CAPÍTULO 21. LA VIRGEN DE GUADALUPE
Apenas concluido el ángelus del medio día, Zumárraga se asomó a la puerta lateral de su despacho para instruir a Pedro Negro.
- Di a José que traiga a don Ueue a mi presencia y avisa a mi secretario que no se nos interrumpa.
Aunque el obispado contaba con un traductor nacido en España que servía también a los oidores, para asuntos domésticos o cuando requería de especial confidencialidad, Zumárraga utilizaba los servicios de José, ya que su condición de sirviente indígena hacía posible mantenerlo aislado y evitar filtraciones.
Al poco, José Iztacoyotltzin García el otrora exitoso pochteca y por tanto ex miembro de la red diplomática y de inteligencia del ejército azteca, entró a la oficina del obispo precediendo al señor Coatlátoa, a quien resultaba claro que le tenía especial deferencia.
Ambos se sentaron en el suelo frente a Zumárraga.
- Don Ueue, hoy más que nunca requiero de su cooperación –Inició el obispo sin preámbulos mientras Iztacoyotltzin traducía con fluidez- no para entender las cosas de estas tierras, sino para evitar que sus habitantes pierdan la oportunidad de salvar sus almas porque las circunstancias que hemos discutido repetidamente se complican cada vez más.
Las conversiones están detenidas, los ritos demoníacos están resurgiendo, las revueltas se multiplican y las amenazas se agigantan.
Mi poder que es el poder de la Santa Iglesia solo puede proteger a los que con el bautizo han recibido en su corazón a Jesucristo y a su Santísima Madre, pero esa protección puede desaparecer si triunfan los que están alegando que ninguno de los nacidos en estas tierras son seres pensantes que puedan entender el amor cristiano.
Si no logramos que las conversiones se multipliquen para demostrar de forma indiscutible que los naturales son seres pensantes, existe el peligro de que se retiren todas las previsiones que protegen de la total desaparición a vuestro pueblo.
Cuando Iztacoyotltzin terminó de traducir, Coatlátoatzin miró con serenidad a Zumárraga y tras suspirar con desaliento comenzó a hablar pausadamente, Iztacoyotltzin tradujo al español con precisión, aunque con lentitud.
- Su excelencia, agradezco que sea vuestra merced quien proteja a mi pueblo por decisión de su majestad el emperador, veo vuestra sinceridad y entiendo que la aniquilación sería nuestro destino si perdemos vuestra protección.
En reciprocidad yo quiero expresarle que me preocupa también el destino de vuestra merced y todos los que llegados del otro lado del mar habitan en el Cem Anáhuac.
Sin duda en una confrontación sin reglas ni límites todos los indios desapareceremos ante el poderío de España.
Pero para eso tendrán que vencernos veinte veces más.
Hasta ahora solo nos han vencido una vez y aun hay en todo lo que fue el Imperio Mexica no menos de ocho millones de indios que pueden formar un ejército de cerca de cuatro millones de hombres y mujeres dispuestos a morir peleando si es que de todos modos han de morir.
No existe la menor posibilidad de que los españoles resistan un embate de tal ejército, no en este momento ni en cercanos tiempos, traer de España los recursos de guerra necesarios para volver a vencernos no sería cosa ni de diez ni de veinte años.
Comparto su preocupación y deseo ser de utilidad, pero no atino a imaginar lo que mi insignificante persona podría hacer.
Zumárraga estaba en shock desde que escuchó que la población indígena era de ocho millones.
Más lo hubiera estado de saber que la población real era de dieciséis millones, pero que el señor Coatlátoa no consideró conveniente revelar ese dato y que además en caso de una guerra de supervivencia los ancianos y los niños capaces de blandir un arma también participarían.
- ¡Pero don Ueue esas son fanfarronerías!, ¡¿cómo que un ejército de cuatro millones?!
José Iztacoyotltzin tradujo atropelladamente y el general azteca respondió nuevamente con serenidad.
- Disculpe vuestra excelencia mi atrevimiento, pero debo recordarle que ustedes están aquí como beneficiarios de una guerra interna y que no hay un solo territorio que se haya conquistado sin la participación mayoritaria de aliados locales.
Con la caída de Tenochtitlan hace diez años quedó destruida cuando mucho la cuarta parte del poderío militar del imperio, solo tomando en cuenta el ejército regular, porque debe aceptar su excelencia que no es pensable que todo pudiera controlarse a la distancia.
El control militar se ejercía por medio de guarniciones a cargo de jefes locales representantes del poder del Gran Tlatoani, casi todos están vivos y en constante comunicación.
