4. SOCIOPATH

"That you just went about your day and didn't even shed a terapia.

I feel bad you don't feel bad, sad you don't feel sad.

But I'm the last to help a crazy bitch that goes behind my back.

I didn't know you were a sociopath".

~ Bryce Fox.

Estaba horrorizada con la sola idea de afrontar los dilemas juveniles, las parejas cutres, los exámenes, los deportistas con aire de superioridad, las chicas malvadas con uñas de plástico..., todo ello resumía perfectamente el concepto de instituto. No lo sabía por experiencia —la única escuela que había conocido era la del Centro psiquiátrico—, sino porque esa mañana lo había buscado en el famoso Google con el móvil que me había regalado tía Beth junto a unos pequeños auriculares. Me había explicado las cosas básicas: llamar, escribir, hacer fotos, escuchar música conectada a los pequeños chismes aquellos, buscar información en Internet... Pensaba que me resultaría más difícil el manejo, pero me había adaptado considerablemente bien.

El plan para el primer día de clases era simple: pasar desapercibida. Era una gran idea como comienzo, pero fue inútil cuando puse un pie en la entrada. Nadie —excepto yo— iba ataviada en todo un conjunto de ropa negra; desde deportivas, pasando por vaqueros y llegando a una camiseta de tirantes que alzaban un poco mis pechos. No hubo ni una sola mirada que no se posase de forma crítica en mi cuerpo.

<<¡A la mierda el plan!>>, vociferó Kiki en mi cabeza, casi provoca que se me fría el cerebro. Y sí, le había puesto nombre porque ya formaba parte de mí, que menos que asimilarlo.

Relájate, o conseguirás que me explote el cerebro.

<<Rilayate, blah blah blah>>, murmuró con sorna.

Qué madura.

<<Exclamó la que habla con voces>>.

Touché.

En ese preciso instante, me planteé si volver al Centro Psiquiátrico sería mejor opción que pasar aquí un día entero aguantando estas miradas de mierda mientras me quedaba paralizada, relatando con la petarda de mi cabeza. Una única persona en mi vida había conseguido que quisiera escapar: ya no vivía para contarlo.

Me limité a recordar que había superado cosas peores, por lo que mi campo de visión se reduciría al efecto túnel con el mentón bien alto. Para sofocar el bullicio exterior, me coloqué los auriculares. De este modo, evitaría escuchar los mal intencionados cuchicheos. Aunque las canciones de Bryce Fox no diluían mis instintos agresivos; es más, los alimentaba con creces.

Tal y como tía Beth me había sugerido esa mañana, fui a secretaría por el horario y la llave de la taquilla. Me sumergí en los pasillos buscando la oficina correspondiente y tras diez minutos de exploración exhaustiva en los que evitaba chocar con los alumnos, di con ella.

La señora de no más de cincuenta años que atendía el mostrador levantó la cabeza de los papeles que estaba hojeando.

Sus grises y arrugados ojos fijaron su mirada en mí, mostrando una forzada sonrisa. La tirantez de sus pómulos reflejaba la absoluta falsedad.

—¿Qué se te ofrece? —preguntó con tono hosco.

—Vengo por mi horario y la llave de la taquilla —respondí con una seriedad cortante—. Megara Kyteler.

Su gesto se vio reemplazado por uno de sorpresa y puro terror. Ni que fuera Hannibal Lecter.

—Enseguida —soltó con menos prepotencia. No me pasó desapercibido el tono nervioso y más amable.

Con dedos ágiles, tecleó algunas cosas en el ordenador. Minutos después, la impresora blanca comenzó a escupir varias hojas a una velocidad de escándalo. Me tendió lo que había venido a buscar, su mano temblaba. ¿Qué tanto miedo daba?

—Los libros de textos están dentro de la taquilla.

Asentí a modo de respuesta y me perdí de su vista para evitar que le diera un colapso. ¿Qué tanto miedo daba?

