo de sus manos, destrozó el cuero.
El gigante, se recuperó de la patada e inició la carga sobre su víctima. Estaba furioso y cada paso que daba era un terremoto en su camino. No la dejaría hasta no romperla.
Pero ella estaba lista para enfrentarlo. Y toda la furia y miedos contenidos serían descargados de forma fulminante.
***
Seguían llegando felicitaciones de todos lados. La mayoría, sólo lo hacía por complacencia.
<<Hipócritas>>.
Sólo para decir que eran filántropos, como el obeso Anatoli, que con su carcajada parecía Santa Claus y eso solía ser suficiente para convencer a todos que un hombre parecido al entrañable personaje no podía ser otra cosa que un santo.
Al menos, el maduro hombre que estrechaba su mano en ese instante realmente entendía la importancia de las técnicas genéticas para el tratamiento de la degeneración.
—¡Bien hecho Sharpe! Lo felicito.
—Muy amable Dr. Meyer. Con el dinero obtenido y su asistencia profesional, podremos contribuir un poco más a los diferentes estudios, que tanto apoyo necesitan.
—Claro que sí. Seguimos impartiendo seminarios gratuitos a los investigadores y los acompañamos en lo que podemos.
—Me alegro —miró hacia el balcón de Aurora y no la encontró. Le pareció extraño. Hacía tan sólo un momento la había visto aplaudiendo. Los fuegos artificiales seguían iluminando el cielo nocturno, pero ella no los estaba disfrutando y tuvo un mal presentimiento—. Si me disculpa doctor, debo atender algo.
—Sí claro Sharpe. Seguiré saboreando tan maravillosa fiesta.
Steve caminó entre los invitados, alejándose un poco, hasta visualizar la ventana de la alcoba de la muchacha desde abajo. Las cortinas estaban cerradas. Eso no era habitual para ella. Observó con más atención y notó que una de las telas estaba colgando por la mitad.
Buscó con la mirada a Anatoli. Él seguía entreteniendo con sus bromas a los que lo rodeaban.
Su corazón dio un vuelco cuando la luz de la comprensión lo alumbró.
No era el único que conocía a Aurora.
Se apresuró hasta la puerta, donde estaba Andrew, cuando Gabrielle le salió al paso, otra vez, tratando de colocar sus manos con su perfecta manicura sobre él.
—Steve, maravilloso logro. Superaste por mucho el monto del año pasado. Te...
No le dejó terminar. La apartó sin mediar palabra y llegó al acceso. Pasó por al lado sin frenarse.
—Andrew, sígueme —ordenó con apremio en voz baja y fría a su compañero, quien respondió de inmediato sin cuestionamiento alguno.
Casi no tocó los escalones al ascender a la segunda planta. Alcanzó la puerta del dormitorio de Aurora, escuchando tras ella gritos, gruñidos y sollozos ahogados que con los ruidos de la fiesta eran camuflados. Trató con desesperación abrir la puerta. Al no conseguirlo, tomó distancia y la pateó, haciendo saltar la cerradura.
Había imaginado lo peor y sus temores fueron confirmados. Allí estaba el cavernícola, a punto de atacar a Aurora, que estaba en el suelo, escupiendo sangre, con las manos en el cuello.
Aurora se estaba preparando para recibir el siguiente ataque y aprovechar el peso del grandulón para defenderse. Sus ojos refulgían en la penumbra. Haría lo que fuera necesario. Como lo había hecho en el pasado.
Pero entonces, una sombra detuvo al imponente atacante. Tomándolo del brazo en un solo movimiento, le quebró la articulación del codo. El grito de dolor fue acallado por un codazo en la nuca, que lo desmayó.
Era el señor Steve.
Con un gesto, indicó a Andrew que se acercara y tomara el inconsciente hombre.
—No lo lleves abajo. Podrían verte. Mantenlo en una de las habitaciones de esta planta y vigílalo. Ya me encargaré de él más tarde.
