Prólogo


Hidan se encontraba aburrido mientras, con los brazos cruzados, observaba con desdén la silla vacía delante suya, que supuestamente debía de pertenecer al director del Reformatorio, que sin embargo llevaba un retraso de aproximadamente 10 minutos.
Y él, a quién le habían forzado a acabar en ese centro -o prisión, mejor dicho-, ya se encontraba aborreciéndolo al minuto.

Fruto de la situación tan somnífera, agarró un bolígrafo de unos de los muchos que se encontraban agrupados en un vaso de cerámica de la mesa del director y empezó a jugar con él, hasta que de repente la puerta se abrió e Hidan, después de sobresaltarse, rápidamente abandonó el dicho objeto.

–Buenas tardes señor Hidan, espero que no haya tenido que esperar mucho –le saludó finalmente el Director. Prefirió no decirle nada–. Me encontraba buscando al que será su compañero de habitación.

Acto seguido, el director se sentó delante suya y, algo confundido Hidan, giró la cabeza para encontrarse con el que será su "compañero de habitación". A raíz de esto se encuentra con alguien visiblemente más mayor que él, alto, de contextura fuerte y piel morena, que le ha dirigido la mirada con unos ojos oscuros y penetrantes que sin embargo poco le dicen.
Hidan se queda en silencio y vuelve a mirar al Director, aunque no sabe cuál de las dos cosas le resulta peor.

–Como los dos sabréis, son vuestros tutores legales los que han tomado la decisión de internaros en este lugar. Y también quiero que conozcáis que nuestra institución no es ninguna broma; estamos totalmente comprometidos en arreglar el comportamiento rebelde y salvaje de jóvenes como vosotros, y somos expertos en nuestro trabajo. Los castigos aquí os pueden parecer de verdad duros, pero tienen el propósito de convertiros en mejores personas, con decencia y útiles para la sociedad. En resumen, si os encontráis aquí es por "algo", que no resulta precisamente muy fácil de perdonar.

Hidan iba a proceder a rodar los ojos, pero recordó justo a tiempo que al entrar vio cómo arrastraron a un niño algo menor que él de las orejas hacia la "sala de castigo", según escuchó entre murmullos, por hacerle lo mismo al profesor de deporte. Sin duda, había sido un primer vistazo algo útil hacia dentro del edificio y de cómo éste funcionaba, pero no mucho menos tranquilizador.

Por aquello, simplemente la conversación con el director trató de algo incluso más que aburrido que la propia espera, y es que Hidan realmente no le estaba escuchando. "¿Por qué?", pensaba. Ha estado ya en varios reformatorios y siempre repiten lo mismo. Tampoco es como si sirviera de algo al fin y al cabo, pues más bien se encontraba pensando en el hecho de que iba a tener un compañero de habitación.

Todas las habitaciones en las que había estado con anterioridad fueron de tipo individual; y tampoco es como se siempre hubiera hecho muchos amigos de por sí, ni siquiera fuera.
Los niños de los Reformatorios eran casi tan problemáticos e inmaduros como él, pero siempre hubo una gran diferencia entre ellos y Hidan, y es que Hidan siempre había precisado dejar y abandonar ese lugar, pero siempre acababa mudándose de uno en otro por voluntad ajena debido a personas que lo único que necesitaban de él era que cambiase; y es que él jamás pensaba otorgarles aquello, de eso estaba seguro.

El Director finalmente concluso con su insípida lección de vida, y acto seguido él y su asignado compañero de cuarto se encontraron caminando en un pasillo al lado de una señora de avanzada edad y un tanto enfurruñada, que les dirigía, sin muchas ganas, a la que sería su habitación compartida.

–Aquí es dónde os alojareis. Recordar que es ilegal traer alcohol y drogas y que al terminar la hora está totalmente prohibido hacer cualquier tipo de ruido y que todos deberéis de estar durmiendo, así como tenéis que estar despiertos obligatoriamente a la hora del desayuno. Hay cámaras y nunca nos olvidamos de nadie, así que no queráis sufrir las consecuencias.

Al dejarles dentro, dio un portazo a la puerta detrás suya y se quedaron en la habitación solos, rodeados de un silencio aplastante.