Sin mucha dificultad conseguí hallar la ubicación de mi taquilla para —como había comprobado en el horario— tomar el libro de anatomía, asignatura que daría a primera hora.

Tampoco me llevó mucho tiempo encontrar la clase, agradeciendo en parte a mi mente trastornada por tener tan buen sentido de la orientación. Aunque la hoja de guía que habían dejado en la taquilla no estaba nada mal.

Al llegar al marco de la puerta, pensé que sería la primera en llegar, me desconcertó saber que no. La mayor parte de la sala estaba ocupada, por lo que decidí ir hasta la última fila posible. Allí quedaban muchos huecos libres, y en uno de ellos posé mi lindo culo.

Pese a que los auriculares insonorizaban realmente bien el exterior, me extrañó no escuchar el bullicio de los estudiantes de fondo, por lo que cuando alcé la cabeza, que la había tenido metida en la pantalla, comprendí el porqué de aquel silencio.

Una figura imponente me observaba desde al menos un metro ochenta de altura, con una ceja alzada y los carnosos labios apretados en una fina línea. Alguien no estaba de buen humor...

—Ese sitio es mío, chica nueva —señaló con la barbilla la silla en la que estaba sentada.

Su voz me puso los vellos de punta. ¿Por qué mierda tenía esa asquerosa reacción en mí? Me sentí un poco tonta al pensar que mi presencia le intimidaría tanto como al resto, gran sorpresa al ver que no.

Me hice la loca buscando por la silla y la mesa.

—Mm, ya. El problema es que aquí no hay ningún nombre —le solté volviendo a sentar mi culo en la silla, tirando la mochila en la mesa y cruzándome de brazos. El resto de la clase nos miraba disimuladamente, o al menos, lo intentaban. Definitivamente, la niña del exorcista tenía mejor curriculum que estos en el arte del disimulo.

—La primera y la última vez, Kyteler —sentenció con una sonrisa de superioridad.

Obviamente, yo no podía ser menos.

—Eso tendrá que verse, Darkrow —sonreí de forma maliciosa. Mi famoso guiño de tocapelotas tampoco podía faltar.

No dejaría que tuviese la última palabra, mi orgullo no me lo permitía.

En respuesta, me dedicó una severa mirada y asintió tan levemente que la única que pude apreciarlo fui yo. Intuía que acababa de entrar en su retorcido juego personal y nada me parecía más interesante.

En ese momento, llegó el profesor, un hombre entrado en la vejez con cabellos grisáceos y mirada castaña.

—¡Venga, chicos! Los que estáis de pie, id tomando asiento.

Los estudiantes observaron los huecos libres alrededor de Caín y de mí con cobardía. ¡JA!

—La chica nueva que se ponga en pie y se presente ante la clase.

¡¿En serio?! ¡Ni que estuviéramos en parvulario! Si alguien no sabía ya de mi existencia debía tener muy poca vida social. De todas las maneras posibles, iba a destacar tanto si me quedaba sentada como si no; qué menos que aprovechar la oportunidad para mandar un mensaje.

Me levanté de la silla con parsimonia. Vaya. Puta. Mierda.

—Me llamo Megara Kyteler. Y no muerdo a nadie —dije tras ver que nadie decidía sentarse muy cerca—. A no ser que me toquen los cojones. Eso es todo, muchas gracias —terminé diciendo mientras observaba de forma directa a Caín, quien se encontraba expectante a cada uno de mis movimientos. Cuando terminó de analizar mis palabras, alzó la ceja derecha de su hermo... asqueroso rostro.

El profesor intentó con una mirada reprochar mis modales, aunque ambos sabíamos que lo acobardaba tanto como al resto de la clase.

—Bien. Comencemos la clase.

Dio una palmada para llamar la atención estudiantil que se había quedado focalizada en observarme con horror ante la subliminal y potencial amenaza que suponía mi persona.

¡Vaya idiotas! ¡Si soy un cacho de pan!

🗡🗡🗡

Pensé que conforme pasaba la mañana, el resto de alumnos de Darksville School se adaptarían a que rondara los pasillos.

