CAPÍTULO 10. LOS RECUERDOS SON ESPEJISMOS DEL DOLOR

"Los recuerdos que uno entierra en el silencio son los que nunca dejan de perseguirle"

~ Carlos Ruiz Zafón, El laberinto de los espíritus.

— ¡HENRY, CORRE! ¡NO MIRES ATRÁS! YA TE ALCANZARÉ. —le grité mientras le quitaba la cadena del tobillo.

— No, Megara. No me voy sin ti—dijo mi hermanito.

— Cariño, tienes que irte. Necesito que seas fuerte, ¿vale? Necesito que vayas a pedir ayuda mientras me quito esta cadena. —le expliqué. Él asintió algo más conforme, salió corriendo escaleras arriba no sin antes darle un beso en su pequeña cabecita entre castaña y pelirroja. Mi cadena era mucho más fuerte que la de Henry, tenía pocas posibilidades de salir, pero no dejé de intentarlo. A los minutos de seguir utilizando una daga como llave, un "clac" me hizo saber que lo había conseguido. Si no hubiese sido porque ayer conseguí quitársela sin que se diese cuenta... Corrí y corrí, pero no fui lo suficientemente rápida. ¡Bam! Un miedo aterrador inundó mi cuerpo cuando me imaginé lo que podía ser. ¡Bam! Seguí corriendo hasta la entrada del bosque, allí había dos cuerpos en el suelo, y la sangre que brotaba de sus heridas habían formado charcos en el pasto, humedeciéndolo.

***

Hoy tocaba llevarle las recaudaciones al Director Barton y no podía tener menos ganas de verle el careto. Pero antes de irme tenía pensado desayunar en condiciones, y Billy cumplió mi deseo.

— Pues claro que te hago pancakes, bonita— sonrió tanto que pensé que las comisuras de los labios se le rajarían. Mi experiencia con los hombres a lo largo de mi vida había sido traumática, pero yo no era una de esas personas que utilizaban una regla de tres para categorizar a la gente. Todos los hombres no eran iguales. Y el cariño que Billy me había dado en estas semanas había sido la prueba que había confirmado mi teoría. Me había tratado como a una sobrina más, pero lo que más admiraba de él, era el amor que sentía por tía Beth. Eso era lo más importante para mí. Me gustaría que Henry hubiese podido conocerle, tenerle como referente. Y que mi madre hubiera podido encontrar a alguien que la quisiese de verdad.

— Buenos días, mis amores. —saludó mi tía dándome un beso en la cabeza y un pico a su novio.

— Hola cariño.

— Meg, ¿cómo estás? Presenciar lo de esa chica tuvo que ser horrible, siento que hayas tenido que vivir eso en el poco tiempo que llevas aquí. No quiero que volváis a ir a esas fiestas, podríais haber sido vosotros y no ella. No vayas al bosque sola, ¿vale?.—dijo acariciándome el cabello. Asentí.

— Tranquila, tía Beth. Estoy bien. — Bueno bien bien, no la verdad. Esa noche había tenido pesadillas con la muerte de Henry. El asesinato de Steisy me hizo revivirlo de nuevo, pero eso no lo contaría, se quedaría conmigo en secreto, junto a muchas otras cosas como las notas.

— Aquí tiene la señorita sus pancakes con extra de caramelo, y un zumito de naranja que es bueno.

— Gracias, Billy— le di un beso en la mejilla. Él sonrió como cuando ve a una hija feliz, como un padre. Papá... Eso era lo que yo no había tenido. En ese momento llegó Caín.

— De nada, golosa—me revolvió el pelo. — Me voy a trabajar, os quiero.

— ¡Me voy contigo que llego tarde a las consultas! — soltó mi tía, tomándose el café rápidamente y dejando el vaso vacío en el fregadero.

— Oye, golosa. A mi no me das besitos.

— Eh, tú. Tienes terminantemente prohibido llamarme así, solo Billy puede. Además, no me haces pancakes — Me di cuenta tarde de lo que había dado a entender. Él me miró con una sonrisa de medio lado, y arqueando una ceja.

— Entonces, si te los hago, ¿me los darás? —preguntó con picardía.

— Ni lo sueñes, Darkrow. — Chupé el tenedor para tomar todo el caramelo, pensando que sería una estampa asquerosa, pero Caín me miró mordiéndose el labio. Era un salido. Pero era extraño lo que me provocaba cuando hacía ese gesto. Necesitaba salir de allí por patas. — Me voy, tengo clases. — solté apresurada.

— ¿Te llevo? —me ofreció enseñándome las llaves del Jeep.

— Prefiero caminar. —Abrí la puerta y literalmente comenzó a diluviar. ¿Me estás jodiendo?

— ¿Lloviendo? —sonrió. Me cago en la puta, qué mala suerte. En serio mundo, ¿qué intentas decirme?

— Venga vamos, petardo. —le alenté para que nos fuésemos ya, antes de que se cayera el cielo.

