15. ¿Rompiendo la regla número tres?
15. ¿Rompiendo la regla número tres?
Lo tenía decidido.
Huirían.
La liberaría de las garras de Yoshida y él se alejaría del espécimen de mierda que decía ser su padre.
Había iniciado los engranajes para poner en movimiento su arriesgado plan. Aprovechando aquella fotografía que le había tomado en un impulso —una de varias de las cuales no todas eran de su conocimiento al haberlas obtenido mientras dormía—, mandó confeccionar pasaportes falsos que esperaba recibir al día siguiente. Tenía mucho dinero en efectivo y había sacado dos pasajes para dentro de dos días a una isla paradisíaca.
Había querido hacerlo por las vías correctas, si es que se podría decir que hubiera un modo correcto en un negocio podrido como el que manejaban Yoshida y él mismo. Aún así, en la madrugada, cuando Arata y él se despedían en la cubierta del Paradise había ofrecido comprarla. Pagaría lo que fuera por ella. Pero el japonés se había reído de su ingenuo intento.
—¿Tanto te gusta golpearla? —había preguntado con cierto recelo, entrecerrando sus párpados—. No te habrás enamorado de la muda, ¿verdad? Sé que es preciosa. Yo mismo te lo he dicho, la mujer más hermosa del mundo. Pero sigue siendo una mercancía muy útil. Ni siquiera a mi hermano se la cedería. Tampoco eres el primero que me la quiere comprar.
—¿Cuánto pides por ella? —Ignoró olímpicamente su provocación, girando su anillo para disminuir su nerviosismo. No sabía qué sentía, pero necesitaba tratar de sacarla de allí.
—Amigo mío, no tiene precio. Al menos, por ahora. Me hace absurdamente rico.
—Puedo darte millones.
—Tú no tienes tanto dinero disponible.
—Puedo conseguirlo.
—No, no puedes sin meter mano en los negocios de tu padre y eso no sería de su agrado – le había puesto la mano en el hombro, a modo de consuelo.
Ese simple contacto le había provocado tal grado de repulsión que tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para mantener una pantalla inexpresiva. Se encogió de hombros, buscando parecer indiferente.
—Bueno, tenía que intentarlo. Hubiera sido muy provechoso no tener que renunciar a tan conveniente método de terapia.
—Si en unos años aún la quieres, podemos revaluar tu oferta. Aunque deberás pujar contra mi hermano.
Y con una carcajada, lo vió descender a las entrañas del barco mientras él partía en su helicóptero.
Ante el rechazo, en cuanto se encontró volviendo a su hogar, su cabeza concentró toda su energía en planear su escape, aprovechando cada contacto del bajo mundo que poseía.
En tan sólo unas horas, lo tenía casi listo, gracias al poder, dinero y amenazas que había repartido a diestra y siniestra.
Ser un frío criminal no evitaba que sintiera un revoltijo en su estómago. Mitad ansiedad, mitad terror. Si todo salía bien, haría por primera vez algo en su vida que ayudara a otra persona. No era del todo un gesto carente de egoísmo, porque en el fondo, lo hacía porque quería tener a su tesoro sólo para él.
No estaba seguro de los sentimientos de ella hacia él, más allá de los de la amistad, pero aun si nunca llegara a amarlo, merecía ser libre para elegir con quién estar.
Pero si todo salía mal, perder la vida sería el menor de los castigos.
El lento e interminable dolor al que los someterían les podría hacer reclamar por una muerte piadosa. Una muerte que no creía que les concedieran fácilmente. Aun así, se arriesgaría. Esperaba que su diosa aceptara la locura que le ofertaría al llegar la noche.
Repasaba los boletos de avión antes de esconderlos en un sobre en su caja fuerte cuando el intempestivo Didier invadió la privacidad de su despacho con su habitual descaro, deteniéndose brevemente a observar los gestos de su joven jefe, antes de internarse completamente en la habitación.
De un rápido gesto, Pierre terminó de proteger los documentos y prosiguió a cerrar la puerta de acero y asegurarla para luego sentarse en su mullido asiento, clavando sus ojos en los oscuros de Didier para luego recorrer las marcas todavía muy presentes del escarmiento de su trésor sobre el lado izquierdo de su rostro, lo cual casi hace que se escape una sonrisa de satisfacción.
—¿Jamás aprenderás a golpear la puerta para pedir permiso antes de entrar?
—No —lo miró con suspicacia—. ¿Todo en orden? ¿Qué secreto escondes?
—Ningún secreto, sólo pagarés de unos jodidos imbéciles de mierda que quiero conservar a buen recaudo.
—¿Qué carajos le hiciste a Maxine? —Una ceja levantada en el rostro de Jean Pierre le reveló que no sabía de qué hablaba—. Hace un par de noches que viene despotricando contra ti. Algo de que la calentaste para luego lanzarle un balde de agua helada por tu indiferencia —limpió una pelusa inexistente de su pantalón, sin dejar de perder detalle de reojo—. Lo sabrías si estuvieras aquí en las noches.
—Nada —elevó ambos hombros fingiendo estar despreocupado—. No es la única mujer follable. —Buscando cambiar de tema, se acercó apoyando sus antebrazos sobre la fina madera del escritorio, entrelazando sus dedos—. ¿A qué viniste Didier?
—Quiero pedirte que me des a cargo la administración de <<La Rosa Azul>>.
—¿Y por qué haría eso? Jean-Luc es el encargado desde hace años y lo hace muy bien.
—Ya está viejo y se necesita una nueva mano, más firme.
—Más violenta y desquiciada, dices. Tú lo que quieres es tener a mano la droga que se maneja allí. Y te diré lo mismo que te digo siempre... no debes meterte nuestro producto. Pierdes los sentidos cuando abusas y no tienes control alguno. No necesito un dolor de pelotas innecesario contigo. Ya muchos problemas me causas cada vez que tengo que interceder por ti cuando se te pasa la mano con algún incauto de otras familias. Si quisiera estar cuidando niños, tendría mis propios hijos.
