CAPÍTULO 3. EL MENSAJERO

A eso de las nueve de la mañana Humberto llegó a la casa de don Juan, era sábado, un día antes de la cita que él había propuesto.

Sorpresivamente un sonriente desconocido le abrió la puerta.

- Buenos días, pase usted –dijo el extraño dando dos pasos hacia atrás para despejar la entrada–

- Buenos días –respondió Humberto un tanto desconcertado- ¿Está don Juan?

- ¡Justo a tiempo! pasa, te esperábamos –gritó don Juan desde la cocina-

- Buenos días don Juan y... no se le olvide que conozco ese truco, no trate de posicionarme en desventaja revirtiendo la sorpresa de mi adelantada presencia.

- Buenos días, mira, te presento a mi tocayo Juan José Egúsquiza –dijo don Juan saliendo de la cocina-, Juan José, este es Humberto Zambrano, de quien te platiqué y quién como escuchas es todo lo contrapunteado que te dije.

- Mucho gusto Humberto, saliste muy de mañana ¿no? –Expresó Egúsquiza con amabilidad-

Humberto se quedó de una pieza, la presencia de Egúsquiza cancelaba la buscada oportunidad de obtener más información antes de conocerlo y lo ponía a él a modo para ser evaluado durante los dos días en que ahora iban a convivir.

- Sí, quise evitar el tráfico y aunque no me funcionó como esperaba cuando menos llegué antes del medio día.

- Y... ¿qué dice el padre Salvatori? -Preguntó Egúsquiza-

Esa pregunta cimbró a Humberto y tratando de no manifestar su descontrol se puso en guardia para no ser sorprendido nuevamente.

Entendió que la conversación no era ya una charla intrascendente y que su congruencia y capacidad de control estaban siendo puestas a prueba.

- ¿Le conoce? –Dijo con naturalidad-

- Solo por comentarios de amigos y por uno de ellos me enteré que Salvatori mencionó durante una plática en el Colegio Mayor de Comillas que viajaría a México por estas fechas.

- Pues yo aún no lo veo –declaró Humberto- pero sé que está aquí y trataré de saludarlo en cuanto vea la oportunidad, si lo logro ¿desea que le dé algún mensaje?

- Te repito que no lo conozco en persona así que no tengo nada que decirle.

- Pero yo sí –intervino don Juan-, pregúntale al viejo cabrón que si se va a regresar a Roma sin que platiquemos, pero dile que yo digo que es un cabrón, no se te olvide.

- Descuide, yo le digo, oiga señor Egúsquiza –incómodo por la actitud de don Juan, Humberto cambió drásticamente de tema- leí con mucho interés el material que me entregó don Juan ¿me acepta como colaborador?

- ¡Encantado Humberto! ¡no faltaba más! con todas las recomendaciones de mi tocayo es exactamente lo que estaba deseando que dijeras, esta visita a México será corta, me regreso en tres días, así que apenas tendré tiempo de darte la idea general y el esbozo del marco teórico de mi trabajo, ya a fin de año regresaré para quedarme hasta terminar ¿te parece?

- Pero claro que sí, usted dirá que quiere que hagamos hoy y mañana.

- Pues de entrada almorzar, porque anoche nos la echamos larga y a esta hora mis neuronas aún están soñolientas y sobre todo en necesidad extrema de los carbohidratos de esta región.

Decepcionado por la intrascendencia del comentario de quien esperaba abrevar sabiduría tras cada frase, Humberto soltó una de las puyas que su contestatario ánimo le facilitaba.

- Pues yo pensé que las neuronas de pensadores como usted comerían ideas.

- ¡Coño! ¡Que el muchacho anda bravo Juan!... pero nóoo –dijo Egúsquiza dirigiéndose a Humberto-, eso de la espiritualidad del estómago y la pureza de las neuronas son ideas de pueblos hambreados que no de España.

A las neuronas hay que excitarlas con impurezas que deleiten el paladar y produzcan muchos gases, así se ponen tan descontroladas que eructan ideas borrachas que se ponen a fornicar con las ideas cuerdas que se encuentren a su paso para procrear silogismos, de lo que hay que tener cuidado es que de entre de esos hijos del placer neuronal nace una que otra falacia, que son unas verdaderas hijas de perra, bueno, es como en todas las familias, siempre hay alguien que no se sabe como carajos nació.

- ¡Caray! -expresó sorprendido Humberto-, sí que me queda claro el nivel de afinidad entre usted y don Juan, me mueven las referencias lógicas con tal facilidad que me dejan hecho un pendejo.