— ¿Y mi besito? — preguntó señalando su mejilla con una sonrisa de bobalicón.

— ¿Caín?

— ¿Sí?

— ¿Te acuerdas del puñetazo del otro día? — le pregunté montándome en el coche y cruzada de brazos mientras arqueaba una ceja. Signo de peligro.

— ¡Pff, pues claro! Cómo olvidar ese gesto de cariño por tu parte. —ironizó. Lo miré intentándole dar a entender que como no parase con lo del besito se llevaba otro. Extrañamente me entendió — Vale, me callo. — dijo levantando las manos y riendo.

— Así me gusta. Calladito que estás más guapo.

— Yo siempre estoy guapo. —Puse los ojos en blanco. Egocéntrico. "Tiene razón, siempre está guapo", me susurró la voz de mi subconsciente. ¿Algún día te pondrás de mi lado? "Cuando muera", respondió. Pues espero que sea pronto.

Cuando llegamos, todo el mundo que salía de los coches iba corriendo hacia el edificio para no mojarse. Yo me bajé tranquilamente, sin prisas. Adoraba la lluvia y no me importaba llegar mojada.

— Te vas a resfriar— gritó una voz detrás mía mientras miraba al cielo admirando la lluvia. Eso era un mito, como mucho puedo congelarme. No es posible resfriarse si no existen virus en el aire. Real, no fake.

— Pues al menos será con razón. — Él negó andando a paso ligero hacia la entrada.

— Nos vemos luego para llevarle al profesor la recaudación— Asentí y me fui a la primera clase.

***

Nunca pensé que un día se me iba a hacer tan largo, pero hoy jueves, estaba siendo un sufrimiento. No podía con mi pellejo, encima, cada vez que me veía reflejada, mi rostro me devolvía la imagen de una chica ojerosa. Ni siquiera me había molestado en ocultarlas. Qué ilusa fui al pensar, la primera noche que llegué a Darksville, que no tendría pesadillas. Conclusión a la que había llegado: tenía que dejar de engañarme a mi misma.

Los alumnos del instituto habían relajado su hate y tenía que admitir que había sido gracias a Caín. Pff, era como Dios... El cabrón estaba en todas partes.

— Hola — Di un bote. Por la santa madre de todos los sustos, casi me da un infarto.

— Joder, qué susto—dije llevándome la mano al pecho.

— ¡Uy, perdona! No quería asustarte— se disculpó John riendo un poco.

— No pasa nada. Pero no vuelvas a asustar así a una chica con carácter—respondí sonriéndole y abriendo la taquilla para cambiar de libros.

— Sí, me lo apunto. Eh, ¿está bien Enoc? Es que en la fiesta lo vi un poco afectado, y no ha venido a clase esta semana— Oh, qué lindo.

— Sí, ya está mejor. — contesté. — Esa noche se propuso averiguar cuánto podía tardar en conseguir un coma etílico, descubrió que todavía podía aguantar un poco más. — Él puso cara de circunstancias, una mezcla entre horrorizado y satisfecho con la respuesta.

— Genial, ¿y tú cómo estás? No te vi muy a gusto allí. —Muchas preguntas, John. Muchas. "No me gusta", susurró una vocecita en mi cabeza. A ti no te gusta nadie, le respondí. "Caín sí", dijo. A callar cochina, la reprendí. Me quedé ensimismada hablando conmigo misma pero intenté no hacerlo notar.

— Bien, aunque algo traumada por el baile que tenían allí montado—él rio.

Al sacar uno de los libros, una carta salió volando, se habría traspapelado. Fui a por ella enseguida imaginándome lo que podría ser. Una mano apareció de la nada y la recogió. Ni siquiera la miró, menos mal porque como fuese otra nota...

—Creo que esto es tuyo—me la tendió. Asentí tomándola. La observé, no seguía el patrón del acosador. La abrí. Era una carta de la psicóloga del instituto. Decía que tenía que asistir al menos un par de sesiones para corroborar que mi diagnóstico actual no sufría alteraciones. Sino, tendría que comunicarlo al centro psiquiátrico. Genial, casi prefería que fuera una nota del acosador.

— ¿Todo bien? — preguntó Caín observando mis expresiones de seriedad mientras fruncía el ceño.

— Perfecto maravilloso— sonreí falsamente. Luego guardé la carta en mi mochila. Nadie tenía porqué enterarse de esto.

— Hola, ¿qué tal? Soy John. Creo que no nos han presentado. — Se acercó a nosotros y le tendió la mano a Caín. Este sonrió maliciosamente mientras le agarraba la mano haciendo una fuerte presión innecesaria. Por el semblante de John cruzó una pizca de dolor. ¿Qué creía Caín que estaba haciendo? Le di un palpis en la cara, sacándolo del trance en el que había entrado de ver quién era más macho. Unos minutos más y casi le parte la mano.

Él se quejó sobándose la cara, le dije que tenía un mosquito. Disfruté viendo su gesto, la verdad. Luego, el susodicho pasó su brazo por encima de mis hombros. ¿Y estas confianzas?

