CAPÍTULO 27. LA EPOPEYA DEL TEPEYAC
Al entrar a su casa, Juan Diego encontró a su tío sentado en el centro de la estancia principal.
- ¿Qué te demoró tanto? te esperaba ayer.
- Sí lo sé viejo, pero el obispo Zumárraga me retuvo hasta hoy por la mañana y después me hizo seguir por unos tlaxcaltecas, eso me retrasó varias horas.
Cuauhtlátoatzin hizo una pausa, después, adoptando un gesto grave comenzó a decir.
-Las cosas no van bien, me prohibió llevarle las flores porque dice que serían obra de hechicería.
Pero a pesar de eso le hice saber que pasado mañana se las llevaré como muestra del amor de Tonantzin hacia los mexicas.
- ¿Y de que servirá si se niega a aceptarlas?
- De menos servirá si no lo hacemos, escucha, yo vi en sus ojos la necesidad de seguir adelante.
Pero tiene miedo y muchas dudas respecto a nuestras intenciones, además fray Pedro le metió muchas ideas en nuestra contra ¡si tan solo no hubiera estado él ahí!
- Pero él es de los que más apoyo nos ha dado –replicó Necucyaotl-, de los primeros que aprendió nuestro idioma, el que abrió un nuevo Calmécatl y el que se empeña en conocer nuestra historia y nuestro pensamiento.
¿Por qué nos habrá traicionado?
- No, si lo piensas bien no nos ha traicionado, lo que pasa es que nunca ha estado de nuestro lado.
Yo percibí que teme que tengamos algo oculto detrás de nuestro interés en restablecer la adoración a Tonántzin en el Tepeyac, y sabemos que tiene razón.
En realidad por ser el que más nos conoce es el que está más cerca de nuestra verdad.
Es, no hay que olvidarlo, un enemigo que nos ha estudiado, que se ha ganado nuestra confianza y es por tanto un enemigo muy peligroso.
- Cuauhtlátoatzin estoy orgulloso de ti, realmente te has convertido en un hombre sabio, espero que la historia que conozcan las nuevas generaciones dé mérito a tus dones.
- Ya es suficiente viejo, creo que ya llegó a ti la bondad que dan los años ¡no creas que se me ha olvidado la severidad con que me disciplinabas!
Prefiero que me dejes en el lugar que merecí cuando me decías que era un flojo y que le tenía miedo al dolor por el que hay que transitar para llegar al triunfo.
- ¿Aún lo recuerdas? bien, me alegra darme cuenta que cuando menos aprendiste que no hay triunfo sin dolor.
- Eso y muchas cosas que te agradezco viejo, pero por favor no me alegres el oído porque debo prepararme para el dolor que lleva al triunfo.
- ¿Esperas problemas?
- Muchos, pero ninguno peor que vivir derrotados.
Necucyaotl guardó silencio brevemente mientras digería lo escuchado.
- Es verdad –dijo con nostalgia- en ocasiones hasta yo me olvido que estamos viviendo en la derrota.
¡Bien! pues sigamos ¿qué hacemos ahora?
- Por lo pronto mandar un explorador a asegurarse de que no fui seguido.
Mientras regresa prepararemos lo necesario para llevar tus flores al Tepeyac.
- Mis flores estarán listas para el momento en que tú indiques, solo necesito un aviso anticipado de una caminata al Tepeyac (unas tres horas).
- Bien, yo te avisaré, ahora convocaré al explorador.
Diciendo eso Cuauhtlátoatzin tomó un arco que estaba colgado en la pared sobre un artístico tapete de algodón, le colocó una flecha, se acercó a la puerta frontal, tensó el arco y lo soltó para que con un sordo zumbido la saeta se perdiera en la noche.
Al poco se escuchó un sonido seco que anunció su arribo a algún invisible objetivo, de inmediato se dejaron oír los ladridos de un alarmado perro, el viejo Necucyaotl movió regocijado la cabeza.
- ¿Estás seguro de que no acabas de matar a Chichilcuali?
