CAPÍTULO 22. JUAN DIEGO CUAUHTLÁTOATZIN, ESPÍA DE LA RESISTENCIA AZTECA.

   Se acercaba la navidad del año 1531 y la actividad en el obispado era inusitada debido a los ensayos para la puesta en escena de una representación teatral escrita por Zumárraga titulada La Natividad Gozosa de Nuestro Salvador, con la que pretendía impulsar su misión catequista aprovechando la enorme afición teatral de los indios.

Los participantes estaban en el amplio patio central y los ecos de sus vigorosos parlamentos llenaban los pasillos.

Zumárraga decidió aprovechar la ocasión e iniciar el plan para adorar a la virgen de Guadalupe en el Tepeyac.

No se ocupó en definir cuidadosamente los detalles pues sabía que si no funcionaba en esa ocasión siempre podría intentarlo de nuevo.

Cuando terminó el ensayo se sirvió el almuerzo, pero a diferencia de las ocasiones pasadas en que todo se hacía en el mismo patio, los alimentos fueron servidos en un patio interior adyacente a un salón en el que Zumárraga dispuso que se montara una mesa para él y doña María.

Antes del primer bocado, fingiendo una actitud relajada, se acercó emocionado a la ventana arguyendo que deseaba sentir el refrescante aire del medio día y de inmediato comenzó a hablar.

- ¡Hay querida niña!, realmente me alegra mucho lo que veo en estos ejercicios de fe, pues vislumbro la posibilidad de que finalmente avance sin tropiezos la conversión de los naturales, al punto que he concebido una idea que por ahora debo discretamente guardar para cuando la Divina Providencia la haga oportuna, pero que no puedo dejar de compartir contigo y confiar en tu discreción.

- Pero su excelencia, aunque me hierva la curiosidad debo deciros que no soy digna de escuchar de vuestros elevados asuntos, pero que si decidís proseguir podéis hacer de cuenta que estáis hablando con un muro, que de mi boca no saldrá nada que falte a vuestra confianza.

- Así lo siento hija mía, por ello y la emoción que ya no cabe en mí, quiero platicarte que –elevó la voz marcadamente- deseo hacer contacto con alguien de importancia entre los naturales, para convenir las condiciones bajo las que autorizaré que adoren a Nuestra Madre María de Guadalupe en el Tepeyac.

- Pero su señoría para establecer ese culto basta con que vuestra merced lo ordene ¿a qué esperar a que alguien le pida nada?

- Pues eso es precisamente lo complicado del caso, porque –volvió a elevar la voz- solo autorizaré el culto a Nuestra Madrecita María de Guadalupe a quienes estén bautizados y eso no se resuelve con que yo lo ordene.

Al notar que Zumárraga elevaba la voz y movía la cabeza de manera insistente hacia el la ventana, la avispada joven concluyó de inmediato que deseaba ser escuchado.

Por prudencia optó por no comentar que aunque todos los que estaban en el patio decían sus líneas en español durante los ensayos, ninguno dominaba el idioma lo suficiente para entender el complicado fraseo del franciscano.

El resultado fue muy pobre, solo el señor Coatlátoa que estaba al otro lado de la ventana pudo escuchar algo y entender de lo que se trataba porque tenía todos los antecedentes.

Acatando una precisa orden de Ella, repetí en Náhuatl lo que Zumárraga había enfatizado, al oído de un robusto indígena llamado Cuauhtlátoatzin, quien comía sentado en el suelo muy alejado como para escuchar la voz del prelado.

Traduje Guadalupe como Coatlaxopeuh.

El que Ella lo hubiera seleccionado no fue producto del azar, sino de que habíamos descubierto hurgando en su memoria, que era un espía del ejército de resistencia quien en su juventud había ganado notoriedad por su acoso a los españoles cuando huían de Tenochtitlan tras la muerte del gran tlatoani Moctezuma Xocoyotzin.