—Sí señor.
Se volvió hacia la mujer, que seguía en el suelo, llena de sangre. La camisa desgarrada y su pantalón desabrochado. Un cinturón destrozado estaba detrás de ella y la tupida alfombra que cubría el suelo estaba llena de manchas de sangre y salpicaduras.
Se arrodilló a su lado y con gentileza evaluó su estado.
—Aurora, lo siento tanto. ¿Puedes levantarte? —Su corazón latía tan apresurado que creía que colapsaría en cualquier momento y el pánico anudaba su estómago y garganta.
Todavía en shock por ver al hombre en semejante escena, asintió con un movimiento leve de la cabeza. El brillo dorado de su mirada había vuelto a apagarse, manteniendo el suave dorado de su quimérica esencia.
Steve se quitó la chaqueta del esmoquin, que dejó sobre la cama, a los pies, y la tomó de los brazos. Pudo sentir en ese contacto que temblaba como una frágil hoja en un día ventoso. Con mucho cuidado la llevó al cuarto de baño. Allí encendió la luz y observó con espanto su cuerpo maltrecho.
Se arremangó la camisa y abrió el grifo de la gran tina, regulando la temperatura del agua, para dejar llenándola mientras la desnudaba.
Revisó cada rincón de su cuerpo, controlando sus emociones, notando la factura en la costilla, las mordidas ensangrentadas en la espalda, marcas en el cuello y los golpes en la cara.
El nudo en el estómago se hizo más pesado, al pensar que eso lo había vivido incontables veces. Temía tocarla.
—Ven, entra a la tina —dijo en un susurro grave, rozando con delicadeza sus dedos sobre su entidad.
Se movió con lentitud. Pero no lo hacía porque le doliera. Ya estaba sanando y se daba cuenta de ello.
No dejaba de pensar en lo que estuvo por hacer para defenderse. Recordaba al extraño vestido de negro en la casa del Dr. T. Aunque el doctor le había dicho que no había tenido otra opción, él también fue el que le enseñó que las personas son lo que hacen.
Y luego estaba Didier. Ella lo había matado para protegerse.
Por miedo. Y por dolor.
¿Era una asesina?
Steve estaba arrodillado sobre la alfombra y le pasaba una esponja casi sin tocarla, para limpiar sus heridas y la sangre. Se detuvo de pronto, a mitad del gesto, cuando notó que se estaba regenerando. Sus heridas se cerraban y los hematomas desaparecían ante un leve brillo dorado. Parecido al que ya conocía.
Era cierto.
No es que hubiera dudado de ella, pero era tan fantástica la historia que creyó que era una exageración. Supuso que la sanación era rápida, pero en cuestión de días, no segundos o minutos. Lo que atestiguaba era un imposible. Sin embargo, bajo sus manos, la carne y la delicada piel de la joven volvía a ser perfecta; y mil preguntas se arremolinaban en su cabeza. Demasiados misterios inexplicables, porqués de su condición y la incapacidad de usar esa misma magia en su padre.
Sacudió mentalmente cada duda, ahogándolas en el fondo de su ser, porque sólo conseguiría confundirse más, cuando lo que aquella criatura necesitaba en ese momento era a él protegiéndola y cuidándola como lo que era: su más grande tesoro.
Continuó la tarea para limpiarle la sangre de la cara y la espalda, volviendo al agua roja.
Ella seguía con la mirada perdida y los ojos apagados.
Comenzó a llorar.
—Lo siento, ¿te estoy haciendo doler? —Estaba mortificado.
Negó con la cabeza. Trató de detener el llanto.
—Ya no me duele. Estoy bien. Estoy acostumbrada al dolor —gimió—. Los golpes no eran lo peor que me hacían en el barco. Ellos me hacían otras cosas.
Steve dejaba caer el agua de la esponja por los hombros de la joven.