<<Pues iba a ser que no>>.

En el poco tiempo que había transcurrido en la mañana había averiguado muchas cosas. Como que la cafetería era un campo de batalla, el peor lugar donde podía ir, pero allí estaba, intentando pasar desapercibida en la multitud de la cola para comprar una mísera fruta a la que hincarle el diente.

Desde aquella ubicación se podía apreciar perfectamente cómo los estudiantes se subdividían en pandillas. Aquello parecía una parodia cutre de High School Musical.

En la mesa ubicada a la esquina de la izquierda estaban los denominados nerds o empollones, aquellos que destacaban por sacar muy buenas notas, pero que en lo referente a las relaciones sociales eran pésimos; sólo se sabían entender entre ellos. O al menos, eso me había explicado una chica que pasaba por allí a la que le había preguntado. Se mostró muy amable si bien por respeto o por miedo.

La mesa contigua a la anterior estaba repleta de los denominados góticos o punkies. Aunque no estaba segura de si era apropiado el término. Iban vestido de negro y tenían peinados muy extraños.

Ubicados cerca del centro estaban los del club de lectura y arte que parecían complementarse bien juntos. Algunos leían y otros dibujaban en sus cuadernos de bocetos.

La mesa centro-derecha estaba formada por los encargados de la revista del instituto. Por lo que le había oído decir a la chica, publicaban todos los salseos. Allí, riendo junto a una chica de cabellos pelirrojos, estaba Maddie, la morena a la que mi tía saludó en la cafetería. No esperaba verla perteneciendo a ese grupo; las apariencias engañaban, supuse.

Y finalmente, en la extrema derecha —casi parecía que estaba hablando de política. Aunque pensándolo bien... Sí que era política, pero estudiantil—, el grupo de los deportistas. Incluso el camarero que pensaba que me estaba fotografiando el otro día cuando llegamos al pueblo estaba allí sentado riendo mientras una chica jugueteaba con su pelo. No me sorprendió ver junto a él a los hermanos Darkrow. No sabía si describirlo como el grupo de los deportistas o el de los atractivos. Tampoco me extrañó ver a una chica rubia con el pelo más quemado que una cerilla, encima de Caín. Claramente, las animadoras no podían faltar.

Para mi disgusto y molestia, los estudiantes aún no se habían cansado de mirarme, podía notar las miradas abrasadoras quemando mi piel. Pero sólo tenía que aguantar un poco.

Cuando llegó mi turno, tomé rápidamente una manzana y le pagué a la cocinera de gesto sombrío que estaba cobrando tras el mostrador.

Estaba a punto de salir de aquel campo de guerra, hasta que alguien decidió obstaculizar mi paso hacia la puerta de salida. No era ni más ni menos que la misma rubia que minutos antes había estado sentada sobre el regazo de Caín. Era esbelta, aunque su delgadez le aportaba esa cualidad. Su falda rosa chillón me cegaba y el top blanco no cubría mucho más que sus pechos. Sus oscuros ojos me estudiaban, al igual que hacía yo. Su boca carmesí —el labio inferior más grueso que el superior— formaba una mueca de asco. Tenía los agujeros de la nariz un poco dilatados, gesticulando su molestia. Era demasiado perfecta por lo que no tardé en descubrir que era operada al ver las pequeñas e imperceptibles cicatrices.

No era fea, pero algo me decía que lo peor residía en su personalidad. Superioridad, era lo que susurraba esa voz de mi cabeza que tan certera era, y no pude estar más de acuerdo.

—¿No te da vergüenza volver a este pueblo después de lo que hiciste?

<<Cierrale la boca con un puñetazo a esa perra>>, vociferó una rabiosa Kiki en mi cabeza.

Cerré los ojos instantáneamente, haciendo uso de todo mi autocontrol para no patearle la cabeza allí en medio. No podía permitirme ningún desliz, bien era sabido que el primer mes fuera del psiquiátrico era de prueba. No permitiría que mi libertad se viese afectada, mucho menos por una donnadie.

