CAPÍTULO 5. EL ENCUENTRO CON EL MENSAJERO

   La fecha era 10 de Febrero de 2003, habían pasado dos meses desde el accidente y Humberto comenzó a despertar ante la emocionada mirada de la enfermera.

- Hummm, ¿qué...?, ¿qué es aquí?

- El hospital en donde se está recuperando después del accidente –le indicó la enfermera con voz serena-

- ¿No morí?

- No, claro que no ¿por qué tantos comatosos preguntan eso?

- Porque la vimos cerca... ¿o no?

- Sí, muy muy cerca.

- ¿Estoy completo?

- Completito con el favor de Dios, ni siquiera huesos rotos, solo magulladuras y raspones.

- ¿Cicatrices?

- Una en la frente, que si quiere después se la pueden operar y ni rastro.

- ¿Qué día es?

- Diez de febrero, estuvo en coma más de dos meses, fue un milagro que se salvara. Debe de dar gracias al cielo.

- ¿Estoy en Querétaro?

- No, en el D.F., fue la mejor opción por rapidez y equipo, casi siempre los traen para acá de ese tramo de la carretera.

- ¿Por qué se me dificulta moverme?

- Porque está entumido, no se apure, descanse, tome esto, todo está bien ahora.

Humberto se sumió en un profundo sueño y despertó cuatro horas después, estaba solo, encontró muy a su alcance un timbre para solicitar ayuda, lo activó y una enfermera del nuevo turno acudió dos minutos después.

- Enfermera... ¿Cuándo saldré de aquí? –Realmente no se sentía en condiciones para dejar el hospital, pero no se le ocurrió decir otra cosa-

- Eso lo determinará el doctor, ya lo revisó hace como tres horas y nos pidió que le avisáramos en cuanto usted despertara, en un momento estará con usted.

- ¿Hay alguien de mi familia o amigos esperando por mí?

- Sí, tengo entendido que sí.

- Llámelos por favor.

- En cuanto venga el doctor y lo autorice.

- ¿Quién está ahí afuera?

- No lo sé, hasta las nueve de la noche siempre están sus papás y sus hermanas, pero ya más tarde se turnan.

- ¿Qué hora es?

- Las diez de la noche.

- ¿Del día diez?

- Sí.

Humberto se mantenía en un soñoliento sopor, le dolía un poco la cabeza y se sentía muy débil, realmente lo estaba; tenía conectado a una vena de su brazo izquierdo un catéter por el que rítmicamente se depositaba suero en su torrente sanguíneo.

- Deseo orinar ¿me ayuda a levantarme?

- Mejor use este urinal, podrá levantarse en cuanto lo revise el Doctor.

Media hora después llegó el Doctor.

- Don Humberto, sea usted bienvenido a su nueva vida; sin duda Dios lo quiere mucho y desea que termine su misión en este planeta, debe sentirse feliz de estar vivo y en tan excelente condición.

- Gracias doctor ¿cuándo podré salir?

- En no menos de tres días, pero no estará listo para hacer su vida normal en menos de dos semanas.

- ¿De que depende que tarde más o menos?

- Pues de muchos factores, pero básicamente de lo que su organismo nos vaya diciendo, estará en observación constante y cualquier problemita que surja será atendido de inmediato.

- ¿Tengo visitas?, ¿puedo recibir visitas?

- Mañana podrá recibir visitas, mucha gente quiere saludarlo, hace una hora estuvieron aquí con usted sus papás y sus hermanas y después de que les expliqué que ya está usted fuera de peligro les sugerí que hoy ya no se quedara nadie a velar, han soportado jornadas larguísimas y me pareció que lo más prudente era mandarlos a descansar.

Este es el segundo hospital en donde está, llegó aquí hace sesenta días ya con sus signos vitales estabilizados y todo el tiempo sus papás y sus hermanas se ha turnado para cubrir las veinticuatro horas de cada día, así que es la primera noche en que todos están descansando, tiene usted una bella y muy unida familia, debe estar orgulloso de ellos.

- Sí doctor lo estoy, gracias por platicarme esto, me da mucha tranquilidad saber que están bien y que saben que estoy bien.