Al principio me hizo dudar de que me estuviera escuchado porque no movió ni un músculo, así que entré nuevamente en su mente para averiguar lo que pasaba y constaté que lo había hecho, pero que su extraordinario control emocional le había facilitado fingir que nada pasaba.

Además me encontré con que ya había inventariado y sopesado todo lo que lo rodeaba; cuatro mujeres del elenco recorrían el lugar repartiendo tortillas de maíz en las que después depositaban pescado asado; doce comensales, en su mayoría tlaxcaltecas, estaban distribuidos en el patio, unos sentados en el suelo y otros en las pequeñas bardas que rodeaban el jardín.

Solo había dos mexicas, Iztacoyotltzin el traductor, a quien había conocido cuando los dos tenían dieciséis años y el señor Coatlátoa, don Ueue, quien era el infiltrado de más alto rango de la resistencia.

Con ninguno podía platicar ya que tendría que hacerlo en español y en voz alta y esos requisitos le resultaban insuperables tanto por su limitado conocimiento del idioma, como por la naturaleza de los asuntos a tratar.

Sin embargo consiguió hacer contacto con el señor Coatlátoa por medio de un código de señas diseñado por los servicios de inteligencia aztecas en tiempos del imperio, y que era un verdadero idioma que combinaba posturas de manos y brazos con el toque de mejillas, barbilla, cejas, labios, orejas, frente, cuello, cabello, codos, muñecas, piernas, tobillos, rodillas, etcétera.

Cuando Cuauhtlátoatzin abandonó el obispado Ella me ordenó seguirlo, cosa que gustosamente hice ya que me permitió estirar las piernas y disfrutar mi corporeidad.

Mientras avanzábamos dentro de la ciudad y después por la amplia calzada norte me hice visible y caminé mezclándome con los numerosos transeúntes, pero en cuanto llegamos al final de la calzada y dejamos las multitudes y el cerro del Tepeyac atrás, me hice invisible y floté, esto para no correr el riesgo de ser descubierto por el bien entrenado guerrero.

Cuatro horas después, en las cercanías de Cuautitlán, escaló a un risco y en una saliente inició una hoguera chocando pedernal y magnetita, esa fue la señal para convocar a otro guerrero azteca a una reunión para el día siguiente por la mañana en un sitio previamente convenido, después se dirigió a una cueva distante dos kilómetros en donde se dispuso a pasar la noche.

Traía consigo unas crujientes tortillas de maíz, frijol y pescado deshidratados, miel en un pequeño jarro de barro, agua dentro de un recipiente de cáscara de calabaza, una blanquísima bolsa de tela con semillas tostadas de amaranto finamente molidas y dos vacíos tazones de cáscara de calabaza.

En un tazón hizo con agua una pasta de frijol y pescado, en el otro se preparó una bebida de amaranto, agua y miel, cenó usando las tortillas como cuchara. Encendió fuego en la entrada de la cueva para ahuyentar visitantes indeseables y se durmió.

Dejó su refugio al alba y se dirigió al punto del concertado encuentro, le sorprendió encontrar ahí a los dos jefes regionales de más alto rango y no a su enlace habitual.

Supuse importarte saber más de estos nuevos personajes y continué infringiendo mi intención inicial de no facilitarme las cosas con el uso de mis capacidades suprahumanas.

Leí sus mentes para saber más de ellos, aprendí que eran muy importantes generales del dormido ejército azteca y de paso obtuve un estado pormenorizado de la latente guerra de liberación.

No existía un consejo supremo que pudiera establecer las bases de un nuevo gobierno, mucho menos que pudiera designar un líder, de la antigua nobleza habían sobrevivido solo pequeños y mujeres que estaban en poder de los españoles, los jefes de la resistencia eran catorce, todos se consideraban del mismo rango, independientemente de la importancia de las guarniciones del imperio que habían estado bajo su mando, y no reconocían la superioridad de ninguno entre ellos, aunque aceptaban la coordinación de los tres de más edad, quienes eran los dos presentes y el señor Coatlátoa.