Cuauhtlátoatzin respondió presuntuoso.
- Esa flecha se incrustó justo arriba de la puerta de su casa.
Apenas cinco minutos después arribó Chichilcuali vistiendo taparrabo y holgada camisa blanca, mostrando una amplia sonrisa y la flecha de Cuauhtlátoatzin entre los dedos de la mano derecha.
- ¡Jamás pensé que llegaría el día en que me enviarías este mensaje!, ¿qué sucede?, ¿regresamos a la lucha? –Dijo blandiendo la flecha como abanico-
- Por ahora solo propiciaremos que nuestros generales se reúnan y platiquen.
- ¿Los vamos a matar a todos? porque solo en el Mictlán podrán estar juntos y platicar sin matarse unos a otros.
- No, en realidad haremos algo más práctico, ayudaremos a que se reúnan en el suelo sagrado del Tepeyac para decidir sobre el resurgimiento del Imperio Mexica.
Solo tenemos que lograr que el obispo teule autorice que se reestablezca el culto a Tonantzin.
- ¡Ah vaya!, ¡yo pensé que se trataba de algo más complicado!
- ¡No te burles, esto es serio!
Chichilcuali entrecerró los ojos y miró fijamente los de Cuauhtlátoa para buscar la confirmación de su dicho.
- Parece que si es en serio, en ese caso dime lo que debo de hacer.
- Ir a Tenochtitlan, verificar si hay partidas de búsqueda desde aquí hasta el inicio de la calzada norte y regresar mañana antes de la puesta del sol.
- Así lo haré, y... ¿a quién buscan?
- A mí.
Sin decir más Chichilcuali se despidió, pero antes de partir puso su rodilla en el piso y bajó la servís en señal de lealtad y sumisión a su capitán.
Cuando Cuauhtlátoatzin y su tío quedaron solos optaron por dormir y prepararse física y mentalmente para su cercana aventura.
Xóchitl y yo decidimos pernoctar en Tulpetlac para esperar el regreso del explorador, ella estuvo de acuerdo en que pasáramos la noche a la intemperie en un paraje aledaño a la casa y aprovechar la magnífica oportunidad de disfrutar del estrellado cielo del Valle del Anáhuac.
Al siguiente día cuando ya pardeando la tarde vimos aproximarse a Chichilcuali claramente cansado, lo seguimos para escuchar su informe.
- No hay partidas de búsqueda –reportó con formalidad-, pero hay mucha agitación en todo el valle porque se adelantó la colocación del cerco que todos los años ponen los españoles a nuestros centros ceremoniales, bueno, a los sagrados suelos donde tuvimos nuestros centros ceremoniales.
- Sentémonos –sugirió Cuauhtlátoatzin-, ¿a cuáles sagrados suelos te refieres?
- En Tenochtitlan no permiten la entrada a donde estaba el Gran Teocalli –comenzó Chichilcuali-.
El Tepeyac está rodeado al igual que Teotihuacan y lo mismo pasa en los templos de Texcoco, el Cerro de la Estrella y los templos de la ruta a los volcanes.
¡Hasta el Tlachihualtepetl está ya cercado!
- ¿Cómo supiste todo eso?
- Platiqué con mi primo Izcóatl, quién como sabes se empleó con fray Pedro para espiarlo y reportar toda la información posible sobre los españoles.
Me dijo que fue por orden de Cortés atendiendo una solicitud del obispo Zumárraga, y que se prolongará hasta que terminen los días en que solíamos tener las festividades de Huitzilopochtli, igual que los años anteriores.
- ¿Es Izcóatl ese pariente que me platicaste que fue desmovilizado en Cacaxtla?
- Sí, está infiltrado como tlaxcalteca.
- Nunca he entendido como es que tenemos guerreros ocultos entre los tlaxcaltecas, porque eso solo puede ser posible con su consentimiento y cooperación, en fin, tal vez algún día...
¿Que viste en el Tepeyac?
- Solo tlaxcaltecas con escudo y masa, están distribuidos a las faldas del cerro guardando entre ellos una distancia que les asegura ver al siguiente vigilante y ser vistos por el anterior.
