CAPÍTULO 2. SEIS MESES ATRÁS EN TEPOTZTLÁN
- ¡Humberto!, ¡qué bueno que pudiste venir con la prontitud que te pedí!
- ¡Caray don Juan!, por poco salgo de la casa con el papel sanitario entre los dedos porque por el tono y brevedad de su correo de voz hasta pensé que su casa se estaba incendiando y luego como cuando marqué su número no me contestó, pues me apresuré para venir y consumí todas mis reservas de energía en el tramo que hay que escalar a pie para llegar hasta acá.
Ya a medio cerro cuando vi su casa completa lo imaginé enfermo y tirado en el suelo, entonces aceleré el paso y ahora que lo veo bendito sea Dios, sano, me siento, bueno... nunca pensé llegar a sentirme así delante de usted, pero le confieso que estoy un tanto encabronado por la carrera que me hizo pegar.
- Bueno, relájate y tómate una cerveza, la cosa sí es urgente y a lo mejor me quedé corto en el apresuramiento que te pedí; no es de vida o muerte, es de ser o no ser, y eso es lo que le hace urgente.
Pero mira, por lo importante y trascendente del asunto es necesario que los dos estemos serenos y con los canales del entendimiento abiertos, así que vamos a darnos la tarde de hoy para platicar de otras cosas, en la noche te relajas y mañana temprano entramos en materia.
Te aseguro que es importante, ya sabes que no soy megalómano y no me gusta andar con misterios, pero esto hay que tratarlo con respeto y cuidado.
Mientras escuchaba, haciendo uso de su familiaridad con la casa, Humberto tomó una cerveza del refrigerador y la abrió con el destapador metálico que estaba adosado a la pared junto a la entrada de la cocina.
- Oiga don Juan, ahora sí que me enfrió, perdón por lo del encabronamiento y gracias por tomarme en cuenta en esto tan importante que trae entre manos.
- Mira, te daré algunos antecedentes para que no me agradezcas nada.
Resulta que llegó a visitarme un amigo español que se llama Juan José Egúsquiza y bueno, es una persona que yo admiro mucho por su cultura y su inteligencia, es más, te puedo decir que realmente lo reconozco como mi maestro.
- Pues ya me interesó más porque yo a usted siempre lo reconoceré como mi maestro, así que su maestro es algo así como mi abuelo mentor.
Don Juan miró a Humberto con indulgencia y continuó.
- Bueno, pues resulta que Juan José vino a México por dos cosas, la primera es para reponerle a la biblioteca de la Universidad de Querétaro ese diccionario filosófico -señaló un grueso libro que descansaba sobre la mesa de centro de la sala- que dice él que les debe, la otra es localizar a una persona con quien intercambiar ideas de su más importante estudio filosófico.
Del libro ya me encargó a mí que lo haga llegar a la biblioteca y del colaborador para su proyecto no me pidió ayuda pero yo te propuse a ti.
- Oiga don Juan, pues le sigo agradeciendo que me tome en cuenta ¿cómo es que me dice que me platica esto para que no se lo agradezca?
- Lo que pasa es que no me ofrecí yo porque le tengo tanto reconocimiento y admiración que no puedo ser un crítico imparcial de sus trabajos y le dije que conocía a una persona con la que he trabajado en los últimos tres años, tú, que tiene una gran inteligencia y capacidad de análisis y que podría ser adecuado para colaborar con él.
- Pues insisto, muchas gracias.
- Pues yo le dije todo eso y también que resultas ideal porque eres lo suficientemente fatuo y pendejo como para cuestionarlo y pretender aportarle algo, él se rio, dijo que entonces eras ideal para el trabajo, también dijo que seguramente recibiste el soplo de Beluzio, eso medio lo entendí cuando leí el material que revisaremos mañana.
- Oiga don Juan, ya le he pedido que cuando me quiera pendejear me tire al suelo y me patee, así cuando menos tengo el recurso de mentarle la madre, porque si me pendejea mientras me eleva pues ni las manos puedo meter, no hay que ser, no abuse.
- Bueno, ya deberías estar acostumbrado, ya sabes que llega un momento en que la única forma de crecer es reconstruyéndose.
Tú llegas tan pronto a las fronteras de desarrollo de cada etapa que repetidamente te tengo que hacer caca para que puedas seguir mejorando.
Y lo de pendejo que no te afecte porque fíjate y verás, todos los eventos paradigmáticos han surgido del desorden mental de un pendejo a quien se le ocurrió que algo podría ser o funcionar de otra manera.