—Cabrón —farfulló por lo bajo, molesto.
Pero su comentario no pasó desapercibido por Pierre, que entornó los ojos, entregándole una mirada que a cualquier otro le hubiera paralizado el corazón. Por suerte, ese órgano no se encontraba en Didier, sólo una bomba mecánica cumplía con su misión de irrigar su sangre. Aun así, no era tan descerebrado para ponerse en contra a Jean Pierre. Un hombre respetado por todos, menos por su propio padre, pero que mucho eso no importaba porque el sujeto casi no pisaba su tierra natal, recorriendo el mundo como un dandi, haciendo uso de la fortuna de los negocios, legales e ilegales. Para quitar la tensión del momento, compartió su enorme sonrisa conquistadora, que engañaba por su ilusoria inocencia a cualquiera que lo observara. Cualquiera que no fuera el hombre frente a él.
—En fin, era una idea. Algún día dirás que sí. Tal vez, sólo deba enviar al viejo de viaje.
—Hazlo y tú le seguirás, con un par de zapatos de cemento para pasear por el fondo del mar.
El más joven de los dos chaqueó su lenga y movió su mano, rechazando las palabras de su interlocutor.
—Como sea. Hablando del mar... ¿qué me dices de la puta del señor Yoshida?
—Podrías ser más específico, mi amigo tiene una pequeña flota.
—La de las palizas —respondió llevando su mano de forma automática hasta su cara todavía magullada y sin perder de vista como su compañero tensaba la mandíbula y sus dedos se volvían blancos al entrelazarse sus manos al hablar de la muchacha—. Supe que tienes fiesta privada con ella. ¿Era el motivo de tus desapariciones nocturnas? Eso de seguro disgustará a Max.
Los músculos del cuerpo de Pierre se contrajeron. Sus dientes se apretaban con dureza al sentirse invadido. No tenía por qué mantener en secreto sus encuentros con su trésor. Sin embargo, una incomodidad lo embargó por el modo en que había hablado Didier. Se obligó a aparentar estar relajado aflojando su mandíbula.
—No debo explicarme ante ti o cualquiera de mis hombres.
—No, no debes. Pero es divertido. Creí que no golpeabas mujeres —hablaba mientras se inspeccionaba las uñas, sin dejar de mirar de reojo las reacciones de Pierre.
—Ella es diferente. Dicen que es un demonio, por lo que creo que queda fuera de la categoría de mujer. Es muy catártico saber que se puede estar toda la noche zurrándola sin preocuparse por excederse —enarcó una ceja hacia su compañero y sonrió de lado—. Recuerdo que a ti te dio una buena lección. Eso sí que suena divertido.
Fue su turno de tensionarse, herido en su orgullo al saberse expuesto.
—Me tomó por sorpresa. Esta noche me desquitaré por mi cuenta.
—¿Esta noche?
—Oh, sí, claro. Ese era el otro motivo por el que venía. Quería pedirte salir antes para encargarme de ella.
Pierre se removió incómodo en su asiento, tratando de no delatar demasiado su contrariedad.
—¿No tenías que acompañar a Philippe a un encargo? —Su voz amagó con salir ahogada, pero consiguió ocultar su torpeza.
—Adrien me reemplazará, a no ser que haya algún problema.
—Ninguno. Puedes irte ahora, si lo deseas. Yo tengo trabajo que hacer —lo rechazó con una de las manos que liberó de su agarre y llevó su atención a los papeles que descansaban sobre su escritorio.
—Ese es un buen jefe —festejó con socarronería.
No levantó la mirada hasta que escuchó cómo se cerraba la puerta y quedaba solo en la privacidad de su despacho. Soltó el aire que no se había percatado que había estado conteniendo en su pecho. Pasó una mano por su cara y luego se fijó en su reloj, ansioso por los minutos que lo separaban de su tesoro. Y angustiado por saber que antes de su encuentro, un pervertido Didier jugaría con su dulce ángel.
***
En cuanto quedaron los dos solos inmersos en su burbuja de cristal, la muchacha corrió como una pequeña emocionada para saltar sobre Pierre y enredar sus piernas en su cintura y sus brazos en su cuello.
Él la recibió sujetándola de las nalgas y con una sonrisa que quedó ahogada en un apasionado beso que correspondió. Su trésor aprendía rápido como la buena estudiante que se mostraba con él.
—Mon trésor —susurró al recuperar sus labios para usarlos en un recorrido por el largo y fino cuello que desprendía su inconfundible olor a flores silvestres y bosques—. Creo que he creado una pequeña adicta a mí.
—Tonto —rio, apretando más sus pechos contra su opuesto masculino, que vestía con una camisa negra—. El que pierde el control aquí eres tú.
—¿Me estás provocando, mon trésor?
Se refregó en él de forma descarada, reforzando su ataque. Un ronco gruñido se escapó de la garganta de su adversario y éste supo que había perdido otra batalla.
—Petit tricheur.
—Me molesta cuando no me dices lo que esconden tus palabras —protestó haciendo un puchero.
Pierre Ignoró sus quejas callándola con un poderoso beso y se concentró en el problema que se apretaba en sus pantalones.
La llevó contra la pared más cercana y la apoyó sin soltar su boca. Frotaban las zonas correctas unas con otras para sentir descargas por todo el organismo. Ahogaban los gemidos entre sus besos apasionados y fogosos. Ella se afirmaba con fuerza con sus piernas y brazos, liberando las manos masculinas para que pudieran encargarse de otras tareas más deliciosas.
Con la libertad entregada, las traviesas y hacendosas manos del francés se distribuyeron para recorrer el cuerpo de la dama. Una de ellas se volvió posesiva sobre uno de los senos apretándolo, pellizcando su pezón. La otra mano capturó la cabeza rubia para guiarla a un lado, facilitando el acceso a su tentadora boca, profundizando su beso.
