69.

・゚✧༄ ・゚✧ 
capítulo sesenta y nueve !

Jude no era una persona que disfrutara de las sorpresas. Tenía una tendencia a sobreanalizar las cosas antes de siquiera considerarlas, lo cual muchas veces la llevaba a conclusiones apresuradas. No podía evitarlo; su mente era tan metódica como su forma de organizar la mesa de estudio.

Sin embargo, cuando Fred le prometió "la mejor cita de su vida", había decidido, por una vez, no pensar demasiado. Era Fred, después de todo. Él siempre sabía cómo hacerla reír, cómo sacarla de su zona de confort y, en el mejor de los casos, cómo hacer que se olvidara de sus propios miedos.

Por eso, al encontrarse en el campo de Quidditch de Hogwarts con dos escobas frente a ellos, Jude no pudo ocultar su decepción.

Fred notó su expresión de inmediato y, como siempre, se apresuró a desviar la situación.

—Judex, solo mantén la mente abierta, ¿sí? —dijo, con esa sonrisa torcida que lograba desarmarla incluso en los peores momentos.

Ella suspiró, mirando más allá de él hacia el vacío campo de Quidditch.

—Fred, no es mi lugar favorito, lo sabes.

Fred asintió, caminando hacia ella con pasos ligeros.

—Lo sé. Sé que te desagrada un poco el Quidditch... —hizo una pausa dramática, inclinándose hacia ella— Pero me gustaría que hoy volemos juntos. ¿Sí?

Jude dudó. Volar no era su fuerte. La última vez que se había subido a una escoba había sido en su primer año, y la experiencia había sido lo suficientemente desastrosa como para no querer repetirla.
Había perdido el control casi de inmediato, aterrizando de forma poco elegante frente a una Madame Hooch bastante frustrada. Desde entonces, había preferido mantener los pies firmemente en el suelo.

—No necesito aprender a volar, Fred —dijo Jude, cruzándose de brazos—. Y no necesito que me enseñes.

Fred negó con la cabeza, divertido.

—No estoy aquí para enseñarte nada. De hecho, estoy bastante seguro de que ya sabes cómo hacerlo. Solo quiero que confíes en mí.

—¿Por qué no vuelas tú solo? —propuso Jude, señalando las escobas—. Sé que debes extrañar mucho jugar después de que Umbridge te expulsara del equipo. Yo me sentaré aquí y te veré.

—Ah, de eso nada —respondió Fred con firmeza, tomando su mano antes de que pudiera retirarse—. Solo tenemos que volar para llegar a nuestro destino.

Ella frunció el ceño, claramente desconfiada.

—¿Destino? Sabes que no podemos salir de Hogwarts, ¿verdad? Hay un hechizo que lo impide.

Fred le dedicó una sonrisa que le iluminó el rostro entero.

—No vamos a salir de Hogwarts, Judex. Confía en mí.

Jude miró la escoba con resignación.

—Siempre tengo que confiar en ti, ¿verdad? —murmuró, aunque no pudo evitar sonreír ligeramente.

Fred se subió a su escoba con la naturalidad de quien había pasado más tiempo en el aire que en el suelo.

—Vamos, Judex —la animó, elevándose unos metros en el aire pero quedándose cerca de ella—. Puedes hacerlo.

Ella colocó una pierna sobre la escoba, intentando ignorar el nudo de nervios en su estómago. Se aferró con fuerza al mango y, poco a poco, comenzó a elevarse. El viento le alborotó el cabello mientras sentía cómo el suelo quedaba atrás.

—¡Bien hecho! —la animó Fred desde su escoba—. Lo estás haciendo genial.

Jude no respondió; estaba demasiado concentrada en no perder el equilibrio. Para su sorpresa, no era tan aterrador como recordaba.

—¿Crees que puedes seguirme el ritmo? —preguntó Fred, lanzándole una mirada desafiante.

—No. —La sinceridad en su voz lo hizo reír.

—Bah, claro que puedes. Ven, sígueme.

Fred se inclinó hacia adelante, haciendo que su escoba se deslizara más rápido en el aire. Jude lo siguió a regañadientes, manteniendo la mirada fija en él. A medida que volaban más alto, comenzó a notar detalles que nunca había visto desde el suelo. Las torres de Hogwarts parecían más imponentes, y el Bosque Prohibido se extendía como un mar verde oscuro bajo la luz del atardecer.

Cuando Fred finalmente se detuvo, estaban flotando sobre la inmensidad del lago negro.

—¿Ves? Te dije que sería la mejor cita de tu vida —dijo Fred, con una sonrisa satisfecha.

—Aún no estoy segura de eso —respondió Jude, aunque su tono había perdido todo rastro de dureza.

Fred sonrio con esa sonrisa traviesa que Jude conocía demasiado bien. Ella lo miró con sospecha desde su escoba, todavía ajustándose al equilibrio inestable en las alturas.

—¿Qué estás tramando ahora, Fred? —preguntó con cautela.