Lo que se me dificulta asimilar es que a pesar del cinismo con el que aceptan que son burlones y cabrones, termine yo por disfrutar el que me hagan caca para tener la oportunidad de reconstruirme.

- ¡Ya le explicaste eso Juan! bueno, bueno, mira Humberto, perdón por mi actitud, en realidad no es para hacerte caca, solo es que me siento contento de que estés aquí y... bueno, pues que cuando estoy de buenas me surge la vena humorística, pero mira, olvidemos el incidente y ataquemos de lleno a estas carnitas de puerco con el aderezo de frijoles y estas cucharas masticables que aquí llamáis tortillas y que nos acaba de traer una de las señoras que consienten a mi tocayo con la esperanza de una tierna retribución.

- ¡Oye no tocayo! -protestó don Juan- que esta señora y las otras que me ayudan solo lo hacen porque son realmente buenas personas y me tienen una inmerecida consideración.

- Sí, ya ya, que a mi también se acercan señoras piadosas y lo mismo digo de lo inmerecido, pero coño que yo no me porto tan desagradecido como tú ¿qué?, ¿crees que con las puras gracias ya no les debes nada?

Y así, entre bromas y recuento de anécdotas se pasó la mañana y media tarde.

Humberto empezó a sospechar que estaba siendo excluido de trabajos serios por su descubierto acercamiento con el padre Franco Salvatori.

- ¿Trajiste tu auto Humberto? -preguntó Egúsquiza-

- Sí ¿desea que lo lleve a algún lado?

- Sí, deseo regresarme a México hoy, como te dije viajaré a España en tres días y tu anticipada visita me da la oportunidad de contar con un día más para cubrir mi agenda.

- Pues en esta ocasión la única razón para venir fue platicar con usted, así que no tengo problema para que nos regresemos juntos a México cuando usted decida.

- ¿Podríamos salir en media hora? en el camino te platico del proyecto ¿te parece?

- Sí claro ¿se está quedando en hotel?

- Pues en algo así, es una casa en la colonia San Rafael en donde reciben huéspedes por días o meses, está muy bien ubicada y me resulta ideal para mis actividades.

- ¿Viene con frecuencia a México?

- Pues... una vez cada dos años... y a veces cada año.

- ¿Negocios?

- Amigos, amigos que me hacen trabajar mucho con su gusto por leer mi trabajo.

- ¿Es usted escritor?

- ¡Coño! ¡Juan, que le has enseñado a preguntar ¿eh?! Sí, pero mi mayor tiempo y energía los dedico a mis clases en la Universidad de Madrid, fue ahí donde conocí a un jesuita que también da clases y conoce a tu general Salvatori.

- Yo no soy jesuita.

- ¡Como si ser jesuita tuviera que ver con la sotana!, no hijo, ser jesuita es una actitud ante la vida, es ser analítico, rebelde y cabrón, por la iglesia para la iglesia y a pesar de la iglesia, y eso no se queda en el claustro, te lo llevas donde quiera que vas y por toda la vida.

- ¿Es usted Jesuita?

- ¿Me ves tan cabrón?

- Usted ha estado haciendo todo lo necesario para convencerme que lo es.

- No, no soy jesuita y tienes razón sobre mi actitud, nuevamente tengo que disculparme, es que aquí con este clima con esta comida y con la compañía de don Juan, uno se siente tan lleno de vida que tiendo a no tomar nada en serio, pero no es más que una pose temporal, nada que tenga que ver con mi actitud cotidiana.

- Caray tocayo -intervino don Juan-, me haces pensar que mi influencia te saca de tus cabales ¿cómo está eso?

- Nada que tenga implicaciones negativas o de pobre nivel, lo que me sucede es que aquí me siento confortablemente acompañado y como mi situación es generalmente de soledad, pues me desquito y me expreso abiertamente con el humor que solo manejo en mi intimidad, esto porque últimamente procuro usar sentido del humor durante mis introspecciones, ya que he descubierto que es muy disfrutable el no tomarme tan en serio como mi entorno exige.

- Pues felicidades por eso tocayo –dijo don Juan con rostro pícaro-, y ahí sí te llevo ventaja, porque yo nunca en mi recabrona vida, me he tomado en serio.

Una vez más Humberto se sintió un tanto fuera de lugar porque no acertaba a comunicarse por el canal correcto, tratando de parapetarse en lo que sabía, recuperó de su memoria lo aprendido en un curso de análisis transaccional hacía ya varios años y al revisar la forma en que se estaba desarrollando la conversación concluyó que cuando hablaba de adulto a adulto le contestaban de padre a niño y cuando respondía de niño a padre le contestaban de adulto a adulto, ante tal resultado decidió ya no seguir el juego de gato y ratón en el que parecía que su fatal destino sería siempre ser el ratón.