—Oh, mon trésor, tienes razón, me vuelves loco. Pierdo toda sensatez —habló bajo, chocando sus alientos.
—Somos dos, Pierre —contestó de igual forma.
Sin soltar su agarre, cambió el punto de encuentro, desplazándose a la cama, donde se dejaron caer, quedando él encima de ella, perdido entre sus piernas.
Se movían acompasadamente, con ansiedad y desespero, intercambiando gemidos en la boca del otro.
Usaba una de sus fuertes manos para llevar más arriba la torneada pierna, rodeando su cintura y presionando más la roca que colisionaba con la entrada desnuda de la muchacha, que se sentía húmeda y vibrante en su centro. Se arqueaba con cada empuje de Pierre, manteniendo sus ojos cerrados para potenciar el resto de sus sentidos.
Los jadeos, aunque ahogados para evitar un escándalo que los descubriera, se sentían vibrar en su piel. El afrodisíaco aroma intensificado por la aparición del sudor del francés invadía sus fosas nasales, grabándose a fuego en su ser cada elemento que podía recibir sin atravesar la frontera de lo permito.
Sintió el vacío y la falta de calor cuando el largo y musculoso cuerpo que se encontraba sobre ella se alejó sorpresivamente. Abrió sus orbes con decepción.
—¿Qué ocurre?
Indagó levantándose hasta apoyarse en ambos codos para verlo mejor, agitada y con su pulso acelerado, más por el deseo que por el esfuerzo. No comprendía por qué se detenía cuando en su mirada era evidente la lujuria. Quería repetir lo de la noche anterior.
—Quiero más. Más de esto, de nosotros —movía su dedo de uno a otro, repetidamente, reforzando sus palabras con su gesto.
Tan grave sonaba el reclamo de Pierre, que la muchacha terminó sentándose para quedar más cerca del hombre.
—No podemos avanzar más de lo que lo hicimos ayer. No puedo darte todo de mí —sus ojos se humedecieron—. Aunque me gustaría hacerlo, porque tú me has dado tanto. Más de lo que crees. De lo que alguien —<<un monstruo>> —, como yo puede obtener.
Sabía que no existía esa posibilidad para Shiroi Akuma, que debía resguardar su virtud en beneficio de Yoshida, bajo la pena de un castigo peor de lo que ya había vivido si se entregaba a Pierre o a cualquier otro sin la autorización del japonés. También peligraba la integridad física del francés, que no escaparía a las represalias si era el responsable de arrebatarle su virginidad. Y para ella, eso sería la peor de las torturas. No podría soportar que su único amigo y refugio esporádico sufriera por ella.
—No me refiero a eso. No sólo a eso, al menos —acarició su carnoso labio con su pulgar—. Quisiera enseñarte mi hogar. Mi hermosa tierra... deseo...
—Por favor... —le interrumpió con la voz quebrada—. No sigas. Cállate, te lo suplico. Sólo seamos dos amigos en mutuo consuelo en un mundo creado por nosotros por las horas que nos quedan. Sólo nosotros dos, ajenos a la realidad que nos espera tras esas puertas —las gruesas gotas saladas comenzaron a rodar por sus mejillas.
—No llores... —acunó su rostro entre sus manos y usó sus labios para capturar cada lágrima, sintiendo la salinidad de las gotas. Su boca, húmeda por el llanto, se posó sobre los labios entreabiertos de la compungida muchacha, que se desmoronaba con sacudidas—. Escúchame, por favor —la obligó a mirarlo, tan cerca uno del otro que sus alientos se confundían en sus agitadas exhalaciones. Estaba por dejar caer su bomba—. Te sacaré de aquí.
Detuvo su llanto. De hecho, sintió que el tiempo se detenía mientras ella calibraba lo que acababa de escuchar hasta que logró salir de su estupor.
—¿Qué? —Su ceñó se frunció. Sabía que había escuchado correctamente, pero no podía terminar de procesar las palabras. O la consecuencia de éstas.
—Nos iremos. Escaparemos. Lo tengo todo casi listo. Desapareceremos un tiempo y espero que eventualmente podamos volver. Tengo varias propiedades de las que mi padre no está al tanto. Ninguno de mis hombres.
—Estás loco —murmuró con la vista perdida.
Veía todo borroso, sin poder centrar la mirada. No se percató en qué momento se puso de pie, hasta que Pierre, que también había abandonado la cama, la sujetó por sus brazos para hacerla reaccionar.
—Sí, no hay duda de eso. Totalmente loco. Desquiciado. Porque no quiero imaginar que pases un día más aquí, con cada animal a quien Arata te somete.
—Ya intenté huir y alguien fue castigada por mi culpa. No podría cargar con otra vida a cuestas. Menos si es la tuya, porque serías tú al que Yoshida castigaría. Y tú vales para mí mucho más que mi vida. Eres mi amigo, Pierre.
—Y los amigos se defienden con uñas y garras. Déjame hacer eso por ti.
—No —se liberó de su agarre, empujándolo del pecho. Dio unos pasos atrás y se giró, abrazándose a sí misma—. No se puede. No hay manera.
—Sí se puede. Dijiste que lograste burlar a tus carceleros. Lo harás otra vez. Sólo tenemos que coordinar el horario. —Tenía que convencerla porque ya había dado los pasos sin su confirmación—. Realicé un llamado haciéndome pasar por un cliente interesado, que solicitó que te bañen para el horario de mi encuentro. Cuando te saquen de la celda, tú correrás hasta la cubierta, donde llegaré en mi helicóptero. ¿Crees poder hacerlo?
—Sí, podría —concedió de forma casi imperceptible. Estaba segura que hasta podría romper la cerradura de su habitáculo gracias a su fuerza. Pensar en sus habilidades, le recordó el secreto de su condición, de su origen—. No deberías hacer esto. Ni siquiera sabes quién soy. No sabes nada de mí.