Son mexicas disciplinados que no creo que hayan incitado o participado en los disturbios recientes, considero que esos levantamientos han sido causados por insubordinaciones.
La acción conjunta es algo que no ha sucedido, pero sucedería inevitablemente ante la amenaza de ser aniquilados.
Esa acción conjunta si llegara a realizarse, incluiría a los actuales aliados de España nativos de estas tierras, porque también serían declarados seres no pensantes.
- ¡En verdad tu lengua es de serpiente!, ¡obispo del demonio!, ¡me estás metiendo más miedo que el diablo de Cortés! -Explotó Zumárraga-
Cuando el azorado traductor concluyó su tarea, el señor Coatlátoa confirmó su dicho.
- Disculpe mi irreverencia, pero el compromiso que siento es de hablaros con la verdad y la única verdad que tengo es la que dije.
Zumárraga se sumió en su sillón, lo que escuchó cayó en su pecho como toneladas de hierro, veía el panorama con más claridad que nunca, los españoles estaban a merced de los vencidos y las ventajas de la sorpresa, de los caballos y de la pólvora, eran cosa del pasado.
¡Si se declaraba irracionales a los nativos se unirían todos en contra de España y de la Iglesia!
Tras un breve silencio durante el que echó la cabeza hacia atrás y mantuvo la mirada fija en el alto techo de madera recompuso su postura para recargar su codo derecho sobre el descansabrazo del sillón y apoyar la barba en su mano, después, arrastrando las palabras dijo con sumo cuidado lo que quería del viejo guerrero azteca.
- Don Ueue... -La traducción fue Coatlátoatzin, ya que Iztacoyotltzin no se atrevía ni en sueños a utilizar la desconsiderada modificación al nombre de tan distinguido señor hecha por el obispo español-
Don Ueue -Prosiguió Zumárraga- ¿cree usted que si les demostramos a los naturales que Nuestra Santísima Madre María –la traducción fue Tonantzin María- tiene el poder de pisar a su aberrante Mujer Serpiente –José tradujo aberrante como equivocada-, acepten bautizarse y adorarla en el lugar en donde estuvo su templo?
El señor Coatlátoa guardó un breve silencio mientras mostraba una expresión de profunda reflexión, cuando en realidad estaba luchando consigo mismo para no mostrar la indignación que le causaba la estupidez del apestoso sacerdote, al sugerir que Tonantzin y María podrían unirse para agredir a Cihuacóatl.
Sabía que para los españoles María incluía parcialmente a Tonantzin y que era la misma o era equivalente de Coatlicue, quien al igual que Tonantzin era una personificación de los roles más bondadosos y protectores de la Madre Tierra.
La otra personificación de la Madre Tierra era Cihuacóatl, quien entre otras cosas era propiciadora de la fertilidad y no tenía ninguna enemistad con sus otras entrañables iguales.
Se trataba de un misterio parecido al de la trinidad católica pero con muchas más sutilezas de imposible comprensión para los europeos.
Abro aquí un espacio a fin dar información que permita entender lo que en adelante se dijo en esa crucial reunión.
Cada versión de la Madre Tierra tenía un rol diferente.
Tonantzin (amada madre) era la generosidad de la naturaleza que regalaba sensaciones, colores y sonidos bellos y alegres, era propiciadora de la primavera y del amor.
Cihuacóatl (mujer serpiente) era la fertilidad de la tierra, con el poder sobre la materia para dar vida, devorar todo lo que dejaba de ser y castigar a los hombres por no vivir en armonía con el universo.
Coatlicue (la de la falda de serpiente y entendida como María por los teólogos nativos) era la que había parido a la Luna, al Sol, a las estrellas, y a los dioses, también era la que protegía a las mujeres embarazadas y a los guerreros.
José Iztacoyotltzin pasó un grueso trago de saliva y se dispuso a traducir lo que el señor Coatlátoa respondió.
- Su excelencia... no creo que sea necesario demostrar quién pueda pisar a quién, ni que hacerlo pueda influir en la conversión de mi pueblo.
Los que aún no pedimos el bautizo no es porque no estemos convencidos del poder de Tonantzin-María, sino que algunos aun no nos sentimos dignos y otros tienen el temor de que la información personal que revelen sea usada para quitarles sus propiedades.
Pero todos estamos entendiendo que lo correcto ahora es adorar a Nuestro Señor Jesucristo y a su madre María.
Tonantzin-María es toda ella dadora de felicidad y belleza, es además la madre de dios Cristo, de las estrellas, la luna y el sol, y no hay por qué pensar en una pelea de diosas.