— Nosotros tenemos algo pendiente, ¿verdad hermosa? — Este tío es tonto, por la santa madre de los gilipollas. ¿Estaba marcando terreno? Cada día este chico me sorprendía más.

— Yo os dejo, mi siguiente clase es en cinco minutos— soltó claramente incómodo. A saber que había entendido con las sugerentes palabras de este energúmeno.

— Perfecto. Hasta luego, Jase. — ¿Le había llamado Jase?

— Es John—le corrigió mientras se iba.

— Sí, sí. Cierto— Será capullo, lo hacía para joderle.

— Quita —me removí apartándolo de mí a duras penas.

Nos encaminamos al despacho del director para llevarle los putos beneficios del lavacoches. Nos estaba esperando sentado en su mesa con las manos cruzadas.

— Pensé que nunca llegaríais.

— Sinceramente me he replanteado irme a casa en numerosa ocasiones a lo largo de la mañana, pero bueno, aquí estamos. — contesté sacando la caja de mi maleta y entregándosela. Estaba teniendo un día de mierda — Hay unos dos mil dólares.

— Perfecto. No esperaba menos. —dijo cual mafioso.

Estábamos a punto de irnos, pero Frederic Barton decidió que aún no había acabado con nosotros, o más bien, conmigo.

— Kyteler. —Me volví para mirarle a los ojos. — Creo recordar que tiene un asunto pendiente, ¿cierto? — asentí cruzando los dedos para que no lo mencionase delante de Caín. Seamos sinceros, no me importa que la gente supiese que tenía que ir al psicólogo, no era nada malo, pero tampoco quería ir anunciándolo como si fuera el tapicero.

— Lo sé, me pasaré a lo largo de esta semana. — El director asintió contento con mi respuesta. Por otro lado, Caín nos miraba confundido, no sabía a lo que nos referíamos. Eso estaba bien.

A la secretaria seguía sin caerle bien, ¡JA! Pero a Caín lo miraba muy cariñosamente. ¡Iugh! Nos salió la muchacha asaltacunas. A punto de separar nuestro caminos, Caín miró hacia los laterales y luego me agarró, arrastrándome a una clase vacía. Se le había ido la cabeza, ¿o qué?

— ¿De qué estabais hablando? ¿Y quién es John?—me acorraló contra la puerta de clase. ¡Qué mierda le importaba! Ante mi cara de enfado, posó su mano en mi cintura y no puedo describir el chispazo que sentí en mi estómago.

— Me caías mejor cuando no metías las narices en mis asuntos. Y no te importa quién sea ese chico— le reproché con rabia mientras le encaraba. Nuestros rostros estaban muy unidos, a milímetros de unir nuestros labios. ¡Megara, mente fría!, me reprendí. Le aparté la mano de mi cintura y en respuesta, me agarró de las muñecas pegándome un tirón de ellas para acercarme a él todo lo posible. Lamió sus labios y los acercó a mi oreja. El cubo de agua fría mental no había servido para absolutamente nada.

— Créeme que me encantaría meter la nariz en otras cosas — confesó en susurros mientras me mordía el piercing hélix que tenía — Pero eso estaría feo sin tu permiso ¿no? — Tragué duro. Lo apropiado ahora mismo sería pegarle un puñetazo por la barbaridad que acaba de soltar, pero no podía moverme. Y no porque él me estaba sujetando, sino porque me había quedado absorbida por sus ojos en los cuales se podían apreciar las pupilas dilatadas. No podía más que decir lo siguiente:

— Quítame las manos de encima— le pedí, casi rogándole porque sinceramente no tenía la suficiente voluntad para alejarme. Esta atracción era perjudicial y ya sabía yo que me traería consecuencias.

— A mi no me importaría que pusieras tus manos sobre mi cuerpo, hermosa— me chupó la oreja, y se apartó. — Nos vemos en casa— dijo con una sonrisa diabólica y guiñándome un ojo, no sabría decir cuál porque me había quedado trastornada. Me llevé la mano a la oreja, aún humedecida, sin creerme lo que había sucedido. ¿Qué carajos había sido esto?

Al salir, encontré otra nota pegada en la puerta con mi nombre y la misma letra: "Te he visto. No sabía que te gustaban los monstruos, bueno, Dios los cría y ellos se juntan, ¿no?". Monstruo, monstruo... Me había llamado lo mismo que dijo mi progenitor aquel día. Pero...¿Por qué había incluido también a Caín? Esto se estaba volviendo cada vez más turbio, y no me gustaba ni un pelo. Con cada nota que recibía de este acosador, más cuenta me daba que todo estaba relacionado. Para variar, esa noche volví a tener la misma pesadilla. Esa que no me abandonaría nunca, ese 4 de noviembre. Esa noche en la que corría y corría pero nunca llegaba a ellos.

— Aléjate, monstruo.

— El único monstruo aquí eres tú, padre.

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