Avanzó hasta ella en un par de zancadas, quedando a su espalda, abrazándola por delante y apoyando su mentón a un lado de su cabeza. Ella no protestó al sentir su pecho recibirla.
—No necesito saber nada más que lo que ya sé. No me importa por qué tienes esta habilidad. No me interesa saberlo si tú no quieres decírmelo. Puedes ser el mismo demonio, un extraterrestre o una mutante que no me importaría.
No pudo ver cómo torció el rostro ante su declaración. Él había enumerado esas opciones porque las consideraba cómicas e improbables, sin saber que su verdad estaba oculta allí.
—Es una tonta ilusión la que me estás mostrando. Puedo recordarte en mis sueños y con eso ya lograr huir cuando lo necesite. Pero anhelar un imposible es simplemente buscar que uno mismo se arranque el corazón.
Exasperado ante cada uno de sus argumentos, que reconocía válidos y aún así se negaba a aceptarlos, la volteó con brusquedad. Estaba molesto y en sus ojos se veía el fuego de la frustración.
—Mon trésor, si tú no haces tu parte, vendré de frente, armado si hace falta y te sacaré por la fuerza.
—Eso sería una imprudencia.
—Sí. Lo sería, por lo que en ti está la decisión de la manera de irnos —besó su frente y la apretó más contra su cuerpo—. Una vez libre, si quieres tomar otro camino, puedes hacerlo. Busca el amor que mereces. Puedes emprender la búsqueda del hombre que pueda ser dueño de tu corazón, de tus sonrisas y cada centímetro de tu ser y yo seré feliz por ti sólo porque tú lo serías.
No era totalmente sincero porque la quería para él, pero aceptaría lo que fuera con tal de darle la posibilidad de elección que le habían arrebatado. Bajó sus manos hasta alcanzar las contundentes nalgas y apretarlas con sus dedos y en un arranque impertinente, la alzó estrellándola contra su pelvis. Ella aceptó su orden enmarañando piernas y brazos. Con sus cuerpos enredados, él la enfrentó con una sonrisa ladeada.
—Aunque espero que te aventures en esta locura conmigo. Te prometo satisfacerte en cada capricho y fantasía que tengas.
Estaba dejándose llevar demasiado lejos y eso podía ser peligroso. Pero al parecer su corazón ya había aceptado lo que su mente todavía no asimilaba, siendo la primera vez que su raciocinio se aletargaba a tal punto que quedaba en blanco. Exceptuando cuando se transformaba en Shiroi Akuma y se perdía en sí misma.
—Somos amigos, ¿verdad?
—Así es.
—Lo seremos por siempre, entonces —lo besó fugazmente.
—Pour toujours.
—Pero tengo dos condiciones.
—¿Cuáles? —Entrecerró los ojos.
—La primera, tú también serás feliz y yo te acompañaré en la búsqueda de tu amor.
—Mon trésor... —sonrió, aceptando. Ya estaba dando esos pasos hacia ella, hacia el amor que en el fondo deseaba para él—. ¿La segunda?
—Quiero rescatar a Nomi.
—¿Nomi?
—La niña que atraparon conmigo.
Llevó la cabeza hacia atrás rezongando. Todo el entusiasmo al sentir cerca su objetivo se desvaneció de un plumazo.
—¡Imposible! No hay manera. No puedo organizar su escape. No tengo documentos para ella.
Se acurrucó contra él, llevando su cara contra su cuello, acariciando la zona con su nariz. Le dejaba besos suaves que ascendieron hasta su rasposa mejilla.
—Por favor.
—Esa es una jugada muy sucia, mon trésor.
—No comprendes. La decepcioné —habló con la voz entrecortada recordando el miedo y la rabia sentida. Pierre los encaminó hasta la cama, donde se sentó con ella a horcajadas, manteniendo el abrazo pecho contra pecho, separados solamente por la suave tela de la camisa negra. Una de sus manos comenzó a acariciar a lo largo de su columna vertebral—. Ella me buscó en las montañas, donde me refugiaba. Había huido de su casa cuando supo que su padre quería venderla. Fue valiente en atravesar por horas los bosques nevados hasta perder la consciencia por el esfuerzo, cuando la encontré y la llevé conmigo. Pero no pude protegerla y los hombres que la siguieron nos encontraron y atraparon.
—No tenías posibilidades —quería consolarla, pero no tenía palabras. Ni siquiera comprendía la situación.
—Por el contrario. Podría haber hecho algo, pero me contuve cuando vi que amenazaban con matarla. Me paralicé.
Sabía que tenía todavía mucho poder por descubrir, pero estaba segura que con las habilidades obtenidas hasta el momento era más que apta para superar a la mayoría de sus adversarios. Y aun así se negó a recurrir a la oscuridad que sentía surgir en su interior cuando sus instintos animales tomaban el control, encegueciéndola. Había asesinado o sido de alguna forma responsable de la muerte de alguien y no quiso volver a tomar una vida. Sin embargo, si hubiera sabido que su inacción las arrastraría al pozo de desesperación en el que se encontraban, seguramente hubiera tomado lo que su avanzada genética mutante tenía para salvarlas sin medir las consecuencias.
—Si hubiera actuado... —negó. No tenía sentido pretender cambiar el pasado—. Puedo hacer algo ahora. Tú sólo tienes que aceptarla. Yo la sacaré de su encierro. Le llevaré a cubierta.
Suspiró resignado. Otra vez se rendía ante ella. ¿Qué poder tenía sobre él?
—Imagino que algo podremos hacer. La esconderé hasta que obtengamos papeles para ella.
—¡Gracias! —Los hizo caer sobre la espalda de Pierre entre risas cómplices. Lo colmaba de besos por todo el rostro—. Gracias Pierre. Gracias, gracias, gracias.
—Todavía no hemos escapado.
—Pero lo que intentas por mí, por nosotras, me conmueve.
La cercanía entre ambos rostros borró sus sonrisas.
