14. Lágrimas de Freya
14. Lágrimas de Freya.
Había terminado su jornada, o eso esperaba, y la habían dejado duchada en su celda.
Aguardaba ansiosa la llegada de Pierre. Comprendía que no era conveniente ilusionarse. Ya había pasado cuando en lugar de un encuentro con él había tenido que enfrentarse a dos hombres al mismo tiempo. Ese había sido un duro golpe para ella. Sin embargo, cuando la puerta se abrió y sólo apareció uno de los hombres de Arata, de los tantos que la temían y evitaban estar con ella más del tiempo necesario y que no podía siquiera mirarla a los ojos, supo que su amigo no la había decepcionado. El temeroso empleado la llamó con la mano, indicándole que debía seguirlo.
Se puso de pie de un salto, aunque tuvo que contenerse para no llamar la atención por su entusiasmo y, fingiendo arrastrar los pies, emprendió el recorrido hasta la habitación que había ocupado tres de las últimas cuatro noches. Su corazón latía con fuerza dentro de su pecho, tanto que la estaba ensordeciendo y temía que la delatara.
Con un movimiento apurado, que indicaba a las claras que aquel lacayo quería desaparecer de su presencia, abrió la puerta casi de golpe, haciéndola ingresar de un empujón y cerrando la puerta una vez dejada la mercancía.
En cuanto vio la alta figura de Pierre, no pudo evitarlo y corrió hacia él, enredando sus brazos en su cuello y presionando su cuerpo contra el de su amigo. Percibió un delicado apretón de sus brazos al rodear su espalda.
—Pierre —susurró contra su pecho.
—Mon trésor —tenía que reconocer que el mejor momento de su día era cuando estaba encerrado en aquella habitación con la misteriosa muchacha—. Ya te he dicho que si sigues dándome semejante espectáculo refregando descaradamente tu desnudez contra mí, no podré controlarme y te haré gemir y gritar de placer por lo duro que te follaré —susurraba su reclamo al oído de la muchacha que se removía contra su cuerpo, estando los dos fundidos en su abrazo.
—¡Pierre! —Protestó con una risa ahogada.
—Es tu culpa.
—Yo no tengo ropa —excusó.
—Puedes ponerte mi camisa —la despegó de su cuerpo para comenzar a desabotonar la prenda, dejándola abierta por fuera del pantalón.
—¿No quieres tenerme desnuda? —Su puchero sólo la hizo más apetecible para Pierre.
—Mon trésor, no tienes una idea de cómo quiero tenerte o en qué posiciones. Pero no es para lo que vengo... —torció su boca midiendo sus siguientes palabras. La alzó pasando un brazo por debajo de sus piernas y el otro por su espalda, cargándola de lado, y la desplazó hasta la cama, donde la depositó como si fuera una niña, sentándose a su lado y colocando un mechón de cabello por detrás de su oreja—. Contigo, puedo dormir. Y sé que tú también aprovechas estas horas para sentirte segura en tu sueño.
Sus dorados ojos se empañaron tan rápido por esa espontánea confesión, que no supo en qué momento las lágrimas bajaron por sus mejillas.
—Oh, mon trésor, no llores. No era mi intención.
Atrajo la delgada figura contra su pecho, abrazándola con instinto protector. Ambos disfrutaban del contacto y del aroma que desprendía el otro. Inspiraban profundamente para retener el aire el máximo posible en sus pulmones.
—No son lágrimas de tristeza. O no del todo. Son de alivio y de emoción. Tú me dijiste que velarías por mi sueño. Y lo hiciste. No había tenido paz desde que llegué.
Su dulce voz en esa declaración lo conmovió y llevó su frente hasta la de ella y con sus narices rozándose, aprovechó una vez más la barrera idiomática para abrir un poco más su corazón.
—Si c'était entre mes mains, je baisserais les étoiles pour toi, j'éviterais chaque larme et je posséderais tous tes gémissements.
—Es injusto que me hables sin que yo pueda responderte. A lo mejor, te estás burlando de mí.
La graciosa réplica rompió con alivio el momento melancólico, permitiendo que indagara otros puntos.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
La soltó para poder terminar de quitarse la camisa, que lanzó lejos, cayendo en el suelo y retomó su lugar, acomodándose a su lado, abrazándola por la cintura, rozando con sus dedos la parte superior de su trasero y enredando sus piernas. Pasaba su labio por las línea de su rostro.
—No lo sé. No siempre he podido llevar registro del paso del tiempo porque he tenido días en que caía inconsciente tras algún castigo de Ken. Y no tengo permitido subir a cubierta como las otras.
—¿Dices que no sales nunca de tu celda?
—Sólo para la ducha. Y los encuentros contigo —sintió el dolor en el centro de su pecho al recodar la libertad que le habían arrancado de cuajo. De vivir con el cielo como su techo infinito, el sol, la luna y la vía láctea de compañía, pasó a tener un espacio de unos cuantos metros cuadrados, soledad y golpes como reemplazo. Pasó sus largos brazos por la cintura de Pierre y lo apretó más contra ella, dejando su cabeza debajo de su mentón—. ¿Qué día es hoy?
—Veintiocho de abril. Una de la madrugada.
—Llevo aquí casi cuatro meses —suspiró desanimada.
No estaba segura si considerar que era mucho o poco. Podía calificarlo como una eternidad. Pero si pensaba que podía ser sólo el principio del resto de su vida bajo el yugo de Yoshida, entonces, era un simple pestañeo ante lo que le quedaba aun por vivir. Especialmente por ser la criatura mutante de Masao Tasukete. No se enfermaría nunca, no se debilitaría y por lo poco que había podido estudiar su propia genética en el laboratorio del científico, deducía que podía tener una extensa existencia.