La comunicación entre ellos era muy difícil y riesgosa porque había informantes de los españoles dondequiera, principalmente espías tlaxcaltecas, pero en todos los pueblos incluso dentro de los tlaxcaltecas había descontentos que estaban en búsqueda de alianzas para una gran insurrección, los mayores obstáculos eran la falta de un líder y la enorme desconfianza imperante entre los catorce jefes.

Cuando Cuauhtlátoatzin estuvo frente a los grandes señores, los tres se sentaron en el suelo sin que mediara un saludo que pudiera evidenciar la supeditación del recién llegado a los otros dos.

- ¿Qué pasa con el sacerdote supremo de los españoles? –Preguntó el que aparentaba más edad-

Sin mostrarse sorprendido de que ya supieran sobre el asunto que iba a exponer, Cuauhtlátoatzin inició su informe.

- Escuché en su casa que desea convenir con alguien de importancia entre nosotros, las condiciones para autorizar la adoración en el Tepeyac de Tonantzin-María-Coatlaxopeuh, pero que solo lo autorizará para los que estén bautizados.

- ¿Por qué haríamos algo así?, ¿qué quiere a cambio el obispo español?, ¿cómo se enteró el señor Coatlátoa de lo que tú escuchaste del obispo español y por qué nos avisó anticipadamente?

- El señor Coatlátoa estaba sentado junto a la ventana más cercana al obispo español, yo estaba alejado y escuché a alguien que hablaba nuestro idioma. Ignoro los motivos del señor Coatlátoa para avisar de mi misión, tal vez consideró que era importante que ustedes supieran que él también escuchó lo que yo.

No sé lo que desea el obispo español a cambio.

Creo que lo que escuché fue dicho por él porque menciona que desea convenir condiciones y en esa casa solo él tiene autoridad para algo así.

Pero la voz no era la de él.

Consulté con el señor Coatlátoa y me dijo que estaba de acuerdo.

- Dame detalles de esa consulta con el señor Coatlátoa.

- Fue muy breve y a señas, yo le dije "escuché del Tepeyac y Tonantzin", él me dijo, "estoy de acuerdo", "Tonantzin nos reunirá y ocultará".

Los dos señores aztecas cruzaron miradas de estupor, el que había monopolizado el interrogatorio y que por sus actitudes parecía tener mayor jerarquía, se incorporó y caminó con los brazos cruzados a la espalda hasta detenerse al lado de un frondoso ahuehuete, tras breves segundos regresó a sentarse con el rostro pleno de entusiasmo.

- Coatlátoatzin tiene razón ¡secundar la idea del sacerdote español nos dará la oportunidad de reunirnos ocultos por las multitudes sin que se enteren esos apestosos!

Repite los nombres que dio el obispo español a los poderes de Madre Tierra.

- Tonantzin-María-Coatlaxopeuh –Respondió Cuauhtlátoatzin-

- ¿Quién es Coatlaxopeuh?

- No lo sé.

El general que hasta ese momento había permanecido callado explicó con seguridad.

- Los españoles confunden todo, llaman Tonantzin a María, pero al decir que María es la madre de dios la hacen igual a Coatlicue, y ahora nos salen con esta nueva diosa Coatlaxopeuh, que tal vez creen que es Cihuacóatl o su gemela o su enemiga.

Pero lo que crean no tiene importancia, su nombre indica que tiene poder sobre la materia y por tanto es Nuestra Madre Tierra al igual que Cihuacóatl, Tonantzin y Coatlicue.

¿Estás seguro que indicó que el adoratorio estaría en el Tepeyac?

- Sí señor.

- ¿Sabes a quién escuchaste?

- No sé, la voz provenía de la pared y creo que viajó por algún canal de escucha oculto, era sonora y clara, por la forma de hablar supongo que era alguien educado en el Calmécatl.

Pero no se me ocurre quien porque los dos de los nuestros que viven en esa casa estaban a mi vista.

