3. PUES SI NO TENÍA SUFICIENTE CON UNO...
"El momento más solitario en la vida de alguien es cuando ve cómo su mundo se desmorona, y todo lo que puede hacer es mirar fijamente".
~F. Scott Fitzgerald.
Si la fachada ya me había enamorado, por dentro era otro mundo. Tía Beth junto a Billy, agarrados con mucho cariño, me hicieron un pequeño tour. En su mayoría, las paredes eran de un tono beige muy cálido. Se me caía la baba al observar la explosión de ambiente que ocasionaba la mezcla moderna y rústica.
Entramos a lo que parecía ser la sala de estar, donde los muebles se mostraban de una oscura madera muy bonita, con sillones de blanco tapiz y soporte de madera. A pesar de estar abducida por la gran decoración, mis ojos centraron la atención en el chico que estaba sentado en el sofá con pose india mientras veía una película y se daba un atracón de palomitas.
Al darse cuenta de nuestra presencia, se limpió bruscamente del rostro una lágrima traicionera. Estaba viendo Buscando a Nemo, un clásico de Pixar. No sabía quién era, pero ya me caía bien. No se le puede juzgar, es muy triste cuando la maldita niña con hojalatas en la boca tira los peces por el retrete.
—Te presento a Enoc.
¡Genial! Tenía un hijo. ¡Lo que me faltaba!, ¡otro hombre más! Aunque yo diría que el uso correcto del término sería crío, y no lo decía porque viera Nemo, sino porque parecía muy joven. El chaval era castaño rozando el pelirrojo, no se parecía casi en nada a su padre, ni siquiera en el color de los ojos, pues este los tenía de un castaño chocolate muy bonito. Era posible encontrarle el parecido en la forma de la mandíbula bien definida y los finos labios, pero nada más. Además, unas adorables pecas se esparcían por la parte superior de sus mejillas y su nariz.
—Enoc, ella es Megara.
Lo saludé con un gesto militar y él alzó el mentón con una sonrisa a modo de respuesta. Billy, observando tras de sí y luego al tal Enoc, preguntó:
—¿Dónde está Judas? —Ante el encogimiento de hombros del castaño, el señor Darkrow gritó: —¡¿Judas?!
¿Cómo que Judas? ¡¿Quién cojones era Judas?!
—¡Aquí! —gritó una voz masculina desde alguna parte de la casa.
En breves instantes apareció un chico de pelo ceniza —claramente teñido— por la puerta del salón. Sus ojos eran de un bonito gris combinado con azul, así como sus finos labios formaban media sonrisa. Colocados sobre la cabeza llevaba unos auriculares HIFI negros. De las dos almohadillas que tenía, solo una la tenía correctamente colocada. Suponía que para poder escuchar el sonido exterior con el otro. Entró al salón moviendo la cabeza a lo que me imaginaba que era al son de la música.
Con ambos chicos juntos se podía llegar perfectamente a la conclusión de que eran familia, pero por separados... No estaba tan segura. Aunque bueno, quién dice que no puedan ser adoptados. Eso me desmontaría completamente la historia descriptiva que había montado.
—Judas, Megara. Megara, Judas —nos presentó su padre con un gesto de mano. Bien, porque aparte de eso tenía poco que añadir. Ellos al ver mi falta de interés por conocerlos se fueron a hacer lo que tuvieran que hacer—. Salgamos al patio —propuso Billy con un ligero nerviosismo que intentaba disimular. ¿El porqué? Aún no lo había averiguado.
Al patio se llegaba a través de dos puertas corredizas de cristal enmarcadas en madera desde las que se podía apreciar gran parte del jardín. Al adentrarnos, divisé una enorme piscina en la que un cuerpo de ancha complexión y fuertes brazos chapoteaba haciendo largos. ¿Qué coño hacía ese tío ahí, nadando de noche con el frío? Cuando se dio cuenta de nuestra presencia, salió de esta y se acercó a nosotros. Si no supiese que era la vida real, pensaría que se trataba de un anuncio de colonias. ¡Vaya cuerpazo!