Desde su posición, el joven capturó su anillo de su dedo meñique. Lo único que le quedaba de su madre. Lo colocó entre ellos, dejándolo a la altura de los ojos dorados.
—Ten, quiero que lo tengas.
—No Pierre. Era de tu madre —negó despacio.
—Entonces, te lo presto. Será mi garantía de que vendré por ti.
Volvió a negar, tomando la pequeña joya y reubicándola en el lugar al que pertenecía.
—No necesito un anillo para confiar que harás todo lo posible. Sin olvidar que no tengo dónde esconderlo y si me ven con eso, podrían sospechar que ocurre algo entre nosotros.
Tenía razón y aceptó a regañadientes.
Besó los sabrosos labios de Pierre a modo de resarcimiento, dándole una mordida final, lo que provocó un gruñido animal.
A través de las prendas, Pierre no podía dejar de sentir la calidez de la muchacha, que retomó el juego erótico, frotándose lentamente contra él. Las risas fueron reemplazadas por jadeos ahogados.
—Espera, mon trésor —con esfuerzo, logró desprenderse del agarre ansioso del objeto de su locura, que le recriminaba con la mirada, hasta que ésta comprendió que el alejamiento momentáneo era con el único fin de quedar desnudo antes de retomar su celebración anticipada, dominando a la joven dejándose caer sobre ella, ubicándose entre sus piernas que lo recibieron abiertas para él—. Te dije que quería ser tu primer hombre.
—Lo serás, pero cuando estemos afuera —sus dientes apretaron una esquina de su labio inferior, con timidez.
—Afuera te haré mi mujer. —Ella dio un respingo al sentir su dureza desnuda, caliente y suave—. Pero ahora seré el primero que entrará en ti.
—No podemos. No aún —sacudió su cabeza con insistencia—. Por favor. Si algo sale mal, es lo único que tengo para protegerme.
Pierre bajó su rostro hasta que sus labios rozaron su oído.
—No es el único lugar por donde puedo entrar en ti ni la única manera de hacerlo. —Su cálido aliento al hablar chocó contra su lóbulo. Lamió su piel y la sintió estremecerse ante el húmedo contacto. No comprendía qué quería de ella, pero su cuerpo reaccionó involuntariamente erizando sus vellos, como si reconociera el significado de sus palabras cuando su mente no podía hacerlo todavía. Necesitaba que vocalizara sus intenciones—. Tu condición tampoco te hace enfermarte, ¿verdad? —Lo observó, cuestionándolo con su mirada—. Si no hay posibilidad de contagio de ninguna ETS, aunque estoy limpio, no es necesario usar con condón, por lo que no nos descubrirán, porque imagino que los tendrán contados. Tampoco quedarán los restos del paquete abierto o del látex usado.
—No me enfermo ni podría contagiarme —respondió automáticamente sin adivinar todavía a dónde quería llegar si no podían tener relaciones.
—¿Sabes lo que es el sexo anal?
—¡Pierre!
El calor ascendió a una velocidad astronómica por su rostro, acompañado de un rojo tan intenso como la manzana que había probado dos noches atrás.
—Te gustará —aseguró con un tono ronco y sensual, cargado de lujuria y deseo—. Será un adelanto de todo lo que te haré disfrutar —comenzó a provocarla con un reguero de besos desde su fino cuello hasta llegar al valle entre sus senos, para luego inclinarse a malcriar uno de los pezones que reclamaban impertinentemente por su atención—. ¿Me dejarás entonces darte una primera vez, antes de tu real primera vez?
Su delgado cuerpo se retorcía buscando fusionarse contra el de Pierre. Los límites se borraban al frotarse, ascendiendo con sus caderas para incrementar el contacto con lo que el hombre tenía para entregarle. Su lado salvaje estaba confirmando lo que su mente todavía se negaba a aceptar.
—¿Confías en mí, mon Freya? —Asintió con la cabeza echada hacia atrás, mordiéndose el labio inferior.
Eso fue suficiente para que perdiera el último resquicio de cordura. Su sangre hervía y su falo nervudo y caliente se endureció más. Con una mano la volteó, dejándola sobre su abdomen. Fue tan fácil manipular su ligero cuerpo. La tomó del vientre haciéndola quedar en sus rodillas para elevar su culo, dejándolo en alto, dispuesto para él. Gruñó como el animal en celo que era. Metió sus dedos entre las mejillas de las nalgas, para separarlas y bajó su rostro para lamer su ano, lubricando aquel tentador orificio.
Un jadeo surgió del otro lado, amortiguado por la almohada donde ocultaba su cara.
Su lengua invadía la zona y sus dientes pellizcaron la carne que la rodeaba. Abandonó la tarea con su lengua y pasó a jugar con un dedo, flexionándolo una vez dentro. Otro se le sumó, haciendo círculos y ante el estímulo, el trasero de su diosa comenzó a bailar adelante y atrás, buscando aumentar su placer. Se relamió los labios. La mano libre se adhirió al juego contentando uno de los senos, magreándolo con fuerza.
Su polla se pasaba por entre los pliegues, tomando de su coño sus fluidos. Se empapaba de ella. Ese roce ya los tenía volando, con sus cabezas a punto de erupcionar y sus corazones latiendo a mil por hora.
—Me encantas mon trésor —Se inclinó para susurrar lo más cerca posible de su oído—. ¿Estás lista?
No podía ocultar el anhelo en su voz. Ella asintió sin levantar la cabeza de la almohada. Desde su posición, Pierre fue descendiendo por la suave espalda con lamidas, pequeñas mordidas y besos para equilibrar las provocaciones.
No sabía qué hacer, por lo que se dejaba guiar por las manos expertas de Pierre y por sus propios instintos. Comenzó a arquearse más, presentando su trasero más alto y accesible para la inminente invasión. Estaba expectante y en lugar de sentir miedo, repulsión o rechazo al recordar los intentos anteriores de tantos hombres antes de su amigo, esperaba con ansiedad y deseo tener el largo y grueso miembro en ella.