- ¿Cómo te sientes para regresar al Tepeyac cuando la luna esté a un tercio de su viaje?
- Sin dudas Cuauhtlátoatzin, estaré listo ¿qué más quieres que haga?
- Que avises a Ceyaotl y a Tleyotl que irán con nosotros.
- ¿Llevaremos armas?
- Solo honda y puñal.
- Así será, con tu permiso me retiro.
- Gracias, buen amigo y mejor guerrero.
En cuanto salió Chichilcuali, Cuauhtlátoatzin le dijo a su tío.
- ¿En qué te ayudo?
De inmediato tío y sobrino se pusieron a trabajar.
Con cuerdas de ixcle y papel amate lograron el perfecto embalaje de dos abultados rosales pletóricos de crecidos capullos.
Cada envoltorio medía un metro sesenta de alto con un diámetro de noventa centímetros y fueron colocados en unos arneses de ixcle tejido que permitían su transporte sin causarles daño.
Como toque final el habilidoso jardinero vertió agua tibia sobre las raíces.
Los cinco guerreros salieron hacia el cerro del Tepeyac poco después de las nueve de la noche, los rosales fueron transportados por los dos recién incorporados a la misión.
Al llegar a su destino a eso de las once de la noche avanzaron a gatas los últimos quinientos metros para evitar ser vistos.
Así inició esa hasta ahora desconocida epopeya que fue un parteaguas en la historia de la humanidad.
Por la trascendencia de este evento es justo que sus actores sean recordados.
Para ello será de ayuda el conocer el significado de sus nombres, helos aquí.
Cuauhtlátoa Palabra de águila
Necucyaotl Guerrero por ambos lados
Chichilcuali Águila roja
Tleyotl Corazón de fuego
Ceyaotl Primer guerrero
En el Tepeyac la situación correspondía fielmente a lo descrito por Chichilcuali, las milicias tlaxcaltecas lo circundaban completamente.
Diez metros arriba de la entrada del túnel oeste estaba apostado un guerrero tlaxcalteca que ostentaba sobre su frente un pequeño tocado de plumas, privilegio otorgado por Cortés a los tlaxcaltecas de noble estirpe mientras estaban en servicio.
A la débil luz de la luna se veía esbelto y joven.
- Tenemos que quitarlo de ahí, dijo Necucyaotltzin.
Cuauhtlátoatzin convocó a su pequeño grupo para darles instrucciones precisas sobre la estrategia a seguir, diez minutos después comenzaron a actuar en perfecta armonía.
Lo primero fue despojarse de sus camisas y pantalones blancos, para quedar en una especie de monos de algodón marrón que traían ya ceñidos.
Ceyaotl preparó su onda y se arrastró sigilosamente cuesta arriba rodeando el risco en donde estaba la entrada del túnel hasta colocarse frente al guardia a ocho metros de distancia.
Chichilcuali se ciñó la camisa como taparrabo y un retazo de su ayate como peto, se amarró el cabello por atrás de la nuca y al igual que Ceyaotl avanzó a rastras para acercarse al guardia pero por su flanco izquierdo.
Cuauhtlátoa, Necucyaotl y Tleyotl, mantuvieron su posición a cuarenta metros frente a la entrada del túnel.
Ceyaotl estaba ya listo para disparar su onda pero tenía que esperar a que Cuauhtlátoa le indicara el momento en que los guardias tlaxcaltecas a la izquierda y la derecha estuvieran haciendo algo que permitiera suponer que no se darían cuenta de la suerte del guardia que necesitaban neutralizar.
La espera se prolongó por cerca de media hora hasta que el guardia de la derecha se sentó y el de la izquierda se puso a orinar mientras contaba las estrellas.
Cuauhtlátoa dio la señal convenida con su brazo y Ceyaotl se incorporó veloz mientras hacía girar la onda por sobre su cabeza.