Sin embargo, lo más importante era, ¡¿de verdad me estás jodiendo?!, ¡¿otro hijo?! Pero... Billy, ¿qué era?, ¡¿un conejo?! Parecía que los iba recogiendo de la calle, como el que recoge flores para hacer un bonito ramo. Aunque definitivamente este era el tallo más wow. Sus cabellos ónices contrastaban con su piel olivácea, la cual estaba marcada por tinta negra que ascendía por su brazo izquierdo hasta el pectoral. Se trataban de tatuajes triviales, que para mí, carecían de sentido. Evitando demasiado observar su esculpido cuerpo, conecté con su mirada, casi perdiendo el aliento en el proceso. Una mirada agrisada con pigmentos violetas me observaban con interés y picardía. Ante mi escrutinio, sus labios carnosos mostraron una sonrisa ladina que bien podía catalogarse de suficiencia.
<<Qué guapo, pero qué imbécil>>.
Estoy muy de acuerdo.
Nunca jamás la analogía del aceite y el vinagre había tenido tanto sentido al comparar a los tres supuestos hermanos. Ni tan siquiera había similitud en los ojos... ¡Ni en los ojos! Bueno, los de Judas también eran grises, aunque no del tono de este. ¡Qué barbaridad de genética!
Había conocido a Enoc y a Judas, ambos nombres pertenecientes a la religión por lo que... ¿Quién era este? ¡¿Lucifer?!
—Este es Caín.
Pff, no jodas, ¡casi me acerco!
Asentí pues no podía hacer nada que no fuese tragar duro porque las gotas de agua no dejaban de descender por su esculpido cuerpo. Evitaba por todos los medios no recorrerlo demasiado tiempo. Aunque en uno de mis rápidos vistazos, vi algo fino y brillante que pendía de su cuello, un crucifijo simple de plata. Eso me llevó a la pregunta del millón:
¿Qué raro fetiche tenían con los nombres bíblicos?
—Es un placer, Megara —saboreó mi nombre con especial deleite, lo que provocó que un escalofrío descendiera por mi cuerpo, apenas una suave caricia. Como si hubiese percibido el temblor en mi cuerpo, formuló una sonrisa de boca cerrada.
Lo que procedió no lo vi venir hasta que tuve sus húmedos labios en mi encendida mejilla, dejándome en un estado de tensión. Noté cierta acumulación de sangre en las mejillas, así como un extraño hormigueo recorriendo mi estómago, aunque sin saber cómo, conseguí controlarlo. Era la primera vez que experimentaba tales sensaciones.
¿Qué mierda me estaba ocurriendo?
<<Según leímos una vez, ocurre cuando alguien te atrae o sientes vergüenza>>.
No ayudas.
<<O también puede ser del frío>>.
Vaya mierda de justificación. Ya te digo yo que el frío sería uno de mis mínimos problemas y que el mayor se llamaría Caín Darkrow.
Al quedarme pasmada mirándolo y hablando con la vocecilla cojonera de mi cabeza, él ladeó la cabeza con el ceño fruncido, luego negó varias veces de forma casi imperceptible. Con una sonrisa pícara y un guiño, se perdió de mi vista. Aunque no sin antes recibir una de mis espléndidas miradas desafiantes y de profundo odio.
—Bueno Megara, ya has conocido a la familia Darkrow. Los sobrinos de Billy son buenos chicos, os llevaréis bien —anunció Tía Beth, como el que arranca de cuajo una tirita pegada sobre el vello.
¡¿Qué?!, ¡¿sobrinos?! Quien se trataba de Tom Baker pasó a ser el tío Gilito.
Pues si vivir en Darksville ya iba a ser un quebradero de cabeza, no quería imaginarme en qué posición me encontraba con estos tres personajes.
🗡🗡🗡
Tras varios minutos después, mis mejillas volvieron al tono que solían tener. Tía Beth me acompañó a la que sería mi nueva habitación, situada en el ala este de la casa, subiendo una escalera de madera que sonaba muy bien cuando mis botas negras impactaban contra ella. Únicamente me conformaba con que no sonaran como las de aquel sótano.
Cuando llegamos a la habitación, esta estaba sumida en la oscuridad hasta que Tía Beth, desde el interior, accionó el interruptor de la luz. Al entrar, mis ojos pasearon rápidamente por toda la estancia, analizando cada meticuloso detalle.