Cuando la interrogó si estaba lista, había asentido sin saber realmente si estaba preparada. Pero su cuerpo parecía responder por ella, porque el contacto de su aliento y la voz ronca con la que había pronunciado esas palabras construyeron en sus entrañas un remolino intenso que gritaba por alivio.
Sintió cómo sacaba los dedos que habían comenzado a calentar su sangre y en su lugar percibió el roce de la punta mojada del miembro en su ano, tensionándose en un primer momento. Con un inicio lento dio la primera estocada y ella mordió la almohada para que no se escucharan sus gemidos. El ritmo fue incrementándose, saliendo y entrando, buscando hasta dónde profundizar con cada embestida. Con los ojos cerrados y las manos hechas puño sobre las sábanas de seda, comenzó a zarandearse ante cada poderosa sacudida.
El choque de los dos cuerpos al fundirse lo excitaba cada vez más. Sus dedos se agarraban de la suave piel de las caderas para afirmarse ante sus empujes desquiciados y salvajes. Ella respondía acoplándose a él, como si se entendieran desde siempre. Se alejó de su espalda, arqueándose y dejando caer su cabeza hacia atrás. Mantenía sus párpados bajos, asimilando cada sonido. Sus jadeos contenidos, los movimientos sobre el colchón, los roces de sus pieles. Las gotas de sudor corrían por su frente, pegándole sus hebras oscuras a su rostro y cuello. Las sentía caer entre los músculos de su torso.
Querían gritar, compartir con el mundo la sinfonía de gemidos, gruñidos y aclamaciones, pero lo tenían prohibido. Se estaban quemando sin siquiera saberlo. No sólo era un incendio interno producto de su deseos más primitivos.
El fuego del infierno del que querían escapar los estaba cocinando lentamente.
Su mente iba a estallar. Su vientre era un mundo de mariposas y en su centro húmedo y palpitante sentía que se iba a desatar una tormenta. Cada vez que Pierre la llevaba un poco más adelante, desafiando su universo conocido, la experiencia se volvía más avasallante. Y estaba por descubrir un nuevo final orgásmico cuando la fuerte mano del francés alcanzó su femineidad moviendo sus dedos en su clítoris, dando en el punto clave para aumentar lo que creía era imposible superar. Justo a tiempo para recibir su explosión, uno que la hizo estremecerse para luego volverse laxa y caer sobre su vientre.
Sólo un segundo después, sintió la calidez de la liberación de Pierre, que se derramaba en ella, para luego bajar débil y pesado sobre su espalda. Para no aplastarla, dejó la mitad de su cuerpo a un lado, manteniendo un brazo y una pierna sobre la joven.
Una de sus manos atrapó la de ella, entrelazando sus dedos en un íntimo gesto, colmado de cariño. Así permanecieron varios minutos.
Respiraban agitados, con los rostros girados hacia el otro, sonriendo.
Con desgana, Pierre se levantó de la cama para perderse momentáneamente en el cuarto de baño, donde se higienizó. Al salir buscó el pañuelo de tela de su chaqueta, junto con una pequeña caja y su celular para regresar a la calidez de su acompañante, que se mantenía con su trasero hacia arriba, provocándolo otra vez sin darse cuenta de ello.
Dejó la pequeña caja y el dispositivo a un lado y se arrodilló al lado de su trésor para limpiarla con la tela.
—No podemos dejar evidencia en ti —ella asintió, coincidiendo.
Se dejó hacer.
Finalizada la tarea se recostó llevando su espalda contra la cabecera de la cama, atrayendo la sensual figura hacia él para acariciarla con una ternura que aún le sorprendía encontrar en él. Le extrañaba que ella no tuviera una gota de sudor mientras él estaba empapado. Había estado con demasiadas mujeres. Había probado infinidad de juegos sexuales. Pero nunca se había sentido tan saciado como en ese instante.
—¿Cómo te sientes, mon trésor?
Llevó su mano a su mejillas para despejarla de algunos mechones rubios que la invadían, dejándolos detrás de su oreja. La veía sonrojada y contenta, pero necesitaba escuchar que estuviera bien.
—Sorprendente —apretó su labio inferior con sus dientes.
Estaba sinceramente asombrada por lo que le había entregado su amigo. Todo había iniciado con un beso días atrás, avanzando con cada encuentro un paso más, descubriendo formas diferentes de alcanzar el sublime estado de satisfacción.
—¿Sabes qué nos hace esto? —Meneó su rubia cabeza dejando en claro su desconocimiento—. Amigos con derechos.
—¿Amigos con derecho? ¿A qué?
—A darse mutuo placer —explicó con voz ronca y sensual, moviendo sus cejas arriba y abajo repetidas veces, de forma provocativa y traviesa, haciéndola reír.
Sonrió, sonrojándose. Todavía tenía más por aprender, por descubrir el placer, y las ansias por quedar sumergida en todo lo que había por explorar la invadía.
—Estás todo sudado —enredaba sus dedos entre sus húmedos mechones revueltos.
—Y tú no tienes una gota en ti.
—No es realmente un esfuerzo físico para mí.
—¡Auch! Eso hirió mi orgullo —llevó la mano que no estaba ocupada recorriendo el ya conocido cuerpo de su diosa a su pecho, aparentando sentirse ofendido.
—Perdón, no fue mi intención —abrió sus ojos, preocupada por su comentario.
—Era una broma, mon trésor. Pero ya te tendré noches enteras para sacudirte y hacerte sudar —guiñó uno de sus turquesas ojos logrando relajar su expresión dorada—. Y días. —Besó la comisura de su boca. Se giró, capturando los objetos que había dejado a su lado. Con el primero, le sacó algunas fotografías para registrar el siguiente paso en su amistad. Un nuevo estado de éxtasis plasmado con el sonrojo y el brillo en su mirada ambarina. Luego, le entregó el segundo—. Te traje algo que imagino nunca probaste —abrió la tapa, descubriendo cuatro galletas dulces de colores, que se conformaban por dos tapas combinadas con un relleno también colorido. Ella levantó sus ojos encendidos de sorpresa e incógnita que Pierre pasó a responder—. Son macarons. Pruébalos.