Y menos para disputar un suelo sagrado en donde mi pueblo esta listo para adorar a Tonantzin-María.
Al escuchar que un no converso rechazaba la confrontación de poderes entre la Virgen María y una demoníaca diosa del pasado, Zumárraga se avergonzó de haber propuesto tamaño sacrilegio y se sintió realmente incómodo, por lo que sin darse la oportunidad de analizar las palabras de Coatlátoatzin, se apresuró a dar fluidez a las ideas para alejar de la escena su falta de discreción.
- Y... ¿cómo la adorarían?
Esa descuidada respuesta confirmó a Coatlátoatzin que Zumárraga, al igual que fray Pedro de Gante, no sabía nada de la naturaleza de la Madre Tierra, decidió entonces enredar más al desconcertado clérigo siguiendo la conseja aprendida hacía tiempo de procurar que el enemigo trabajara con información distorsionada.
- A Tonantzin –la traducción fue nuestra madrecita- le ofrendábamos flores, música y danzas; esas festividades son las que más aspira mi pueblo volver a celebrar en honor de Tonantzin-María y deseamos en nuestro corazón que su alegría siempre nos proteja.
Esa revelación llenó de felicidad a Zumárraga, quien nunca se percató de que Tonantzin, María y la Mujer Serpiente eran tres entidades entendidas como la misma por el sabio autóctono que tenía enfrente.
El caso es que en un arranque de mal justificado entusiasmo Zumárraga puso sobre la mesa su propuesta.
- ¿Aceptarían adorar en el Tepeyac a Nuestra Madre María que venció a la serpiente?
José Iztacoyotltzin dijo Tonantzin María y algo que a Zumárraga no le sonó a Guadalupe por ningún lado.
- ¿Por qué no has dicho el sagrado nombre de Nuestra Señora de Guadalupe? -Cuestionó con severidad a José, quien en total desconcierto trataba inútilmente de entender la causa de la molestia del Obispo-
- ¿Nuestra Señora de Cuadalupe? -Balbuceó-
- Nooo, de Gguuaaa da lu pe –Remarcó exasperado Zumárraga-
- Cuaa da lu pe –Repitió José tartamudeando-
- Coño... ¿qué quiere decir Guadalupe en tu idioma?
- Nada su Señoría no entiendo a que se refiere su merced.
- Mira, pide a doña María que venga de inmediato pero sin la negra María, que no es esta una tertulia para toda la casa.
José Iztacoyotltzin se levantó presuroso a cumplir la orden recibida y al poco regresó abriendo paso a la niña viuda protegida de Hernán Cortés.
Zumárraga quedó boquiabierto al verla y nosotros también.
- Pero... ¿y esa indumentaria? -Dijo el obispo con el rostro iluminado de gusto-
- Perdone usía -Respondió la niña- pero estaba probándome el vestido para la escena en la que representaré a la Santísima Virgen y no creí prudente hacer esperar a su excelencia mientras cambiaba mis ropas.
Le pido me disculpe, mi afán fue atender a su llamado.
- No niña, no me molesta en absoluto, mi sorpresa es porque ¡eres la mismísima Santa Virgen!
Yo que conocí a la mujer a quien se refería el obispo no podía coincidir con él porque aunque aquella María fue hermosa también, se trataba de una belleza distinta, aunque entendí la conmoción del fraile porque la imagen que estaba frente a nosotros era realmente sorprendente por la belleza del conjunto.
Vestía una túnica rosa que llegaba hasta sus pies, ceñida con un delgado cinto negro que destacaba su incipiente embarazo, y un manto azul cielo con el que cubría su cabello dejando solo visible la perfección de su rostro.
Ante la conmoción que causó, doña María bajó la cabeza ruborizada y al hacerlo pudo ver de reojo al consejero de asuntos indígenas que estaba sentado en el suelo de espalda a la pared, en ese instante endureció su expresión y levantó altivamente la cabeza en una actitud extrañamente retadora.
- ¿En qué puedo servir a vuestra señoría?
- ¿Que significa Guadalupe en la lengua de los aztecas?
- ¡Ayy señor! eso... bueno, es que mire... Guadalupe no existe en la lengua mexica, pero a mí me sonó como Coatlaxopeuh, que quiere decir "la que aplasta la serpiente".
Zumárraga interrogó con la mirada a José, como reclamándole su torpeza al no entenderle, el buen hombre bajo la mirada, no se atrevió a establecer que el obispo había dicho "la que venció" en lugar de "la que aplasta", y en voz clara pero con tono de sumisión trató de explicar que el nombre que escuchaba no se podía repetir con precisión en Náhuatl y que percibía alguna similitud con Coatlaxopeuh pero con mucha dificultad.