Una hermosa lámpara de araña de estilo moderno iluminaba por completo una preciosa habitación que se presentó ante mí con un buen golpe de realidad.
Las paredes estaban decoradas con paneles en relieve que añadían textura y profundidad al espacio. Las ventanas eran enormes, casi del tamaño de las puertas. No me cabía la duda de que la luz natural por el día abundaría. Las puertas de vidrio daban directamente a lo que parecía ser un un balcón de grandes proporciones, las cortinas de tonos neutros descansaban a los laterales, combinando con el resto de la habitación.
El suelo, de madera clara, aportaba calidez y contrastaba suavemente con los tonos claros de las paredes y el mobiliario, el cual se formaba por una cama matrimonial con la cabecera tapizada en un tono beige claro. La ropa que vestía era mayoritariamente blanca, con almohadas decorativas de diferentes tamaños y patrones geométricos en tonos neutros. En ambos lados de la cama había mesas de noche de tiza blanca, una con un pequeño reloj y el otro con un jarrón pintoresco y una lámpara pequeña con forma de vela. Frente a la cama, reposaba un gran armario que bien podrían ser cuatro Megaras de ancho. Junto a la gran ventana había un escritorio del mismo material tizado que las mesitas de noche. Finalmente, y contiguo a este, un bonito espejo me devolvía la imagen de una chica escondida tras su sudadera negra, encapuchada y cansada de huir de los pensamientos que su mente ponía en su contra. Una chica que únicamente buscaba un poco de paz mental, cariño y descanso. Una chica de apariencia asquerosa que necesitaba un nuevo lavado de imagen para poder empezar de cero.
—¿Te gusta tu nueva habitación? No estaba segura de si estos tonos tan claros te gustarían, aunque decidí arriesgarme... —comenzó a decir de forma atropellada con nerviosismo.
La habitación era preciosa, no tenía palabras para describir lo que sentía, por lo que con un fuerte abrazo la interrumpí porque pese a todo, sabía que siempre la tendría a ella, por muy mal que las cosas marchasen. Ella siempre estaría ahí.
—Es p-perfecta —pronuncié de forma entrecortada. Entonces, fue ella quien apretó más el gesto cariñoso, creándome la satisfacción de sentir que jamás la perdería.
—Te dejaré para que puedas instalarte. Buenas noches, cariño —me depositó un beso en la frente.
—Buenas noches.
Una vez se hubo marchado, giré sobre mis talones para inundarme el pecho de la calidez y seguridad que transmitía este sitio. Y sería, al menos por un tiempo, mío.
Como de lo único que había tenido ganas al entrar era asomarme al balcón, procedí a hacerlo en aquel instante. Al empujar la cristalera corredera hacia la izquierda, una suave brisa nocturna que helaba hasta a Pingü, acarició mi rostro poniéndome los vellos de punta. Me asomé a la barandilla, brindándome unas vistas magníficas. Desde allí podía contemplar el cielo nocturno y el alumbrado del pueblo.
—Vistas de un pueblo asfixiante —murmuré para mi misma, casi de forma inaudible—. ¿Cuánto tiempo tardarás en ahogarme? —pregunté con sarcasmo al apoyarme con los codos en la barandilla de hierro negro.
Parecía ser un chiste de mal gusto el hecho de saber que Darksville era hermosa cuando sólo se apreciaba su superficie, pero también escondía cosas que no todos tenían estómago para soportar. Para algunos era un sueño. Para mí, una pesadilla.
—No creo que mucho —valoró bruscamente una voz cercana respondiendo a mi pregunta. Una voz que ya había escuchado antes y que me había provocado especial interés y que su mirada en ese instante me analizaba como a una presa—. Ten cuidado, chica nueva. Aquí nunca se sabe quién es de fiar.
<<Si este supiera...>>, murmuró la vocecilla de mi cabeza.
Pues sí. Ya me gustaría a mí ser nueva aquí.
Instintivamente seguí la grave y ronca voz que había soltado aquellas palabras, ubicando al sujeto en un balcón similar situado a la derecha. Allí estaba Caín —esta vez vestido al completo, con una sudadera gris y unos shorts deportivos—, dejado caer en la barandilla con un aire realmente despreocupado mientras expulsaba el apestoso humo del tabaco por su boca y me estudiaba minuciosamente. Parecía buscar algo en mi mirada, algo que le daba curiosidad, pero que le era imposible encontrar. Como el que intenta descodificar cartas escritas en una lengua antigua.