No necesitó que le repitiera la orden. Tomó una de las delicias entre sus dedos y se lo llevó completo a la boca, llenando sus mejillas, lo que provocó una risa en Pierre, que debió esconder detrás de su mano.
—¡Exquisito! —Exclamó con parte del contenido en su boca, lanzando algunas migajas. Se tapó la boca con una mano, sonrojándose. El Dr. T le había enseñado modales al comer que en su afán por compartir su alegría había ignorado—. Lo siento —se excusó una vez al tragar el resto del macarrón.
—No es nada —rio limpiándose los minúsculos restos caídos sobre él con la mano. Tomó uno para él y lo comió también de una sola vez, solo que su boca más grande no tuvo problemas para engullirla. Cada uno tomó otro más, vaciando el contenido de la caja—. Cuando volvamos de nuestro viaje y pueda hacerte un recorrido por Francia, comeremos todos los que quieras.
—Eso sería fantástico —murmuró. Todavía no creía que en menos de veinticuatro horas pudiera ser libre, junto a Nomi y Pierre—. ¿Cómo sincronizaremos nuestro encuentro? —Comenzaba a ponerse nerviosa.
—Vendré por ti —vio cómo ella arqueaba una ceja en reclamo. Uno que comprendió enseguida—. Por ustedes —se corrigió—. Como te dije, llamé dando ciertas indicaciones. A las nueve, te sacarán de tu celda y esa será la señal. El sol del verano se estará ocultando a esa hora, lo que facilitará nuestra huida. En cuanto lleguen a cubierta, saltarán al agua, esperando que los hombres de Yoshida no lleguen a verlas antes de tiempo. Sólo tendrán que tratar de alejarse y mantenerse a flote para que las rescatemos lanzando una escala.
—¡Yo no sé nadar! —Había palidecido al darse cuenta el paso que tendría que dar.
—¿Qué? —Estaba aturdido—. Merde! No había calculado eso. ¿Cómo es que no sabes nadar? —Ella se encogió de hombros—. ¿Y Nomi?
—Imagino que sabe, ya que viene de un pueblo pesquero y ella solía pasar todo el día a cargo de la pesca para su familia —llevó un dedo a su barbilla en un gesto reflexivo, dando un largo suspiro de aceptación—. Pero no te preocupes, ella me ayudará. Sólo debo evitar hundirme.
—No me dejas tranquilo, mon trésor.
—Nada de esto nos tendrá tranquilos hasta que termine —se apretó contra el delgado pero fibroso cuerpo de Pierre—. Quién hubiera pensado que un amigo de Arata Yoshida sería el que me rescataría de él. Por cierto, ¿cómo se conocieron?
—Fuimos compañeros de universidad en Oxford —hablaban en susurros, sin dejar de jugar con las yemas de sus dedos en las líneas del otro—. En realidad, no sé cómo nos acercamos. Sólo tengo en mi memoria la ocasión donde lo molí a golpes. Aunque no recuerdo el motivo. De hecho, no se necesitaban motivos para que me enzarzara en una pelea. Una mirada rara, una palabra desatinada o por el simple motivo de respirar a mi alrededor desencadenaba la furia en mí, como un volcán en erupción. El caso es que Arata fue uno de tantos que conoció mis puños. Pero en lugar de obtener mi alivio, él se reía, lo que echaba a tierra el objetivo de mi descargo. A tal punto me descolocó, que terminé riendo con él y eso fue todo.
—¿Se hicieron amigos por eso?
—No lo llamaría amigo, pero nos hicimos cercanos. Verás, ambos somos hijos de jefes criminales que hoy hacen negocios juntos.
—¿Con respecto a la esclavización de muchachas?
—Arata está a cargo de esa parte de la organización de su padre y, como yo me rehusé a encargarme de ello en nuestra organización, mi padre lo lleva a delante. Igualmente, es lo que más le interesa. Las mujeres son su debilidad. Otro punto que nos une a Arata y a mí, es que no tenemos miedo y nos place provocarlo en otros.
—¡Eso es terrible! Todo lo que me has dicho me muestra un Pierre que no corresponde al que veo cuando estás conmigo.
—Eso, mon Freya, es porque tu divino poder hizo su magia en mí. Pero no te equivoques. Lo que soy contigo no es lo que el mundo percibe de mí, o lo que recibe.
—Pero abandonarás todo eso en cuanto nos vayamos de aquí, ¿no?
Ver sus orbes agrandados en su súplica, como una pequeña que pide un dulce, lo hizo desear ser lo suficientemente fuerte para hacer lo que ella le pedía.
—No puedo prometértelo. Es lo que soy. No perteneceré a la organización de mi padre, pero no sé hacer otra cosa. Bueno, obtuve mi máster en negocios, pero no me veo trabajando en una oficina con un cabrón pendenciero de jefe. Yo soy el jefe. Sólo el hijo de puta que contribuyó en mi existencia está sobre mí en la escala jerárquica. Pero el cabrón se mueve por todo el mundo, follando a mujeres que resulten algún tipo de desafío. Eso y sus obras de arte son lo único que le interesa.
—¿Qué me dices de tu madre?
—La embarazó cuando tenían dieciséis años y eso fue todo. Los padres de él lo mandaron lejos. Tampoco le interesaba. Ella había sido un ligue. Los padres de ella la dejaron en manos de mi bisabuela.
—¿Qué paso con ellas?
—Murieron cuando tenía seis años —dejó vagar sus recuerdos al igual que sus ojos por cada curva de la silueta que sostenía entre sus brazos, hipnotizado—. Ella hablaba de mi padre de una manera que, desde que lo conozco, no coincide con lo que había imaginado de niño.
