3. Nada personal
3. Nada personal.
Cumplió con lo pedido por el doctor y corrió hacia el oeste, a esperarlo en el bosque que estaba a unos seiscientos metros de la casa. Lo aguardaba protegida detrás de los árboles y recostada sobre la fría y escasa hierva.
Imaginaba que ya estaría por salir.
De repente, todo explotó. Vio cómo la casa reventó, con una energía violenta que la asustó.
Gritó.
Con todas sus fuerzas. Estaba por salir corriendo hacia la casa, cuando del otro lado, por el único camino de acceso, vio llegar dos vehículos sacudiéndose, con las luces encendidas. Se agazapó más contra el suelo y ahí se quedó.
—Doctor Masao —susurró...
Sus ojos le ardían y su visión se tornó borrosa de forma abrupta y sin aviso previo. Sintió algo húmedo y tibio recorrerle la mejilla. Las gotas alcanzaron sus labios y percibió la salinidad. Se tocó con la yema de los dedos y abrió grande sus ojos al comprender lo que ocurría.
Lágrimas.
Sólo había leído sobre ellas. Sabía todo sobre los procesos fisiológicos de su producción a cargo de las glándulas lagrimales, pero su experimentación la confundía. Algo le presionaba en el pecho y le costaba respirar y un gemido se escapó de su garganta. Y antes que le sucedieran más, se tapó la boca, ahogando los sollozos que no podía controlar.
Estaba llorando por primera vez. Y no sería la última.
***
Media hora después del descubrimiento de la sombra que había estado vigilando a los habitantes de la cabaña, dos vehículos militares imponente llegaron de forma intempestiva hasta frenar a unos metros de la entrada de la casa del doctor Tasukete. Un grupo sincronizado y coordinado de hombres descendieron de ambos transportes y comenzaron a desplegarse sin perder el control, gracias a años de práctica y experiencia en todo tipo de situaciones.
Los soldados corrían rodeando la casa que aún no se consumía completamente por las llamas, en busca de un grifo y una manguera que sirviera para aplacar el fuego antes de que fuera demasiado tarde. Uno de los hombres del capitán volvía con la larga serpiente de goma en la mano, lista para combatir a su enemigo. Como el incendio procedía del sótano, concentraron su atención en inundar el lugar de origen antes que se propagara por el resto de la casa. Una tarea que parecía titánica.
Mientras tanto se escuchaban gritos de llamado. Buscaban al compañero que había sido enviado para patrullar en la propiedad del científico pero al no encontrarlo por los alrededores y viendo el estado de la cabaña, sólo pudieron imaginar que el soldado estaba en el interior, comido por el fuego. Lo que esperaban es que el pequeño japonés no lo acompañara.
—¡Apaguen el fuego y encuentren el suero!
Cale Cameron impartía órdenes entre sus subordinados. Se enfocaba en vencer las llamas, que poco a poco parecían ir menguando, derrotadas ante el continuo ataque del chorro de agua, junto a los extintores que encontraron en el interior que no habían sido alcanzado por el fuego.
—No hay luz en la casa, señor —indicaba Doyle, el único que ante la furia del imponente negro podía dirigirle la palabra sin temor a que le arrancase la cabeza—. El fuego provocó un cortocircuito. Lo mejor será esperar hasta la mañana para revisar la propiedad.
—No —respondió tajante el hombre al mando—. Busquen con las linternas y utilicen los reflectores de los vehículos para alumbrar a través de las ventanas —sin dejar de mirar hacia la estructura, compartió los siguientes pasos a seguir—. Estaremos toda la noche. Al amanecer, la visión será mejor, pero al menos habremos avanzado algo y espero que hallemos las respuestas que necesitamos. Si el doctor escapó, debemos darle alcance lo antes posible. No tiene mucho tiempo de ventaja y es un hombre mayor.
—Deberíamos enviar a uno de los nuestros al pueblo, para que averigüe si logró huir por allí. No lo cruzamos en el camino, pero tal vez tiene otra vía de escape que desconocemos.