Escuchaba en silencio, porque parecía que necesitaba compartir lo que le habían hecho en el infierno del Señor Mandarina. Algo que no se había atrevido a preguntarle antes. No sabía si porque temía generarle angustia ante la evocación o por temor a desencadenar algo en él.
Ella prosiguió con su relato.
—Me tocaban, me mordían y lamían todo mi cuerpo —su cuerpo se encogía ante sus palabras, llevando sus rodillas contra su pecho, rodeándolas con sus brazos. Estaba avergonzada de lo que estaba contando. Pero lo que le había hecho su atacante esa noche le había revuelto esos recuerdos y sus últimos días de felicidad habían sido empañados—. Se masturbaban y eyaculaban sobre mí. Eso me daba repugnancia. Y no siempre me lavaban después de que el cliente me usara. A veces, debía esperar a que varios hombres pasaran por mí. Sólo después o si lo reclamaba alguno, me bañaban con una manguera. Lo único que tenían prohibido, era penetrarme y cercenarme.
El llanto creció y gimoteó más fuerte.
Él se quedó inmóvil. No sabía qué decir ante la imagen que se le presentaba. De una crueldad inaudita, y sin embargo, la criatura que tenía a su lado, en lugar de manifestar un alma torturada y llena de rabia, era pura ternura.
Steve se sentía responsable. Debió dejar a Andrew en la puerta de su dormitorio y no abajo.
Le tomó la cara con ambas manos, obligándola a enlazar sus miradas. Secó sus lágrimas con los dedos en una caricia sutil.
—Es mi culpa Aurora. Perdóname. No pensé que Yuri te descubriría. Sólo pensé en Anatoli.
Su entrecejo se frunció.
—¿Quién es Anatoli?
Un segundo tardó en darse cuenta lo que había pasado. Ahora entendía las palabras dichas unos momentos atrás por el gigante. No había prestado atención antes. Comprendió que el acento de su atacante era el mismo que el del hombre que estaba en la fiesta. Seguramente, ese Yuri, sería el que había acompañado al otro, Anatoli, al barco de Yoshida, manteniéndose oculto para ella.
—¿Por qué los trajo? Por favor, no me diga que son sus amigos... o que usted es como ellos.
Le dolió que ella pensara que era igual. Pero lo merecía. De alguna forma, sí era como ellos. Unos usaban a las mujeres. Él asesinaba hombres. La diferencia, era que las mujeres atacadas eran víctimas.
—No somos amigos —siseó con ojos gélidos y mandíbula tensa—. Es complicado. Son reglas sociales. Anatoli es, ante todos, un perfecto caballero. No podía justificar no invitarlo sin arriesgarme a exponerte. ¿Lo entiendes?
Ella sabía lo que significaba.
—Sí señor Steve. A veces, hay que fingir para sobrevivir.
—Así es —su semblante volvió a relajarse—. Pero debes saber que contigo, no finjo. Eres la única que me hace feliz.
—¿De verdad? —Se iluminó por un segundo. Luego volvió a pagarse—. Tuve mucho miedo.
—Lo sé. Debe haber sido aterrador. Ya estás a salvo. No dejaré que ninguno de ellos vuelva a acercarse a ti.
La puso de pie con delicadeza y no pudo evitar maravillarse una vez más ante el cuerpo extremadamente bello que contemplaba delante suyo, aun cuando se encogía en sí misma, mientras las gotas chorreaban por sus curvas hasta caer en el agua ensangrentada. Tomó la ducha de mano para enjuagarla antes de sacarla de la tina y despacio la trasladó afuera, sobre el tapete junto a la bañera. No demoró mucho en capturar una de las de las grandes y suaves toallas y pasarla sobre su piel, secándola como a una niña pequeña. La sentía tan frágil como una en ese instante.
A pesar de la situación, tal acto cargado de inocencia y ternura, corrompía los sentidos del hombre, que tuvo que inhalar con profundidad para mantener el control sobre su entidad y no endurecerse como una roca. Podía sentir el calor de su cuerpo debajo de la tela, abrasándolo hasta el alma, y sus manos anhelaban ser los que recogieran su humedad.
