6. ESTÁS PIVÓN.

"Alejarse hoy para no sufrir en un futuro,

no implica que no duela en el presente"

~ Elena Ramírez.

Si había de algo que odiaba más que a mi vecino de cuarto, era despertar antes de que sonase la puñetera alarma programada para las ocho de la mañana.

Apenas eran las seis, pero no podía volver a conciliar el sueño. Mientras mi cuerpo expulsaba por los poros el cansancio, mi mente gritaba para que levantase el puto culo de la cama.

Y así estaba: debatiendo si quedarme dos horas mirando el techo de mi cuarto a la vez que rumiaba lo sucedido anoche o bajar por algo caliente para ver si conseguía volver a dormir.

Sip. Definitivamente, sería la segunda.

A pesar de obligarme a dejar de pensar en ello, no dejaba de poner en bucle el roce de nuestras narices. ¿Era deseo lo que había visto en su mirada cuando suspiraba? ¡Joder, Megara! ¡Sólo ha sido un roce!

Pero... Lo que más miedo me daba era: si Caín hubiese acabado con el espacio, ¿le habría correspondido?

No. No-No-No. Nunca, jamás. ¡Eso no pasaría!

Aunque una parte de mí se retorcía de horror al haber sentido molestia por ver a esa chica salir de su cuarto, lo que mi parte sensata proponía era mejor: no tenía nada que ver con el hecho de que se acostara con cualquier chica, sino por ver que mete a cualquiera a casa. Simplemente, era mi eco superviviente que me decía que era peligroso.

No había barajado la posibilidad de que la chica fuese su novia porque Caín no aparentaba ser alguien responsable, comprometido y mucho menos fiel.

En fin, me daba exactamente igual. Todo lo relacionado con el tema se quedaría guardado en un cajón con llave.

Bajé las escaleras a hurtadillas hasta la cocina, minimizando la posibilidad de hacer ruido que pudiese despertar a alguien. Tras sacar una taza y una bolsita de té, comencé a prepararlo muy concentrada. A punto de remover las hierbas en la taza con el agua caliente, paré en seco al escuchar la puerta corrediza, que conectaba el salón con el patio, abrirse.

Una sombra deambuló rápida por la ventana de la cocina por lo que sin tan siquiera pensarlo agarré lo primero puntiagudo que pillé: el cuchillo de la mantequilla.

¡Genial! Sería súper útil contra alguien que se había colado en casa. Me di un cocotazo mental por mi estupidez. En mi defensa diré que desconocía el paradero de los cubiertos y tampoco era plan de perder tiempo buscando algo más afilado entre las decenas de cajones.

Al sentir la proximidad del intruso, me escondí tras la fina pared que separaba la cocina del salón, agarrando con tanta fuerza el utensilio que mis nudillos se volvieron completamente blancos.

<<A zurrar se ha dicho>>.

Cuando lo consideré oportuno y creí que estaba lo suficientemente cerca, me abalancé. Pensé que ya era mío, que lo tenía.

Nada más distante de la realidad. ¡Qué equivocada estaba!

Dos grandes manos agarraron mis muñecas, impidiendo el movimiento en ellas. El cuchillo mantequero se quedó a escasos centímetros de su cara. Para apartarlo, me hizo girar hasta quedar con mi espalda pegada a su pecho. No tenía la intención de apuñalar a nadie si la situación no lo requería. Tampoco me ayudaba a asustar a nadie... ¡Era un puto cuchillo de la mantequilla!

El sujeto se inclinó para susurrarme entre dientes:

—¿Qué crees que estás haciendo?

Un escalofrío puso cada uno de los vellos de mi cuerpo en tensión. ¡Joder! ¡¿Tenía que ser él?! Hubiese preferido tres mil veces más que verdaderamente fuese un ladrón.

Como pude, me deshice de su agarre para mirarlo de frente y dejar de sentir esa cercanía. Una de sus espesas, pero delineadas cejas, estaba alzada..., expectante de una respuesta que no le daría. ¿Qué mierda le importaba lo que estuviese haciendo?

—¿Y tú? ¿Qué estabas haciendo tú?

No tuvo que responder porque percibí un gran intenso olor a tabaco. Su gesto se tornó igual al mío de <<¿y a ti qué te importa?>>.