—¡Cuatro meses! ¿Sin ver la luz del sol?
—Por favor, no lo digas así. Me espera una larga vida sometida a esto.
—Perdóname. Tienes razón.
Comprendía ahora porqué carecía de cualquier ventana o abertura al exterior a pesar de ser de las habitaciones más lujosas. No era por él. Sino por ella.
<<Cabrón hasta la médula>> no pudo evitar decirse.
—No te preocupes —movió su boca en una media sonrisa—. En realidad, tuve algunos minutos de contacto con la luz del día la vez que quise escapar y llevarme a las demás conmigo. Sólo que no tenía idea que estábamos en un barco en medio del mar.
—Que mierda —se le escapó de los labios.
—Ni que lo digas. Se me fue el alma al suelo. No me costó superar a los guardias. Soy rápida y ágil y el factor sorpresa me ayudó —también la increíble fuerza que surgió convenientemente de lo más profundo de su ser, pero no podía mencionar ese detalle—. Pero al llegar a la superficie y descubrir que todo había sido en vano, supe que jamás podríamos irnos de aquí por nuestros propios medios. Imagino que algún día nos volveremos inservibles y nos lanzarán por la borda.
Un escalofrío le recorrió su espalda.
—No puedo imaginar lo que debiste sentir.
—Es mejor que no lo imagines. Aunque eso no es lo peor.
—¿Puede haber algo que lo supere?
—Oh, sí. El Señor Mandarina puede ser muy persuasivo para que obedezca sus órdenes. No suelo responder ante las agresiones, dejándome someter a los caprichos de sus clientes.
—Salvo anoche, por lo que me enteré.
—Anoche fue una de las pocas veces que no pude contenerme.
—¿Por qué?
—Porque uno quiso violarme. Romper la regla tres. Lo pateé en la cara y lo dejé inconsciente.
—Algo de eso me dijo Arata —sonrió con orgullo ante su pequeña luchadora recordando las marcas en Didier—. Debió sentirse bien, ¿no?
—Sí —rio por lo bajo y rozó su nariz por el mentón con algo de barba crecida, que le raspó ligeramente—. La golpiza de Daigo no disminuyó mi dulce recompensa. Yo me curé enseguida, pero ese chico tendrá una marca por bastante tiempo.
—No hay duda de ello. He visto tu obra maestra —ella lo miró sin comprender a qué se refería y él entendió su muda interrogante—. Desgraciadamente, es uno de mis hombres. Didier.
—Ese era su nombre, por lo que escuché. ¿Trabaja para ti?
Estaba horrorizada. Aunque le hubiera dicho que era un criminal, la forma en la que se comportaba con ella lo hacía parecer algo ficticio y lejano.
—Así es —vio lo que creyó era decepción en su mirada ambarina y eso lo sintió como una bofetada. Una que lo devolvía a su realidad. Él era parte de lo que estaba mal en el mundo, de los que dañaban a criaturas inocentes como la que sostenía entre sus brazos. Aun así, no quería ser eso ante sus ojos—. No te olvides que no soy de los buenos. Y me rodeo de otros peores, pero contigo, jamás me comportaré de manera que pueda herirte. Soy tu amigo.
—También lo eres de Arata.
Eso había sonado a reproche y lo tenía merecido.
—Ya no lo creo. No sé tampoco si realmente lo fuimos alguna vez. Pero te aseguro que ahora mismo lo aborrezco. Sólo agradezco que me haya traído hasta ti —besó su nariz y cuando recibió la calidez de su sonrisa como ofrenda de paz, sintió que otra vez todo estaba bien. Al menos, por el momento—. ¿Entonces...?
Quiso continuar con el relato previo.
—¿Qué cosa?
—No sé si preguntar qué fue peor que descubrir que no había escapatoria.
Se arrepintió de haber comentado eso, pero las suaves caricias que Pierre le hacía sobre su espalda desnuda le recordaron que probablemente, él sería la única persona a la que podría contarle lo que su corazón cargaba desde ese día.
—Arata tomó represalias —soltó muy bajo, pero su compañero lo pudo escuchar—. Hizo que Ken tomara a una de la niñas que había intentado escapar conmigo y la asesinara usando el filo de su arma. —No pudo contener el dolor ante el recuerdo y lloró desconsoladamente sobre el pecho, que se humedecía por su llanto—. Esa bestia lo disfrutó —gruñó entre dientes, furiosa—. Tal vez su rostro no revele ninguna emoción, pero noté el placer que le dio ver cómo se le iba la vida a una inocente que sólo era culpable de no haber tenido a nadie que la cuidara, que la protegiera y evitara que cayera en manos de Yoshida. Culpable de creerme cuando la hice seguirme. Me miró directamente y sus ojos parecieron reírse de mí —se secó las lágrimas con el dorso de sus manos. No podía decirlo, pero también sentía remordimiento por haber ilusionado a las niñas con la libertad—. Lo odio. Y odio aún más que genere ese sentimiento en mí.
—Te comprendo. Aunque en mi caso pasa al contrario. Yo odio a todo el mundo. Y no me molesta para nada.
—¿A todo el mundo?
—Bueno, lo hacía hasta que conocí a una hermosa y misteriosa muchacha que me vuelve loco con su cuerpo de infarto y que encima refriega desnudo contra mí. Mi propia diosa —se separó ligeramente de la susodicha para registrar su reacción, imaginando que la encontraría sonrojada.
Y no se equivocó. Le encantaba provocarla de esa forma. Y su cuerpo comenzó a reaccionar para confirmar que realmente ella le hacía perder la cordura. Lo cual podía volverse muy peligroso.