La voz de Aurora lo trajo a la realidad justo a tiempo de evitar que se dejara arrastrar por su imaginación, actuando como un animal hambriento, y cediendo ante el incendio que se iniciaba en su interior.
—Gracias. Aunque no es eso lo que más me asustó.
—¿Y qué fue? —No se imaginaba qué podría ser más tenebroso.
—Tenía miedo de mí. De lo que estaba por hacer. Quería hacerle daño —las lágrimas volvieron a emerger—. Eso me hace ser el monstruo que tanto temían en el barco. Por eso soy Shiroi Akuma. —El llanto se intensificó, causándole hipidos, que entrecortaban sus frases—. Una asesina.
<<¿Qué dijo?>>
—No puedo... —gimió—. No otra vez.
—Escúchame bien, Aurora, hermosa —le secó el llanto con la toalla y agachó la cabeza para quedar a su altura—. No eres un monstruo. Dañar no es correcto, pero dejar que algo malo le pase a otros, es peor. Cada uno usa las herramientas que tiene para defender a los débiles. —Hizo un segundo de silencio, fijando sus ojos azules profundo en los dorados que lo observaban con esperanza—. Yo, esta noche hubiera matado por ti. Lo haría sin dudar si alguna vez te vuelven a lastimar. Y no me arrepentiría nunca de hacerlo. Por el contrario, no podría vivir si no hiciera todo lo que estuviera en mis manos para protegerte.
Sonrió a medias. Le divirtió que creyera que ella era débil. Yuri la había controlado, sí, porque así había sido su vida. Pero cuando rompió el cinturón, se dio cuenta que una fuerza incontrolable en su interior quería despertar. Esa fuerza fue lo que la asustó. La que la había asustado toda su corta vida.
Una fuerza de la que había estado renegando.
Aunque creía que era hora de aprender a gobernarla.
Las palabras del hombre que la estaba secando, la conmovieron y la animaron. Ella haría lo mismo por él, sin dudarlo.
Dejó que la llevara hasta la cama, donde Steve la acostó entre las sábanas, desnuda. Él se sentó en el borde, acariciando su cuerpo, delineando su perfil con la punta de sus yemas, pasando por sus piernas, cadera, cintura; subiendo hasta su hombro y cuello. Luego enredó sus dedos entre sus dorados cabellos.
Lo miraba embelesada, hipnotizada. Estaba sobre su lado y estiró su brazo para acariciar el rostro del hombre.
Él tomó su mano y le besó la palma.
—Debo volver a la fiesta —dijo con un suspiro de desaliento—. Pero volveré enseguida. No queda mucho más.
Tomó su saco negro y se puso de pie.
El cinturón en el suelo llamó su atención. Lo había visto antes, sólo que recién reparaba en los pedazos destrozados. No tenía idea cómo pudo ocurrir, pero ahora no tenía tiempo para pensar en ello.
Debía ir con los invitados. Esperaba que Gerard se hubiera hecho cargo de cualquier situación que hubiera surgido en la gala.
No podía cerrar la habitación porque había roto la cerradura, así que le pediría a Theresa que subiera a cuidarla, sin contar todo lo ocurrido con las heridas y la forma en que se había curado al instante. Sólo le diría que habían intentado atacarla y que la sangre era del perpetrador.
Pensaba en ello mientras se colocaba la elegante prenda y salía del dormitorio, tras una última mirada hacia la rubia misteriosa.
***
Desde afuera, Gabrielle no había dejado de observar la puerta de acceso al jardín.
Había pasado un buen rato desde que Steve y su guardaespaldas habían entrado a las corridas. Cuando la dejó por segunda vez como una tonta y ridiculizándola delante de los que estaban cerca, casi explotó. Se controló sólo porque un fotógrafo pasaba cerca y ella lució una de sus poses más favorecedoras.