- No pues sí, ya me jodió otra vez, mire, mejor ya deje que me empiece a desacelerar porque al ritmo que me trae de chinga nunca voy a estar en condiciones de trabajar en serio ¿qué me aconseja hacer en lo que resta del día?
- Que termines tu cerveza, trates de dormir un poco y después te vayas al cerro a disfrutar la noche y el silencio y el ruido y la soledad, que te acuestes cuando te dé sueño y que te predispongas a aprender.
- Bien, pues me agrada el programa, con su permiso voy a pasar a su baño y seguir sus recomendaciones.
Cuando Humberto vio el cielo nocturno desde el Tepozteco, experimentó nuevamente la tremenda energía que se concentra ahí, nuevamente se sintió en total armonía con el universo, nuevamente se sintió inmortal.
A la mañana siguiente la jornada inició a las cinco de la mañana con un baño de agua fría, rutina cotidiana en la casa de don Juan, claro, el único que puede romper esa regla es don Juan mismo, pero un discípulo como Humberto no puede ni soñar en otra opción.
Después un aromático café y... listos para trabajar.
- ¿Dormiste bien?
- Muy bien don Juan, listo para aprender.
- Mira esto será breve, este texto me lo dio Juan José para que tú lo leas, pero con la condición de que lo leas aquí y en mi presencia, yo te acompañaré, pero nada más, no sé nada más, no puedo aclarar tus dudas, no tengo bases ni autorización para comentar nada, tú serás el que decida el siguiente paso, me lo dices yo le digo y listo.
- Oiga, pero solo son seis páginas -replicó mientras las contaba-
- Oye y luego no quieres que te pendejee, acuérdate que la teoría de la relatividad se expresa en menos de un renglón y la mayoría no la entendemos.
- Tiene razón don Juan, hablé a lo pendejo, si de algo me ayuda déjeme decirle que estoy nervioso y emocionado.
- Pues te felicito, es lo mejor que te podía pasar, te aseguro que nunca has tenido mejor motivo para sentirte así.
Humberto tomó con las dos manos el legajo que contenía el texto sobre la creación que más adelante yo obtuve de la página de Internet y se sentó en el sofá, don Juan se sentó en su sillón de siempre y por su actitud y gestos quedó de manifiesto que seguía de memoria la lectura de su discípulo.
Los minutos pasaron lentos, fueron solo catorce o quince que permitieron a ambos transportarse a un elevado plano de pensamiento; aunque don Juan ya lo había leído, el repasarlo mentalmente significó una posibilidad de compenetración que no alcanzó en ocasiones anteriores.
- Y... ¿bien...? –Dijo don Juan en cuanto vio que Humberto desviaba la vista del texto-
- Filosofía Europea, Tomás Moro, Kant, Marx, varios más -señaló Humberto con informada autoridad-, hasta aires de Dante en su afán por explicar lo inexplicado, buena sintaxis, con imaginación y un irreverente sentido del humor, no formaliza su marco teórico ¿Por qué está en primera persona?
- Bueno, lo único que te puedo decir es que no tiene marco teórico porque quien lo escribió no lo necesitó, lo de que está en primera persona, pues... yo creo que el autor tiene derecho a hacerlo.
- ¿Puedo llevarme el texto, estudiarlo y regresar el próximo domingo?
- Ya te dije que el siguiente paso tú lo decides ¿eso quieres?
- Sí, por favor.
Humberto empacó en silencio sus exiguas pertenencias de viaje, se despidió de don Juan con un firme apretón de manos y se encaminó cuesta abajo para abordar su auto, en Cuernavaca buscó un café-internet y mandó un mensaje a un amigo y maestro suyo en el Vaticano.
"Padre Franco, le ruego que dentro de su agenda para México me dé una audiencia para discutir un asunto tremendamente delicado que cayó en mis manos, es tan delicado como que el futuro de la Iglesia puede quedar en entredicho."
Tras enviar el correo electrónico Humberto regresó a la Ciudad de México, ahí, encerrado en su departamento esperó la respuesta que llegó cerca de las cuatro de la tarde.
"Nos vemos en el seminario a las ocho de la noche del viernes próximo".
La cita era en un seminario localizado a la orilla del Lago de Guadalupe, al norte de la Ciudad de México rumbo a Querétaro.
Llegado el día Humberto se presentó puntualmente ante el importante jesuita que había sido su maestro.
