2. VUELTA A DONDE TODO COMENZÓ
"No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado
para darte cuenta de cuánto has cambiado tú".
~Nelson Mandela.
Durante el trayecto, mantuvimos un cómodo silencio. Sólo fue interrumpido cuando mi tía preguntó cómo estaba. Me limité a contestar con un monosílabo, pues no era necesario que supiese todo lo ocurrido en el último año. Su cara mostró conformidad ante mi respuesta, dejando correr el tema con algo de tacto.
El viaje fue tranquilo, cómodo y muy silencioso. Un ambiente perfecto para echarse una buena siestecilla que concluyó siendo de cuatro horas. Darksville no estaba lo que se dice "cerca" del Centro Psiquiátrico de Northville. Además, después de la pésima madrugada que había pasado era buena idea recuperar algo del sueño perdido.
🗡🗡🗡
¡Bienvenidos a Darksville!
Un pueblo situado en lo más profundo de Massachusetts sumido en la niebla y en la penumbra con un nombre idóneo para caracterizar los años vividos en este recóndito sitio.
Nada más divisar el oscuro y frondoso bosque, supe que habíamos llegado. Ese lugar tan tenebroso escondía grandes secretos. Cuando era pequeña me aterraba, ahora me generaba cierto atractivo e interés. El gran cartel de chapa que tenía inscrito el nombre del pueblo confirmó mi sospecha. Tanto tiempo sin pisarlo y tan siquiera habían cambiado ese trozo de metal oxidado.
Recorrimos las calles en absoluto silencio. Sabía que no podía hacerme la típica pregunta de: "¿Recuerdas cuando...?" mientras señalaba sitios a los que nunca me habían permitido ir. Quedé absorta en mis tristes pensamientos hasta que mi tía decidió romper el silencio:
—¿Tienes hambre?
Eran las diez de la noche, nos había pillado mucho tráfico. No había comido nada desde el sándwich que devoré cuando paramos en una gasolinera para almorzar; por lo que sí, tenía hambre. Contesté con un leve asentimiento de cabeza mientras mi barriga rugía en acompañamiento.
Unos metros más adelante, nos detuvimos frente a un local muy iluminado con un gran letrero rosa neón que anunciaba el nombre del bar: Michael 's. ¡Apenas había cambiado! Estaba exactamente igual que siempre, bueno casi igual. La única diferencia era la reforma del letrero que parecía robado de un burdel. Este sitio era famoso por sus increíbles hamburguesas. Con respecto al nombre, el dueño no se complicó, sólo le puso su nombre.
Mi tía vio el horror reflejado en mi cara. Instintivamente rio ante mi mueca de desagrado. El cartel era horroroso.
—Sí, yo también creo que es horripilante. Parece una casa de prostitutas. —Justamente lo que había pensado. Reí por su comentario y ella formó una pequeña sonrisa al ver mi rostro ilusionado. ¡Y con razón!, ¡era mi sitio preferido! Esas hamburguesas eran la gloria, además de enormes, "sanas" y originales.
En cuanto cruzamos el umbral, todo el local fijó sus prejuiciosos ojos en nuestros escuetos cuerpos. ¡Arg! ¡Cómo odiaba que nos escrutaran de esa manera! Era muy incómodo, sobre todo porque era la nueva. Los lugareños creían conocer lo que había ocurrido. Sólo eran meros rumores, escasos vestigios de la verdad. Esta apariencia tan semejante a la de mi madre, tampoco me hacía pasar desapercibida. Tendría que cambiar el color de pelo. Ya había pensado en ello, tenía una idea en mente.
Decidimos sentarnos en una de las mesas más alejadas de la entrada, pues ahí parecía ser donde todo el mundo quería agolparse para alimentar los chismorreos.
Quise echar un vistazo alrededor para comprobar si seguía igual que hacía cuatro años, y efectivamente, así era. Mantenía su apariencia retro-vintage que tanto adoraba. La jukebox seguía ocupando el mismo sitio, bajo los antiguos cuadros de Coca-Cola.
Un chico que vestía completamente de negro me sacó de la adoración en la que estaba sumergida. Llegó con una gran sonrisa a la mesa; no obstante, en cuanto me vio, su gesto de amabilidad desapareció. Fruncí el ceño ante el extraño gesto. Un inevitable y desagradable cosquilleo se asentó en la boca de mi estómago.
Al darse cuenta de su falta de educación, habló:
—Buenas noches, ¿qué van a tomar?