Su vena resentida la impulsó a penetrar a la zona prohibida que era el interior de la mansión.
A pesar de conocer desde hacía años al joven Sharpe y de haber asistido a cada gala celebrada en la propiedad frente a la playa, nunca había tenido acceso a las plantas superiores, a pesar de haber insistido en cada ocasión por explorar sus dominios más reservados.
Siempre había obtenido un rotundo no.
Viendo que nadie bloqueaba su paso, avanzó en ascenso por las largas escaleras, girando por donde le había parecido ver a los dos hombres desaparecer.
Todo estaba a media luz y no se escuchaba nada, salvo los sonidos procedentes de la fiesta. Agudizó el oído hasta que percibió unos tenues murmullos. Se acercó al punto de origen.
Ignorando el estado de la puerta, detuvo su intromisión a unos centímetros de la madera, que tenía las hojas entreabiertas.
Lo que sus ojos contemplaban hizo que la sangre le hirviera.
Steve estaba sentado en la cama, junto a una mujer desnuda, a la que arropaba con delicadeza, desplazando la sábana hasta cubrir sus hombros. Sus manos acariciaban la curva de su cintura, bajando hasta descansarla en su culo.
A pesar de la zona donde había colocado su mano, odió más los siguientes movimientos. Estuvo jugando con sus dedos entre su cabello con familiaridad y cuando la zorra, porque definitivamente eso era, posó su mano en su perfecto y masculino rostro, él le había besado la palma.
Esa era la responsable de ser desplazada. Una maldita ramera que andaba desnuda para excitarlo. Y la tenía alojada en su casa para que se abriera de piernas cada vez que él así lo deseara.
—Vaya, vaya... al final, se consiguió una putita —murmuró para sí—. ¿Por qué la mantendrá escondida? ¿Acaso será menor de edad? Casi como el viejo verde de Durand.
Imaginaba que su ausencia repentina se debía porque se le había antojado un rapidito en medio de su fiesta.
Eso la fastidiaba, volviéndola loca de celos. Pues quién podía competir con la lozanía de una muchacha veinte años menor.
Se sobresaltó al ver que se ponía de pie y tomaba el saco de su esmoquin. Caminando en puntas de pie, se alejó, bajando por las escaleras, rogando que el propietario y anfitrión no la encontrara hurgando entre sus pasillos.
Alcanzó el exterior justo cuando Steve descendía con elegancia las escaleras, acomodándose las mangas de su camisa. Pasó su mano por su cabello, peinándoselo hacia atrás antes de perderse nuevamente entre sus invitados.
***
Gabrielle sentía el corazón desbocado por la ansiedad de verse descubierta.
Recuperando la compostura, siguió cada movimiento del hombre, hasta que éste se acercó a Gerard Brighton, pero no pudo continuar con su observación porque fue obstaculizada por la presencia de un torso masculino, finamente vestido.
—Gabrielle, luces tan apetecible como siempre.
La aludida parpadeó varias veces antes de elevar la vista para encontrarse con los ojos grises que acompañaban el sensual acento francés. Una sonrisa perfectamente ensayada se estiró en sus labios plásticos.
—Belmont, tú siempre acompañado de chismes jugosos y entretenidos —elevó una ceja, mirando por encima de su hombro hacia las acompañantes del extranjero, que parecían gruñirse entre dientes a la distancia.
—Sólo le doy algo de color a la obra en perpetua creación que es mi vida. Pero por lo visto, no soy el único chisme que te interesa.
—¿De qué hablas?
—¿Viste algo interesante en la mansión de Sharpe? —Su sonrisa era sarcástica y el brillo de sus ojos grises y turquesas mostraban diversión.
El rojo ascendió velozmente en el maquillado rostro. No se debía al saberse descubierta sino a la rabia que volvía a apoderarse de ella al recordar la imagen que quemaba sus retinas y arañaba sus entrañas. Sin embargo, trató de tragar el nudo amargo que tenía en la garganta al ver la luz de una idea que se encendía en la figura de Durand.