La hizo rodar muy despacio, dejándola recostada sobre su espalda. Inició con su boca un recorrido desde la oreja, mordisqueando el carnoso lóbulo, esperando algún tipo de rechazo que no llegó. Prosiguió trazando un húmedo camino de besos y pequeñas mordidas por la línea de la mandíbula hasta alcanzar su barbilla. Allí, depositó un pequeño beso. Iba a detenerse y tomar aire para aclarar su mente antes de volverse un imprudente, pero la suave voz de su trésor lo haría colisionar definitivamente contra las rocas. Era sin duda la sirena de su perdición.
—Pierre... —él gruñó contra su cuello cuando escuchó su nombre, imaginando que le confirmaría el error al que se estaban hundiendo. Con esfuerzo se irguió lo suficiente para chocar sus miradas y ambos vieron la vidriosa lujuria en el otro—. Muéstrame hasta donde podemos llegar —murmuró—. Enséñame, por favor
Y para él, eso sonó a una invitación para lanzarse al agua de forma voluntaria, sin importarle ahogarse.
—Merde!
Se abalanzó sobre su boca. Capturó con sus dientes el labio inferior y tiró de él, dejando escapar una exhalación. Bajó sus manos, que habían sido obedientes y no habían descendido más allá de la espalda hasta ese momento, para alcanzar sus nalgas. Las sujetó con fuerza, clavando sus dedos en su carne para acercarla más a él. Su lengua inició una tímida danza sobre los labios rosados de la joven y cuando encontró su oportunidad de invadirla, no lo dudó. Cambió el ritmo, acelerándolo y recorriendo cada recoveco de su boca. Se deleitaba con su sabor.
Ella respondió al beso con torpeza inicial. Trataba de seguirle el ritmo, retomando la lección de la noche anterior para poder corresponderle con cada movimiento. Se dejaba guiar y cuando su lengua la invadió, la saboreó con placer y se lanzó a dar batalla con su propia lengua. Ella también quería reconocer la boca que la poseía con desesperación, como si quisiera beber todo de ella.
Pierre aflojó su agarre de las nalgas y subió con sus manos por ambos lados hasta llegar a uno de sus generosos senos y lo apretó con furia. Pellizcó su pezón y gruñó cuando la escuchó ahogar un gemido que llevaba su nombre. Era música para sus oídos. Su boca, desesperada, paseó por su mandíbula y luego por su clavícula, dejando cientos de besos trazados hasta el otro pecho y se quedó allí, prestándole toda su atención con su boca, lengua y dientes. Absorbía todo lo que tenía para darle, metía el seno en su boca como si fuera el único sostén de vida que hubiera. La mordía y enseguida lamía la zona. Alternaba entre besos, succiones, pellizcos con sus dientes y lamidas. Luego intercambió mano y boca entre los pechos, para evitar reclamos.
Sentía cómo su cuerpo se alborotaba con cada experiencia nueva. Se retorcía debajo de Pierre, buscando aumentar el contacto entre sus pelvis. Sentía la excitación provocarla con cada roce y ella llevó sus manos a los fuertes glúteos para presionarlo hacia ella y disminuir cualquier distancia entre ellos. Apretaba sus piernas alrededor de las caderas de Pierre, moviéndose al unísono.
Estaba perdiendo el sentido, se ahogaba en el placer, desapareciendo del mundo. Mordía su labio para evitar que se le escapara un concierto de sonidos de su boca. El juego que la atormentaba en sus senos y entre sus piernas iba a acabar con ella. La humedad de su intimidad era evidente. El calor palpitante y el torbellino de emociones que se empezaban a agolpar en su bajo vientre y en su sexo le anunciaba que estaba alcanzando su límite.
Ambos estaban llegando al punto máximo de placer. El ritmo se aceleró. Sentían la fricción de la piel de ambos torsos y la transpiración de Pierre empapaba su cuerpo, mojando a su vez la grácil figura.
Ella fue la primera en sentir cómo se rompía en miles de piezas, alcanzando un orgasmo totalmente diferente al vivido veinticuatro horas atrás con su mano como protagonista.
Clement llegó al suyo casi inmediatamente después, desarmándose sobre el pecho agitado de su compañera. Respiraba por la boca, tratando de recuperar tanto el aire como la cordura con cada bocanada. Nunca se había liberado sin siquiera sacarse el pantalón. Algo de lo que se arrepentía en ese momento porque tendría que quedarse el resto de la noche con su vergonzosa situación.
Despacio, se despegó de la muchacha, quedando sobre sus codos para poder contemplarla de frente y cuando la encontró con su mirada iluminada de su característico oro líquido, le pareció verla más hermosa que nunca, con una sonrisa que brillaba de pura felicidad. Sintió cómo pasaba sus delgados dedos entre sus húmedas ondulaciones oscuras y quiso mantenerse allí por el resto de su vida.
—Qu'est-ce que tu m'as fait, mon doux trésor? Je suis perdu avec toi.
—Sigues hablando en francés, ¿cierto?
Él asintió, y le dio un rápido beso en los labios para absorber el resoplido de protesta de ésta.
Rio entre dientes y se puso de pie antes de dejarse arrastrar nuevamente por su necesidad de comerla a besos. Miró la entrepierna de su pantalón y decidió que lo mejor sería sacarse la prenda, junto al bóxer para tratar de limpiar lo mejor posible las telas, por lo que se adentró al pequeño cuarto de baño, cerrando la puerta.
Encerrado en aquel espacio, aprovechó para lavarse la cara con agua. Encontró su reflejo que parecía reprenderlo por su imprudencia y se cuestionó en silencio. No tenía respuesta más que aceptar que estaba ciego y loco. Ante la muda confirmación de su conclusión por parte del que lo observaba del otro lado del espejo, salió como vino al mundo, con las prendas en la mano, para colgarlas en la silla y esperar que se secaran en las próximas horas.