El sorprendido tlaxcalteca alcanzó a ver que una sombra se erguía ante él un segundo antes de que el proyectil diera en su frente y profirió una expresión de asombro que hizo voltear al vigía que estaba orinando.
Chichilcuali salió disparado pecho en tierra hacia el guardia que se desplomaba para presuroso despojarlo de escudo, tocado y maza.
Hecho lo cual, se vistió con ellos y se incorporó sacudiéndose la tierra.
El guardia que estaba concluyendo la descarga de su vejiga gritó divertido.
- ¡No te caigas Mosco Negro!
Chichilcuali hizo una señal despectiva con el brazo y se sentó sobre una roca que estaba a su derecha mientras se acomodaba el tocado de plumas.
Ceyaotl mientras tanto ya se había arrastrado hasta donde yacía el tlaxcalteca víctima de su honda, para amordazarlo y atarlo antes de que despertara.
Verificó que solo estuviera desmayado.
La pelota de hule del tamaño de un puño había sido lanzada a la velocidad requerida para tal efecto.
Al poco volvió la calma y tras verificar que las borrosas figuras de los centinelas de los flancos no miraran hacia donde ellos, Cuauhtlátoa, Necucyaotl y Tleyotl se apresuraron para alcanzar la entrada del túnel.
- ¡Me sorprendes viejo! aún corres como venado -dijo Cuauhtlátoa murmurando y sonriendo entre dientes-
Necucyaotl simuló no escuchar el comentario y continuó avanzando por delante de los dos que cargaban los rosales, al llegar al risco los tres se adosaron a él y quedaron fuera de la posibilidad de ser vistos por los que estaban apostados en las pendientes del cerro, incluido Chichilcuali.
Con igual ligereza con la que corrió, el viejo jardinero escaló un metro la pedregosa pared, se introdujo al túnel y recibió el rosal que llevaba Cuauhtlátoa, el que a su vez recibió el segundo rosal de manos de Tleyotl, quien de inmediato se regresó a rastras a su posición original.
Ceyaotl quien continuaba oculto junto al guardia derribado fue informado por Chichilcuali que ya podía regresar a reunirse con Tleyotl, y también arrastrándose se dirigió al lugar donde habían establecido su centro de operaciones.
Dentro del túnel todo era penumbra, pero gracias a lo hecho y proveído por Cuauhtlátoa dos días antes, tío y sobrino pudieron avanzar sin contratiempos en apego a su preconcebido plan.
Para evitar que la luminosidad de la antorcha al ser encendida saliera del túnel, cubrieron la entrada con una gruesa cortina de algodón que colgaron en unas estacas de madera.
Cuauhtlátoa se terció al hombro un saco de ixcle que había dejado ahí en su anterior visita y recuperó a tientas una antorcha nueva de la cavidad de la pared opuesta.
Para asegurarse de que nadie pudiera escucharlos ni vieran el más mínimo destello se adentraron varios metros.
Tras un seco chasquido la antorcha se encendió y su luz llegó hasta la cortina pero ahí se detuvo.
Cargando los rosales avanzaron al otro extremo del túnel, al llegar depositaron lo que cargaban a un lado del principio de la escalera, Necucyaotl sustrajo del saco cuatro robustos maderos que había ordenado con precisas especificaciones.
A lo primero que se avocaron fue a remover el arreglo con que Cuauhtlátoa y sus asistentes habían cerrado la entrada del túnel y que consistía en una cuadrícula de lanzas con espacios de aproximadamente quince centímetros por lado, que sostenían un lienzo de ixtle que evitaba que las piedras y tierra que habían colocado encima se precipitaran dentro del túnel.
Cuauhtlátoa apuntaló las cuatro lanzas centrales con los maderos que le entregó su tío, acto seguido colgó una cortina de algodón, no tan gruesa como la de la entrada, sobre la última viga transversal del túnel para obstruir la luz de la antorcha que había insertado en el aro del muro, después comenzó a cortar las lanzas.
Puso esmero en evitar producir algún ruido, pues el silencio de la noche podría hacer que el más leve fuese escuchado por quien pudiera estar en la superficie.