Doña María se apresuró a explicar en apoyo del compungido sirviente.
- Su señoría, en ningún idioma de estas tierras existe el sonido de la letra G y los sonidos que sí existen suelen diferenciarse por una aspiración o una entonación peculiar que basta para modificar completamente el significado de una palabra, por eso es tan difícil para quienes hablan español diferenciar una palabra de otra y les parece que estamos repitiendo la misma canción sin parar.
- Bien, dejemos las lecciones de idiomas y anda, continua con los preparativos para la representación bíblica, aquí seguiré yo tratando de entenderme con don Ueue.
Al escuchar la manera en que Zumárraga se refería al otrora engreído jefe militar de la guarnición mexica de Tuxtepec, que controlaba a su nativa región mixteca, la alegre niña tuvo que hacer un gran esfuerzo para no soltar la carcajada, pero al dar la espalda al obispo permitió que su regocijo le saliera a la cara para que Coatlátoatzin lo notara.
El viejo general la miró con indiferencia mientras los dedos de sus pies se torcían haciendo patente su gran enojo.
Al salir doña María el obispo retomó el asunto.
- Entonces... ¿aceptarían adorar en el Tepeyac a Nuestra Madre María Guadalupe? –José Iztacoyotltzin tradujo Tonantzin María Coatlaxopeuh-
El inteligente general azteca tomando conciencia de la enorme importancia de su respuesta, se sumió en una breve reflexión que fue respetada por el expectante fraile.
Finalmente dijo.
- Mi pueblo aceptará lo que digan los vencedores porque así debe de ser.
Además lo harán llenos de alegría porque sabrán que Coatlaxopeuh es también Tonantzin-María y le regalarán flores y cantos en el Tepeyac.
Bajo su protección mi pueblo se bautizará sin temores.
El señor Coatlátoa entendió a Coatlaxopeuh como una personificación de la Madre Tierra que con seguridad era gemela y tal vez antagonista de Cihuacóatl, pero no se interesó en profundizar en los aspectos teológicos de la idea puesta sobre la mesa.
Se enfocó en el aspecto pragmático y puso en juego toda su astucia para conseguir que se permitiera que multitudes mexicas se reunieran en el Tepeyac y facilitaran que entre ellas se ocultaran los generales de la resistencia para planear la insurrección.
- Bueno, pues ya veremos -comentó Zumárraga haciendo un frustrado esfuerzo por ocultar su gran contento- ¿hay alguien entre los tuyos con quién pueda yo discutir la adoración a Nuestra Madre María Guadalupe?
- Podría ser alguno de los antiguos jefes locales, aunque no tengo idea donde encontrarlos -Respondió Coatlátoatzin deleitándose íntimamente en su mentira-
- ¿Crees que algunos estén cerca?
- Debe ser así, aunque no sé si en Cholula, Otumba, Cuautitlán, Texcoco, Ixtapalapa, Xochimilco o cualquier otro de los antiguos señoríos del valle.
- Pero ¡¿Cómo es posible que algo así esté pasando bajo nuestras narices?! ¡¿Cómo es posible que estemos rodeados de ejércitos de idólatras y nadie se dé cuenta?!
- Ya no hay ejércitos –comentó Coatlátoatzin por medio de José Iztacoyotltzin- pero en todos lados hay guerreros que fueron desmovilizados y no se notan porque en su mayoría están bautizados, tienen un nombre cristiano, asisten a misa con la frecuencia obligada, y acatan la orden de no usar sus ropas sino la que vuestras mercedes indican.
- En resumen... ¡somos nosotros los que les hemos facilitado el disfraz! –Zumárraga estaba desencajado- ¡válgame Dios!, ¡que esta sensación ya me enferma! y bueno dime ¿cómo puedo localizar a alguno de esos antiguos jefes para convenir la adoración a nuestra señora?
- No lo sé, pero es seguro que aun tienen forma de enterarse de todo lo que pasa en el país y que estarán interesados en apoyar la adoración a Tonantzin-María-Coatlaxopeuh en el Tepeyac y en conseguir que miles se bauticen a cambio de un plan de seguridad para ellos y sus familias.
- Bueno, eso de negociar conversión por seguridad es algo que no te permito que menciones, porque es claro que no entiendes aun la verdadera religión, así que no discutiré más el punto contigo.
Pero sí te pido me digas si es que esas diosas que adoraban en el Tepeyac eran las más importantes de entre todas y además me refieras la razón de que sea el adoratorio pagano a donde más acuden los indios aún sabiendo que ponen en riesgo sus vidas.