Observó la taza de té humeante sobre la encimera de la cocina para luego repasar el pantalón de chándal gris y la camiseta de tirantas negra que usaba para dormir, bajo la que no llevaba absolutamente nada. Simplemente, ¡mierda!

Él tragó duro al darse cuenta y para evitar su mirada, me crucé de brazos. Tras volver a mirar la taza, preguntó:

—¿No puedes dormir? —negué lentamente—. Yo tampoco.

Le dejé atrás para recoger la taza y beber lo más rápido posible. Caín, tras varios asentimientos, habló:

—Te debo una disculpa —arrugué el entrecejo y me giré para encararlo— por lo de anoche. No debí decirte aquello, estuvo fuera de lugar.

—Pues sí, estuvo fuera de lugar —apuntillé seriamente.

A punto de marcharme, me agarró de la mano para impedir mi huida. Sonrió de lado.

—No hay más que mirarte unos segundos para saber que no tienes nada que ver con esas chicas —asentí no muy convencida de lo que estaba diciendo. Casi me atraganté con el té. ¿Eso era un cumplido?

Agachó la cabeza hacia el agarre que aún tenía sobre mi mano, acarició la palma con sus dedos y se fijó en el cuchillo mantequero que aún no había soltado.

—¿Se puede saber qué pretendías hacer con el cuchillo de untar? —sonrió ampliamente. Y sinceramente, se me cayó el alma a los pies. Era la sonrisa más bonita que había visto.

No sabía qué responderle porque ni yo misma sabía que había pretendido hacer con ese utensilio, por lo que me encogí de hombros desinteresadamente.

Unas asquerosas cosquillas nacieron en la zona baja de mi vientre cuando su pulgar continuó con las caricias sobre mi mano. Como no podía dejar que esto continuase, me solté bruscamente y me terminé la taza de dos sorbos que abrasaron mi garganta. El dolor no me molestó, necesitaba escapar de ahí cómo fuese.

De nuevo, cuando estaba a punto de subir las escaleras, me volvió a agarrar, pero esta vez del brazo.

<<¡Qué pesado!>>.

—Ya que convivimos, lo mejor será... —comenzó a decir, aunque lo corté.

—Sí, sé lo que vas a decir. Evitarnos. No te caigo bien, tú tampoco eres santo de mi devoción. Es lo mejor.

En lo más profundo de mí, sentía que no era lo que quería, pero sí lo que necesitaba. Aunque era un grano en el culo, su presencia me calmaba. Era lo mejor, cortar en seco ahora antes de que fuese demasiado tarde.

Caín frunció el ceño y torció el gesto. Finalmente, acabó asintiendo. Soltó de inmediato el agarre que me retenía. Por su gesto, pude averiguar que no estaba acostumbrado a que le rechazasen.

—Entendido.

Salió a grandes zancadas de la estancia, dejándome sola en la oscura sala. Me mantuve en el inicio de las escaleras, analizando la mierda que acababa de ocurrir.

Con paso ligero, llegué hasta mi cuarto para evitar un cruce de cables que me hiciese buscarlo y averiguar cómo acabaría la propuesta que minutos antes le había interrumpido.

🗡🗡🗡

Por si quedaron dudas, el té no me ayudó una mierda esa mañana, ni tampoco las consiguientes. No pegué ni un ojo en esas dos horas que habían faltado para que sonase la alarma. Es más, me había sentido incluso más frustrada que antes.

La semana apenas acababa de terminar y pude comprobar de primera mano que el pelinegro se había tomado en serio mi petición. Ni siquiera le había visto el pelo. ¿Había hecho lo correcto?

Sin lugar a dudas.

No le daría más vueltas a un tema que ya estaba zanjado. Lo hecho, hecho estaba.

Tras el aviso de una notificación, comenzaron a llegar muchos más. El móvil no dejaba de vibrar bajo el peso de todos los mensajes recibidos. Me hubiese encantado ignorarlos si no fuese por el tic que se había apoderado de mi ojo izquierdo con cada alerta. Necesitaba acabar con aquella feria para no perder la poca salud mental que me quedaba.

¿Qué te pondrás para esta noche?

Era Maddie. Hacía un par de días que había conseguido el número de teléfono que mi tía me había asociado al móvil. ¿El cómo? Ni puta idea. Lo achaqué a que era periodista. Volví a releer su mensaje.