Cuando pudo escurrirse hacia afuera lo primero fue hacer una rápida inspección arrastrándose con su acostumbrada agilidad mientras sostenía su cuchillo con los dientes.
Es de destacar que los cuchillos de Cuauhtlátoa y de su tío eran de acero toledano.
Habían pertenecido a unos españoles que sucumbieron la noche en que Cortés y los suyos fueron perseguidos por las huestes aztecas guiadas por Cuitláhuac, cuando salieron huyendo de México-Tenochtitlan, después de que el tlatoani Moctezuma Tzocoyotzin fuera inmolado según sus propias instrucciones, con una certera piedra que surgió de la honda de Ceyaotl.
Sobre la anterior aseveración, dado que modifica la narrativa de un importante evento histórico, explico aquí que Moctezuma II decidió morir para que Cuitláhuac subiera al trono y su pueblo tuviera un emperador que no fuera prisionero de los españoles.
Regreso ahora al relato de la epopeya del Tepeyac.
Cuauhtlátoa se alegró de que la luna estuviera en su cuarto día de vida, ya que la penumbra era una buena aliada, diez minutos después, regresó para avisar a su tío que toda el área ceremonial estaba libre de tlaxcaltecas.
La noche sin nubes hacía que las estrellas contribuyeran no solo a adornar la negra bóveda celeste, sino a dar la sensación de estar siendo observado por incontables poderosos seres.
Estando en el exterior Cuauhtlátoa removió sin problemas piedras, tierra y lanzas que aún obstruían parte de la entrada.
Cuando el túnel quedó totalmente abierto Necucyaotl pasó los bultos con los rosales a su sobrino y después él mismo emergió del túnel pleno de emoción por regresar en son de guerra a los espacios que fueron su responsabilidad.
En la penumbra la aridez del cerro contrastaba con el vergel que había cuidado durante años.
- ¡Ay hijo!, ¿recuerdas la belleza de estos jardines? Cada que veo esta destrucción mi corazón llora –susurró Necucyaotl-
Cuauhtlátoa respondió en el mismo cauteloso tono.
- Sí, recuerdo con claridad todo lo que ya no es, vivo para lograr que regrese.
¡Anda señor guerrero por ambos lados!, ¡vamos al combate florido!
Al decir eso Cuauhtlátoa iluminó su rostro con una amplia sonrisa de su fuerte y sana dentadura mientras tomaba los rosales bajo sus brazos.
El viejo jardinero real lo guio a un pequeño paraje que para cualquiera que no fuera él sugería ser un espacio más e igual a todos los que conformaban la terrible desolación a la que estaban reducidos los otrora hermosos jardines del adoratorio de Tonantzin.
- ¡Este es el lugar adecuado! aquí podemos escarbar lo que mide un hombre sin encontrar piedras –dijo entusiasmado Necucyaotl-
Cuauhtlátoatzin despejó el área de las piedras procedentes del derruido templo y comenzó a escarbar con una pala de madera que traía consigo y que había formado parte del arsenal del túnel.
En cuestión de unos 15 minutos el hoyo tuvo el tamaño necesario para albergar a las raíces de los dos rosales.
- ¡Listo viejo!, ¿qué te parece?
- Que no hubieras durado bajo mis órdenes ni un día ¡te tardaste demasiado!
- ¡Viejo, no exageres! toma en cuenta que estoy trabajando sentado para no correr el riesgo de ser visto.
- ¡Disculpas, solo disculpas!, hazte a un lado, la magia está por comenzar.
Necucyaotl removió los arneses de ixcle, cortó los lazos que detenían las hojas de papel amate que protegían las raíces, colocó el primer rosal delicadamente en el hoyo, ordenó a Cuauhtlátoa que aterrara sus raíces mientras él lo mantenía en la posición correcta y finalmente cortó los lazos que aprisionaban ramas y tallos.
Después hizo lo mismo con el segundo rosal.
En la oscuridad Cuauhtlátoa apenas podía distinguir los capullos pero palpó algunos con sus manos.