—Judex, confía en mí, ¿sí? —respondió él, sacando su varita del bolsillo interior de su túnica.

—Siempre dices eso, y siempre termina en algo... poco convencional.

Fred rio entre dientes mientras apuntaba con la varita hacia el lago negro debajo de ellos. Movió la muñeca en un gesto fluido, murmurando un hechizo que Jude no logró captar del todo. De repente, una superficie translúcida comenzó a formarse justo sobre el agua. Parecía un suelo de cristal que se extendía desde la orilla del lago hacia el centro.

Jude parpadeó, sorprendida.

—¿Cómo hiciste eso?

—Digamos que he estado practicando —dijo Fred con una sonrisa satisfecha—. Es una variación de un encantamiento de plataforma que encontré en un libro de la biblioteca... accidentalmente, claro.

—¿Accidentalmente? Seguro que fuiste a buscarlo para hacer esto.

—Puede ser. ¿Te sorprendí, verdad? —Fred sonrió con picardía y comenzó a descender lentamente, señalándole que lo siguiera—. Vamos, Judex.

Ella lo siguió, aunque con menos gracia. Su escoba aterrizó torpemente sobre la superficie transparente, pero Fred la ayudó a bajar.

—¿Qué opinas? —preguntó, extendiendo los brazos mientras miraba el paisaje.

El suelo era tan claro que parecía que estaban flotando directamente sobre el agua, el sol comenzaba a esconderse y hacia todo más bonito.
Jude se tomó un momento para observarlo todo, sintiendo cómo el corazón le latía un poco más rápido.

—Es... precioso —admitió finalmente, mirando a Fred con una pequeña sonrisa.

Fred se sentó en el suelo transparente, palmeando el lugar junto a él y Jude se le unió sin quejas.

El pelirrojo sacó de una caja repleta de dulces de miel de Honeydukes.

—Pensé que podríamos compartirlos mientras miramos el lago. Sin escobas, sin distracciones, si hermanos molestos. Solo nosotros.

—Estás sorprendiéndome, Fred  —dijo ella, tomando uno de los caramelos que él le ofrecía—. Esto es más tranquilo de lo que esperaba de ti.

Fred rio suavemente.

—Puedo ser un hombre de muchas sorpresas, Judex.

Por un rato, simplemente se sentaron allí, disfrutando de los caramelos y del sonido del agua tranquila. El silencio entre ellos no era incómodo, sino reconfortante. Sin embargo, Fred parecía nervioso, como si estuviera acumulando valor para decir algo importante.

Finalmente, rompió el silencio.

—Jude, he estado pensando mucho en todo... en lo que viene.

Ella lo miró, arqueando una ceja.

—¿Te refieres al regreso de Voldemort?

Fred asintió, su rostro más serio de lo habitual.

—Es difícil no hacerlo. Las cosas no van a ser iguales, ¿verdad? Después de este año... después de Hogwarts...

—No, no lo serán —respondió Jude en voz baja.

Fred jugueteó con el envoltorio de un caramelo antes de hablar de nuevo.

—No sé qué nos espera, pero lo que sí sé es que no quiero pasar el tiempo que me queda aquí sin hacer lo que realmente quiero.

Jude lo miró con curiosidad.

—¿Qué quieres decir?

Fred respiró hondo.

—No quiero quedarme en la escuela. George y yo hemos estado planeando abrir nuestra tienda de artículos de broma desde hace tiempo, tu más que nadie lo sabe. No necesitamos un diploma para hacerlo.

Jude lo entendió aunque la tomó por sorpresa, Fred siempre había sido diferente, un espíritu libre que no se conformaba con las reglas establecidas.

—¿Estás seguro? —preguntó finalmente.

—Completamente —dijo Fred, con una determinación en sus ojos que no dejaba lugar a dudas—. Esto es lo que quiero hacer, y sé que puedo lograrlo.

Jude suspiró, aunque una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.

—Bueno, entonces tendrás que prometerme que me invitarás a la inauguración.

Fred rio, relajándose visiblemente.

—Eso es un hecho.

Después de un momento, Fred se inclinó un poco hacia ella, con una expresión más seria.

—Hay algo más que quería decirte, Jude.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó ella, aunque su tono era suave.

Fred tomó su mano, su mirada fija en la de ella.

—Te conozco desde que tenemos once, hemos compartido infinidad de momentos juntos, te he visto convertirte en una de las personas más increíbles que conozco. Eres brillante, valiente y tienes un corazón enorme.

Jude se sonrojó, incapaz de mirar directamente a Fred. Él le apretó suavemente su mano y continuo:

—Quiero que sepas que te amo, Jude. Profundamente. Más de lo que jamás pensé que podría amar a alguien. Y quiero compartir el resto de mi vida contigo.

Jude sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Las palabras de Fred eran tan sinceras, tan llenas de emoción, que no pudo evitar sonreír.

—Fred... —comenzó, pero él la interrumpió.

