Dahlia
Bajo mi maleta, entonces observo la pequeña casita de mi hermana. Presiono la vara del paraguas con fuerza y suspiro.
Aquí vamos, vida de pobre.
Acerco la llave, pero me detengo cuando oigo el nombre de mi gemela.
—¡Delilah, gracias al cielo, pensé que no llegaba! —grita el rubio de pelo largo.
—¿Y tú eres...? —Enarco una ceja.
Se carcajea.
—¿Cómo no me reconoces? Soy Eiko, el más guapo, ¿no te acuerdas? Amigo de tu esposo, vemos partidos juntos. ¡¿Hola?! Tierra llamando a D, perdiste la cabeza, ¿o qué?
Hace una rima, una especie de código, que seguro se entienden entre ellos. No me extrañaría, Delilah siempre ha sido despistada y se especializa en juegos de palabras. Aunque, no sé si lo siga haciendo.
—Discúlpame, pero estoy ocupada. —Pongo la llave en la cerradura, pero me detiene, tocando mi mano—. ¿Qué? —digo con enfado.
—Llegué —repite.
—Eso ya lo aclaraste.
—Te llevo, deja eso.
—¿A dónde? —Enarco una ceja de nuevo.
—Con tu esposo, ¿con quién más? —Se ríe—. Arek te está esperando.
—Ah, sí, deja que entro la maleta.
—¿Visitaste a tu hermana, cierto? ¿Cómo es ella? Dicen que es muy linda. Bueno, contaste que son gemelas idénticas, así que debe serlo.
Sonrío.
—Lo es. —Hago una pausa—. Ya vengo.
Al fin entro a la casa, pero como pensé, es un bodrio. Tiro la maleta y salgo rápido para encontrarme con Eiko otra vez. Nos dirigimos a su auto, otra decepción de mal gusto. Abro la puerta y me encuentro con el tal Arak, lo reconozco por una foto que me mostró mi hermana. Creo que esta no lo favorecía, pero en persona se ve bien.
Ahora la pregunta es, ¿por qué quiere divorciarse? Es atractivo.
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