Cale asintió, dándole la razón a su mano derecha. Luego observó hacia el bosque que se ubicaba a varios cientos de metros de ellos. No creía que un pobre científico, viejo y débil pudiera usar ese camino para escapar de hombres experimentados y fuertes. Lo lógico sería que buscara refugio en otro pueblo. O tal vez, volviera a escapar a otro país.
Brendan Doyle siguió la línea de su mirada hacia el bosque.
—¿Crees que pudo haber huido por ahí?
—No lo sé. Lo más probable es que pretenda salir del país nuevamente. Pero no descartemos ninguna posibilidad. Manda a la mitad del equipo a recorrer el perímetro del terreno con cuidado de no borrar ningún rastro que podamos seguir, y que la otra mitad busque adentro. Ve con el primer grupo. Yo me quedaré aquí. Y manda a alguien al pueblo.
—Así lo haré.
Con un par de órdenes, Doyle tomó a dos hombres y partieron hacia el bosque. No había caso en discutir con Cameron, aunque creía que para poder seguir cualquier huella sería mejor esperar a la luz del día. Sin embargo, debía reconocer que tampoco creía que un hombre como Masao Tasukete pudiera escabullirse entre un denso bosque que no llevaba a ningún lado por kilómetros. Para los que no estaban preparados para la supervivencia, podía significar una muerte segura, ya sea por frío, hambre o depredadores.
Iniciaron su búsqueda usando la cabaña como punto central y fueron abriéndose, tomando diferentes caminos. Sur, norte y oeste. Descartaron el este porque habían llegado por ese lado.
No avanzaron mucho en su recorrido cuando la radio de comunicación interrumpió el silencio de la noche, notificando que regresaran. Habían encontrado restos carbonizados en el laboratorio. No podían confirmar nada más, pero no tenían muchas dudas considerando que nadie más vivía con el científico.
Al trote, los tres soldados, cada uno desde su posición, volvió a la casa a reencontrarse con los suyos.
***
Escondida en el bosque, lejos de la cabaña, sus ojos ambarinos, aún húmedos, adaptados a la visión nocturna y mejorados para la alcanzar mayores distancias, le permitía seguir los movimientos de aquellas extrañas personas que llegaban a su único hogar conocido. Su oído, también desarrollado para ser más avanzado, no dejaba que se le escapara los gritos de uno de aquellos hombres.
Buscaba al Dr. T. Parecía conocerlo. Pero no decía nada de ella, como si ignorase su existencia. Lo que era coherente con lo que el doctor le había dicho. Nadie sabía de ella. Y debía seguir así para mantenerse a salvo. También le llamó la atención la ansiedad por encontrar un suero. Eso la confundió. Sin embargo, era lógico que con dos días no hubiera alcanzado a conocer todo el trabajo del hombre de ciencia. ¡Cómo le hubiera gustado descubrir más a su lado! Comprender mejor a las personas. Y saber sobre sus padres.
Aún con lágrimas en la cara, se puso de pie mientras ellos seguían gritando y moviéndose de un lado a otro intentando apagar el incendio. Cuando lo vio casi extinto, un nuevo despliegue de aquellos extraños la alarmó. Parecían buscar algo alrededor de la casa, acercándose a su refugio usando unos haces luminosos que se desprendían de un instrumento similar al que el primer invasor cargaba en sus manos. Si seguían caminando hacia ella podrían exponerla.
Decidió que era tiempo de seguir.
Debía cumplir con lo último que el doctor le había pedido. Correr. Bajó la mirada y observó la bata que llevaba puesta. La del Dr. M. Tasukete. Su instinto le indicó que el blanco de la bata la haría una presa fácil. Se la sacó y la dejó tendida con delicadeza sobre el suelo, quedando completamente desnuda en la helada noche casi invernal, pero no sentía nada de frío. Dobló la tela rígida y acarició el nombre del doctor.