¡Mierda! ¡La fiesta!

Me había olvidado por completo de su invitación a la fiesta que hacían sus amigos en el viejo roble. Se me hacía imposible decirle la verdad, pero como si me conociese de toda la vida, escribió:

Se te ha olvidado, ¿¿¿a que sí????

Sí, lo siento.

Pero bueno, la decisión

es simple. Vaqueros

y camiseta están bien.

De eso nada, monada.

¿Qué propones?

En media hora estoy ahí.

Apenas habían transcurrido un par de días y ya me consideraba como una gran amiga. No sé si se debía a su necesidad de querer amigos, a su alto nivel de confianza en las personas o a si de verdad le había caído bien. Suponía que sería la última, pero ¿quién sabe? Desde luego, yo no sería quien le llevase la contraria porque la chica verdaderamente era maja. Y su pasado había removido tanto mi estómago que la sentía como a una igual.

Habíamos compartido mucho en muy poco tiempo, aunque había omitido ciertos aspectos de mi pasado que me gustaría que siguieran ahí.

A veces nos miraba y pensaba: ¿cómo, a pesar de habernos destruido, hemos sido tan fuertes y valientes para seguir adelante con el mentón alto? Era digno de admirar y yo misma era capaz de reconocérnoslo.

Actualmente, Maddie vivía con su madre y su senil abuela. Su padre la había abandonado cuando era una cría. Según me explicó, ayer fue el aniversario del fallecimiento de su padre biológico, mi nueva amiga no pudo evitar desmoronarse en mis brazos, lo que me llevó a pensar que estaba tan mal que prefería contárselo a una recién conocida que a alguno de sus amigos.

A sus cincos años de edad, su madre se vio obligada a echarlo de casa por su fuerte y constante drogadicción. Al parecer, el sueldo de la madre y las pequeñas ayudas de su abuela apenas les llegaba para sustentarse mientras su padre se pasaba el día colocado. Los pocos medicamentos que se podían permitir iban dirigidos a las leves enfermedades que Maddie solía padecer de pequeña y el cabrón de su padre decidía que eran buenas para drogarse.

El día que Gina —la madre de Maddie— lo echó de casa, le robó la hucha con forma de cerdito a su propia hija, la cual le había regalado para guardar las propinas que ganaba trabajando sin parar, así le enseñaba a su hija la importancia de ahorrar. Él lo empleó en lo mejor que les pudiese haber pasado —a mi parecer—, acabó con su vida inyectándose grandes cantidades de heroína en vena.

Al poco tiempo fue encontrado en un piso de ocupas, la vecina avisó de que a través de la ventilación le llegaba un olor a podrido. Días después, avisaron a su familia. Gina Tomford no pudo evitar sentirse culpable de la muerte de su difunto marido ya que tal vez, si no lo hubiese echado, aún seguiría vivo. Ella, a pesar de todo, seguía enamorada de la persona que él había sido, pero no iba permitir que nada le pasase a su hija.

Aunque ahora estaban haciendo frente a numerosas complicaciones como la deuda que ese malnacido les había dejado a manos de Ramsey y el pago de los medicamentos de la enfermedad de su madre, eran mujeres muy fuertes y admirables que conseguirían salir adelante como una familia de fuertes pilares.

Y es por ello que verdaderamente la sentía como a una igual, porque de alguna manera me sentía identificada: una familia desestructurada y un padre problemático, mucho de hecho.

A esa chica de ojos y pelo castaño de piel morena, ya la consideraba parte de mi familia. En cierto modo, me recordaba a las ocurrencias de Leslie. ¡Cómo añoraba a esa rubia! Estaba deseando que le dieran el alta para verla cuanto antes. Mi compañera de cárcel no tenía muy claro qué haría ahora con su vida, pero sí sabía que quería vivir, salir al mundo y descubrir todo lo que se había estado perdiendo mientras se rehabilitaba.

Volviendo a la realidad, me di cuenta que había pasado bastante tiempo sumida en mi cabeza. Debía ducharme antes de que llegase Maddie para hacer su magia porque con estos pelos electrocutados no me dejaría salir.