Tras su... ¿amenaza?, ¿advertencia?, desapareció en su habitación. En cualquier otro momento se me hubiese ocurrido alguna respuesta mordaz con la que dejarlo en su sitio, pero mi boca no había formulado nada. Y extrañamente sentí que tenía razón.
Darksville tardaría poco en asfixiarme.
🗡🗡🗡
Sin buscar el resultado, anoche me quedé dormida cuando decidí recostarme para descansar la espalda. Ha sido un sorpresa despertarme cuando estaba amaneciendo, tan siquiera había sacado de la maleta las contadas cosas de las que disponía.
La ventana, que ligeramente inundaba la habitación de luz, se teñía de unos tonos anaranjados y rosados muy hermosos. Siempre me había gustado admirar la salida y la puesta del sol. Podrían ser perfectamente mis partes favoritas del día. Con la oscuridad de la noche no pude apreciar que tenía vistas al patio, donde estaba la piscina, unos columpios y la linde del bosque.
Esta noche había sido peculiar, no había sufrido con ninguna pesadilla. ¿Qué estaba pasando? ¿Se debía a la vuelta de este pueblo de mala muerte?
Me giré sobre mis talones para tener una mejor perspectiva del cuarto; no pude evitar recordar que mi habitación del psiquiátrico no era ni la mitad de grande que esta.
Dando vueltas por la habitación descubrí que el armario estaba ligeramente abierto y como tenía una absurda manía de tenerlo todo cerrado, fui para hacer lo mismo de siempre. Por el contrario, una sospecha se cruzó por mi mente, así que decidí terminar de abrirlo. Estaba completamente lleno de sudaderas, camisetas, tops y vaqueros, tanto largos como cortos. La mayoría de ellos de tonos oscuros. Desde luego que estaba diseñado a mi estilo.
Unos leves toques tras la puerta, me hicieron llevar la vista hacia allí, para ver a mi tía asomar la cabeza por el marco de la puerta.
—¿Te gusta tu armario?
—Sí, es genial. Muchas gracias.
—Hoy tengo el día libre, así que he pensado que podríamos ir a dar una vuelta —señaló con el pulgar hacia su espalda—. Han abierto algunas tiendas nuevas de moda, peluquería... ¡Ah!, y hay una cafetería que seguro que te encantará.
—Sí, claro —respondí asintiendo. Ella elevó las comisuras de sus labios como si le hubiese tocado la lotería.
Tras ese bonito gesto, ella se marchó a prepararse y yo procedí a hacer exactamente lo mismo. Simplemente, me di una ducha ligera y pillé lo primero que vi en el armario. Lo siguiente fue bajar las escaleras con normalidad, como si no acabase de salir de un centro psiquiátrico.
Si es que eso era posible.
Estaban todos —menos el mayor—, desayunando en la cocina como si de una familia feliz se tratase mientras intercambiaban palabras acerca de cómo les iría el día. Lo que me hizo sentir fuera de lugar, los cuadros familiares en cada esquina tampoco contribuían a que me sintiera muy cómoda. Sería cuestión de tiempo acostumbrarse. Suponía.
—Buenos días —saludé intentando ser educada y a sabiendas de que esta casa para mí era territorio comanche.
Los mayores me devolvieron los saludos de una forma muy enérgica y efusiva. Sin embargo, los chicos lo simplificaron a un gesto adormilado. Por lo que puede comprobar, a algunos no les gustaba madrugar.
Cuando terminé con los pancakes que Billy había preparado, cosa riquísima que nunca había probado, le di las gracias y me dirigí sin más a la entrada principal a esperar a Beth para salir.
Era una casa enorme en la que me perdería si no fuese porque ya había realizado un mapa mental de cómo era por dentro mientras llegaba a mi cuarto. Analizaba todo lo que me rodeaba; eran unas vistas alucinantes. El bosque siempre fue lo que más me gustó del pueblo.