Sus ojos de un oscuro castaño nos observan atentos. Su cabello era del mismo color que su mirada, y unos labios medianamente gruesos formaban una línea. Era delgado sin mucho músculo, lo que daba la sensación de parecer más alto aunque probablemente no midiera más del metro ochenta. Me resultaba familiar y su aura era atrayente.
—Una cerveza y... —mi tía me miró esperando mi respuesta.
—Coca-Cola —contesté algo distraída. Él se quedó mirándome fijamente poco tiempo, pero de manera intensa.
—Enseguida os traigo la carta. —Noté cierto atisbo de nerviosismo en su voz.
Observé cómo se alejaba en dirección a la barra, no sin antes mandarme una última mirada. Allí, disimuladamente sacó el móvil y escribió algo en él. ¿Un mensaje? ¿Estaría relacionado conmigo? Luego, levantó suavemente el móvil en mi dirección como si estuviera intentando hacerme una foto. Esta hipótesis era realmente egocéntrica por mi parte pero... que estén escribiendo en un móvil, seguido de levantarlo para poner la cámara en tu dirección mientras te miran entrecortadamente, no daba muy buena espina. Lo que sí tenía claro era que si era el fruto de su conversación telemático, probaría mi puño.
—¿Qué sientes al volver aquí? —Tía Beth me sacó de los pensamientos agresivos en los que estaba sumergida.
—Nada bueno, sinceramente —hablé mientras jugueteaba con mis dedos. Noté su desánimo así que me vi obligada a darle un pequeño giro a la conversación—. Aunque sí, es verdad que he pasado momentos puntuales increíbles. Supongo que volver aquí será una forma de terapia para afrontar el pasado —reflexioné con un poco de lógica.
—Últimamente he estado cubriendo turnos nocturnos extras en el hospital para conseguir algo más de dinero. Había pensado que cuando tuviéramos el suficiente y terminaras el último año escolar podríamos mudarnos a una ciudad, algún sitio con más movimiento y menos miradas reprobatorias, ¿qué te parece? —preguntó con una sonrisa en la cara que me dio la suficiente ilusión para seguir adelante. Su voz denotaba una gran convicción y eso me llevó a pensar que de seguro se cumpliría.
—Eso sería genial —respondí con una gran sonrisa en el rostro que ni yo misma pensé que podría llegar a tener—. Quiero ayudarte, así que buscaré algún trabajo temporal. —Ella iba a replicar, pero fui más rápida—. Y no se habla más. Me estás ayudando muchísimo y necesito pagarlo de alguna forma. Además, creó que me vendrá bien colmar mi tiempo de alguna manera.
En su mirada pude atisbar orgullo. El mismo que yo sentía al tener una tía tan trabajadora y luchadora. Tenerla al lado me había recordado algunos atisbos de similitudes entre ella y su hermana.
La comida llegó poco después. Estaba deliciosa; pude comprobar que mi paladar seguía experimentando tan gratificantemente el gusto por estas hamburguesas.
Al terminar de tragar el último mordisco, sentí una mirada quemar mi nuca, atenta y analítica a cada uno de mis movimientos. Me giré y pude averiguar de quién se trataba.
El chico de la barra no me quitaba el ojo de encima. Estaba cansada de que invadiera mi privacidad de tal forma por lo que... Bruscamente arrastré la silla hacia atrás para poder incorporarme e ir hacia la barra. Mi tía quedó expectante de lo que hacía. No externalizaba su preocupación, pero era capaz de suponer que estaba rezando interiormente para que no le tocase un sólo pelo.
<<Ni que lo fuésemos a matar>>.
Sonreí sádicamente ante tal pensamiento. El castaño pensó que ese gesto iba dedicado a él, por lo que hizo una mueca rara y se preparó para el golpe. A pesar de tenerle ganas, no iba a formar más expolio del que ya estaba generando.
—¿Por qué coño no dejas de mirarme, imbécil? —pellizqué su sudadera de la zona del pecho para acercarlo a mí y así infundirle algo de miedillo. Sólo era teatrillo.
—Perdona. Es que una cara así, no se olvida. Me resultabas familiar. —Su voz denotaba amabilidad y un poco de miedo. Me dejó un poco descolocada. ¿Acaso me estaba tirando los tejos?
—Pues más vale que la olvides; o la verás en tus pesadillas. En serio, busca a otra persona en la que fijar tus asquerosos ojos si no quieres que te los arranque. Y las putas fotos se las haces a tu madre, ¡gilipollas! —lo solté y salí de allí pitando.
Antes de subir al coche, tía Beth me reprochó con la mirada. No quiso regañarme; en primer lugar, porque era mi primer día fuera y no quería enfadarse conmigo; y segundo lugar, porque entendía a la perfección mi mal genio. Quiero decir que ella entendía el hecho de que no tenía don de gentes.