—¿Por qué?
—Porque no parecía decepcionada por su abandono. Era como un príncipe para ella. Esperaba que algún día regresara para ser una familia —torció su rostro—. Creo que al final, la tristeza y la realidad la golpeó porque terminó suicidándose con un frasco de pastillas. Nunca me había dado cuenta de su depresión hasta que fue tarde. Y mi abuela murió tiempo después.
—Lo lamento.
—Yo también. Eso fue el principio del fin.
—Entiendo lo que dices —realmente lo hacía.
—¿Cómo es eso? —La miró reclamando por información—. Creo que puedes soltar algo para mí. Después de todo, estoy arriesgando mi pellejo. Una pregunta, una respuesta cada uno.
Ella lo miró dubitativa, lo que a él le extrañó. Se preguntaba qué podía esconder tan terrible para encerrarse completamente cuando quería indagar más profundo, como el conocer de qué manera había adquirido sus habilidades.
—Sólo algunas preguntas. Y yo decido cuándo detenernos.
—Muy bien. Comienza con responderme la que acabo de hacerte.
Se mordió el labio con nervios.
—Sólo viví con un hombre en medio del bosque. Uno bueno, que me cuidó todo lo mejor que pudo, hasta que murió y quedé sola. Luego simplemente mi vida cambió cuando me encontré con los hombres que nos capturaron a Nomi y a mí. Su muerte fue el principio de mi fin —torció el gesto, recordando al bueno de Masao—. Pregunta. ¿Cómo terminaste trabajando para tu padre?
—Después de morir mi madre y bisabuela, estuve nueve años en un orfanato, viviendo mi propio infierno hasta que decidí estar en la cima de la cadena alimenticia, volviéndome el mayor bastardo a temer. Nueve años de esa mierda hasta que el donante de semen decidió que podía serle útil.
—¿Donante de semen? Y esto no cuenta como pregunta. Sólo es una aclaración para el término.
Pierre rio controlando el volumen de su voz.
—Vale. No cuenta —meneó su cabeza y dio un ligero beso en los labios. Al retomar, la sonrisa había desaparecido—. No merece llamarse padre. Nunca lo ha sido. Para él, sólo soy una pieza más en su juego. El que lleva adelante sus negocios, su logística y sus asesinatos. Un peón —la rabia lo había embargado y sin darse cuenta, las lágrimas desbordaron de sus ojos. Se percató de ello solamente porque sintió los suaves dedos de la joven secándoselas. En respuesta, tomó su mano y le besó la palma. Odiaba sentirse vulnerable, salvo con ella—. Pregunta. ¿Tienes otras habilidades?
—Sí.
Pierre levantó sus cejas, esperando escuchar más, pero ella soltó una risita como respuesta.
—¿Cuáles son?
—Esa es otra pregunta.
—Eso es... —pestañeó varias veces, antes de atacarla con cosquillas. Pero tuvo que detenerse para evitar ser oídos cuando se removía esquivando sus dedos—. Muy bien, tu turno, tricheur.
Riendo otro poco, se sentó a horcajadas sobre la pelvis de Pierre, que la sujetó por las caderas.
—Esto es peligroso, mon trésor —levantó su pelvis, causándole más risas entre dientes.
—Sh. Mi turno —pasó su dedos por la tinta que lo marcaba—. ¿Me cuentas las historias de tus tatuajes?
—Son muchos. Pero en resumidas cuentas, los diseño yo. Me gusta el arte. Creo que es algo que heredé de mi progenitor. Pero como lo odio con todas mis entrañas, no se lo demuestro, aunque creo que ese patético intento de artista no me llega a los talones. Pregunta. Ahora sí, ¿me dirás qué otras habilidades tienes?
—No las conozco a todas, todavía. Pero tengo vista, oído y olfato mejorados. Puedo estar noches sin dormir. Algo que aquí he puesto en práctica más de lo que me gustaría —se recostó sobre el pecho tintado, dejando su mejilla de lado—. No quiero jugar más. Por favor. No más preguntas.
Estaba segura que no estaba lejos la pregunta del origen de esas habilidades y de otras que no quiso confesar. Todavía no estaba lista para abordar ese tema. No hasta que estuvieran afuera. Temía que al saber lo que era, cambiara de opinión y se negara a sacarla de allí. La prisión que tal vez merecía por ser lo que era.
—Muy bien, mon trésor —notarla tan angustiada lo desarmó, por lo que se limitó a recibir su cálido cuerpo, abrazándola con fuerza—. Durmamos lo que nos queda de la noche. Mereces descansar después del día que has tenido.
Rodó para dejarla a su lado y se abrazaron, enredando sus piernas, desnudos piel con piel y la besó con fuerza, tomando sus labios con desesperación, hasta que ambos tuvieron que desprenderse para tomar aire, terminando con una mordida suave de su labio inferior.
—¿Lo dices por lo que hicimos? —Señaló, con una pequeña carcajada.
—También por eso. Pero lo decía por los clientes de Arata. Especialmente por lo que Didier pudo haberte hecho. Está todavía molesto por la noqueada que le diste. Tendrá el rostro inservible por varios días más.
—¿Didier? No lo he vuelto a ver —respondió extrañada.
—¿No vino esta noche? Creí que... él me dijo... —Estaba confundido.
—¿Qué cosa? No comprendo.
—Nada. Debo haber comprendido mal —sólo que estaba seguro que no era así. Un escalofrío inquietante se caló en sus huesos—. Sólo duerme. Velaré tu sueño una vez más.
Y así lo hizo. Esperaba hacerlo esa noche, y todas la restantes por mucho tiempo. Sin embargo, un incómodo sentimiento se alojó en su estómago.
Le inquietaba lo que había dicho sobre Didier.
N/A:
Espero que les haya gustado este capítulo. La relación entre Pierre y su trésor me encanta. ¿Durará?
No te olvides de regalarnos una estrellita.
Gracias por leer, demonios!
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