Tomó del suelo además, la camisa que había quedado descartada y la acomodó en otra silla. No sentía ningún tipo de pudor de mostrarse en su traje de Adán delante de la muchacha que le entregaba su desnudez a todo el que la viera.
—¿No vas a decirme qué es lo que me dijiste?
Se volteó a verla. Ella seguía recostada, con las mejillas sonrojadas y su cabello corto hasta los hombros revuelto sobre la almohada. El dorado reflejo de sus hebras, piel y el brillo de sus ojos lo trasladó a una obra de arte del austríaco Gustav Klimt, <<Las lágrimas de Freya>>. Definitivamente era su diosa y sintió su corazón apretujarse en su pecho al pensar que en unos días ella podría estar derramando lágrimas por él y se maldijo por haber caído en la tentación de volver a verla. Si tan sólo se hubiera olvidado de ella, no habría dolor ni tristeza de una despedida. Ahora, la había condenado a un amargo adiós.
No podía quitar sus ojos de ese cuadro y pensando en la inminente separación, tomó su móvil y se acercó. Necesitaba congelar a esa criatura mística en ese instante en la que la veía tan hermosa y satisfecha.
Levantó el aparato y usó su magia.
Se mordía el labio inspeccionando el atractivo cuerpo del francés caminar hasta ella y fotografiarla. Se dejaba con gusto en agradecimiento por lo que le entregaba. Era la primera vez que lo veía completamente desnudo y lo sintió tan diferente a lo vivido desde su encierro. Sus piernas eran largas, estilizadas y fuertes, con sus músculos firmes, de tronco delgado y definido, oscurecido por la tinta que ya tenía registrado en su memoria para siempre. Cuando ascendió hasta su rostro, varonil, con una sombra de barba de unos pocos días y sus ondulaciones oscuras pegadas a su frente y cuello por su piel húmeda sintió un escalofrío recorrerle su espina. Algo en el rostro masculino había oscurecido sus ojos turquesas con grises. Y no era lujuria.
—¿Qué ocurre, Pierre? ¿Hice algo malo?
Dejó caer sus hombros con culpa al escuchar el tono de angustia con el que lo abordaba. Sacudió lentamente su cabeza para negar y volvió a recostarse a su lado. Ella se colocó de lado observándolo con sus orbes enormes abiertos como dos piedras ambarinas. La envolvió contra sí y aspiró su aroma embriagante.
—No, mon trésor. No has hecho nada que yo no te haya permitido hacer.
—No entiendo. Suenas arrepentido.
Suspiró.
—No debería arrepentirme por ser el maldito más afortunado del mundo por haberme cruzado en tu camino. Pero lo estoy porque eso implica que te romperé el corazón cuando te tenga que abandonar, como Odur a Freya.
Elevó sus cejas y pestañeó repetidas veces ante la desconocida referencia. No tenía registro de esos nombres.
—¿Quiénes son?
—Son dioses de la mitología nórdica —ella se acomodó, acurrucándose a su lado, y él no pudo evitar sonreír, atrayéndola más contra su cuerpo y comprendió que era una señal para seguir con su leyenda—. Freya lloró largamente cuando Odur, se esposo, la abandonó. Sus lágrimas se transformaron en oro y las que cayeron en el mar se volvieron ámbar. Como tus ojos.
—¿Y por qué pensaste en algo tan triste? No me digas que por nosotros.
—Me culpo por lo que te ocasionaré. Tú te has convertido en mi Freya —usó la punta de su índice para seguir las líneas de su rostro, y se detuvo sobre sus labios, pensativo—. No debí volver después de la primera noche.
—¿Aquella en la que te molestaste porque me quedé en un rincón?
Rio bajito al recordar lo frustrado que estaba. Y ella, aterrada.
—No podía culparte realmente. Pero algo en mí necesitaba seguir descubriéndote.
—Es por eso que no debes atormentarte pensando en mi pesar. Te extrañaré. Seguro. Eres mi único amigo. El primero. Pero ya te he dicho que me has dado un mundo nuevo que me hará más fuerte. Y espero que algo de mí quede en ti lo suficientemente arraigado para darte algo de felicidad en tu vida. No eres tan malo si te arriesgas por alguien que es una completa extraña y no puede darte nada a cambio —pasaba sus manos en caricias por su cara, viendo cómo sus rasgos se contraían y sus ojos turquesas y grises se humedecían, colmándose de lágrimas contenidas—. Ojalá pudieras verte a través de mis ojos, porque creo que en ti hay mucho más de lo que has dado hasta ahora. De lo que piensas que eres.
—Mon trésor, me estás destrozando.
—No es lo que quiero. Quiero recomponerte. Ayudarte a encajar tus piezas de forma que te sientas orgulloso de ti.
Sonrió con tristeza al oír sus palabras.
—No tienes idea de lo que estás haciendo en mí. Sólo he amado a mi madre y bisabuela cuando era un niño. Nunca creí que alguien pudiera entrar otra vez en lo que alguna vez fue mi corazón, pero trésor, tú lo has hecho como un torbellino desafiando mi naturaleza. Estás desarmando a mi yo, pero no puedes rearmarme como pretendes —su voz se quebró. Lo que diría a continuación sería un deseo imposible que sólo los atormentaría, pero necesitaba sacarlo de su sistema—. Desearía haberte conocido en otro lugar y ser capaz de amarte como mereces.
Fue su turno de sentir nostalgia, pues del amor, sólo conocía su definición, la teoría. Eran meras palabras que se relacionaban con ese sentimiento tan misterioso, como granos de arena escurriendo por entre sus dedos. Imposible de contener para ella.