Al principio Hidan pensó en decir algo, pero el otro antes se adentró aún más en el cuarto y él mismo se asignó su lugar primero.
La habitación era medianamente grande para lo que estaba acostumbrado en este tipo de lugares, incluso siendo ésta doble. Una ventana en el fondo caracterizaba el centro del dormitorio, y a los lados habían dos camas individuales con dos mesitas de noche acompañadas de sus pequeñas lámparas, y una gran especie de caja de almacenamiento situada a los pies de cada cama, constituyendo así un aspecto simétrico únicamente saltado por una puerta en la izquierda que conducía al único baño, cuya cama que se encontraba a su lado era también la más cercana y la que su compañero había dejado libre, puesto que con anterioridad se había asignado la otra.

A Hidan esta elección le pareció una tontería; su cama se encontraba más cerca del baño que la otra.

Con todo aquello observado, Hidan se dispuso así a dirigirse hacia el que sería "su lado". Lo cierto es que la habitación en conjunto era aburrida, pero como todas, así que nada le sorprendía ya. Echó de nuevo un rápido vistazo y de reojo observó cómo su compañero sacaba distintas cosas de la maleta, sobre todo ropa de colores neutros (pues los controles eran muy estrictos sobre qué se podía y no llevar y siempre revisaban las maletas de los allegados con minuciosidad), con la intención de ir organizando su lado de la habitación.

Hidan suspiró; él apenas traía nada más que aquello que apenas rozaba lo básico.

Así que prefirió tumbarse en la cama y mirar al techo, mientras una expresión que reflejaba su decepción con la situación actual era inevitablemente mascullada en su rostro.

Intentó evadirse de otros pensamientos, pero en su estado actual empezaba a hacer el efecto contrario. Lo cierto es que empezaba a preocuparse por parte de su futuro que era decantado por su permanencia en ese internado, pues, ignorando de momento el hecho de que en sí poco se diferenciaba de una prisión, también le venían advirtiendo, desde antes incluso de ser matriculado en la actual institución, lo dura y estricta que era esta en concreto, comparada con todas en las que había permanecido los años anteriores.

Pero a Hidan no le gustaba mucho mostrarse preocupado por las cosas, así que dejó de tumbarse en la cama mirando hacia el techo para ahora sentarse en ella y observar hacia delante, vista que le llevaba hacia el escenario de su compañero organizando sus cosas en el maletín de los pies de su cama.
Hidan se peguntó porqué alguien que en un principio parecía tan tranquilo y silencioso había acabado en el tipo de lugar en el que se encontraban ahora, y encima él.

Sin embargo, al instante supo reconocer y retrocedió en sus pensamientos, era verdad que los delincuentes juveniles (principal población de los Reformatorios a los que iba), que poseían esa "inocente" apariencia al mismo tiempo eran los peores.

–¿Cuál es tu nombre? –le preguntó Hidan, forzando una leve y casi forzada pero carismática sonrisa.

El otro le miró. Seguido de un intenso silencio, al cabo acabó respondiendo.

–Kakuzu. –y acto seguido, se dispuso a seguir con lo suyo.

–Yo soy Hidan. Es la primera vez que me asignan un compañero de habitación.

Hidan se dio cuenta de la información que transmitió con ese comentario, pero no le importó.

–Yo siempre he convivido con gente –respondió Kakuzu, secamente.

Hidan aprovechó para echar un rápido vistazo a su cuerpo, sobre todo en sus brazos, que era lo que más tenía al aire. Ignorando el hecho de los musculados que estaban y de lo fuerte que parecían, también se encontraban cubiertos de heridas.
Cicatrices mayoritariamente grandes que cohabitaban con algunas más pequeñas y algún que otro moratón reciente mezclado con algunos antiguos y otros que se encontraban en una especie de limbo entre aquello.

A Hidan esto le llamó mucho la atención.

–No parece que acabases bien con tus compañeros de habitación anteriores –comentó a partir de la observación, de la que no había que ser demasiado listo para darse cuenta.

–Pues no.

Hidan frunció el ceño. Así que su nuevo y primero compañero de habitación era alguien que toda su vida había convivido con gente en los distintos Reformatorios a los que había ido, y al parecer era también dado a meterse en problemas y peleas a pesar de su cáracter reservado.

Le pareció muy interesante, de entre todas las cosas aburridas que se le presagiaban.

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