Cuatro.

A Delilah le gustaba contemplar la lluvia desde las ventanas de los pasillos del instituto, le gustaba ver las carreras que las gotas hacían al bajar por el cristal como si en verdad éstas atendieran su emoción.

A Delilah le gustaba el otoño porque su madre le dejaba saltar en los charcos y lanzarse en los montones de hojas secas del jardín, pero ahora solo le quedaba estar bajo techo conmigo e imaginar que su madre hace acto de presencia con el clima.

Yo le miraba detenidamente intentando encontrar algún sentimiento de tristeza en esa mirada color avellana, pero lo único que podía ver era felicidad por la vida de una forma tan inocente que me hacía pensar que no podría haber ser más puro que Delilah.

Ella recargaba sus brazos para poder pegar su rostro al cristal, soplaba en él y dibujaba cosas raras sobre la superficie empañada.

Usualmente nos quedábamos en silencio, y minutos después Delilah comenzaba a cantar alguna canción ochentera que escuchamos el día anterior en el reproductor de su padre. Cantaba y esperaba a que yo reconociera la letra para que le siguiera.

»Too fast for freedom, sometimes it falls down. These chains never leave me, I keep dragging them around«

Nunca antes había escuchado eso, fue la primera vez en la que Delilah cantó algo diferente. Le miré con confusión y ella solo mantenía esa mirada perdida, quizá después notó que le cuestionaba porque una tímida sonrisa se asomó por sus labios.

No dijo nada más. Delilah arrastró su mano y con delicadeza entrelazó sus dedos con los míos. Solo nos tocamos como si aquello doliera, y ella más que nadie sabía lo que significaba, pero como siempre no le importó. Juntamos nuestras manos como si fueran hechas la una para la otra, y esta vez era diferente, no como aquellas veces en las que corríamos de la mano.

A Delilah le gustaba cantar cuando veía por la ventana y esperaba a que yo cantara con ella.

Y a mí, a mí me gustaba Delilah.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top