- Sí, la verdad muy bien, puede usted presumir de que ya paso por eso de no cargar los peregrinos y seguir vivo.

- Es cierto, todo diciembre y enero fuera de la circulación e inconsciente, me cuesta trabajo entenderlo.

- Así pasa, pero no tome ese tiempo como perdido, todo el tiempo que tiene por delante es ganancia, se lo digo yo que estoy acostumbrado a ver milagros.

Su caso es excepcional.

Tres días más tarde, tras un exitoso inicio de recuperación, Humberto fue dado de alta y llevado a su departamento en donde se hacinaban sus padres y sus dos hermanas.

Desde la soledad de su habitación se hacía cruces sobre la forma en que se acomodaban para dormir, porque cuando lo pasaron por la sala-comedor vio todos sus muebles en orden y ni rastros de camastros o colchonetas, menos del equipaje que suponía abundante.

Las rutinas para recuperar fortaleza muscular fueron realizadas con toda puntualidad con la ayuda de sus hermanas y la cercana vigilancia de su madre.

Disfrutaba su regreso a la dependencia de los cuidados de su mamá, pero puso todo su empeño para lograr que esa etapa durara lo menos posible.

Telefónicamente reanudó el contacto con el padre Salvatori y con un amigo de Querétaro por cuya intermediación logró que un maestro de la universidad lo patrocinara para poder retirar libros de la biblioteca, esto le dio la seguridad de no tener dificultades para cumplir con su largamente pospuesta misión de recuperar el diccionario filosófico.

El día 20 de Febrero contra la opinión de toda su familia abordó un camión con rumbo a Querétaro, en la terminal de autobuses tomó un taxi para ir a la biblioteca de la Universidad.

- Buenos días, vengo de parte del profesor Sergio de la Cadena –dijo mientras presentaba una identificación-

- Bien venido maestro –respondió la bibliotecaria- ya tenemos aquí una carta responsiva firmada por el profesor de la Cadena y además nos llamó hace una media hora para avisar que usted vendría ¿qué libros necesita?

- Solo uno, el diccionario filosófico de Abbagnano.

- En un momento se lo doy.

La espera fue breve, pero cuando Humberto recibió el libro se percató que no tenía la mancha de humedad que identificaba al que él entregó.

- ¿Tiene otro volumen igual?

- Sí, pero en este momento lo está consultando el señor que está en el primer pasillo.

- ¿Puedo pasar?

- Claro.

Con la silenciosa complicidad de sus zapatos de lona avanzó para sentarse a mi espalda, después se puso de pie, caminó lentamente fingiendo leer algo en su agenda y cuando paso detrás de mí se detuvo brevemente para ver en qué tema tenía abierto el libro, acto seguido continuó caminando hasta el fondo del pasillo.

Ignorando lo que sucedía, justo cuando Humberto me daba la espalda, anoté en mis hojas la dirección de Internet incluida al final del texto y me dispuse a sacar el libro en préstamo.

Humberto se giró, y al ver que me dirigía al módulo de servicio, se fue a sentar en la mesa de lectura más cercana con la intención de escuchar mi conversación con la bibliotecaria.

Cuando abandoné el lugar lleno de frustración por no poder sacar el libro en préstamo, él hizo uso de sus privilegios y se lo llevó.

Después se dirigió al céntrico hotel donde había decidido pasar la noche y lo primero que hizo al entrar a la habitación fue sentarse en la cama para abrir el libro.

Sabía que yo había consultado CREACIÓN, así que sin vacilar buscó ese tema.

Su sorpresa fue enorme al descubrir en la página 256bis la primera parte del proyecto de investigación de Egúsquiza.

Sin detenerse a considerarlo desprendió la hoja y cerró el libro, esa noche durmió mal, no a causa de dolencias por su pasado percance sino por el disgusto de actuar como inquisidor medieval.

Devolvió el libro al día siguiente, su arribo a la biblioteca fue posterior a mi segundo intento de obtener en préstamo el libro con la misteriosa página bis, justo cuando yo estaba mascullando amargura al pie de la estatua de don Benito Juárez, tras ser informado de que la obra que yo buscaba estaba en préstamo para ser regresada al día siguiente.