<<Te ha humillado frente a todo el instituto. ¡Haz algo!>>.

No.

Al abrir de nuevo los ojos, pude sentir la rabia recorrer todo mi cuerpo y ante el gesto de suficiencia de aquella chica, conseguí estabilizarme sin recurrir a ningún movimiento drástico. Ante mi control, ella agrandó los ojos un poco, aunque los achinó para disimular el gesto sorprendido. En su expresión no había miedo, pero se sentía amenazada. La pregunta indicada era...¿por qué?

—Lia —reprendió Caín con seriedad. Ella lo miró con una espléndida sonrisa.

Jo. Der. Se sentía amenazada por él. Estaba... estaba... ¿marcando territorio? Si no me hubiese hablado habría pasado tres carajos de ellos. Pero no, ella había querido hacerse notar en la cafetería; remarcar que era la abeja reina y que Caín era su... ¿abejorro? Eso provocó que una ancha sonrisa apareciera en mi rostro.

—¿Y a ti no te da vergüenza abrir la boca? Si no te ves capaz te puedo hacer el favor de coserla. Sería un placer.

Un silencio llenó toda la cafetería, a excepción del conmocionado y leve "¡uhh!" .

La cara de la chica se crispó de pura furia, casi podía percibir el humo que expulsaba por la nariz y el rojo de su cara.

Por mi parte la conversación quedaba zanjada, así que pasé por su lado chocando mi hombro con el suyo, simplemente para hacerle rabiar más si podía. Sin embargo, decidió montar el espectáculo de su vida cuando la vi desestabilizarse tan falsamente hasta caer al suelo.

<<Te dije que había que pegarle. Total, si al final ha acabado en el suelo>>.

¡¿En serio?!

No sé por qué me sorprendía, obviamente no era trigo limpio.

<<Globo de Oro a esta chica, por favor>>.

Desde luego que sí.

Ella comenzó a lloriquear.

—¡Me ha empujado! ¡Está loca! ¡Seguro que me quiere matar!

<<Esta sí que necesita un psiquiatra>>.

¿De dónde le nacería esa necesidad de atención? ¿Familia? Tal vez.

Me agaché a la altura de su rostro, haciendo enmudecer a todos los estudiantes allí presentes, casi pude notar como se les cortaba el aliento. Di un sonoro mordisco a la manzana, que resonó a través del silencio como el quebramiento de un cuello.

—Eres patética —escupí en su cara antes de escapar con paso tranquilo de la cafetería.

No sabía muy bien hacia dónde iba hasta que di con las gradas del campo de fútbol para sentarme, tener un poco de paz y terminar con la manzana. No había casi nadie, a excepción de los yonquis ensimismados que tenía a unos cincuenta metros. Estaban en su mundo, ni siquiera se habían percatado de mi llegada. Por un momento y sólo por un momento, estaría sola. O al menos eso pensé, hasta que vi unas deportivas Nike moverse hasta mí.

—¡Hola! —saludó Enoc tímidamente.

El chaval aparentaba ser buen chico, pero la vida me había enseñado a observar antes de confiar.

De una manera un poco brusca y para nada educada, le devolví el saludo con un gesto de cabeza. Por su parte, decidió ignorar mi feo movimiento diciendo:

—Sólo quería decirte que Lia es una cabrona y que no le eches cuenta. Es una niña mimada de papá alcalde que sólo busca la atención de mi hermano.

Con que la hija del alcalde... No me sorprendió. De igual modo coincidía con todo lo que había dicho. Falta de cariño, seguro.

¿Enoc había venido hasta aquí nada más que para eso? ¿Para hacerme sentir mejor?

—Gracias. —Su cara mostró cierto asombro ante mi capacidad para hablar—. ¿Por qué? —frunció el ceño, no entendía la pregunta—. ¿Por qué has venido hasta aquí para contarme esto?