- Buenas noches padre, me da mucho gusto saludarle ¿cómo esta Roma?
- Buenas noches Humberto, Roma que no La Iglesia, esta igual que todo el mundo, sin rumbo y sin acuerdos, aunque creo que pronto podremos salir del bache. ¿Qué hay de tu vida? tu mensaje me inquietó.
- Pues padre, la mejor forma de avanzar en esto es que lea usted estas hojas, me las entregó don Juan en el Tepozteco.
El padre Franco Salvatori se acomodó en su poltrona y se recargó sobre su codo izquierdo para sumirse en profunda concentración mientras leía.
Humberto lo observaba con detenimiento tratando de interpretar cada gesto y asociarlo con la parte del texto que suponía lo causaba.
- Yo no le veo mayor importancia que la de muchas cosas que ya se han publicado -comentó el circunspecto clérigo-.
Ni siquiera es un trabajo académico formal, carece de referencias bibliográficas, habla en primera persona y en mi opinión no es más que un refrito de pensamientos de los siglos XVIII y XIX, incluyendo un descarado plagio de lo establecido por San Agustín desde el siglo V sobre la creación de la vida y del tiempo.
¿Por qué piensas que este panfleto puede ser más peligroso para la iglesia que los trabajos originales?
Humberto puso en alerta todo su raciocinio para responder.
- Porque los tratados originales han sido leídos por solo una pequeñísima porción de la población, para empezar porque hasta hace solo cincuenta años muchos de esos textos estaban prohibidos o inaccesibles y ahora que ya se pueden leer sin problemas a casi nadie le interesa hacerlo.
- Buen punto... continúa.
- Hay en circulación muchos escritos de teología y filosofía barata sobre ángeles, apariciones y sectas de todo tipo, si esto me lo encuentro en un libro de desconocida procedencia lo hubiera calificado de teología populachera y tal vez hubiera admirado el ingenio del autor para mezclar filosofía de corte clásico con barata.
Pero me lo entregó don Juan, usted mejor que yo sabe del tamaño de su sapiencia.
Además me dijo que el autor es un pensador admirado y respetado por él.
Por eso desecho la posibilidad de un ejercicio de amarillismo teológico y lo veo como un trabajo serio tendiente a popularizar ideas, que nuevas o no, atentan contra los dogmas en que se fundamenta la fortaleza de la iglesia.
Adicionalmente me intriga que don Juan avale un texto sin estructura académica, que habla como usted lo hace notar en primera persona, él no es alguien que se preste a simulaciones.
- Estoy tomando en serio lo que dices –dijo el padre Salvatori con gesto adusto- pero en este momento me sonaste a Torquemada, bueno, perdón por la digresión... ¿quien es el autor de esto?
- Un español de nombre Juan José Egúsquiza.
- ¿Le conociste?
- No
- Pues mira, yo creo que hiciste bien en buscar esta entrevista conmigo, porque si esto es manejado con irresponsabilidad sí puede constituirse en un problema grave, el primer error que no debemos cometer es minimizarlo y no darle importancia, el segundo sería el que tú te involucres en su difusión de cualquier forma, porque aunque ya no pertenezcas a la compañía, tu presencia se interpretaría automáticamente como un aval de la Iglesia, eso sería grave.
- Entonces... ¿que sugiere que yo haga?
- Primero dime que te pidieron que hicieras.
- Me pidieron que decida si me interesa discutir estas ideas con el autor para después considerar la posibilidad de asistirlo en la integración de un trabajo académico formal.
Don Juan me dijo textualmente que el siguiente paso depende de mí.
- Bueno, en ese caso yo creo que debes aceptar la oportunidad de saber si detrás de esto hay un tratadista serio o un farsante mercantilista.
- Y... ¿si resulta serio? eso es lo que yo creo de entrada.
- Si es así, deberás involucrarte lo necesario para entorpecer la difusión de estas ideas, no porque crea yo que puedan significar una amenaza mayor, sino porque mientras menos moscas más tranquilos.
Humberto besó la mano del jesuita y salió del recinto.
En el trayecto hacia el estacionamiento fue tratando de dilucidar la causa del nerviosismo que Salvatori había evidenciado en el subido color de los normalmente rosados lóbulos de sus orejas y la frecuencia con que emergían en su enjuto rostro los músculos tensores de la mandíbula cuando apretaba los molares.
Concluyó que había mentido cuando aseguró no creer que el asunto representara una amenaza mayor.
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