—Yo ni si quiera sé qué es el amor. No sé qué es querer o ser querida. Sólo entiendo las palabras, pero no su significado. Jamás he experimentado eso —sollozó—. ¿Cómo podría alguna vez amar si no reconozco ese sentimiento?
—¿No tuviste padres o alguien que te quisiera?
Eso lo tenía confundido. Hasta él, siendo un niño, había querido. Había tenido al menos a dos mujeres que —aunque al final se rindieron y lo abandonaron hiriéndolo de una forma descomunal y desgarradora—, lo amaron por el tiempo que estuvieron en esta tierra. Aunque creía que no lo habían amado lo suficiente para quedarse por él. ¿Cómo era posible que un ser tan tierno e inocente como el que sujetaba no hubiera experimentado amor?
—No. No sé quiénes son mis padres y el hombre que me enseñó todo lo que sé murió. Fue amable conmigo, pero no llegó a mostrarme ese sentimiento. Y he compartido con una muchacha unos pocos días, pero no hemos sido realmente amigas —hablaba resignada, con su suave voz muy baja—. Tal vez, esta es la única forma en la que merezco vivir. Sólo he traído desgracias. Por algo me temen y soy Shiroi Akuma. Este puede que sea el lugar al que pertenezco.
—No digas eso —protestó.
—No desees los imposibles —contraatacó—. No hay manera de cambiar el pasado ni vale la pena crear tontas ilusiones. Estamos donde estamos por los pasos que dimos. Sólo podemos mirar hacia adelante. Aunque sólo vislumbremos unos pocos pasos al frente. La incógnita es lo que regula el misterio de la vida.
Se hizo el silencio entre ellos. Uno cómodo y lleno de complicidad. Acariciaban sus narices tan suavemente que parecía no ser real el roce. No dejaban de verse a los ojos.
Pierre cada vez se hundía más en aquellas aguas doradas como si absorbieran toda la luz del sol. El mismo brillo como el oro del amanecer. Detuvo sus caricias y de su pecho se escapó sin aviso ni permiso las palabras más sentidas que había dicho en su vida.
—Il n'y a rien que je veux plus dans ce monde que de te faire mien, mon trésor. Depuis que je vous connais, j'ai rêvé de vous sortir d'ici pour que nous puissions être libres ensemble. Je te ferais l'amour tous les jours et toutes les nuits pour le reste de ma vie. J'aurais aimé que nous ne soyons pas prisonniers de nos vies. Mais nous ne pouvons pas nous échapper. Voilà qui nous sommes et je ne suis pas assez pour vous.
Había hablado con la voz cargada de emoción, tratando de controlar el nudo que se había formado en su garganta y cuando no pudo seguir, el silencio los envolvió en una nube de pesar. Ella no había comprendido los sonidos que habían salido lentos y llenos de dolor, pero sí percibió que de alguna manera había desnudado más su corazón para ella y no pudo evitar soltar unas gruesas lágrimas, que mojaron su piel, cayendo sobre el brazo musculoso que usaba como almohada.
—Mi mente no comprendió lo que dijiste y aun así siento como si le hubieras hablado directamente a mi corazón en un idioma universal. Sea lo que sea que hayas dicho, gracias por haber llegado a mi vida a darme un pequeño respiro. Por darme tu amistad. No dudes que te llevaré en mi memoria hasta mi último suspiro y cada vez que Arata me use para sus propósitos, lo que me has dado será mi ancla para no ser arrastrada por la desesperación.
—Sólo dije, en muchas palabras, que te quiero, sin siquiera habérmelo propuesto. Seré el primero que te lo diga.
—¿Cómo sabes que me quieres? ¿Cómo puedes confirmar eso y no confundirlo con lujuria?
—Es cierto que en cuanto a los deseos de tu cuerpo, de tu piel, el sabor de tus besos, siento excitación. Me enciendes. Todo comenzó así.
—¿Entonces?
—Es probable que no sea el más adecuado para explicarte eso.
—¿Por qué?
—Porque creo que el amor es una reverenda y grandísima mierda —leyó otro por qué en la mirada de la joven y antes que verbalizara la pregunta, la contestó—. Porque decepciona. Se supone que si alguien te ama, haría lo que fuera por ti. Viviría por ti. Tomaría fuerzas de ese amor para vencer a sus demonios.
—Suenas herido.
Pierre respondió con una mueca en su rostro. Claro que estaba herido. Y furioso. Muy furioso. Durante años había estado así.
—Mi madre decía que me amaba y sin embargo no luchó por mí. Mi bisabuela tampoco. Sabían que me dejarían solo y no les importó. Sólo me quedó su anillo —le mostró la mano que cargaba con su recuerdo—. Terminé en un orfanato donde me golpeaban todos los días. Me humillaban.
<<Y una mujer que se suponía debía protegerme abusó de mí>>.
—Bueno, yo no sé qué es. Tampoco tiene caso para mí pensar en ello. No creo igualmente llegar a experimentarlo algún día —besó la línea de la fuerte mandíbula hasta alcanzar los labios del francés, conectando sus miradas—. Aunque estés herido, has sido amado. Lo viviste. Preferiría poder sentir algo así y salir herida a nunca conocerlo.
Tenía razón. No dejaría de sentir dolor, pero su trésor ni siquiera rozó brevemente lo que todos ansían.
—Por favor, Pierre, quiero comprender qué es el amor. Imaginar que puedo tenerlo. Dime qué debería ser si no lo odiaras tanto.
—Por ti, haré mi mejor esfuerzo —estiró sus labios en una media sonrisa en un gesto de rendición—. Después de todo, el ser humano es tan contradictorio, que aunque diga que es una basura y lo haya rechazado casi toda mi vida, no puedo evitar sentir algo por ti.
—¿Cómo qué?