Mi admiración terminó cuando sentí que algo no andaba bien. Los vellos de mis brazos se erizaron de forma alarmante. Me tensé en cuanto noté que alguien me observaba. Entonces, descubrí el extraño movimiento de una silueta en la maleza cercana a la entrada del bosque, seguido de un reflejo.
—¿Estás lista para irnos? —preguntó tía Beth tras mi espalda provocando que diese un bote del susto—. Perdona cariño, no quería asustarte.
—No pasa nada.
Volví a mirar a los arbustos. Ella siguió mi mirada hasta la zona que observaba, pero...
Allí no había nada.
—¿Estás bien? Te noto alterada.
—Sí, todo en orden. Es solo que me había parecido ver algo. Será un animal —respondí intentando disimular mi nerviosismo, a sabiendas de que eso no era cierto. O tal vez, me estaba volviendo paranoica.
—Pues sí, es muy probable. Últimamente aparecen muchos mapaches de la nada. Tal vez fuese eso.
Asentí contemplando la posibilidad. Aunque no pude evitar pensar qué era lo que los empujaba a llegar hasta aquí. ¿Era hambre? ¿U otra cosa que los asustaba?
No quise darle más importancia. Subimos al coche y emprendimos la marcha al pueblo, no sin antes lanzar una última mirada escrutadora a los alrededores, buscando la pertenencia de aquella silueta. ¿Verdaderamente había sido un mapache? La voz de mi cabeza estaba en debate interno, susurrando reiteradas veces que no, que aquello que me había provocado escalofríos se trataba de otra cosa.
🗡🗡🗡
No tardamos en llegar al centro. Este se resumía en poco más de dos calles, las cuales contaban con lo necesario para sustentar las necesidades civiles, siendo esto los bares, las tiendas, las cafeterías y la antiquísima iglesia.
Paseamos por la calle más transitada, saltando de tienda en tienda. Observaba todo con mucha atención, puesto que la esencia de este sitio había cambiado realmente poco. Ese poco era el cambio de alcalde y la horrorosa fuente de piedra que había construido en la plaza central, acabando con el antiguo pajarero.
Con cada paso, mi mirada recorría aquellas calles extraídas de una película de los años cincuenta. No tenía de que quejarme, adoraba el ambiente que aportaba la carretera de adoquín. Suponía que lo salvaguardaban para mantener el patrimonio histórico.
Llegó el momento en el que perdí la cuenta de todas las tiendas que repasamos, ninguna interesante a mí parecer. Al menos hasta que llegamos a la que andaba buscando. Necesitaba un cambio radical para conseguir que la gente dejase de lanzarme miradas de curiosidad, terror e interés. Realmente variaban de una a otra, aunque la mayoría eran alimentadas por el chisme.
Al fin encontramos una tienda que me era de especial interés, Tía Beth estaba emocionada al verme centrar especial atención en algo, por lo que no tardó en llevarme hasta los interiores de aquel local.
—¿En qué puedo ayudarlas? —preguntó la dependienta con una sonrisa candorosa.
—Pues a mi sobrina le gustaría un cambio.
La mujer de mediana edad con sus cabellos teñidos en ocres, dirigió su cristalina mirada hacia mí:
—¿Tienes algo en mente, cariño?
—Pues la verdad es que sí.
No tardé mucho en expresarle lo que buscaba. La mujer se puso manos a la obra enseguida. Tenía un buen presentimiento.
A la hora y media, tras aclararlo, secarlo y definir un poco mis ondas naturales, dio por terminada la sesión. Hizo girar las ruedas de la silla para voltearme y que pudiese ver mi reflejo en el espejo. Parecía una persona completamente nueva, me costaba reconocerme a través de ese reflejo. De esta manera, la gente del pueblo no me relacionaría tan fácilmente.
Una chica de ojos verdosos, con un corte de pelo que le llegaba a los hombros y que se lo había teñido de un negro tan oscuro como su alma, me devolvía la mirada. Cuadraba a la perfección con mi personalidad. Sonreí porque por fin me sentía algo mejor conmigo misma.
—Muchas gracias, ha quedado increíble —le agradecí a la mujer. Mi tía fue a pagarle, pero la peluquera se negó.
—No, invita la casa. Ver esa sonrisa al verte me ha transmitido tanta felicidad que no podría aceptarlo. Además, si tu madre estuviera aquí me reprocharía el cobrarle a su hija. Éramos amigas.