Humberto tenía la dirección de Internet en la hoja confiscada, pero no se sintió con la energía para buscar un lugar de renta en donde pudiera consultarla y decidió esperar para hacerlo en la ciudad de México desde su computadora, lo que no previó fue que al entrar a su departamento sus hermanas lo forzaran a meterse en la cama y le impidieran con toda energía ponerse a trabajar.

Por mi parte, tras pasear mi frustración por el histórico Cerro de las Campanas e ignorando que el libro acababa de ser regresado a la biblioteca, me fui a casa.

La siguiente mañana fue un circo de dos pistas.

Yo me apersoné muy temprano en las instalaciones universitarias y tras el disgusto de descubrir que la página 256bis había sido desprendida, recordé que tenía anotada la dirección de internet y me fui a mi casa para consultarla.

Humberto a fuerza de insistir, logró la anuencia familiar para acceder al hiperespacio, pero el destino quiso que lo hiciera diez minutos después que yo.

Obtuvo el texto que coincidía palabra por palabra con el que le había entregado don Juan en Tepoztlán y cuando activó el botón CONTÁCTAME AHORA la repuesta que recibió fue: LO SIENTO, LA MATRÍCULA ESTÁ LLENA PARA ESTE CURSO, SE LE TOMÁRÁ EN CUENTA PARA LA SIGUIENTE PROMOCIÓN.

Sospechando que el acceso estuviera bloqueado solo para él, gestionó una nueva dirección electrónica bajo el nombre de Juan Sepúlveda, su mejor amigo, pero la respuesta fue la misma.

No pudiendo discurrir otra acción envió un nuevo correo electrónico a Egúsquiza insistiendo en reunirse a la brevedad posible para avanzar en el proyecto, pero tuvo que conformarse con una excusa posponiendo el ya pospuesto encuentro.

"Estimado Humberto, lo que me enviaste cubre plenamente mis expectativas, necesitamos reunirnos para revisar algunos puntos finos, pero por ahora me resulta imposible regresar a México. Te mantendré informado sobre mis planes al respecto, espera noticias a mediados del mes próximo".

Contrariado por lo que consideró una señal inequívoca de estar siendo excluido, decidió apersonarse nuevamente en la casa de huéspedes que solía utilizar Egúsquiza.

Pidió un taxi por teléfono y sobreponiéndose a los airados reclamos de sus hermanas y la resignada preocupación de su madre, salió de su departamento insistiendo en que se trataba de una breve visita que no podía posponer.

- No, no ha venido, pero la habitación que había reservado para estas fechas la está ocupando su tío Mariano –Informó de buen talante el dueño y administrador de la casa- ¿por qué no lo espera? no tardará en regresar de su paseo vespertino.

- ¿Tiene mucho aquí? -Preguntó Humberto con interés-

- Desde diciembre, don Juan José me avisó del cambio y me depositó el pago por seis meses.

- Por ahora no puedo esperar, pero vendré otro día, saldré de México por un mes, a mi regreso trataré de saludarlo.

- ¿Desea dejarle algún recado?

- Mire, por favor entréguele mi tarjeta, ahí están todos mis datos, dígale que soy amigo del señor Juan José y que regresaré en un mes.

- Claro, cuente con eso.

El descubrimiento de la presencia del desconocido tío Mariano en México le sugirió a Humberto la posibilidad de que se tratara del mismísimo Juan José Egúsquiza afectado por el aceleramiento de su reloj biológico, por lo que optó por no confrontarlo y sí vigilarlo.

Tras despedirse partió a bordo del taxi que lo había llevado pero se apeó apenas dobló la esquina y regresó a las cercanías de la casa para espiar el retorno del misterioso huésped sustituto.

Supuso por la dirección que el casero mostró extendiendo su brazo que regresaría por el poniente, del rumbo de la Avenida Paseo de la Reforma.

Recorrió con la vista el vecindario y detuvo su escrutinio en la imagen que ya conocía pero que había desestimado, del pequeño restaurante ubicado en la contra esquina de la casona desde donde podría lograr una perfecta visión sin riesgos de ser descubierto.