¡Todos los que acarició habían avanzado en su apertura!
- ¡Señor Guerrero por Ambos Lados! realmente eres maravilloso.
- Terminaran de abrir con la luz –dijo Necucyaotl-, espera a que el sol se separe del horizonte cuatro veces su tamaño antes de cortar las flores, después procura que sientan la luz pero no directamente y no olvides humedecerlas.
Mientras eso ocurría en la cumbre del Tepeyac, en sus faldas Chichilcuali continuaba suplantando al vigía que yacía atado a sus pies y que comenzaba a dar indicios de estar despertando con lentos movimientos de cabeza y breves gemidos.
Siguiendo las instrucciones de Cuauhtlátoatzin comenzó a explicarle las razones de su captura y para darle más impacto a su discurso lo llamó por su nombre, mismo que supo cuando el otro vigía se burló por su caída.
- Itzaxayac (Mosco Negro), si me escuchas mueve la cabeza de arriba abajo –El cautivo así lo hizo-, ante todo te pido disculpes la forma en que hemos buscado esta entrevista contigo, pero deberás de entender que no hubiera sido posible de ninguna otra manera.
Los mexicas estamos planeando una insurrección total contra los españoles y deseamos una alianza con tu pueblo, ofrecemos igualdad de derechos en el triunfo y la restauración de nuestras respectivas dinastías, costumbres y dioses.
Sabemos que hay muchos entre ustedes que no están conformes con la manera en que los españoles los humillan y esclavizan, y que tú eres uno de ellos.
Podemos desde luego estar equivocados y estarte dando una información que puede causar la destrucción de nuestro sueño, pero de ser así es importante que sepas que hemos incluido dentro de la lista de aliados tu nombre y los de todos tus familiares, así que si somos descubiertos tú y todos ellos correrán nuestra misma suerte.
Te ayudaré a sentarte para que puedas mover más libremente tu cabeza y respondas algunas preguntas.
Sin más, Chichilcuali, quien seguía sentado, estiró su brazo y jaló con firmeza de los largos cabellos de Itzaxayac hasta dejarlo sentado en el suelo y con la espalda recargada en la roca que usaba de asiento.
- Dime, ¿entendiste todo lo que te dije?
Itzaxayac movió la cabeza afirmativamente.
- ¿Entiendes que no morirás hoy, al menos por mi mano?
Nueva respuesta afirmativa.
- Entonces responde ¿llevarás nuestro mensaje a los tuyos?
El joven tlaxcalteca volteó a mirar a su captor y viéndole a los ojos dio su respuesta afirmativa.
En realidad no pudo distinguir sus ojos ni su rostro, solo su silueta, pero aún así lograron establecer una liga de gratificante complicidad.
- Bien, con eso termina mi misión pero me quedaré aquí hasta antes del amanecer.
Cuando me vaya dejaré a tu alcance lo que te quité, cortaré las ataduras de tus manos y confiaré en que no me delates en cuanto te liberes, por ahora tendré que hacer que te acuestes nuevamente porque es más seguro para mí que estés incómodo.
Chichilcuali puso su pie sobre el hombro de Itzaxayac para empujarlo con suavidad hasta que estuvo nuevamente acostado de lado en la postura fetal a la que le forzaban sus ataduras.
A las tres de la madrugada la temperatura bajó a cuatro grados centígrados, los rosales ya estaban trasplantados y eran mantenidos en resguardo por las hojas de papel amate y los arneses de ixcle que cuidadosamente fueron colocados nuevamente sobre ellos.
Todo había funcionado a la perfección, el siguiente paso era asegurarse de que no quedaran evidencias de la existencia del túnel.
Necucyaotl clasificó dos tipos de tierra, separó arena, y seleccionó pedacería del templo y hojas secas para elaborar un perfecto camuflaje de la entrada.
La forma imperiosa con que instruyó a Cuauhtlátoa originó un momento de tensión que no llegó a más por la prudencia del resignado aprendiz.