Cuando me terminé de enjabonar y aclarar con agua, salí del baño para vestirme con una camiseta gris oversize que me llegaba a no más de la mitad del muslo. Apagué la luz del pasillo porque veía un gasto innecesario dejarla encendida, aunque de igual manera el señor Darkrow podía permitirse tener todo el tiempo que le diese la gana la luz encendida, a juzgar por el casoplón. Veía lo justo y necesario para llegar a mi habitación, hasta que algo se interpuso en mi camino. Algo muy duro con lo que mi hombro se había chocado y que portaba una respiración densa y caliente que suspiraba en mi oreja.

Una fragancia en la que predominaba sobre todo la menta, pero que también contenía resto del humo del tabaco. Al principio, me sorprendí un poco porque pensaba que no había nadie en la casa. Por alguna extraña razón, mi subconsciente se relajó, como si se sintiera segura a su lado.

—Deberías tener cuidado cuando apagas las luces. Nunca sabes lo que te puedes encontrar —soltó con misterio una voz ronca.

Caín sí que sabía cómo provocarme.

—Si alguien debe tener cuidado, ese eres tú. Pero sobre todo tu novia Lía. —Si bien no pretendía que fuese una amenaza, sonó como tal.

A pesar de la oscuridad que nos rodeaba, pude notar como sonreía endemoniadamente.

—No es mi novia —aclaró con sorna—. ¿Estás celosa? —preguntó ladeando la sonrisa de forma descarada.

—¡Pero qué gilipolleces hablas, Darkrow! Por supuesto que no.

—No te mientas. Ambos sabemos, y es evidente, que te atraigo.

—En la puta vida —sentencié entre dientes muy cerca de su cara.

De repente, la luz volvió y Caín que hacía unos instantes había estado prácticamente suspirándome en la nuca, ahora estaba a dos metros de mí.

—Eh, chicos. Maddie está aquí.

Judas señaló con el pulgar a sus espaldas, donde sobresalía la cabeza de mi amiga, expectante de la situación. Ambos nos miraban con los ojos muy abiertos y una mueca muy extraña en la boca, parecía... ¿una sonrisilla?

—Estaba aporreando la puerta como una posesa —se burló el hermano mediado de los Darkrow, recibiendo una aniquiladora mirada de mi amiga.

Me daba la sensación de que estos dos se traían algo raro entre manos, no había más que verles las caras de panolis para darse cuenta.

—Apartad. Tenemos cosas que hacer.

Maddie cruzó los pocos metros que nos separaban en el pasillo, chocando las numerosas bolsas que llevaba en la mano con los hermanos al pasar. Iba... realmente iba muy cargada.

—¿A dónde vais? —preguntaron ambos hermanos con interés. Esperaron pacientemente la respuesta mientras Maddie y yo nos mirábamos cómplices.

—¡No os importa una mierda!

Si nos sorprendimos por la conexión mental para decir aquello en el mismo instante, no dejamos que se notase. Los Darkrow nos observaron con recelo.

La periodista del salseo me agarró la mano para después andar a grandes zancadas hacia la que creía ella que era mi habitación. Lo que mayormente la diferenciaba era su puerta blanquecina. Tras cerrarla, no pudimos evitar reír a carcajadas.

—Eso ha sido... —comencé diciendo.

—Alucinante —terminó de decir ella.

—Bueno, ¿y qué te traes con Judas? —lancé sin pudor con una ceja alzada. Ella abrió los ojos desmesuradamente, la pregunta le había pillado desprevenida.

—¿Y tú con Caín?

<<Touché>>.

Qué tuche ni tuche.

—Nada, no nos soportamos —me encogí de hombros con plena indiferencia—. Literalmente, todo se reduce a eso.

—¡Ya, claro! —soltó en tono burlesco—. Entre Judas y yo no hay nada. Vaya, nada más que... Un beso. —Abrí los ojos como si fueran dos luceros. Eso no me lo esperaba—. Sucedió hace un par de veranos en un verdad o reto, éramos unos críos. Desde entonces, el ambiente es un poco tenso —se encogió un poco sobre sí, como si recordase algo que marcó un antes y un después en la relación con aquel chico, pero no me pasó inadvertida la sonrisita ladina, cierto brillo en los ojos...

—Te gusta.

—No —alzó el mentón un poco sonrojada—. Bueno, sí. Sí que me gusta —sonreí como una tonta, mientras asentía asegurando que me había dado cuenta.

Tras dar varias palmadas al aire para captar mi atención, expuso:

—Bueno al lío, que tenemos cosas que hacer.