Aunque no conocía al tío Mariano se mentalizó para identificar a un añoso español sin cuestionarse que era exactamente lo que eso significaba, pero aun en esa indefinición no tuvo dudas al verlo.

Al cabo de una media hora descubrió al fondo de la calle a un hombre con sombrero y chaleco que se acercaba con paso firme, a la distancia el parecido de su silueta con la de Juan Egúsquiza era asombroso.

Usaba una abundante barba blanca que le cubría la mitad del rostro y le hacia ver de más edad sin necesidad de recurrir a la posibilidad de que su reloj biológico realmente estuviera avanzando con desusada rapidez.

Humberto quedó convencido de que se trataba de su escurridizo jefe de proyecto.

Repasó opciones para averiguar lo que sucedía y concluyó que independientemente de cuál fuera su nombre o su edad, era necesario establecer una vigilancia de veinticuatro horas sobre él.

Se dirigió de inmediato a la iglesia de la colonia, durante la caminata usó su teléfono móvil para avisar a su familia que estaba bien, lo hizo con breves palabras sin dar oportunidad a las reprimendas y reclamos que sabía brotarían de cualquiera que tomara la bocina.

Ya en la iglesia se identificó debidamente como seglar al servicio del padre Salvatori, y usó el teléfono de la oficina para llamar a un seminario que por la distancia consideró más adecuado que el del Lago de Guadalupe.

Consiguió el apoyo de cuatro diáconos que dos horas después se presentaron ante él.

- Nos ordenaron apoyarlo en todo lo que sea necesario, así que usted dirá -Dijo el primero que estrechó su mano-

Humberto los pasó al pequeño privado que le fue facilitado y los aleccionó a puerta cerrada.

- Requiero de su energía, su confianza y su discreción; por un asunto coordinado desde Roma es necesario saber de las actividades de una persona, no se trata de nadie violento o peligroso, ni se requiere más que saber cuando entra y sale de su casa, y a donde se dirige, para ello es necesario cubrir las veinticuatro horas.

- ¿Aquí en el D.F.?

- Aquí a la vuelta, en esta misma colonia.

- ¿Cuándo empezamos?

- De inmediato, pero antes requiero que me den sus números de teléfono móvil y anoten el mío.

Una vez satisfecha esa primera instrucción les describió al tío Mariano y les informó del pequeño restaurante desde donde podrían vigilar mientras estuviera en servicio, después todos fueron ahí.

Humberto y tres de los diáconos lo hicieron caminando, el cuarto, quien era el dueño del auto en que habían llegado fue por él para moverlo al lugar convenido.

Casi acababan de tomar asiento cuando Humberto se despidió dejando que sus jóvenes asistentes se pusieran de acuerdo sobre la manera de realizar la vigilancia, el rol y la duración de los turnos; el horario quedó establecido para cubrir los siete días de la semana, desde las cinco de la mañana hasta la una de la mañana del siguiente día.

Cuando Humberto abrió la puerta de su departamento tras poco más de cuatro horas de haber salido, lo hizo con el ánimo preparado para recibir la amorosa pero enérgica reprimenda que le propinaron sus hermanas y madre, tras la que fue forzado a meterse a la cama.

A la mañana siguiente recibió por teléfono el reporte de que don Mariano no había salido de su casa desde la tarde del día anterior, pero los telefonemas de esa tarde fueron diferentes.

- Le aviso que acaba de salir, estoy bajando del coche y procedo a seguirlo... en Reforma tomó una combi al Zócalo, yo abordaré la que sigue... se bajó en la Alameda, lo estoy siguiendo... entró al Sanborns de Los Azulejos y se dirige a la barra de la cafetería, saludó a algunos parroquianos sin detenerse... tiene una hora tomando café y leyendo el periódico al derecho y al revés... sale en este momento... caminó hasta La Alameda y está tomando una combi. Ya está de regreso en su casa.

Los reportes de los siguientes días fueron calca del primero.

La diferencia la marcó un cometario de la segunda semana.

- Hoy se ve más cansado y avejentado.

Esa mención del envejecimiento del tío Mariano removió en Humberto la idea de que tal vez si fuera cierto eso del acelerado reloj biológico.