Pocos minutos después, estábamos entrando en la pequeña urbanización, situada a las afueras del pueblo. No recordaba mucho, pero creía que para llegar a su casa había que tomar otro desvío, no el de la carretera secundaria. Supuse que se mudaría cuando todo pasó.
Mi infancia se podría resumir perfectamente en dos míseras palabras: cadena perpetua. Salía las veces que mi tía lo conseguía; podía contarlas con una mano y me sobrarían varios dedos.
Mi madre no podía opinar, su hermana era la que peleaba con mi padre para dejarme ir. Con ella tengo los pocos, pero mejores momentos. No puedo evitar rebobinar al pasado, al día que me llevó al parque por primera vez. Tenía diez años, pero disfruté como una niña de cuatro. Algunos chiquillos del pueblo de mi edad me miraban extrañados porque pensaban que jugar en el parque a tal edad era penoso. ¡Y a mí me la soplaba!
—¿Y esa sonrisita? —preguntó alternando la vista de la carretera a mí y mostrando una cálida sonrisa.
—Un buen recuerdo —respondí con nostalgia mientras me apoyaba en la ventana del coche para contemplar las vistas.
🗡🗡🗡
Nos dirigíamos por un camino de tierra hacia... Vale, no tenía ni idea. Jamás había pasado por aquí, aunque por la maleza y los árboles que nos rodeaban, suponía que lindábamos con el bosque. Si no fuera mi tía la que estuviese conduciendo, pensaría que me estaban secuestrando.
A los pocos minutos, el camino desembocó en la entrada de una mansión. La niebla y la oscuridad que reinaban en el ambiente sólo me hacían pensar en la banda sonora de la Familia Addams, casi podía escuchar los chasquidos de los dedos y la melodía del clavicordio.
Desembocamos en la entrada de una casa resguardada por una verja negra de hierro, con la inicial "D" en cursiva antigua. Era un precioso casoplón blanco alternado con madera. Miré a la casa y a mi tía alternando, ¿pero esto qué es? Jaja no, qué ha pasao. Ella estaba algo nerviosa, se le notaba en el sudor frío que la poca luz de luna reflejaba sobre su sien. Preferí centrarme en los detalles de aquel maravilloso paisaje de grandes balcones y de chimenea humeante, lo cual le aportaba un toque hogareño.
Cuanto más nos acercábamos, más detalles se podían apreciar. Tenía un jardincito en la parte delantera y probablemente, un patio trasero. Además, las luces estaban encendidas... ¡¿Espera qué?! Mi tía nunca dejaría las luces encendidas, y sé que no puede permitirse vivir en una casa como esta por lo que... ¿Quién carajos nos estaba esperando? Por favor un novio no, un novio no, un novio no. Cruzaba los dedos por no tener que vivir con un tío al que no conocía de absolutamente nada. Tal vez fuese un hostal moderno.
Nada más aparcar en la puerta, un hombre salió. Rondaría los cuarenta y pico de años, poco mayor que ella. Era alto, con el pelo negro como el tizón, los ojos claros, siendo estos una mezcla entre grises y verdes, nariz griega y labios más bien finos. De joven habría sido el conquistador perfecto de mujeres. Y por la cara que mi tía puso cuando él la abrazó efusivamente y la besó como si yo no existiera, me dio a entender que también la había conquistado. En fin, novio sí. A la mierda el puto cruce de dedos, afirmo que está sobrevalorado.
—Billy, esta es mi sobrina Megara. Megara, este es Billy Darkrow —hizo las presentaciones. ¿Darkrow? Me resultó extremadamente familiar, pero... ¿de qué? Me quedé algo pensativa sin mover ni un músculo, a lo que mi tía se quedó extrañada. Luego, me di cuenta de que me había quedado tiesa como un palo y para cortar la tensión añadí:
—Encantada —tendí mi mano. Billy la agarró para atraerme a su cuerpo y darme un gran abrazo.
¡Dios, santo! Este hombre era como uno de esos osos amorosos que salían en los canales infantiles. Y no lo sé precisamente porque viera muchos dibujos animados, sino porque en el psiquiátrico ponían este tipo de cadenas a una mujer con múltiple personalidad. Tenía varias, pero una de ellas era la de una niña de cinco años. Me daba mal rollo, igual que este tío.
—Pasad, aquí fuera está refrescando —comentó Billy acariciando de arriba a abajo los brazos de mi tía—. Espera, te ayudo con la maleta—me quitó la pequeña mochila, apenas llena, de las manos. Un detallazo, pero innecesario.
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