Su mirada se detuvo por un momento en el ser mitológico que lo acompañaba. Un centauro. La criatura a la que debía temer. De la que tenía que escapar. Confundida pensó en cómo era que ese centauro tenía algún lazo con aquel nombre bordado. Pero no tenía tiempo para reflexionar sobre ello. Tomó en sus manos la bata y la escondió en el hueco de un árbol, para luego girar sobre sus talones y correr.
Su vida segura junto al doctor, lo más parecido a un padre que tuvo, había terminado. No sabía qué le esperaba a continuación. Sólo escapar. Así lo hizo.
***
Cale Cameron se movía entre los escombros con un humor de perros. No era conocido por ser un hombre risueño. Por el contrario, sólo se mostraba tenebroso y falto de emociones. Pero nunca solía levantar su voz de forma intempestiva, salvo en aquella oportunidad. Estaba furioso.
Después que habían logrado apagar el fuego ingresaron aun en la oscuridad de la noche. Cameron fue directamente al punto de origen del incendio y usando las linternas y los grandes faros a batería que sus hombres habían llevado pudo comprobar los restos carbonizados en el sótano que había funcionado como laboratorio.
A pesar de no poder afirmar a ciencia cierta de que se tratase del doctor, no veía otra alternativa. Debía ser el científico esquivo.
—Revisen cada palmo del lugar. Y avísenle a Doyle que regresen. No tiene sentido que recorran el exterior en la noche. Estoy seguro que Tasukete es este de aquí —señaló con la cabeza al cuerpo desparramado sobre la escalera, con un par de armazones de lentes sin cristales desarmado sobre un lado de la cara calcinada.
<<Mierda>>.
Necesitaban al doctor y después de esperar pacientemente diez años, estaba muerto por un descuido. Diez años perdidos.
<<Mierda, mierda>>.
Esperaba al menos que hubiera dejado registro de lo que fuera que hubiera logrado. Mejor aún, sería encontrar un suero definitivo.
Con evidente furia, controlada en cada paso para no desarmar la estructura comida por el fuego, volvió a ascender hasta la planta principal de la casa y luego salió a la fría noche. Había dado la orden de esperar y había sido desobedecido. La muerte era el castigo por ello. Pero odiaba perder a un hombre.
Descargando finalmente su rabia al ver que su gente se reagrupaba a su alrededor, gritó a viva voz.
—¡Tiene que haber algún lugar secreto donde lo haya escondido! ¡El doctor Tasukete nunca hubiera destruido el trabajo de su vida!
Todos sus hombres revisaban los resto de la casa después de esperar a que las llamas menguaran. Removían los escombros tratando de encontrar alguna caja fuerte o escondite que pudiera sobrevivir a la explosión. Pero la noche no hacía fácil la tarea.
—Nos quedaremos lo que queda de la noche y en la mañana volveremos revisar la casa de punta a punta. Saquen fotos para registrar todo. Y archiven cada documento que encuentren. Le llevaremos lo que hallemos al doctor Green. Él sabrá si hay algo que valga la pena.
***
Corrió lo que quedaba de la noche sin fatigarse. Su visión le permitía esquivar todo obstáculo sin problemas. Sus piernas ágiles se movían con rapidez y sus pies descalzos no parecían reparar en la dureza del suelo. Saltaba de una roca a otra. Se colgaba de las ramas de los árboles balanceándose entre ellas, para luego lanzarse nuevamente al suelo y proseguir con la carrera.
Los cortes y heridas que iba sufriendo al atravesar malezas se curaban al instante. No advertía dolor físico alguno, sólo en el pecho. Esa sensación de opresión que la había hecho llorar, seguía presente.
Mientras corría, no dejaba de recordar el miedo en la cara del doctor. No debió escucharlo cuando le dijo que corriera. Debió esperar junto a él hasta que salieran los dos a ponerse a salvo en el bosque. Nunca creyó que podría explotar el laboratorio con él adentro. ¿Por qué alguien habría querido hacerle daño a ese extraño personaje que sólo quería ayudar a curar a enfermos? ¿Cómo lo conocía el extraño? ¿Por qué le dijo que no confiara en el Centauro? ¿Y qué la motivó a herir con tanta precisión al atacante? ¿De dónde habían llegado esas personas?