Los chismes de los que presumía el francés le darían la mano ganadora en la contienda en la que había sentido hasta recién, que llevaba todas las de perder. Sólo debía entregar la carnada al depredador que tenía frente a ella.
—A la zorra que Steve mantiene abierta para él y sus caprichos —soltó sin evitar mostrar el desagrado en cada palabra y gesto en su rostro.
Belmont estiró más sus labios y su mirada se oscureció ante lo que escuchaba. Su pelvis reaccionaba al pensar en aquella magnífica musa abierta de igual forma para él, recibiéndolo, gimiendo con cada estocada que le asestara. La mujer envenenada que tenía delante le acababa de confirmar lo que había sospechado. Aurora era una fruta jugosa que Sharpe disfrutaba. Pero no sería por mucho más, porque la cacería ya estaba iniciada.
Se enfocó en la dama de más de cuarenta años. Nunca la había visto como a una pieza que lo inspirara por toda su artificialidad. Y aunque siempre mantenían el trato cordial y cargado de fingida coquetería, no había generado en él el deseo de poseerla y hacerla arte. Mucho menos ahora que su mente y su cuerpo sólo anhelaban en adquirir a la rubia de ojos dorados y perpetuarla en su piel al tenerla entre sus brazos y con cada pincelada en sus lienzos.
—Gabrielle, Sharpe no es una persona de mi agrado, pero estoy seguro que lo que sea que tenga encerrado, —se relamió los labios con ansias—, deber ser un verdadero tesoro que no merece ser compartido con mortales. Tú eres una caricatura comparada con la más exquisita obra de arte. —No permitiría que nadie tildara de zorra a la encantadora Aurora—. Una pieza como esa, sólo debe ser admirada en secreto por un experto.
Sin añadir más palabras, Belmont Durand dejó a una pasmada Gabrielle en shock para regresar con las mujeres que lo habían acompañado.
Verlas se le antojó tedioso y aburrido, comprendiendo que ya debía deshacerse de ellas. Después de una última follada que le permitiera calmar el deseo que el par de joyas ambarinas había despertado en él.
Sólo debía esperar un par días y al fin tendría lo que había buscado toda su vida. La perfección del arte hecha mujer.
***
Gerard se alegró de ver a Steve. No habían tenido mucho contacto desde que habían hablado acerca de Belmont.
—¿Dónde has estado toda la noche?
—No te das una idea.
Percibió el tono de preocupación.
—¿Qué ocurrió?
—Mucho. De todo.
Ordenó sus pensamientos y pasó a relatarle a su socio lo acontecido, comenzando con lo último y sobre la mágica recuperación.
—¡Pobre criatura! ¿Cómo está ahora?
—Bien. La metí en la cama. Después chequearé cómo sigue.
—¿Qué harás con Yuri?
—Con quien quiero hablar es con Anatoli.
—¿Necesitas apoyo?
—No. Lo tengo bajo control. Por otro lado, te alegrará saber que conseguí dos invitaciones para la fiesta en la galería Durand.
—¿En serio? Te felicito. ¿Cómo lograste semejante hazaña?
—Yo no lo logré. Lo hizo Aurora. La encontró atrás de los setos y después me invitó. Debo ir con ella.
—Sabes lo que eso significa, ¿no?
—Sí, lo sé —respondió torciendo el gesto y percibiendo un amargo sabor de boca.
—Acabas de salvarla de un animal para usarla de carnada con otro, más sutil, pero bestia igual. No te entiendo.
—En realidad, el orden fue al revés.
—Ese no es el punto —negó efusivamente con la cabeza—. Explícame cómo es que no la usas como carnada.
—Fue algo accidental. No la dejaré mucho a solas con él.