Los canales de escucha como el mencionado por Cuauhtlátoa eran elementos arquitectónicos que los constructores indígenas incorporaban a escondidas a las casas y palacetes que eran forzados a construir para los españoles, cuya precisa ubicación era frecuentemente ignorada porque los involucrados morían en cautiverio sin poder entregar a sus mandos la información correspondiente.

Se hizo un breve silencio que fue roto cuando el segundo general continuó preguntando.

- ¿Quiénes son los dos de los nuestros que mencionas?

- El señor Coatlátoa y un guerrero ocelote de nombre Iztacoyotltzin.

- ¿Por qué no habíamos sido informados de Iztacoyotltzin?

- Hasta donde yo sé es posible que reporte al señor Coatlátoa, llegó solo desde el noroeste, compró su designación como sirviente de casa, aprendió a hablar como español y ahora traduce lo que dice el señor Coatlátoa.

- ¿Es de confiar?

- Eso pienso, fue mi compañero en el Calmécatl, ganó el grado de guerrero ocelote en una campaña pacificadora de Totonacapan durante la toma de Texollo, conoce al señor Coatlátoa porque él fue su jefe en esa campaña.

- Entonces tenemos un infiltrado más -concluyó el general que al principio estuvo callado y que desde que había tomado la palabra ya no había dado oportunidad de que el otro hablara-

- Señores, entonces... ¿qué debo hacer? –Cuestionó Cuauhtlátoatzin-

- Aún no me respondes sobre las condiciones del obispo español –dijo el que había iniciado el interrogatorio- ¿qué pide a cambio de aceptar reabrir el santuario de Tonantzin en el Tepeyac?

- Tampoco lo sé señor, aunque la voz que escuché mencionó que solo autorizaría a quienes estén bautizados, es posible que sea todo lo que él quiere.

El recio general estableció su postura final.

- Es posible, aunque yo creo que le interesa más saber cuantos somos.

Lo que no creo que esté considerando es que podemos usar los tumultos para reunirnos a planear su destrucción.

En fin, no se puede avanzar sin correr riesgos y debemos asumir que si Coatlátoatzin dice que está de acuerdo es porque piensa que vale la pena correr el riesgo... pero tenemos que ser muy cautos.

Quedas autorizado a hacer contacto con el obispo de los españoles para averiguar qué es lo que quiere, pero solo eso.

Cuauhtlátoatzin se incorporó, hizo una casi imperceptible flexión de cerviz y tras caminar hacia atrás cinco pasos se retiró del lugar.

De ahí se dirigió a su casa que estaba ubicada en Tulpetlac, diez kilómetros al norte del cerro del Tepeyac y en donde vivía con su tío Necucyaotl, también un "tzin" guerrero ocelote, quien además de hábil en las artes de la guerra era un calificado jardinero que en su juventud había sido capacitado en los famosos jardines de Netzahualcóyotl, el ya fallecido sabio rey de Texcoco.

La casa era de una planta construida de adobe, las paredes exteriores e interiores estaban recubiertas de estuco de color blanco, tenía un salón principal con el piso recubierto de estuco blanco decorado con grecas multicolores, dos recámaras que no estaban en uso pues eran de los dos hijos e hija de Cuauhtlátoatzin que ya no vivían ahí, y una huerta trasera de 48 por 48 tlalcuahuitl (aprox. 1.45 hectáreas) en donde había varias construcciones.

Una para preparar los alimentos.

Otra era el temazcal.

Otra una amplia ducha sin techo.

La cuarta a la que se accedía por escalones era un limpísimo retrete que contenía un sanitario sin asiento.

La mayor era un enorme invernadero con paredes y techo de paneles removibles fabricados con carrizo en donde su tío Necucyaotl pasaba interminables horas.

Al llegar fue directo al invernadero para saludar a su tío.

Lo encontró en cuclillas frente a la segunda de cuatro verdes matas de aproximadamente un metro de altura y abundante follaje.

- ¡Buen día viejo!, ¿qué haces ahora con tus flores?