Repasaba todo lo vivido.
En su brevísima vida, sólo había conocido al Dr. Masao. Normalmente, dos días no alcanzan para establecer lazo con alguien, pero como ocurre con un bebé o con un cachorro rescatado, eso puede ser suficiente si es lo único que se conoce en la vida. Más si de alguna manera es el responsable de tu vida, de tu seguridad. Hasta que te arrancan de cuajo de tu hogar.
Para ella, había sido además su única referencia de lo que había afuera de la cabaña... pero no bastó para prepararla para lo que podría encontrar. Todo lo que sabía del mundo estaba basado en libros de ciencia y enciclopedias.
Palabras.
Sólo palabras. Nada de experiencia.
Estaba confundida y angustiada. Había matado a alguien. La vida de un hombre de brillos dorados en sus ojos. Un hombre que había invadido la breve paz que conoció. Esa no era su intención, pero no supo qué hacer y quería proteger al doctor. Esa confusión imprimía aún más velocidad a sus piernas. Un torbellino de ideas se agolpaba en su cabeza. La casa oculta, el aislamiento del doctor, la cámara de incubación que transformó en un cantero, la mirada de él cuando le preguntó por su origen biológico y el conflicto moral de crear a un ser perfecto en un laboratorio.
Ella era la causa de lo que estaba ocurriendo. Esta segura de ello. La mutante. La criatura híbrida, que, a pesar de haber sido concebida para curar, si lo que había dicho el científico era cierto, - y ahora dudaba de todo, - había quitado una vida. No le quedaba más opción que mantenerse oculta. ¿Por qué? Además, ¿cómo sabrían de su existencia? Aunque no creyera que sospecharan de ella. Al menos no parecía que la buscaran por los gritos insistentes por el doctor Tasukete. No la habían mencionado.
¿Estaría a salvo? ¿Cuánto tiempo se podría mantener así?
***
Mantenía en su mano izquierda su vaso cortado con bourbon y la mirada perdida más allá de la gente que lo rodeaba sin prestar atención a las conversaciones de los otros huéspedes del exclusivo hotel. Sus fríos e inexpresivos ojos atravesaban cualquier individuo que se interpusiera en su línea de visión. Su cuerpo estaba allí, pero su mente volaba al pasado.
—Puedes hacerlo mejor, muchacho —le indicaba su maestro al tiempo que le lanzaba diferentes combinaciones de golpes. Ambos estaban con sus torsos desnudos y sudorosos entrenando sin ningún tipo de reparo.
—Lo estoy haciendo lo mejor que puedo —gruñó antes de que el hombre le asestara un golpe que lo dejó caer sobre su trasero al suelo, golpeando la parte baja de su espalda, quedando con los antebrazos apoyados en la dura superficie—. ¡Mierda! —Otra vez era vencido y la furia calentó cada centímetro de su ser como si en lugar de sangre tuviera lava corriendo por sus venas. Cada derrota lo frustraba más, enervándolo.
—Entonces esa herida no será la única que marque tu cuerpo —señaló la cicatriz que interrumpía su piel a un lado de su abdomen musculoso y definido—. Ese es tu recordatorio por ser un imprudente y dejarte llevar por la rabia.
La marca no era la única que su cuerpo lucía. Otra semicircular dominaba una parte de un hombro, pero su origen no tenía ninguna relación con una lucha por supervivencia y venganza. Sin ser consciente de ello, llevó una mano a la huella que indicaba el hombre y un repentino escalofrío lo invadió, junto con instantáneas mentales que le recordaban cómo se la había hecho.
—La tengo porque no sabía pelear —protestó con el orgullo herido—. Si ahora volviera a enfrentarme a él no podría herirme.
—Él era sólo un torpe que apenas sabía levantar sus puños y aun así casi acaba con tu vida. ¿Crees que porque lleves aprendiendo técnicas de combate en el último año podrás vencer a hombres con años de experiencia? ¿Qué han combatido, matado, desde antes que tú tuvieras tu primera erección?