—¿No escuchaste nada de lo que te conté? Él hará todo lo posible para quitártela y humillarte. Sin olvidar que Aurora podría salir herida. ¿O acaso tu ego te hace creer que eso no te ocurrirá a ti?
—Confío en ella.
—Y ella en ti, y así se lo pagas.
—¿Qué querías que hiciera? Fue la única forma de conseguir una invitación. Así acabo de una vez con este trabajo —hizo una pausa—. Y con todos.
—¿Qué dices? —El volumen que había empleado atrajo varias miradas a su alrededor. Estaba realmente sorprendido. Steve lo reprendió con la mirada—. No tenía idea de esa decisión —sonrió.
Estaba orgulloso del muchacho. Había cambiado completamente en sólo tres días gracias a esa enigmática mujer. Nunca había querido esa vida desalmada para él, aunque se sentía responsable por haberlo inmerso en ella. Y por fin se alejaría.
Lo había acompañado durante los peores años de su vida y esperaba poder seguir acompañándolo en la siguiente etapa. Una mucho más feliz.
***
Lo que había obtenido del ordenador de Lucy lo tenía sumido en un mar de confusiones y reflexiones. Había intentado abordar de alguna manera lo que parecía ser una extensión de las teorías del gran Masao Tasukete y estaba obnubilado.
¿Cómo tenía la científica muestras de un ADN excepcional, combinando de manera armoniosa genes de diferentes especies? Las dudas sobre el origen de esa secuencia genética también estaban presentes en la doctora, por lo que deducía que ella no era la responsable de tan increíble avance.
En el laboratorio, creyó entender el comportamiento errático de Kane de los últimos dos días. Trató de sonsacarle algún tipo de información, pero había tenido un rotundo fracaso, pues lo ignoraba completamente.
Su ambición y envidia de que ella tuviera en su poder algo tan fantástico fue el impulso que necesitó para dirigirse al departamento de Lucy en la noche.
Esperando que el movimiento de los vecinos arribando a sus hogares menguara, se mantuvo a resguardo detrás de un árbol.
Notó que el coche de Lucy no estaba en su aparcamiento y supuso que la llegada tarde de esa noche y de dos noches atrás se debía a una estadía furtiva en la empresa de biotecnología, donde aprovecharía los implementos de avanzada para investigar sobre el misterio que tenía en la mano.
Se preguntaba si las muestra que él había visto en el refrigerador todavía estarían allí o los tendría con ella.
Ante la desesperación por saber más y robarle la primicia de un descubrimiento de increíble impacto, decidió no seguir aguardando por su llegada. Invadiría su espacio, tomaría parte de las muestras y se escabulliría.
Adoptando una pose natural y segura, se dirigió a la entrada del edificio. Conocía el código de acceso. Una vez frente a la puerta, sacó de su bolsillo trasero una copia de la llave desconocida por la dueña del apartamento. Sonrió de costado con orgullo traicionero. Hacía tiempo que le había robado en horario laboral su llave y hecho una copia en el laboratorio 3D de Quirón. Luego, sin que se diera cuenta, había devuelto la original a su lugar.
No la había probado hasta entonces, por lo que esperaba que funcionara bien. Así fue. El sonido metálico al accionar el mecanismo de apertura le dio la prueba triunfal.
Aunque sabía que Kane no estaba, avanzó en silencio. Todas las luces estaban apagadas. Como conocía el pequeño espacio de memoria, no le costó alcanzar la cocina. Abrió el refrigerador, rogando porque los dos pequeños tubos estuvieran allí.
Sus ojos brillaron al comprobar que era así.
Estaba estirando el brazo para tomarlas cuando una enorme mano cubrió su boca y un brazo fuerte y musculoso lo atrapó, rodeando su cuerpo.
N/A:
Capítulo cargado, ¿eh? Uno donde muchos nombres se conjugan...
Casi conocemos a otra Aurora... paciencia. Ya llegará.
Espero sus comentarios y votos para que la historia pueda crecer...
Gracias por leer, demonios!
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