—Espera, aún no termino. —Fred tomó una respiración—. No soy perfecto, lo sé. Probablemente te volveré loca la mitad del tiempo. Pero no quiero dejar pasar más tiempo sin decirlo. ¿Quieres ser mi novia?

Jude no dudó ni un segundo.

—Sí, Fred. Por supuesto que sí.

Fred la miró como si acabara de ganar el campeonato de Quidditch. Sin decir una palabra, se inclinó hacia ella, besándola con una ternura que Jude nunca olvidaría.

Los besos que se habían compartido eran suaves, pero llenos de una emoción palpable que ninguno de los dos había anticipado. Ahora, cada uno podía sentir el latido acelerado de su corazón, como si lo que estaban viviendo fuera algo mucho más grande que un simple juego.

Jude se apartó ligeramente, sus respiraciones entrecortadas, buscando un espacio para ordenar los pensamientos que parecían luchar por salir. Fred la miró, su rostro tan cerca del suyo que podría sentir el calor de su piel, el pulso acelerado. En sus ojos había una mezcla de emoción y una ligera incertidumbre, como si estuviera esperando a que ella dijera algo, hiciera algo, decidiera qué seguir.

—¿Por qué me miras así? —preguntó ella, su voz bajita, pero cargada de algo que no podía definir.

Fred sonrió de medio lado, con una expresión que estaba a medio camino entre el descontrol y la dulzura.

—No lo sé... es solo que... —el se acercó aún más, sin tocarla, pero dejando que su presencia lo dijera todo—. Es como si todo estuviera encajando, pero al mismo tiempo todo fuera nuevo. ¿Me entiendes?

Jude no sabía si quería entender o si quería perderse en la sensación. Solo asintió, su pulso resonando en sus oídos, sin palabras, pero con una mirada profunda.

Fred levantó la mano, rozando su rostro con la punta de sus dedos, trazando una línea invisible que hizo que Jude cerrara los ojos. Era como si cada contacto, cada roce, la estuviera llevando más allá de lo conocido.

—No puedo dejar de pensar que esto... que lo que estamos haciendo no es solo un juego —dijo él, su voz baja, cargada de algo que ella no había escuchado nunca en él. Era la vulnerabilidad de alguien que sabe que está poniendo algo importante en juego, algo más allá de las bromas o las risas.

Jude abrió los ojos, encontrándose con la mirada de Fred. No había más bromas ni juegos de palabras, solo los dos ahí, en un espacio lleno de promesas y silencios.

—Nunca he jugado con esto, Fred —respondió ella, la voz casi un susurro. Su mano buscó la de él, entrelazándose con ella mientras sus miradas se mantenían firmes, como si el mundo alrededor de ellos ya no existiera—. Y aunque sí, esto es nuevo para mí... no quiero que sea solo un momento.

Fred no pudo evitar sonreír, esa sonrisa que solo ella podía provocar, una que era suave pero decidida.

—No lo es —dijo, acercándose aún más hasta quedar casi pegados, el aliento de ambos mezclándose en el aire—. No quiero que lo sea, Jude. Quiero más que eso.

El aire entre ellos se volvió más denso, cada uno consciente del peso de las palabras no dichas. Jude sentía que su cuerpo reaccionaba de manera diferente, como si sus propios límites estuvieran desapareciendo. Los besos que se habían intercambiado eran apenas el principio, un preludio de algo mucho más grande, más intenso.

Fred acercó su rostro al oído de Jude, susurro su nombre, y ella sintió una electricidad recorrer su espalda.

—No sé qué nos depara el futuro —dijo Fred, su voz suave pero llena de certeza—. Solo sé que quiero vivirlo contigo.

Jude no necesitaba más palabras. Su cuerpo respondía sin pensarlo, mientras sus manos se deslizaban por la camisa de Fred, buscando el contacto, la cercanía. Aquel lugar, bajo el cielo estrellado, parecía ser el único sitio en el que nada estaba fuera de lugar.

—Sí —respondió Jude sin dudar, sus palabras llenas de esa confianza que solo surgía cuando se sentía completamente segura de lo que estaba sucediendo—. Yo también quiero.

Fred la miró con una mezcla de admiración y algo más profundo, algo que ni siquiera él sabía cómo describir. No necesitaba respuestas. Solo la miraba, y en sus ojos brillaba la promesa de algo más.

Sin pensarlo, Fred la besó nuevamente, esta vez con una pasión que no podía esconder. Jude respondió al beso, sus labios buscaban más, exploraban, se encontraban en un ritmo compartido que no necesitaba palabras. Ambos sabían que no importaba qué siguiera después, no importaba el futuro incierto, porque en ese momento solo existían ellos y lo que estaban construyendo juntos.

La luna los observaba desde lo alto, como un testigo silencioso de lo que estaban comenzando, mientras el lago negro reflejaba sus sombras, como un eco de la intimidad que compartían. No sabían cuánto duraría, ni qué implicaría, pero en ese instante todo lo que importaba era que estaban juntos. Y eso era más que suficiente.








Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top