El señor Coatlátoa respondió sin vacilaciones.
- De entre todas Tonantzin siempre fue la más amada por mi pueblo, cuando conocimos a María entendimos que es la misma –Torció un poco su verdad para no involucrar a Coatlicue y complicar las cosas- y que nunca nos ha dejado de su mano y nos cuesta trabajo comprender que se nos prohíba regalarle flores y cantos.
De que tantos de los míos vayan al Tepeyac sabiendo que arriesgan la vida, la verdad no lo entiendo, aunque una explicación posible es que la devoción a los lugares más la tienen los sencillos que los conocedores, y que los sencillos son menos cautos cuando manifiestan su amor.
Zumárraga estuvo parcialmente de acuerdo en eso último, pero no estaba dispuesto a sostener un diálogo de teología con un adorador de ídolos.
- Por hoy es suficiente... -Dijo agobiado-, retírense los dos.
Al quedarse solo Zumárraga se sumió en un mar de conjeturas.
¿Qué hacer?, estaba por pisar un terreno realmente peligroso que quedaba fuera de su jurisdicción ¿debía involucrar a Cortés?, él dijo que estaba presto para ayudar, pero... ¿y si Cortés usaba la idea para predisponer en su contra al papa y al emperador?
¿Estará Cortés al tanto de la existencia de un ejército de resistencia?
Absorto en sus reflexiones el obispo comenzó a hablar en voz baja.
- Sí... seguro que sí, él conoce mejor que nadie a estos indios... ¿Cómo los abría derrotado si no? ¿En que beneficiaría a Cortés una revuelta?... sí, eso es... sí.
Zumárraga quedó suspenso ante su descubrimiento.
Al poco continuó su solitaria disertación.
- ¡Tal vez sea cierta la acusación a Cortés de que está conspirando para convertirse en el nuevo emperador de México!
Existe la posibilidad de que Cortés no sepa nada de lo que pasa y que haya conquistado estas tierras por puro accidente... pero como es casi seguro que sea el zorro que aparenta, será mejor dejarlo a un lado hasta que la Divina Providencia disponga que se entere.
¿Cómo inicio esto? ¿Cómo lograr que esos jefes que menciona don Ueue sepan que me interesa que se adore a nuestra Santísima Madre María de Guadalupe en donde adoraban a sus demoniacas diosas?
Se puso a caminar de un lado a otro de su oficina hasta que concluyó en voz alta.
- Pues... ¡claro! si como dice ese vejete aun tienen forma de enterarse de lo que pasa en el país y sus antiguos subordinados están escondidos entre mi feligresía ¡procuraré ser escuchado por indios diciendo que me interesa platicar con alguien de importancia de entre ellos para convenir las condiciones bajo las que autorizaré que adoren a la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac y seguramente alguien llevará el chisme a donde tenga que llevarse!, ¡¿qué mejor forma?!
Resuelto el problema se retiró a sus habitaciones para dormir la siesta que se había negado al medio día por estar urdiendo la estrategia para la reunión con don Ueue.
Cuando despertó trabajó menos de una hora en su despacho y después se dispuso a ir a cenar como Dios manda.
Mientras caminaba hacia el comedor condicionó su ánimo para disfrutar el único placer que se había permitido tener desde su arribo a la Nueva España.
- Que si fuese voluntad de Dios mi diario ayuno no daría con la abundancia que desborda en la cocina de esta casa –Reflexionó-
Recordó entonces a un oidor de la anterior audiencia quien había tratado de abochornarlo cuando ponderaba y agradecía la magnanimidad divina que les permitía comer como reyes.
- ¿Y... dónde guarda usía la humildad franciscana?
Le había dicho el impertinente.
- En el hábito y el modo -Había respondido-, que el ropaje y la actitud hacen la presencia del hombre, sea la humildad conservada para todo lo mundano, pero la comida es regalo de Dios y no sería bien desairarlo, no si se es buen español.
Al llegar al comedor comprobó con agrado que todo estaba ya dispuesto y que lo esperaban los demás comensales.
Doña María era una presencia obligada por ser la huésped más distinguida y además quien desde su arribo, apenas la semana anterior, alegraba a todos cuantos la veían y escuchaban.
También estaban ahí los cinco miembros de La Audiencia, incluido Vasco de Quiroga, quienes eran los invitados del día.
La plática de mesa y sobremesa fue sosa e intranscendente, solo los halagos a la belleza de doña María fueron sinceros y justificados.
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