En ese momento, una piedra gigante se asentó en mi estómago. La mención de mi madre en bocas ajenas aún escocía en lo más profundo de mi alma. Tía Beth la miró de una forma extraña, como si no la hubiera visto nunca con su hermana.
—Gracias.
Fue lo único que pudo articular mi boca antes de marcharnos. Intuí que el cambio de cabello no sería suficiente.
Después del mal sabor de boca que nos produjo la conversación con la peluquera, llegamos a la cafetería que mi tía con tanta ilusión me quería mostrar. Las paredes exteriores se vestían de un blanco envejecido con grandes ventanales que aportaban al sitio una gran luminosidad. Al fondo del local se situaba la barra para pedir; el resto del espacio estaba ocupado por sillas y mesas de madera blanca tizada.
Fuimos a sentarnos al que parecía ser su lugar favorito del local, donde la mesa estaba ubicada al lado del gran ventanal en el que podía apreciar la fuente de la plaza principal.
—¿Qué te parece? —preguntó moviendo las manos a modo de presentación del lugar.
—Me gusta, tiene algo especial —respondí de forma sincera mientras me regalaba una sonrisa preciosa.
Casi al minuto de sentarnos, una chica de tez morena, pelo castaño ondulado y ojos caramelo, vino a tomarnos nota. Tenía un rostro angelical.
Ella me observó con curiosidad y simpatía. Todo el mundo parecía saber quién era, aunque no había que ser muy listo para averiguar que era la sobrina huérfana de Elisabeth Johnson que acababa de llegar al pueblo.
—Hola, Maddie —saludó mi tía a la chica que nos iba a tomar nota—. ¿Cómo te va?
—Hola, Beth. Muy bien, gracias. Mi madre está mejor. ¿Qué tal te va en el hospital?
—Ya sabes, algún día mejor que otro —Tía Beth me señaló—. ¡Ah, sí! Te presento a Megara, mi sobrina favorita.
—Soy tu única sobrina, Tía Beth —reí. Aunque ella torció el gesto, si bien no tenía claro si se debía a los tres chicos con los que ahora vivía o por el que había quedado en el recuerdo.
—Pues es un placer. Como ya ha dicho tu tía, soy Maddie —se encogió de hombros expresando un "obviamente". Después, formó tierna sonrisa en su rostro mientras me tendía la mano. Parecía una chica agradable, así que le devolví el gesto—. Bueno, ¿qué os pongo?
—Un descafeinado y un café con leche —contestó mi tía con una cariñosa sonrisa.
—Marchando —dijo apuntando la comanda en la pequeña libreta que portaba.
<<Te está intentando encasquetar amigos>>.
Sí, eso me parecía.
Cierto es que las relaciones sociales nunca serían mi fuerte, pero tampoco hacía falta hacer de Celestina. Si me lo propusiera sería capaz de relacionarme perfectamente con quien quisiese.
O tal vez no.
—Maddie es una gran niña. Es una pena lo mal que lo están pasando últimamente. Su madre enferma de forma recurrente y la mayoría de las veces no pueden permitirse la compra de los medicamentos. La ayudo siempre con cualquier cosa que necesiten, tanto en el hospital como en casa. Pero no es suficiente.
—Es muy noble lo que haces, tita.
—Siento que necesito compensar lo que no pude hacer.
Su rostro se oscureció por la sombra de la tristeza, sumergida en el pasado.
—Hiciste mucho más de lo que estaba en tu poder —le agarré la mano con delicadeza—. Créeme.
—Cariño, tendría que haber sido la que le hubiese puesto fin. No tú.
Sus ojos se cristalizaron por el peso de los recuerdos.
—Tía Beth, el pasado pisado.
—Sí, tienes razón. Recordar sólo removerá el dolor. Lo siento, mi niña —asintió varias veces para intentar convencerse a sí misma y controlar la acuosidad de su mirada—. ¿Crees que podrás incorporarte bien a clases?
—Claro, por supuesto que sí.
Lo que sentía que verdaderamente tía Beth estaba intentando preguntar era si iba a formar un expolio en el instituto en cuanto mis increíbles compañeros de clases mencionaran a mi familia. No nos engañemos, no juraría en vano.