Comenzaron a cerrar la entrada y cuando faltaba por cubrir una tercera parte Necucyaotl brincó hacia adentro del túnel con tan mala suerte que perdió el equilibrio y rodó escaleras abajo traspasando limpiamente la cortina que aislaba la luz de la antorcha.
Pasaron dos minutos antes de que comenzara a despertar, en los primeros segundos Cuauhtlátoa corrió a su lado.
Le preocupó la sangre que se deslizaba por el cuello, pero se tranquilizó cuando la rápida verificación de su estado físico le reveló que respiraba bien y no existían fracturas graves, sin embargo era necesario esperar a que estuviera consciente para hacer una evaluación más precisa, vigiló su respiración y lo estimuló a despertar hablándole.
- Tío, noble guerrero, no me dejes solo en este trance ¡despierta!, ¡estamos por triunfar!
Un gemido y un breve parpadeo anunciaron el regreso a la conciencia del recio septuagenario.
- ¿Qué haces aquí abajo perdiendo el tiempo? yo solo me bajé a amarrarme los cactlis.
- ¡No me asustes así viejo! a ver, déjame ver si estás completo.
Cuauhtlátoatzin empezó a palpar toda la humanidad de su tío y al presionar con su pulgar la segunda costilla flotante de su lado izquierdo produjo un punzante dolor y una enérgica reclamación.
- ¡Ay hijo de tu padre!, ¡tú eres el que me va a matar!
- Ay viejito, siempre sí te alcanzaste a perjudicar una costilla, pero afortunadamente no es grave, aunque te auguro que la caminata hasta la casa hará que te acuerdes de todos los que has mandado al mictlán.
- ¡Viejito tu abuelito! y ya regrésate a terminar tu tarea.
Haciendo caso omiso de la orden recibida, Cuauhtlátoa tomó la antorcha y corrió al arsenal que había localizado en su primer visita al túnel, sacó de ahí un ancho lienzo de algodón del que cortó una larga tira, vendó el torso de su tío y limpió la sangre que había surgido de una herida superficial en la cabeza que también vendó, hecho lo cuál lo ayudó a incorporarse.
Una vez controlado el problema, obtuvo del saco que había traído con antelación desde Tulpetlac, dos calabazos llenos de agua, un envoltorio de ixcle, un lienzo de algodón y un sombrero de amplia ala, después salió del túnel.
Empapó el lienzo de algodón, vació los calabazos al pie de los rosales, metió al túnel todos los vestigios de su presencia en la superficie y procedió a colocar las lanzas que faltaban para cerrar la entrada, antes de perder el contacto visual con su tío le dijo en tono suplicante.
- Cuídate mucho, Tleyotl y Ceyaotl quedan bajo tu mando, no les evites problemas, su prioridad ahora es cuidarte de regreso a casa.
Chichilcuali se quedará conmigo, trataré de regresar hoy mismo para conocer de tu condición.
Toma, guarda mi cuchillo.
Necucyaotl lanzó una airada mirada a su sobrino y respondió con toda dignidad.
- Yo estoy bien, pero si me place haré que esos macehuales me carguen hasta Tulpetlac, no te preocupes y haz lo que tienes que hacer.
Sin más, Cuauhtlátoatzin terminó de cerrar el túnel de acuerdo a las instrucciones recibidas.
Después, sentado en el suelo y tras una profunda inhalación, deshizo el envoltorio de ixcle y obtuvo de él un juego de la ropa blanca impuesta por los españoles.
Invadido por la tristeza se vistió con ellas para declarar su condición de indígena sometido.
Se acercó a los rosales y se puso a contemplarlos mientras esperaba el momento señalado para cortar las flores.
Cuando el sol se separó cuatro veces su tamaño sobre el horizonte, cortó varias flores por el tallo con una filosa navaja de pedernal, las unió y las envolvió con el lienzo de algodón que había humedecido.
Contempló los rosales pletóricos de capullos casi abiertos tal como lo había predicho su tío, y nuevamente ponderó la maestría del Señor Guerrero por Ambos Lados.
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