Terminado el almuerzo consultó su reloj y propuso a Egúsquiza con tono de desánimo.

- Pues usted dice cuando nos vamos...

- De inmediato, pero antes dime si no te incomoda servir de mensajero para entregar este libro en la biblioteca central de la Universidad de Querétaro, mi otra opción es dejárselo a Juan, quien es muy ducho en eso de la mensajería.

- No tengo problema, lo haré con gusto, si es urgente iré el lunes si no yo ya tenía planes para ir a Querétaro entre jueves y viernes.

- No es urgente, así que hazlo cuando más te convenga sin afectar tus planes.

Egúsquiza se puso de pie y caminó hacia la cocina en donde don Juan se encontraba con el pretexto de preparar café, pero con la verdadera intención de propiciar que sus visitantes estuviesen solos el mayor tiempo posible.

- Estimado tocayo, nos vemos la próxima, que el tiempo te permita seguir creciendo –dijo mientras avanzaba-

Don Juan que ya estaba entrando a la sala, respondió con emocionado tono.

- Hasta entonces, cuídate y te deseo mucho éxito en tu proyecto.

Los dos viejos amigos se dieron un fraternal abrazo y una fuerte energía se irradió en el ambiente.

Ya en el auto Humberto reinició la conversación con su nuevo mentor.

- ¿Es este libro una donación?

- No, estoy pagando una deuda que tengo en mi conciencia, pues resulta que hace un año me lo prestaron, pero en un desafortunado accidente lo dañé en tal forma que opté por pagar a la Universidad por su valor total, después lo mandé a reencuadernar y ahora lo estoy regresando.

- Pero si ya lo pagó ¿por qué lo regresa? ya es de usted ¿no?

- Estrictamente sí, pero yo siento el compromiso de reponerlo, por favor solo entrégalo al jefe de la biblioteca y di que es una contribución, no des mi nombre, no es necesario porque como te dije no tengo adeudos formales.

- Pues no se nota el daño, solo una pequeña mancha de humedad.

- Sí, es el único vestigio que quedó del desaguisado.

- Bueno y ¿qué hay de su proyecto?

- Ah sí, mi proyecto... pues mira, lo que leíste es un ejemplo de la forma en que suelo hacer mis ensayos, es una especie de juego en el que planteo la hipótesis de partida, seguramente notaste que aunque no hay una bibliografía formal, los pensadores que ya han aportado al tema resultan evidentes, casi les ves el rostro ¿no?

Como te dije es un ensayo a mi estilo no al de Michel de Montaigne, así que me doy la libertad de jugar con el formato.

El trabajo pendiente es prácticamente todo, a partir de lo que ahí planteo es necesario armar el marco teórico de los nuevos elementos, que dicho sea de paso son bien pocos.

Y claro, lo primero es hacer una lista de los enunciados que son patrimonio de pensadores conocidos, eso es fácil, después quitar los puntos que son especulación pura y que no se pueden relacionar con trabajos académicos previos, como lo son el manejo que doy al Big Bang y las referencias que hago de Luzbel.

- Me ayudaría mucho que usted me dijera cuáles son los elementos nuevos que propone –Señaló Humberto-

- Sí, supongo que sí, pero para mí significaría disminuir la ayuda que requiero de ti, quiero que tú identifiques lo que es nuevo y lo conviertas en hipótesis y que conviertas en marco teórico lo que esta sustentado en trabajos de otros pensadores.

- Pero, entonces ¿Qué pasa si encuentro antecedentes para todo?, ¿hay algo que usted desee cuestionar o modificar con una nueva hipótesis?

- Si encuentras antecedentes para todo quedará demostrado que no he leído lo suficiente.

Lo de cuestionar lo dicho por otro, no, no es esa mi intención, pero si tú me sugieres algo en ese sentido sería grandioso.

Humberto no salía de su descontrol, desde que había leído el escrito que Egúsquiza llamaba ensayo se apiñaron numerosas preguntas en su mente y ahora que tenía al autor a su lado no solo no obtenía respuestas, sino que le era impuesto un método para que intentara contestarse solo.

Como iba al volante no volteó hacia Egúsquiza y se conformó con hacerle gestos de incredulidad a la carretera.

El resto del viaje fue en silencio, dando a ambos la oportunidad de disminuir su nivel de alerta y disfrutar el paisaje.  

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