—No sé bien. Sólo sé que deseo protegerte. Que contigo puedo ser otra versión de mí. Una que nunca pensé que sería posible en mi realidad de mierda —sonrió y ella le correspondió—. Imagino que eso es amistad.
<<O amor>>.
—Entonces, yo también te quiero, Jean Pierre Clement —le entregó una sonrisa de felicidad.
No estaba segura de qué era querer, pero si todo lo que le compartía que ella provocaba en él para que le dijera esas dos palabras era tan semejante a lo que ella misma sentía, entonces, era merecedor de que le correspondiera ese sentimiento.
—Mon trésor... —murmuró muy bajo, apretando su agarre al sensual y delgado cuerpo y besó su nariz—. Ojalá algún día conozcas el amor. Uno que sea digno de ti, que no esté rodeado de esta mierda. Uno que reconozca lo que tiene entre manos. Que te respete y te mire a los ojos con mucho más que deseo. Mereces a alguien que caiga rendido a tus pies y que sea capaz de darte las estrellas.
—Suena a otro sueño imposible, que se deshace con sólo pestañear un par de veces. Estoy encadenada a esta realidad. Pero tú, que tienes al mundo en tus manos, deberías buscarlo. Lo mereces.
Ambos corazones se retorcieron en sus moradas ante las sentidas palabras.
En esa posición, fueron al encuentro de Morfeo, por las pocas horas que les quedaba de fingida libertad. El rito que los había convertido en el refugio mutuo para alejar las pesadillas del otro.
***
Un jarrón cayó al suelo, pero ellos no le prestaron atención, concentrados como estaban en su faena. Sus gemidos y jadeos se hacían cada vez más intensos en la habitación de hotel que presenciaba el encuentro en tierras británicas.
El rubio embestía a la pelinegra con desenfreno, escondiendo su cabeza en el hueco del cuello de la mujer, la cual se arqueaba en respuesta a las sacudidas que la hacían bailar, gozar, perdiéndose en las sensaciones que la embargaban. Lo sujetaba de la nuca con la mano para atraerlo más hacia su centro, sintiendo la humedad de ambos mezclarse entre sus pieles.
Sentada como estaba en uno de los muebles de madera maciza, era poseída por el hombre como si fuera el único propósito para el que había sido concebido. Y ella lo agradecía. Siempre tenía el mejor polvo con él.
De un inesperado movimiento, la tomó por debajo de sus muslos y trasladó la tarea a la cama, evolucionando el juego a un nivel superior.
Salía y entraba de ella con fuerza entre gruñidos y más jadeos, con sus hebras desordenadas cayendo sobre su frente perlada de sudor.
Con el gran y atlético cuerpo dedicado a alcanzar el sublime estado de éxtasis total, ambos se contorsionaron cuando el orgasmo los golpeó con fuerza devastadora, derramándose sin límites dentro de la mujer. Disfrutando de la sensación de libertad y del completo contacto con su intimidad que pocas veces se daba la posibilidad de aprovechar.
Después de todo, no era otra desconocida y no estaba ocultando su identidad.
Steve se dejó caer de espaldas, arrastrándose hasta apoyarse sobre la cabecera acolchonada de la cama, con su pecho subiendo y bajando hasta retomar el estado de calma. Peinó su cabello hacia atrás pasando sus dedos mientras la otra mano buscó en la mesa de noche su vaso con bourbon, que se encargó de desaparecer de un solo trago.
Madison lo imitó, buscando la misma posición, cubriendo el cuerpo de los dos con las suaves sábanas revueltas tras horas de intensa actividad. Resopló hacia arriba, despejando su frente húmeda de algunas hebras de su flequillo.
—Ha sido una gran despedida.
—¿Despedida? ¿De qué hablas Madison? Mañana nos veremos en la entrega de los premios musicales que organiza uno de mis canales, y que por cierto, estoy seguro ganarás en tu categoría.
—Muchas gracias por el ánimo, pero no me refiero a eso —se removió algo incómoda y dejó que sus ojos se perdieran en la vista de Londres que le regalaba el gran ventanal. Única iluminación del ambiente—. Estoy enamorada.
Tardó unos segundos en asimilar esa declaración. Con algo de sorna en su voz, respondió, alzando una de sus cejas, aunque ella no lo estuviera viendo.
—¿Y a él no le importa que tengas sexo con otros? Y, si me permites añadir, uno muy bueno, por cierto.
—Sólo quise tener mi última follada estelar —giró levemente para encararlo. Sus rostros se perfilaban en la penumbra—. Ya sabes. Tú eres un dios del sexo. No es que necesites engrosar tu ego.
—Vaya, gracias, aunque algo me dice que no debería sentirme tan halagado.
—No, hazlo. Sólo que el estar tan arriba te hace inalcanzable y solitario.
—Me gusta así —respondió y su voz parecía distante y fría.
Madison sólo pudo pensar en que se asemejaba a la luna brillante, hipnotizante y lejana, a la que sólo se puede admirar para nunca atrapar entre las manos.
—Por ahora. Yo creía lo mismo. Sólo que quiero continuar mi vida con un simple mortal. Uno que me hace sentir cosas diferentes al fabuloso sexo. No sentiré que su tacto me electrifique de la misma forma como el tuyo lo hace. Es más como lava ardiendo. Lo más importante, él alcanza lugares que nadie más ha tocado. Mi corazón.
—Conmovedor. ¿Pero no estarás rompiendo el suyo al estar aquí conmigo? Nunca te creí una mujer despiadada y cruel capaz de ser infiel.
—Es que aún no le he dicho lo que realmente siento por él. Hemos estado tonteando, sólo que ya no quiero seguir haciéndolo. Lo amo.
—¿Y él?