Vació todo el contenido de las bolsas encima de mi cama, la cual pasó de ser una cama con ropa a una ropa con cama. ¡Qué barbaridad! ¡Había decenas de prendas y maquillaje!

—¿Has atracado el centro comercial antes de llegar? —ironicé al ver el desmadre.

—¡A callar! Busca cosas que te gusten. Y te alejas de los pantalones de chándal y de las camisetas oversize, y reza porque no esconda las Converse.

Esto último me horrorizó.

—Pero, ¿qué problema tienes con mi ropa?

—¡No vas a ir de vagabunda! Tienes unas piernas y curvas maravillosas. ¡A lucirlas se ha dicho que estás pivón, chica! —rebuscó entre la ropa, y luego me lanzó una chaqueta negra, una camiseta que ni idea tenía de qué era esa cosa y unos vaqueros cortos azules—. ¡Hala! ¡A vestirse!

—¿Qué se supone que es esto? —extendí la prenda de tirantes ajustada con algún tipo de alambre interno. No parecía incómodo, sino algo peor.

—Chica, ¿pues qué va a ser? —agrandó los ojos y luego arrugó el gesto—. ¿De verdad no lo sabes? —negué de forma aniñada. No tenía ni puñetera idea, no es como que hubiese mucho de esto en el centro psiquiátrico—. Es un top-corsé.

Una hora después de haber escuchado a la periodista haciendo un recopilatorio de todos los tipos de tejidos, estructura y prendas con diseños extraños, estábamos listas. Maddie se había esforzado mucho en hacerme un cambio de look.

Me miré en el espejo y vi que realmente había obrado un milagro. Llevaba el pelo negro completamente liso, llegando hasta el hombro. Gracias al cielo no me había dejado la cara como una muñeca pepona, sino que se había limitado a algo sencillo: ojos delineados, un poco de contorno y colorete, y un labial granate. Este último resaltaba en el tono claro de mi piel. El outfit quedaba genial con las Converse negras, aunque Maddie había intentado endosarme las botas de tacón alto, pero me había negado en rotundo. Mi pretexto fue: <<¡Pero si vamos al bosque!>>. A lo que ella me había contestado: <<¡Cualquier sitio es bueno para unas botas de tacón alto!>>. En fin, que me gustaba el reflejo que me devolvía el espejo aunque no pareciese yo.

Esta mujer aún no me había dicho cómo tenía pensado llegar hasta el roble. Y no pude evitar preguntar:

—¿Cómo se supone que tienes pensado llegar hasta allí?

—Gran pregunta la tuya —soltó una risilla y se retorció las manos de forma nerviosa. Empezábamos bien—. ¿Andando? —volví los ojos sin poder creerlo.

—¿Os llevamos?

La pregunta salió de la nada como si fuese el niño Jesús, o más bien, el niño Judas. Este había salido de nuestras espaldas, agitando las llaves de su BMW en nuestra jeta. A su lado, Caín me escaneaba sin escrúpulos como una impresora con una gran sonrisa destructora de bragas. Me estaba poniendo nerviosa. Parecía que se iba a sacar los ojos y a dármelos como ofrenda.

—No —soltamos a la vez mientras nos mirábamos. Ni loca me montaba en un coche con Caín. Y parece que ella tampoco estaba por la labor de ir con Judas.

—Como queráis, pero hay dos horas andando —expusó Caín que parecía que había recuperado el habla.

Judas comenzó a salir de casa agitando las llaves en el aire, de forma provocadora. Maddie y yo nos miramos con los ojos achinados. Tal vez era el momento idóneo para enterrar el hacha, al menos el tiempo que durase un viaje. Finalmente, la periodista se dio por vencida.

—Está bien. Vamos con vosotros.

—A lo mejor ha caducado ya la oferta... —dejó caer el pelinegro con la malicia reflejada en su rostro.

—Ni que fueran los cupones del super —puse las manos en la caderas con gesto desafiante—. No te vamos a rogar, Darkrow —corté en seco. Ya se estaba colando.

Él levantó la ceja, y pude ver cómo un deseo cruzaba su rostro. Suponía que nada bueno. Lo pasé de largo, alcanzando a Maddie. Para mí, no existía.

<<Ya te gustaría a ti, rica>>.

Eres un incordio.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top