- ¡Buen día Cuauhtzin! -deformó el nombre en son de broma- la noticia es que se están aclimatando muy bien las flores que compraste en semilla hace cuatro años en Tlatelolco ¡mira que hermosos capullos!, ¡en cuanto se abran ofrendaré las flores a Tonantzin!

Movido por la curiosidad me acerqué y descubrí que los capullos que presumía el viejo jardinero eran de una variedad de rosas originarias de Europa que se estaban haciendo populares en México y el Perú con el nombre de rosas de castilla.

Sin despegarles la vista Cuauhtlátoatzin comentó en tono pausado.

- Hum, sí... se ven perfectos, recuerdo que el año pasado no brotaron en estas fechas ¿qué les hiciste viejo?, ¿algún injerto?

- No, pero me empeñé en preparar la tierra, me aseguré de que tuvieran suficiente sol, yo mismo puse el polvo de vida de unas flores en otras, después podé cuando la luna era propicia, controlé la temperatura y cuidé que la humedad fuese la adecuada.

Estas plantan son muy resistentes, creo que no florecían en esta temporada porque en Castilla debe haber mucho más frío, pero aquí es diferente y ya lo están entendiendo.

- Sí... claro, pues te felicito, esto no lo lograrán los españoles ¡son tan ignorantes!

- Sí, son ignorantes, pero fuimos nosotros los que nos engañamos y ellos los que se benefician de nuestra estupidez ¿quién es entonces más ignorante?

- Sí viejo, sí... tienes razón, siempre la has tenido, pero lo que sucedió ya no lo podemos remediar, esperemos que pronto podamos hacer resurgir la gloria de nuestro perdido imperio.

- Ay hijo, no creo que eso pueda ser posible porque no tenemos la organización necesaria.

Tras la matanza de Tóxcatl no quedó ni un solo líder.

Y no creo que los generales logren ponerse de acuerdo para elegir uno, todos están esperando que sea el otro el primero en guerrear para dejarlo abandonado a su suerte y así quitarlo del camino.

Todos son ambiciosos pero ninguno fue educado para crear y negociar estructuras de poder.

La reconstrucción del imperio es una tarea imposible para los que solo saben destruir al enemigo.

- Dime viejo ¿de dónde sacaste esa sabiduría?

- De lo que escuché decir a los tlatoanis Axayácatl, Tizoc, Ahuízotl y Moctezuma Xocoyotzin, quienes usaban los jardines que yo cuidaba para platicar con los niños y jóvenes elegibles para gobernar.

- Pues con razón tus palabras están llenas de sabiduría, pero sin pretender desvirtuar esas verdades aun tengo la esperanza de que si los generales logran reunirse podrán llegar a algún acuerdo en beneficio de todos.

- Lo dudo, aunque lo deseo fervientemente, el primer obstáculo es que se reúnan sin ser descubiertos, pues en todos lados hay espías tlaxcaltecas, otomíes, totonacas, zapotecas, mixtecas, y ahora hasta purépechas.

Ante el pesimismo de su tío Cuauhtlátoa comentó con rostro alegre.

- Afortunadamente existe una posibilidad, hoy al alba los señores Maxtla y Ococal me ordenaron investigar una propuesta del obispo español consistente en autorizar el culto en el Tepeyac a Tonantzin-María-Coatlaxopeuh, a cambio del bautizo de todos los mexicas que aún no se convierten a la fe de los españoles.

- ¿Y de donde se le ocurrió? ¿Quién es Coatlaxopeuh? ¿Por qué quiere que los no bautizados se bauticen para adorar a Madre Tierra si siempre la han adorado?

- Todo eso es lo que debo averiguar.

Pero lo realmente importante es que los generales piensan aprovechar las celebraciones para reunirse ocultados por el tumulto.

- Entonces... ¿podré llevar estas nuevas flores a Tonantzin en su templo del Tepeyac?, bueno... el templo ya no existe, pero... ¿podré?

- No lo sé viejo, te digo que apenas iré a averiguar lo que quiere el obispo español.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top