—Estoy segura que sí. No lo dirá con palabras, pero lo veo en sus ojos. Estar contigo esta noche me corroboró lo que creía.
—¿Qué cosa?
—Que ya nada es lo mismo. Tú me estremeces. Me vuelas la cabeza. Me llevas al límite. Pero lo que hacemos es follar. Es lo único para lo que somos buenos tú y yo juntos. Siempre ha sido así, o al menos desde que comenzamos con nuestra amistad folladora hace ocho años. No hacemos el amor. Y yo quiero el amor de mi hombre, no saciar mis deseos con un dios lejano cuyo corazón está fuera de la Tierra. O con otros amantes. He tenido muchos, aunque tú estás en un nivel totalmente aparte.
—¿Has tenido muchos amantes? Digo, aparte de Edward y yo.
—No te hagas el sorprendido, que nos conocemos. Tengo casi treinta años. No soy una santa y él conoce cada uno de mis pecadillos.
—Se nota tu experiencia —la mofa se sentía en cada palabra.
—Ja ja... búscate una virgen si eso te molesta. Tú a tus treinta y uno debes tener cientos de conquistas en tu historial. Yo cuento con más que una docena y no me avergüenza. Lo que ocurre es que a los hombres y mujeres nos miden con diferentes reglas.
—Tienes razón. No es justo —la empujó levemente con su cuerpo en un gesto fraternal—. Lo mereces. Mereces ser feliz.
—Lo sé. Y tú también. Sólo debes dejar a alguien alcanzarte.
El silencio se hizo presente como una entidad más entre ellos. Aunque sus hombros se rozaran, estaban a kilómetros de distancia, cada uno en su mundo.
Steve suspiró para regresar a la misma habitación que ocupaban.
—¿Lo llevarás a la entrega de premios? —Ella asintió con la cabeza—. Entonces, preséntamelo.
Una risa se escapó de la mujer, como si se burlara o hubiera dicho algo gracioso que a Steve se le escapaba.
—Así lo haré. Además, necesitaré tu apoyo con Eddy, que arderá de celos cuando se entere. Sólo ha aceptado que esté con ustedes dos. Nunca fue amable con mis intentos de novios.
—¿No mejoraron su relación Edward y tú?
—Aún me duele lo que hizo. Pero él es así. Jamás cambiará y ha estado mucho tiempo en mi vida, personal y profesional.
—No lo justifiques. Estuvo mal lo que hizo.
—No lo hago. Simplemente, lo he aceptado. Son demasiados años de amistad que no quiero desperdiciar —se encogió de hombros y una sonrisa se dibujó en su rostro, enseñando sus blancos y perfectos dientes. Steve entrecerró sus ojos con sospecha—. No sé cómo reaccionará cuando me vea con Jason.
—¿Jason? ¿Cómo Jason Morrison? ¿Tu representante?
—El mismo —su sonrisa se hizo más ancha. Steve comprendía ahora la preocupación por la reacción de Edward, que no se limitaría a los celos—. Espero que cuando lo veas, sea con el título de novio, si él acepta mi declaración.
—¿Quién te rechazaría?
—¡Tú! —Exclamó, riendo y golpeándolo con su palma en su delineado y fuerte pecho.
—Porque para corresponderte tendría primero que descubrir cómo funciona mi propio corazón y eso es un completo misterio para mí.
Llevó su mirada hacia sus manos, que descansaban con sus dedos entrelazados sobre su regazo. No imaginaba poder usarlas para cumplir con caricias que no fueran eróticas. O con fines asesinas.
No necesitaba decir más.
A Madison no le molestaba en realidad su rechazo. Habían sido amigos solamente y ese viejo lazo lo atesoraría con cariño por siempre. Fue después de su tragedia que las cosas entre ellos adquirieron un rol diferente, basado en sexo. Lo había conocido cuando eran estudiantes en la universidad, aunque él y Edward eran dos años mayores. Había compartido tiempo con el joven alegre, bromista y lleno de sueños. No pudo estar a su lado cuando su vida dio un vuelco de ciento ochenta grados porque se había vuelto una modelo y luego cantante famosa con una agenda que la alejaba de sus amigos. Sin embargo, llegó días después para darle un consuelo mudo y desde entonces sólo asistió como espectadora ante el oscurecimiento de su alma.
Siguió con su mirada celeste al hombre que en su desnudez, abandonó la cama en silencio para dirigirse a al cuarto de baño.
Antes que se perdiera de su vista, dibujó con sus ojos el atlético cuerpo, de largas piernas bien formadas, su trasero firme y delicioso, su estrecha cintura que daba lugar a una espalda ancha y perfectamente marcada por cada músculo. Era hermoso. No cabía dudas. Una fría belleza.
Su hermetismo había vuelto. El mismo que lo rodeaba siempre. Extrañamente, desde que habían comenzado a ser follamigos la verdadera intimidad entre ellos había ido menguando. Eran más unidos cuando sólo eran amigos. Al parecer, su intimidad emocional era inversamente proporcional a la cercanía de sus cuerpos.
Pero no dejaría que se perdiera cada vez más. Se aferraría a lo poco que le dejara, porque creía en él, aun sin conocer qué lo martirizaba. Los secretos que ocultaba.
Decidió imitarlo y se encaminó a la ducha, donde lo encontró saliendo con la toalla rodeando su cadera de forma sensual, con su suave línea de vellos desde su ombligo y que se perdía en el borde de la tela.
El hombre detalló a su amiga. Todavía tenía el cuerpo delgado de una modelo. Era alta, de metro ochenta. No tenía grandes pechos o trasero, pero era elegante y sensual en sus movimientos.
Echaría de menos sus revolcones y a la única mujer con la que no tenía que fingir soportarla.
Intercambiaron simples miradas antes de proseguir cada uno con su tarea.
