Cinco.

A Delilah no le gustaba sentirse sola, ni mucho menos cuando era la hora de dormir.

Todas y cada una de las noches me llamaba a casa; y yo como siempre esperaba a que lo hiciera. Incluso escondía el teléfono de mis padres antes de que ellos respondieran.

Delilah me contaba todo lo que hacía en ese momento; qué era lo que veía mientras hablábamos, qué parte de su cuerpo estaba fuera de la cama, qué sueño esperaba tener, qué pensaba de las galletas de coco, inclusive me contaba sobre la última vez que vio a aquel duende llevarse las suyas.

La madre de Delilah hablaba con ella todas las noches antes de dormir. Delilah creía que yo no era consiente de porqué me llamaba para hablar hasta quedarse dormida, pero a mí eso me hacía feliz.

Escuchaba su voz hasta que se convertían en susurros, y esos susurros en respiraciones. Preguntaba por ella para saber si ya había caído, o incluso había veces en las que me quedaba escuchando su leve roncar por minutos.

No era difícil imaginarla con su pijama, sus cabellos revueltos y con una posición extraña en esa cama sosteniendo el teléfono aun en su oreja.

»Te amo, Delilah«

Mi murmullo salió sin aviso esa vez. Tapé mi boca aunque sabía que ella no me veía, y esperaba que tampoco me hubiera escuchado. Pedí al cielo para que fuera así.

»También te amo...«

Dijo con un hilo de voz, y aunque pudiera ser que estaba más dormida que despierta, se sintió más que real.

A Delilah le gustaba hablar conmigo hasta quedar dormida a la mitad de una oración.

Y a mí, a mí me gustaba Delilah.

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