Capítulo 5
Lirios
"¡Me estoy volviendo loca!", pensé al ver rosas rojas en el jardín.
—¿Alex?
Rodeé la casa en busca de alguna señal de vida.
—¿Mamá, Papá? —grité desesperada.
—Ana, recuerda...
El vello de los brazos se me erizó al escuchar de nuevo esa voz. No podía ser un producto de mi imaginación cuando sonaba tan real.
Entre a la casa, puse el pestillo y coloqué una silla detrás de la puerta.
—¿Quién es? —chillé—. Por favor, ya no es gracioso. Deténganse.
Una idea vino a mi mente. Era posible que estuvieran intentando asustarnos en un intento desesperado por convencernos de vender la propiedad. Los tres ancianos líderes eran capaces de todo.
Fui al cuarto de mis padres en busca de alguna pista de su paradero. La habitación, de estilo minimalista, estaba limpia y meticulosamente ordenada, al igual que siempre. Los cristales de la ventana estaban corridos, ventilando la habitación en su ausencia.
Me llevé una mano al pecho al ver la fecha en el almanaque sobre la cómoda. Imposible. Hoy era dieciséis de julio, no diecisiete. Algo comenzaba a oler mal.
Limpie mis lágrimas, sintiéndome sola y asustada.
Subí al estudio. Necesitaba dibujar algo, urgente. Era lo único que podía calmar mi mente en estos momentos. No quería ni pensar en que...
—¡Cállate! —le grité a mi mente.
Revisé las carpetas con las fotos que solía utilizar como inspiración para distraerme. Elegí el boceto de un Lirio de agua. Alex lo había diseñado para mí. Un recuerdo de mi preciado lago.
Corrí la banqueta y me senté frente al caballete. Antes de comenzar organicé los frascos con las pinturas y los pinceles en la mesita a mi lado.
Sobre la paleta vertí: morado, blanco, azul y un poco de verde. Tomé el pincel y esparcí brochazos azules creando ondas sobre el lienzo en blanco. Luego añadí el morado y el blanco en trazos curvos para formar los pétalos. Para las hojas, utilicé una técnica con espátula que recién habia aprendido para lograr texturas. Mezclé un poco de anaranjado con un azul claro y lo apliqué sobre el azul más obscuro, quería plasmar de forma artística el reflejo de los rayos del sol en el agua.
Al terminar el cuadro, le coloqué mi firma en el borde inferior.
Admiré mi obra. Sobre la paleta quedaban los restos de colores que había usado para darle vida a lo que en un principio representaba el florecimiento de los Lirios. En lugar de flores, una joven flotaba encima del agua: La Dama Azul.
Palidecí.
¿Era algún tipo de mensaje?
Respire profundo. O estaba al borde de la locura o necesitaba un exorcismo urgente. Me decanté por lo segundo.
Limpié los restos de pintura en mis manos sin dejar de preguntarme cómo era posible.
Tenía que investigar todo lo relacionado con la deidad y agendar una cita con el sacerdote. Escondí el vestido azul en un cajón bajo llave y me vestí con un suéter holgado y unos jeans beige. En el bolsillo derecho del pantalón guardé el spray de pimienta. Uno nunca sabe.
—Ana, no seas cobarde —me dije en el umbral de la puerta—. ¡Tú puedes!
Con la determinación de una oveja que decide ir voluntariamente al matadero me dirigí al garaje. Le quité el cobertor a la bicicleta y puse rumbo al pueblo.
Aparqué en la entrada de la Biblioteca.
El lugar me recibió abriendo las puertas de cristal sin empujarlas.
Un señor canoso descansaba cómodamente sobre un sofá recubierto de cuero, los pies apoyados en el reposabrazos. Supuse que sería el encargado.
Inhaló de la pipa que tenía en la mano, esbozó una O y soltó el humo, creando aros en el aire.
—Hola, buenas tardes —saludé.
El hombre me echo un rápido vistazo, frunció el ceño y continúo fumando sin prestarme atención. ¿Me había ignorado?
—Hola, ¿es usted el encargado? —insistí, de mal humor.
—¿Está hablando conmigo? —preguntó, levantándose de un salto.
Mire a mi alrededor, éramos los únicos en la biblioteca.
—Mmm, sí.
—Le doy la bienvenida al "Paraíso del Lector". —Sacudió su traje con aire distraído—. No suelo atender clientes... especiales. Pero por ser usted, haré una excepción. Dígame, ¿hace mucho que anda por aquí?
Levanté una ceja, sin entender la pregunta.