Lo encontró terminando de vestirse con el mismo traje con el que había llegado. Ella haría lo propio con su vestido.
Llevando todavía la toalla rodeando su pecho, se acercó hasta su ubicación, deteniéndose de frente a él, tan cerca que sentía su calor y aroma. No sabía cuándo volverían a cruzar sus caminos después del día de mañana en el evento.
Y cuando lo hicieran, ya no sería lo mismo.
—Sabes que podemos quedarnos toda la noche, ¿verdad? Después de todo, pagaste hasta la mañana —movió sus pestañas con coquetería, aunque conocía de sobra que eso no tenía efecto alguno sobre el inconmovible hombre—. Eso sería cerrar con un hermoso moño. Algo que nunca hemos hecho.
—Y no haremos. Lo sabes. No paso la noche con nadie. Prefiero ir a mi penthouse.
Encogió sus hombros, aceptando la respuesta sin sorpresa.
—¿Y es allí donde irás ahora?
—¿Dónde más podría ir?
—Ya sabes... a Dulces Pecados.
—¿No te ofendería que fuera allí después de haber follado contigo?
—Soy una mujer segura... sé que aunque aprovecharas una de las salas con otras mujeres, nadie te haría disfrutar como yo —alzó una ceja y acentuó su sentencia posando su mano sobre su propio pecho aún húmedo por la ducha.
—Vaya, y después hablas de mi ego... —Ella rio entre dientes—. Pues no, no pienso ir. —Sus ojos se oscurecieron, mostrando más profundidad en su mirada. Madison intuyó que estaba por decir algo, pero cambió de opinión y en su lugar sólo formuló una pregunta que sonaba a pura cortesía—. ¿Necesitas que te lleve a tu casa?
—¿Viniste con Andrew?
—Pues es mi asistente y chofer, así que, sí.
—No, gracias, caballero. Ese hombre me da escalofríos. Nunca me acostumbraré a él.
—Es un buen hombre. Sólo un poco arisco.
—Viniendo de ti... Creo que no le agrado. Jamás lo he visto sonreír —guiñó uno de sus grandes ojos celestes—. Tal vez por eso se llevan bien.
—Graciosa.
—Lo soy. Además, tengo mi coche —suspiró con exageración—. Sólo lamentaré no haber podido probar tus labios —fijó sus ojos en ellos—. Mmmm... se ven tan apetitosos. ¿Alguien los ha saboreado?
—No desde la universidad.
—Eres tan dramático. No te robarán el alma por besar, lo sabes ¿no?
—Tendría que tener una en primer lugar.
—Querido, puedes hacer toda la mímica, pero a mí no me engañas. Sé que estás atormentado, pero eres un hombre excelente que se preocupa por los suyos. Aunque... —torció su boca en un gracioso gesto acompañado por un entrecerrar de ojos, que los elevó hasta conectar con los de él.
—¿Qué?
—Pienso que la vieja bruja sí puede absorber tu espíritu. Seguramente lo hace con cada joven que se lleva a la cama para alejar el paso del tiempo de su cuerpo. Tal vez Eddy perdió la suya cuando la absorbió en alguno de sus encuentros.
Steve estiró una de sus comisuras ante el comentario.
—Con ella es más de lo mismo. Es como contigo. Alguien con quién desahogarnos mutuamente cuando lo necesitamos.
—¡Muérdete la puta lengua Steve! —Lo empujó con ambas manos del pecho, haciéndose la ofendida—. Nunca vuelvas a compararme con esa puma. Tú y yo no tenemos lo mismo que lo que tienes con ella —apoyó su frente sobre el ancho y musculoso pecho. Sentía cómo su corazón latía lentamente y desde esa posición habló con cuidado—. Antes de... ya sabes —percibió como se tensionaba al tomarla con sus fuertes manos por sus brazos—. Fuimos amigos de verdad. En esa época irónicamente, te sentía más cerca sin ser amigos folladores. No me has dejado conocer este Steve.
—Es mejor así, créeme. No sabes en lo qué me he convertido. Lo que soy. Si lo supieras, me temerías.
—Tal vez. Pero sé quién eras. Es por ese muchacho que no te abandonaré nunca —elevó una vez más su cabeza para observarlo. Estiró una mano hasta alcanzar la afeitada mejilla—. No olvides que siempre puedes contar conmigo. Bueno, exceptuando el sexo —rio entre dientes.
Se estiró y depositó un corto beso sobre la mejilla despejada.
—Ojalá algún día pueda retribuirte como corresponde, por tantos años de soportarme.
—Estaremos a mano cuando me presentes al amor de tu vida.
—Me tienes fe.
—Siempre —arrugó su boca en un mohín.
Steve, que lo percibió, quiso indagar.
—¿Qué ocurre?
—Sólo... ten cuidado con la bruja Gabrielle. Está obsesionada contigo.
—No te preocupes. Es un simple acuerdo que ambos respetamos.
—Hazme caso. Cuídate.
Movió de forma sutil su cabeza, aceptando la advertencia.
Por un breve instante, le pareció que la dura mirada del millonario se ablandaba. No pudo asegurarlo, pero el tono en el que habló le dejó en claro que algo en él se removió.
—Gracias por estar conmigo esta madrugada.
—No tienes nada que agradecer. Sé lo que significa esta fecha.
—El veintiocho de abril es un día que quisiera hacer desaparecer del calendario.
N/A:
En cuanto a la pintura de "Las Lágrimas de Freya", algunos afirman que en realidad, la autora es Anne Marie Zilberman. Yo dejé a Klimt.
No te olvides de votar! Después de los encuentros apasionados de Shiroi Akuma y Steve, ellos se lo merecen. ; )
Gracias por leer, demonios!
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