No había reclamo alguno ante lo que exponía su mentor. Gerard tenía razón. Siempre la tenía.
—Debes concentrarte. Lucha con la cabeza, no con tus músculos. No debes dejarte dominar por lo que sientes porque sólo te enceguecerás. Mantente frío y analiza a tu oponente con paciencia. Sólo espera el momento correcto para darle el golpe de gracia.
Un breve timbre lo despertó de sus recuerdos. Con gesto de elegante desgana llevó un dedo hasta el móvil que estaba apoyado en su mesa y sin despegarlo del mantel abrió el mensaje que lo había interrumpido. Era su viejo amigo y socio. El mismo que lo había fustigado hasta el cansancio hasta que un día el muchacho se volvió el joven que ya no podía ser vencido por el experimentado hombre de armas.
[Bien hecho muchacho. Nuestro cliente quedó satisfecho por tu impecable trabajo. Como siempre. Descansa unos días. Nos vemos a tu vuelta.]
Estiró apenas un lado de sus comisuras a modo de media sonrisa. Su máximo gesto de satisfacción. Sabía que había hecho un buen trabajo porque no se permitía nada menos. Ya no era el mismo chico intempestivo e improvisado. Cada minuto de su día y cada paso que daba estaban metódicamente planificados.
Bebió de un solo golpe el contenido de su vaso y con un movimiento de la mano le solicitó a la hermosa camarera que le llevara otro trago, disfrutando del bamboleo de sus anchas caderas al dirigirse hacia la barra. Mientras esperaba su pedido, volvió su mirada al punto donde se había perdido en sus cavilaciones descubriendo que había posado sus ojos en una sensual mujer que vestía un escotado vestido negro que apenas llegaba por debajo de sus glúteos, mostrando sus largas y torneadas piernas de forma descarada y que centraba su atención en el grueso hombre sentado a su lado, que a la legua se veía que derrochaba dinero.
Automáticamente hizo un gesto imperceptible de desagrado al darse cuenta que se trataba de una prostituta. Una elegante y exclusiva que seguramente tendría algún acuerdo con el gerente para aprovecharse de los ricos huéspedes. No le gustaba las profesionales. Jamás había pagado por sexo y no lo haría nunca. No lo necesitaba. Saber que tenían sexo con él por placer era mucho mejor que estar con alguien que fingía cada gesto o gemido por dinero.
De hecho, la camarera que le traía el bourbon sería su siguiente conquista y de eso no tenía duda. Aunque hubiera tenido su último encuentro dos días atrás con Madison, ya ansiaba perderse entre nuevas piernas.
De forma descarada clavó sus ojos en su escote generoso, lleno de pecas que combinaban con su roja cabellera.
—¿Algo más señor Smith? —preguntó en alemán, con un acento encantador que delataba su origen escocés.
El tono bajo y de fingida inocencia de la voluptuosa mujer lo encendió inmediatamente. No había sentimiento en lo que hacía, sólo lujuria y placer. Lo único que se permitía experimentar. Sexo anónimo y fugaz. Un simple polvo.
—Sí —respondió con dominio sobre el idioma, haciéndole parecer nativo. Mantuvo su rostro impasible. Sólo el brillo de sus azules y profundos ojos fijos en los almendrados de ella denotaban el deseo y anticipaban cuál sería el siguiente movimiento—. ¿A qué hora terminas?
Ella se sonrojó en respuesta, aunque la sonrisa que le compartió no denotaba ningún tipo de vergüenza. Había en la mirada de ambos un acuerdo tácito de lo que llevarían a cabo y la mujer se estremeció de placer ante el próximo encuentro.
La esperó en su mesa hasta que su turno terminó y de forma furtiva la llevó a su habitación, donde el sigilo quedaría en el pasillo y la cama se volvería un campo de erótica batalla. Sin delicadeza alguna, le quitó el uniforme compuesto por una simple camisa negra y una falda corta del mismo color. La dejó en ropa interior de pie junto a la cama mientras recorría con la vista sus curvas con evidente lascivia, que vislumbraba gracia a la tenue luz que entraba por la ventana a través de la traslúcida tela blanca de la cortina que caía hasta el suelo alfombrado.