El primero de abril, día en que fui citado por Juan José Egúsquiza a las doce horas en el Sanborns del Ángel, el tío Mariano salió de su casa a las once de la mañana con un voluminoso libro en las manos.

- Está saliendo de su casa –reportó por teléfono el vigilante en turno- ¿raro que lo haga por la mañana no? además lleva un libro que se ve que pesa ¡hoy sí que se tardará en el café!

- ¿Libro?, ¿es un diccionario filosófico? –Cuestionó Humberto sin razonar que no era factible obtener una respuesta válida-

- Ni idea, a esta distancia es imposible saber, pero se trata de un libro bastante grueso.

Dos segundos después el vigilante expresó con exaltado ánimo.

- ¡Está tratando de parar un taxi!, ¡ahora sí me la puso difícil!, ¡me estoy regresando corriendo al coche para poder seguirlo!... ya estoy en el coche, afortunadamente no ha podido conseguir taxi y sigue en la banqueta, ya consiguió taxi, lo sigo... estamos atorados en el tráfico de Reforma con rumbo a Chapultepec... se está bajando frente al Ángel, se metió al Sanborns...

La reacción de Humberto fue decidida.

- En este instante salgo para allá, creo que ahora sí hará contacto con alguien.

- Meteré el auto al estacionamiento y entraré al Sanborns –dijo el que seguía a Egúsquiza-, solo espero no perderlo, pero no tengo alternativa porque no hay donde estacionarse aquí afuera.

Humberto abordó un taxi y en escasos diez minutos llegó al lugar.

Por el teléfono fue informado de que don Mariano estaba en la sección de libros y ahí se dirigió.

Lo localizó en la "L" que formaban los pasillos de la sección de libros y la de regalos, desde donde dominaba las dos entradas al punto de reunión que me había propuesto.

Llegué ahí al mismo tiempo que Humberto pero por diferente lugar, yo por la puerta de la sección de libros que daba al exterior y él por el departamento de regalos en donde simuló estar interesado por una pieza de cristal cortado.

A pesar de su empeño fue descubierto por Egúsquiza, quien para no darle la oportunidad de pedir explicaciones, decidió dejar el lugar saliendo por la puerta que yo había usado para entrar.

Él no me conocía pero yo lo reconocí de inmediato por el libro que llevaba en su mano izquierda, me dirigí a interceptarlo y cuando reparó en mí y mi intención me confrontó y me dijo con voz clara y por lo bajo.

- Hay problemas, no me entretenga se lo ruego, me comunicaré por la Internet.

Como impulsado por un resorte le di la espalda y cuando pasó de largo me dirigí a la esquina del fondo de ambos pasillos, justo donde él se había plantado inicialmente.

Casi sin respirar mantuve una estatuaria pose dando la espalda a todo, girando un poco mi cabeza pude ver por el rabillo de mi ojo derecho como Humberto, a quien yo no conocía aun, llegó con rápido andar hasta la puerta por donde se había escabullido Egúsquiza y lo siguió con la vista mientras hablaba por su teléfono celular, después giró y avanzó en mi dirección con apresuramiento.

Confiando en que Humberto tampoco me conocía me dirigí hacia él para verlo de cerca, pero al notar su reacción ante mi presencia comprendí que había cometido un error, ya no pude remediarlo, solo fingí no reparar en él y seguí mi camino, crucé la Avenida Reforma y tomé un taxi para ir a la casa de mi hermano en la colonia Santa María la Rivera.

Por suerte mi sobrina Edith estaba en casa y le pedí ayuda para revisar mis correos desde su computadora; fue muy agradable encontrar el siguiente mensaje.

"Lamento que nuestro encuentro se frustrase, ignoré hasta el último instante que estaba siendo vigilado ¿podríamos vernos mañana a las 11 a.m. en punto en el pasillo de entrada del Hotel J.W. Marriott que está frente al Auditorio Nacional? Será indispensable que tenga usted un auto esperando por la puerta de atrás para que nos alejemos del lugar de inmediato.

Atentamente: Juan José Egúsquiza."

Así fue que después de tantas vicisitudes lo único que había logrado obtener era la propuesta de una segunda cita, con el agregado de que mi curiosidad ya se había convertido en obsesión.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top