—Porque en el fondo no creo nada de lo que se dice por ahí sobre ti. Y ya que vivimos juntos no te vendría mal un amigo —levanté la ceja izquierda, inquiriendo saber qué quería decir con eso—. No, no... E-Eh, no quiero decir que necesites amigos ni nada de eso sino... Bueno más bien que estaría bien que pudiésemos hablar...

¡Ooh!, me parecía tan mono, se había incluso sonrojado. No tenía nada que decidir; desde el momento en que le vi viendo esa película cuando llegué y sus ansias de palomitas supe que me caería bien.

<<Sí, se ve buen chico>>.

—Vale.

¿Por qué no? El chico se había atrevido a hablar conmigo tras haber escuchado las barbaridades que sus compañeros de clase habrían soltado. Los tenía muy bien puestos.

—¿Vale?

Lo único que reinaba en ese angelical rostro era la sorpresa. Esto me aclaró que nada bueno se había dicho de mí.

—Mmm, sí. Vale —reí al ver su cara de asombro—. ¿Qué mierda pensabas que te iba a hacer? No es como que te fuera a comer.

Era agradable socializar con alguien que no fuese ni mi tía ni Leslie.

—Bueno, tenía cierta esperanza en que eso no sucediese —rio abiertamente—. Los rumores son escalofriantes.

—¿En serio? ¿Y qué dicen?

No es que me importasen, aunque sentía cierta curiosidad.

—Primero de todo, quiero destacar el hecho de que no sé quién los ha iniciado, pese a que me lo imagino. —Teniendo en cuenta el encontronazo que acababa de tener, también lo podía suponer. Asentí rápidamente, insistiendo en que comenzase a hablar—. He oído de todo, pero de lo que más se habla es que... a-asesi... Asesinaste a un crío —hizo una pausa para tragar saliva gruesamente y continuó—, y a toda su familia; luego te mandaron a un loquero. Y también dicen que los últimos asesinatos que se han estado dando en los alrededores del pueblo, han sido obra tuya.

¿Últimos asesinatos?

—Ajá, ya veo. Me han puesto a caldo. Lo de la familia mejor ni te cuento y en cuanto a lo otro, déjame aclararte que no tengo ni pajolera idea de quién es ese asesino. Pero sí te puedo asegurar que yo no soy; como comprenderás, salí del loquero hace un par de días. No me ha dado tiempo ni a pestañear.

Enoc asintió en comprensión, asimilando el golpe de información.

—¿Qué se sabe de esos asesinatos?

—Pues que dos chicas han aparecido muertas en el pueblo más cercano, en dirección norte. La policía no ha dado muchos detalles, aunque se rumorea que la escena del crimen era muy descabellada. Lo están ocultando tan bien que ni siquiera la prensa ha averiguado más que eso.

Tía Beth no me había comentado nada.

—Vale. Quiero dejar una cosa muy clara: si cualquier cosa que diga sale en alguna revista de cotilleo, te juro que te haré la vida imposible.

—Joder, tía. Das verdadero yuyu —abrió los ojos desmesuradamente para luego acabar riendo. No pude evitar sonreír, sus dramáticos gestos eran realmente graciosos—. Pues ahora, yo te dejo claro que no pienso hacer ningún tipo de pacto de sangre, ni cualquier otra cosa que se le parezca.

¿Espera qué?

—¡Puaj! No, qué asco. Por la santa madre, no.

Él asintió conforme, pero le hizo gracia mi forma de expresarlo.

Me acomodé en los asientos de las gradas subiendo los tobillos a la silla delantera y guardando las manos en los bolsillos. Un frío metálico rozó mis dedos. El llavero.

Lo saqué y se lo mostré para contonearlo en el aire.

—¿Es tuyo o de alguno de tus hermanos?

—No, no lo había visto nunca —aclaró inspeccionándolo con la mano.

Y ahí acababan de morir mis sospechas con respecto al llavero. Si no era de ninguno de ellos, ¿quién había estado ese día allí?


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