La joven mujer, cuyo gafete indicaba que se llamaba Wendy, se sintió excitada y cohibida en igual medida por su oscura mirada cargada de deseo y su carácter reservado.
Despacio el hombre fue quitándose la corbata sin dejar de ver a su próxima aventura, la cual a medida que él renunciaba al resto de sus caras prendas fue ubicándose en el centro de la cama, esperando por el inminente encuentro con aquel dios griego de cabellos lacios de rubios oscuro prolijamente peinados hacia atrás y ojos de hielo.
Ella disfrutaba del lento ritual que cumplía el rico desconocido al ir desnudándose, haciéndola desesperar por la anticipación de lo que harían. Sus orbes brillaron cuando el cuerpo desnudo del hombre le mostró su excitación y se relamió los labios ante su enorme virilidad. Lo siguió con la vista mientras él se acercaba a una de las mesas de noche que escoltaban la cama y abrió uno de los cajones, donde metió su mano para unos segundos después, sacarla con algo que no pudo identificar en las penumbras, para luego cerrar el cajón. Cuando él lanzó sobre la sábanas lo que había capturado fue que ella pudo descubrir de qué se trataba. Era una tira de condones e interpretó en ese gesto que aquel silencioso e impenetrable hombre le indicaba que tenía pensado hacer uso de todos ellos.
Un delicioso estremecimiento la recorrió, centrándose en la caliente zona entre sus piernas y enarcó una ceja de forma provocativa. Aceptaba el juego y lo anhelaba. Gateó hasta el borde del colchón tamaño king y se arrodilló en el límite, reclamando la cercanía del alto y musculoso hombre. Él se movió con extrema arrogancia hasta que sus cuerpos quedaron pegados uno al otro, eliminando cualquier espacio entremedio.
Wendy jugó con sus yemas sobre el torso delineado, siguiendo cada relieve de pectorales y abdominales. Ese simple tacto ya la humedecía.
Él por su parte le quitó con gran maestría el sostén de encaje liberando su contenido y comenzó a magrear sus grandes senos al tiempo que sus labios dejaban un camino de besos desde el lóbulo hasta su clavícula.
Ambos comenzaron a gemir. Primero eran sonidos bajos y roncos, pero cuando el que se hacía llamar señor Smith llevó su boca hasta el dulce pezón que se había erguido para succionarlo y morderlo, la mujer no pudo evitar que se le escapara un jadeo más fuerte, lo que provocó en él que su miembro se endureciera aún más. Su otra mano jugaba con las bragas provocándola de forma intencional al amagar con recorrer lo que ellas ocultaban debajo. Ese juego esquivo hacía que la muchacha se volviera loca. Tomó con su pequeña mano la enorme de aquel cruel hombre que amagaba con descubrir su femineidad y sin contemplación, lo obligó a posar sus dedos en su sexo.
—¿Eso quieres? —Preguntó él en su oído, con una sensual voz que la hizo voltear sus ojos y asentir con la cabeza.
Quería sus dedos en su intimidad, quería su miembro allí y quería morder sus carnosos labios que todavía no había probado. Y con esa intención, buscó su boca, pero él la esquivó.
Iba a reclamar por su rechazo pero antes de tener tiempo de hacerlo, él en un hábil y rápido movimiento, la volteó y la dejó de espaldas a él. Con su fuerte mano apoyada sobre su espalda la posicionó en cuatro. Sin necesidad de voltear, la camarera percibió el momento en que se arrodillaba en el suelo justo detrás de ella y lamía el interior de sus muslos, estremeciéndola de placer. Gemía con cada roce de su lengua y dio pequeños gritos al sentir cómo pellizcaba su piel con sus dientes de manera erótica hasta que sintió el recorrido descendente de lo que quedaba de su ropa interior, que dejó a la altura de sus rodillas.