No estaba dispuesta a perder la oportunidad que tenía de rehacer mi vida, pero cuando estás con la cabeza metida en faena, dista mucho de la realidad lo que finalmente acabas haciendo.
🗡🗡🗡
Ningún entrenamiento con Leslie había sido tan cansino como la tarde de compras con tía Beth. Estaba exhausta, a pesar de no haber hecho gran cosa, más que andar.
No obstante, la gran curiosidad que sentía por recorrer los alrededores de la mansión me mantenía en vilo. Necesitaba pruebas, indicios de cualquier cosa que me indicase que no había perdido la cabeza, o por lo menos, no del todo.
Antes de salir, mi tía me aconsejó que no me demorase demasiado en volver, puesto que estaba atardeciendo y el frío comenzaba a arreciar.
Me resultó extraño no encontrarme ni con Billy ni con ninguno de sus sobrinos. Que la casa fuese enorme tampoco aportaba facilidades. ¿Me estarían evitando? Fantástico. Ojalá fuesen así todos los días. Sería estupendo verlos lo menos posible. Según me había informado tía Beth, Billy pasaba gran parte de su tiempo en la oficina. Y los chicos... Pues harían cosas de chicos.
Desde el patio trasero rodeé la casa para llegar a la entrada, atravesé la gran verja que protegía el recinto. El ambiente era escalofriante, se había instaurado una cortina de niebla que acojonaría hasta a los G. I. Joe.
Entre los matojos ligeramente húmedos, busqué indicios de cualquier cosa que me sirviese para demostrar que no estaba perdiendo el chabolo. Sin embargo... No había nada. Na.da. Tampoco sé qué esperaba encontrar, no es como que fuese el inspector Gadget.
Estaba a punto de marcharme, y lo habría hecho, de no ser por el destello en el suelo. Removí la tierra para acabar dando con el insignificante objeto.
De una circunferencia férrica pendía una pequeña moto con muy buenos acabados. Era un llavero. Sin llaves. Cosas más raras se veían hoy en día.
Este era el primer indicio de que no estaba loca, también indicaba que me estaban espiando. Pero ¿por qué? Yo no era nadie, absolutamente nadie. El único motivo que me ocurría era mi recién llegada al pueblo y a la mansión Darkrow.
—¿Qué haces aquí? —Di un brinco del susto. ¿Es que acaso llevaba un cartel pegado en la frente que dijese "En el día de hoy, vamos a asustar a Megara"?—. Ya ha oscurecido —señaló el cielo con un gesto de cabeza.
¡Vaya imbécil! Obviamente que era de noche, a pesar de no haberme percatado. No obstante, ¿por qué no iba a poder estar aquí aunque fuese de noche?
Se acercó lentamente hasta mí, llevando uno de sus dedos a un mechón de mi nuevo pelo teñido.
—Te queda bien —valoró asintiendo. No sabía que contestar a eso, así que decidí ignorarlo directamente—. ¿No sabes hablar o es que eres muda?
Ahí estaba su verdadera naturaleza, una perteneciente a una gran superpoblación: los gilipollas. Cada día eran más, llegaría el día en el que nos invadirían. No quedaría nadie decente en este planeta.
Odiaba que invadieran mi espacio personal por lo que lo aparté de un leve empujón.
—Hacía voto de silencio por tu pérdida —se le crispó completamente el rostro. Cualquier rastro de arrogancia se perdió.
—¿A qué pérdida te refieres? —unió el inicio de sus cejas en un gesto de cabreo. Ya no te hacen tanta gracias las bromitas, ¿eh?
—La de tus neuronas; las pobres se quedaron fritas al sumar dos más dos —suavizó su semblante.
—No sabía que eras tan infantil —negó riendo sarcásticamente.
—Ni yo que lo tenías tan diminuto... —abrió los ojos ante mi osadía. Me di cuenta de que lo dicho podría contener varios sentidos—. El cerebro, digo —rectifiqué, aunque no me importaba lo más mínimo haber herido su masculinidad. Alzó la ceja derecha y torció el gesto; estaba a punto de soltar algo para tomar la revancha, pero me fui, dando por ganada la primera de las tantas batallas que suponía que tendríamos.
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