—Nos mudamos hace un año. —Cambie el peso de un pie al otro, incómoda.
—Entiendo.
Realizó un ademán para que ocupara una de las mesas. Caminó detrás de mí, murmurando palabras sin sentido.
—Debe estar aburrida, la espera puede tomar tiempo. Yo también me aburró mucho —dijo con la voz cargada de tristeza—. ¿Qué necesita?
—Cualquier información que pueda darme de La Dama Azul.
Puso los ojos en blanco.
—Todo en este lugar tiene que ver con La Dama Azul. Deberían cambiarle el nombre al pueblo —bufó.
Sonreí, el hombre tenía razón.
—Pero por ser a usted —continúo—, puedo buscar un libro especial, tal vez la historia verdadera. Es hora de que salga a la luz.
—Gracias —asentí—. Soy Ana Hayes.
—¿Hayes? ¿De Alonso Hayes?
—Sí, soy su descendiente.
—Interesante coincidencia.
—¿Y usted es?
—Mmm, me llamo... —Enfocó la mirada en un punto fijo del techo por unos breves segundos, buscando en sus pensamientos—. Ah, Samuel Andrade—recordó—. Así me llamo.
¿A quién se le olvida su propio nombre? El hombre parecía tener trazas en la cabeza en vez de ideas.
—Un gusto, señor Andrade.
—Samuel Andrade —volvió a pronunciar su nombre, saboreando las palabras.
Cerró los ojos por unos instantes, distraído. Al abrirlos, los posó en mí, recordando que aún esperaba por él.
—Discúlpeme un momento, no tardaré —señaló a uno de los estantes—. Mientras tanto, puede revisar el tres, puede que encuentre algo que le sirva —terminó de decir y desapareció.
Pestañee, anonadada. ¿Cómo había hecho para moverse tan rápido?
Sacudí la cabeza. Debió de haber sido mi imaginación.
Inspeccioné el estante tres como me lo aconsejó Andrade. Saqué algunos libros y los coloqué en la mesa. Leí con detenimiento los más delgados. La historia de La Dama Azul se repitió de igual manera en todos, excepto en algunos detalles. Según los historiadores, la joven terminó con su vida una noche por motivos que variaban desde la pérdida de una considerable fortuna, un amor prohibido, embarazo y disputa familiar.
Continúe la investigación hasta que me topé con un libro de corte histórico. El grueso tomo contaba el inicio de la tradición de arrojar monedas al lago. Los primeros en hacerlo fueron los padres de la deidad al lanzar cinco monedas de oro en honor a su difunta hija. Los siguió una pareja que buscaba poder vivir juntos, el deseo les fue concedido. Una madre rogó por la sanación de su hijo enfermo; él bebe, creció sano y fuerte. Un anciano pidió encontrar nuevamente el amor, semanas después conoció a la que sería su compañera por el resto de sus días. Una joven citadina rezó por la recuperación de su madre enferma, me fue concedido.
Al medida que la historia se difundió, más personas se acercaron al lago en busca de cumplir sus deseos, convirtiéndolo en una costumbre hasta nuestros días.
Avancé, saltando la larga lista de testimonios hasta la profecía escrita en letras más pequeñas al final del libro.
"Si has sacado una moneda, espera tu destino. La muerte será tu castigo."
Cerré el libro de un golpe. ¿Todo lo que me sucedía era un presagio de una muerte inminente? ¿Por unas monedas?
—Estoy de vuelta —anunció el señor Andrade sacudiéndose el polvo del traje. La sonrisa en su rostro desapareció al ver el libro que sostenía en las manos.
—¡Tonterías! —gritó enojado—. Ana, no crea todo lo que lees.
Me arrebató el libro, sustituyéndolo por otro mucho más pesado. Bajé la mirada a la carátula de cuero cubierta de gaza blanca. Un colgante de pez, verde esmeralda, funcionaba de broche.
Recordé al extraño pez que vi en el lago. ¿Será alguna coincidencia?
—¿Tiene alguna idea de lo que sucede en el pueblo?
Andrade entrecerró los ojos al comprender mi pregunta.
—Vuelve al lago, encontrarás todas tus respuestas ahí.
—Gracias, yo... debo irme.
—Llévate el libro.
Clave las uñas contra la carne de mis manos intentando detener los espasmos.
—Puedes volver cuando quieras, me vendría bien un poco de compañía —añadió.
Asentí.
Coloqué el libro en la cesta y pedaleé de vuelta a casa. Al llegar, llamé a todos mis contactos. Ninguno respondió.
***🦋***
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top