Se concentró en los largos dedos que jugaban por sus muslos alcanzando los pliegues de su vagina y se relamió al percibir cómo metía su pulgar en ella, mientas el resto de sus dedos masajeaban la parte delantera de su pubis, tocando su centro, ese botón que le producía un húmedo placer. Su estómago se contraía con cada movimiento y sus caderas bailaban adelante y atrás, acompañando la danza que hacía su mano. El ritmo se hizo más intenso cuando fue invadida por dos dedos que dibujaban círculos en su cavidad, enloqueciéndola completamente. Se arqueaba en respuesta a cada gesto cuando sintió que estallaba en mil pedazos y un largo suspiro se escapó de sus labios al sentirse aflojar tras alcanzar la cima de placer. Ese hombre tenía dedos de oro.
No tuvo tiempo de reponerse que enseguida sintió la punta de su virilidad acariciar su entrada mojada tras su liberación. Escuchó el sonido del empaque del preservativo abrirse y sólo pudo aguardar al siguiente movimiento, que no demoró más de unos segundos.
Se había puesto de pie listo para continuar y sin ningún tipo de delicadeza, de forma ruda y fuerte, la embistió de una sola estocada. Se movía como un salvaje. Así le gustaba el sexo cuando poseía a las mujeres. Todo el control que tenía en su vida diaria parecía desaparecer cuando follaba con alguien.
Pero era una ilusión porque jamás cedía a perderlo. Sólo se liberaba, más allá de hacerlo físicamente. Su mente volaba lejos. Se perdía en el placer que cada estocada le daba. Las sacudidas se hacían más intensas, chocando su pelvis contra el trasero suave de la camarera. Llevaba una mano al pecho de la mujer para magrearla y con la otra la sujetaba firmemente del hombro, logrando empujarla hacia él en busca de mayor profundidad al poseerla. Sus manos fueron recorriendo la espalda blanca y pecosa hasta ubicarse en la cadera y allí apretó con fuerza. Seguramente, dejaría sus dedos marcados en su suave piel, pero eso no le importaba a ninguno de los dos.
La suite se iba colmando de sus gemidos que iban en aumento al igual que el ritmo de ambos hasta llegar juntos al punto culminante del clímax.
Wendy se dejó caer boca abajo sobre la cama con una amplia sonrisa de satisfacción y el señor Smith se ubicó encima de ella, acariciando sus nalgas. Estaba equivocada si creía que ya habían terminado.
Fue provocándola una vez más con sus dedos, con su lengua por toda su espalda hasta que la sintió lista nuevamente y desde esa posición, la hizo suya una vez más. Sin contemplaciones ni sutileza. Así lo hizo durante toda la noche, un orgasmo tras otro, entre gemidos, gritos y embestidas, cambiando posiciones y enroscándose entre ellos sobre las sábanas. Sólo evitaba los besos en los labios, que compensaba llevando su boca al cuello, hombros o senos de cada mujer con la que se acostaba. Pero nunca permitía el contacto íntimo con otra boca.
Demasiado personal y él, nunca hacía nada personal.
Antes del amanecer, cuando la mujer había quedado exhausta y, estaba seguro, dolorida de tanta penetración, se duchó y vistió con uno de sus trajes hechos a medida y salió de su suite llevándose su maleta y una bolsa escondida con cada condón utilizado que descartaría en secreto en otro lado para no dejar ninguna evidencia rastreable.
Sin voltear la vista a la desnuda camarera que dormía en su cama cerró la puerta tras de sí. Nunca se despedía ni dormía con ninguna de sus fugaces amantes. Actitud poco caballerosa, pero no le importaba en lo absoluto. Simplemente desaparecía dejando un nombre falso y un recuerdo cargado de extremo placer en compensación.
Era hora de regresar a ser otro millonario neoyorkino.
N/A
Este personaje me enciende. Y tengo tantas escenas pensadas con él... ufffff...
No se olviden de regalarme una estrellita si les gustó lo que leyeron... espero que sí...
Gracias por leer!
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